Pandora no pudo respirar cuando miró fijamente a la alta y sexy pantera en la entrada de su puerta. Él personificaba todo lo que era básico y masculino. Sus manos estaban a ambos lados del marco mientras la miraba con una intensidad tan cruda, que la estremeció. Su poder masculino y su gracia letal emanaban por todos los poros de su magnífico cuerpo.
Tenía el pelo negro y largo amarrado en una cola. Sus ojos eran tan celestes que casi parecían incoloros contra su piel bronceada y sus largas pestañas oscuras. Su rostro estaba elegantemente tallado e incluso tenía una áspera calidad que evitaba que fuera bonito.
Vestía unos jeans negros y una camiseta negra. Había algo eterno y antiguo en él. Algo que se extendía a ella y hacía que todo su cuerpo ardiera en llamas.
Sin que ella lo invitara, entró a la habitación e inclinó su cabeza para que él pudiera frotar su rostro contra su pelo.
Pandora jadeó cuando esa simple acción la hizo temblar entera. La respiración de él le quemaba toda su piel extra sensible, que lo único que deseaba era el contacto de él. Sus pezones se endurecieron ante la expectativa de lo que estaba por venir.
—Gataki —murmuró él la palabra griega para “gatita”, mientras aspiraba su pelo.
La mitad humana de ella deseaba alejarse de un empujón. La parte animal se rehusaba. Sólo quería abrazarlo. Arrancarle las ropas y saber de una vez por todas lo que era tener sexo con un hombre.
La puerta de su habitación se cerró de un portazo por voluntad propia.
Pandora anduvo en círculos a su alrededor, frotando su cuerpo contra el de él, al mismo tiempo que resistía el impulso de gritar de placer.
—¿Me aceptas? —preguntó él en forma retórica.
En teoría, era la mujer la que elegía a su amante, pero cuando una mujer estaba sexualmente consciente del hombre, realmente no había escapatoria.
Todo lo que pudo hacer Pandora fue asentir con la cabeza. Su cuerpo nunca le dejaría rechazarlo. Él era demasiado viril. Demasiado apasionado.
Demasiado de lo que ella necesitaba.
Él se volvió contra ella con un feroz rugido cuando la agarró para darle un candente beso. Pandora gimió al sentir su sabor. Nadie la había besado nunca. Estaba prohibido para cualquier hombre tocar a una mujer que no fuera su pariente hasta que ella tuviera su primer ciclo.
Incluso entonces, ella había sido una adolescente, sus amigas y ella habían susurrado sobre lo que deseaban de su primer aparejamiento y a quién elegirían.
Pandora había esperado que Lucas fuera el primero. Con casi cuatrocientos años de edad, él era legendario entre su gente por su valor y habilidad de enseñar a una joven mujer-pantera sobre su pasión.
Pero su apostura palidecía en comparación con el oscuro extraño que tenía ante ella. Este hombre sabía a vino y a decadencia. A un poder y conocimiento místico y exótico.
Él recorrió su lengua contra la de ella, al mismo tiempo que su cuerpo se calentaba febrilmente.
—¿Eres Dante? —le preguntó ella, mientras le mordisqueaba sus firmes labios.
—Sí.
Bien. Al menos no la compartiría. Era un pequeño alivio saber eso.
—¿Cómo te llamas, gataki?
—Pandora Kouti.
Él retrocedió para sonreírle.
—Pandora —ronroneó él mientras enterraba sus manos en su pelo antes de aspirar la carne sensible de su cuello, para después lamerlo lentamente. Juguetonamente—. ¿Y qué sorpresas estás ocultando del mundo en tu caja, Pandora?
Ella no pudo responder cuando él continuó lamiendo su piel. Sus rodillas se doblaron. Sólo la fuerza de los brazos que la rodeaban evitó que se cayera.
Dante sabía que debería irse. Debería proyectarse a una ducha fría en cualquier parte.
Pero no pudo.
Era demasiado hipnótica. Demasiado tentadora. El animal en él se negó a irse hasta que la hubiera saboreado.
Y él sería el primero. Podía oler su estado inocente.
Ese solo conocimiento fue suficiente para hacerlo rugir. Nunca había tomado a una virgen antes. En cuanto a eso, rara vez había tomado a una mujer de su propia especie. Una mujer-pantera era violenta por naturaleza. Tenía que ser dominada, y si un hombre no era lo bastante rápido, podría ser mutilado o asesinado durante el apareamiento.
