Kat la miró fijamente, indignada.
—Creo que la respuesta a esa pregunta es bastante obvia. Estoy aquí, ¿o no?
—¿Lo estás? –preguntó Cassandra, con su furia entrando en erupción—. Cada vez que me doy vuelta parece que hay un Daimon siguiéndome el rastro. Todos los días estoy enterándome de otro dato vital acerca de ti, que habías olvidado convenientemente de contarme en los últimos… oh… cinco años. ¿Cómo puedo saber que puedo confiar en alguien a esta altura?
Kat parecía herida mientras se apartaba de Cassandra.
—No puedo creer que dudarías de mí.
—Cassie…
—No me digas “Cassie,” Phoebe –le dijo, hablándole con brusquedad a su hermana—. ¿Por qué ni siquiera te molestaste en decirme que estabas viva? Sabes que una postal no te habría costado nada. Y no estoy intentando ser graciosa.
Phoebe le dirigió una mirada enojada.
—¡No te atrevas a usar ese tono conmigo! No después de que Urian y yo hemos arriesgado todo por ti. Por lo que sé, ahora mismo pueden estar matándolo.
El temblor en la voz de su hermana la hizo recobrar el juicio, y se calmó.
—Lo siento, Phoebe. Kat. Es sólo que estoy asustada.
Kat la ayudó a ponerse de pie, pero en lugar de regresar a su asiento, Cassandra se encaminó hacia el asiento de Wulf. Él frenó el barco lo suficiente como para que ella pudiera sentarse con cuidado en sus piernas.
Al menos allí se sentía protegida. Segura. Confiaba absolutamente en él.
—Vas a estar bien, Cassandra –dijo Wulf contra su cabello, sobre el rugido del bote.
Se acurrucó más contra él e inhaló su aroma cálido y masculino. Cassandra se aferró con fuerza mientras él los conducía a un futuro que la aterrorizaba.
El amanecer se estaba acercando. Cassandra podía sentirlo mientras viajaba silenciosamente en el Land Rover excesivamente modificado y hecho a pedido, junto a Wulf. Ella era inmune a los rayos de sol, pero sabía que Wulf y su hermana no lo eran. Chris estaba dormido en el asiento trasero, sentado entre Kat y Phoebe con la cabeza sobre el hombro de Kat, mientras ella miraba nerviosamente por la ventanilla.
Habían dejado el barco atrás hacía una hora, y ahora estaban en un Land Rover todo—terreno, conduciendo hacia un destino que Phoebe no quería mencionar. Sólo les daba indicaciones.
—¿Cuánto falta? –preguntó Cassandra.
—No mucho más.
El incierto temor en la voz de Phoebe contradecía sus palabras.
Cassandra tomó la mano de Wulf en las suyas. Él apretó sus dedos para tranquilizarla, pero no habló.
—¿Llegaremos antes del amanecer? –le preguntó a su hermana.
—Va a ser cerca. –Entonces, en voz baja, Phoebe murmuró las palabras—: Realmente cerca.
Cassandra miró a Wulf mientras conducía. Tenía puestos sus anteojos de sol, que lo ayudaban con el resplandor de la nieve, pero la noche era tan oscura que Cassandra no estaba segura de cómo podía ver algo. Su mandíbula barbuda estaba firme y rígida. Aunque no decía nada, ella notaba el modo en que miraba una y otra vez el reloj del tablero.
Cassandra elevó una plegaria para que llegasen a destino antes de que el sol lo matara.
Obligando a su miedo a partir antes de que la abrumara, miró hacia sus manos unidas. Su mano estaba cubierta por unos guantes negros de lana. Los dedos desnudos de Wulf eran largos y masculinos. Las manos de un guerrero protector.
¿Quién hubiese imaginado que ella encontraría un amigo y amante nacido de una raza que era enemiga jurada de la suya?
Y aún así, allí estaba sentada, sabiendo que él era el único que podía salvar y proteger a su bebé. Sabiendo que él moriría voluntariamente por cuidar a su hijo. Su corazón dolió ante ese conocimiento, y ante el nerviosismo que sentía mientras el cielo se aclaraba.
Él no podía morir. Seguramente los Destinos no serían tan crueles.
Cassandra soltó la mano de Wulf lo suficiente para quitarse el guante, luego volvió a tomarla. Necesitaba esa conexión física con él.
Él la miró y le regaló una sonrisa alentadora.
—Dobla justo aquí –dijo Phoebe, inclinándose entre ellos para señalar un pequeño sendero donde no había ruta.
Wulf no lo cuestionó. No había tiempo. En lugar de eso, giró como ella le indicaba.
Era un idiota por confiar en ella, lo sabía. Pero no había otra elección. Además, Phoebe aún no los había traicionado.
Y si lo hiciera, él se aseguraría que lo pagara. Junto con cualquier otro que se atreviera a venir en busca de Cassandra.
