domingo, 19 de febrero de 2012

LFB cap 3


            Retta no pudo más que jadear una respiración cuando Raluca abrió la puerta y Velkan emergió. Con su metro noventa y dos, él le había parecido un gigante cuando ella había sido humana. Y otra vez, ella recordó la primera vez que lo había visto. La sangre había cubierto esa armadura negra. La sangre de esos que quería violarla y asesinarla. Ella todavía podía recordar el sonido del acero rozando contra el acero mientras se movía. La visión de su destreza pese a que cada parte de su cuerpo había estado cubierta por la armadura.
            Más que eso, ella recordaba la belleza de su cara… la ternura de sus callosas manos cuando acariciaban su sedosa piel. La manera en que él la sostenía como si fuese inexplicablemente preciosa, como si temiera que se rompiese entre sus brazos y le dejara solo otra vez.
            Esos recuerdos surgieron y enterraron toda la rabia y odio que ella había tenido contra él. Allí, por un momento, ella quiso regresar al principio de su matrimonio. Volver a los días cuando ella hubiese dado su vida y muerte por ese hombre. Cuando ella había confiado en él sin cuestionarse.
            Él había sido su mundo entero.
            Ella había sabido que este momento llegaría, en su mente ella había practicado un ciento de cosas que decirle.
            Un ciento y algunas más.
            Pero cada una de ellas voló de su memoria a medida él se aproximaba y alguna extraña parte quería abrazarle después de todos esos siglos. Ella quería correr a sus brazos y solo sentir como él la sostenía.
            Ella había esperado que él la maldijese o la besase. Que se detuviera ante ella como si no pudiese creer que estaba allí. Que intentara estrangularla. Algo. Nada. Pero en todos los escenarios que se imaginó nada se había acercado a lo que él hizo a continuación.
            Él caminó pasando directamente de ella como si no la hubiese conocido y acogió a Francesca en un fuerte abrazo antes de bailar alrededor de la habitación con ella.
            Atónita, Retta se llevó las manos a sus labios cuando una ola de rabia atravesó su cuerpo. ¡Cómo se atrevía a agarrar otra mujer y ni siquiera reparar en ella! Ella abrió la boca para hablar, solo para ser interrumpida cuando el caballero empezó a reír en un tono que no era en nada parecido al de Velkan. Este era ligero y casi infantil.
            “¡Oh, mi pequeña hermana! Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que te vi. ¿Cómo has estado?”
            “Viktor, “dijo Raluca con una risa. “Pon a Francesca en el suelo antes de que la rompas.”
            Francesca quitó el yelmo en forma de pájaro de su cabeza, exponiendo sus sonrientes facciones, tan opuestas a la cara seria de Velkan. Con el pelo castaño y risueños ojos azules, Víktor rápidamente cumplió con las órdenes de su madre y depositó a Francesca sobre sus propios pies. Riendo, ella lo atrajo a un cerrado abrazo mientras Retta dejaba escapar un largo suspiro.
            Eso había estado cerca. Demasiado cerca, de hecho, y esto la hacía darse cuenta que ella no quería encontrarse con Velkan en sus términos. Ella necesitaba asegurarse de que tenía el control de su primer encuentro. Que sus emociones y su cuerpo no la traicionaran otra vez.
            “Es tan bueno verte,” sonrió Francesca a su hermano. “Te he extrañado mucho”
            Y esas palabras tiraron del corazón de Retta cuando vio el afecto que su mejor amiga compartía con su familia. Los propios hermanos de Retta habían muerto hacía siglos, así como su entero linaje. No había acogedoras bienvenidas a casa para ella. Ningún pariente.
            Ni marido.
            Nada.
            Eso es lo que más dolía de todo.
            Viktor se detuvo cuando se dio cuenta de que no estaban solos. “¿Princesa Esperetta?”
            “Sí,” respondió Raluca por ella.
            El pánico bailó en sus ojos azules. “Debemos sacarla de aquí antes de que el príncipe la vea”
            Finalmente alguien que se avenía a razones.
