SANTORINI, GRECIA, 1996
“MI REINO POR UN ARMA”
Sacudiendo la cabeza ante las hostiles palabras de Geary, Brian le abrió tranquilamente la puerta del coche mientras ella se acercaba al pequeño taxi que les esperaba en medio de la atestada calle griega. “Tú no tienes un reino”.
Ella se detuvo brevemente sobre la acera para fulminarle con la mirada. Considerando lo furiosa que estaba, no podía creer que él se atreviera a indicarle algo tan obvio. Ella era conocida por herir con las palabras cuando sólo estaba un poco irritada. Realmente, el hombre no tenía instinto de conservación. “Y no tengo un arma— parece que soy una imbécil con suerte hasta el final, ¿huh?
De todas formas, él siempre estaba tranquilo—algo que realmente no la ayudaba a mejorar su humor. Por una vez, ¿no podría molestarse él también? “Entiendo que no conseguiste los permisos... otra vez”.
Podía haber pasado esa parte de “otra vez”. “¿Cuál fue tu primera pista?”
“Oh, no sé. Tal vez porque caminabas calle abajo pisando muy fuerte, apretando los puños como si estuvieras estrangulando a alguien, o quizá por como me miras, como si quisieras arrancarme los ojos cuando yo no he hecho nada para cabrearte.”
“Sí, lo has hecho”
Ella diría que él estaba intentando ocultar una sonrisa. Gracias a Dios que él tenía la sensatez de ocultarlo. “¿Y qué hice?”
“No tienes un arma.”
Él resopló. “Vamos, no puedes pegarle un tiro a cada oficial griego que se cruce en tu camino”.
“¿Quieres apostar?”
Brian se alejó para dejarla entrar en el taxi primero. Con un metro ochenta y dos y sus cuarenta y tantos años era un hombre apuesto. Muy distinguido e inteligente. Y lo mejor de todo, es que era desmesuradamente rico y muy capaz de financiar su última loca aventura sin quejarse demasiado.
Desgraciadamente, él no quería sobornar a los oficiales públicos.
¿Era mucho pedir encontrar un financiero corrupto? Sin duda Brian tenía que tener algún vicio, y en ese momento ella no podía pensar en ninguno que le sirviese más que ese.
“Así que, ¿Qué hacemos ahora? Preguntó él mientras se reunía con ella en el coche.
Geary suspiró, deseando poder contestarle. Su equipo estaba esperando en el barco que ella tenía atracado en los muelles pero sin la autorización que les permitía excavar los montículos donde ella y Tory creían que había una ciudad amurallada, sólo podían bucear sobre la superficie de lo que habían encontrado y admirarlo.
Era triste conformarse con eso. Esa era la mejor pista que habían tenido en años. “Quiero otra muestra de cieno”.
“Ya has analizado y reanalizado esas muestras”.
“Lo sé, pero quizá pueda ayudarnos a convencerlos de que nos den los permisos”. Sí, seguro… Ella no había recibido particularmente bien la negativa y las palabras que le dijeron en su última visita todavía resonaban en sus oídos.
“Esto es Grecia, Dr. Kafieri. Hay ruinas por todos lados y no voy a darte permiso para que empieces a levantar el suelo del Egeo, la cual es un área con mucho tráfico marítimo, cuando todo lo que puedes darme es esta es otra-historia-sobre la Atlántida. La verdad, es que ya he tenido suficientes cazatesoros intentado robar nuestra historia nacional sólo por su propia gloria o riqueza. No necesito ninguno más. Nosotros en Grecia nos tomamos nuestra historia con más seriedad y tú me estás haciendo perder mi valioso tiempo. Buenos días”.
Con sólo recordarlo le hacia desear estrellarle la cabeza contra el escritorio hasta que se retractara o le concediera los permisos. Su búsqueda no era una caza del tesoro, pero intentar convencerlo de ello era tan estúpido como intentar volar con alas de cera.
“Tiene que haber alguna forma de salir de ésta”.
Brian se puso rígido. “No formaré parte de nada ilegal”.
