sábado, 28 de enero de 2012

KON cap 6

Cassandra estaba tan enojada que no sabía qué hacer. En realidad, sí lo sabía. Pero eso incluía tener a Wulf atado en una habitación y ella con una enorme escoba en las manos para golpearlo.
¡O mejor aún, un palo con espinas!
Desdichadamente, necesitaría más que Kat y ella para atar al insoportable patán.
Mientras Kat conducía de regreso a su apartamento, luchó contra las ganas de gritar y denostar al imbécil que tenía la misma cantidad de compasión que un puerro.
No se había percatado de cuánto se había abierto al Wulf de sus sueños. Cuánto le había dado de sí misma. Jamás había sido el tipo de mujer que confiara en alguien, menos que menos en un hombre. Y aún así lo había acogido en su corazón y en su cuerpo.
Cuánto más…
Detuvo su silenciosa perorata mientras sus pensamientos cambiaban de rumbo.
Esperen…
Él también recordaba sus sueños.
La había acusado de intentar…
—¿Por qué no pensé en eso mientras estábamos en el club? –preguntó Cassandra en voz alta.
—¿Pensar en qué?
Miró a Kat, cuyo rostro estaba iluminado por la luz del tablero.
—¿Recuerdas lo que Wulf dijo en el bar? Me recordó de sus sueños y yo lo recordé de los míos. ¿Crees que nuestros sueños podrían ser reales?
—¿Wulf estaba en el bar? –Preguntó Kat mientras fruncía el ceño mirando a Cassandra—. ¿El Cazador Oscuro con el que has estado soñando estaba allí esta noche? ¿Cuándo?
—¿No lo viste? – Replicó Cassandra—. Vino directo hacia nosotras después de la pelea y me gritó por ser Apolita.
—La única persona que se acercó a nosotras fue el Daimon.
Cassandra abrió la boca para corregirla, pero entonces recordó lo que Wulf había dicho acerca de que la gente lo olvidaba. Por dios, lo que sea que fuese había hecho que su guardaespaldas también se olvidara completamente de él.
—Está bien –dijo, intentando nuevamente—. Olvida que Wulf estuvo ahí y regresemos a la otra pregunta. ¿Crees que los sueños pueden haber sido reales? ¿Quizás una especie de conciencia alterna o algo así?
Kat resopló.
—Cinco años atrás no creía que los vampiros fueran reales. Me has demostrado lo contrario. Querida, considerando tú extraña vida, diría que casi cualquier cosa es posible.
Cierto.
—Sí, pero nunca escuché de nadie que pudiera hacer esto.
—No lo sé. ¿Recuerdas eso que vimos hoy temprano en línea acerca de los Cazadores de Sueños? Pueden infiltrarse en los sueños. ¿Crees que puedan tener algo que ver con esto?
—No lo sé. Tal vez. Pero el sitio de cazador-de-sueños.com decía que ellos mismos se infiltraban en los sueños. No había nada allí sobre que reunieran a dos personas en un sueño.
—Sí, pero si son dioses del sueño, es evidente que podrían reunir a dos personas en su propio territorio.
—¿Qué estás diciendo, Kat?
—Sólo estoy diciendo que quizás conoces a Wulf mejor de lo que crees. Quizás cada sueño que has tenido con él ha sido real.
Wulf no tenía ningún destino en mente mientras conducía por St. Paul. En lo único que podía concentrarse era en Cassandra y la traición que sentía.
—Ya me parecía –refunfuñó. Todo este tiempo y cuando finalmente encontraba una mujer adecuada que lo recordara resultaba ser una Apolita; el único tipo de mujer con la que estaba completamente prohibido que interactuara—. Soy un idiota.
Su teléfono sonó. Wulf lo tomó y atendió.
—¿Qué sucedió?
Se sobresaltó al oír la voz fuertemente acentuada de Acheron Parthenopaeus del otro lado. Cada vez que Ash se enojaba realmente, revertía a su acento Atlante.
Wulf decidió hacerse el desentendido.
—¿Qué?
—Acabo de recibir una llamada de Dante sobre el ataque de esta noche en su club. ¿Qué sucedió exactamente?
Wulf dejó escapar un suspiro cansado.
—No lo sé. Se abrió un bolt-hole y de él salió un grupo de Daimons. A propósito, su líder tenía cabello negro. No pensé que eso fuera posible.
—No es su color natural de cabello. Confía en mí. Stryker descubrió a L'Oreal algún tiempo atrás.
Wulf se apartó de la ruta mientras ese bocado lo traspasaba como un cuchillo en llamas.
—¿Conoces a ese tipo?
Acheron no respondió.
—Necesito que tú y Corbin se aparten de Stryker y sus hombres.
Hubo algo en el tono de Acheron que hizo que la sangre de Wulf se congelara. Si no supiera lo que debía hacer, juraría que había oído una verdadera advertencia.
—Es sólo un Daimon, Ash.
—No lo es, y no viene a alimentarse como los demás.
—¿Qué quieres decir?
—Es una larga historia. Mira, no puedo irme de Nueva Orleáns ahora mismo. Tengo suficiente mierda con la que lidiar aquí, y probablemente es la razón por la que Stryker está sacando sus porquerías ahora. Sabe que estoy distraído.
—Sí, bueno, no te preocupes por eso. Aún no he conocido a un Daimon del que no pueda encargarme.
Acheron hizo un sonido de desacuerdo.
—Adivina de nuevo, hermanito. Acabas de conocer a uno y, confía en mí, no es parecido a ningún otro que hayas conocido antes. Hace que Desiderius parezca un hámster.
Wulf se recostó en el asiento mientras el tráfico corría junto a él. Definitivamente había algo más que lo que Acheron estaba revelando. Por supuesto, el tipo era bueno para eso. Acheron guardaba secretos de todos los Cazadores Oscuros y jamás revelaba ninguna información personal sobre sí mismo.
Enigmático, engreído y poderoso, Acheron era el más viejo de los Cazadores Oscuros y a quien todos recurrían en busca de información y consejos. Durante dos mil años, Acheron había luchado solo contra los Daimons, sin otros Cazadores Oscuros. Diablos, el hombre había existido desde antes de que los Daimons fueran creados.
Ash sabía cosas que ellos sólo podían imaginar. Y ahora mismo, Wulf necesitaba algunas respuestas.
—¿Cómo es que sabes tanto acerca de este y no sabías mucho de Desiderius? –preguntó Wulf.
Como esperaba, Ash no respondió.
—Las panteras dijeron que estuviste con una mujer esta noche. Cassandra Peters.
—¿También la conoces?
Nuevamente, Ash ignoró la pregunta.
—Necesito que la protejas.
—Mierda –dijo Wulf bruscamente, enojado por el hecho de que ya se sentía usado por ella. Lo último que deseaba era darle otra oportunidad de entretenerse con su mente. Jamás le había gustado que alguien jugara con él, y luego del modo en que Morginne lo había usado y traicionado, lo último que necesitaba era a otra mujer que lo jodiera para obtener lo que deseaba—. Ella es Apolita.
