viernes, 27 de enero de 2012

DWD cap 14

Thanatos estaba acostado en una caliente, confortable cama en la casa del guerrero Spathi. El Spathi, al igual que los miembros de la familia del Spathi (todos Daimons y Apolitas), estaban dormidos en sus dormitorios, en espera de la puesta del sol cuando sería seguro salir.
Después de haber perdido el rastro de Zarek anoche, Thanatos había buscado hasta que el excesivo cansancio lo alcanzó.
Los Daimons lo habían traído de vuelta aquí para descansar, y aunque él todavía estaba cansado, no podía seguir durmiendo. No mientras sus pesadillas lo atormentaran.
Él podía sentir la llamada de los Oráculos tratando de convocarlo a regresar a su jaula en Tartarus.
Él se rehusaba a hacerlo.
Por novecientos años él había estado esperando esto. Esperando su venganza.
El día que Artemisa lo había creado, ella le había prometido que él podría matar a Zarek de Moesia. Entonces por alguna razón, ella había cambiado su acuerdo.
Nada había salido de la forma que ella había dicho.
En lugar de vivir en riqueza y comodidad, él había estado recluido en una celda, había sido olvidado y dejado solo.
—Nadie, nunca, puede saber que estás vivo —le había dicho ella. —Al menos no hasta que te necesite.
Y así es que él había esperado. Año tras año, siglo tras siglo, gritando a la diosa para que lo dejara salir o lo matase.
Ella nunca había contestado.
Y él se había dado cuenta que había algo peor que la corta vida que aterrorizaba a sus parientes Apolitas.
La inmortalidad en un hueco oscuro era, por lejos, peor.
Él no regresaría. Nadie lo enjaularía otra vez. Él tiraría abajo todo el Olimpo primero.
Artemisa había estado tan asustada de que sus Cazadores Oscuros se volvieran locos que ella no había pensado más allá. No había nadie que lo pudiera detener.
Algo titiló a través de su mente. Un fragmento de un recuerdo.
Se veía a sí mismo como un… Apolita... veía...
La imagen se convirtió en Zarek matando a su esposa.
Thanatos rugió de cólera.
No, aniquilar a Zarek era demasiado fácil.
Él quería que el hombre sufriera de la misma forma que él.
Sufrir.
Dolor...
Por primera vez en novecientos años, él sonrió. Sí. Zarek había protegido a una mujer anoche. Él la había acunado contra él en la maquina de nieve.
Su mujer.
Thanatos se paró y se pasó el abrigo por los brazos. Si bien él estaba exhausto, no trataría de dormir más. Se vistió rápida, silenciosamente.
Él encontraría al Dark Hunter. Encontraría a su mujer.
Ella moriría, pero Zarek… él viviría. Igual que Thanatos tuvo que hacerlo. En dolor eterno, sufriendo por su amor perdido.
Zarek se detuvo al recorrer con la mirada a Astrid, quien se había quedado dormida mientras habían estado hablando.
Hablando.
Él nunca se imaginó realmente hacer eso con alguien. Pero por otra parte, él había hecho un montón de cosas con ella que nunca se le había ocurrido experimentar.
Inclusive dormida ella se veía cansada. Sus dulces ojos tenían círculos debajo de ellos.
Él colocó un beso en sus labios, y se movió para no molestarla.
El demonio yacía en el piso donde ella había estado sentada. Ella también estaba dormida profundamente. Un brazo estaba doblado bajo su cabeza mientras que la otra mano descansaba bajo su barbilla. Ella le recordaba a una niña pequeña. No era extraño que a Ash le gustara.
Él volvió a mirar a Astrid. Su fuerza.
Su debilidad.
Simi era la de Ash.
Y él era responsable de las dos.
Sintiendo el peso completo de esa carga, Zarek agarró una manta adicional y cubrió al demonio.
Ella sonrió en su sueño y dijo muy suavemente —Gracias, akri.
Zarek miró anhelosamente su abrigo, el cual estaba todavía debajo de Astrid.
Él llevó otra manta y la cubrió, también. Metiendo la mano en el bolsillo, sacó los pequeños artículos que él había tomado cuando se había aventurado en su cabaña unos pocos minutos antes, para obtener comida para Simi.
Los colocó al lado de Astrid y colocó su mano encima de ellos a fin de que ella "pudiera ver" lo que eran cuando se despertara.
Dejo su mano unos minutos sobre la cara de ella.
—Te extrañaré –susurró él, seguro de que incluso después de que él se convirtiese en una Shade ella lo atormentaría.
Después de todo, él la necesitaba más a ella que lo que necesitaba comida o aire.
Ella era su vida.
Inspirando profundamente, pasó sus dedos por el pelo de Astrid, dejando que lo calentara. Él la imaginó fogosa y suave entre sus brazos. La forma que ella se veía cuándo se corría por él.
La forma que su voz sonaba cuando ella decía su nombre.
Sí, él definitivamente la extrañaría.
Era por lo que él definitivamente la tenía que mantener segura.
Forzándose a alejarse de la comodidad que ella le ofrecía, dejó a las dos mujeres.
Él fue hacia el final del túnel que daba al bosque.
Armado con la mayor cantidad de municiones que podía llevar, abrió la puerta trampa, tembló cuando el aire frío se cayó sobre él, y se alejó para encontrar a Thanatos.
 Astrid se despertó sobresaltada cuando un sonido extraño invadió su sueño.
—Me gusta este Zarek. ¡Es una persona de calidad!
Ella parpadeó al reconocer la voz de Simi. Astrid comenzó a moverse hasta que sintió algo debajo de su mano.
Algunas de las figuras de Zarek estaban ahí, y al pasar la yema de los dedos, se dio cuenta lo que eran.
Cada una era un personaje de El Principito. Había seis de ellos en total: el Principito mismo, la oveja, el elefante, la rosa, el zorro, y la serpiente.
Eran piezas exquisitas que habían recibido inclusive más atención que las otras que ella “había visto".
—Él incluso me dio un abrelatas así no tengo que usar mis colmillos. Me gusta eso. El metal es duro en los dientes —. Simi se relamió los labios. —Hay helado de cerdo y frijoles. ¡De rechupete! Mi favorito.
—¿Simi? –dijo Astrid, poniéndose derecha —¿dónde esta Zarek?
—No lo sé. Me desperté hace unos pocos minutos y encontré esta sabrosa comida que él dejó para mí.
—¿Zarek? —llamó Astrid.
Él no contestó.
Por supuesto, eso era típico de él.
—¿Simi, está él en la cabaña?
—No sé.
—¿Podrías fijarte?
—¡Zarek! —gritó Simi.
—Simi, yo pude haber hecho eso.
El demonio dio un pesado suspiro irritado. —De acuerdo, pero no dejes derretirse mis frijoles —. Ella hizo una pausa, luego agregó, —Akri dijo que te protegiera, Astrid, no que me mandaras a hacer cosas. Zarek es un Cazador Oscuro grande y él puede pasear por solo.
Astrid sintió al demonio desvanecerse.
Después de algunos minutos ella regresó. —Nop, él no esta allí tampoco.
El corazón de Astrid martillaba.
Tal vez él sólo había ido por más comida.
—¿Dejó una nota, Simi?
—Nop.
Zarek abrió de una patada la puerta de la primera casa Apolita que él alcanzó. La pequeña comunidad Apolita había estado aquí por varias décadas en las afueras de Fairbanks, pero él la había dejado sola.
El código de los Dark—Hunter prohibía a cualquier Hunter dañar a un Apolita hasta que se convirtiera en Daimon y se alimentara de los humanos. Siempre que se mantuvieran aparte, no dañaran a los humanos y vivieran sus vidas hasta que murieran a los veintisiete, tenían la misma protección que cualquier ser humano.
Era por lo que, al menos según Simi, Zarek había sido desterrado. Para Artemisa y los dioses, matar a un Apolita era un delito tan serio como matar a un humano.
Pero en este momento, Zarek gustosamente rompería esa ley y cualquier otra para preservar la seguridad de Astrid.