Una vez que la mujer-pantera sucumbía al orgasmo, la ferocidad de ello la convertiría en una fiera. Se volvería contra su amante con garras y dientes. En el caso de las mujeres Katagari, se convertiría a su forma animal y atacaría a su amante.
El hombre tendría que estar listo para retroceder y transformarse a su forma animal o no sería capaz de defenderse contra su repentina sobrecarga hormonal y psíquica.
Eso te hacía pensar.
Dante nunca le había gustado demasiado el apareamiento violento. Prefería tomarse su tiempo para complacer a su amante. Para probar cada pulgada de su cuerpo a su conveniencia.
Siempre le había gustado el sabor de una mujer. Su aroma. La sensación de su suave cuerpo frotándose con el de él, que era más áspero. Siempre le gustó escuchar los sonidos de su éxtasis haciendo eco en sus oídos cuando la llevaba al clímax una y otra vez.
Y Pandora...
Ella sería distinta a cualquier mujer que había conocido. Su primera arcadiana.
Su primera virgen.
Besándola profundamente, él desprendió las ropas que los cubrían a ambos para que no hubiera nada entre sus manos y su dulce y suculenta piel.
Ella tembló en sus brazos.
—Está bien, gataki —dijo él, deslizando una mano por su flexible espalda—. No voy a lastimarte.
Sus palabras reflejaron su pánico.
—Tú eres un hombre Katagari.
Él mordisqueó su hombro, deleitándose con el sabor de su suave y salada piel. Realmente, ella era decadente. Un regalo muy apetitoso para saciar la bestia dentro de él.
—Y no voy a lastimarte —reiteró él, mientras la mordisqueaba desde el hombro hasta el omóplato, bajando por su espalda.
Luego al frente para poder saborear sus senos.
Pandora gritó en el instante que él cerró su boca alrededor de un endurecido y sensible pezón. Su cuerpo se sacudió y ardió.
¿Qué era esto? Todo lo que podía pensar era tenerlo dentro de ella. Tener toda esa piel dura y bronceada yaciendo sobre ella, al mismo tiempo que él le enseñaba lo que realmente significaba ser amada por un hombre.
Todo él era puro músculo.
Fuerza. Poder.
Perversidad.
Y por el momento, era todo suyo...
Él retrocedió de ella con un gruñido, antes de tomarla en sus brazos y llevarla a la cama. Se sentía tan delicada en sus brazos, tan deseada.
El cobertor se apartó por sí solo para que él pudiera colocarla al centro de la cama. El nerviosismo de Pandora regresó cuando las frías sábanas rozaron su enfebrecida piel.
Había esperado toda una vida por este momento. ¿Qué le sucedía a ella? ¿La cambiaría?
¿Lo haría él?
Dante la besó con ferocidad, mientras le levantaba los brazos por encima de su cabeza. Dos segundos más tarde, algo envolvía las muñecas de Pandora y las mantenía ahí.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, aun más nerviosa que antes.
Su suave tacto la tranquilizó cuando él le masajeó sus tensos hombros.
—Quiero asegurarme que ninguno de nosotros saldrá herido, gataki. Nunca has tenido un orgasmo antes y no tienes idea de lo que puede hacerte.
—¿Lastimará?
Él rió ante eso y con su mano grande y masculina envolvió su seno.
—No te lastimará en lo absoluto.
Ella deseaba creerle. El animal en su interior no detectó una mentira así que se relajó. Dante podría no ser el hombre que eligió al principio, pero estaba probando ser lo bastante gentil como para tranquilizar su parte humana.
Él se tendió al costado de ella, para poder estudiar su cuerpo. Deslizó una mano callosa sobre sus senos, luego la deslizó más abajo para poder juguetear con los rizos de la unión de sus muslos.
Ella apretó los dientes cuando el fuego consumió su cuerpo. Ansiaba que esa mano se moviera más abajo. Para que calmara el dolor quemante entre sus piernas hasta que pudiera pensar con claridad de nuevo.
—Dime con qué sueñas, Pandora —le dijo tranquilamente él, mientras su dedo atormentaba su punto más sensible.
Ella se pasó la lengua por los labios cuando el placer la embargaba. Pero nada parecía calmar el dolor despiadado y agridulce que sentía dentro.
Dante sopló sobre su erecto pezón.
—¿Cómo acepta en su cuerpo una arcadiana a un hombre?
—¿No lo sabes?
