Abigail sintió que el ritmo cardíaco se le desaceleraba mientras caía a través de una niebla
oscura. Las imágenes le pasaron como un relámpago por la mente. Vio a sus padres otra vez. Los
escuchó riéndose.
Repentinamente, se encontró como una niña pequeña en el suelo con Sundown, quien le
estaba sonriendo. Vestido con una camisa negra de botones y pantalón vaquero, llevaba su pelo
más corto, y estaba recién afeitado. Con todo, era devastador mirarlo, especialmente cuando
sonrió.
—Ahora, mira, Abby, envía al conejito debajo del arbusto y luego hacia abajo alrededor de la
madriguera. Así.
Ella observó pasmada como ataba sus zapatillas de ballet rojas de princesa.
—Eso no es un conejito, tonto, es un cordón de zapatos.
Su sonrisa se amplió pero no tanto para que él mostrara sus colmillos.
—Sí, pero lo fingimos —susurró como si fuera un gran secreto.
—Oh. —Ella intentó repetirlo con el otro zapato.
—Necesitas encontrar una mujer y establecerte, Jess. Serías un gran padre.
Vio el dolor en sus ojos que evocaron las palabras de su madre. Su sonrisa murió
instantáneamente mientras se estiraba para atraer su sombrero, el cual estaba lleno con sus
Pequeños Ponis, más cerca de ellos.
—No creo en establecerme. Eso es para las personas como vosotros. —Sujetó su sombrero
para que Abigail pudiera recoger sus ponis.
—Sí, pero no quieres envejecer solo, ¿verdad?
Como niña, le había extrañado el tormento que llameaba profundamente en sus ojos negros
mientras él la miraba y daba la espalda a su madre. Pero como mujer, vio los demonios que lo
torturaban, y eso le dolió. Él pasó la mano por el ala del sombrero y tragó antes de contestar.
—Créeme, Laura, hay bastantes cosas peores en este mundo que envejecer solos.
Abigail había mirado hacia arriba con los ojos muy abiertos.
—¿Como qué?
Él le dirigió una sonrisa forzada que los adultos a menudo ofrecen a los niños cuando no
quieren que sientan su dolor.
—Los monstruos de las galletas que se mueven sigilosamente detrás de ti cuando estás
atando tus zapatos y se comen tus deliciosas galletas de virutas de chocolate. —Fingió estirarse a
por las galletas del suelo junto a ella. Chillando, se arrojó sobre su brazo para impedirle cogerlas.
Él dobló su brazo, alzándola y llevándola directamente a su pecho para poderla coger en sus
brazos y balancearla. Con un movimiento elegante, se puso de pie, luego la hizo girar alrededor.
—Avión, avión, avión —comenzó a cantar mientras Jess le daba vueltas más rápido.
Su madre se les quedó mirando boquiabierta.
—Vas a llevar puestas esas virutas de chocolate pronto si no te detienes, Jess.
Él se rió.
—Valdría la pena por oírla reír.
Y Abigail lo hizo.… Se rió y chilló de deleite.
¿Cómo podría haber olvidado alguna vez cuanto había amado una vez a ese hombre?
—¿Qué está pasando aquí?
Jess dejó de moverse mientras la enojada voz de su padre desgarró su alegría. Él la acunó en
su pecho mientras ella le rogaba que continuara. Dándole palmadas en la espalda para
apaciguarla, se enfrentó a su indignado padre.
—Acabo de enseñarle a Abby cómo atar sus zapatos.
Su padre tiró enérgicamente de ella fuera de sus brazos.
—Ese no es tu trabajo, ahora, ¿verdad?
Ella vio la cólera en los ojos de Jess, pero la escondió rápidamente.
—No, supongo que no lo es.
Su madre dio un paso adelante.
—Cariño, vamos. Jess sólo se detuvo por un segundo en su camino al trabajo para felicitarme
por mi cumpleaños.
