Estaba inclinada sobre un costado del barco, así podía ver los botes de vela cercanos, deslizándose sobre la cristalina agua azul, Geary no sabía que estaba mal con ella. Aunque había dormido apenas podía mantener los ojos abiertos, y eso no era algo típico de ella.
“Creo que tengo narcolepsia”
Tory se paró al lado de Geary antes de mirarla de arriba abajo. “Posiblemente. ¿Sabes que el setenta por ciento de la gente con narcolepsia también sufre ataques de catalepsia?”. Antes de que Geary pudiera abrir la boca para contestarle, Tory rebatió su propia teoría. “Pienso que tú no lo eres. Te he visto enfadada demasiadas veces como para saber que ese adorable síntoma a ti no te afecta. Por supuesto, los narcolépsicos también tienen frecuentes alucinaciones tanto dormidos como despiertos. Y, por supuesto, sonambulismo. Y yo sé que tú no eres sonámbula. ¿Has empezado a tener alucinaciones últimamente?”
Sí, pero discutir sobre sus frecuentes fantasías sexuales con una quinceañera empollona no era algo que Geary tuviera intención de hacer.
Geary la miró con el entrecejo fruncido. “¿Cómo sabes tanto sobre eso? Joder, Tory, eres una niña. Actúa como una.” Antes de que ni siquiera pudiera parpadear, Tory estiró la mano y le dio un puñetazo en el brazo. Fuerte. “¡OW!” Ella se frotó el bíceps donde Tory le había golpeado. ¿Y eso a qué ha venido?”
“Un estallido emocional inesperado e irracional. ¿No es algo que se supone que hacen los adolescentes? Oh, y estar de mal humor. De muy mal humor”.
Geary levanto las manos en señal de rendición. “Bien. Hágalo a su modo. Dra. Kafieri.”
Con una expresión típica de su edad, Tory le lanzó una sonrisa burlona antes de irse a ayudar al capitán con los botes que éste estaba amarrando con una cuerda.
Sacudiendo la cabeza, Geary se dirigió a las bodegas para buscar a Teddy y Scott, los cuales se estaban quejando de la presencia de Thia en su equipo mientras ellos trabajaban.... algo que Geary no podía solucionar ya que le había prometido a la madre de Thia que la vigilaría por ella este verano. Aparentemente la pequeña arpía había atacado a Teddy por acaparar mucho tiempo a Scott.
Geary esperaba que a ellos se les pasara pronto el enfado. Había enviado a su prima de compras a la ciudad mientras ellos se preparaban para zarpar rumbo al área donde Geary creía que estaba escondida la Atlántida. La última cosa que necesitaban era tener a Thia encima, quejándose por todo.
De todos modos, Thia estaba loca por las compras. Lo que más le gustaba a ella eran los objetos muy brillantes. Hasta tal punto, que la chica llevaba puestos unos cuernos rojos del pasado Halloween, que estaban decorados con unos aros de diamante colgados. Como cabía esperar, Thia estaba vestida para comprar como un demonio.
Brian se había ofrecido como voluntario para acompañarla y evitar que se metiera en problemas—lo cual, conociendo a Thia, era un trabajo necesario. Serían afortunados, si al final se la llevaban unos tratantes de blancas o la abducían unos extraterrestres verdes.
Mientras tanto, Geary que estaba muy cansada, no podía relajarse. Lo único que podía hacer era mantenerse despierta.
“Megeara. Vuelve a mi...”
Un escalofrío atravesó su cuerpo, cuando escuchó la erótica voz en su cabeza otra vez.
Por el rabillo del ojo vio algo moverse. Se giró y ahí en la puerta, sobre las escaleras que llevaban a la cubierta, estaba Arikos. Vestido completamente de negro, estaba de pie de lado con sus malvados ojos que prometían una larga noche de orgasmos, y una seductora sonrisa que la congeló en la pasarela.
“Ven, Megeara”. Su voz susurrante como la de un fantasma, la acarició. Arrullándola.
Él le tendió la mano...
Ella nunca había visto una pose más irresistible. Todo lo que ella quería era coger su mano y que él la tomara en brazos como hacía en sus sueños. Ella quería desnudarle y probar su cuerpo perfecto.
Saborear esos provocadores labios.
Sin pensarlo, ella acercó sus manos hacia las de él. Tan cerca que casi podían tocarse. Sólo faltaba un poco más...