Pasaron violentamente a través de los árboles, con el blindaje del SUV que hacía relativamente más sencillo abrirse paso a través de los árboles más pequeños y viajar sobre nieve, hielo y escombros. Wulf apagó las luces para poder ver mejor mientras el Land Rover rebotaba sobre el terreno accidentado.
Chris se despertó maldiciendo.
—¿Regresó Stryker?
—No –le dijo Kat—. Tuvimos que abandonar la ruta.
Wulf desaceleró un poquito para no arruinar una de las ruedas de tanque que habían reemplazado a las cubiertas del SUV. Eran mucho más firmes en este clima, pero aún así estaban muy lejos de ser infalibles, y lo último que necesitaba era quedarse varado al aire libre con la luz del sol tan próxima.
Justo cuando el sol estaba apareciendo sobre la montaña, salió a través de los árboles y llegó a una cueva.
Había tres Apolitas parados fuera de ella. Esperando.
Cassandra siseó y soltó su mano.
—Está bien –dijo Phoebe mientras abría su puerta y bajaba de un salto de la camioneta.
Wulf dudó mientras miraba a Phoebe correr hacia los hombres y señalarlos.
—Bueno –susurró, viendo que el sol comenzaba a deslizarse por encima de los picos—. Es el momento de la verdad. Ahora no podemos escapar corriendo de ellos.
—Estoy contigo hasta el final –susurró Kat desde el asiento trasero.
Chris asintió.
—Yo también.
—Quédense aquí –le dijo Wulf a Cassandra y a Chris antes de bajarse, con la mano sobre el puño de su espada.
Kat salió junto con él.
Chris se inclinó hacia adelante para que su cabeza estuviera casi al lado de la de Cassandra.
—¿Esos son lo que creo que son?
—Sí –dijo Cassandra, aguantando la respiración—. Son Apolitas, y no parecen felices de vernos.
Los Apolitas observaron a Kat y a Wulf sospechosamente. El odio entre ellos era aún más violento que cuando Urian se había enfrentado a Wulf en el cobertizo.
Hizo que la sangre de Cassandra se helara.
Phoebe señaló el sol que salía y le dijo algo a los hombres. Aún así no se movieron.
Hasta que Wulf miró a Cassandra sobre su hombro. Sus miradas se encontraron y él asintió sutilmente.
Con el rostro ilegible, entregó todas sus armas.
El corazón de Cassandra latió violentamente. ¿Lo matarían?
Ella sabía que él jamás hubiese entregado sus armas a sus enemigos. Hubiese luchado hasta el final. Pero, por ella, él se había entregado.
Los Apolitas lo llevaron hacia el interior con Phoebe mientras Kat regresaba a buscarlos.
—¿Qué está sucediendo? –preguntó Cassandra.
Kat respiró cansadamente.
—Están llevando a Wulf en custodia para asegurarse de que no lastime a ninguno de ellos. Vamos, tienen a un doctor dentro esperando por ti.
Cassandra vaciló mientras miraba en la dirección en la que habían desaparecido.
—¿Realmente confías en ellos?
—No lo sé. ¿Y tú?
Ella pensó en eso, y no estuvo totalmente segura de la respuesta.
—Confío en Phoebe. Eso creo.
Kat se rió.
Cassandra salió rápidamente de la camioneta, y permitió que Kat los condujera a ella y a Chris dentro de la cueva donde había sido llevado Wulf.
Phoebe se unió a ellos adentro.
—No tengas miedo, Cassie. Todos nosotros sabemos lo importantes que son tú y tu bebé. Nadie aquí los lastimará. Lo juro.
Cassandra sólo podía rogar que su hermana hablara en serio.
—¿Quiénes son nosotros?
—Esta es una comunidad Apolita –dijo Phoebe mientras los conducía más adentro de la caverna—. Una de las más antiguas de Norteamérica.
—¿Pero por qué están ayudándome ahora? –Preguntó Cassandra—. No es que no hayan sabido que he sido perseguida todos estos años.
Phoebe pareció apenada por la pregunta.
—Sabía que estabas viva y estaba esperando que continuaras con nuestra ascendencia. Temía decirte que yo aún existía por miedo a cómo lo tomarías. Pensé que sería más fácil de este modo.
—¿Entonces por qué cambiaste ahora?
—Porque un Apolita llamado Spawn llamó unos días atrás y explicó lo que estaba sucediendo. Una vez que hablé con Urian y supe lo que su padre había planeado, me di cuenta de que ya no podía dejarte sola. Somos hermanas, Cassandra, y tu bebé tiene que vivir.
Al fondo de la cueva, Phoebe colocó su mano sobre una de las piedras, donde un resorte salió y abrió la puerta de un ascensor.
Chris jadeó exageradamente.
—Santas Granadas, Batman, es una baticueva. —Cassandra lo miró extrañamente—. Oh, vamos –dijo Chris—, ¿nadie más que yo ve el humor de esto? –Observó los tres rostros nada divertidos—. Supongo que no.