Y por desgracia, ella tampoco. “No te preocupes, Brian. No quiero que vayamos a la cárcel por esto”.
Pero tenía que haber algo que ella pudiera hacer...
Si tan sólo desapareciera el maldito dolor de cabeza ella podría pensar. Pero el palpitante dolor, y el desagradable oficial, parecían decididos a arruinarle el día.
Ella se reclinó en el asiento y observó los bellos edificios y el paisaje de la ciudad, la gente iba hacia las tiendas que había en las aceras. Como desearía no tener obligaciones y poder vagar por las tiendas, comprando y sonriendo como la mayoría de esos transeúntes. Desafortunadamente, ella nunca había podido ser una turista en ningún lugar.
Pues Geary Kafieri siempre trabajaba y nunca jugaba.
Ninguno de ellos habló mientras el taxi se dirigía a través de las estrechas calles, hacia el puerto donde estaba esperando su barco. Mientras Brian le pagaba al taxista, Geary se bajo y se dirigió a la pasarela del barco para enfrentarse al equipo tras su estrepitoso fracaso.
Tory se acercó primero. Con quince años y muy alta para su edad, la prima de Geary tenía el pelo largo de un soso color marrón y gafas gruesas. Era una adolescente torpe que tenía más interés por sus libros que por cualquier otra cosa. Aunque Tory no recordaba a su padre, Theron, ella era como él. Encontrar la Atlántida era su única ambición.
“¿Y bien?”, preguntó ella, con su joven cara expectante.
Geary negó con la cabeza.
Tory dejó escapar una maldición que hizo boquear a Geary. “¿Por qué no nos dejan excavar? ¿Qué está mal en esas personas?”.
“Ellos piensan que es una pérdida de tiempo”.
Tory arrugó la cara con aversión. “¡Eso es estúpido! ¡Ellos son estúpidos!
“Sí”, dijo Geary secamente. “Todos somos estúpidos”.
Tory se burló de su comentario. “Yo no soy estúpida. Soy un auténtico genio. Pero el resto... estúpidos...”.
“Te dije que no te molestaras”.
Geary miró por encima del hombro de Tory y vio a su otra prima, Cynthia, acercándose. Llamada así por la diosa griega de la caza, Artemisa, Thia odiaba todo lo relacionado con Grecia. La única razón por la que estaba aquí era para conseguir créditos en la universidad y seguir a su última fijación, Scott, el cual pensaba que sería una actividad de verano divertida. Sin mencionar el pequeño detalle de que si Thia se quedaba en Nueva York, se habría visto obligada a trabajar en la charcutería de su madre, algo que ella odiaba aun más que Grecia.
Con un ideal metro ochenta y dos, la belleza de cabello cobrizo era una de las pocas mujeres más altas que Geary – algo que era realmente una hazaña, ya que Thia apenas tenía dieciocho años.
Geary frunció el ceño mientras miraba la larga falda azul de Thia y la camisa blanca de manga larga, bordada al estilo griego. “Pensé que estabas tomando el sol”, dijo Geary.
Tory se inclinó hacia delante para susurrarle al oído. “Ella lo hizo temprano y se quitó la parte superior del bikini, esperando que Scott viese sus pechos desnudos y se uniese a ella. Él no lo hizo, pero los hombres que paseaban en un bote casi se caen por la borda antes de que Justina la enviase bajo cubierta.
Thia apretó los labios. “Tú pequeña molestia. En lugar de estar contando cosas sobre mi, deberías contarle a Geary como casi le prendes fuego a sus informes porque su gato te asustó y tiraste el mechero Bunsen de Teddy”.
Tory se sonrojó antes de colocarse bien las gafas sobre la nariz. “Soy un genio, pero no soy mona y sí demasiado torpe. C’est moi[1]”.
Geary le sonrió mientras esta admitía la terrible verdad. La gracia nunca había sido una virtud que Tory tuviera, al contrario de Thia, que tenía de sobra para repartir. “Está bien, Tor. Te ayudaré a rehacerlos.”