—Sé lo que es, y debe ser protegida a toda costa.
—¿Por qué?
Para su asombro, Acheron en realidad le contestó.
—Porque ella tiene el destino del mundo en sus manos, Wulf. Si la matan, los Daimons van a ser el menor de nuestros problemas.
Eso no era lo que quería escuchar esta noche.
Wulf le gruñó a Ash.
—Realmente odio cuando dices cosas así. –Se quedó callado mientras se le ocurría otra idea—. Si ella es tan importante, ¿por qué no estás tú aquí custodiándola?
—Principalmente porque esto no es Buffy y no hay una sola Puerta del Infierno que proteger. Estoy metido hasta los codos en este Armagedon aquí en Nueva Orleáns y ni siquiera yo puedo estar físicamente en dos sitios al mismo tiempo. Ella es tu responsabilidad, Wulf. No me decepciones —Contra su opinión, Wulf escuchó que Ash le daba la dirección de Cassandra—. Y, ¿Wulf?
—¿Sí?
—¿Alguna vez has notado que la salvación, al igual que las llaves del auto, generalmente suelen estar donde y cuando menos lo esperas?
Frunció el ceño ante las esotéricas palabras de Ash. El tipo era realmente, realmente raro.
—¿Qué diablos significa eso?
—Ya lo verás. —Ash colgó.
—Realmente odio cuando juega al Oráculo –dijo con los dientes apretados mientras daba vuelta su SUVü y se encaminaba a lo de Cassandra.
Esto apestaba. Lo último que deseaba era estar cerca de una mujer que lo había seducido tan completamente.
Una mujer a la que sabía que jamás podría tocar en carne y hueso. Que sería un error aún mayor del que ya había cometido. Ella era Apolita. Y por los últimos mil doscientos años, él había pasado su vida persiguiendo a su especie y matándolos.
Y aún así la mujer lo atraía de un modo que lo desgarraba.
¿Qué iba a hacer? ¿Cómo podía sostener su código como Cazador Oscuro y mantenerse alejado de ella cuando todo lo que verdaderamente deseaba hacer era tomarla en sus brazos y saber si ella sabía tan bien en la vida real como en sus sueños…?
 Kat registró todo el apartamento antes de permitir que Cassandra cerrara la puerta con llave.
—¿Por qué estás tan nerviosa? – Preguntó Cassandra—. Derrotamos a los Daimons.
—Tal vez –dijo Kat—. Es sólo que sigo escuchando la voz de ese tipo en mi cabeza, diciéndome que esto no ha terminado. Creo que nuestros amigos regresarán. Muy pronto.
El nerviosismo de Cassandra volvió con venganza. Habían estado demasiado cerca esta noche. El simple hecho de que Kat se hubiese rehusado a dejarlas luchar contra los Daimons y en lugar de eso hubiese optado por esconderse en un rincón del bar le demostraba qué tan peligrosos eran estos hombres.
Aún no estaba segura de porqué Kat las había apartado de ellos.
Ninguna de ellas se encogía de miedo ante nada ni nadie.
No hasta ahora.
—Entonces, ¿qué deberíamos hacer? –preguntó Cassandra.
Kat pasó las tres trabas de la puerta y sacó su arma de la cartera.
—Poner la cabeza entre las piernas y dar el beso de despedida a nuestros traseros.
Cassandra estaba sorprendida por esas inesperadas palabras.
—¿Perdón?
—Nada. —Kat le ofreció una sonrisa alentadora que no llegó a sus ojos—. Haré una llamada, ¿está bien?
—Seguro.
Cassandra fue a su habitación, e hizo su mejor intento para no recordar la noche en que su madre había muerto. Había tenido una mala sensación en la boca del estómago todo el día. Igual que ahora.
No estaba a salvo. Ningún Daimon la había atacado del modo en que lo habían hecho esta noche.
Los Daimons del club no habían aparecido para alimentarse o para divertirse. Estaban especialmente entrenados y habían aparecido como si hubiesen sabido exactamente dónde estaba ella.
Quién era ella.
¿Pero cómo?
¿Podrían encontrarla incluso ahora?
Se llenó de terror. Fue hacia el vestidor y abrió el primer cajón. Dentro del mismo había un pequeño arsenal de armas, incluyendo la daga, de la gente de su madre, que le había sido entregada.
Cassandra no sabía cuánta gente tenía una daga como manta de seguridad, pero por otro lado, tampoco había muchas personas que hubiesen crecido del modo en que ella había crecido.
Aseguró la vaina a su cintura y la escondió en la base de la espina dorsal. Su muerte podría ser inminente en un par de meses, pero no tenía intención de morir un día antes de lo que correspondía.
Golpearon la puerta del frente.
Cuidadosamente, salió de la habitación y entró al living, esperando ver a Kat allí, también curiosa acerca de su inesperado visitante.
Pero no estaba allí.
—¿Kat? –la llamó, dando un paso dentro del dormitorio de su guardaespaldas. Nadie respondió—. ¿Kat?
Los golpes continuaron, más exigentes que antes.
Ya asustada, fue al cuarto de Kat y abrió la puerta. La habitación estaba vacía. Completamente. No había señales de que Kat hubiera estado allí alguna vez.
Su corazón martilleó. Quizás Kat había salido a buscar algo al auto y se hubiese quedado afuera sin llave.
Regresó a la puerta.
—Kat, ¿eres tú?
—Sí, déjame entrar.
Cassandra rió nerviosamente ante su estúpida conducta y abrió la puerta de par en par.
No era Kat quien estaba afuera.
El Daimon de cabello oscuro le sonrió.
—¿Me extrañaste, princesa? –dijo con una voz idéntica a la de Kat.
No podía creerlo. No podía ser real. Este tipo de cosas pasaban en las películas, no en la vida real.
—¿Qué eres, el maldito Terminator?
—No –dijo él calmadamente, con su propia voz—. Soy el Presagio, quien simplemente está preparando el camino para la Destructora.
Se estiró hacia ella.
Cassandra dio un paso atrás. Él no podía entrar a la casa sin ser invitado. Buscando detrás de ella extrajo la daga y le cortó el brazo.
Él se echó para atrás con un siseo.
Cassandra giró cuando vio a alguien detrás de ella.
Era otro Daimon. Lo golpeó en el pecho con su daga.
Él se evaporó en una nube negro-dorada.
Otra sombra le pasó al lado.
Girando, pateó a Stryker, pero él no salió completamente por la puerta. En lugar de eso, sólo la bloqueó más.
—Eres rápida –dijo mientras su brazo se curaba instantáneamente ante los ojos de Cassandra—. Lo reconozco.
—No sabes ni la mitad.
Los Daimons se le acercaron por todos lados. ¿Cómo diablos habían entrado a su hogar? Pero no tenía tiempo para pensar en eso. Ahora mismo, en lo único que podía concentrarse era en sobrevivir.