            Raluca hizo sus palabras a un lado. “Él no vendrá aquí esta tarde”
            Viktor sacudió su cabeza en negación. “Puede pasar la noche, pero para mañana, tendrá que irse antes de que él descubra que ella está aquí”
            Francesca discutió con él, “Yo la traje aquí para protegerla. Ella debe quedarse”
            “No,” dijo Retta, cansándose de la manera en que hablaban de ella como si fuese un perrito perdido a quién están echando fuera del garaje. “Yo vine aquí por que Velkan está planeando poner los restos de mi padre al descubierto”
            Ellos se miraron entre sí confundidos con el ceño fruncido cuando Francesca se volvió con un poco avergonzada.
            Una absoluta rabia atravesó completamente a Retta. “No me digas que mentiste”
            Francesca se encogió. “Solo un poco. Sabía que si te decía eso, era la única cosa que te haría dejar Chicago.”
            En toda su vida, Retta nunca había estado más lívida. “¡Increíble! Es-absolutamente-increíble. ¿Cómo pudiste hacer tal cosa?”
            Francesca no estaba arrepentida en absoluto. “Lo hice para protegerte”
            Retta alzó si mano profundamente disgustada. “Gracias, Franquie. No es como si tuviera una vida así como también clientes que me necesitan.”
            “No puedes tener clientes si estás muerta. Además, Trish se está encargando de ellos. Ellos ni siquiera te extrañarán.”
            “Sálvame de las estupideces.” Ella miró a Viktor. “Consígueme un taxi y yo me largo de aquí. Ahora mismo.”
            Él empezó a dirigirse hacia el mostrador.
            “Viktor,” dijo Raluca en un pronunciado acento. “Toca ese teléfono y lo lamentarás el resto de tu existencia”
            Él arqueó ambas cejas cuando se congeló en el lugar. “Pero Madre… el príncipe—“
            “Yo me encargaré del príncipe. Tú tienes que prepararte para el tour. Ahora vete.”
            Retta podía asegurar que él quería discutir pero no se atrevía. En lugar de eso, le echó una malhumorada mirada a ella y salió para cumplir con las órdenes de su madre.
            “¿Dónde está Velkan?”
            “No tengo la más ligera idea, Princesa, pero él está donde quiera que desee estar.”
            “¿No me lo dirás?”
            Raluca vaciló antes de responder. “No permitiré que os ocultéis de él en su casa después de todo lo que él ha sufrido por vos, Princesa. Sé de vuestros sentimientos hacia él por mi hija”        
            “¿Y aún así estás de su lado?”   
            La mirada de Raluca fue hacia la desfilada punta de la pared. “Yo protegeré a Su Alteza con cada aliento que contenga en mi cuerpo. Pero por él, yo habría sido empalada, también.” Y con esas palabras, se volvió y dejó a Retta sola con Francesca y Andrei.
            Retta se quedó mirando a Andrei con una expectante mirada.
            “El estará después en el Bloody Dungeon[1]
            “¿El qué?”
            “Es un club”, explicó Francesca. “Uno donde los Daimons tienden a coger turistas que quieren conocer verdaderos vampiros”
            Bueno, ¿No tenía eso perfecto sentido? “¿A qué hora suele ir él allí?”
            “En cualquier momento entre ahora y el amanecer.”
            “Eres de mucha ayuda, Andrei”
            “Intento serlo, Princesa”
            “Y fallas con tal estilo”
            Él ignoró su sarcasmo.
            Suspirando, Retta miró a Francesca. “Supongo que no podría convencerte de llevarme a mi hogar otra vez, ¿verdad?
            “A ti no te gusta el tele transporte. Te da náuseas. Además, pensé que ya no querías nada de mí.”
            “Estoy reconsiderando eso. Pero tú eres la única familia que tengo. Buena o mala, y justo ahora es definitivamente mala. Déjame ir a casa y te perdonaré.
            “No puedo hacer eso, Retta. Lo siento. Pero créeme, esto es por tu propio bien,”
            Bien, entonces. Vendría la mañana, ella se escabulliría lejos de los hombres de una manera u otra. Volvió a mirar a Andrei. “Estamos un cien por ciento seguros de que Velkan no va a venir a este hotel, ¿verdad?
            “Oh, puedo absolutamente garantizártelo. Él no quiere nada con nuestra familia. Él solo se aventura por aquí una vez en una luna azul.”
            Eso solo la ponía toda cálida y calentita interiormente. “¿Entonces por que lleváis este lugar?”