La mirada de su padre se estrechó sobre el cuello de su madre, donde una bella mariposa de
diamantes brillaba intensamente a la luz. Abigail se estiró para tocarla, entonces protestó cuando el
apretón de su padre se hizo más fuerte hasta el punto de provocarle dolor. Ella gritó en protesta e
intentó escaparse de su agarre.
Su padre ignoró sus intentos para liberarse.
—El suficiente para darte eso, ¿eh? ¿Qué? ¿Piensas que no puedo permitirme regalos como
ese? ¿Es eso?
La mandíbula de su madre cayó ante el impacto y la afrenta mientras sacaba a Abigail de los
brazos de su padre y la abrazaba para calmarla.
—¿Qué diablos te pasa?
Jess dio un paso adelante para meterse entre sus padres para poder protegerla a ella y a su
madre de la cólera de su padre.
—Mira, Stan, no estaba tratando de ofenderte. Era realmente muy bonita, y sólo pensé que le
gustaría. Eso es todo. Nunca pretendí ofenderte.
Aunque su padre era una cabeza completa más bajo que Jess, lo apartó de un empujón hacia
atrás, obligando a su madre a alejarse de los hombres. Abigail vio el pánico en la cara de su madre.
No podría haber sabido del pasado brutal de Sundown o su estatus de Dark-Hunter, pero se
notaba que empequeñecía a su padre, y que en una pelea, definitivamente sería el vencedor.
Su padre lo empujó otra vez.
—Necesitas dejar de husmear alrededor de mi mujer cada vez que salga.
Jess frunció los labios y mantuvo su posición. Su expresión prometía una seria azotaina en el
culo si su padre no se retiraba.
—No estaba husmeando alrededor de ella. Somos amigos. Eso es todo.
—Entonces te sugiero que seas amigo de la esposa de otro. Mi familia está fuera de tu
alcance.
Una feroz contracción nerviosa pulsó con un ritmo frenético en la mandíbula de Jess. Era
obvio que se estaba esforzando en controlar el deseo de golpear a su padre. Echó la mirada a través
de la habitación hacia su madre.
—Tengo que ir a trabajar. Lamento haberte causado cualquier problema, Laura. Espero no
haber arruinado completamente tu cumpleaños, y siento realmente lo del regalo.
Sus palabras sólo enfurecieron más a su padre.
—Sí, está bien. Restriega cuanto mejor que yo que eres para proveerla. No todos podemos ser
inversionistas internacionales y hacer millones con ello, ¿verdad?
Jess hizo una pausa, y Abigail vio que la mirada sombría en su cara le decía que estaba a un
paso de golpear la cabeza de su padre contra una pared. En lugar de eso, cogió su Stetson del suelo
y gentilmente echó sus ponis en la mesita de café. Recogió su púrpura favorito y cruzó el cuarto
para dárselo a ella.
—Buenas noches a todos. —Sus ojos estaban oscuros y tristes mientras se encontraba con la
mirada fija de su madre—. Feliz cumpleaños, Laura. —Y entonces se puso el sombrero en la cabeza
y salió caminando.
—Stan —gruñó su madre en el momento en que él salió—. Eso fue increíblemente grosero.
¿Qué pasa contigo?
Él la desdeñó con sarcasmo.
—¿Cómo te sentirías si volvieras a casa para encontrar a una mujer aquí dentro a solas
conmigo?
—Lo hago muchas veces. Tracy. ¿Recuerdas?
Él se mofó.
—Ella es la niñera.
—Es una mujer muy atractiva.
—¿Y?
—Ese es exactamente mi punto de vista —dijo su madre en un tono disgustado—. Lamento
que hayas perdido tu empleo, pero esa no es razón para comenzar a odiar a un hombre que ha
sido un buen amigo mío desde antes de que te conociera.
—Sí, claro. Creo que es más que una amistad lo de vosotros dos.
Su madre se quedó boquiabierta.
—¿Has perdido completamente el juicio?
Abigail se cubrió las orejas con las manos.
—Por favor no peleéis más. No me gustan los gritos.
Su madre le besó la mejilla y le dio un suave abrazo arrullador.