Le dio un rodillazo al siguiente Daimon que se le acercó y alejó a otro. Stryker se mantuvo apartado, como si la pelea lo entretuviese.
Otro Daimon, con una larga coleta rubia, atacó. Cassandra lo lanzó por el aire. Cuando iba a apuñalarlo, Stryker apareció de la nada para sostenerle el brazo.
—Nadie ataca a Urian.
Ella chilló mientras él arrancaba la daga de su mano. Cassandra se movió para golpearlo, pero en el instante en que sus miradas se encontraron, todos sus pensamientos se dispersaron.
Los ojos de Stryker se volvieron de un extraño y arremolinado plateado. Se movieron en una hipnótica danza que la mantuvo hechizada y convirtió sus pensamientos en gachas de avena.
Toda su lucha interna se desvaneció instantáneamente. Una sonrisa traviesa y seductora curvó los labios de Stryker.
—¿Ves lo sencillo que es cuando no te resistes?
Ella sintió su respiración sobre la garganta.
Una fuerza invisible inclinó su cabeza a un costado para darle acceso a Stryker a su cuello, y a la palpitante arteria carótida que ella podía sentir latiendo violentamente por el miedo.
Por dentro, Cassandra se estaba gritando a sí misma que debía luchar.
Su cuerpo se rehusaba a obedecer.
La risa de Stryker retumbó un momento antes de que hundiera sus largos dientes en el cuello de Cassandra. Ella siseó mientras el dolor la atravesaba.
—¿Interrumpo?
Cassandra sólo podía reconocer vagamente la voz de Wulf a través de la adormecida confusión de su mente.
Algo apartó bruscamente a Stryker de ella. Pasaron unos pocos segundos antes de que se diera cuenta de que era Wulf quien estaba golpeando al Daimon.
Wulf la tomó rápidamente en sus brazos y corrió con ella. Cassandra apenas podía evitar que su cabeza pendiera hacia atrás mientras él se dirigía al enorme Expedition verde oscuro y la tiraba dentro.
En el instante en que Wulf estuvo en el auto, algo los golpeó fuertemente. De la oscuridad apareció un dragón negro y enorme sobre el capó.
—Déjala salir y tú puedes seguir con vida –dijo el dragón con la voz de Stryker.
Wulf respondió poniendo su SUV en marcha atrás y acelerándolo a fondo. Giró el volante y la bestia salió volando.
El dragón dio un chillido y les lanzó una ráfaga de fuego. Wulf siguió adelante. El dragón huyó y saltó sobre ellos, luego se arqueó hacia arriba, muy arriba hacia el cielo, antes de desvanecerse en una brillante nube de oro.
—¿Qué diablos era eso? –preguntó Wulf.
—Él es Apostolos –murmuró Cassandra mientras luchaba por salir de su aturdimiento—. Es el hijo de la Destructora Atlante y dios por derecho propio. Estamos jodidos.
Wulf dejó escapar un sonido indignado.
—Sí, bueno, no dejo que nadie me joda sin antes haberme besado, y como no hay ni siquiera una mínima posibilidad en el mundo de que bese a ese bastardo, no estamos jodidos.
Pero cuando su Expedition se vio repentinamente rodeada por ocho Daimons en motocicletas, lo reconsideró.
Al menos por tres segundos.
Wulf rió mientras examinaba a los Daimons.
—¿Sabes qué es lo hermoso de manejar uno de estos?
—No.
Desvió su Expedition hacia tres de las motos y las sacó de la ruta.
—Puedes aplastar a un Daimon como a un mosquito.
—Bueno, ya que ambos son insectos chupasangres, diría que vayas por ellos.
Wulf la miró de costado. Una mujer que podía mantener el humor incluso en medio de la muerte. Le gustaba eso.
Los Daimons restantes debían haber pensado nuevamente sobre actuar a lo Mad Max con él, y se apartaron de su SUV. Él observó cómo desaparecían de su vista en el espejo retrovisor.
Cassandra soltó un aliviado suspiro y se incorporó en el asiento. Giró la cabeza e intentó ver dónde habían desaparecido los Daimons. No había señales de ellos.
—Qué noche –dijo tranquilamente, mientras sus pensamientos se aclaraban y recordaba todo lo que había sucedido en el apartamento. Una vez más, el pánico la consumió al recordar que Kat no había aparecido—. ¡Espera! Tenemos que regresar.
—¿Por qué?
—Mi guardaespaldas –dijo, agarrando el brazo de Wulf—. No sé qué le sucedió.
Él mantuvo su mirada en el camino que tenían delante.
—¿Estaba en el apartamento?
—Sí… quizás. —Cassandra se interrumpió mientras lo pensaba—. No estoy precisamente segura. Fue a realizar una llamada a su habitación, y luego no estaba allí cuando fui a buscarla para que me acompañase a abrir la puerta. –Soltó su brazo. El miedo y el dolor luchaban dentro de su corazón. ¿Qué pasaba si algo le había sucedido a Kat luego de todos estos años que habían estado juntas?—. ¿Crees que la mataron?
Él la miró, luego cambió de carril.
—No lo sé. ¿Es la mujer rubia del bar?
—Sí.
Extrajo su teléfono celular del cinturón e hizo una llamada.
Cassandra se mordía las uñas mientras esperaba.
Escuchó la débil voz de alguien en el teléfono.
—Hola, Binny –dijo Wulf—. Necesito un favor. Acabo de partir de los departamentos de estudiantes de Sherwood frente a la Universidad de Minnesota y podríamos tener una víctima allí… —Observó a Cassandra, pero sus ojos no dejaban traslucir nada de lo que estaba pensando o sintiendo—. Sí, sé que esta noche ha sido una verdadera locura. No sabes ni la mitad. –Pasó el teléfono de una mano a la otra—. ¿Cuál es el nombre de tu amiga? –le preguntó a Cassandra.
—Kat Agrotera.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué conozco ese nombre? –Se lo transmitió a quienquiera que estuviera del otro lado—. Mierda –dijo, luego de una breve pausa—. ¿Crees que podrían estar relacionados con ella? –Una vez más, miró en dirección a Cassandra. Sólo que esta vez, su ceño era más siniestro—. No lo sé. Ash me dijo que la protegiera y ahora su guardaespaldas tiene un apellido que la ata a Artemisa. ¿Podría ser una extraña coincidencia?
Cassandra levantó la cabeza al oírlo. Jamás había pensado en el hecho de que el apellido de Kat era también uno de los muchos epítetos que los antiguos Griegos usaban para Artemisa.
Había conocido a Kat en Grecia luego de haber volado desde Bélgica con un montón de Daimons pisándole los talones. Luego de ayudarla en una pelea una noche, Kat le había dicho que era una norteamericana que había viajado ese verano a conocer las raíces de su herencia griega.
Había sido un beneficio que Kat hubiese mencionado que era una experta en artes marciales con un don para usar explosivos. Cassandra le había explicado que estaba buscando un nuevo guardaespaldas que reemplazara al anterior, y Kat había firmado el contrato con ella inmediatamente.