Pero no era real y ella lo sabía.
“¿Geary? ¿Puedes pasarme mi regla?
Ella dio un brinco al oír la voz de Teddy. Dejando caer su mano, miró hacia la derecha y vio la regla en el atestado escritorio. Ella parpadeó antes de volver a mirar hacia las escaleras.
Estaban vacías, sin ninguna señal de que Arikos estuviera esperando ahí a que ella volviera, y eso la decepcionó.
“Estoy perdiendo la cabeza”
Yeah, pero vaya forma de perderla. Todo el mundo debería tener una alucinación sumamente sexy.
No queriendo pensar en ello, ella cogió la regla y se la devolvió a Teddy, que la estaba mirando con el ceño fruncido por la preocupación. A pesar de que sólo era unos años mayor que ella, actuaba más como un padre para ella que como un amigo o un colega. Su corto pelo marrón estaba siempre impecablemente peinado, tenía unos joviales ojos marrones y un par de dulces hoyuelos. “¿Estás bien?”
“Cansada”
Se rascó la cabeza perplejo ante su respuesta. “Dormiste catorce horas la pasada noche”.
Ella le dio una palmadita en el brazo. “Lo sé, pero todavía estoy cansada”
“Quizá necesites un examen médico”
Más bien un examen mental. Ella apartó ese pensamiento a un lado y le sonrió. “Estaré bien. De verdad”.
O lo estaría si pudiera dejar de tener esas extrañas ilusiones. Aún ahora ella se sentía como si alguien la estuviera mirando...
Arik quiso maldecir de frustración cuando vio a Mageara sonreírle a otro hombre. ¿Por qué no había sucumbido a su suero? ¿A sus suplicas?
¿Cómo podía una simple mortal ser tan fuerte?
“¿Arikos?”
Cuando la luz se introdujo en su oscura habitación dejó escapar otro cansado suspiro al oír la voz de su tío Wink. Arik estaba cansado de esas interrupciones sobre todo cuando lo único que quería era estar con su objetivo humano. “¿Qué?”
“Te dije que me devolvieras el suero del sueño que te di. Aparentemente estás abusando de él y haciendo enfermar a tú humano”.
Arik se giró para mirar la cara del viejo dios del sueño. El largo pelo castaño de Wink estaba trenzado a su espalda mientras sus ojos grises danzaban con travesura. Aunque era uno de los dioses más antiguos tenía la mentalidad de un niño de trece años. No había nada que amase más que hacer travesuras y bromear—dos de las muchas cosas que habían tenido Arik y sus hermanos malditos.
En otro tiempo, ellos habían sido fácilmente seducidos y manipulados por otros dioses, y se habían dejado utilizar por Wink, Hades y otros dioses en gestas y guerras privadas.
Hasta que un día Zeus impuso el alto de una vez por todas. Tenía gracia que hubiese castigado a las herramientas y no lo hiciera con quienes las manejaban.
Pero, Zeus no era conocido precisamente como Dios de la Justicia.
“¿Y si quiero quedarme con el suero?”
Wink arqueó una ceja ante ese comentario, entonces chasqueó la lengua. “Vamos, Arikos, tú conoces las reglas” Su cara se suavizó. “Tú sabes lo que les sucede a aquellos que no cooperan”
Por supuesto que lo sabía. Todos los de su clase lo sabían. Su espalda tenía más cicatrices que el cielo estrellas. Había veces que él sospechaba de su abuelo Hypnos, era quien supervisaba sus castigos físicos, no era más que un sádico que sólo podía sentir placer cuando repartía dolor a otros.
¿Cuan cruel sería para enviar al Skoti a drenar a los humanos de excesos o emociones retenidas, para después castigarlos cuando no deseaban irse porque por fin experimentaban otra cosa que no fuese dolor?
Pero esa era su manera de hacerlo.
Después de su “charla” con M´Ordant, Arik había sabido lo que pasaría. No había caso en discutir. Wink había sido enviado para recuperar el Suero de Loto que utilizaban en los seres humanos, y todos los sobornos del Olimpo no lo harían desistir. Wink era sólo un instrumento que servía a los dioses del sueño.
Arik sacó el pequeño frasco y se lo tendió a Wink, quien lo cogió con una estoica sonrisa.