—Lo siento, cariño. ¿Por qué no vas a jugar a tu cuarto? —Ella la bajó.
Abigail se fue corriendo por el pasillo, pero hizo una pausa cuando su padre agarró el brazo
de su madre y tiró de ella hacia sí.
—Quiero que le devuelvas ese collar —dijo con los dientes apretados.
—¿Por qué?
—Porque no quiero ver a mi mujer llevando el regalo de otro hombre. ¿Me oyes?
Su madre puso los ojos en blanco.
—Es como un hermano para mí. Nada más.
—Nada más, ¿eh? ¿Entonces dime por qué lleva una foto tuya en su reloj?
El impacto se marcó a través de la cara de su madre.
—¿Qué?
—Me oíste. La vi la última vez que él estuvo por aquí. Es una foto tuya. Ningún hombre hace
eso por su hermana. Confía en mí.
—No te creo. Él nunca, jamás ha dicho o hecho cualquier cosa que se pudiera interpretar
como si estuviera interesado en mí de cualquier modo.
—Y yo sé lo que vi.
Ella tiró del brazo fuera de su agarre.
—Estás equivocado sobre él.
—No, no lo estoy. No es natural que un hombre quiera estar cerca de la familia de otro así.
—Nunca tuviste un problema con eso antes.
—Nunca vi ese maldito reloj antes.
Abigail frunció el ceño mientras veía una sombra avanzando por la pared. Se levantó y
avanzó lentamente hacia sus padres. ¿De dónde venía eso? No había ventanas, y nada que pudiera
proyectarlo. Eso se escabulló a lo largo del pasillo lentamente. Metódicamente. Pero como una
niña, fue distraída fácilmente, especialmente debido a que sus padres estaban elevando su
discusión. Corrió a toda prisa hacia su cuarto para coger su muñeco Scooter y esconderse.
Se había hecho un nido debajo de la cama sólo para tales ocasiones. Era donde se sentía más
segura. Su madre le llamaba su agujero-escondite de princesa. Abigail lo llamaba maravilloso. Con
su manta y sus muñecas, se quedó allí y perdió la noción del tiempo hasta que oyó otra voz
familiar en medio de la pelea en curso.
La de Jess.
—No te la mereces, bastardo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —gruñó su padre, sobresaltándola en su juego—. Te dije que no
regresaras.
—Tú no me dices a mí lo qué tengo que hacer.
El tono de su madre era mucho más razonable.
—Tal vez deberías irte.
—Conque esas tenemos, ¿entonces? —gritó su padre—. ¿Después de todos estos años y todo
lo que he hecho por ti? ¿Simplemente vas a arrojarme fuera por este pedazo de mierda fortuito?
Abigail se cubrió las orejas mientras los gritos se volvían más y más alto.
Oyó el chillido de su madre.
—¡Stan! ¡Baja la pistola! —La siguiente cosa que oyó fue muebles rompiéndose. Aterrada, se
enterró más profundamente en su manta de seguridad y contuvo el aliento. No supo por qué no
estaba llorando. Pero algo le dijo que ni siquiera respirara audiblemente.
Cuatro disparos fuertes, ensordecedores se escucharon.
Con los ojos muy abiertos, se congeló de terror. Mamá… Esa sola palabra le revoloteó en la
mente mientras las lágrimas le fluían en los ojos. Ve a comprobarlo…
No podía. Sintió como si alguien o algo la sujetara y mantuviera quieta.
Entonces se oyó el sonido de los tacones de unas solitarias botas repiqueteando
misteriosamente a lo largo del pasillo hacia su cuarto. Los escalofríos se alzaron por los brazos.
No te muevas, Abby. Sonó como si su madre hablara con ella. Cualquier cosa que hagas,
permanece silenciosa y quieta. Finge que eres invisible.
La puerta se abrió con un arco lento.
Conteniendo el aliento, atisbó desde debajo de su cama para observar las botas moverse a
través del suelo.