"Amo lastimar a las cosas malvadas" le había confesado Kat.
Wulf suspiró.
—Tampoco lo sé. Está bien. Ve a buscar a Kat y yo llevaré a Cassandra a casa conmigo. Avísame qué encuentras. Gracias.
Colgó y regresó el teléfono a su cinto.
—¿Qué dijo?
Él no respondió a su pregunta. Al menos no exactamente.
—Dijo que Agrotera es uno de los nombres griegos para Artemisa. Significa “fuerza” o “cazadora salvaje.” ¿Sabías eso?
—Más o menos. –Una gota de esperanza brotó dentro de ella. Si eso fuese cierto, tal vez los dioses no habían abandonado a su familia, después de todo. Quizás había alguna esperanza para ella y su futuro—. ¿Ustedes dos piensan que Artemisa envió a Kat para que me protegiera?
Wulf aferró con más fuerza el volante.
—A este punto, no sé qué pensar. El vocero de Artemisa me dijo que eres la clave para el fin del mundo y que tenía que protegerte, y…
—¿Qué quieres decir con “clave para el fin del mundo”? –preguntó, interrumpiéndolo.
Él parecía tan sorprendido como ella se sentía.
—¿Quieres decir que no sabes eso?
Bien, entonces era evidente que los Cazadores Oscuros podían drogarse y delirar.
—No. De hecho, en este momento estoy pensando que uno de nosotros, si no los dos, necesita soltar la pipaü y empezar esta noche de nuevo.
Wulf rió suavemente ante su comentario.
—Si no fuera por el hecho de que no puedo drogarme, podría estar de acuerdo con eso.
La mente de Cassandra se aceleró. ¿Había algo de verdad en lo que acababa de decir?
—Bueno, si tienes razón y soy la clave para la destrucción mundial, si fuera tú estaría haciendo un testamento.
—¿Por qué?
—Porque en menos de ocho meses cumplo veintisiete años.
Wulf oyó el dolor en su voz mientras pronunciaba esas palabras, y comprendió muy bien el destino que estaba enfrentando.
—Dijiste que eras sólo medio Apolita.
—Sí, pero jamás conocí a un medio Apolita que sobreviviera la maldición, ¿y tú?
Él negó con la cabeza.
—Sólo los Were-Hunters parecen inmunes a la maldición Apolita.
Cassandra se quedó sentada en silencio, observando al tráfico por la ventanilla mientras meditaba sobre lo que había sucedido esta noche.
—Espera –dijo, mientras recordaba a los Daimons entrando a su apartamento—. ¿Cómo entró ese tipo a mi casa? Pensé que los Daimons tenían prohibido entrar a una casa sin una invitación.
La respuesta de Wulf fue muy poco reconfortante.
—Pretextos.
—¿Perdón? – Le preguntó, arqueando ambas cejas—. ¿Qué quieres decir con “pretextos”?
Él salió de la autopista por una rampa de salida.
—Es imposible no llegar a amar a esos dioses. El mismo pretexto que permite a los Daimons entrar en centros comerciales y áreas públicas les permite entrar a los condominios y apartamentos.
—¿Cómo es eso?
—Los centros comerciales, departamentos, y cosas así pertenecen a una sola entidad. Cuando esa persona o esa compañía permiten que sus edificios sirvan abiertamente a varios grupos de personas, esencialmente ponen un felpudo de bienvenida cósmico para todo, incluidos los Daimons.
Oh, ¡esto era malditamente increíble! Ella parpadeó, sorprendida.
—¿Ahora me dices esto? ¿Por qué nadie me dijo esto antes? Pensé que estaba a salvo todo este tiempo.
—Tu guardaespaldas debería haberlo sabido. Si en realidad está conectada con Artemisa.
—Pero quizás no lo está. Sabes, podría ser sólo una persona normal.
—Sí, ¿una persona que estira los brazos y espanta a los Daimons Spathi?
Él tenía razón. O algo así.
—Dijo que no sabía porque se habían ido corriendo.
—Y más tarde te dejó sola para ir a enfrentarlos…
Cassandra se frotó los ojos mientras captaba su indirecta. ¿Kat podría estar trabajando con los Daimons? ¿Artemisa la quería viva o muerta?
—Oh, dios, no puedo confiar en nadie, ¿verdad? –susurró Cassandra cansadamente.
—Bienvenida al mundo real, duquesa. La única persona en la que podemos confiar es en nosotros mismos.
Ella no quería creer en eso, pero después de esta noche, parecía ser la única verdad que tenía.
¿Kat podía ser realmente una traidora luego de todo lo que habían pasado juntas?
—Hermoso, simplemente hermoso –susurró—. Dime algo, ¿puedo ir a dormir y que este día entero cambie?
Él dejó escapar una risa breve.
—Lo siento, no hay cambios.
Ella lo miró con malhumor.
—Oye, estás repleto de consuelo, ¿verdad?
Él no respondió.
Cassandra observó los autos que llegaban mientras intentaba pensar qué debería hacer. Por dónde debería comenzar para intentar entender lo que había sucedido esta noche.
Wulf condujo fuera de la ciudad hacia un enorme estado a las afuera de Minnetonka. Todas las casas del lugar pertenecían a algunas de las personas más ricas del país.
Wulf giró por un camino de entrada tan largo que ella no podía ver dónde terminaba. Claro que los bancos de nieve de un metro cincuenta de alto no ayudaban.
Él apretó un diminuto botón en su visor.
Las puertas de hierro se abrieron de par en par.
Cassandra suspiró lenta y apreciativamente mientras continuaban por el camino de entrada y vislumbraba su “casa.” “Palacio” hubiese sido más adecuado, y dado el hecho de que la casa de su padre no era exactamente una caja de fósforos, eso decía mucho.
Parecía muy la vuelta del siglo con enormes columnas griegas y jardines que aparecían esculpidos incluso en medio de la profunda nieve y frialdad del invierno.
Wulf los condujo por el serpenteante camino de entrada hasta un garaje para cinco autos que estaba diseñado para parecer un establo. Adentro se encontraban el Hummer de Chris (era difícil pasar por alto la presuntuosa patente que decía VIKINGO), dos Harleys clásicas, una elegante Ferrari, y un Excalibur verdaderamente excelente. El garaje estaba tan limpio por dentro que le recordaba a un salón de exhibiciones. Todo, desde las recargadas molduras rematadas hasta el piso de mármol decía “riqueza más allá de tus sueños más salvajes.”
Ella arqueó una ceja.
—Has progresado mucho desde tu pequeña casa de campo junto al fiordo. Debes haber decidido que las riquezas no eran tan malas después de todo.
Estacionando el SUV, Wulf giró su rostro hacia ella con un ceño.
—¿Recuerdas eso?