Thia dio un pesado suspiro mientras miraba alrededor de la cubierta. “¿No es el lugar más aburrido de la tierra? No puedo conseguir que Scott me haga caso ni un maldito segundo”.
Obviamente. Si su desnudo no lo había conseguido. Nada lo haría.
“Él está ahí abajo con Teddy”, continuó Thia con irritación, “encima de un mapa de excavación—como si algo fuera a suceder. ¿Qué tiene este país dejado de la mano de dios que cada vez que traigo a un chico aquí éste pierde la cabeza?”
“Quizá es por estar tanto tiempo a tú alrededor”, dijo Tory, colocándose un mechón de pelo suelto detrás de la oreja. Ella se inclinó lentamente sobre Geary para susurrarle en su propio y único idioma entre el griego antiguo y el latín. “Pienso que ella les absorbe la testosterona y entonces la hace parte de ella”.
Geary sonrió.
Al instante Thia se puso rígida. “¿Qué dijo de mi?”.
Geary sacudió la cabeza hacia Tory antes de responder. “¿Por qué siempre tiene todo que girar en torno a ti, Thia?”
“Por qué es así”. Y con eso, se marchó airadamente.
Tory dejó escapar un cansado suspiro. “Un día espero que encuentre a alguien que la ponga en su sitio. Estoy cansada de ver como machaca al pobre Scott. Juro que ella tiene una parte de súcubo”.
“Espero que no. No le deseo a nadie esa carga”.
“Buen punto”. Tory se paró antes de girarse y examinar fijamente a Geary. “Así qué dime qué ha pasado”.
Como si ella quisiera revivir aquella mierda. “No hay mucho que contar. Ellos se negaron a darme los permisos... otra vez”.
Tory dio un fuerte pisotón en el suelo. “Vamos, hombre. Eso no es justo”.
“Lo sé “, dijo ella, dándole un golpecito en el brazo a Tory. “Tenemos que tener paciencia”.
“Al infierno con la paciencia. Ellos entrarán en razón, cuando yo esté jubilada y tenga que excavar con un bastón”. Dejó escapar un sonido de disgusto. “Ésta es la vez que más cerca hemos estado de encontrar la ciudad. Yo sé que la Atlántida está aquí. ¡Puedo sentirlo!”.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Geary. Tory se parecía demasiado a sus padres para su gusto. La misma locura que les había poseído, conducía a Tory también. Una locura en su sangre que le hacía quedarse trabajando hasta tarde en la noche después de que todo el mundo se hubiera retirado.
Había veces en las que realmente asustaba a Geary. Todas las personas de su familia que tenían el mismo nivel de dedicación que Tory habían encontrado una muerte temprana. Algo que no sólo destruiría a Geary, sino también a su abuelo que haría cualquier cosa por el miembro más joven de su familia.
Ella era la razón por la que ellos vivían.
De cuando en cuando, Geary sospechaba que Tory usaba el proyecto como una forma de distraerse y olvidar el dolor que sentía por haberse quedado huérfana. La pobre no tenía recuerdos de sus padres. Su trabajo era lo más cerca que Tory podría estar de ellos. Era todo le que le habían dejado a su hija.
“Todo saldrá bien, Triantafyllo”. Geary uso el apelativo que su abuelo le había dado a Tory. “Ahora voy a echar una pequeña siestecita y ver si puedo parar algo este dolor de cabeza que me está matando”.
“Okay. Yo estaré con Scott y Teddy revisando datos, que serán absolutamente inútiles si no podemos excavar. Pero, ¿qué más da? Soy joven y tengo tiempo de sobra que gastar. Tú en cambio...”.
Geary hizo una pedorreta. “No soy mucho más vieja que tú”.
Como si la hubieran golpeado, Tory se sacudió, “Yeah, uh-huh. Consigue un bastón, Abuela”.
Geary sacudió la cabeza por el juego de Tory, entonces se encogió por el dolor que atravesó su frente y que palpitaba detrás de sus ojos.
Brian frunció el ceño cuando se unió a ella en la cubierta. “¿Estás bien?”.
