Zarek se congeló fuera de la puerta. Literal y figurativamente. El viento pegaba tan rudamente que le quitó la respiración y le envió un agudo temblor por todo su cuerpo.
Estaba tan frío afuera, que apenas podía moverse. La nieve caía rápida y furiosamente, y era tan densa que no podía ver a más de tres centímetros desde su propia nariz. Inclusive sus gafas se habían congelado.
Nadie cuerdo estaría fuera esta noche.
Así que era algo bueno que estuviera demente.
Apretando los dientes, se dirigió hacia el norte. Demonios, iba a ser una larga y miserable caminata a casa. Sólo esperaba poder encontrar algún tipo de refugio antes del amanecer.
En caso de que no, Artemisa y Dionisio iban a ser dos dioses felices en unas cuantas horas y el viejo Acheron tendría un dolor de cabeza menos en su vida.
—¿Zarek?
Él maldijo al escuchar la voz de Astrid sobre el aullido del viento.
No contestes.
No mires.
Pero era compulsivo. Miró hacia atrás antes de poder detenerse y allí la vio saliendo de la cabaña sin ningún abrigo encima.
—¡Zarek! —ella tropezó en la nieve y cayó.
Déjala. Ella debería haberse quedado adentro donde estaba a salvo.
Él no podía.
Sola estaba indefensa y no la dejaría afuera para morir.
Mascullando una apestosa maldición que habría hecho a un marinero encogerse, fue a su lado. La levantó rudamente y la empujó hacia la casa.
—Entra antes de que mueras de frío.
—¿Qué hay de ti?
—¿Qué hay de mí?
—No puedes quedarte aquí afuera, tampoco.
—Créeme, princesa, he dormido en peores condiciones que esta.
—Morirás aquí afuera.
—No me importa.
—Bueno, a mi sí.
Zarek habría quedado mucho menos estupefacto si ella lo hubiera abofeteado. Al menos eso se lo hubiera esperado.
Por un minuto completo no pudo moverse mientras esas palabras sonaban en sus oídos. La idea que a alguien le importara si vivía o moría era tan extraña para él que no estaba seguro de cómo responder.
—Entra —gruñó, empujándola amablemente hacia la puerta.
El lobo le gruñó.
—Cállate, Sasha –resopló ella antes de que él tuviese la posibilidad. —Un sonido más tuyo y tu te quedarás afuera.
El lobo inhaló por la nariz indignado, como si la entendiera, luego se dirigió rápidamente hacia la casa.
Zarek cerró la puerta mientras Astrid temblaba del frío. La nieve que le había caído se derritió, mojándola instantáneamente. Él estaba mojado también, no es que le importara. Estaba acostumbrado a la incomodidad física.
Ella no.
—¿Qué estabas pensando? —le gritó a ella, sentándola en el sofá.
—No te atrevas a usar ese tono de voz conmigo.
Así es que en lugar de eso le gruñó y caminó hacia el cuarto de baño donde pudo agarrar una toalla de la percha. Luego se encaminó a su dormitorio y agarró una manta.
Regresó a ella. —Estás empapada.
—Me he dado cuenta.
Astrid se sorprendió por el calor repentino e inesperado de una manta cubriéndola, especialmente dadas sus palabras furiosas, llenas de enojo que le decían que era una idiota por ir tras él.
Zarek la envolvió apretadamente, luego se arrodilló ante ella. Le sacó las zapatillas revestidas de piel y frotó los congelados dedos del pie hasta que otra vez pudo sentir algo aparte de la quemadura dolorosa del frío.
Ella nunca había experimentado un frío como éste antes y se preguntó cuántas veces Zarek debía haberlo padecido sin nadie allí para calentarle.
—Lo que hiciste, fue una cosa estúpida —dijo severamente.
—¿Entonces por que lo hiciste tu?
Él no contestó. En lugar de eso, dejó caer su pie y se movió alrededor de ella.
No sabía que iba a hacer hasta que sintió una toalla cubriéndole la cabeza. Tensándose, esperó que él fuese rudo.
No lo fue. De hecho, su toque era asombrosamente tierno mientras le secaba el pelo con la toalla.
¿Cuán extraño era esto? ¿Quién hubiera pensado que la cuidaría tan tiernamente?
Era completamente inesperado.
Quizá había más en él de lo que demostraba...
Zarek rechinó los dientes ante la suavidad de pelo húmedo mientras caía contra sus manos. Trató de mantener la toalla entre ella y su piel, pero no funcionó. Las hebras de su pelo continuamente rozaban su piel, haciéndolo arder.