Tan pronto como la puerta se estrelló, las ocupantes femeninas de la casa gritaron y corrieron a esconderse mientras que los hombres se le abalanzaron.
Zarek usó su telequinesia para sujetarlos contra las paredes.
—Ni siquiera lo intenten —él les gruñó. —No estoy de humor para tratar con ustedes. Estoy aquí por Thanatos.
—Él no esta aquí –dijo uno de los hombres.
—Me lo figuraba. Pero por otra parte, me imagino que le puedes dirigir la palabra. ¿Puedes?
—No.
—Él va a matarnos —la voz de un niño gritó desde la parte trasera de la casa.
El miedo en el tono del niño lo calmó, pero sólo un poco.
Zarek soltó a los Apolitas que había inmovilizado. —Dile a Thanatos que si él me quiere, lo estaré esperando en las afueras del pueblo en Bear’s Hollow. Si él no está allí dentro de una hora, entonces vuelvo aquí y terminaré con todos los Daimons que pueda sentir.
Él se volvió y salió por la puerta.
Zarek hizo una pausa a una corta distancia de ellos.
Echaron el cerrojo detrás de él y murmuraron entre ellos hasta que decidieron quién debería ir a avisar a Thanatos.
Satisfecho por que darían su mensaje, Zarek sonrió burlonamente y fue hacia su maquina de nieve.
Montándose, condujo hacia el lugar de reunión y se sentó a esperar.
Sacó el teléfono celular de Spawn y llamó a Jess.
El cowboy contestó en el tercer llamado. —¿Oye, esquimal, eres tu?
—Sí, soy yo. Oye, dejé a Astrid en mi cabaña.
—¿Hiciste qué? Estas...
—Sí, estoy loco, pero están seguras donde están. Quiero que esperes aproximadamente tres horas y luego ve a buscarla. Eso me debería dar bastante tiempo.
—¿Bastante tiempo para qué?
—No te preocupes por eso. Entra en mi cabaña y dile a Astrid quien eres. Ella saldrá del escondite con otra mujer. Sé amable con la pequeña, ella pertenece a Ash.
—¿Qué pequeña?
—Ya verás.
—¿En tres horas? —repitió Jess.
—Sí.
Jess hizo una pausa por breves segundos. —¿Qué hay de ti, Esquimal?
—¿Qué pasa conmigo?
—¿No estás haciendo algo estúpido, no?
—No. Estoy haciendo algo inteligente —. Zarek colgó el teléfono.
Lanzó el teléfono en su mochila y sacó sus cigarrillos y su encendedor. Encendió un cigarrillo mientras esperaba y se sentó en el frígido frío, añorando su abrigo.
Pero al pensar en el abrigo, sus pensamientos se dirigieron a Astrid y él se calentó considerablemente.
Cómo deseaba haber podido hacerle el amor una vez más.
Sentir su piel en la de él. Su respiración en su cara. Sus manos recorriendo su cuerpo.
Él nunca había conocido algo o alguien como ella, pero claro, ella era una ninfa después de todo. Totalmente diferente a cualquier otro en todo el universo.
Él todavía no podía creer en la forma que se sentía acerca de ella.
Cómo había sido capaz para serenar el dolor en él que había creído que nunca cesaría.
Extraño era cómo alejó sus pensamientos del pasado. De todo.
No era extraño que Talon hubiese estado dispuesto a morir por Sunshine.
Ahora eso tenía completo sentido para él.
Pero Zarek no quería morir por Astrid. Quería vivir por ella. Él quería pasar el resto de su inmortalidad a su lado.
Él no podía.
Contemplando las montañas a su alrededor, pensó en el Olimpo. El hogar de Astrid.
Los mortales no podían vivir allí y los dioses no vivían en la tierra.
No había esperanzas para ellos.
Y él era lo suficientemente pragmático para saberlo. No tenía ningún lado soñador para creer por un minuto que algo pudiera unirlos. Cualquier optimismo que alguna vez él hubiera sentido le había sido sacado a patadas antes de que tuviera edad suficiente para afeitarse.
Aún así, no podía detener la parte de él que estaba sufriendo por la pérdida. La parte de él que gritaba desde lo profundo de su alma por que Astrid se quedara con él.
—Maldición, Destinos. Malditas todas ustedes.
Pero claro, ellas lo estaban. Desde hacía mucho, mucho tiempo.
Él oyó el motor de una maquina de nieve acercándose.
Zarek no se movió hasta que se acercó y se detuvo. Él estaba lateralmente sentado sobre su asiento con sus piernas estiradas frente a él, sus tobillos cruzados. Sus brazos cruzados sobre su pecho, esperó pacientemente a que el conductor desmontase.
Thanatos se quitó el casco y lo miró como si no pudiera creer en lo que veía. —Realmente estás aquí.
Zarek inclinó su cabeza y le ofreció a la criatura una sonrisa afectada, fría, siniestra. —El pelo del perro[1], niño. Tarde o temprano, todos bailamos con el diablo. Esta noche, es tu turno.
Thanatos entrecerró sus  ojos. —Eres un bastardo arrogante.
Zarek dejó caer su cigarrillo al suelo y lo aplastó con el talón de la bota. Se rió amargamente mientras se apartaba de su maquina de nieve.
—No, no un bastardo arrogante. No soy nada más que un pedazo de mierda que tocó una estrella —. Él jaló ambas Glocks fuera de las pistoleras en sus hombros. —Ahora soy el hijo de puta que va a sacarte de tu sufrimiento.
Zarek comenzó a disparar.
Él no esperaba que funcionara y estuvo en lo correcto.
Sirvió nada más para que Thanatos se moviera torpemente hacia atrás. E hizo que Zarek se sintiera un poco mejor.
Él tiró los cargadores en la nieve, volvió a recargar y disparó otra vez.
Thanatos se rió. —No me puedes matar con una pistola.
—Lo sé, pero es divertido como el infierno tan solo dispararte —. Y con algo de suerte, podría debilitar lo suficientemente a Thanatos hasta el punto donde Zarek pudiera tener alguna oportunidad de matarlo.
Era todo lo que él tenía.
Cuando hubo gastado su última ronda, lanzó sus armas contra Thanatos y seguidas por dos granadas.
Nada de eso funcionó.
Apenas hizo que Thanatos hiciera una pausa.
Gruñendo, Zarek se le abalanzó.
Se cayeron al suelo peleando. Zarek pateó y golpeó con todo lo que tenía.
Thanatos estaba sangrando mucho, pero también él.
—No me puedes matar, Dark Hunter.
—Si sangras, puedes morir.
Thanatos negó con la cabeza. —Eso es sólo un mito que los humanos se dicen para sentirse mejor.
Zarek lo pateó en respuesta y desenfundó su espada retráctil. Presionó el botón en la empuñadura, extendiéndola a su largo total de un metro y medio. –Los Cazadores Oscuros son un mito también, pero si cortas nuestras cabezas, morimos. ¿Qué hay acerca de ti? ¿Puedo cortar tu cabeza?
Él vio el pánico oscilar en los ojos del Daimon.
—No creía que sí —Zarek arqueó el aspa hacia arriba.
Thanatos se agachó rápidamente y giró en espiral, alejándose de él. Sacó una gran daga ornamental de su cinturón.
Las habilidades con la espada de Zarek estaban un poco olvidadas, pero mientras pelearon, su memoria regresó a él.
Oh, bravo, él recordaba bien cómo ensartar cosas.
Él cortó a Thanatos en el pecho. El Daimon siseó y trastabilló hacia atrás.
—Te ves asustado, Thanatos.
Él curvó sus labios. —No temo a ninguna cosa, mucho menos a ti.
Thanatos lo atacó antes de que pudiera dar marcha atrás. Atrapó el brazo de la espada de Zarek y lo retorció. Zarek siseó mientras el dolor lo atravesaba.
Pero eso no fue nada comparado con la puñalada que Thanatos le dio a su brazo izquierdo.
Él maldijo.
Con su brazo entumecido, Zarek no podía agarrar la espada.
