—Llévame con Cassandra –le gruñó Kat a la Cazadora Oscura castaña que estaba en el auto, junto a ella. No estaba en su naturaleza permitir que otro tuviese control sobre ella y su ambiente—. Soy la única que puede protegerla.
—Sí –dijo Corbin mientras ingresaba al camino de entrada de su mansión—. Hiciste un gran trabajo protegiéndola de… ¿la basura, era eso?
Kat se puso furiosa al oírla. El impulso de convertir a la Cazadora en polvo la atravesó; un derivado del desagradable carácter de su madre que ella había heredado. Afortunadamente para Corbin, Kat tenía más de su padre dentro suyo, y hacía tiempo que había aprendido a respirar hondo y no ceder a sus infantiles impulsos.
No lograría nada enojándose. Tenía que encontrar a Cassandra, y si utilizaba sus poderes para hacerlo, Stryker también podría localizar a Cass. Ese hijo de puta había aprendido tiempo atrás cómo seguir los sutiles matices de los poderes de Kat y usarlos contra ella. Por eso es que no había peleado contra él en el bar. Le gustara o no, Stryker era mucho más poderoso que ella. Principalmente porque a él no le importaba a quién lastimaba para salirse con la suya.
Lo que significaba que necesitaba a la Cazadora para que la llevara hasta Cass.
Kat se había tele-transportado fuera del apartamento por no más de cinco minutos, para poder ir a ver a la Destructora y decirle que dejara a Cassandra en paz.
¿Cómo podía saber que la Destructora usaría esa distracción para enviar a Stryker y sus hombres mientras ella no estaba?
Se sentía tan traicionada que no podía respirar. Durante todos esos siglos, ella había servido concienzudamente a Apollymi y a Artemisa. Ahora cada una de ellas la estaba usando en contra de la otra, y a Kat eso no le gustaba nada.
Y las dos se preguntaban por qué su padre no quería sumarse a sus juegos de cacería. Él era mucho más sabio que Kat, ya que siempre había logrado mantenerse fuera de estas situaciones. Sólo él parecía entender a ambas diosas.
Cómo deseaba poder llamarlo. Él probablemente terminaría con esto en cuestión de segundos. Pero involucrarlo sólo empeoraría las cosas.
No, tenía que manejar esto por sí misma.
Además, ya no le importaba lo que las diosas quisieran. Se había encariñado muchísimo con Cassandra estos últimos cinco años, y no quería que usasen a su amiga, y menos aún verla lastimada.
Era tiempo de que todos dejaran a Cassandra en paz.
Corbin se bajó del auto.
Kat la siguió dentro del garaje, luego se detuvo mientras Corbin abría la puerta de su casa.
—Mira, estamos todos en el mismo equipo.
—Seguro que sí, corazón. Ahora entra para que pueda vigilarte y asegurarme que no hagas algo como abandonar a Cassandra ante sus enemigos otra vez.
Kat usó sus poderes lo suficiente como para mantener la puerta cerrada. Corbin sacudió el picaporte y golpeó la madera con su mano.
—Sabes –le dijo Kat enojada—, si quisiera a Cassandra muerta, ¿no te parece que podría haberla matado en estos cinco años? ¿Por qué esperaría hasta ahora?
Corbin se apartó de la puerta.
—¿Cómo sé que hace cinco años que la conoces?
Kat rió sarcásticamente.
—Pregúntale y verás.
Corbin la miró, pensativamente.
—¿Entonces por qué la dejaste desprotegida esta noche?
Kat la miró a los ojos, para que Corbin pudiera ver su sinceridad.
—Te lo juro, si hubiese sabido que esos bobos homicidas iban a aparecer, no hubiera puesto un pie afuera de ese apartamento.
Aún así, la mirada de Corbin seguía siendo dudosa. Por un lado, Kat admiraba lo protectora que era la mujer. Por el otro, quería estrangularla.
—No lo sé –dijo Corbin lentamente—. Quizás estás siendo honesta, y quizás estás llena de mentiras.
—Bien. —Kat sacudió las manos con frustración—. ¿Quieres pruebas?
—¿Tienes alguna?
Dándose vuelta, Kat levantó el dobladillo de su remera y le mostró a Corbin la piel que estaba justo sobre su cadera izquierda, donde residía su marca del doble arco y la flecha. Esa era la marca de Artemisa.