¿Cómo sería besar a una mujer?
¡Cómo sería besarla a ella!
Nunca antes tuvo la inclinación. Cada vez que una mujer había hecho un intento, había movido los labios lejos de ella. Era una intimidad que no tenía deseos de experimentar con cualquiera.
Pero sentía el anhelo ahora. Sintió hambre por probar los labios húmedos y rosados de Astrid.
¿Qué eres? ¿Un demente?
Sí, lo era.
No había lugar en su vida para una mujer, ningún lugar para un amigo o un compañero. Lo había aprendido desde la hora de su nacimiento, sólo tenía un destino.
La soledad.
Aun cuando trató de tener un sitio, no surtió efecto. Él era un extraño. Eso era todo lo que sabía.
Alejó la toalla de su pelo y clavó los ojos en ella, queriendo pasar su mano a través de esas húmedas hebras y peinarlas. Su piel todavía estaba cenicienta y gris del frío. Pero ella no estaba menos preciosa. No menos atractiva.
Antes de poder detenerse, colocó su mano desnuda contra su mejilla helada y dejó que la suavidad de ella lo traspasara.
Dioses, se sentía tan bien tocarla.
Ella no se apartó de su toque o se encogió de miedo. Se sentó allí y lo dejó tocarla como un hombre.
Como un amante...
—¿Zarek? —su voz estaba llena de incertidumbre.
—Estas helada —gruñó y la dejó. Tenía que escaparse de ella y de los extraños sentimientos que removía dentro de él. No quería estar a su alrededor.
No quería ser doblegado.
Cada vez que se había permitido estar atado a otro humano, había sido traicionado.
Por todo el mundo.
Aún Jess, quien había parecido seguro porque vivía muy alejado.
Un eco del dolor apuñaló su espalda.
Aparentemente Jess no había vivido lo suficientemente lejos.
Zarek miró fuera de la ventana de la cocina donde la nieve continuaba cayendo. Tarde o temprano, Astrid se dormiría y entonces se iría.
Entonces ella no podría detenerlo.
Astrid comenzó a ir tras de Zarek, pero se detuvo. Quería ver lo que haría. Lo que pretendía.
—¿Sasha, qué esta haciendo?
Se quedó quieta y usó la vista de Sasha. Zarek desabotonaba su abrigo. Su respiración quedó atrapada ante la vista de su pecho desnudo. Cada músculo en su cuerpo ondeaba mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba detrás de la silla escalera.
El hombre era simplemente bellísimo. Sus hombros anchos, tostados y desnudos eran tentadores. Deliciosos.
Pero lo que la dejó estupefacta, fue su brazo derecho y su hombro, los cuales eran un desastre total por el ataque de Sasha.
Astrid se quedó sin aliento ante la vista de lo que había hecho su compañero. Zarek por otro lado no parecía tener un mínimo de molestia por las mordidas. Se había ocupado de sus asuntos con la mayor naturalidad.
—¿Tengo que mirar esto? —Sasha lloriqueó en su cabeza. —Me voy a quedar ciego mirando a un hombre desnudo.
—No te vas a quedar ciego y él no está desnudo —Desafortunadamente.
Astrid se quedó desconcertada por ese pensamiento inusual. Ella nunca había mirado fijamente a un hombre antes, pero se encontró embelesada por Zarek.
—Sí lo soy, y sí lo esta. Lo suficientemente desnudo como para hacerme perder mi almuerzo de cualquier manera. —Sasha comenzó a salir de la cocina.
—Sasha, quédate.
—No soy un perro, Astrid, y no me preocupo por ese tono imperativo. Me quedo contigo por mi elección, no por la tuya.
—Lo sé, Sasha. Lo siento. Por Favor, quédate por mí —. Gruñendo en un modo muy parecido al de Zarek, Sasha regresó a la cocina y se sentó para vigilarlo.
Zarek prestó poca atención a Sasha mientras se movía por la cocina buscando algo.
Ella frunció el cejo al verlo sacar una cacerola pequeña. Mientras se movía hacia la heladera, su respiración quedó cortada ante la vista de un estilizado dragón tatuado en la parte baja de su espalda. Y bien por encima de este, estaba la horrible herida en dónde alguien le había disparado.
Ella se encogió con una simpatía inesperada. Por primera vez en mucho tiempo realmente sintió lástima por alguien. Se veía cruel y dolorosa.
Zarek se movió como si apenas lo advirtiera.