Thanatos lo tiró al piso.
Él puso su rodilla en la columna vertebral de Zarek y jaló de su pelo hasta que su cuello estuvo al descubierto.
Zarek trató de derribarlo, pero no hubo ninguna cosa que él pudiera hacer excepto esperar que Thanatos cortara su cabeza completamente.
La hoja de la daga cortó su cuello.
Zarek aguantó la respiración, asustado de moverse por miedo a ayudar a la hoja a cortar su garganta.
En el momento que la hoja hacía un corte en su cuello, una carga explosiva de luz llameó a través de la nieve, golpeando a Thanatos y tirándolo de espalda.
Zarek cayó boca abajo en la nieve.
—No, no, no –dijo Simi mientras aparecía en forma humana al lado de Zarek. —Akri dijo que no puedes matar a Zarek. Thanatos malo.
Con su cuerpo doliendo más allá de lo posible, Zarek rodó sobre su espalda mientras Thanatos se ponía de pie.
—¿Que diablos eres tú? —preguntó Thanatos.
—Nunca lo imaginarías –dijo ella, arrodillándose al lado de Zarek. Tocó el corte en su frente y miró su cuello y brazo sangrante. —Oh, no, estas mal herido, Dark Hunter. Simi esta muy apenada. Pensamos que regresarías pero entonces Astrid se preocupó y me hizo venir a buscarte. No luces muy bien, sin embargo. Eras mucho más atractivo más temprano.
Thanatos se precipitó hacia ellos.
Zarek se forzó a levantarse y la ayudó a ella a parase. —Simi, vete antes de que te lastime.
Ella bufó como un caballo. —Él no me puede lastimar. Nadie puede.
Thanatos atacó con la daga.
—Ves, mira —. Simi dio la vuelta y dejó a Thanatos apuñalarla en el pecho.
Él hundió la daga hasta el cuello, luego la sacudió con fuerza para liberarla.
Los ojos del demonio se abrieron mientras se quedaba sin aliento por el dolor.
Al principio Zarek pensó que ella estaba jugando hasta que se tambaleó hacia atrás. Las lágrimas estaban en sus ojos mientras ella miraba a Zarek angustiada, con incredulidad.
—No se supone que duela —ella lloró como una niña pequeña. —Soy invencible. Akri lo dijo.
Su corazón golpeaba.
La sangre goteaba de sus labios.
Zarek pateó a Thanatos hacia atrás y recogió a Simi en sus brazos. Si bien su brazo herido tembló por la agonía de eso, él corrió con Simi hacia su maquina de nieve.
Thanatos dio un paso hacia atrás, esperando.
Él los miró partir y sonrió. —Eso es, Zarek. Corre hacia tu mujer. Muéstrame donde la tienes escondida.
Artemisa sintió la onda de choque pasar a través de su templo como un terremoto. Algo dejó escapar un rugido enojado, funesto.
Sus asistentes miraron hacia arriba, sus caras estaban blancas.
Artemisa se sentó en su trono. Si ella no lo supiese mejor, entonces pensaría...
La puerta de su cámara privada se desintegró. Los pedazos de ésta volaron por el cuarto como si fueran propulsados por un violento tornado.
Sus mujeres gritaron y corrieron en busca de la puerta que las llevaría afuera, buscando resguardarse de la inesperada vorágine. Artemisa quiso correr, también, pero su miedo la mantuvo inmóvil.
Era extremadamente raro que ella viese este lado de Acheron.
Ella estaba demasiada aterrorizada de él para alguna vez empujarlo hasta este punto.
Él flotó por su dormitorio con su pelo negro batiéndose alrededor de él. Sus ojos eran rojos como la sangre, formaban remolinos como fuego mientras sus poderes antinaturales surgían. Sus colmillos estaban demasiados crecidos  y grandes.
Él era la cosa que ella más temía en el universo. En esta condición, él la podía matar con nada más que su pensamiento.
Ella se aterrorizó. Si no lo calmaba, entonces los otros dioses sentirían su presencia y sería un infierno a pagar por todos.
Sobre todo ella.
Ella usó sus poderes para disimularlo, esperando disfrazar sus habilidades como si fueran suyas. Con algo de suerte, los otros dioses asumirían que ella estaba teniendo una rabieta.
—¿Acheron?
Él la maldijo en Atlante y la mantuvo apartada con una pared invisible. Ella sintió su agonía. Él estaba atormentando de dolor, pero ella no sabía por qué.
Todo en su templo giraba en el torbellino de sus poderes y su furia. Lo único todavía en el piso eran ellos dos.
—¿Artemisa? Tengo un problema.
Ella se sobresaltó al oír la voz de Astrid en su cabeza. —No Ahora, Astrid. Tengo una situación aquí.
—¿Déjame adivinar, Acheron está enojado?
—Estoy más allá de la cólera, Astrid —. Su voz era baja, profunda, y sonaba malvada. La mirada fija, sangrienta de Acheron estacó a Artemisa. —¿Cómo es que Simi está herida?
El miedo de Artemisa se triplico. —¿El demonio esta herido?
—Simi se está muriendo –dijeron Astrid y Acheron simultáneamente.
Artemisa se cubrió la boca. Ella se sintió repentinamente enferma. Descompuesta. Horrorizada y asustada más allá de lo creíble.
Si cualquier cosa le ocurría a su demonio...
Él la mataría.
Acheron usó sus poderes para jalarle hacia él. —¿De dónde obtuvo Thanatos una de mis dagas, Artemisa?
Un pequeño temblor de culpabilidad la traspasó con esa pregunta. Cuando ella había creado al primer Thanatos siete mil años atrás, le había concedido armas para matar violentamente a los Cazadores Oscuros. En ese momento ella había pensado que era  justicia divina que él usara una de las dagas Atlantes de Acheron para matarlos.
Tan pronto como Acheron se había percatado que una daga faltaba, él había juntado todas sus armas y las había destruido.
Ahora ella entendía por qué.
Él lo había hecho para proteger a su demonio.
—No sabía que tu daga la lastimaría.
—Demonios, Artemisa. Has tomado todo de mí. ¡Todo!
Ella sintió su dolor, su pesar. Ella lo odió por eso. Si ella se muriese mañana, a él no le importaría en absoluto.
Pero por el demonio, él lloraba.
¿Por qué no la amaría y la protegería así?
—Iré a buscarla por ti, Acheron.
Acheron la detuvo antes que se alejara de su lado. —No hagas nada, Artemisa. Te conozco. No debes ayudar o tratar de aliviarla de ninguna forma. Solo la recoges y la traes de vuelta directamente aquí, a mí. Júralo en el Río Styx[2].
—Lo juro.
Él la soltó.
Artemisa brilló tenuemente y apareció donde Astrid, Simi, y Zarek se escondían bajo tierra. El demonio yacía en el piso con Zarek y Astrid arrodillados al lado de ella.
—¡Quiero a akri! –sollozó Simi. Ella estaba gritando y llorando histéricamente.
—Shh –dijo Zarek, apaciguándola. Él sostenía un torniquete sobre la herida. Ambos, el torniquete y su mano estaban cubiertos en sangre. —Tienes que calmarte, Simi. Lo estas empeorando.
—¡Quiero a mi papá! Llévame a casa, Astrid. Necesito ir a casa ahora.
—No puedo, Simi. Ese poder me es quitado hasta que le doy un veredicto a mi madre.
—Quiero a akri —gimió ella otra vez. —No quiero morir sin él. Estoy asustada. Por favor, por favor llévame a casa. Solo quiero a mi papá.
Zarek miró hacia arriba mientras una sombra caía sobre ellos.
Era una cara que él no había visto desde el día en que se había convertido en un Dark Hunter.
Artemisa.
Su pelo castaño rojizo, rizado alrededor de su delgado, bello cuerpo. Ella vestía un largo vestido blanco y sus ojos verdes brillaron ominosamente en la escasa luz del túnel.
Él contuvo la respiración, medio esperando que ella los matase. Ningún Cazador Oscuro tenía permitido estar en presencia de un dios.