Cassandra entró primera al ascensor.
—¿Y los hombres que vi afuera? ¿Quiénes son ellos?
Phoebe fue la siguiente en entrar.
—Son nuestro consejo gobernante. Nada puede hacerse aquí sin su aprobación directa.
Kat y Chris se les unieron. La puerta del elevador se cerró.
—¿Hay Daimons aquí? –le preguntó Chris a Phoebe mientras ella presionaba un botón que puso al elevador en movimiento, hacia abajo.
—El único Daimon en esta comunidad soy yo –dijo Phoebe avergonzadamente—. Me permiten vivir aquí porque están en deuda con Urian por su ayuda. Mientras yo no atraiga la atención sobre mí o sobre su existencia, tengo permitido quedarme.
Mientras el elevador continuaba su camino hacia abajo, Cassandra no sabía qué esperar de la colonia Apolita. O de su hermana. Mucho tiempo atrás, hubiese confiado en Phoebe sin dudarlo, pero aquella era una Phoebe que no hubiese sido capaz de tomar la vida de otra persona para mantener la propia.
Esta nueva Phoebe la asustaba.
Los oídos de Cassandra se taparon, permitiéndole saber que estaba viajando mucho más abajo de la montaña.
Cuando las puertas se abrieron, sintió como si acabara de entrar a una película de ciencia-ficción.
Todo estaba adaptado como una ciudad futurista. Hecha de acero y hormigón, las paredes estaban pintadas con brillantes murales que representaban el sol y la belleza.
Su grupo salió a un área central que era probablemente del tamaño de un campo de fútbol americano. Había aberturas alrededor que mostraban más corredores que llevaban hacia otras áreas.
Había todo tipo de tiendas en esta área principal. Excepto vendedores de comida; un servicio que los Apolitas no necesitaban, ya que vivían de la sangre de los demás.
—La ciudad se llama Elysia –explicó Phoebe mientras los conducía a través de varios Apolitas que se habían detenido para observarlos—. La mayoría de los Apolitas aquí vive toda su vida bajo tierra. No tienen ningún deseo de subir y ver a los humanos y su violencia. Ni tampoco desean ver a su familia cazada y asesinada.
—Me opongo a eso –dijo Chris—. Yo no soy violento. Al menos no absorbo a otras personas.
—Mantén baja la voz –le advirtió Phoebe—. Los humanos nunca han sido bondadosos con mi gente. Nos han cazado y perseguido aún más que los Cazadores Oscuros. Aquí eres minoría, y si amenazas a mi gente, podrían matarte sin siquiera molestarse en averiguar si eres o no violento.
Chris cerró firmemente la boca.
Cassandra vio los gestos de desprecio y las miradas furiosas que recibían mientras Phoebe los llevaba hacia un vestíbulo a la izquierda.
—¿Qué hacen con los Apolitas que se convierten en Daimon? –preguntó Chris en cuanto estuvieron lejos de los otros Apolitas.
—No se tolera a ningún Daimons aquí, ya que ellos requieren una dieta constante de almas humanas. Si un Apolitas decide convertirse en Daimon, tiene permitido partir, pero jamás pueden regresar aquí. Nunca.
—Aún así, tú vives aquí –dijo Kat—. ¿Por qué?
—Te lo dije, Urian los protege. Él fue quien les enseñó cómo construir este lugar.
—¿Por qué? –insistió Kat.
Phoebe se detuvo y midió a Kat con la mirada.
—A pesar de lo que piensas de él, Katra, mi esposo es un buen hombre. Sólo quiere lo mejor para su gente. –La mirada de Phoebe se volvió hacia Cassandra—. Urian fue el primer hijo en nacer como un Apolita maldito.
Cassandra se quedó boquiabierta ante la noticia.
—Entonces él tiene…
—Más de once mil años –dijo Phoebe, terminando la oración por ella—. Sí. La mayor parte de los guerreros que viajan con él tienen esa edad. Ellos vienen del comienzo de nuestra historia.
Chris silbó bajo.
—¿Cómo es posible?
—La Destructora los protege –respondió Kat—. Así como los Cazadores Oscuros sirven a Artemisa, los verdaderos Spathis la sirven a ella. —Kat suspiró, como si el conflicto la apenara—. Artemisa y Apollymi han estado en guerra desde el primer día. La Destructora está en cautiverio porque Artemisa la obligó con un engaño, y ella pasa todo su tiempo tramando la muerte y tortura de Artemisa. Si alguna vez logra salir, Apollymi la destruirá.
Cassandra frunció el ceño.
—¿Por qué la Destructora odia a Artemisa?
—Amor. ¿Qué más? –dijo Kat sencillamente—. El amor, el odio y la venganza son las emociones más poderosas de la tierra. Apollymi quiere venganza porque Artemisa mató a lo que ella más amaba en el universo.