Fue a la heladera y sacó la leche y una barra grande de Hershey[1] que ella había comprado por un impulso. Vertió la leche en la cacerola y luego le añadió pedazos de chocolate.
Qué raro. Casi le había arrancado la cabeza e intimidado, luego la había atendido, y ahora le hacía chocolate caliente.
— No es para ti —le dijo Sasha.
—Silencio, Sasha.
—No lo es. ¿Quieres apostar a que trata de envenenarme con el chocolate?
—Entonces, no lo tomes.
Zarek se dio la vuelta y le dirigió una burla siniestra a Sasha. —Aquí, Lassie, ¿quieres salir a buscar a Timmy en el pozo? Vamos, chica, incluso te abriré la puerta y te lanzaré una galleta.
—Vamos psicópata—Hunter, ¿quieres descubrir mis dientes en tus... ?
—¡Sasha!
—No lo puedo evitar. Él me molesta. Bastante.
Zarek miró el agua y los platos con comida que Astrid había colocado en una bandeja pequeña, que estaba aproximadamente a diez centímetros del piso, para Sasha.
Sasha descubrió sus dientes. —No mi comida, hombre. La contaminas y te morderé hasta sacar toda la mierda de ti.
—Sasha, por favor.
Zarek se acercó a los recipientes de acero inoxidable.
—Te lo dije, Astrid, el bastardo va a envenenarme. Va a escupir en mi agua o va a hacer algo peor.
Zarek hizo la cosa más inesperada de todas. Se inclinó, recogió el recipiente casi vació de agua, lo lavó en el fregadero y lo rellenó con agua, luego cuidadosamente lo devolvió a la bandeja.
Astrid no estaba segura cuál de los dos estaba más impresionado por sus acciones. Ella o Sasha.
Sasha se dirigió a su recipiente y lo olfateó suspicazmente.
Zarek regresó al fregadero para lavarse las manos. Una vez que la leche con chocolate estuvo caliente, la vertió en un jarro y se lo llevó a ella.
—Aquí –le dijo él, su voz sonando con su usual nota ruda, hostil. Tomó su mano y la llevó hacia la taza.
—¿Qué es? –le preguntó.
—Arsénico y vómito.
Ella retorció su cara con repugnancia ante el pensamiento. —¿En serio? Y lograste hacerlo muy silenciosamente. ¿Quién lo diría? Gracias. Nunca he tomado vómito antes. Estoy seguro que es extra especial.
Bien, eso pasaba por pensar que Zarek tenía un lado más amable, más suave.
—Bébelo o no —gruñó. —No me importa.
Lo escuchó dejar el cuarto otra vez.
Astrid sostuvo la taza. Si bien ella lo había visto hacerlo a través de los ojos de Sasha y sabía que no había hecho nada para contaminarlo, estaba todavía renuente a saborearlo después de su comentario antipático.
—Te está mirando –le dijo Sasha.
Levantó la cabeza muy lentamente. —¿De que forma?
—Como si te estuviera desafiando a saborearlo.
Astrid contuvo su respiración, debatiendo qué hacer. ¿Era una prueba de él? ¿Se estaba preguntando si ella confiaba en él?
Aspirando profundamente, bebió el chocolate, el cual estaba a temperatura perfecta y muy sabroso.
Zarek estaba asombrado de su valentía. Entonces, ella no había creído en su fanfarronada y había confiado en él. Él nunca hubiera bebido algo que le diera un desconocido y lo sorprendía que ella lo hubiera hecho.
Sintió un gran respeto por ella. La mujer tenía un montón de agallas, le concedería eso.
Pero al final del día, las agallas no contaban para mucho, y todo lo que lograrían hacer sería que fuera asesinada por Thanatos si los encontraba antes de que él tuviese la posibilidad de salir.
Su mirada se puso ruda al recordar al demonio o Daimon o lo que fuere que había sido enviado para matarlo.
Todo este tiempo, los Cazadores Oscuros habían asumido que Acheron era el perro de caza que Artemisa solía usar para rastrear y matar Cazadores Oscuros deshonestos.
Todos los hombres que sabían la verdad ahora estaban vagando por la tierra como Shades[2]. Entidades sin espíritu, incorpóreas que podían sentir hambre y sed y nunca tendrían permiso para saciarlo.
Podían sentir y percibir el mundo, pero nadie podría sentirlos o percibirlos.
Él entendía esa existencia. Por que los veintiséis años que había vivido como un humano mortal, había sido uno de ellos.