“Otro dolor de cabeza”. Ella estaba teniendo muchos últimamente. Por supuesto con su suerte, sería un tumor cerebral inoperable y acabaría probablemente al final a merced de Thia de modo que su prima podría finalmente torturarla sin fin… lástima de pensamiento. “Estaré bien. Sólo necesito descansar un par de minutos”.
“Si necesitas cualquier cosa, llámame”.
Necesito un permiso. ¿¿¿¿Hola????
Si sólo pudiera decirlo en voz alta y no perder a su tan necesario financiamiento...
“Lo haré. Gracias”. Y con eso, Geary se dirigió hacia la pequeña habitación que compartía con Tory. No había mucha privacidad en el barco, pero sinceramente eso no le molestaba a Geary. No como cuando tenía la edad de Tory. La diferencia entre ellas era impresionante.
Mientras que Geary había odiado no tener su propio espacio, Tory era ambivalente con ello. Todo lo que a la niña le importaba era su búsqueda.
Pero a pesar de sus diferencias, Geary adoraba a su prima. Tory era lo más parecido a una hermana que nunca tendría, y desde que sus padres murieron, antes de que la niña cumpliera los seis años, toda su familia la había acogido y se habían encargado de ella como si fuese propia.
Geary sonrió mientras entraba en la habitación, y encontró el camisón de Tory y su desgastado osito Teddy tirados sobre su cama. Tory no sabía lo que era el orden.
“Okay, Mr. Cuddles, tú tienes que estar en tu sitio. No tirado sobre mi cama. Tengo tendencia a dar patadas mientras duermo”. Geary sentó al osito sobre la cama sin hacer de Tory, entonces dobló el camisón rosa antes de ponerlo debajo de Mr. Cuddles.
Una luminosa sonrisa jugueteó en la comisura de sus labios. Ella podía oír las voces amortiguadas que provenían de la cubierta mientras el barco se mecía suavemente bajo sus pies, arrullándola, provocándole un profundo estupor. Ella realmente necesitaba descansar. Su sueño había sido muy irregular últimamente. Probablemente por tener demasiadas cosas en la cabeza.
Quitándose los zapatos, se echó hacia atrás y se metió en la estrecha cama.
Ella se durmió casi inmediatamente.
Los ruidos del barco se desvanecían mientras ella flotaba a través de su oscuro sueño cubierto de una blanca neblina y una fría brisa. Desde que era niña, Geary había entrado rápidamente en la fase REM del sueño... normalmente en cinco minutos, algo que era prácticamente imposible. Era un extraño desorden del sueño que ningún médico había podido explicar.
Sus sueños fluyeron, ella se encontraba de pie en una oscura playa donde las olas coronadas de nieve se estrellaban contra la extraña orilla. El sonido resonó en sus oídos mientras ella encogió los dedos de los pies sobre la húmeda arena, arena negra.
“Megeara”. La profunda voz masculina era caliente y erótica, envolvente con un acento exótico y extraño, un susurro que atravesaba a Geary como el brandy con chocolate caliente. Intenso. Puro.
Intoxicante.
Ella gimió dormida mientras su misterioso amante aparecía frente a ella. Como siempre, estaba impresionantemente guapo, con su largo cabello negro agitado por el viento y esos ojos azules que parecían brillar, desde cualquier ángulo su cara estaba perfectamente esculpida; y esos hipnotizantes ojos se veían resaltados por un par de cejas negras que afilaban sus rasgos. Él la envolvió con sus bronceados brazos y apretó su espalda contra su arrebatador desnudo pecho que se ondulaba y curvaba con músculos perfectos.
Él era magnífico.
Absolutamente seductor.
Y por el momento, era todo suyo...
Cerrando los ojos, ella dejó que su masculino aroma le invadiera los sentidos, una cruda masculinidad que se le coló hondo hasta dejarla completamente borracha de placer. Ella inclinó levemente la cabeza, mientras sus calientes labios rozaban su cuello, así que él pudo acariciar y lamer cariñosamente su piel hasta que su cuerpo entero ardió.