—¿Y eso es?
—Jamás traicionaría a alguna de ellas diciéndolo.
—¿Y no podrías escribirlo? –preguntó Chris. Kat puso los ojos en blanco. Cassandra y Phoebe sacudieron la cabeza—. Oh, sí, como si ustedes dos no estuviesen pensando lo mismo –dijo Chris.
Phoebe hizo señas para que la siguieran nuevamente. Los condujo por un corredor que estaba alineado por puertas.
—Estos son apartamentos. A ustedes les darán una gran unidad con cuatro dormitorios. La mía está en un vestíbulo separado. Me hubiese gustado tenerlos más cerca, pero esta era la única disponible, lo suficientemente grande como para todos ustedes, y no me pareció que fuera inteligente separarlos.
Cassandra también deseaba estar más cerca de Phoebe. Tenía mucho de lo que ponerse al día con su hermana.
—¿Wulf ya está allí?
—No –dijo Phoebe, evitando su mirada—. Fue llevado a una celda de detención.
Cassandra estaba horrorizada, y luego furiosa.
—¿Perdón?
—Él es nuestro enemigo, Cassie. ¿Qué esperabas que hiciéramos?
—Espero que lo dejen ir. Ahora.
—No puedo.
Cassandra se detuvo sobre sus pasos.
—Entonces muéstrame la puerta de salida.
El rostro de Phoebe reflejaba su incredulidad.
—¿Qué?
—Me escuchaste. No voy a quedarme aquí a menos que él sea bienvenido. Ha arriesgado su vida por mí. Su hogar fue destruido por mi culpa y no viviré cómodamente mientras el padre de mi bebé sea tratado como un convicto.
Alguien detrás de ellos comenzó a aplaudir.
Cassandra giró para ver a un hombre que la empequeñecía. De más o menos dos metros quince de altura, era precioso. Rubio y esbelto, parecía tener la misma edad que ella.
—Lindo discurso, princesa. No cambia nada.
Cassandra lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Y qué tal una buena paliza?
Él en realidad se rió.
—Estás embarazada.
—No tanto. –Lanzó una de las dagas que tenía en la muñeca hacia el hombre. Se incrustó en la pared justo al lado de su cabeza. Su rostro perdió todo el humor—. La próxima va a tu corazón.
—¡Cassie, detente! –ordenó Phoebe, tomándola del brazo.
Cassandra se quitó su mano de encima.
—No. He pasado toda mi adultez terminando con la desgracia de cualquier Daimon o Apolita que cometiera el error de perseguirme. Si por un instante crees que Kat y yo no podemos destruir este sitio para liberar a Wulf, entonces necesitas pensarlo de nuevo.
—¿Y si mueres? –preguntó el hombre.
—Entonces todos perdemos.
Él la miró pensativamente.
—Estás fanfarroneando.
Cassandra intercambió una mirada decidida con Kat.
—Sabes que siempre estoy desesperada por una buena pelea.
Kat extrajo su bastón de lucha del bolsillo de su abrigo y lo extendió.
Las ventanas de la nariz del hombre se ensancharon mientras las veía preparándose para librar combate.
—¿Así es como devuelves mi generosidad al acogerte?
—No –dijo Cassandra con una calma que no sentía—. Así es como compenso al hombre que me protege. No aceptaré que Wulf esté así luego de todo lo que ha hecho.
Ella esperaba que el hombre luchara, pero en lugar de eso dio un paso atrás e inclinó la cabeza respetuosamente hacia ella.
—Tiene la valentía de un Spathi.
—Te lo dije –dijo Phoebe, su rostro brillando de orgullo.
El hombre les sonrió ligeramente.
—Ve adentro con Phoebe, princesa, y haré que tu Cazador Oscuro sea llevado hasta ti.
Cassandra lo miró sospechosamente, insegura en confiar en él o no.
—¿Lo prometes?
—Sí.
Aún escéptica, Cassandra miró a su hermana.
—¿Puedo confiar en eso?
—Puedes. Shanus es nuestro Consejero Supremo. Él jamás miente.
—Phoebe –dijo Cassandra sinceramente—, mírame. –Ella lo hizo—. Dime la verdad. ¿Estamos a salvo aquí?
—Sí, lo juro por todo lo que aprecio; incluso la vida de Urian. Estás aquí porque Stryker jamás pensaría en buscarte en una comunidad Apolita. Cada uno de nosotros aquí sabe que si tu bebé muere, también muere el mundo. Y nuestras vidas, tales como son, aún son valiosas para nosotros. Para la gente que está aquí, veintisiete años son mejores que absolutamente nada.
Cassandra respiró profundamente y asintió.
—Está bien.
Phoebe abrió la puerta detrás suyo mientras Shanus se disculpaba y los dejaba para que explorar su nuevo hogar.