Los ojos de Corbin se ensancharon.
—Sé que no eres una Cazadora Oscura. ¿Qué eres?
—Soy una de las doncellas de Artemisa, y al igual que tú, he sido encargada de proteger a Cassandra. Ahora llévame con ella.
Wulf apenas golpeó a la puerta y luego la abrió, para encontrarse con Cassandra secándose los ojos. Se quedó helado ante esa imagen.
—¿Estás llorando?
—No –dijo ella, aclarándose la garganta—. Tenía algo en el ojo.
Él sabía que estaba mintiendo, pero respetaba su fuerza. Era agradable encontrar a una mujer que no usaba las lágrimas para manipular a los hombres.
Entró a la habitación indeciso. La idea de que ella llorase hacía que le doliera el pecho. Peor aún, sentía una insensata necesidad de tomarla en sus brazos y consolarla.
No podía. Necesitaba mantener la distancia.
—Yo… eh… tomé prestado esto de Chris.
Le alcanzó el pantalón de gimnasia y la remera que tenía en la mano.
—Gracias.
Wulf no podía apartar la mirada de ella. Su extenso cabello rubio—rojizo estaba apartado de su rostro. Algo acerca de ella le recordaba a una pequeña niña asustada, y al mismo tiempo había algo decidido y duro como una roca en Cassandra.
Ahuecó su fría mejilla en su mano y le levantó la cabeza para que lo mirase. En sus sueños, estaría recostándola sobre su espalda en la cama y probando sus labios.
Desabotonando su camisa…
—¿Has estado luchando así toda tu vida?
Ella asintió.
—Tanto Daimons como Apolitas cazan a mi familia. En un momento, había cientos de nosotros y ahora sólo quedo yo. Mi madre siempre me dijo que debíamos tener más hijos. Que dependía de nosotros continuar con la descendencia.
—¿Por qué no lo hiciste?
Ella aspiró por la nariz delicadamente.
—¿Por qué debería hacerlo? Si muero, entonces verán que no hay verdad en el mito que dice que nuestra muerte los liberará.
—¿Entonces jamás pensaste en convertirte en Daimon? –Cassandra se apartó de él, y Wulf vio la verdad en sus ojos—. ¿Podrías hacerlo? –le preguntó—. ¿Podrías matar a una persona inocente para vivir?
—No lo sé –respondió, alejándose de la cama para colocar el pantalón y la remera en el vestidor—. Dicen que se vuelve más sencillo luego del primero. Y una vez que tienes un alma ajena dentro tuyo, cambia todo en ti. Te conviertes en otra cosa. Algo maligno y despreocupado. Mi madre tenía un hermano que se convirtió. Yo sólo tenía seis años cuando él vino a ella e intentó convertirla en Daimon también. Cuando ella se rehusó, intentó matarla. Al final, el guardaespaldas lo mató, mientras mis hermanas y yo estábamos escondidas en un placard. Fue terrorífico. El tío Demos siempre había sido tan bueno con nosotras.
La tristeza de sus ojos mientras hablaba se envolvió alrededor del corazón de Wulf y lo estrujó fuertemente. No podía imaginar cuánto horror había visto ella en su joven vida.
Pero, por otro lado, su propia infancia tampoco había sido más fácil. La vergüenza, la humillación. Incluso luego de todos esos siglos, aún podía sentir las heridas.
Algunos dolores jamás mitigaban.
—¿Y tú? – Le preguntó ella, mirándolo sobre el hombro, ya que él no se reflejaba en el espejo—. ¿Te resultó más sencillo matar a un hombre luego de que tomaste la primera vida?
Su pregunta lo enfureció.
—Jamás asesiné a nadie. Sólo estaba protegiendo a mi hermano y a mí mismo.
—Ah, ya veo –dijo con calma—. ¿Entonces no crees que sea asesinato cuando irrumpes en el hogar de alguien para robarle y ellos luchan, antes de someterse a tu brutalidad?
La vergüenza lo inundó mientras recordaba algunas de sus primeras incursiones. En aquel entonces, su gente había viajado a lo largo y a lo ancho, atacando aldeas en medio de la noche para incursionar en otra gente, otras tierras. No buscaban la matanza, sino que preferían dejar vivos a tantos como pudieran. Especialmente cuando eran esclavos que podían vender luego en mercados extranjeros.