            Él hizo una mueca ante ella. “El dinero. Nosotros ganamos una fortuna por esto.”
            Grandioso, solo grandioso. “De cualquier manera. Me voy ahora a la cama. Dame una llave y permíteme dejar esta completa pesadilla atrás.”
            Francesca frunció el ceño. “¿No tienes hambre?”
            “No. Solo necesito dormir y olvidar todo lo que ha sucedido en este día”
            Andrei fue tras el mostrador para señalarle. ¿Querría la suite Drácula?
            Retta entrecerró sus ojos en él. “Sigue empujando, Andrei, y tú y yo vamos a jugar a un juego.”
            “¿Y qué juego es ese, Princesa?”
            “Encontrar la Pelota en Mi Mano”
            Él frunció el ceño. “Yo no veo ninguna pelota, Princesa”
            “Oh, lo harás, tan pronto como las saque a la fuerza de tu cuerpo.”
            Él resopló.
            Francesca se rió. “Está bromeando, Andrei. Su ladrido es siempre peor que su mordisco.”
            Deseando haber dejado a su amiga en casa, Retta cogió la llave de tarjeta de las manos de él. “¿Dónde está la habitación?”
            “En la planta superior.”
            Sin una palabra, Retta tomó su maleta y se dirigió al ascensor. Ella entró y se volvió para ver a Francesca y Andrei bromeando el uno con el otro cuando las puertas se cerraron. El dolor rebanó su corazón. Cuanto deseaba ella poder tener a su familia de vuelta otra vez. Había adorado a sus dos hermanos pequeños. Ellos habían sido una de las maravillosas alegrías de su vida humana. Y una punzada de culpa la traspasó cuando pensó que ella había privado a Francesca de los suyos. Ella odiaba que ellos hubiesen estado separados todos esos siglos.
            Pero eso había sido decisión de Francesca, no de ella.
            Suspirando, subió en el ascensor hasta su cuarto, y tan pronto como abrió la puerta ella sintió que necesitaba bajar las escaleras y herir a Andrei y Raluca. Decir que el lugar era vulgar sería un insulto a la vulgaridad. La suite era grande y ventilada, con paredes rojo sangre que estaban decoradas con todo tipo de tallas de madera que representaban empalamientos.
            Ella rodó sus ojos mientras se dirigía al dormitorio, entonces se detuvo en seco. Al contrario que el recibidor, esta estaba hecha toda en negro, blanco y gris y era idéntico al dormitorio de Bela Lugosi en Drácula, dónde él había mordido a su rubia doncella.
            “Esta gente está enferma”, dijo Retta, agradeciendo que al menos allí no hubiese recuerdos de su padre.
            Dejando su maleta en el suelo, se quitó el abrigo y sacó a puntapiés los zapatos, después se dirigió a la cama. Tomaría una pequeña siesta para salir del borde del agotamiento y después vería acerca de alquilar un coche que la llevase de vuelta al aeropuerto. De una manera u otra, ella iba a salir de aquel lugar e irse a casa.
            Apartó las sábanas negras y se metió dentro de la enorme cama que la acogió igual que una nube, y antes de que pudiera darse cuenta, ya estaba dormida.
            Pero su sueño estuvo lejos de ser pacífico. En sus sueños, ella podía oír la voz de su padre gritándole. Podía ver a Velkan dando el golpe de gracia que había terminado con la vida de su padre mientras su emblema de la serpiente oscilaba en su mente, sobre todas las otras imágenes.
            Tú eres la hija del Dragon… Muerte a los Danestis.
            Ella se despertó de golpe. Retta permanecía tendida en silencio mientras escuchaba el feroz viento azotando contra sus ventanas. Pero no era eso lo que la había molestado.
            Ella sentía una extraña presencia en la habitación. Era poderosa y espantosa.
            Reaccionando por puro instinto, se puso inmediatamente de pie y golpeó hacia donde había sentido la presencia. Allí no había nada excepto aire.
            Ahora la presencia estaba detrás de ella.
            Ella se giró para enfrentarse al intruso solo para encontrarse cara a cara con la última persona que ella esperaba.
            Velkan.