—¿Dónde estás, pequeña mocosa? —gruñó Jess. Buscándola por el cuarto.
Va a encontrarme. Cada parte de ella fue apresada con ese miedo. No quiero morir.
—¡Abigail! —gritó mientras buscaba entre su armario—. ¿Dónde estás?
El sonido de las sirenas llenó el aire, el cual lo hizo lanzarse de un lado a otro por la
habitación mientras se esmeraba en encontrarla. Se cubrió la cabeza, aterrorizada de que volcara su
cama.
—Necesitamos irnos. ¡Ahora!
Abigail frunció el ceño ante una voz que le sonó familiar. No como una niñita, sino como
adulta.
¿De quién era?
—No puedo encontrar a la mocosa.
Las sirenas se volvían más altas y más altas.
—Me encargaré de eso—susurró la voz otra vez—. Pero necesitas irte.
—¿Por qué? Sería mejor si me encuentran aquí.
—Tengo una idea mejor.
Él dejó escapar un sonido de frustración extrema mientras las luces fluctuantes pasaban
como un relámpago a través de las ventanas.
—Grandioso —gruñó—. Confiaré en ti, pero si estás equivocado, te unirás a los otros dos en
la sala de estar.
—No te preocupes, te respaldo.
Ella observó como Sundown abandonó con furia el cuarto, sin dejar nada excepto huellas
ensangrentadas en su estela…
Abigail se despertó sobresaltada para encontrarse en la casa de Sundown.
El recuerdo de la noche en la que sus padres habían muerto permanecía fuerte en su corazón
mientras la secuencia de acontecimientos se aclaraba.
Sundown había matado a sus padres. La había estado mintiendo cuando lo negó.
¿Cómo lo sabes?
¿Hola? Estaba allí.
Todavía, había una parte diminuta de ella que lo dudaba. La mente no podía conciliar las
dos partes de Sundown que había visto. El protector feroz y el asesino letal.
Tú has matado, también.
Pero por una razón. Sus padres no habían merecido morir.
—Estás despierta.
Ella recorrió la mirada hacia la puerta donde Sundown estaba parado. Una oleada de furia se
hinchó a través de ella, pero la combatió. Lo último que quería era advertirle sobre sus intenciones.
—Sí. —Lamiéndose los labios secos, miró hasta el bolsillo delantero derecho de su pantalón,
lo cual provocó que él arqueara una ceja curiosa. Se le puso la cara roja mientras se daba cuenta de
que él pensaba que estaba clavando los ojos en su entrepierna y no en el otro bulto, mucho más
pequeño—. Nunca en tu vida, vaquero.
—Demonios. Justo cuando crecían mis esperanzas, también.
Por una vez, no dejó que su encanto se infiltrara en sus sospechas. Se enderezó en la cama.
—¿Tienes hora?
Él sacó un anticuado reloj de bolsillo y abrió la tapa para comprobarlo.
Antes de que pudiera contestar a su pregunta, estaba fuera de la cama y lo tuvo en la mano.
El aliento se le atascó mientras veía la foto que había sacado de quicio a su padre.
Era su madre.
—¿Qué estás haciendo con esto?
Su cara se puso pálida.
—No es lo que tú piensas.
Lo miró furiosa mientras agarraba firmemente el reloj, queriendo estrangularlo.
—Lo que pienso es que eres un mentiroso. —Lo sostuvo en alto para que él viera la foto—.
Ésta es mi madre.
—No es tu madre.
—Tonterías. Conozco su aspecto.
Sin embargo, movió la cabeza en una negativa.
—Mírala otra vez. Tu madre tenía cabello corto y nunca llevó puesto un vestido como ese.
Jamás.
Se volvió de nuevo hacia a ella para estudiarla.
Tenía razón. La mujer en la foto tenía el pelo recogido en un extravagante moño trenzado
como una mujer habría usado a finales de 1800. El cuello alto, la blanca blusa de encaje estaba
adornada en el cuello por un camafeo antiguo. Como su madre, los ojos de la mujer resplandecían
con calor y bondad.