Su madre se había horrorizado cuando se enteró de que él y Erik habían comenzado a hacer redadas con los otros hijos de sus vecinos.
—Mis hijos están muertos para mí —había gruñido antes de echarlos de su asquerosa casa—. No quiero volver a ver a ninguno de los dos jamás.
Y no los había visto. Había muerto la primavera siguiente por una fiebre. Su hermana le había pagado a uno de los jóvenes de la aldea para que los encontrara y les diera la noticia.
Tres años pasaron antes de que pudiesen regresar a casa para presentar sus respetos. Para entonces su padre había sido asesinado y su hermana tomada por los invasores. Wulf se había ido a Inglaterra para liberarla, y fue ahí que Erik había muerto luego de abandonar la aldea.
Brynhild se había rehusado a ir con ellos.
“Cosecho lo que tú y Erik han sembrado. Es la voluntad de dios que yo sea esclava para servir, al igual que aquellos que tú y Erik han vendido se ven forzados a hacerlo. ¿Y para qué, Wulf? ¿Para conseguir beneficios y gloria? Déjame, hermano. No quiero más de tus modales de guerra.”
Como un tonto, la había dejado, y ella también había sido asesinada un año más tarde, cuando los anglosajones invadieron su pequeña aldea. La vida era muerte. Era lo único que era inevitable.
Como humano, se había acostumbrado bien a eso. Como Cazador Oscuro era un experto.
Se apartó de Cassandra.
—Los tiempos eran diferentes entonces.
—¿En serio? –le preguntó—. Jamás antes había escuchado que en la Edad Oscuraü se suponía que la gente fuese como ovejas para ser matados.
Cassandra se acobardó cuando Wulf giró hacia ella con un feroz gruñido.
—Si estás buscando que me disculpe por lo que hice, no lo haré. Nací en una raza que no respetaba nada excepto la fuerza del brazo con que uno usaba la espada. Crecí siendo burlado y ridiculizado porque mi padre no luchaba. Entonces cuando fui lo suficientemente grande como para probarles que no era como él, que podía estar junto a ellos en la batalla, y que lo haría, lo hice. Sí, hice cosas de las que me arrepiento. ¿Qué persona no lo ha hecho? Pero ni una sola vez maté o violé a una mujer. Jamás lastimé a un niño, ni a un hombre que no pudiera defenderse. Tu gente valora la muerte de un niño o de una mujer embarazada sobre todas las cosas. Los acosan sin ningún propósito más que alargar sus pútridas vidas. Así que no te atrevas a sermonearme.
Ella tragó con fuerza, pero se mantuvo admirablemente firme.
—Algunos lo hacen. Así como algunas de tus personas vivían para violar y saquear. ¿No me dijiste que tu propia madre era una esclava que había sido capturada por tu padre? Puede sorprenderte, Wulf Tryggvason, pero algunas de mis personas sólo cazan a gente como la tuya. Asesinos. Violadores. Hay una rama entera de Daimons llamados los Akelos que han jurado asesinar sólo a los humanos que lo merecen.
—Mientes.
—No –dijo ella, su tono sincero—, no miento. Es gracioso, cuando apenas te conocí pensé que podrías saber más sobre nuestra gente de lo que yo sé, ya que nos cazas. Pero no es así, ¿cierto? Para todos ustedes sólo somos animales. Ni siquiera vale la pena hablar con uno de nosotros para descubrir la verdad.
Era cierto. Jamás había pensado en los Daimons más allá del hecho de que eran asesinos que tenían que morir.
Y en cuanto a los Apolitas…
Nunca había pensado en ellos.
Ahora tenía un rostro “humano” que acompañaba al término “Apolita.”
No sólo un rostro… tenía un tacto.
El gentil susurro de una amante.
¿Pero qué cambiaba eso?
Nada. Al final del día, él aún era un Cazador Oscuro, y seguiría persiguiendo a los Daimons y mataría a cualquiera de ellos que encontrara.
No había nada más que decir entre ellos. Este era un obstáculo que ninguno de ellos podría superar jamás.
Por lo tanto, se retiró del conflicto.