Ella paseó su mirada desde lo alto de su hermosa cabeza hasta la punta de sus botas de motociclista negras. Aunque seguía enojada con él, no podía reprimir el cálido estremecimiento de conciencia sexual que sentía al estar tan cerca de un hombre tan atractivo. Estaba para chuparse los dedos, el muy tonto. Y hablando de eso, tenía un muy buen trasero también.
—Recuerdo todos los sueños sobre nosotros.
Su ceño se oscureció.
—Entonces realmente estabas jodiendo con mi cabeza.
—¡Difícilmente! – Dijo con brusquedad, ofendida por su tono y la acusación—. No tuve nada que ver con eso. Por lo que sé, eras tú quien estaba metiéndose conmigo.
Wulf salió de la camioneta y cerró con fuerza la puerta.
Cassandra siguió su ejemplo.
—¡D'Aria! – Gritó él hacia el techo—. Baja tu trasero aquí mismo. ¡Ahora!
Cassandra se sorprendió cuando una bruma celeste brilló junto a Wulf y apareció una hermosa joven. Con el cabello azabache y los ojos azul pálido, casi parecía un ángel.
Con el rostro sin emociones, D'Aria lo miró a los ojos.
—Me dicen que eso fue rudo, Wulf. Si tuviera sentimientos, los hubieses lastimado.
—Lo siento –dijo arrepentidamente—. No quería ser brusco, pero necesitaba preguntarte algo acerca de mis sueños.
D'Aria pasó su mirada de él a Cassandra, y entonces Cassandra comprendió. Esta era una de las Cazadoras de Sueños sobre las que había leído en la página web de cazadores-de-sueños.com. Todos los Cazadores de Sueños tenían cabello negro y ojos pálidos. Estos dioses griegos del sueño habían sido malditos una vez por Zeus para que ninguno de ellos fuese capaz de sentir emociones.
Eran verdaderamente hermosos. Etéreos. Y aunque D'Aria era sólida, había algo acerca de ella que también era trémulo. Algo que te dejaba saber que ella no era tan real como todo lo demás en la habitación.
Cassandra sintió un impulso repentino y casi infantil de estirarse y tocar a la diosa de los sueños, para ver si D'Aria estaba hecha de carne y hueso o de algo más.
—¿Ustedes dos se encontraron en sus sueños? –le preguntó D'Aria a Wulf.
Wulf asintió.
—¿Fue real?
D'Aria inclinó la cabeza levemente mientras pensaba en eso. Sus pálidos ojos tenían una mirada lejana y frágil.
—Si los dos lo recuerdan, entonces sí. –Su mirada se aguzó mientras levantaba la vista hacia Wulf—. Pero no fue ninguno de nosotros. Desde que estás bajo mi cuidado, ninguno de los otros Oneroiü hubiese interferido con tus sueños sin decírmelo.
—¿Estás segura? –preguntó enfáticamente.
—Sí. Es el único código que todos nos cuidamos de cumplir. Cuando un Cazador Oscuro nos es otorgado para custodiar, jamás entramos sin una invitación directa.
Ese ceño tan familiar frunció las cejas de Wulf. Cassandra estaba comenzando a preguntarse si el “verdadero” Wulf era capaz de tener alguna otra expresión más que esa siniestra e intensa mirada.
—Ya que estoy bajo tu cuidado, ¿cómo es que no sabes acerca de los sueños que he tenido con ella?
D'Aria se encogió de hombros en un gesto que se veía bastante torpe en ella. Era evidente que era una expresión practicada.
—No me convocaste en tus sueños, ni estabas lastimado o necesitabas que te curara. No espío en tu mente inconsciente sin una causa, Wulf. Los sueños son asuntos privados y sólo los malvados Skoti van donde no son invitados. —D'Aria giró para mirarla. Estiró la mano—. Puedes tocarme, Cassandra.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Ella sabe todo sobre ti –dijo Wulf—. Los Cazadores de Sueños pueden ver a través de nosotros.
Cassandra tocó tentativamente la mano de D'Aria. Era suave y tibia. Humana. Aún así, había un extraño campo eléctrico alrededor que era similar a la electricidad estática, pero diferente. Era extrañamente calmante.
—No somos tan diferentes en este sueño –dijo D'Aria tranquilamente.
Cassandra retiró la mano.
—¿Pero no tienes emociones?
—A veces podemos, si hemos estado recientemente dentro del sueño de un humano. Es posible continuar aspirando emociones por un breve tiempo.
—Los Skoti pueden aspirar por períodos más extensos –agregó Wulf—. Son parecidos a los Daimons en ese sentido. En lugar de alimentarse de tu alma, los Skoti se alimentan de tus emociones.
—Vampiros de energía –dijo Cassandra.
D'Aria asintió.
Cassandra había leído extensamente sobre los Cazadores de Sueños. A diferencia de los Cazadores Oscuros, había montones de literatura antigua sobre los Oneroi que habían sobrevivido. Los dioses del sueño aparecían durante toda la literatura griega, pero rara vez se mencionaba a los malvados Skoti que cazaban a las personas mientras dormían.
Todo lo que Cassandra sabía acerca de ellos era que eran muy temidos en las civilizaciones antiguas. Tanto, que muchos antiguos humanos tenían miedo hasta de mencionar a los Skoti por su nombre por temor a que incurrieran una visita de medianoche de los demonios del sueños.
—¿Artemisa nos habría hecho esto? –le preguntó Wulf a D'Aria.
—¿Por qué lo haría? –respondió D'Aria.
Wulf se movió ligeramente.
—Artemisa parece estar protegiendo a la princesa. ¿Podría haberla enviado a mis sueños con ese propósito?
—Supongo que casi todo es posible.
Cassandra aprovechó las palabras de D'Aria con fervor y un extraño rayo de esperanza.
—¿Es posible que no tenga que morir en mi próximo cumpleaños?
La mirada sin emoción de D'Aria no prometía mucho más que sus palabras.
—Si estás pidiéndome una profecía, hija, no puedo dártela. El futuro es algo que cada uno de nosotros debe conocer por sí mismo. Lo que diga ahora puede o no ser verdad.
—¿Pero todos los Apolitas tienen que morir a los veintisiete años? –preguntó Cassandra nuevamente, desesperada por una respuesta.
—Esa también es una pregunta de Oráculo.
Cassandra cerró los ojos con frustración. Todo lo que quería era un poco de esperanza. Una pequeña guía.
Un año más de vida.
Algo. Pero aparentemente estaba pidiendo demasiado.
—Gracias, D'Aria –dijo Wulf, su voz fuerte y profunda.
La Cazadora de Sueños inclinó la cabeza ante ellos, y luego desapareció. No había rastros de ella. Ninguna señal.
Cassandra observó el elegante garaje de un hombre que había vivido durante incalculables siglos. Luego miró el pequeño anillo de sello que tenía en la mano derecha, que su madre le había dado días antes de morir. Un anillo que había sido transmitido a través de su familia desde que su primer ancestro se había desintegrado prematuramente en polvo.
De pronto, Cassandra se largó a reír.
Wulf pareció divertido por su humor.