Él se movió para quedar encima de ella. Pandora gimió ante la deliciosa sensación de su piel desnuda presionando la de ella. En ese momento, quiso ver su pelo suelo.
—Suéltate el pelo —dijo ella.
El lazo se soltó inmediatamente.
Era raro entre los arcadianos encontrar a un hombre que estuviera tan a gusto con sus habilidades psíquicas. Habían aprendido a ocultarlas a menos que estuvieran peleando con sus primos animales.
Dante no parecía tener tales restricciones y ella se preguntó si todos los Katagari serían iguales a él.
Él afirmó con la cabeza cuando la miró en una forma que le recordaba tanto a una pantera que era casi aterrador.
Pandora miró con cuidado sus ojos claros, buscando cualquier signo de que él se volviera contra ella como una fiera y le hiciera daño.
—¿Vas a devorarme?
Su sonrisa fue perversa.
—Hasta que implores que me detenga.
Dante se inclinó hacia adelante para poder presionar su mejilla contra la de ella y saborear la sensación de su delicada piel. Ella era totalmente deliciosa.
Con las humanas, él había tenido que ocultar lo que era. Pero Pandora sabía perfectamente lo que era y, a diferencia de las mujeres Katagari, no estaba peleando con él. Ella respondía a sus caricias igual que lo haría una humana. Con una delicada e inocente confianza.
Era refrescante y conmovía una parte extraña en él en forma profunda.
Deseaba complacerla en una forma que nunca había querido complacer a alguien más.
Extendiendo una mano entre ellos, él separó con gentileza los tiernos pliegues del cuerpo de Pandora para poder tocarla íntimamente.
Ella gritó de éxtasis.
Su respuesta lo encantó. Dante utilizó sus poderes para cubrir los sonidos que se escapaban de la habitación cuando él la beso en forma descendente por todo su cuerpo hasta llegar al lugar donde sus manos estaban jugueteando.
Y entonces, ella sintió la cosa más increíble de todas. La boca de Dante atormentándola. Siseando, ella tiró la cabeza hacia atrás y arqueó la columna mientras su lengua ejercía esa magia increíble sobre ella. Él hundió un largo y delgado dedo en el interior de ella mientras que su lengua continuaba explorando cada tierno pliegue con una minuciosidad que era cegadora por su intensidad.
Dante no podía quitarle los ojos de encima, al mismo tiempo que observaba su cabeza girar hacia atrás y adelante sobre la almohada. No había nada que un hombre de su especie valorara más que el sabor del clímax de una virgen.
Su especie era conocida por matar por el privilegio de tomar a una virgen, y por primera vez en su vida, él entendió ese deseo básico.
La revelación lo impactó. Siempre se había dicho que una mujer no valía la vida de otra pantera. Pero cuando observó su inocente y descarada reacción ante su contacto, ya no estaba tan seguro.
Cuando ella se corrió, gritando su nombre, él sintió algo profundo en su interior que lo llenó de orgullo y satisfacción.
Dante le inmovilizó las caderas, esperando tener que alejarse de ella.
No lo hizo. Ella carecía de las tendencias violentas de su especie. En vez de atacarlo, ella yacía en la cama, jadeante y ronroneando mientras dejaba que el clímax fluyera.
Pandora no estaba segura de lo que le había sucedido. Pero había sido increíble. Maravilloso. Y la dejó deseando más de él. Aún sentía los espasmos de su cuerpo cuando Dante continuó acariciando y atormentando hasta debilitarla.
De repente, las manos de Pandora quedaron libres, y ella las extendió y hundió en el largo y sedoso pelo de Dante, mientras que él gentilmente la giraba sobre su estómago.
—Voy a mostrarte lo que se siente tener un hombre en tu interior, Pandora.
Ella se estremeció ante la erótica imagen que pasó por su mente de Dante embistiéndola.
—Por favor, no me rompas el cuello.
Él le apartó el pelo y le dio un tierno beso en su nuca.
—Nunca te haré daño, gataki.
Ella se estremeció ante sus susurros.
Él le levantó una pierna, luego se introdujo profundamente en ella. Pandora gritó cuando la llenó completamente. Él era largo y duro, y estaba tan dentro que no podía ni respirar.
Nunca había sentido nada como su plenitud dentro de ella. La intimidad de su contacto en un lugar que nadie había tocado antes.
Más que eso, sintió que algo se rompía cuando una energía eléctrica la recorrió entera. Todo su cuerpo ardía y se estremecía.