Cassandra entró a un living extremadamente agradable. Probablemente tenía entre cuatro y cinco pies cuadrados, y poseía todo lo que un hogar humano normal podría tener. Un sofá relleno y un confidenteü, un centro de entretenimiento completo, con televisión, estéreo, y reproductor de DVD.
—¿Eso funciona? –preguntó Chris mientras se acercaba a inspeccionarlo.
—Sí –dijo Phoebe—. Tenemos repetidores y líneas externas que pueden traernos el mundo humano hasta aquí.
Kat abrió las puertas de las habitaciones y el baño que estaban fuera del área principal del living.
—¿Dónde está la cocina?
—No tenemos cocinas –explicó Phoebe—. Pero los consejeros están trabajando para traer un microondas y un refrigerador para ustedes. Junto con comestibles. Debería haber algo aquí para que ustedes coman muy pronto. —Phoebe les mostró una pequeña caja verde en una mesa junto al sofá—. Si necesitan algo, el intercomunicador está aquí. Presionen el botón y una de las operadoras los ayudará. Si quieren llamarme, díganle que quieren hablar con la esposa de Urian y ellos sabrán con qué Phoebe comunicarlos.
Se escuchó un golpe en la puerta.
Phoebe fue a abrirla mientras Cassandra se quedaba detrás con Kat y Chris.
—¿Qué piensan?
—Parece estar bien –dijo Chris—. No recibo ninguna vibración maligna, ¿y ustedes?
Kat se encogió de hombros.
—Estoy de acuerdo con Chris. Pero aún hay una parte de mí que no confía en ellos. No quiero ofenderte, Cass, pero los Apolitas no son famosos por ser honestos.
—Dímelo a mí.
—¿Cassandra?
Ella se dio vuelta para encontrarse con una mujer de su edad junto a Phoebe. El cabello rubio de la mujer estaba recogido en un moño, y vestía un suéter pastel claro con un par de jeans.
—Soy la Dra. Lakis –le dijo, extendiendo su mano hacia Cassandra—. Si no te molesta, me gustaría examinarte y ver cómo está el bebé.
Wulf estaba sentado en la celda, preguntándose cómo diablos se había metido en esto. Por lo que sabía, podían estar matando a Cassandra, y él había permitido dócilmente que lo llevaran.
—Debería haber peleado.
Maldiciendo, dio vueltas por la pequeña celda donde lo habían encarcelado. Estaba en penumbras y húmeda, con tan solo una cama y un retrete dentro. Jamás había estado dentro de una cárcel humana, pero por lo que había visto en películas y en la TV , los Apolitas habían tomado ese modelo para construir esta.
Escuchó pasos afuera.
—Estoy aquí en busca del Cazador Oscuro.
—Nos dijeron que debe quedarse.
—La heredera lo quiere, y no permanecerá bajo nuestra protección a menos que lo dejemos ir.
Wulf sonrió ante esas valiosas palabras. Déjenselo a Cassandra. Ella era extremadamente terca cuando se trataba de salirse con la suya.
Era una de las cosas que más amaba de ella.
El corazón de Wulf se detuvo mientras ese pensamiento lo atravesaba. Había muchas cosas acerca de ella que le gustaban.
Cosas que iba a extrañar…
—¿Estás loco? –continuó discutiendo el guardia que estaba afuera—. Va a matarnos a todos.
—No tiene permitido matar a Apolitas, lo sabes. Ningún Cazador Oscuro puede matarnos a menos que nos convirtamos en Daimons.
—¿Estás dispuesto a apostar tu vida sobre eso?
—No –dijo Wulf en voz alta para que pudieran escucharlo afuera—. Está dispuesto a apostar la tuya. Ahora déjenme salir de aquí, para poder asegurarme de que no han lastimado a Cassandra.
La puerta se abrió lentamente, para revelar a un hombre que era, sorprendentemente, más alto que él. No era frecuente que Wulf conociera a semejante persona.
—Entonces sí la proteges –dijo el hombre, tranquilamente.
—Sí.
El Apolita lo miró extrañado.
—La amas.
Era una declaración, no una pregunta.
—Apenas la conozco.
El hombre sonrió a medias.
—El tiempo no tiene sentido para el corazón. –Extendió la mano hacia Wulf, quien la estrechó reacio —. Mi nombre es Shanus y me alegra saber que harás cualquier cosa para mantenerla a salvo. Bien. Ahora, vamos, ella está esperándote.
Cassandra estaba recostada en la cama mientras una enfermera la preparaba para su transfusión de sangre. También era algo bueno. Había estado débil antes de esta noche, pero la emoción agregada del ataque de Stryker la había agotado.
La doctora le alcanzó una remera para que se pusiera, en lugar del suéter, para poder conectarla a la máquina. Al principio, se habían opuesto a que ella se negara a beber sangre. Aparentemente, los Apolitas no eran delicados, pero Cassandra tenía demasiado de humana para no querer hacer eso.
Así que, luego de un breve y acalorado debate, habían cedido ante ella.