—¿Estás bien?
—No –dijo, intentando calmarse—. Me parece que se me soltó un cable en algún momento esta noche. O como mínimo ingresé al reino de la Dimensión Desconocida de Rod Serlingü.
El ceño de Wulf se acentuó.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, veamos… —observó su reloj de oro Harry Winston—. Son sólo las once de la noche y hoy he ido a un club cuyos dueños parecen ser panteras que cambian de forma, donde un grupo de vampiros—asesinos a sueldo y un posible dios me atacaron. Regresé a casa sólo para ser atacada nuevamente por los ya mencionados asesinos, el dios, y luego un dragón. Un Cazador Oscuro me salvó. Mi guardaespaldas podría o no estar bajo el servicio de una diosa y acabo de conocer a un espíritu de los sueños. Terrible día, ¿eh?
Por primera vez desde que lo había conocido en persona, vio un asomo de sonrisa en el pícaramente apuesto rostro de Wulf.
—Sólo un típico día en la vida, en mi opinión —dijo.
Se aproximó a ella y revisó su cuello, donde Stryker la había mordido. Sus dedos eran tibios contra su piel. Gentil y tranquilizador. Su aroma llenó la cabeza de Cassandra y la hizo desear que pudiesen regresar por un momento, y sólo ser amigos nuevamente.
Había un poquito de sangre en su camisa.
—Parece que ya está cerrada.
—Lo sé –dijo con calma.
Había un gel coagulante en la saliva de los Apolitas, que era la razón por la cual tenían que chupar la sangre continuamente una vez que abrían una herida. De otro modo, la herida se cerraría antes de que tuvieran la oportunidad de alimentarse. El gel que secretaban también podía cegar a los humanos si un Apolita escupía en sus ojos.
Ella sólo estaba agradecida que la mordedura no la hubiese unido a Stryker de ningún modo. Sólo los Were-Hunters tenían esa habilidad.
Wulf se apartó de ella y la condujo hacia su casa. No estaba seguro de porqué le habían encargado a él la tarea de protegerla, pero hasta que Acheron le dijera lo contrario, él cumpliría con su deber. Y condenados sus sentimientos.
Mientras abría la puerta, su celular sonó.
Wulf contestó y se encontró con que era Corbin del otro lado.
—Hey, ¿encontraste a Kat?
—Sí –dijo Corbin—. Me dijo que simplemente salió a quitar la basura y al regresar Cassandra no estaba.
Él le transmitió la información a Cassandra, quien pareció confundida.
—¿Qué quieres que haga con Kat? –le preguntó Wulf.
—¿Puede venir aquí?
Sí. Cuando el ecuador se congele. No pensaba permitir que Kat estuviera cerca de Chris o de su hogar hasta que supiera más sobre ella y sus lealtades.
—Hey, Bin, ¿puede quedarse contigo?
Cassandra lo miró con los ojos verdes entrecerrados con malicia.
—Eso no es lo que dije.
Él levantó la mano para silenciarla.
—Sí, está bien. Te llamaré una vez que estemos instalados –y colgó.
Cassandra se erizó ante su actitud despótica.
—No me gusta que me hagan callar.
—Mira –dijo, ajustando el teléfono a su cinto—. Hasta que sepa más de tu amiga, no voy a invitarla a mi hogar, donde vive Christopher. No me importa jugar con mi vida, pero que me condenen nuevamente antes de jugar con la de él. ¿Entendiste?
Cassandra dudó mientras recordaba lo que le había dicho en sus sueños acerca de Chris y cuánto significaba para él.
—Lo siento. No pensé en eso. Así que, ¿él vive aquí también?
Wulf asintió mientras encendía una luz en el pasillo trasero. A su derecha había una escalera y a la izquierda un pequeño baño. Más adelante por el pasillo estaba la cocina. Grande y bien ventilada, estaba escrupulosamente limpia y tenía un diseño muy moderno.
Wulf colgó sus llaves en un pequeño llavero junto al horno.
—Siéntete como en casa. Hay cerveza, vino, leche, jugo y gaseosa en el refrigerador.
Le mostró el sitio donde estaban los vasos y los platos, sobre el lavavajillas.
Salieron de la cocina y él apagó las luces antes de conducirla hacia un living abierto y atrayente. Había dos sofás de cuero negro, un sillón que hacía conjunto, y una florida caja de plata de diseño medieval como mesa de centro. Sobre una pared había un centro de entretenimiento, completo con una TV de pantalla gigante, estéreo, DVD y video-casetera, junto a cada sistema de videojuegos conocido por la humanidad.
Levantó la cabeza ante lo que veía, mientras imaginaba al enorme y voluminoso guerrero Vikingo jugando a los juegos. Parecía completamente incompatible con él y su actitud demasiado seria.
—¿Juegas?
—A veces –dijo, con la voz grave—. Más que nada, Chris juega. Yo prefiero vegetar frente a mi computadora.
Se abstuvo de reír ante la imagen que tenía. Wulf era demasiado intenso para simplemente "vegetar."
Wulf se quitó el abrigo y lo echó encima del sillón. Cassandra escuchó que alguien se acercaba por el pasillo hacia el living.
—Hey, hombretón, ¿no has visto…? –la voz de Chris se fue apagando mientras entraba a la habitación vistiendo un pantalón pijama de franela azul marino y una remera blanca.
Se quedó boquiabierto.
—Hola, Chris –dijo Cassandra.
Chris no habló por varios minutos, mientras miraba a uno y a otro alternativamente.
Cuando finalmente habló, su voz era una mezcla entre exasperación y enojo.
—No, no, no. Esto no está bien. Finalmente encuentro a una mujer que en realidad me permite entrar a su hogar y, ¿la traes a casa para ti mismo? –El rostro de Chris palideció, como si hubiese pensado en otra cosa—. Oh, por favor dime que la trajiste a casa para ti y no para mí. No estás haciendo de proxeneta otra vez, ¿verdad, Wulf? Juro que voy a clavarte una estaca mientras duermes si lo hiciste.
—Discúlpame –dijo Cassandra, interrumpiendo la perorata de Chris, que parecía entretener a Wulf—. Resulta que estoy parada aquí mismo. ¿Qué tipo de mujer crees que soy?
—Una muy agradable –dijo Chris, redimiéndose instantáneamente—, pero Wulf es extremadamente autoritario, y tiende a intimidar a las personas para que hagan lo que él desea.
Wulf resopló al escuchar eso.
—¿Entonces por qué no puedo intimidarte para que procrees?
—¡Ves! –dijo Chris, levantando su mano, triunfante—. Soy el único humano en la historia en tener a un Vikingo entrometido propio. Dios, cómo desearía que mi padre hubiese sido un hombre fértil.
Cassandra rió ante la imagen que las palabras de Chris habían conjurado en su mente.
—Vikingo entrometido, ¿eh?
Chris suspiró con irritación.
—No tienes idea… —se quedó callado y luego los miró con el ceño fruncido—. ¿Y por qué está ella aquí, Wulf?