Pero el hecho más sorprendente fue que sus facciones fueran inquietantemente idénticas. Los
mismos pómulos afilados y el pelo oscuro. Las cejas que se arqueaban en ángulo sobre unos ojos
amables. Pero los ojos de su madre habían sido azules. La mujer en la foto tenía los ojos oscuros.
Aun así fue como contemplar a su madre una vez más.
—Te dije que tu madre me recordaba a alguien. —Jess le cubrió la mano con la de él—.
Ahora lo sabes.
Ese contacto le envió un escalofrío hacia abajo por la columna vertebral.
—¿Quién es ella?
—Matilda Aponi. —Había un ahogo en su voz que le dijo que la mera mención del nombre
lo angustiaba.
—¿Y qué era ella para ti?
Él le cogió el reloj y lo cerró.
—¿Importa?
Obviamente la mujer había tenido bastante importancia para él.
—La amabas.
—Más que a mi vida.
Esas palabras sinceras realmente le dolieron. Nunca había visto tanto amor en los ojos de un
hombre por cualquier mujer. Era tan intenso e inesperado que una parte de ella estaba realmente
celosa por eso. Daría cualquier cosa por tener a un hombre que la amara tanto.
—¿Estamos relacionadas con ella?
Comenzó a alejarse, pero Abigail no lo dejaría. Extendió la mano y tocó su brazo mientras
una espeluznante sospecha la llenó. Por favor déjame estar equivocada.
—¿Estoy relacionada contigo?
—Oh Dios, no —dijo, los ojos ampliándose de horror—. Nunca te habría dejado besarme
como lo hiciste si lo estuvieras.
Eso era un alivio.
—Se casó con otro, ¿entonces?
Inclinó la cabeza hacia ella.
—No estaba destinado a ser entre nosotros.
Abigail no se perdió la manera en la que él acarició el reloj como si fuera una parte de
Matilda, o la angustiosa pena en sus ojos mientras hablaba de ella.
—Era demasiado buena para mí de cualquier manera. Sólo me alegro de que ella encontrara
a alguien que la hizo feliz. —Deslizó el reloj de regreso a su bolsillo, entonces cambió de tema—.
Andy tiene algo de comida para ti. Lo llamaré para que la traiga.
Abigail no intentó impedirle salir esta vez mientras asimilaba todo.
¿Sería posible que un hombre capaz de amar tanto a alguien más fuera el monstruo que
pensaba que era?
Aunque no dudaba que fuera más que capaz de matar a su padre, dudaba seriamente de que
hubiera matado a su madre. No con los sentimientos que había tenido por Matilda. No parecía
encajar bien.
¿Sería un Were? Habría bastantes que podrían haber usado su piel.
Pero quién y, más importante, ¿por qué? ¿Qué tendría que ganar alguien tendiéndole una
trampa para incriminarlo y sin entregarlo a las autoridades? ¿Y por qué matar a sus padres?
La cabeza le dolía por intentar descifrarlo.
Tengo que averiguar la verdad y hacer que pague quienquiera que los matara. Les debía tanto a sus
padres.
Se volvió hacia la cama para conseguir sus zapatos, cuándo un sonido de disgusto la hizo
detenerse.
—¿Cómo que no puedo ir? —Era una voz con la que estaba poco familiarizada que sonó
como alguien parado no demasiado lejos de su cuarto.
—Pensé que habíamos decidido esto, pequeñajo —dijo Jess severamente.
—Ah diablos no, no lo hicimos. Me dejaste ir a Alaska contigo, y era mucho más joven
entonces.
—Y había otro Escudero allí para cuidarte las espaldas. Sin mencionar, que fui lo
suficientemente estúpido como para no saber cuánto peligro había. Esta vez lo sé, y no vas.
—Te odio, bastardo decrépito.
Sundown se burló.
—Te oigo. Ahora lleva eso a Abigail y presta atención a tus modales, cachorro.
—Sí, sí, sí. —Algunos segundos más tarde, hubo un golpe a su puerta.