Geary no sabía por qué estaba teniendo esos salvajes sueños eróticos. Por qué este hombre increíblemente sexy se le aparecía. Después de todo, Geary Kafieri no sabía nada de la sensualidad o la feminidad. Geary era tan dura como una piedra. Se había pasado la mayor parte de su vida luchando por sus creencias, luchando por ser ella misma, y esas batallas no le habían dejado tiempo para practicar los típicos pasatiempos femeninos, como el pelo, y las argucias femeninas.
Y por el momento ella dedicaba todo su tiempo a restaurar la reputación de su padre, había tratado de probárselo a sus colegas e inversores. Aunque se suponía que ella no podía competir en un campo dominado por hombres pero así era la norma.
Pero ella había tenido un éxito admirable. Así que, ¿qué importaba si ella no era la más elegante de las mujeres? La habían elogiado mucho y además había cogido la ruinosa compañía de su padre y la había transformado en poco más de tres años desde su muerte. Kafieri Salvage era ahora una de las principales compañías de Grecia, y como ya había reconstruido la compañía de su padre, también quería hacer realidad su último deseo.
Eso siempre había sido suficiente para ella.
O eso pensaba hasta que una sofocante noche dos meses atrás Arikos apareció por primera vez en sus sueños.
En el mismo instante en que puso sus ojos sobre él había quedado atrapada.
Él la giró en sus brazos para que lo enfrentara. Mordisqueándose el labio, Geary buscó sus abrasadores ojos. Él llevaba un par de pantalones de cuero negros y unas botas, nada más... La suave brisa agitaba su ondulado pelo alrededor de su cara jugando con él, y provocando cosquillas en sus mejillas.
“¿Qué te ha alterado hoy, agamenepee?” preguntó él, en un tono que siempre le provocaba escalofríos.
Geary apoyó la cabeza contra el hueco de su musculoso hombro, así ella podía respirar su esencia y conseguir calmarse.
Si tan sólo fuera real...
“Ellos no quieren darnos nuestros permisos”. Susurró, trazando la línea de su pezón y observando como se apretaba. “Y no puedo asesinarlos por eso. Sé que hemos encontrado la Atlántida. Lo sé. Estoy así de cerca puedo sentirlo y ahora... ahora es imposible”.
Ella apretó los dientes con frustración, agradecida por contar con alguien a quien confiar como se sentía realmente. Su equipo esperaba que ella mantuviera la calma y sosegarse todo el tiempo, cuando lo que ella realmente quería hacer era golpear al oficial hasta que le diera lo que necesitaba.
Malditos sean por ello.
“Voy a fallar”, dijo ella con la voz tomada. “Al paso que vamos”.Tory tiene razón. Seremos demasiado viejos hasta para recordar que era lo que estábamos buscando”.
Arikos acunó su cara entre sus grandes manos y se la quedó mirando con el ceño fruncido. “No entiendo porque esto es tan importante para ti”.
“Porque mi padre murió como un alcohólico roto. Yo quiero que todo el que se rió alguna vez de él tengan que comerse sus palabras. Quiero probarle al mundo que mi padre no luchaba contra molinos de viento. Quiero mantener la promesa que le hice. Se lo debo”.
Arikos agachó la cabeza y la miró a los ojos como si pudiera ver directamente su alma. “¿Encontrar la Atlántida te haría realmente feliz?”
“Más que nada”.
“Entonces lo harás. Te daré la Atlántida ”.
Ella sonrió ante esa absurda declaración. Caray, cuando su subconsciente se iba al espacio exterior, realmente se iba al espacio exterior.
Aún así, significaba mucho para ella tener al menos una persona de confianza. No pasaba nada si él no era real. Necesitaba su hipotético apoyo y estaba agradecida de tenerlo.
Arikos agachó la cabeza y capturó sus labios con los suyos. Geary gimió al notar el dulce sabor de él. No había nadie en la tierra que tuviera el mismo sabor que él. Nadie que la hiciera sentir mejor en sus brazos, aunque era probable que por eso estuviera relegado a sus sueños.