            El la miraba con ojos tan negros que ella no podía decir siquiera donde acababa el iris y empezaba la pupila. Vestido con un par de vaqueros y una ajustada camiseta negra, llevaba su largo y ondulado pelo negro recogido en una cola de caballo. Él todavía tenía las mismas facciones agudamente cinceladas. La misma fiera mirada que anunciaba al mundo que este era un hombre que no solo podía tomar tu vida si no uno que podría disfrutar el asesinato.
            Dios, él estaba increíblemente sexy. Alto y demandante, él hacía que cada parte de ella estuviese caliente y sin aliento. Y cuando ella estuvo cara a cara con él, ella fue atormentada por imágenes de ella siendo sostenida entre esos musculosos brazos mientras él le hacía el amor. Siendo besada por esa perfecta boca. Acariciando con los dedos la larga cicatriz que corría desde la esquina externa de su ojo izquierdo hasta su mejilla. Una cicatriz que no había detractado en absoluto la belleza de esa masculina cara. Si algo hacía era añadirla.
            Ella ni siquiera podía pensar mientras una oleada de emociones reprimidas la abrasaban.
Velkan no podía respirar cuando miró dentro de esos ojos tan azules que le recordaban el cielo del verano que él no había visto en quinientos años. El aroma de ella inundó pesadamente su nariz, recordándole un tiempo cuando esa esencia se había aferrado a su cuerpo. Su piel era todavía tan pálida como un campo nevado. Su pelo el profundo castaño rojizo de un zorro.
            Ni una sola vez en todos esos siglos había olvidado su belleza. Su esencia. El sonido de su voz llamándole.
            El sonido de su voz maldiciéndole a morir.
            Era un error estar allí. Él lo sabía.
            Aún así él estaba allí, de pie ante una mujer que quería besar desesperadamente.
            Una mujer a la que quería asesinar. Él le había dado todo lo que él tenía y más, y a cambio ella le había escupido. Él la odiaba aún cuando una parte enterrada de él todavía la amaba. Él había vivido y había muerto por ella. Había tenido una muerte humana que ningún ser humano debería haber sufrido jamás. ¿Y para qué? Para que ella pudiera huir de él y negar que ellos se hubieran amado el uno al otro.
            Su padre había tenido razón. Las mujeres son inservibles fuera de la cama y solo un tonto le entregaría su corazón a una.
            “¿Qué estás haciendo en mi habitación?” Respiró ella, finalmente rompiendo el  tenso silencio que era abundante con sus amargas emociones.
            Su estómago se encogió ante el sonido de su cadente voz que era tan similar al que el recordaba y al mismo tiempo tan extraño. Ella ya no tenía su acento nativo. Ahora ella sonaba igual que las mujeres en el programa de  la American TV que Viktor solía ver.
             Velkan anhelaba dolorosamente estirarse y tocarla, pero honestamente no confiaba en que él mismo no fuera a estrangularla si lo intentaba. Rabia, lujuria y ternura estaban en guerra en su interior y él no tenía idea de cual de ellas ganaría finalmente. Pero ninguna de ellas presagiaba nada bueno para la mujer que tenía frente a él.
            “Quería verificar tu presencia con mis propios ojos.”
            Ella mantuvo sus brazos en alto en un gesto sarcástico. “Obviamente, estoy aquí.”
            “Obviamente”
            Ella retrocedió, sus ojos alerta. “Bueno entonces, puedes marcharte.” Ella indicó hacia la puerta.
            Era difícil permanecer allí cuando todo lo que él quería hacer era cogerla en sus brazos y probar esos burlones labios. El aire entre ellos estaba bordeado con su mutuo odio. Su mutuo deseo. Él todavía no sabía como habían llegado a esto. Como un hombre podía amar a una mujer tan desesperadamente y todavía querer matarla.
            No tenía sentido.
            Un millón de pensamientos chocaron en el interior de su cabeza. Quería decirle que la había extrañado. Quería decirle que deseaba que estuviese muerta. Que nunca hubiese puesto sus ojos sobre ella.
            Más que nada, quería quedarse allí y empaparse en la belleza de sus facciones hasta que estuviese borracho de ellas. Eres un enfermo bastardo. Esta era una mujer que lo había abandonado hacía quinientos años.
Él quizás no tuviese mucho en su vida, pero había tenido su dignidad. Estaría condenado nuevamente si le hubiese permitido tomar eso de el. Con un cortante asentimiento, dio media vuelta y se volvió hacia la ventana para marcharse.