—Tienes toda la casa a tu disposición por la noche, y del terreno durante el día.
—¿Y si quiero irme?
Él se burló.
—Pregúntale a Chris lo fácil que es.
Esa familiar luz apareció en sus ojos de esmeralda. La que lo desafiaba y le decía que no tenía ningún poder verdadero sobre ella. Era una de las cosas que más admiraba en ella; ese fuego y esa fuerte voluntad.
—Sabes, estoy acostumbrada a escapar de situaciones imposibles.
—Y yo estoy acostumbrado a rastrear y encontrar a Apolitas y Daimons.
Ella arqueó una ceja.
—¿Me estás desafiando?
Él negó con la cabeza.
—Sólo estoy declarando un hecho. Te vas y te traigo de regreso. Encadenada si es necesario.
De pronto ella lo miró de un modo gracioso, que le recordó a Chris.
—¿También vas a castigarme?
—Creo que estás un poquito grande para eso. También pienso que eres lo suficientemente inteligente como para saber lo estúpido que sería irte de aquí mientras Stryker y sus hombres están salivando para encontrarte nuevamente.
Cassandra odiaba el hecho de que tuviese razón.
—¿Puedo al menos llamar a mi padre y decirle dónde estoy para que no se preocupe?
Él sacó su teléfono celular del cinto y se lo alcanzó.
—Puedes dejarlo en el living cuando termines.
Se dio vuelta y abrió la puerta.
—Wulf –dijo ella antes de que pudiera irse. Él giró para mirarla—. Gracias por salvarme nuevamente cuando sé que debe quemarte por dentro haberlo hecho.
La mirada de él se suavizó.
—Eso no me quema por dentro, Cassandra. Sólo tú lo haces.
La mandíbula de Cassandra quedó floja mientras él salía de la habitación y cerraba la puerta.
Ella se quedó estúpida mientras esas palabras la atravesaban. ¿Quién hubiese pensado que su guerrero Vikingo tendría un lado más tierno? Pero ella debería saber la verdad. Había visto el corazón de Wulf en sus sueños.
Sueños que eran reales. En esas pocas horas preciosas, había echado un vistazo al corazón del hombre. A sus miedos.
Cosas que mantenía guardadas y ocultas a todo el mundo, excepto a ella…
—Debo estar loca –susurró.
¿Cómo podía sentir ternura hacia un hombre que no andaba con rodeos ante el hecho de que mataba a su gente?
Y en el fondo de su mente, se preguntaba si Wulf la mataría también, si se convertía en Daimon.
Wulf respiró larga y cansadamente mientras entraba al living, donde Chris estaba repantigado en el sofá. Justo lo que necesitaba esta noche, otra persona más que no podía hacer lo que le habían dicho.
Thor, ¿ninguno de ellos tenía una pizca de sentido común?
—Creo haberte dicho que empacaras.
—Empaca, cepíllate los dientes, acuéstate con alguien. Lo único que haces es decirme qué debo hacer. —Chris cambió los canales de la TV —. Si miraras a mis pies, verías que he empacado y que simplemente estoy esperando la próxima orden, muchas gracias.
Wulf miró hacia abajo, y se encontró con una mochila negra frente al sofá.
—¿Eso es todo lo que vas a llevarte?
—Sí. No necesito mucho, y cualquier otra cosa que necesite estoy seguro de que puedo comprarlo, ya que el Consejo sabe que soy el encantado que tiene que ser consentido por temor a que el gran y malo Escandinavo se comporte como Vikingo con sus cabezas.
Wulf le tiró uno de los almohadones del sofá. Suavemente.
Chris tiró la almohada detrás de su espalda y no le respondió mientras continuaba pasando los canales.
Wulf se sentó en el otro sillón, pero sus pensamientos continuaban regresando a la mujer que había dejado en el ala de invitados. Estaba muy confundido en lo que a ella respectaba, y la confusión no era algo con lo que tuviera mucha experiencia. Siempre había sido un hombre básico. Si tenía un problema, lo eliminaba.
No podía eliminar a Cassandra por sí mismo. Bueno, en teoría podía, pero eso estaría mal. Lo más cerca que podría estar de eso sería tirarla por la puerta y dejar que se valiera por sí misma, o pasársela a Corbin.