Simi la vio a ella y dejó escapar un chillido terrible. —¡Ella no! ¡La diosa vaca va a matarme!
—Cállate –gruñó Artemisa enojada. —Créeme, me gustaría verte muerta pero si tú mueres, nunca oiría el final de la historia.
Artemisa la recogió a pesar de su forcejeo.
Ella miró a Astrid y a Zarek. —¿Ya lo has juzgado?
Antes de que Astrid pudiera contestar, la puerta detrás de ellos se abrió de golpe.
Zarek maldijo al ver a Thanatos acercándose a través de ésta.
Él giró para pedirle a Artemisa que se llevara a Astrid con Simi, pero ella ya se había desvanecido.
Él, sólo, tendría que protegerla.
¡Maldita Artemisa por esto!
—¡Corre! —le gritó a Astrid. Él la impulsó hacia la puerta que daba a su cabaña.
—¿Qué está ocurriendo?
—¡Thanatos está aquí así es que a menos que tengas algún poder de diosa que lo pueda matar, debes correr!
—¿Dónde esta Artemisa?
—Ella se evaporó.
Astrid le lanzó una mirada muy indignada, luego hizo lo que él dijo.
Mientras Zarek la ayudaba a subir, Thanatos los alcanzó.
Zarek lo pateó.
—No vas a escapar de mí, Dark Hunter. Pero por otro lado, no es realmente a ti a quien persigo.
Su sangre se congeló ante esas palabras, Zarek miró hacia abajo para ver que la mirada de Thanatos estaba fija en Astrid.
Thanatos se relamió los labios. —La venganza es un plato que es mejor servirlo frío.
Una vez que Astrid estuvo fuera del sótano, Zarek se dejó caer por la escalera y comenzó a golpear con los puños a Thanatos. —Estamos en Alaska, imbécil. Aquí todo es frío.
Zarek lo golpeó ruidosamente contra la pared, luego se precipitó hacia la puerta.
Una vez que estuvo en la cabaña, cerró y aseguró la puerta. Zarek deslizó la estufa a leña sobre ella, luego estiró la mano para sacar al visón y a sus crías. La madre lo mordió, pero él no se sobresaltó.
Tan suavemente como pudo, los metió en su mochila y se apresuró a salir de la cabaña.
Astrid estaba justo al otro lado de la puerta.
—¿Zarek, eres tu?
Él la besó.
—Es mejor que seas tú.
Él bufó ante eso.
Sin tiempo que perder, corrió hacia la maquina de nieve de Thanatos y rompió una manguera. Él condujo a Astrid hacia su vehículo. —Tienes que salir de aquí, Princesa. Mis poderes no lo pueden contener por mucho más.
—No puedo ver para manejar esta cosa.
Zarek clavó los ojos en ella, memorizando su cara. Memorizando como lucía ella bajo la luz de la luna que atravesaba las nubes.
Ella era bella, su estrella.
Como ninguna en todo el universo.
Él oyó a Thanatos liberándose.
Luego él hizo algo que nunca antes había hecho. Era un poder que Ash le había enseñado siglos atrás, pero para el que nunca había tenido un uso.
Esta noche lo tenía.
La besó apasionadamente.
Astrid sintió el calor de los labios de Zarek. Mientras su lengua bailaba con la de ella, sus ojos comenzaron a arder.
Ella se apartó de él, siseando, sólo para darse cuenta de que ella podía ver todo alrededor de ella.
Su corazón se detuvo.
Zarek estaba parado delante de ella, sus ojos eran de un azul pálido, tan pálido como los de ella cuando perdía su visión. Sus labios estaban hinchados y amoratados, uno de sus ojos estaba negro y azul.
La sangre seca formaba una costra sobre su nariz y oreja. Sus ropas estaban también rotas y ensangrentadas.
Él tenía roto los huesos y nunca le había dicho ni una palabra acerca de ello.
Ella se sofocó al ver la sangre que todavía manaba del brazo, donde Thanatos lo había apuñalado.
Él le dio su mochila, luego tanteó nerviosamente la maquina de nieve hasta que arrancó.
—Vete, Astrid. Fairbanks está en línea recta por ese camino —. Él indicó una senda a través del bosque. —No te detengas hasta que logres llegar.
—¿Qué hay acerca de ti?
—No te preocupes por mí.
—¡Zarek! –le gritó ella. —No te dejaré aquí para morir.
Él le ofreció a ella una sonrisa triste mientras ahuecaba su cara entre sus manos. —Está bien, princesa. No me importa morir por ti.
La besó suavemente en los labios.
Thanatos atravesó la puerta de la cabaña.
—Súbete a la maquina de nieve, Zarek. ¡Ahora!
Él negó con la cabeza. —Es mejor así, Astrid. Si estoy muerto, entonces él no tendrá una razón para lastimarte.
Su corazón se destrozó ante sus palabras. Ante el sacrificio que él estaba dispuesto a hacer por ella.
Ella comenzó a protestar, pero la maquina de nieve comenzó a andar. Ella trató de frenarla, pero Zarek debía estar usando sus poderes para mantenerla encendida.
Lo último que ella vio fue un Zarek ciego dando la vuelta para enfrentar a Thanatos.
Ash agarró a Simi de los brazos de Artemisa en el mismo momento en que ella se materializó delante de él.
Acunó a su "bebé" amorosamente entre sus brazos mientras la llevaba a la cama de Artemisa.
—¡Akri!gimió Simi, hocicando contra su pecho. —La Simi está muy herida. Tú me dijiste que no podía lastimarme.
—Lo sé, Sim, lo sé —. Él la mantuvo cerca, medio asustado de mover hacia atrás su vendaje provisional y ver el daño que le habían hecho.
Sus lágrimas caían por sus mejillas, haciendo que sus propios ojos se llenaran de lágrimas. Por costumbre, comenzó a cantarle, un antiguo arrullo Atlante que él solía cantarle cuando ella era apenas poco más que una recién nacida.
Ella se calmó un poco.
Ash secó las lágrimas de sus mejillas frías, luego separó la tela.
Su daga la había atravesado, esquivando por muy poco su corazón, pero la herida estaba limpia y el flujo sanguíneo se había desacelerado. Gracias a Zarek, sin duda.
Él le debía al hombre más que de lo que él alguna vez podría recompensarle.
Convocando sus poderes, Ash posó su mano sobre su herida y cicatrizó la lesión.
Simi echó un vistazo a su pecho, luego ella lo miró. —¿Simi esta mejor?
Él asintió con la cabeza y sonrió. —Simi esta mejor.
Simi se miró el pecho. Levantó su camisa y miró debajo de ella, también, como para asegurarse a sí misma que estaba bien.
Riéndose, ella se lanzó a sus brazos.
Ash la abrazó, agradecido inmensamente de que ella no hubiese muerto.
Él la sostuvo cerca hasta que ella lloriqueó para que la dejara ir.
Besando su frente, él la soltó. —Regresa a mí, Simi.
Por una vez, ella no discutió. En forma de dragón, ella se posicionó sobre su corazón.
Estaba donde ella pertenecía.
Girando lentamente, Ash enfrentó a Artemisa.
Con desagrado, ella se paró con las manos en las caderas y con el cuerpo tenso. —Oh, vamos, no estarás todavía disgustado. Hice lo correcto. Traje eso de regreso a ti.
—¡Ella! –rugió él, haciéndola saltar. —Simi no es una cosa, Artemisa. Es una ella y quiero, siquiera por una vez, oírte decir su nombre.
Ella mostró su barbilla, desafiante. Estrechando sus ojos verdes, se forzó a sí misma a decir, "Simi"
Él asintió con la cabeza en señal de aprobación. –En lo que respecta a lo correcto… no, Artie. Lo correcto hubiera sido no robarme. Lo correcto hubiera sido escucharme cuando te dije que no crearas a otro Thanatos. Lo que tu hiciste hoy es la cosa inteligente. Por eso, no voy a hacer lo equivocado y matarte. Pero Thanatos es otro tema.
—No puedes salir de aquí para matarlo.