“Anímate, viejo muchacho. Hay un montón de soñadores ahí fuera con los que puedes jugar. Ellos viven para sus sueños y son poseídos por ellos constantemente.”
Si, pero ninguno de esos humanos tenía el tipo de desinhibidos y vívidos sueños de Megeara. Esto hacía que Arik más que nada quisiera saber como sería ella en el mundo real. Si sería igual con un humano…
Arik vio como Wink se marchaba, dejándole en la cámara de los sueños como única compañía a la oscuridad. Quizás este era un castigo justo después de todo. Como uno de los hijos del Dios Morfeo, Arik había sido originalmente un Oneroi. Como era costumbre en ellos, él había sido asignado a los humanos para velarlos y protegerlos contra los Skoti que algunas veces hacían presa sobre ellos. En esos días, él había pasado su vida monitoreando a sus sujetos, asegurándose de que los que estaban bajo su protección tuviesen sueños normales que deberían incluso ayudarles a tratar con sus problemas o inspirarlos.
Hasta esa fatídica noche.
Él había ido a ayudar a una de sus asignaciones la cual estaba enferma. Debido a su enfermedad, sus sueños se habían hecho extremadamente vivos y emocionales—tanto que uno de los Skoti se había pegado a ella. Tal cosa era común e incluso tolerada. Los Skoti se alimentaban de emociones humanas, siempre y cuando se mantuviesen bajo control y no condujeran los sueños o interrumpieran en la vida de los humanos, tenían permitido drenar a los humanos. Sólo cuando el Skoti empezaba a volver repetidas veces y tomaba el control del anfitrión eran castigados.
Los humanos poseían mentes frágiles. El regreso continuo de un Skoti podría fácilmente volver loco al humano o convertirlo en un homicida. En el peor de los casos, un Skotos podría incluso matar al humano, lo cual era el por qué los Oneroi los monitorizaban. Si un Skoti pasaba demasiado tiempo con su anfitrión, era entonces el turno de los Oneroi de entrar y expulsarlos.
Si todo eso fallaba, el Oneroi mataría al Skotos.
Una vez, la vida de Arik había estado dedicada a proteger a los humanos. Para no sentir nada y seguir y tan sólo seguir las órdenes de la élite de los Oneroi. En su día, él había vencido a numerosos Skoti sin entender o preocuparse de por qué ellos buscaban a los humanos de la manera en que lo hacían. Por qué ellos sentían una imperiosa necesidad de arriesgar sus vidas por esa búsqueda.
Y entonces una noche… no, un encuentro había cambiado eso y trajo con ello una clarividencia que todavía resonaba en él.
Nacido de una madre humana y del dios de los sueños Phobetor, Solin vivía en la Tierra , pero por la noche él corría desbocado en los sueños de otros humanos. Completamente amoral, a él no le importaba lo que hacía a otros siempre y cuando obtuviese su propia satisfacción.
Durante siglos los Oneroi habían estado intentando detener y atrapar a Solin. Él era uno de los pocos Skoti que habían sido condenados a sentencia de muerte. Sus voraces apetitos y sus habilidades en la lucha eran legendarias entre los Oneroi que habían sido lo bastante desafortunados como para enfrentarse a él.
Y Arik había sido uno de ellos. Todavía joven por aquella época, Arik había pensado coger a Solin por si mismo.
La mayoría de los Skoti sentían la aproximación de un Oneroi. Los Oneroi tenían completamente carta blanca por los otros dioses para hacer lo que tuviesen que hacer para controlar a los Skoti. Dado que un Skotos podía drenar las emociones de casi cualquier humano, ellos normalmente se iban sin dilación y no perdían el tiempo luchando cuando simplemente podían ir a por algún otro.
Pero Solin era más fuerte que la mayoría. Más duro. En vez de huir como Arik había esperado, Solin había vuelto a por el pobre humano. Debido a sus leyes, Arik tenía prohibido herir al humano, y Solin lo sabía. Arik había intentado alejarla de él sin hacerle daño, pero en el momento en que los labios de ella tocaron los suyos y hubo probado su lujuria, algo en el interior de él se rompió.
Él había sentido placer y había despertado por primera vez en su vida.
Y cuando la humana cayó de rodillas y lo tomó en su boca, había sabido que su guerra estaba perdida y su convicción hecha pedazos. En un sólo latido de corazón, se había vuelto Skoti.