“Quiero el divorcio”
Esas palabras lo detuvieron en seco. “¿Qué?”
“Ya me has oído. Quiero el divorcio.”
            El se rió amargamente mientras la miraba por encima de su hombro. “Como desees, Princesa. Pero asegúrate de llevar una cámara de vídeo al juzgado, pues quisiera ver la mirada en sus caras cuando te presentes a ellos con nuestra partida de matrimonio y adviertan la fecha que hay en ella.”
            “Eso no es lo que quiero decir,” dijo ella fríamente. “Quiero estar libre de ti. Para siempre”
            Esas palabras pasaron a través de él como una lanza ardiendo e hicieron el doble de daño. Apretando los dientes, él miró por la ventana, hacia la oscura noche que había sido su único consuelo durante todos esos pasados siglos. “Entonces coge tu libertad y déjame. No quiero volver a ver tu rostro”
            Retta no sabía por qué sus palabras destrozaron su corazón, pero lo hicieron. Ellas incluso tuvieron éxito de arrancar lágrimas a sus ojos mientras veía como él se convertía en murciélago antes de marcharse volando por sus ventanas abiertas.
            A pesar de todo, ella quería llamarlo de vuelta, pero su orgullo no se lo permitía. Era mejor de esta manera. Ambos serían libres ahora…
            ¿Libres para que?
            Ella era todavía inmortal. Y no importaba lo mucho que ella odiara eso, todavía estaba enamorada de su marido. Las lágrimas fluyeron por sus mejillas cuando se dio cuenta de la verdad. Ella nunca debió haber vuelto. Nunca.
            Pero ahora ya era demasiado tarde. Después de todo este tiempo, ella sabía la verdad. Ella amaba a Velkan. Incluso con todo el odio y la traición. Él todavía tenía cautivo su corazón,
            ¿Cómo podía ser tan estúpida?
            Cerrando sus ojos, ella le vio como había estado el día de su matrimonio. Este había ocurrido en un pequeño monasterio en las montañas. Por la primera vez desde su infancia y  para honrarla,  Velkan había dejado a un lado su armadura y había usado una simple casaca de terciopelo negro. Todavía sin refinar incluso aunque él era un príncipe, él había dejado su largo pelo suelto cayendo sobre sus hombros. Ella había estado vestida con un vestido verde oscuro de basta seda y terciopelo, a juego con la capa de piel de Marta Zibellina que usaba.
            Esa había sido la única vez que ella lo había visto afeitado. Sus ojos oscuros la habían calentado mientras la miraba y pronunciaba las palabras que debían unirlos juntos ante Dios.
            Lo que no sabía entonces era que la madre de Velkan había sido una hechicera que había enseñado a su hijo sus artes. Y mientras él y Retta habían estado intercambiando sus sagrados votos, él la había unido a él con las artes oscuras.
            Sin decírselo a ella.
            Lo que había hecho era imperdonable. ¿Entonces, por qué una parte de ella anhelaba perdonarle?
            Retta  inclinó la cabeza cuando oyó una ligera llamada en su puerta.
            “¿Velkan?” susurró ella. Su corazón saltó ante la posibilidad de verle otra vez.
            Antes de que pudiese detenerse, se acercó a la puerta y la abrió. Se quedó con la boca abierta ante la visión de la última persona que ella hubiese esperado que estuviese allí.
            Alto y rubio, él estaba a un lejano grito de su siniestramente oscuro marido. Y por primera vez, ella se dio cuenta de que él era pálido en comparación al hombre que ella había dejado atrás.
            “¿Stephen? ¿Qué estás haciendo aquí?”
            Sus luminosos ojos azules brillaron con simpatía. “Mi nombre no es Stephen, Retta. Es Stefan.
            Antes de que ella pudiese preguntarle que quería decir con eso, él sopló algo en su cara.
            Retta trastabilló con sus sentidos atontados. Todo se distorsionaba a su alrededor. Reaccionando por instinto, ella le lanzó una patada, alcanzándole justo entre las piernas. Él se dobló inmediatamente. Pero cuando ella intentó cerrar la puerta, su vista se volvió negra y cayó al suelo.


[1] Bloody Dungeon= Calabozo Sangriento.

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