Sólo entonces, un mundo que no sabía que él existía había sido preferible. Porque cuando las personas se habían percatado que estaba por ahí, habían hecho un esfuerzo extraordinario para aumentar su dolor.
Habían hecho un esfuerzo extraordinario para lastimarlo y humillarlo.
La furia lo inundó mientras su mirada se agudizaba otra vez. Miró alrededor de la cabaña inmaculada donde cada detalle mostraba la riqueza de Astrid. En su existencia humana una mujer como ella habría escupido en su cara por ningún otra razón más que el hecho de que se hubiese atrevido a cruzarse en su camino. Habría estado tan por debajo de ella que habría sido golpeado aún por atreverse a levantar su mirada a su cara.
Mirarla a los ojos habría sido su muerte.
—¿Está este esclavo molestándola, señora?
Se sobresaltó ante el recuerdo que corría por su mente.
A la edad de doce había sido lo suficientemente tonto como para escuchar a sus hermanos al señalarle a una mujer que estaba en el mercado.
—Ella es tu madre, esclavo. ¿No lo sabías? El tío la liberó al año pasado. ¿Por qué no vas con ella, Zarek? Tal vez se apiade de ti y te libere, también.
Demasiado joven y demasiado estúpido, había clavado los ojos en la mujer que le habían señalado. Ella tenía pelo negro como el suyo y perfectos ojos azules. Nunca antes había visto a su madre. Nunca había sabido que ella era tan bella.
Pero en su corazón, siempre había sido más bella que Venus. La había visualizado como una esclava como él que no tenía más alternativa que hacer lo que su amo dijera. Había creado un sueño de cómo había sido apartado de sus brazos después del nacimiento. Cómo había llorado para que se lo devolvieran.
Cómo había sufrido cada día por su hijo perdido.
Entretanto, él había sido dado a su padre despiadado, que vengativamente lo había mantenido lejos de sus brazos compasivos.
Zarek estaba seguro que lo amaría. Todas las madres amaban a sus niños. Era por eso por lo que las otras esclavas no se ocupaban de él. Estaban guardando todas sus raciones y afectos para ellos.
Pero esta mujer... era la suya.
Y ella lo amaría.
Zarek había corrido hacia ella y la había abrazado, diciéndole quién era y cuánto la amaba.
Pero no había habido ninguna bienvenida cálida. Ningún afecto maternal.
Lo había mirado con un abierto disgusto y horror. Sus labios se habían torcido cruelmente mientras le siseaba a él. —Le pagué a esa puta bastante dinero para verte muerto.
Sus hermanos se habían reído de él.
Zarek había estado demasiado apabullado por su rechazo para moverse o respirar. Había estado desolado al enterarse que su madre había sobornado a otro esclavo para matarlo.
Cuando un soldado se acercó a ellos para preguntarle si estaba siendo molestada, entonces ella había dijo fríamente. —Este esclavo sin valor me tocó. Quiero que lo golpeen por eso.
Incluso después de dos mil años esas palabras resonaban a través de él. Al igual que la apariencia despiadada de su cara mientras cambiaba de dirección y lo dejaba con los soldados, que alegremente habían llevado a cabo su orden.
—No vales nada, esclavo. No eres bueno para nada. Ni siquiera vales las migajas que te mantienen vivo. Si tenemos suerte tal vez mueras, y nos ahorres las raciones del invierno para un esclavo que tenga más valor.
Zarek gruñó como si sus recuerdos lo sujetasen. Incapaz de enfrentar el dolor que causaban, sus poderes explotaron. Cada bombilla en la sala se hizo añicos, el fuego crepitó en la chimenea, esquivando por poco a Sasha, que había estado echado allí. Los cuadros se cayeron de las paredes.
Todo lo que quería era que el dolor se detuviera...
Astrid gritó ante los sonidos extraños que asaltaban a sus oídos. —¿Sasha, qué está ocurriendo?
—El bastardo trató de matarme.
—¿Cómo?
—Disparó una bola de fuego de la chimenea a mis cuartos traseros. Hombre, mi pelaje esta chamuscado. Está teniendo un ataque de algún tipo y usando sus poderes.
—¿Zarek?
La cabaña entera tembló con tal ferocidad que ella medio esperaba que esta estallara.
—¡Zarek!
El silencio era total.
Todo lo que Astrid podía oír era el latido de su corazón.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó a Sasha.
—No sé. El fuego se apagó y no puedo ver nada. Esta completamente oscuro. Él hizo añicos las luces.
—¿Zarek? —intentó otra vez.