Él había sido un Skoti desde entonces.
Oscilando de un sueño al siguiente, él había estado buscando todos esos siglos a alguien que elevara sus emociones al nivel de esa primera noche. Pero nadie se había acercado.
Nadie hasta Megeara.
Sólo ella era capaz de alcanzar el vacío en su interior y hacerle ver vívidos colores otra vez. Hacer que él sintiese sus emociones. Después de todos esos siglos, él finalmente entendía por qué los Skoti se negaban a dejar a sus compañeros.
Por que estaban dispuestos a arriesgarse a morir.
Debido a Megeara, él quería saber como era el mundo a través de los ojos de ella. Cómo era. Como se sentía. Y su habilidad para mantenerse apartado de él estaba empezando a joderlo seriamente.
¿Pero qué podía hacer? Incluso si él fuese a la tierra para estar cerca de ella, él no podría realmente sentirla a ella o a su ambiente.
Él quería su pasión. Su fuerza vital.
Quizás hubiese una manera de tocarla…
Arik se detuvo ante ese pensamiento. Era verdad que ambos, Oneroi y Skoti podían tomar forma humana en el reino mortal, pero a causa de su maldición, ellos todavía carecían de emociones. Así que ¿Cuál sería la diferencia? Ellos eran fríos y estériles, e incapaces de sentir en su forma humana como lo eran en su propia forma de dioses.
Eso no era lo que él quería.
No, él quería ser humano. Quería sentimientos y emociones de manera que él pudiese sentirla al máximo.
Eso es imposible.
¿O no lo era? Había dioses, con poderes de Dios. ¿Por qué debería tal cosa ser inalcanzable?
Sus poderes no eran capaces de tal cosa. Zeus se había asegurado de eso cuando los castigó por tratar de forzar sus sueños.
Por otra parte, Arik no tenía esos poderes. Pero había otros dioses cuyos poderes superaban con creces a los suyos. Dioses que podían hacerlo humano si querían.
Zeus nunca haría tal cosa—él odiaba demasiado a los Dioses del Sueño. Sus hijos le tenían demasiado miedo como para intentarlo. Pero sus hermanos…
Ellos eran un asunto completamente diferente.
Y Arik sabía con cual hacer el trato.
Hades. El dios del Inframundo no tenía miedo de nadie ni de nada. Sus poderes eran más que comparables a los de los otros, y lo mejor de todo, él odiaba a los otros dioses tanto como ellos lo odiaban a él.
Por ello, Hades siempre estaba abierto a un buen trato, especialmente si tal trato irritaba a Zeus.
Este era al menos un tiro acertado.
Con las constantes emociones de Megeara retirándose de él, Arik voló de la Isla Desaparecida donde la mayoría de los dioses del sueño residían, y bajó, directo al corazón de los dominios de Hades. Allí todo era oscuro como la noche. Triste. No había pasillos de marfil y oro como los que se encontraban en el Olimpo.
Al menos no hasta que uno visitaba Los Campos Elíseos, donde las buenas almas eran enviadas a vivir su eternidad en el paraíso. Aquellos que eran lo bastante afortunados para residir allí tenían todo lo que sus corazones concebían. Ellos podían incluso reencarnarse si así lo deseaban.
Pero Los Campos Elíseos eran sólo una parte de un mucho más vasto reino. Uno que no contenía otra cosa que miseria para aquellos que estaban condenados. Especialmente en esta época del año. Hacía tres meses que la amada esposa del dios, Persephone, había sido enviada a vivir con su madre en el reino superior. Hasta que Persephone volviese, Hades haría la vida un infierno de cualquiera que se atreviera a tratar con él. Desde el momento en que ella se iba hasta que regresaba, el pasaba todo su tiempo torturando a aquellos que estaban a su alrededor…
Un dios en su sano juicio esperaría a que Persephone volviese, normalmente era más razonable, pero Arik estaba desesperado. La última cosa que él quería era darle la oportunidad a otro Skoti de encontrar a Megeara.
No, era ahora o nunca.
Además, Arik nunca había sido un cobarde. Él ni una sola vez había retrocedido en una batalla o conflicto. Eso era lo que lo había hecho uno de los mejores Oneroi y lo que lo hacía uno de los más mortales Skoti.