—No tengo que salir de aquí para matarlo.
—¡Tu bastardo! —rugió Thanatos mientras tiraba a Zarek a un lado.
Zarek trató de obligarse una vez más a ponerse de pie, pero su organismo ya no respondía.
No había una parte de él que no estuviera lastimada. Que no doliera.
Él todavía usaba sus poderes para mantener a la maquina de nieve andando en la dirección correcta.
Agotado, ya no tenía nada mas con qué pelear. Sin mencionar el hecho que él no podía ver a Thanatos, de todas formas.
Los golpes parecían abalanzarse sobre él desde todas direcciones.
Tal como los había recibido cuando había sido humano.
Zarek se rió.
—¿Qué es tan gracioso?
Zarek yacía en la nieve, congelándose y sangrando pero continuaba riéndose. —Tu. Yo. La vida en general, y el hecho de que me estoy congelando el trasero como siempre.
Thanatos pateó cruelmente su costado. —Eres psicótico.
Sí, él lo era. Pero sobre todo, estaba fatigado. Demasiado cansado para levantarse y moverse. Demasiado cansado para seguir peleando.
Él pensó en Astrid.
Lucha por ella...
Por una vez en su vida, tenía algo por qué vivir. Una razón para levantar su ciego trasero y luchar.
Apretando sus ojos trató de armarse con algunos de sus menguados poderes para usarlos en contra de la criatura.
Zarek oyó el sonido de una daga dejando su funda.
—Zarek —murmuró Ash en su mente.
Zarek se sobresaltó mientras su vista volvía de nuevo, inesperadamente. —Qué diablos?
Cinco brillantes garras aparecieron en su mano izquierda.
Zarek sonrió al verlas y formar un puño con su mano y sentir las puntas afiladas de la cubierta de los dedos en su palma.
Ash siempre lo había conocido demasiado bien.
—Hay una luna creciente entre los omóplatos de Thanatos, —murmuró Ash. — Apuñálalo y él está muerto. Artemisa nunca crea algo sin un interruptor de apagado.
Zarek se volvió a parar.
Thanatos arqueó una ceja sorprendido. —Así que aún quieres más pelea.
—Parece que el diablo trajo de excursión su trasero hasta Alaska para ver la nieve. Vamos, estúpido, bailemos.
Zarek lo golpeó, y Thanatos voló hacia atrás.
Parecía que Ash le había dado más que sus garras. Fuerza y poder surgieron a través de él en una forma muy diferente a cualquier cosa que él hubiese experimentado antes.
Zarek inspiró profundamente mientras todo el dolor que sentía se extinguía.
Thanatos lo golpeó en la cara.
Zarek se rió mientras el dolor venía y se iba. Ni siquiera lo aturdía.
Thanatos palideció.
—Bien, deberías asustarte —le devolvió el golpe. —¿Apesta cuando no eres la cosa mas mala aquí, huh?
Zarek lo levantó y lo lanzó.
Thanatos comenzó a rodar en la nieve. Él trató de levantarse y cayó hacia atrás.
Zarek lo siguió.
Era hora de poner fin a esto.
Él colocó su pie sobre la espalda de Thanatos para mantenerlo sujeto y abrió de un tirón su abrigo y su camisa para revelar la marca en su espalda.
Así es que Ash no había mentido.
—Puedes matarme, Dark Hunter, pero no quitará el hecho que debieras morir por haber matado a Dirce. Ella era inocente y tú la mataste.
Zarek vaciló. —¿Dirce?
—¿Ni siquiera la recuerdas? —. Thanatos se tensó de furia mientras se contorsionaba para mirarlo acusadoramente. —Ella sólo tenía veinte años de edad cuando la mataste.
Los pensamientos de Zarek volaron a lo que Simi le había mostrado en sus ojos...
La mujer rubia que Thanatos había empalado en su espada.
—¿Ella era tuya?
—Mi esposa, bastardo.
Zarek clavó los ojos en la marca de Thanatos.
Él lo debería matar.
Pero no podía.
Los dos habían sido jodidos por la misma persona. Artemisa.
Y no era justo que él debiera matar a Thanatos por querer vengarse.
La venganza era algo que él entendía demasiado bien. Diablos, él había vendido su alma para vengarse. ¿Cómo podía culpar a Thanatos por hacer lo mismo?
Zarek escuchó el sonido de una maquina de nieve dirigiéndose hacia él.
Supo sin mirar que era Astrid. Sin duda ella había dado la vuelta en el mismo momento en que él se había distraído por la pelea.
Él usó el poder que Ash le había dado para sujetar a Thanatos al suelo.
El Daimon pidió a gritos la liberación.
Él pidió a gritos su muerte.
Zarek conocía el sonido de ambos. Muchas noches él había yacido despierto pidiendo la misma cosa.
Si él fuera compasivo, lo mataría. Pero ese no era su trabajo.
Él era un Dark Hunter, y Thanatos...
Zarek se lo dejaría a Acheron para que tratara el asunto.
Astrid estacionó la maquina de nieve y se acercó corriendo a él.
Sus ojos eran de un azul más profundo ahora que ella podía ver.
—¿Esta él contenido?
Él asintió con la cabeza.
Ella se lanzó a sus brazos. Zarek trastabilló hacia atrás.
—Cálmate, Princesa. La única razón por la que estoy parado y no sentado es mera fuerza de voluntad.
Astrid miró atrás de Zarek y vio a Thanatos sobre la tierra, maldiciendo a los dos. —¿Por qué no lo mataste?
—No es mi posición. Además, estoy cansado de ser el perro faldero de Artemisa. Es hora de decirle a la “diosa vaca” que se pierda.
Astrid empalideció. —No puedes irte simplemente, Zarek. Ella te matará.
Él sonrió desagradablemente. —Déjala probar. Estoy con ánimo para pelear —. Él bufó ante eso. –Por otra parte, siempre estoy con ánimo para pelear.
Astrid contuvo su aliento ante sus palabras. Le daban esperanza.
—¿Qué hay acerca de nosotros? –preguntó ella.
Por primera vez ella pudo ver la angustia en su cara mientras la miraba, ver el dolor en sus ojos de medianoche. —No hay ningún nosotros, Princesa. Nunca lo hubo.
Astrid abrió su boca para discutir, pero antes de poder, su madre apareció con Sasha, quien estaba en su forma humana.
Astrid la miró riéndose. —Llegas un poco tarde, Mami
—Culpa a tus hermanas. Atty me dijo que permaneciera quieta. Vine tan pronto como ella me dejó.
Sasha curvó sus labios a Zarek quien a su vez lo miraba con rabia.
—Lo siento, Scooby, me quedé sin LivaSnaps[3].
Sasha frunció los labios. —Realmente te odio.
Zarek le hizo un gesto de desprecio igual. —El sentimiento es enteramente mutuo.
Themis ignoró a los hombres mientras se dirigía a Astrid. —¿Lo has juzgado, hija?
—Él es inocente —. Ella apuntó hacia Thanatos, quien todavía los maldecía. —Allí está la prueba de su misericordia y humanidad.
Un chillido que perforaba los oídos sonó. Fue seguido por un silencio total.
—¿Qué diablos fue eso? —preguntó Zarek.
—Artemisa –dijo Astrid al unísono con su madre y Sasha.
Themis suspiró. —No quisiera estar en el lugar de Acheron esta noche.
—¿Por qué? —preguntó Zarek.
Fue Sasha quien contestó. —Nunca disgustes mucho a una diosa. Sabe Dios lo que le hará ella a él por haberte sacado del apuro.
Zarek se sintió enfermo al recordar algunas cosas que Acheron le había dicho en el pasado que sugería el hecho que Artemisa volcaba su cólera en él. —¿Ella realmente no lo castiga, verdad?
Las expresiones en sus caras le dijeron la verdad.
Zarek se sobresaltó al recordar todo las veces que Ash le había pedido que le facilitara las cosas. Todas las veces que le había dicho a Ash que se quemara en el infierno.
Sasha se abrió paso hacia Thanatos.