—La estoy protegiendo.
—¿De?
—Daimons.
—Grandes y malos –agregó Cassandra.
Chris se lo tomó mejor de lo que ella hubiese imaginado.
—¿Ella sabe acerca de nosotros?
Wulf asintió.
—Sabe prácticamente todo.
—¿Es por eso que estabas preguntando por cazadoroscuro.com? –le preguntó Chris a Cassandra.
—Sí. Quería encontrar a Wulf.
Chris sospechó inmediatamente.
—Está bien, Chris –explicó Wulf—. Va a quedarse con nosotros algún tiempo. No tienes que ocultarle nada.
—¿Lo juras?
—Sí.
Chris pareció muy complacido por eso.
—Así que lucharon contra algunos Daimons, ¿eh? Ojalá pudiera. Wulf se vuelve loco incluso si tomo un cuchillo de untar. —Cassandra rió—. En serio –dijo Chris sinceramente—. Es peor que una mamá gallina. Entonces, ¿a cuántos Daimons mataron?
—Ninguno –murmuró Wulf—. Estos son mucho más fuertes que los típicos chupa—almas.
—Bueno, eso debería hacerte feliz –le dijo Chris a Wulf—. Finalmente tienes a alguien contra quien puedes pelear hasta estar ensangrentado y amoratado. –Se volvió hacia Cassandra—. ¿Wulf te ha explicado su pequeño problema?
Los ojos de Cassandra se ensancharon mientras intentaba pensar en qué “pequeño” problema podría tener Wulf.
Inconscientemente, su mirada bajó hacia su entrepierna.
—¡Hey! – Dijo Wulf con brusquedad—. Ese jamás ha sido mi problema. Ese es el problema de él.
—¡Tonterías! – Respondió Chris del mismo modo—. Tampoco tengo ningún problema allí. Mi único problema eres tú, entrometiéndote todo el tiempo para que me acueste con alguien.
Oh, Cassandra realmente no quería saber adónde estaba llevando esta conversación. Era demasiada información sobre ambos hombres.
—Bueno, entonces, ¿de qué problema estabas hablando? –le preguntó a Chris.
—El hecho de que si sales de la habitación, para el momento en que llegues al final del pasillo, no lo recordarás.
—Oh –dijo al comprenderlo—. Eso.
—Sí, eso.
—No es un problema –dijo Wulf mientras cruzaba los brazos sobre el pecho—. Ella me recuerda.
—Ah, hombre –dijo Chris, su rostro demudado por el desagrado—. ¿Le he hecho insinuaciones a una parienta? Eso es tan enfermo.
Wulf puso los ojos en blanco.
—Ella no está emparentada con nosotros.
Chris pareció aliviado por un segundo, luego se vio mal nuevamente.
—Bueno, entonces eso es aún peor. Finalmente encuentro a una mujer que no piensa que soy un completo perdedor, ¿y está aquí para ti? ¿Qué sucede aquí? —Chris se detuvo. La luz volvió a su rostro como si hubiese tenido una idea aún mejor—. Oh, espera, ¿qué estoy diciendo? Si ella te recuerda, ¡estoy libre! ¡Wahoo! —Chris comenzó a bailar alrededor del sofá.
Cassandra miró fijamente sus movimientos caóticos y fuera de ritmo. Wulf realmente tenía que permitir que el chico saliera más seguido.
—No te emociones demasiado, Christopher –dijo Wulf, esquivándolo cuando Chris dio la vuelta al sillón para intentar incluirlo en el baile—. Resulta que ella es Apolita.
Chris se quedó helado, luego se calmó.
—No puede serlo, la he visto a la luz del día y no tiene colmillos.
—Soy mitad Apolita.
Chris se paró detrás de Wulf como si de pronto tuviese miedo de que ella pudiera empezar a alimentarse de él.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con ella?
—Es mi invitada por un tiempo. Tú, por otro lado, necesitas empacar. —Wulf lo empujó hacia el pasillo, pero Chris se rehusó a ceder—. Llamaré al Consejo para que te evacuen.
—¿Por qué?
—Porque tenemos a un desagradable Daimon con poderes inusuales persiguiéndola. No quiero verte atrapado en la línea de fuego.
Chris lo miró de un modo extraño.
—No soy un bebé, Wulf. No tienes que esconderme a la primera señal de algo que no sea aburrido.
A pesar de las palabras de Chris, Wulf se veía como un padre paciente tratando con un niñito.
—No voy a correr riesgos con tu vida, así que ve a empacar.
Chris gruñó irritadamente.
—Maldigo el día en que Morginne te dio el alma de una vieja y te hizo peor de lo que cualquier madre podría ser.
—Christopher Lars Eriksson, ¡muévete! –ladró Wulf en un tono tan dominante que Cassandra incluso se sobresaltó.
Chris lo miró sin expresión y aburridamente. Suspirando pesadamente, dio media vuelta y caminó de regreso por el pasillo desde el cual había aparecido.
—Lo juro –gruñó Wulf en un tono tan bajo que ella apenas lo escuchó—, hay veces en que podría ahorcarlo hasta matarlo.
—Bueno, es cierto que le hablas como si tuviera cuatro años.
Wulf se volvió hacia ella con una mirada tan amenazante, que de hecho Cassandra dio un paso atrás ante su furia.
—Eso no es asunto tuyo.
Cassandra levantó las manos y le devolvió la mirada furibunda con una propia.
—Discúlpame, señor Malo, pero utilizarás otro tono conmigo. No soy tu esclava para que me patees cuando te enojas. No tengo que quedarme aquí.
—Sí tienes que quedarte.
Ella lo miró con picardía.
—No lo creo, y a menos que quites ese enojo de tu voz cuando me hablas, lo único que vas a ver será mi trasero saliendo por esa puerta –dijo señalando la entrada.
La sonrisa que él le ofreció era perversa y fría.
—¿Alguna vez has intentado escapar de un Vikingo? Hay una maldita buena razón por la cual los europeos se mojan encima cada vez que nuestro nombre es mencionado.
Sus palabras la hicieron estremecer.
—No te atreverías.
—Siéntete libre de probarme.
Cassandra tragó. Quizás no debería estar tan segura.
Oh, al demonio con eso. Si él quería una pelea, ella estaba más que lista. Una mujer que había pasado su vida luchando contra Daimons estaba más que preparada para enfrentarse a cualquier Cazador Oscuro.
—Permíteme recordarte esto, señor Vikingo—Guerrero—Bárbaro—Rufián: mientras tus ancestros estaban hurgando por fuego y comida, los míos estaban dominando los elementos y construyendo un imperio que ni siquiera el mundo moderno puede tocar. Así que no te atrevas a amenazarme con lo que eres capaz de hacer. No pienso aceptar eso de ti ni de nadie más. ¿Entendido?
Para su sorpresa, él se rió ante sus palabras y se movió hasta quedar parado enfrente suyo. Sus ojos eran oscuros, peligrosos, y la excitaban a pesar de lo enojada que estaba con él. El calor del cuerpo de Wulf incineraba el suyo.