Él siempre conseguía lo que quería. Malditas sean las consecuencias. Él tenía la eternidad para pagar por eso. Lo que más importaba era el presente y eso era en lo que se concentraba. Siempre.
Cuando voló más allá de Cerberus, el perro de tres cabezas se levantó para ladrarle.
Ignorándolo, se zambulló en las catacumbas hechas de esqueletos y huesos de los enemigos de Hades. Muchos de los cuales habían sido Titanes y antiguos quienes habían tenido la mala suerte de irritar al sombrío dios—ellos ni siquiera tuvieron la ventaja de que Hades los torturara para la eternidad. Él los había relegado a nada más que decoración.
Eso debería ser una advertencia para Arik…
Pero la valentía y la desesperación nunca prestaban demasiada atención.
Arik disminuyó su vuelo cuando entró en la cámara de los dominios de Hades. Esta era la única sala del opulento palacio de Hades que estaba abierta a los forasteros… Pero había mucho más de su hogar que este sitio.
Arik sabía el porqué nadie era inmune a los poderes de un Dream-Hunter. Nadie. Todos los dioses eran vulnerables cuando estaban descansando, lo cual era por lo que ellos temían a los Dream-Hunters, y en épocas tales como esta Arik se había aventurado allí para ver que era lo que Hades mantenía tan secreto.
Arik se hizo invisible y se elevó hacia el negro techo en el que brillaba débilmente una misteriosa luz. Hades estaba sentado abajo, sólo, en su trono. Hecho de huesos de Titanes, su trono negro había sido pulido hasta que brillaba como el acero.
Duro e intimidante, como el dios que era, dominaba los estrados donde se sentaba. Al lado de éste había una silla mucho más pequeña. Hecha de oro y acolchonada con cojines del color de la sangre. Ese era el lugar donde Persephone se sentaba siempre que estaba en casa con su marido.
Hades se quedó mirando su trono con una mirada tan profunda que Arik casi podía sentir su pena. Y no fue hasta que Hades se movió que Arik se dio cuenta que el dios tenía un pequeño, y delicado abanico en su mano. Uno de encaje y marfil.
Cerrando sus ojos, Hades se lo llevó gentilmente a la nariz e inhaló la esencia.
Entonces maldijo y tiró el abanico al trono a su lado.
Un latido más tarde, él se levantó para recuperarlo y ponerlo con más cuidado en un pequeño hueco sobre el brazo derecho. Allí era obviamente dónde Persephone lo guardaba.
Hades se quedó quieto e inclinó la cabeza como si estuviese escuchando algo.
“¿Quién se atreve a entrar en mi salón sin mi consentimiento?”
Arik bajó al suelo y se materializó. “Yo”
El dios se volvió lentamente y entrecerró sus ojos ambarinos en Arik. “¿Qué te trae aquí, hijo de Morfeo?”
No había necesidad de ocultar lo que él quería. “Quisiera hacer un trato contigo”
“¿Para qué?”
“Deseo ser humano”
La diabólica risa de Hades reverberó en la vacía sala, haciendo eco alrededor de ellos. “Tú sabes como ser humano, Skotos. Deja de comer Ambrosía y beber Néctar”
“Eso sólo me haría mortal y yo no quiero morir. Quiero sentir. Por eso necesito ser un humano y no un dios”
Hades se aproximó a él lentamente hasta que estuvo justo frente a Arik. “¿Sentir? ¿Por qué debería nadie en su sano juicio desear eso? Sentir es de tontos”
Arik echó un vistazo al abanico. “¿Incluso para ti?”
Hades gritó con rabia al tiempo que hacia un movimiento con la mano y clavaba a Arik contra la pared con sus poderes. Los afilados huesos se clavaron en la espalda de Arik, rompiendo la tela de sus ropas. Arik luchó contra el agarre pero no había nada que pudiese hacer por el momento excepto sangrar.
“Para un dios que no desea morir, hablas de cosas que no deberías mencionar”
La fuerza del agarre cesó tan rápido que él apenas tuvo tiempo de recobrarse antes de caer. Él se tambaleó sobre el piso por un latido antes de ponerse de pie.
Hades elevó las cejas con sorpresa. “Eres más rápido que la mayoría”
“Y en mi reino, soy incluso capaz de más hazañas”
“¿Qué quieres decir?”