—¿Qué sucederá con él? —preguntó Zarek.
Themis se encogió de hombros. —Depende de Artemisa. Él le pertenece a ella.
Zarek suspiró. —Tal vez lo debería haber matado después de todo.
Astrid usó su manga para limpiar la sangre en su cara.
—No –dijo su madre. —Lo que hiciste por Simi y mi hija junto con la misericordia que exteriorizaste hacia Thanatos es por lo que permito que el veredicto se mantenga aún, aunque ella violó su juramento de imparcialidad.
Astrid le sonrió a él, pero él no se alegró de la forma en que las cosas habían resultado.
—Ven, Astrid –dijo su madre, —necesitamos ir a casa.
Zarek no podía apartar la vista de ella mientras esas palabras apuñalaban su corazón como un cuchillo.
Déjala ir...
Él tenía que dejarla ir.
Y aun así, cada molécula de su cuerpo gritaba para que él la detuviera. Se estirara y tomara su mano con la de él.
—¿Tienes algo que decir acerca de eso, Dark Hunter? –preguntó su madre.
Él sí, pero las palabras no llegaron.
Zarek había sido fuerte toda su vida. Él sería fuerte esta noche. Nunca la amarraría a él. No sería correcto.
"Algunas veces las estrellas caen a la tierra"
Él oyó las palabras de Acheron en su mente. Era cierto. Lo hacían y luego se volvían ordinarias como el resto de la tierra en el planeta.
Su estrella era única en su tipo.
Él nunca permitiría que fuese como cualquier otra. Nunca le permitiría volverse común o manchada.
No, su lugar estaba en el cielo. Con su familia.
Con su apestoso lobo favorito.
Nunca con él.
—Que tengas una vida agradable, Princesa.
Los labios de Astrid temblaron. Sus ojos estaban llenos de lágrimas no derramadas. —Tu también, Príncipe Encantado.
Su madre tomó su mano mientras Sasha recogía a Thanatos. En el parpadeo de un ojo dejaron de existir.
Todo era de la manera que había sido antes de que ella viniera.
Y aun así nada era lo mismo.
Zarek estaba parado solo en el medio de su jardín. No había viento. Todo estaba inmóvil.
Silencioso.
Calmado.
Todo, excepto su corazón, que se estaba rompiendo.
Astrid se había ido.
Era por el bien de ella.
¿Entonces porque se sentía con el corazón destrozado?
Al dejar caer la cabeza, Zarek advirtió la sangre que goteaba de su brazo.
Sería mejor que tratara la herida antes de que cualquier oso o lobo sintieran su olor. Suspirando, entró en su cabaña vacía, cerró la puerta y la puso los cerrojos. Cruzó el cuarto hasta la alacena y la abrió.
Realmente no había ninguna forma de curar la herida aquí. Ya que su generador nunca había sido entregado, el agua se había congelado en el frío y no había calor para deshelar nada.
Aun su peróxido estaba sólidamente congelado.
Zarek maldijo y regresó el peróxido de nuevo a la despensa, luego agarró una botella de vodka en lugar de eso. Era un líquido lodoso y espeso, pero todavía estaba líquido.
Oyó un débil sonido viniendo del exterior. Volviendo al jardín, recuperó la mochila que Astrid había dejado. El visón y sus crías estaban todavía dentro y aún enojadizos.
Ignorándolos, Zarek sacó su teléfono. —¿Sí? –dijo, contestando.
—Es Jess. Acabo de recibir una llamada de Acheron diciéndome que regrese con Andy a casa. Quería comunicarme primero contigo, asegurarme que todavía estas vivo.
Zarek tomó al visón y las crías y las llevó a su casa, colocándolos dentro de la seguridad de la estufa. —Ya que contesté el teléfono, supongo que sí, todavía estoy vivo.
—Sabiondo. ¿Aún necesitas que vaya a buscar a Astrid?
—No, ella... —se ahogó al tratar de decir la palabra. Aclarándose la voz, se forzó a decirlo. —Ella se fue.
—Lo siento.
—¿Por qué?
El silencio quedó suspendido entre ellos.
Después de unos pocos segundos, Jess habló otra vez. —¿Ya que estamos, alguien te contó sobre Sharon? En toda la conmoción, no tuve tiempo.
Zarek hizo una pausa, su mano en la estufa. —¿Qué sucede con ella?
—Thanatos la hirió tratando de encontrarte, pero ella estará bien. Otto va a quedarse aquí por un par de días más para asegurarse que tenga una casa nueva y alguien que cuide de ella cuando regrese del hospital. Sólo pensé que querrías saber. Yo... uh... le envié algunas flores de tu parte.
Él dejó escapar el aire lentamente. Le angustiaba que ella hubiera sido herida y él ni siquiera lo había sabido. Él arruinaba todo lo que tocaba. —Gracias, Jess. Ha sido un gesto amable lo que has hecho por mí. Te lo agradezco.
Algo golpeó el aparato receptor del teléfono. Duramente. Causó que la oreja de Zarek timbrara.
—¿Perdón? —preguntó Jess con incredulidad. —¿Es Congelado Zarek con quien estoy hablando, correcto? ¿No es alguna persona extraña?
Él sacudió la cabeza mientras Jess se burlaba. —Soy yo, estúpido.
—Oye, ahora, eso es mucho más personal. No necesito saber tanto acerca de ti.
Zarek sonrió sin entusiasmo. —Cállate.
—Bien, entonces. Voy a dirigirme fuera y dejar a Mike sacar mi trasero de aquí mientras todavía queda algo sin congelarse… Oh, oye, ya que estamos, Spawn se fue hace un rato. Dijo que te dijéramos que no te preocupes en devolver su teléfono. Sabes, él es bastante bueno para ser un Apolita y él no está tan lejos de aquí. Tal vez deberías llamarlo en alguna ocasión.
—¿Estas jugando a casamentero?
—Um, no. Definitivamente no, y otra vez me enloqueces con ese pensamiento. He oído bastantes historias acerca de ustedes griegos y todo eso. De hecho, te diré qué, mejor te olvidas que dije cualquier cosa acerca de Spawn. Me estoy yendo de aquí. Cuídate, Z. Te veré en la web.
Zarek colgó el teléfono y lo apagó. Para qué lo querría. Jess era la única persona que alguna vez lo llamaría, de cualquier manera.
Se paró en el centro de su cabaña, sufriendo tanto que apenas podía respirar.
Solo, ahora, necesitaba a Astrid en una forma que desafiaba su habilidad de comprensión. Él quería algo de ella.
No, él necesitaba algo.
Haciendo a un lado la estufa, regresó al túnel donde él podría recordarse sosteniéndola. Aquí abajo en la oscuridad, él podría fingir que ella estaba todavía con él.
Si cerraba sus ojos, él aun podría fingir que ella estaba en sus sueños.
Pero no era ella. No realmente.
Zarek dejó escapar una respiración entrecortada y recogió su abrigo del piso. Al comenzar a ponérselo, percibió un aroma de rosas.
Astrid.
Él apretó firmemente el abrigo contra su piel, enterrando su cara profundamente en el pelaje a fin de poder capturar su perfume.
Él lo sostuvo con manos temblorosas mientras las emociones y los recuerdos chocaban a través de él, atormentándolo.
La necesitaba.
Oh, dioses, la amaba. Él la quería más de lo que alguna vez había imaginado posible. Él recordaba cada toque que ella le había dado. Cada risa que ella había tenido a su alrededor.
La forma en que ella lo hizo humano.
Y él no quería vivir sin ella. Ni por un momento. Ni tan solo uno.
Zarek cayó en sus rodillas, incapaz de soportar el pensamiento de nunca volverla a ver.
Sosteniendo su abrigo que olía a ella, él lloró.
Ash se apartó de Zarek, dándole privacidad en su desconsuelo.
Artemisa estaba afuera en el patio del templo, teniendo una de sus rabietas de griterío sobre el veredicto mientras él estaba solo en su sala del trono con Simi segura en su pecho.
—Que tontos son estos mortales –suspiró él.
Por otro lado, él también había sido un tonto por amor. El amor hace tonto a todo el mundo. Dioses y hombres del mismo modo.
Es más, él no podía creer que Zarek hubiera dejado ir a Astrid más de lo que podía creer que Astrid se hubiera ido.
Och mensch![4]
Artemisa se materializó ante él. —¿Cómo es esto posible? –denostó ella. —¡Nunca en toda la historia de su vida ella juzgó a un hombre inocente!
Él la miró serenamente. —Sólo porque ella nunca antes había juzgado a un “hombre inocente".
—¡Te odio!
Él se rió amargamente de eso. —Oh, no me hagas ilusionar. Casi me provocas una erección con ese pensamiento. Al menos dime que esta vez tu odio durará más de cinco minutos.
Ella trató de abofetearlo, pero él atrapó su mano. En lugar de eso ella lo besó, luego se apartó de sus labios gritando.
Ash negó con la cabeza mientras ella se desvanecía otra vez.
Ella se calmaría con el tiempo. Ella siempre lo hacía.
Pero él tenía otras cosas por las que preocuparse por el momento.
Cerrando los ojos, traspaso la distancia entre el Olimpo y el mundo humano.
Allí él encontró lo que buscaba.
Zarek levantó su cabeza para encontrarse en el centro de un cuarto blanco y dorado. Era enorme, con un cielo raso en forma de cúpula grabado en oro en relieve con escenas de la fauna silvestre. El cuarto estaba rodeado con columnas blancas de mármol y en el centro un sofá grande de marfil.
Lo que lo asombró más fue ver a Acheron parado delante del sofá, clavando los ojos en él con esos cambiantes ojos de plata tan extraños.
El Atlante tenía el pelo rubio, dorado y se veía extrañamente vulnerable, lo que para Acheron era imposible. Estaba vestido en un par de pantalones de cuero negros apretados y una camisa de seda negra con mangas que estaba desabotonada.
—Gracias por Simi –dijo Acheron, inclinando su cabeza hacia él. —Aprecio lo que hiciste por ella cuando estaba herida.
Zarek aclaró su garganta, se paró sobre sus pies, y dirigió una mirada enojada a Acheron. —¿Por qué jodiste con mi cabeza?
—Tuve que hacerlo. Hay algunas cosas que es mejor que las personas no las conozcan.
—Me dejaste pensar que había matado a mi propia gente.
—¿La verdad habría sido más fácil para ti? En lugar de la cara de la vieja arpía, habrías estado obsesionado por la cara de una joven y de su esposo. Sin mencionar que habrías tenido el conocimiento para matar cualquier Cazador Oscuro que se cruzara en tu camino, incluyendo a Valerius, y haciendo eso, yo no hubiera podido salvarte. Nunca.
Zarek se sobresaltó ante la mención de su hermano. Tanto como él odiaba admitirlo, Ash tenía razón. Él muy bien habría usado su conocimiento para matar a Valerius. —No tienes derecho de jugar con las mentes de las personas.
El acuerdo de Acheron lo dejó estupefacto. —No, no lo tengo. Y aunque parezca mentira, rara vez lo hago. Pero no es por eso que estás realmente disgustado en este momento, ¿no es así?
Zarek se tensó. —No sé que quieres decir.
—Sí lo sabes, Z —cerró los ojos y levantó la cabeza como si escuchara algo. —Conozco cada pensamiento dentro de ti. Tal como hice esa noche que mataste a los Apolitas y Daimons después de Taberleigh. Traté de darte tranquilidad de espíritu eliminando tus recuerdos, pero no lo aceptaste. No pude detener tus sueños y M'Adoc no pudo hacer nada. Por eso me disculpo. Pero ahora mismo tienes un problema mucho mayor que el que te hice cuando traté de ayudarte.
—¿Sí? ¿Cuál es?
Acheron levantó una mano y proyectó una imagen en su palma.
Zarek contuvo la respiración al ver a Astrid llorando. Ella estaba sentada en un atrio pequeño con otras tres mujeres que la sostenían mientras ella lloraba.
Él caminó hacia la imagen, sólo para recordar que él realmente no podía tocarla.
—Duele demasiado —ella sollozaba.
—Atty, ¡haz algo! –dijo una mujer rubia, mirando a la mujer pelirroja que parecía ser la mayor. —Ve a matarlo por herirla así.
—No –sollozó Astrid. —No te atrevas. Nunca te perdonaré si lo lastimas.
—¿Quiénes son esas mujeres que están con ella? —preguntó Zarek.
—Los Tres Destinos. Atty, o Átropos, es la de pelo rojo. Clotho es la de cabello rubio que esta abrazando a Astrid, y la de pelo oscuro es Lachesis, o Lacy.
Zarek las miró, su corazón quebrándose ante el dolor que él le había causado a Astrid. Lo último que alguna vez querría, sería lastimarla. —¿Por qué estás mostrándome esto?
Acheron contestó a su pregunta con una suya. —¿Recuerdas lo que te dije en Nueva Orleáns?
Zarek lo miró sardónicamente. —Me dijiste un montón de mierda allí.
Entonces Acheron lo repitió. —El pasado está muerto, Z. Mañana se convertirá en cualquier decisión que hagas.
La mirada de Acheron ardió en él. —Con ayuda de Dionisio lo arruinaste en la noche de Nueva Orleáns cuando atacaste a los policías, pero te compraste otra oportunidad cuando salvaste a Sunshine —. Ash señaló a Astrid. —Tienes otra elección crucial aquí, Z. ¿Qué decidirás?
Acheron cerró su mano y la imagen de Astrid y sus hermanas desapareció.
Todo el mundo merece ser amado, Zarek. Incluso tú.
—¡Cállate! —gruñó él. —No sabes lo que estas diciendo, Su Alteza —. Zarek escupió el título. Él estaba tan harto de personas sermoneándole cuando desconocían por lo que él había pasado.
Era fácil para alguien como Acheron hablarle a él sobre amor. ¿Qué sabía un príncipe sobre personas odiándole? ¿Despreciándole?
¿Cuándo alguien alguna vez había escupido al Atlante?
Pero Acheron no habló.
Al menos no con palabras.
En lugar de eso, una imagen entró en la mente de Zarek. Una de un adolescente rubio atado con cadenas en la mitad de una antigua casa griega. El niño estaba sangrando mientras era golpeado.
Él rogaba a los que estaban a su alrededor por misericordia.
La respiración de Zarek quedó atrapada al reconocer al joven...
—Te entiendo en un modo que nadie más puede —dijo Acheron quedamente.
—Tienes una rara oportunidad, Z. No la jodas.
Por primera vez en toda la vida, él escuchó a Acheron. Y lo miró con un respeto recién adquirido.
Eran mucho más parecidos de lo que él podría haber imaginado y se preguntó cómo había encontrado Acheron la humanidad que había abandonado Zarek tanto tiempo atrás.
—¿Qué ocurre si la lastimo? —preguntó Zarek.
—¿Planeas lastimarla?
—No, pero no puedo vivir aquí y ella...
—¿Por qué no le preguntas a ella, Z?
—¿Qué hay acerca de su madre?
—¿Qué hay acerca de ella? Estabas dispuesto a enfrentarte a Artemisa por Thanatos. ¿Es que Astrid no vale tanto así?
—Más —. Él encontró la mirada fija de Ash con determinación. —¿Dónde esta ella?
Antes de que Zarek pudiera pestañar, se encontró en el atrio que Acheron le había mostrado.
Atty miró hacia arriba con un siseo. —¡Ningún hombre tiene permitido estar aquí!
La que Acheron había llamado Clotho comenzó a atacarlo. Pero ella se paró abruptamente al aparecer Acheron al lado de él.
Zarek las ignoró mientras se concentraba en Astrid que estaba sentada allí con lágrimas en sus ojos, mirándolo como si él fuese una aparición.
Su corazón golpeaba, él caminó hacia ella y se arrodilló delante de su silla.
—Se supone que las estrellas no lloran —murmuró él a fin de que sólo ella lo pudiera oír. —Se supone que ríen.