Otra vez nadie contestó. Su pánico se triplicó. Podía matarla y ni ella ni Sasha lo verían venir.
Podía hacerle cualquier cosa.
—¿Por qué me salvaste?
Saltó ante el sonido de su voz justo al lado de su oreja mientras se sentaba en el sofá. Estaba tan cerca de ella que podía sentir su respiración caliente en su piel.
—Estabas herido.
—¿Cómo supiste que estaba herido?
—No lo supe hasta después de que te traje adentro. Yo... pensé que estabas borracho.
—Sólo un tonto redomado metería a un hombre extraño en su casa cuando es ciego y vive solo. No me trates como a un idiota.
Ella tragó. Era bastante más listo de lo que ella había creído.
Y bastante más espeluznante.
—¿Por qué estoy aquí? —demandó.
—Te lo dije.
Él apartó de un empujón el sofá con tanta fuerza que patinó hacia adelante varios centímetros. Luego estaba delante de ella, inmovilizándola contra los cojines. Haciéndola temblar por su presencia feroz. —¿Cómo me metiste?
—Te arrastré.
—¿Sola?
—Por supuesto.
—No pareces lo suficientemente fuerte.
Ella boqueó con miedo. ¿Qué iba a hacerle? ¿Qué intentaba hacerle?
—Soy más fuerte de lo que parezco.
—Pruébalo —agarró sus muñecas.
Ella forcejeó con él para varios segundos. —Déjame ir.
—¿Por qué? ¿Te soy repulsivo?
Sasha gruñó. Ruidosamente.
Ella se congeló y miró encolerizadamente hacia donde esperaba que su cara estuviese.
—Zarek –dijo ella dijo. —Me estas lastimando. Déjame ir.
Para su sorpresa, lo hizo. Se movió hacia atrás muy ligeramente pero su presencia enojada era todavía tangible. Opresiva. Aterradora.
—Has algo inteligente, princesa —gruñó él en su oreja. —Quédate lejos de mí.
Lo oyó alejarse.
—Él es culpable –lanzó Sasha. —Astrid. Júzgale.
No podía. Todavía no. Aún cuando Zarek la había asustado. Aún cuando en este momento se veía desequilibrado y aterrador.
Él realmente no la había lastimado. Sólo la había asustado, y eso no era algo por lo que alguien debía morir.
Después de esto, ella podía entender perfectamente cómo pudo haber explotado y matado a todas las personas en el pueblo que le había sido confiado para defender.
¿Explotaría así con ella?
Ya que ella era inmortal, no la podía matar, pero sí la podía lastimar.
Un juez menor podría haber seguido adelante y dar el veredicto basado solamente en las acciones de esta noche. Ella estaba tentada, pero no lo haría. Todavía no.
—¿Estás bien? —preguntó Sasha después de que ella se rehusase a responder su demanda de un veredicto.
—Sí.
Pero ella mentía y tenía el presentimiento que Sasha lo sabía. Zarek la había aterrorizado de una forma que nadie antes había hecho.
Por demasiados siglos, había juzgado a incontables mujeres y hombres. Asesinos, traidores, blasfemadores. Tu nómbralos.
Pero ninguno de ellos la había asustado alguna vez. Ninguno de ellos alguna vez la había hecho querer salir corriendo hacia la protección de sus hermanas.
Zarek lo hacía.
Había algo acerca de él que realmente no estaba sano. Ella era capaz de tratar con personas que trataban de esconder su locura. Hombres que podían jugar a ser héroes galantes mientras por dentro eran fríos y crueles.
Zarek había explotado y aun así no la había lastimado.
Al menos todavía no.
Pero sus métodos intimidantes iban a tener que irse.
Recordó las palabras de Acheron para ella: “Es sólo con el corazón que uno puede ver correctamente...”
¿Qué había dentro del corazón de Zarek?
Exhalando largamente, Astrid extendió sus sentidos y trató de localizar a Zarek.
Como antes, no lo pudo localizarlo para nada. Era como si él estuviera tan acostumbrado a mantenerse oculto que no se registraba en el radar de nadie. Ni aun en el suyo intensificado.
—¿Dónde está? —preguntó a Sasha.
—En su cuarto, pienso.
—¿Dónde estas?
Sasha vino y se sentó a sus pies. —Artemisa tiene razón. Por el bien de la humanidad, él debe ser eliminado. Hay algo seriamente mal con este hombre.