Pero estaba contenta de tenerlo ahí, Sentir su cálida piel deslizándose contra la suya.
Oh, ella podría comerse vivo a este hombre.
Sus manos deslizaron hábilmente el vestido blanco, que cayó fluidamente de sus hombros, en menos de un suspiró estaba desnuda delante de él, éste mordisqueó y saboreó su boca con sus labios y su lengua. Ella se asombró por la facilidad con la que se rendía a él, aún en sueños. En la vida real, Geary nunca había sido el tipo de mujer que permitía que un hombre pusiera su vida patas arriba. Que permite que la pasión la domine.
Ella era una mujer de hielo, lógica y con las emociones bajo control.
Era por eso por lo que ella amaba tanto sus sueños. En ellos era libre de estar con Arikos sin preocupaciones. No había peligro de embarazo o enfermedad. No tenía que preocuparse por verle la cara a la mañana siguiente.
No había riesgo de decepción o de risa cruel. Ella tenía el control de sus sueños y de él. Cuando estaba con él se sentía a salvo y caliente, y era el mejor momento del día.
Él la dejó con cuidado en el arenoso suelo y cubrió su cuerpo con el suyo. Oh…, sentirle así era increíble. El cuero de sus pantalones acariciaba sus piernas mientras le separaba sus muslos con la rodilla.
Él movió su boca sobre ella, bajando hacía sus hinchados pechos que gritaban por sus besos.
Jadeante y débil, ella se aferró a su cabeza mientras él movía su lengua hacia atrás y delante sobre el erecto pezón. Su aliento quemaba contra su ruborizada piel.
“Eso es”, dijo él mientras su mano descendía con facilidad buscando el lugar dentro de ella que clamaba por él. Sus calidos dedos acariciaron y presionaron hasta que ella sintió crecer el orgasmo. “Dame toda tú pasión, Megeara. Déjame sentir tu placer. Déjame probarlo.”
Besándole salvajemente, ella empujó sus caderas contra su mano, buscando aún más placer de él. “Quiero más”, demandó ella, alargando la mano para coger su cremallera.
Él sonrió perversamente. “Y yo te lo daré”.
“¡GEARY!”
El fuerte grito la sacó de su sueño y aceleró su corazón más que cuando estaba con Arikos. Geary abrió los ojos, se encontraba tumbada boca abajo sobre la cama.
Tory entró como una tromba en la habitación. “Será mejor que vengas rápido. Thia está ahogando a Teddy. Y no estoy bromeando”.
Arik abandonó su sueño con una maldición, mientras flotaba en el Strobilos que no le daba forma o sustancia mientras espiaba el reino humano. Siempre que una persona despertaba de su sueño, dejaba sumido a un dios del sueño en un basto vacío. No había sonido, ni color, sólo había oscuridad.
Todo lo que él podía sentir eran sus fugaces emociones, y él estaba desesperado por conseguirlas.
“Megeara...” la llamó Arik, esperando volver al momento que habían compartido. Pero sabía que era demasiado tarde. Su pequeña fijación era más fuerte que la mayoría de los humanos y no siempre venía a él cuando la llamaba.
Se suponía que el suero de Lotus podía inducirla a dormir hasta que ella estuviera lista para responderle. Pero todo lo que estaba haciendo era darle dolor de cabeza mientras luchaba contra él.
Maldita sea. Él quería que ella volviera.
Le dolía el cuerpo por la necesidad insatisfecha, pero más que eso sentía algo extraño en su pecho.
Dolor.
Él la anhelaba y estaba enfadado por su pérdida. Ni una sola vez en su vida había sentido algo parecido. Los dioses del sueño estaban supuestamente desprovistos de emociones... de todas excepto del dolor. Una sola emoción a través de la cual otros dioses podían controlarlos y castigarlos.
Sólo que él no sentía dolor en su pecho. Él todavía podía sentir las emociones de Megeara, lo que demostraba lo mucho que ella había reprimido su pasión y su ira.
Al principio ella sólo había sido una pasajera curiosidad para él. Sus sueños habían sido nítidos y coloridos. Dos cosas que no eran. La mayoría de las personas soñaban en blanco y negro con mucha niebla.
Algo de lo que muchos dioses del sueño huían, especialmente los eróticos Skoti como él que se sentían atraídos por los humanos más audaces. ¿Por qué bailar en los sueños de una persona poco imaginativa cuando lo que se quería era experimentar emociones y sentimientos a través del durmiente?
Así su tipo brincaba a través de los sueños, buscando refugio en aquellos que podían crear sueños bonitos y que le daban a los Skoti aquello que necesitaban.
Los sueños de Megeara estaban inundados de inteligentes y brillantes emociones. La primera vez que se introdujo en ellos, ella se estaba bañando en un río de chocolate.
Flotando sobre la neblina que llevaba a la cámara de los sueños, Arik cerró los ojos para evocar sus recuerdos. Todavía había vestigios de la pasión de Megeara dentro de él pensó, aun cuando su conexión con su sueño se había roto, y eso le hizo recordar el placer que sintió al encontrarla aquella primera noche.
Aún ahora podía saborear el chocolate del sueño en su lengua, chocolate que había lamido de su cuerpo desnudo. Sentir la cálida sensación resbalando por su cuerpo mientras hacían el amor. Él todavía se preguntaba asombrado como había podido saborear el chocolate como en el plano mortal.
¿Por qué le había dado Megeara tanto placer?
Lo mejor de todo, es que él ardía sólo con pensar que ella podía saborearlo. Que podía olerlo.
Su polla dio un brinco por la dulce expectación.
“¿Arikos?”
Giró la cabeza hacia fuera al tiempo que una brillante luz rompía su oscuridad. “Joder, M’Ordant”, gruño él reconociendo la voz de su viejo medio hermano.
“¿Eso es ira?”
Arik se empujó así mismo para colocarse al lado del dios que era igual de alto que él. Como él, M’Ordant tenía el pelo negro y los ojos de un azul traslúcido. Todos los de su raza estaban marcados por esos colores, y por una belleza sobrenatural.
Esta vez cuando Arik habló su tono era monótono y liso, como correspondía a uno de su especie maldita. “¿Cómo podía serlo? No tengo emociones”.
M’Ordant estrechó su mirada penetrante y si Arik no lo conociera mejor, hubiera jurado que su hermano estaba desconcertado. Aunque pensándolo, ellos no podían sentir realmente, ellos habían aprendido a simular expresiones, algo que hacía que otros dioses menores estuvieran nerviosos alrededor de ellos. “Has pasado demasiado tiempo con el humano. Necesitas cambiarlo por otro”.
Ese era el camino a seguir. Un Skotos como Arik era tolerado sólo para ayudar a drenar los excesos de emociones humanas. Si un Skoti pasaba demasiado tiempo con una persona, ellos podían, en teoría, volver loca a la persona o asesinarla.
Al Skoti normalmente se le daba una sola advertencia y si no hacían caso, un Oneroi debía elegir otro castigo o eliminarlos de su existencia. M’Ordant era uno de los muchos que vigilaban el sueño humano y mantenía a los Skoti en la raya.
“¿Y si no quiero dejarla?”
“¿Estás siendo sarcástico?”.
Arik lo miró fijamente. “¿Cómo podría?”.
“Entonces terminarás con ella”. Dijo M’Ordant desvaneciéndose.
Lo prudente por supuesto, sería hacer caso de su advertencia. Pero Arik estaba demasiado enganchado con su humana como para prestarle atención a las palabras de M’Ordant. Después de todo, eso requería miedo... una cosa sobre la que Arik no sabía nada.
Cerrando los ojos, Arik todavía podía oler el perfume de la piel de Megeara. Todavía podía saborear el salado pero dulce sabor de su cuerpo en su hambrienta lengua. Sentir su toque en su piel.
No, él no había terminado con ella. Él sólo estaba empezando.
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