Dante hizo rechinar sus dientes cuando el placer lo embargó. Nunca había sentido nada mejor que ese calor apretado y húmedo que lo envolvía. Todo lo que quería hacer era penetrarla fuerte y furiosamente hasta estar completamente saciado.
Pero no quería asustarla o herirla de ninguna manera.
Apoyándose en un brazo, él recorrió con su lengua la sensible piel de la oreja de Pandora y respiró ligeramente sobre ella. Pandora se estremeció bajo él.
Él sonrió ante eso, mientras que su mano recorría su piel para volver a hundir sus dedos en el inflamado clítoris.
Pandora gemía ante la sensación de su mano moviéndose al mismo tiempo que sus largas y gentiles caricias. Ningún hombre, arcadiano o de cualquier especie, podía ser más tierno. Ella nunca hubiera creído que esto fuera posible por parte de un animal.
Sólo que no era un animal quien la estaba abrazando. Era más humano que todos los que había conocido.
Y amable. No había dolor y se preguntó si él estaría utilizando sus poderes para aumentar el placer que le entregaban sus caricias. Sólo quiso haber conocido lo suficiente de sus nuevos poderes para devolverle el favor.
Él empezó a moverse lentamente contra ella. Luego más rápido. Más rápido. Y más rápido aún.
Pandora gritó ante la velocidad de sus embates mientras continuaban aumentando. Gritando por el placer, ella balanceaba sus caderas contra las de él, conduciéndolo aún más profundo hasta que todo lo que pudo hacer fue gritar.
Dante rechinó los dientes cuando ella se movió en sincronía con él. Era exquisitamente demandante. Y cuando ella se corrió de nuevo, él rió hasta que la sensación de su cuerpo que lo apretaba lo envió al borde y también llegó al clímax.
Él rugió fuerte cuando el éxtasis lo embargó con olas y olas de placer.
Ella colapsó bajo él un instante antes de que se pusiera de espaldas.
Esperando su ataque, Dante casi saltó de la cama. Pero ella extendió un brazo y le rodeó los hombros para acercarlo.
La sonrisa en el rostro de ella entibió su corazón.
—Gracias —respiró ella—. Es la primera vez en días que mi cuerpo se siente como si me perteneciera de nuevo.
Él inclinó su cabeza hacia ella, y luego tomó su pequeña mano para poder darle un beso en los nudillos. No era de extrañar que los hombres Katagaria tomaran a las mujeres arcadianas. Era tan agradable yacer de esta forma junto a ella.
Si fuera Katagaria, lo más probable fuera que estuviera sangrando como consecuencia de su encuentro. En vez de eso, ella jugueteaba con su pelo y lo acariciaba.
Al menos hasta que ella gimió.
Dante sonrió con anticipación. Su ciclo se estaba calentando otra vez.
Ella ronroneó cuando su mano se tensó en su pelo y con impaciencia se frotó contra él.
El cuerpo de él se endureció inmediatamente.
Estaba tan listo para ella como lo estaba ella para él. El animal en su interior podía oler su necesidad y respondía consecuentemente.
Esta iba a ser una larga tarde y él iba a gozar cada hora.
Y cada parte de ella...
Pandora yacía silenciosa en la cama mientras Dante se daba una ducha. Debería estar horrorizada por las horas que habían pasado en la cama. Él la puso en más posiciones de las que pensó pudieran ser posibles.
Y amó cada una de ellas.
Él era increíble... y extremadamente ágil.
Estaba saciada a un nivel más allá de la imaginación. Normalmente, una mujer-pantera necesitaría días para que un hombre la saciara.
Pero Dante había sido tan minucioso, tan agotador, que ella tenía una increíble sensación de paz.
¿Quién habría pensado que fuera posible?
Escuchó que se cerraba el agua. Uno segundos después, Dante regresó a la cama con el pelo húmedo y enroscándose sobre sus hombros.
Estaba completamente desnudo e inconsciente de ello. Ella miró con sobrecogimiento ese bronceado cuerpo, cubierto generosamente con pelos cortos y negros.
—¿Te sientes mejor? —preguntó ella.
Él le sonrió de tal forma que hizo que su estómago hormigueara.
—Me habría sentido mejor si te hubieras unido conmigo en la ducha.