Astrid frotó sus orejas mientras consideraba eso. —No sé. Acheron negoció con Artemisa a fin de que yo pudiera juzgar a Zarek. Él no habría hecho eso sin una razón. Sólo un tonto hace trueques con Artemisa por nada. Y Acheron está muy lejos de ser un tonto. Debe haber algo bueno en Zarek o si no...
—Acheron siempre se sacrifica por sus hombres. Es lo que él hace —se mofó Sasha.
—Tal vez...
Pero ella lo conocía mejor. Acheron siempre haría lo que fuese mejor para todos los involucrados. Él nunca antes había interferido a la hora de juzgar o ejecutar un Cazador Oscuro rebelde, y aún así, le había pedido personalmente que juzgara a éste
Él no había permitido que asesinaran a Zarek novecientos años atrás por destruir su pueblo y a los inocentes humanos.
Si Zarek verdaderamente planteaba un peligro, entonces Acheron nunca hubiera negociado con ellos por una audiencia o para permitirle al Cazador Oscuro vivir. Allí tenía que haber algo más.
Ella tenía que creer en Acheron.
Tenía que hacerlo.
Zarek se sentó solo en su cuarto, observando a la nieve caer afuera, a través de las cortinas abiertas. Estaba sentado en la silla mecedora, pero la mantenía inmóvil. Después de su "sobrecarga", había ido a través de la casa reemplazando bombillas y recogiendo los cuadros quebrados. Ahora todo estaba misteriosamente quieto.
Tenía que salir de allí antes que explotara otra vez. ¿Por qué la tormenta no se detenía?
La luz del vestíbulo se prendió, cegándolo por un momento.
Él miró ceñudamente. ¿Por qué Astrid prendía luces cuando era ciega?
La escuchó pisar suavemente por el vestíbulo hacia la sala. Parte de él quería unírsele, hablar con ella. Pero él nunca había sido dado a la conversación insustancial.
No sabía como conversar. Nunca nadie había estado interesado en cualquier cosa que él tuviera para decir.
Así es que lo mantenía para sí mismo y eso estaba bien para él.
—¿Sasha?
El sonido de su melódica voz lo traspasó como un vaso haciéndose añicos.
—Siéntate aquí mientras hago otro fuego.
Casi se levantó para ayudarla, pero se forzó a permanecer en su silla. Sus días como criado para los ricos habían terminado. Si ella quería un fuego, entonces ella era tan capaz para hacer uno como lo era él.
Por supuesto que él podía ver para atizar el fuego y sus manos eran ásperas por el arduo trabajo.
Las de ella eran suaves. Delicadas.
Manos frágiles que podían apaciguar...
Antes de darse cuenta, se dirigía hacia la sala.
Encontró a Astrid arrodillada frente al hogar, tratando de empujar nuevos leños sobre la parrilla de hierro. Estaba luchando contra eso y haciendo lo mejor para no quemarse durante el proceso.
Sin decir una palabra, la hizo para atrás.
Ella se quedó sin aliento, alarmada.
—Muévete de mi camino –gruñó él.
—No estaba en tu camino. Tú te metiste en el mío.
Cuando se rehusó a moverse, la alzó y la dejó caer en el sillón verde oscuro.
—¿Qué estas haciendo? —preguntó con expresión sobresaltada.
—Nada —. Regresó al hogar y prendió el fuego. —No puedo creer que con todo el dinero que tienes, no tengas a nadie aquí para ayudarte.
—No necesito a nadie que me ayude.
Él hizo una pausa ante sus palabras. —¿No? ¿Cómo haces para estar por tu cuenta?
—Simplemente lo hago. No puedo soportar a alguien tratándome como si estuviera inválida. Resulta que soy tan capaz como cualquier otro.
—Muy bien por ti, princesa —. Pero él sintió otra oleada de respeto por ella. En el mundo en que había crecido, las mujeres como ella nunca hacían nada por ellas mismas. Habían comprado a personas como él para servir a todos sus antojos.
—¿Por qué me llamas princesa todo el tiempo?
—¿Es lo que eres, no? El querido brillante de tus padres.
Ella frunció el ceño. —¿Cómo sabes eso?
—Lo puedo oler en ti. Eres una de esas personas que nunca han tenido un momento de preocupación en su vida. Todo lo que alguna vez has querido, lo has tenido.
—No todo.
—¿No? ¿Qué es lo que te ha faltado alguna vez?
—Mi vista.
Zarek se quedó callado mientras sus palabras sonaban en sus oídos. —Sí, ser ciego apesta.
—¿Cómo lo sabes?
—Estando ahí, habiéndolo sido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario