BORA BORA
Zarek yacía en la playa dejando que el sol y el viento caliente quemaran su piel. ¡Oh, poder sentir eso!
Habían estado aquí cerca de un mes y todavía no había tenido lo suficiente de estar en la playa.
De estar con Astrid, día y noche.
Sintió que algo frío caía en su pecho.
Abriendo los ojos, vio a Astrid encima de él, sonriéndole mientras lo miraba. Ella tenía un pequeño tazón en una mano y un vaso en la otra.
—Cuidado, Princesa, sabes que odio cuando algo frió me toca de repente.
Ella se arrodilló a su lado, y dejó el tazón a un costado antes de secar la gota de agua de su pecho, su toque fue más ardiente que el sol.
Su mirada recorría su cuerpo, hasta sus cortos pantalones de natación que ahora tenían un abultamiento bastante grande en ellos.
Ella sonrió malvadamente. —Sabes, recuerdo haber visto una película una vez...
Él sospechó del brillo de sus ojos. —¿Sí?
Ella sacó un cubito de hielo de su vaso y lo colocó en su boca.
Zarek observó, traspasado por la visión de ella lamiéndolo.
Lo sacó y lo colocó sobre su piel.
—Astrid.
—Shh –dijo ella, rodeando su pezón hasta que estuvo duro y firme. Ella sopló su aliento caliente sobre este, causando que se hinchara aún más. —¿Sabes cual es la mejor parte acerca de tener frío, no?
—¿Cuál?
—Entrar en calor.
Zarek gimió mientras ella bajaba su boca y daba golpecitos con su lengua atrás y adelante sobre su pezón.
Cuando ella se echó hacia atrás, él lloriqueó una pequeña protesta.
Lo ignoró y eludió sus manos.
—Antes de que me olvide –dijo ella, apartando juguetonamente a un lado sus manos, —y si continúo haciendo esto, seguro me olvidaré, tengo algo para ti.
Zarek se apoyó en sus codos. —Por favor no me digas que Scooby viene a visitarnos.
Ella puso los ojos en blanco. —No. Sasha se esta quedando en el Santuario en Nueva Orleáns por el momento. Ya que hemos estado quedándonos en la playa se rehúsa a venir y ver tu trasero desnudo, le da miedo quedarse ciego por eso.
Zarek la miró menos que divertido. —¿Entonces qué es?
Ella le dio su tazón.
Zarek miró el contenido, lo cual le recordó un poco al Jell-O[1] de limón. —¿Qué es esto?
—Ambrosía. Un mordisco de esto y te puedo llevar a casa conmigo, al Olimpo. De otra manera tengo que dejarte aquí en tres días e ir a casa sola.
—¿Por qué?
Ella alisó el ceño fruncido de su frente con las puntas de sus dedos. —Sabes que no puedo vivir en la tierra. Sólo puedo quedarme por un breve tiempo. Si quieres, puedes quedarte y regresaré cuando pueda, pero...
Él detuvo sus palabras con un beso.
Zarek la atrajo. —¿Qué dirán los otros cuando aparezcas con un esclavo a tu lado?
—No eres un esclavo, Zarek, y no me importa lo que digan. ¿A ti?
Él bufó. —De ningún modo.
Ella sostuvo la ambrosía frente a sus labios.
Zarek le dio un beso rápido, luego comió la ambrosía y bebió su néctar. Esperaba que le doliera o quemara, pero bajó como el algodón de azúcar que ella le dio una vez. El sabor dulce, azucarado se disolvió instantáneamente en su boca.
—¿Es todo? —preguntó suspicazmente.
Ella inclinó la cabeza asintiendo. —Exacto. ¿Qué? ¿Esperabas fuegos artificiales o algo?
—No, sólo los espero cuando te hago el amor.
—Aww –susurró ella, frotando su nariz contra la de él. —Me gusta horrores cuando me hablas dulcemente.
Zarek besó su mano, luego comenzó a reírse mientras pensaba en todo lo que había ocurrido desde que la encontró.
—¿Qué es tan chistoso? –preguntó Astrid.
—Solo estoy pensando, aquí estoy, un esclavo que tocó una estrella que luego lo hizo un semidiós. Tengo que ser el bastardo más afortunado que alguna vez vivió.
Sus ojos azules ardieron en los de él. —Sí, lo eres, Príncipe Encantado, y nunca lo olvides.
—Créeme, Princesa. No lo haré.
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