Ella enrojeció. Él le había pedido eso pero ella se negó, aunque el por qué no lo podía imaginar. No era que él no hubiera estudiado y acariciado cada centímetro de ella en las últimas horas. Pero de algún modo, la idea de ducharse con él parecía demasiado personal.
Demasiado extraño.
Él se tendió a un costado de ella y la envolvió en sus brazos.
Pandora suspiró con satisfacción. Era tan agradable ser abrazada por él.
Un minuto él tenía un largo y masculino brazo envolviendo su cadera, y al siguiente, era el brazo de una pantera.
Ella saltó corriendo de la cama con un chillido.
Dante volvió instantáneamente a su forma humana.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
—No te transformes en pantera cuando estés cerca de mí ¿Vale? De verdad que me dan escalofríos.
Él le frunció el ceño.
—¿Por qué?
—No... no soporto verlas.
Él le dio una mirada dura y condenatoria que la hizo enfurecer.
—Eres una de nosotros, nena. Acostúmbrate a ello.
Ella se estremeció ante la idea. Ella no estaba en la misma categoría que las mujeres Katagari. Éstas eran primitivas y malas, y no se preocupaban de nadie más que de sí mismas.
—Oh, no. No lo soy —dijo ella, gruñendo las palabras—. Soy un ser humano y no un animal como tú.
Dante entrecerró los ojos ante las palabras que no deberían herirlo, pero por alguna extraña razón le dolió. Él hizo todo para ser gentil con ella.
¿Y qué logró con ello?
Ni una maldita cosa excepto su desdén por algo que no podía evitar más de lo que ella podía evitar ser humana.
No había nada de malo en ser un Katagari. Él se sentía muy orgulloso de su herencia.
Con una mueca de desprecio, él se levantó de la capa y proyectó sus ropas en él.
—Bien. Ten una vida agradable.
Pandora dio un salto cuando él salió de la habitación dando un portazo.
—¡Tú también! —gritó ella, en forma infantil, sabiendo que no podía oírla.
¿Qué le importaba a ella de todos modos?
Él era un animal. Pero mientras se dirigía al baño, ella extrañó la cálida sensación que sentía cuando la abrazaba. El dulce sonido de su nombre en sus labios cuando él le hacía cuidadosamente el amor.
La forma en que su lengua la acariciaba y la tranquilizaba.
Rechinando los dientes, se esforzó en olvidar ese recuerdo y se fue a duchar. Y cuando el agua le caía, pensó en el hermano de Dante que aún tenía que traerle a Acheron. Debió haber enviado a Dante en su lugar.
¡Cómo se atrevió él a hacer eso!
Ella debería haberlo sabido mejor antes de confiar en un animal. ¿Por qué uno de ellos la ayudaría de todos modos?
Enojada con ambos y consigo misma por ser tan estúpida como para confiar en ellos, Pandora reguló el agua y empezó a frotarse con ganas.
Repentinamente, la cortina del baño se abrió.
Pandora jadeó mientras giraba para encontrar a Dante parado ahí, mirándola con sus ojos azules.
—Nunca respondiste mi pregunta.
Ella habló con furia.
—Discúlpame, estoy en medio de mi ducha.
—Sí, lo sé, y te dejaré regresar a ella una vez que me respondas por qué te molestan las panteras.
¡Ése no era asunto de él!
Las lágrimas le ardían en los ojos cuando las experiencias traumáticas de las dos últimas semanas la abrumaron. A sus hormonas desequilibradas no les importaba el hecho de que lo único que de verdad quería era irse a casa.
Pero antes que pudiera detenerse, la verdad la hizo sollozar desgarradoramente.
—Porque cada vez que veo a uno de los tuyos, me arrebatan a alguien que amo y los odio a todos por eso. Ahora tu especie me arrebató de mi hogar y mi familia para que yo sea una ramera para toda la manada o una esclava para uno de ustedes.
Dante sintió una extraña sensación en su pecho cuando ella empezó a sollozar. Ni una vez en casi trescientos años había sentido tal impotencia.
Tal deseo de ayudar a alguien.
—Y lo que es peor —dijo ella, con voz rasgada—. Sé que realmente no puedo regresar a casa porque ellos me enviarían de vuelta aquí a la manada Katagaria que me robó. Las panteras me han arrebatado todo. Incluso mi virginidad.
Dante cerró la llave del agua con el pensamiento y sacó una toalla del estante antes de envolverla con ella.