—Adelante. —No podría esperar para ver al Escudero de Sundown.
Andy entró con una bandeja que llevaba una Coca-Cola embotellada, agua, y un plato lleno
de pollo, patatas asadas, y judías verdes. Se detuvo para mirarla suspicazmente. Vestido con
pantalón vaquero y una camiseta roja, parecía ser aproximadamente de su edad y sumamente
guapo. Excepto por el pequeño fruncimiento de sus labios, como si le enfermara estar en su
presencia.
—Tú debes ser Andy.
—Sí, y si lastimas a Jess, lo juro, te seguiré la pista hasta el confín más lejano del infierno y
por Dios que te haré desear no haber nacido nunca. ¿Me oyes?
Bueno, eso fue más que inesperado.
—¿Saludas a todo el mundo así?
—No. Usualmente soy muy simpático. Pero tú… tú no tienes ni idea de cuánto esfuerzo
necesito para no matarte dónde estás.
Ella devolvió su burla con una propia.
—Inténtalo, rufián.
—No me tientes. —Se movió para colocar la bandeja al pie de la cama. Más cerca de él ahora,
se dio cuenta de que era casi tan alto como Sundown. Aunque sin el aura y los músculos macizos
de puedo-sacarte-la-mierda-a-patadas, no era tan aparente a primera vista. A diferencia de
Sundown, no dominaba el espacio o sus sentidos.
Andy empezó a caminar hacia la puerta.
—¿Por qué eres tan protector con él, de cualquier manera? Pensé que los Escuderos odiaban
a sus Dark-Hunters.
Se detuvo para dirigirle una mirada que preguntaba ¿eres-una-asquerosa-chiflada?
—Nuestros Dark-Hunters son nuestra familia. No hay nada que no haríamos por ellos.
Incluso morir por ellos si tuviéramos que hacerlo.
—Eso no es lo que he oído.
Frunció el ceño ante ella.
—¿De quién? ¿Los Daimons? ¿Apolitas? Si los DH son tan malos, explícame por qué algunos
de los antes mencionados se han conocido por trabajar y vivir con los Dark-Hunters mismos.
Ella puso los ojos en blanco.
—Ahora sé que me mientes. No hay forma de que un Apolita jamás trabaje para un
Dark-Hunter.
Cruzando los brazos sobre su pecho, él le dirigió una mirada burlona.
—Bebé, conozco a dos de ellos que se casaron con uno. —Sacudió con fuerza su barbilla
hacia la puerta—. Ishtar Casino, aquí en Las Vegas, tiene toda una plantilla de Apolitas que
trabajan para Sin Nana… quien hasta hace aproximadamente cuatro años atrás era un
Dark-Hunter, y cumplía con sus deberes mientras trabajaban para él. Caramba, la mitad de ellos le
ayudaron, y cuando fue atacado, ellos y hasta un Daimon pelearon por protegerle.
Abigail discutiría, pero ella conocía a Apolitas que habían trabajado allí, y sabía que Sin era
el propietario.
—¿Cómo sé que Sin fue alguna vez un Dark-Hunter?
—¿Por qué mentiría?
—Podría ser patológico.
Él puso los ojos en blanco.
—Lo que sea. No voy a discutir contigo. No me gustas lo suficiente como para molestarme.
Pero como dije, lastimas un pelo de su cabeza, y lo lamentarás. Jess es mi familia, y ha sufrido
bastante a lo largo de su vida. Y a pesar de toda la mierda que las personas le han hecho,
incluyendo a su mejor amigo disparándole por la espalda y a la cabeza en el día de su boda a los
pies de su prometida, no hay un ser humano más decente que haya nacido alguna vez. —Se dio la
vuelta y salió por la puerta antes de que tuviera la posibilidad de decir cualquier otra cosa.
Anonadada, estuvo allí mientras ese último fragmento la golpeaba como un puño.
¿Disparado por la espalda el día de su boda? Una imagen de Matilda y su madre le pasó por
la mente. Durante todo un minuto, no pudo respirar. Podía ver todo eso en la cabeza tan
claramente.
“No estaba destinado a ser”. Las palabras de Sundown le hicieron eco en los oídos. No era
extraño que hubiera estado tan triste cuándo habló de ella.
Estar con su madre, quién se parecía tanto a Matilda, debió haberlo matado.
Por eso es que la mató a ella y a tu padre. Él no podía soportarlo más.
Un episodio psicótico tendría sentido.
Andy y Jess estaban mintiendo.
Quiso creer eso. Era lo más fácil. Sin mencionar, que era la opción que no la dejaba con una
conciencia que la flagelaría por el resto de su vida.
Cualquier tiempo que eso fuera.
Frotándose los ojos con la mano, se sentó en la cama y miró la comida. Le revolvió el
estómago.
No, no la comida. Lo que había hecho. Lo único que nadie alguna vez le había contado era
cómo afrontar las vidas que había arrebatado. Aún antes de que Sundown la hubiera secuestrado,
su conciencia había estado allí, diciéndole que había tomado la vida de alguien. La cólera la
mantenía para seguir hacia adelante, pero no era suficiente para ahogar por completo sus acciones.
“Se lo merecían. Piensa a cuántos de nosotros han matado durante los siglos. ¿Crees que alguna vez
merecerán la pena un minuto de compasión por nuestra parte? No, no la tienen. Asesinan a los Apolitas.
Para ellos somos animales para ser sacrificados. ¿No es suficientemente malo que Apolo nos maldijera?
Entonces su condenada hermana tuvo que ir y crear una raza para cazarnos y matarnos tan brutalmente
como puedan. Nos clavan un puñal en los corazones, Abby. Y se paran sobre nuestros cuerpos mientras
morimos. ¿Dónde está lo justo en eso? Vivimos veintisiete años y llegamos a la pubertad completa en una
fecha en que la mayoría de los humanos están todavía en la escuela elemental, aprendiendo el ABC. Nuestras
vidas son horrorosamente cortas, y estabas allí cuando mi madre se convirtió en polvo. A los veintisiete. ¿Lo
recuerdas? ¿La oíste alguna vez aún decir siquiera una mala palabra de alguien? No. Era la bondad
encarnada. Te llevamos y lo has visto de primera mano. No lastimamos a nadie. Somos las víctimas”. La
indignación de Kurt había alimentado su búsqueda de venganza, junto a Perry y Jonah.
Incluso Hannah.
“Mata al Dark-Hunter, Abby”. Eso habían corearon con ella desde el momento en que la
madre de Kurt murió. Incluso su padre adoptivo, en su lecho de muerte, le había pedido
venganza.
“Eres nuestra única esperanza, Abs. No nos defraudes. Recuerda lo que ellos nos hicieron. Lo que
aquel animal le hizo a tus padres. No lo olvides nunca”.
Pero sus recuerdos… Había algo en todo esto que no estaba bien. Había muchas piezas que
faltaban.
Si sólo supiera la verdad.
Sabes la verdad. Tú estabas allí.
Incapaz de aclarar eso, contempló el techo, deseando que la respuesta real cayera y le diera
una bofetada lo suficientemente fuerte para hacerla escuchar.
—Tus coyotes acaban de llegar a la puerta escabulléndose de nuevo con el rabo entre las
patas. Los habría matado, pero me imaginé que querrías el honor. Proclaman que hay un lobo que
está ayudando a tus enemigos ahora. Pero no saben quién es él, o si él es uno de los nuestros o de
otro panteón. Mi suposición es que no es uno de los nuestros.
Coyote estrechó la mirada ante el enorme oso de hombre que se atrevía a entrar en su
guarida con tan importuna noticia. Y sólo había uno que sería tan atrevido. Snake era una cabeza
completa más alto, lo cual dado el hecho de que Coyote era de uno ochenta y cinco de estatura era
impresionante. Mientras su propio pelo era corto y negro, el de Snake estaba afeitado al rape y un
tatuaje intrincado de serpiente empezaba en el nacimiento de su pelo y recorría la parte superior
de su cabeza. Se enroscaba hacia abajo por su cuello y por ambos brazos musculosos en un patrón
simbólico que sólo uno de los suyos podría leer. Para la mayoría, Snake parecía un criminal. Pero
Coyote lo conocía por lo que él realmente era.
Un guerrero antiguo que como él, había estado inactivo durante demasiado tiempo. ¿Quién
hubiera pensado cuando accedieron a sus deberes hacía siglos, que quien una vez había hecho que
la misma tierra temblara por el miedo de su fuerza y su habilidad, sería relegado a un papel que
estaba a sólo un paso por encima de niñera?
—¿Me escuchaste, Coyote?
Le dedicó un sutil asentimiento.
—Se han vuelto gordos y perezosos. Incapaces de cazar. Lloro por lo que le ha sucedido a
nuestra gente. —Sobre todo, lloraba por lo que les había sucedido.
—Con Choo Co La Tah debilitado, tendremos mejor suerte después de esto.
Deseó ser tan optimista. Choo Co La Tah había desbaratado lo de sus escorpiones más
rápido de lo que había esperado. Pero había drenado al anciano. Con suerte, también su siguiente
plaga lo debilitaría lo suficiente para que lo pudieran matar.
Con Choo Co La Tah fuera del camino, no podrían detenerlos.
Casi podía sonreír ante el regalo inesperado que la humana les había dado. Había esperado
que ella matara a Renegade y a Brady. Eliminar a su otro enemigo era un bono.
Habían pasado siglos desde que estuvo tan cerca de su meta. Tan cerca, que sentía el aliento
de ella en la cara.
Pero nada era seguro. Nada debía darse por sentado.
Y él nunca, jamás infravaloró a Choo Co La Tah. A pesar de que él y Snake excedían en
número al anciano, todavía tenían el problema de que aunque Coyote era el Guardián del Este,
sólo lo había obtenido con argucias.
No tenía derecho.
El Guardián legítimo todavía vivía, a pesar de que era como un Dark-Hunter y siempre que
lo hiciera, existiría la posibilidad de que diera un paso adelante para reclamar su puesto y matar a
Coyote allá donde se encontrara.
Gustosamente renunciaría. Pero el Guardián verdadero había hecho constar que no se lo
permitiría. No al precio que Coyote exigía.
Snake contempló el cielo por encima de ellos.
—El ciclo se acerca.
Al fin. No lo dijo. No tuvo que hacerlo. Ambos habían estado esperando el Final de los
Tiempos durante demasiado tiempo.
Si Butterfly y Buffalo se unieran durante el Final de los Tiempos, él y Snake serían
destruidos. Y todos los Guardianes reemplazados por aquellos que ellos escogieran.
Pero si lo pudiera detener, podría levantarse en vísperas de la Reiniciación, y entonces
tendría la virtud de seleccionar el mismo a los nuevos Guardianes. Con ellos bajo su control,
podrían unir sus poderes y devolverle el mundo a su gente. El Pálido sería derrotado de una vez y
para siempre.
El reinado del Coyote sería absoluto. Sin disputa.
Sus enemigos serían conducidos de regreso al mar.
Y los antepasados y la tierra llorarían por el agravio que le habían hecho a él. La sangre
llovería desde los cielos, y Coyote se comería al sol y cubriría esta tierra con su venganza.
Ya podía relamerse. Pronto este mundo sería suyo, y con el alzamiento de su ejército,
sometería al mundo entero.
Y entonces la única cosa que más quería sería suya. Nadie jamás le arrebataría su posesión.
Todo lo que tenía que hacer era destruir a un Guardián más.
Tan simple…
Tan condenadamente difícil.
Pero no fallaría esta vez. Esta vez, tendría éxito y el mundo del hombre finalmente
comprendería lo que significaba el sufrimiento verdadero.
El Reinado de Coyote estaba a punto de comenzar, y el mundo nunca sería igual.
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