Cassandra se cambió la remera mientras la doctora la preparaba para una ecografía.
—Necesitarás más sangre de lo normal para proveer a tu bebé –le explicó la Dra. Lakis mientras Cassandra se acostaba en la cama. La doctora levantó la remera de Cassandra, dejando a la vista su estómago ligeramente redondeado—. Es bueno que estés aquí, ya que la sangre Apolita es más fuerte y tendrá los nutrientes que tu bebé necesita. También necesitarás mucho más hierro y calcio, ya que eres en parte humana. Me aseguraré que tengas mucha comida con agregados vitamínicos.
Cassandra escuchó a Kat diciendo algo detrás de la puerta. Se levantó sobre los codos y estiró la cabeza para escuchar, pero no logró descifrar nada.
Qué raro. Chris y Phoebe se habían retirado a sus cuartos a dormir.
Cassandra estaba a punto de bajar de la cama para ir a ver qué sucedía afuera cuando Wulf atravesó la puerta.
El alivio la inundó ante la imagen de esos dos metros de musculosa forma masculina. Se veía cansado, pero sano. Ella absorbió la belleza de su cuerpo y de su rostro.
No obstante, la doctora lo observó sospechosamente.
—¿Eres el padre del bebé?
—Sí –respondieron al unísono.
Cassandra estiró la mano hacia Wulf, que la tomó y luego besó sus nudillos.
—Llegas justo a tiempo –dijo la doctora mientras frotaba un gel aceitoso sobre la panza de Cassandra.
Colocó la fría paleta contra ella.
La máquina que estaba sobre un carrito hizo ruidos.
Cassandra miró ansiosamente la pantalla hasta que vio al diminuto niño que estaba pataleando sus pies.
La mano de Wulf apretó con más fuerza la suya.
—Allí está –dijo la doctora—. Un pequeño varón completamente sano preparado para llevarse el mundo por delante.
—¿Cómo puede saber que es un varón? –preguntó Cassandra sin aliento, mientras veía a su hijo encorvarse.
A ella le parecía un renacuajo.
—Bueno, en realidad no podemos saberlo con certeza aún –dijo la Dra. Lakis mientras tomaba medidas con la máquina—, pero puedo sentirlo. Es fuerte. Un luchador, como sus padres.
Cassandra sintió que una lágrima caía por la esquina de su ojo derecho. Wulf se la quitó con un beso.
Ella lo miró y vio la felicidad en su rostro. Estaba orgulloso de su hijo.
—Hasta ahora todo se ve bien –dijo la doctora mientras imprimía una pequeña fotografía del bebé—. Simplemente necesitas descansar mucho más, y hacer una dieta mejor.
La doctora secó la sustancia pegajosa de su panza mientras Wulf y Cassandra observaban la diminuta foto.
—Parece un ángel –susurró Cassandra.
—No lo sé. Yo creo que se parece más a una rana, o algo así.
—¡Wulf!
—Bueno, lo parece. Más o menos.
— ¿Dra. Lakis? –Ella esperó hasta que la mujer se detuvo y la miró—. ¿Cree que el bebé…? –vaciló, incapaz de completar la oración.
—¿Morirá como un Apolita? —Cassandra asintió, con la garganta apretada por el temor. Los ojos de la Dra. Lakis eran compasivos—. Sinceramente, no lo sé. Podemos hacer exámenes una vez que esté aquí, pero la genética es una cosa extraña, así que en realidad no hay modo de predecirlo.
Tragando el nudo en su garganta, Cassandra se forzó a hacer otra pregunta que estaba desesperada por que le respondieran.
—¿Hay algún modo de saber si viviré más tiempo?
—Ya conoces la respuesta a eso, Cassandra. Lo siento. Eres una de las afortunadas que tiene algunas características humanas, pero tus genes son fuertemente Apolitas. El simple hecho de que estés en medio de una transfusión de sangre lo dice todo.
Los ojos de Cassandra se llenaron de lágrimas mientras sentía que su última esperanza menguaba.
—¿No hay algo que podamos hacer? –preguntó Wulf.
—Su única posibilidad de vivir más tiempo es convertirse en Daimon, y por alguna razón dudo que le permitas esa opción.
Cassandra aferró la fotografía de su bebé mientras se preguntaba cuán Apolita sería. ¿Él también estaría condenado?
No habló más mientras la doctora y la enfermera estuvieron en la habitación con ellos. Fue sólo cuando estuvo a solas con Wulf que lo buscó y se abrazó fuertemente a él.
Se aferró a él firmemente, temerosa del mañana. Temerosa de todo.
—Todo estará bien, villkat –susurró él.
Cómo deseaba Cassandra que eso fuese cierto. Aún así, estaba contenta de que al menos él tuviera el gesto de simular que eran una pareja normal con preocupaciones normales.
Alguien golpeó a la puerta.
Cassandra se apartó antes de que Wulf fuera a atender.
Era Phoebe. Ignoró a Wulf y fue hacia Cassandra, que estaba sentada en la cama.
—Pensé que podrías querer algo de ropa limpia.
Cassandra le agradeció mientras Phoebe colocaba el bulto de ropa sobre la cama, a sus pies.
—¿Has sabido algo de Urian? –le preguntó a su hermana.
Phoebe negó con la cabeza, tristemente.
—Pero hay ocasiones en que pasan un par de días antes de que pueda hablar conmigo. A veces algunos meses…
Cassandra se sintió mal por su hermana. No hacía mucho que conocía a Wulf y sin embargo no lograba imaginarse sin poder hablar con él todos los días. Sin que él la hiciera reír con algo que dijese. Debía ser mucho peor para su hermana.
—¿Por qué no vives con él?
Phoebe la miró como si fuera evidente.
—Su padre intentó matarme, Cassie. Sabe cómo –señaló a Cassandra y a sí misma—, somos. Mataría a Urian si alguna vez nos encuentra juntos.
Wulf se movió para pararse cerca de Phoebe.
—Como aún estás viva y casada, el linaje de Apolo está a salvo, ¿verdad?
—No –dijo Phoebe melancólicamente. Su rostro era oscuro y triste—. Los Daimons no podemos tener hijos. Al igual que los Cazadores Oscuros, somos muertos ambulantes. Fue por eso que permití que mi padre y Cassie pensaran que también había muerto. No había necesidad de entristecerlos aún más por lo que era y en quién me había convertido.
—¿Eso te cambió mucho? –Preguntó Cassandra—. ¿Es como siempre nos contaron?
—Sí y no. El anhelo de asesinar es difícil de resistir. Debes ser cuidadosa con el alma que tomas, porque una parte se funde con la tuya. Creo que es diferente para los Daimons que matan que para aquellos como yo.
—¿Qué quieres decir con “aquellos como yo”? –preguntó Wulf.
—Eres una Daimon Anaimikos –dijo Cassandra.
Phoebe asintió.
Ahora Wulf estaba completamente confundido. Jamás había escuchado ese término.
—¿Qué es eso?
—Un Daimon que se alimenta de otro Daimon –explicó Phoebe—. Obtengo mi alimento de Urian.
Wulf estaba estupefacto.
—¿Puedes hacer eso?
—Sí.
Wulf se apartó, lejos de las mujeres, mientras digería eso. En su mundo sólo había dos tipos de Daimons. Los normales, que corrían cuando eran perseguidos, y los Spathi, que daban pelea. Desde que había conocido a Cassandra se había enterado de dos más: los Agkelos, quienes sólo cazaban a los humanos malignos, y los Anaimikos, quienes se alimentaban de otros Daimons.
Se preguntaba si alguno de los demás Cazadores Oscuros sabía de esto, y porqué nadie jamás se había molestado en contarle sobre las diferentes clasificaciones.
—¿Cómo conociste a Urian? –preguntó Cassandra mientras colocaba algunas prendas de las que Phoebe había traído dentro del gran placard que había junto a la puerta.
—Cuando vivíamos en Suiza, Urian era quien nos vigilaba. Se suponía que estaba recolectando información para matarnos, pero dice que en cuanto me vio, se enamoró. –El rostro de su hermana prácticamente resplandecía. Cassandra estaba feliz de ver a Phoebe tan enamorada—. Una noche nos conocimos por accidente cuando yo escapaba de la casa luego de esa gran pelea con mamá sobre la universidad. Lo encontré justo en su escondite.
Cassandra recordaba bien esa noche. No era frecuente que Phoebe y su madre pelearan, pero esa noche había sido particularmente desagradable. Phoebe había querido tomar clases nocturnas, intentando parecer una adolescente normal. Su madre se había rehusado a su pedido.
Phoebe suspiró.
—Era tan hermoso. Yo sabía que era un Daimon, pero no tenía miedo. Me quedé con él por horas esa noche. Comenzamos a encontrarnos cada noche luego de eso.
—Así que allí era adonde ibas a hurtadillas –dijo Cassandra, recordando las veces que había ocultado las escapadas nocturnas de Phoebe.
Phoebe asintió.
—Hacía sólo seis meses que conocía a Urian cuando su padre se impacientó y colocó una bomba en el auto. Se suponía que yo no fuera esa noche. Se suponía que debía quedarme en casa contigo, ¿recuerdas?
Cassandra recordaba bien esa noche. Cada detalle estaba grabado en su memoria con la claridad del agua. Ella se había quedado en casa esa noche sólo porque estaba enferma, y su madre se había rehusado a dejarla salir de la cama.
—Querías ir al aeropuerto con Nia –dijo Cassandra, con la garganta anudada.
Su hermana mayor estaba yendo a tomar un vuelo fletado para ver a su padre en París. Nia había planeado quedarse allí una semana, y luego se suponía que ella y su padre volarían juntos de regreso a Suiza, para quedarse con las demás durante unas cortas vacaciones.