—¿Cómo puedo reírme cuando no tengo corazón?
Él tomó su mano entre las de él y besó la punta de cada dedo.  —Tienes un corazón —colocó su mano sobre el suyo. —Uno que sólo late por ti, Princesa.
Ella le ofreció una sonrisa temblorosa. —¿Por qué estas aquí, Zarek?
Él apartó las lágrimas de sus mejillas. —Estoy aquí para recoger a mi rosa, si es que ella volverá a casa conmigo.
—Ni siquiera vayas allá –lloró Atty. —¿Astrid, por favor no me digas que vas a escuchar esas tonterías?
—Él es un hombre  hermanita —. Lacy se unió a la conversación. —Si sus labios se mueven, entonces él esta mintiendo.
—¿Por qué ustedes tres no se quedan fuera de esto? –dijo Acheron.
Atty se tensó. —¿Perdón? Somos los Destinos y...
Una mirada de soslayo de Acheron cortó su oración.
—¿Por qué no los dejamos solos? –dijo Atty dijo a sus hermanas. Las tres se apresuraron a salir mientras Acheron observaba a Zarek y a Astrid con sus brazos cruzados sobre pecho.
Zarek todavía no había quitado su mirada de Astrid. —¿Vas a volverte un  mirón, Ash?
—Depende. ¿Vas a darme algo que mirar?
—Si te quedas parado allí, entonces sí —. Él miró sobre su hombro entonces.
Acheron inclinó su cabeza y dio la vuelta para salir. Mientras hacía eso, la brisa atrapó una porción de su camisa y la voló hacia atrás, mostrando una porción de un hombro.
Zarek miró los verdugones rojos que revelaba. Verdugones que él sabía por experiencia que venían de un látigo.
—¡Un momento! –dijo Astrid parando a Acheron. —¿Qué hay acerca del alma de Zarek?
Acheron se tensó muy ligeramente antes de llamar, —¿Artemisa?
Ella brilló tenuemente al lado de él.
—¿Qué? –respondió ella gruñendo.
Él inclinó la cabeza hacia ellos. —Astrid quiere el alma de Zarek.
—Oh, como si me importara, y ¿qué esta haciendo él aquí de cualquier manera? —. Ella entrecerró sus ojos en Astrid. —Deberías tener mejor criterio que traerlo aquí.
Ash despejó su garganta. —Yo traje a Zarek aquí.
—Oh —. Artemisa se calmó instantáneamente. —¿Por qué hiciste eso?
—Porque ellos deben estar juntos. —Él sonrió irónicamente. —Está predestinado.
Artemisa puso sus ojos en blanco. —Aún no voy hacia allá.
Astrid se paró. —Quiero al alma de Zarek, Artemisa. Devuélvesela a él.
—No la tengo.
Todos se quedaron estupefactos por sus palabras.
—¿Que quieres decir con que no la tienes? –preguntó Acheron, su tono cortante y enojado. —No me digas que la perdiste
—Por supuesto no —. Ella miró a Zarek y a Astrid, y si Zarek no la conociera mejor, él diría que ella parecía un poco avergonzada. —Nunca la tomé realmente.
Todos, los tres, clavaron los ojos en ella con incredulidad.
—¿Puedes repetirlo otra vez? —preguntó Ash.
Artemisa frunció sus labios al mirar a Zarek. —No la podía tomar. Eso habría involucrado que lo tocara y él era asqueroso en aquel entonces —. Ella se estremeció. —No había ninguna manera de que yo pusiera mi mano en él. Él apestaba.
Acheron boquiabierto, miró a Zarek. —Eres un bastardo afortunado —. Luego se volvió hacia Artemisa. —¿Si no lo tocaste, cómo ha sido él un Cazador Oscuro inmortal todo este tiempo?
Artemisa dijo con arrogante desdén. —¿No sabes todo después de todo, no, Acheron?
Él dio un paso hacia ella y ella chilló, poniendo más distancia entre ellos.
—Le inyecté ichor –dijo ella rápidamente.
Zarek quedó aturdido. Ichor era un mineral encontrado en la sangre de los dioses que se decía era para hacerlos inmortal.
—¿Qué hay acerca de sus poderes de Dark Hunter? –preguntó Acheron.
—Esos se los di separadamente, junto con los colmillos y otras cosas a fin de que no te percataras que él no era como los demás.
Acheron la miró con cansancio y repugnancia. —Oh, sé que voy a odiar la respuesta a esto. Pero tengo que saber. ¿Qué hay acerca del sol, Artemisa? Ya que él tiene su alma me imagino que a él nunca lo afecto la luz del día, no?
La expresión en su cara lo confirmó.
—¡Eres una perra! –gruñó Zarek, abalanzándose sobre ella.
Para su sorpresa, fue Acheron quien lo detuvo antes de alcanzarla.
—Déjame ir. ¡Quiero arrancarle la garganta!
Astrid lo jaló hacia atrás. —Déjala sola, Zarek. Ella tiene sus propios problemas.
Zarek siseó a Artemisa, dejando al descubierto sus colmillos.
Colmillos que instantáneamente dejaron de existir.
Zarek pasó su lengua sobre sus dientes humanos.
—Un regalo –dijo Acheron.
Zarek se calmó un grado y aún más cuando él se percató que Astrid tenía sus brazos envueltos alrededor de su cintura. Su parte delantera estaba apretada contra su espalda  y podía sentir sus pechos en contra de su columna vertebral.
Cerrando los ojos, saboreó el sentirla.
—Estas libre de Artemisa, Zarek –dijo Astrid en su oreja. —Has sido juzgado inocente y eres inmortal. ¿Dime, qué quieres hacer con el resto de tu eternidad?
—Quiero recostarme en una playa en algún lugar caliente.
El corazón de Astrid se detuvo ante sus palabras. Ella tontamente había pensado que él diría algo acerca de ella.
—Ya veo.
—Pero sobre todo –dijo él, volviéndose entre sus brazos para enfrentarla, —quiero disgustar a todos.
—¿A todo el mundo? –preguntó ella, su corazón rompiéndose aún más.
—Si... –dijo él, concediéndole una rara sonrisa. —Por lo que me figuro, si yo te dejo, sólo tú y yo estaremos descontentos. Si te llevo conmigo, entonces todo el mundo, menos nosotros, se disgustará, especialmente esa cosa sarnosa que llamas lobo. Eso tiene mucho atractivo para mí.
Ella arqueó una ceja ante eso. —Si estás tratando de hacerme la corte con eso, entonces Príncipe Encantado, vas...
Él detuvo sus palabras con un beso tan supremo que los dedos del pie se le curvaron. Su corazón golpeaba.
Zarek mordió sus labios, luego se hizo para atrás para mirarla. –Vente conmigo, Astrid.
—¿Por qué debería?
Su mirada ardió en la de ella. —Porque te amo, e incluso yaciendo bajo el mismo sol me congelaré allí sin ti. Necesito mi estrella a fin de que pueda oírla reír.
Riéndose con excitación, ella le dio un beso "esquimal". –Bora-Bora, aquí vamos.
Zarek  completó sus palabras con un beso real.
Uno realmente l—a—r—g—o.


[1] En inglés: Hair of the Dog: sexto disco de Nazareth editada en 1975, conjunto escocés de rock duro, considerada su “obra maestra”.
[2] Styx: o Estigia, río que constituía el límite entre la tierra y el inframundo al que circundaba nueve veces. Zeus hacía que los juramentos prestados por el agua del Estigia se cumplieran (todos los demás podían romperse). Si alguno de los dioses derramaba una libación de su agua y abjuraba de ella, entonces yacía sin respiración durante un año, sin probar ambrosía ni néctar, permaneciendo sin espíritu ni voz. Tras este año de enfermedad, era excluido durante nueve años de las reuniones y banquetes de los dioses, a los que no podía volver hasta el décimo año.
[3] LivaSnap: famosa comida para perros.
[4] Mensch: en alemán en el original – persona, ser humano.

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