Pero Ash lo había encargado de su protección, y él no creía en evadir sus obligaciones. Si Ash quería que la cuidara, debía haber una razón para eso. El Atlante jamás hacía nada sin una maldita buena razón.
—Entonces, ¿cuánto sabe Cassandra sobre nosotros? –preguntó Chris.
—Aparentemente todo. Como dijo, es Apolita.
—Mitad.
—Mitad, entera, ¿cuál es la diferencia?
Chris se encogió de hombros.
—La diferencia es que realmente me agrada. No es despreciable, como la mayoría de las demás perras ricas de la universidad.
—No seas tan irrespetuoso, Christopher.
Chris puso los ojos en blanco.
—Lo siento, olvidé cuánto odias esa palabra.
Wulf apoyó la cabeza contra su mano mientras miraba TV. Cassandra era diferente. Lo hacía sentir humano de nuevo. Lo hacía recordar lo que era ser normal. Sentirse bienvenido.
Esas eran cosas que no había sentido en un largo tiempo.
—Por dios. Ustedes dos parecen la Aldea del Sofá Maldito.
Wulf echó la cabeza atrás para ver a Cassandra parada en la entrada. Sacudiendo la cabeza, se acercó y le entregó el teléfono.
Chris rió y bajó el volumen.
—Sabes, me sorprende verte aquí en mi casa.
—Créeme, me sorprende estar aquí en tu casa.
Chris ignoró su comentario.
—Sin mencionar lo extraño que es que recuerdes a Wulf cuando regresas a la habitación. Sigo sintiendo la intensa necesidad de presentarlos.
El teléfono de Wulf comenzó a sonar con “Iron-manü” de Black Sabbath. Lo tomó y lo abrió con un movimiento. Cassandra fue a sentarse cerca de Chris mientras Wulf atendía.
—¿Qué está haciendo ella aquí?
Cassandra frunció el ceño ante la brusca pregunta de Wulf.
—Llaman de seguridad –le dijo Chris.
—¿Cómo lo sabes?
—La canción. Wulf piensa que es gracioso que suene “Iron-man” para mis escoltas. Viven en la casa de seguridad que está más allá en la hacienda, no muy lejos de la entrada. Alguien debe haber pasado por el camino de entrada y tocado el timbre para ingresar.
Y ella pensaba que su padre era paranoico con la seguridad.
—¿Qué es este lugar, Fort Knox?
—No –dijo Chris seriamente—. En realidad podrías salir o entrar a Knox. El único modo de salir de aquí es con al menos dos guardias siguiéndote todo el tiempo.
—Suena como si hubieses intentado saltar el muro.
—Más veces de las que puedes contar.
Ella rió mientras recordaba lo que Wulf le había dicho en el dormitorio.
—Wulf dijo que era inútil.
—Lo es. Créeme, si hubiese un modo de salir, ya lo hubiera encontrado y usado.
Wulf colgó y se puso de pie.
—¿Es para mí? –preguntó Chris.
—No, es Corbin.
—¿Ella es quien está con Kat? –le preguntó Cassandra a Wulf.
Él asintió mientras iba hacia la puerta delantera.
Cassandra lo siguió a tiempo de ver un elegante Lotus Esprit rojo estacionando frente a la casa. La puerta del acompañante se abrió para mostrarle a Kat, quien salió del auto y corrió hacia la casa.
—Hey, niña, ¿estás bien?
Cassandra sonrió.
—No estoy segura.
—¿Por qué está ella aquí? –le preguntó Wulf a Corbin, mientras la Cazadora Oscura se acercaba.
—También está al servicio de Artemisa. Su trabajo es proteger a Cassandra, y pensé que sería inteligente permitir que te ayude.
Wulf miró sospechosamente a Kat.
—No necesito ayuda.
Kat se erizó.
—Relájate, Sr. Macho, no voy a arruinarte el espectáculo. Pero me necesitas. Resulta que conozco a Stryker personalmente. Soy la única oportunidad que tienes de desviarlo.
Wulf no estaba seguro de creer en sus palabras.
—En el club dijiste que no lo conocías.
—No quería descubrir mi identidad, pero eso fue antes de que ustedes nos separaran y yo tuviera que convencer a Corbin de que me regresara a Cassandra antes de que Stryker la encuentre de nuevo.
—¿Confías en ella? –le preguntó a Corbin.
—Tanto como confío en cualquier otra persona. Pero ella señaló el hecho de que ha estado con Cassandra durante cinco años, y Cassandra aún no está muerta.
—Es verdad –dijo Cassandra—. He confiado absolutamente en ella todo este tiempo.
—Está bien –dijo Wulf, reacio. Buscó la mirada de Corbin—. Mantén tu teléfono encendido y me mantendré en contacto.
Corbin asintió, y luego se encaminó hacia su auto.
—No hemos sido presentados formalmente –dijo Kat, estirando la mano hacia Wulf mientras Corbin se iba—. Soy Katra.
Él estrechó su mano.
—Wulf.
—Sí, lo sé.
Kat los condujo hacia el interior de la casa, regresando al living, donde Chris aún estaba sentado en el sofá.
Wulf cerró y trabó la puerta detrás de ellos.
—A propósito, Wulf –dijo Kat mientras se detenía junto a la mochila de Chris—. Si estás pensando en enviar a Christopher a otro sitio para protegerlo, te recomiendo que lo reconsideres.
—¿Por qué?
Ella señaló el TV con su pulgar.
—¿Cuántas veces has visto el episodio de “secuestremos al amigo del tipo bueno y mantengámoslo para el rescate”?
Wulf resopló al escuchar eso.
—Confía en mí, nadie podría sacarlo del Consejo de Escuderos.
—Au contraire –dijo Kat sarcásticamente—. Stryker no tendrá ningún problema en encontrarlo. En el instante en que lo dejes salir de esta casa, Stryker y sus Illuminati estarán sobre él como blanco en la nieve. Jamás llegará a otra área protegida sin que ellos lo tengan. Literalmente.
—No se atreverían a matarlo, ¿verdad? –preguntó Cassandra.
—No –respondió Kat—. Ese no es el estilo de Stryker. A él le agrada el castigo y golpear a la gente donde más le duele. Enviará de regreso a Chris, muy bien. Simplemente que el chico ya no estará intacto.
—¿Intacto cómo? –preguntó Chris nerviosamente. Kat descendió la mirada hasta su entrepierna. Chris se cubrió inmediatamente con las manos—. Mierda.
—Oh, no, muñequito. Stryker sabe cuánto valora Wulf tu habilidad para procrear. Es lo único que le quitaría a los dos.
—Chris –dijo Wulf sobriamente—, ve a tu dormitorio y cierra la puerta con llave.
Chris salió corriendo de la habitación sin vacilar.
Wulf y Kat se miraron.
—Si conoces a este tal Stryker tan bien, entonces, ¿cómo sé que no estás trabajando para él?
Kat bufó al oírlo.
—Ni siquiera me cae bien. Tenemos un amigo en común, lo que ha hecho que nos encontremos un par de veces en estos siglos.
—¿Siglos? – Preguntó Cassandra—. ¡Siglos! ¿Qué eres, Kat?
Kat le dio una palmadita en el brazo para consolarla.
—Lo siento, Cass. Debería habértelo dicho antes, pero tenía miedo de que no confiaras en mí si te lo decía. Cinco años atrás, cuando Stryker casi te mató, Artemisa me envió para asegurarse de que él no se acercara tanto nuevamente.
La mente de Cassandra se mareó ante la revelación.
—¿Entonces sí fuiste tú quien abrió el portal en el club?
Ella asintió.
—Estoy rompiendo nueve tipos de juramentos aquí, pero lo último que quiero es verte lastimada. Lo juro.
Wulf se adelantó.
—¿Por qué todo este problema para mantenerla a salvo cuando de cualquier modo va a morir en unos meses?
Kat respiró hondo y dio un paso atrás. Miró a uno y otro antes de hablar finalmente.
—Ya no estoy aquí para mantenerla a salvo a ella.
Wulf se colocó entre Kat y Cassandra. Se puso tenso como si estuviera preparado para la batalla.
—¿Qué quieres decir con eso?
Kat inclinó la cabeza para poder encontrar la mirada de Cassandra detrás de la espalda de Wulf.
—Ahora estoy aquí para asegurarme que el bebé que lleva nazca sano.
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