Phoebe asintió.
—Urian me sacó del auto y usó su propia sangre para restablecerme.
Cassandra dio un respingo ante las palabras de su hermana.
—¿Él te convirtió en Daimon contra tu voluntad?
—Fue mi elección. Podría haber muerto, pero no quería dejarlo.
Wulf levantó la cabeza.
—¿Cómo te convirtió en Daimon?
Ambas mujeres lo miraron incrédulas.
—Si un Apolita bebe la sangre de un Daimon, se convierte automáticamente. ¿No sabías eso? –preguntó Cassandra.
—No, no lo sabía. Pensé que el único modo de convertirse en Daimon era tomando un alma humana.
—No –dijo Phoebe—. Jamás he matado a un humano. Dudo que pudiera hacerlo.
Cassandra estaba feliz de saber eso, pero era difícil para un Daimon vivir de ese modo. También era peligroso.
—¿Qué haces si se va por demasiado tiempo?
—Uno de los Apolitas lo manda a llamar. Él es tan fuerte que puedo pasar mucho tiempo entre medio, y la enfermería guarda una pinta de su sangre en caso de emergencia. Él siempre se asegura de restaurarla con una nueva provisión cada vez que me visita.
—¿Eso funciona? –preguntó Cassandra.
A diferencia de los Apolitas, no era la sangre lo que sostenía a los Daimons; era la fuerza vital o el vigor en la sangre lo que los mantenía con vida.
—No dura mucho, pero me basta durante una hora o dos hasta que él puede llegar a mí.
—¿Entonces él mata por los dos? –preguntó Wulf.
Ella asintió, y tomó la mano de Cassandra en la suya.
—No sientas lástima por mí, Cassandra. Tengo a un hombre que me ama más que a nada en este mundo. Si no fuera así, estarías muerta ahora. Sólo deseo que pudieras conocer un amor como el que tengo con él. —Phoebe besó a Cassandra en la mejilla—. Ahora necesitas descansar. Ha sido una larga noche. ¿Deseas que pida que alguien te traiga un poco de comida?
—No, gracias. Sólo necesito dormir un poco.
—Que ambos tengan un buen día.
Phoebe se fue de la habitación.
Wulf trabó la puerta detrás de ella, luego se quitó la ropa mientras Cassandra se ponía un camisón de seda verde oscuro que Phoebe le había traído. Para su sorpresa, le quedaba perfectamente, incluso sobre su vientre apenas redondeado.
Wulf trepó a la cama y la tomó en sus cálidos brazos.
—¿Cómo estás en realidad, villkat?
—No lo sé. Ha sido una noche extraña y emocionante. –Los hechos volvieron a pasar por su mente. Se había enterado de muchas cosas y había tenido demasiadas sorpresas. Ahora estaba exhausta—. Lamento mucho lo de tu casa.
Ella sintió que él encogía los hombros.
—Las casas pueden reconstruirse. Sólo estoy contento de que nadie haya salido lastimado.
—Yo también.
Wulf la sintió relajarse mientras cerraba sus ojos y se acurrucaba contra él. Él enterró su rostro en el cabello de Cassandra e inhaló su suave aroma femenino. Su mente se mareó con todo lo que había sucedido esta noche.
Más que nada, dio vueltas con los pensamientos sobre el bebé que había visto en el monitor. Puso su mano sobre el vientre de Cassandra e imaginó al bebé creciendo allí dentro. Su bebé.
El hijo de ambos.
Una parte de los dos. El hijo de un Cazador Oscuro y una Apolita. Dos seres que jamás deberían haberse unido, pero sin embargo aquí estaban. Ya no eran enemigos, pero no estaba seguro de cómo llamarla. Ella era su amante. Su amiga.
Se quedó helado cuando la comprensión llegó a él. Ella realmente era su amiga. La primera que había tenido en siglos. Había reído con ella con tanta frecuencia en estas tres semanas. Había escuchado sus historias, sus miedos. Sus esperanzas sobre el futuro del bebé.
E iba a perderla.
El dolor y la furia crecieron dentro de él. Los celos también, mientras pensaba en los otros tres Cazadores Oscuros a quienes le habían otorgado una segunda oportunidad.
Estaba feliz de que Kyrian y Talon hubiesen encontrado a sus esposas. Eran buenos hombres.
Cómo deseaba que le concedieran semejante bendición.
El dolor de perder a Cassandra sería insoportable, y debía admitir que era egoísta. Quería tanto a Cassandra como a su bebé.
Vivos y sanos.
Si sólo supiera algún modo de hacer que ella viviera luego de su cumpleaños.
Tenía que haber algo. Los dioses siempre hacían una escapatoria. Este no podía ser el final de su relación. Sin importar lo que hiciera falta, él encontraría esa escapatoria.
La alternativa era inaceptable para él.
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