Arik se encogió de hombros. “Sólo que un dios de tal poder debería tener cuidado. Incluso el gran Hades tiene que dormir alguna vez”
“¿Me estás amenazando?”
“Sólo estoy constatando un hecho”. Arik miró apuntando hacia el trono de Persephone. “Y recordándote, Mi Señor, que no hay nada peor que permitir a un Skotos saber de una debilidad”
Hades arqueó las cejas antes de echarse a reír. “Había pasado mucho tiempo desde que alguien se atrevió a tal audacia en mi presencia. Mira a tu alrededor, Skotos, ¿No ves los restos de las personas que me fastidiaron?”
“Mi nombre es Arik y lo veo todo, incluyendo la belleza y el confort del palacio que ocultas tras esta fachada de muerte. Pero por otro lado, te preguntaría, ¿Qué tiene de bueno amenazar a alguien que no puede sentir miedo?
Hades asintió con la cabeza. “Buen punto. Así que dime… Arik, ¿Qué trato deseas proponerme?”
“Quiero vivir en el mundo de los humanos como uno de ellos”
Hades chasqueó ante su petición. “Eso no es tan fácil de lograr, querido chico. Ningún dios nacido en el Olimpo puede vivir en la tierra por mucho tiempo”
“Pero podemos vivir allí por un tiempo. Yo iría allí ahora, pero esa no sería la cuestión ya que solo podría observar lo que está a mí alrededor pero no experimentarlo. Es la experiencia lo que yo deseo.”
“¿Qué hay de bueno en esa experiencia si la olvidarás en cuanto regreses?”
Lo que el dios no sabía era que Arik no olvidaría. Él había recordado y quería esos recuerdos. Al contrario que M´Ordant y muchos de los otros, Arik no tenía conocimiento de emociones reales o sensaciones—ellas le habían sido sacadas a golpes hacía tanto tiempo que había olvidado completamente lo que era sentir. El quería conocer cuan intensas podían ser esas sensaciones cuando no estaban bloqueadas por la maldición.
“¿Acaso el por qué importa realmente?”
Hades consideró eso por un momento. Cruzando sus brazos sobre el pecho, frunció el ceño a Arik. “Para lo que deseas, tendría que haber un elevado precio”
“No esperaba nada menos. Sólo dime tu precio”
“Un alma. Un alma humana”
Eso era bastante fácil. Tomar una vida humana no le preocupaba. Ellos vivían finitamente de todas maneras y muy pocos de ellos incluso apreciaban la belleza de la existencia humana. Él, sin embargo, saborearía su breve tiempo como uno de ellos. “Hecho”.
Hades chasqueó su lengua ante Arik. “Niño, cuan ingenuo eres. Aceptaste demasiado pronto. No es sólo un alma lo que yo quiero.”
“¿Qué entonces?”
“Quiero el alma de la mujer que te ha obligado a hacer un pacto con el diablo. Seguramente ella debe tener un alma magnífica para que vengas aquí y hagas tratos conmigo, el más desdeñado de los dioses”
Arik vaciló. No le preocupaban mucho los sentimientos de Megeara pero no estaba muy seguro de que lo que pasaría entre ellos para cuando se viera obligado a regresar. “¿Y si no puedo completar el trato?”
“Serás tú el que sufra aquí en su lugar. Si no puedes entregármela, te mataré como hombre y me llevaré tu alma al Tártaro. El dolor que has sentido hasta la fecha no será nada comparado con lo que sufrirás entonces. Y antes de que lo reconsideres, recuerda que ya has aceptado. No hay vuelta atrás. Nuestro trato está cerrado.”
“¿Cuánto tiempo me darás?”
“Dos semanas y ni un día más”
Arik no tuvo tiempo ni siquiera de crisparse antes de que una extraña y gruesa oscuridad lo cubriera. Un momento antes estaba parado en medio de la sala del Trono de Hades y al siguiente estaba rodeado de humedad.
Era agua…
Y al contrario que en sus sueños, su cuerpo era pesado. De plomo. El agua entraba por su boca y su nariz, causando que se ahogara encharcando unos pulmones que no estaban realmente acostumbrados a respirar. Intentó nadar, pero el agua era demasiado densa. Ésta parecía estar tirando de él hacia el fondo del mar.
El pánico lo consumió. No había nada que él pudiera hacer.
Se iba a ahogar.
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