—No sé en qué estaba pensando cuando me escapé —sollozó ella—. Acheron no va a ayudarme. ¿Por qué lo haría? Y aún si lo quisiera, ¿realmente qué podría hacer? Los Cazadores Oscuros no pueden intervenir en nuestros asuntos. Sólo deseaba algo de esperanza. Algo más de lo que me estaba destinado. No quiero ser una ramera de las panteras. Solo quiero tener mi propia vida, donde nadie me lastime o me use. ¿Eso es tan malo?
—No, Pandora —dijo Dante, mientras atraía el sollozante cuerpo a sus brazos y la abrazaba fuertemente—. No es malo.
Él beso la parte superior de su cabeza y sacó otra toalla para secarle el pelo.
Pandora se odiaba por fracasar de esta forma. Normalmente era calmada y serena. Pero ahora estaba más allá de su capacidad para arreglárselas.
Todo lo que deseaba era su vida de vuelta. Un día donde de nuevo estuviera a cargo de su cuerpo y de su destino.
Un día de claridad.
Lo que su gente había hecho estaba malo y ella lo sabía. Los odiaba a todos, Arcadianos y Katagaria, por obligarla a esto.
A ninguna mujer debería quitársele el derecho de elegir.
Trató de dejar de llorar cuando Dante la acunó gentilmente en sus brazos. Él estaba siendo mucho más amable de lo que ella merecía. Ni siquiera su propio padre habría sido tan comprensivo ante su crisis. Él nunca había sido el tipo de hombre que tolerara bien los estallidos emocionales y educó a todas sus hijas a sufrir en silencio.
Sin embargo, Dante no dijo nada. Sólo la abrazó en silencio mientras ella lloraba.
—No sé qué hacer —dijo ella, atónita cuando las palabras salieron de su boca.
No era típico en ella confiar en alguien y admitir que lo que le pasaba por la cabeza...
No podía creer lo que estaba haciendo.
Quizás era porque no sabía a dónde más ir.
O quizás era sólo que después del tiempo que habían compartido, donde él no la hirió, que estaba casi dispuesta a confiar en él, con la verdad de su situación y sentimientos.
—Encontraremos la solución para tus problemas —dijo Dante, mientras le frotaba la espalda—. No te preocupes.
—¿Por qué me ayudarías? Tu hermano me dijo que eras un bastardo egoísta.
Él medio sonrió ante eso.
—Soy egoísta. Soy frío y despiadado. No tengo amigos y paso todo el tiempo buscando arcadianos que me molesten para poder iniciar una pelea y herirlos. Diablos, incluso maté a mi propio hermano cuando vendió a mi manada a los Daimons. Sinceramente, soy todas las cosas malas que piensas cuando oyes hablar del término «Katagaria».
Y, no obstante, él no le había hecho daño.
Con gentileza, él deslizó su mano contra la fría mejilla de Pandora para secarle las lágrimas.
—Pero no me gusta verte llorar.
Ella se estremeció ante esas hipnóticas palabras.
—Vístete, Pandora, y vayamos a buscar algo de comer y hablaremos de lo que podemos hacer para ayudarte.
—¿En serio?
—En serio.
Ella lo atrajo para poder darle un beso abrasador.
—Siento mucho haberte llamado un animal, Dante.
—Está bien. Es lo que soy.
No, él no lo era. En ese momento, él era su héroe. Su campeón. Nunca debió insultar a alguien tan amable.
Tan pronto como se puso los jeans y su camiseta roja, salieron de la habitación y bajaron al vestíbulo que estaba apiñado con más gente que antes.
—Esta es alguna fiesta ¿eh? —preguntó ella cuando vio a un grupo de cuatro mujeres vestidas con sólo cintas de precaución alrededor de sus cuerpos rodeadas por un grupo de Storm Troopers, atravesar el vestíbulo.
—Definitivamente es algo —dijo él, tomándole la mano cuando pasaron a una mujer que estaba tirando a un hombre de una correa.
—¿Vienes acá a menudo?
Él negó con la cabeza.
—Es la primera vez.
Antes de que ella pudiera hablar de nuevo, Pandora sintió un dolor atroz quemarle la palma. Siseando, retiró la mano de un tirón al mismo tiempo que Dante empezó a sacudir su propia mano como si estuviera quemándose.
Pandora frunció el ceño cuando sintió que la embargaba un mal presentimiento.
Miró su mano y vio un atractivo diseño geométrico formarse en su palma, confirmando su peor temor.
Estaba aparejada.
Y había un solo hombre al que podía estarlo...
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