Y ahora le faltaba más el aliento.
Más consciente de él y de esa masculinidad cruda y perturbadora que hacía que cada parte femenina de ella palpitara.
Él puso su mano sobre la mejilla de Cassandra. Una comisura de sus labios estaba curvada con diversión. La imagen de él observándola era totalmente devastadora.
—En mis días, habrías valido más que tu peso en oro.
Entonces hizo lo más inesperado de todo: inclinó la cabeza y la besó.
Cassandra gimió ante el salvaje sabor de Wulf. Su respiración mezclada con la suya, mientras saqueaba su boca, la dejaba excitada y vibrando por él.
Pero bueno, eso no era difícil. No cuando él era tan deliciosamente perfecto. Tan ardiente y varonil.
Su cuerpo entero chisporroteaba ante su cercanía. Ante el sabor de su lengua danzando con la suya mientras él gruñía gravemente.
Wulf la atrajo más hacia sí. Tan cerca que ella podía sentir la protuberancia de su pene contra la cadera. Ya estaba duro, y ella sabía de primera mano qué tan capaz era como amante. Ese conocimiento la dejaba aún más jadeante. Necesitada. Él pasó las manos por su espalda hasta ahuecar su trasero y apretarla más contra él.
La rabia de Cassandra se derritió ante el deseo que sentía por este hombre.
—Sabes aún más dulce que antes –susurró él contra sus labios.
Ella no podía hablar. Era cierto. Esto era mucho más intenso. Mucho más chispeante que cualquier cosa que hubiese soñado. Todo lo que quería hacer era quitarle la ropa, tirarlo sobre el piso y montarlo hasta que los dos estuviesen transpirados y saciados.
Cada parte suya le gritaba que hiciera realidad su fantasía.
Wulf no podía respirar mientras sentía sus femeninas curvas contra él y entre sus manos.
La deseaba locamente. Desesperadamente. Peor aún, la había tomado suficientes veces en sus sueños como para saber exactamente cuán apasionada era ella.
Es una Apolita. La versión más elevada de la fruta prohibida.
La voz de la cordura atravesó su mente.
Él no quería escucharla.
Pero no tenía elección.
Soltándola, se forzó a sí mismo a apartarse de ella y de la necesidad que creaba dentro suyo.
Para su sorpresa, ella no lo dejó ir. Lo atrajo de regreso a sus labios y embelesó su boca con la suya. Wulf cerró los ojos y siseó de placer mientras Cassandra penetraba en cada sentido que él poseía. Su aroma a rosas y talco lo embriagaba.
Wulf no creía que jamás pudiera tener suficiente de ese aroma. De su cuerpo meneándose contra el suyo.
La deseaba más de lo que había deseado nada en su vida.
Ella se apartó y lo miró. Sus ojos verdes estaban brillosos, sus mejillas sonrojadas por la pasión.
—No eres el único que desea algo imposible, Wulf. Por mucho que me odies por lo que soy, imagina cómo me siento al saber que he soñado con un hombre que ha exterminado a mi gente por, ¿cuántos siglos, ya?
—Doce –dijo él antes de poder detenerse.
Ella dio un respingo al oírlo. Sus manos cayeron del rostro de Wulf.
—¿A cuántos de nosotros has matado? ¿Lo sabes?
Él sacudió la cabeza.
—Tenían que morir. Estaban asesinando a gente inocente.
Los ojos de Cassandra se oscurecieron y se volvieron acusadores.
—Estaban sobreviviendo, Wulf. Jamás tuviste que enfrentarte a la posibilidad de estar muerto a los veintisiete años. Cuando la vida de la mayoría de las personas está comenzando, nosotros estamos frente a una sentencia de muerte. ¿Tienes alguna idea de lo que es saber que jamás podrás ver a tus hijos crecer? ¿Qué jamás conocerás a tus nietos? Mi madre solía decir que éramos flores de la primavera que estábamos hechos para florecer en una sola estación. Traemos nuestros dones al mundo y entonces nos reducimos a polvo para que otros puedan venir después de nosotros.
Ella levantó la mano derecha para que Wulf pudiese ver las cinco diminutas lágrimas rosa tatuadas en su palma, en forma de pétalos de flor.
—Cuando los que amamos mueren, los inmortalizamos así. Tengo una por mi madre y las otras cuatro por mis hermanas. Nadie jamás conocerá la belleza de la risa de mis hermanas. Nadie recordará la gentileza de la sonrisa de mi madre. Dentro de ocho meses, mi padre ni siquiera tendrá suficiente de mí para enterrar. Me convertiré en un puñado de polvo. ¿Y por qué? ¿Por algo que mi tatara-tatara-tatara-algo hizo? He estado sola toda mi vida, porque no me atrevo a dejar que alguien me conozca. No quiero amar por miedo a dejar a alguien como mi padre que sufra por mi muerte. Yo seré un vago sueño, y aún así tú estás aquí, Wulf Tryggvason. Un Vikingo canalla que una vez vagó por el mundo asaltando aldeas. ¿A cuánta gente asesinaste en tu vida como humano mientras buscabas tesoros y fama? ¿Eras mejor que los Daimons que matan para poder vivir? ¿Qué te hace mejor que nosotros?
—No es lo mismo.
La incredulidad la inundó porque él no podía ver lo que era tan evidente.
—¿No lo es? Sabes, visité tu página web y vi los nombres allí listados. Kyrian de Tracia, Julian de Macedonia, Valerius Magnus, Jamie Gallagher, William Jess Brady. He estudiado historia toda mi vida y conozco cada uno de esos nombres y el terror que forjaban en su tiempo. ¿Por qué está bien que los Cazadores Oscuros tengan la inmortalidad aunque la mayoría de ustedes eran asesinos mientras eran humanos, mientras que nosotros estamos condenados desde el nacimiento por cosas que jamás hicimos? ¿Dónde existe la justicia?
Wulf no quería escuchar sus palabras. Jamás había pensado en los Daimons y en porqué hacían lo que hacían. Él tenía un trabajo que hacer, así que los mataba. Los Cazadores Oscuros eran quienes estaban en lo correcto. Eran protectores de la humanidad. Los Daimons eran los depredadores que merecían ser perseguidos y asesinados.
—Los Daimons son malignos.
—¿Yo soy maligna?
No, no lo era. Ella era…
Era otras cosas que él no se atrevía a mencionar.
—Eres una Apolita –dijo enérgicamente.
—Soy una mujer, Wulf –dijo ella sencillamente, con la voz llena de emoción—. Lloro y me lamento. Río y amo. Al igual que mi madre lo hizo. No veo la diferencia entre nosotras y cualquier otra persona del planeta.
Él se encontró con su mirada, y el fuego en sus ojos la quemó.
—Yo sí, Cassandra. Yo veo la diferencia.
Sus palabras la hirieron en lo más vivo.
—Entonces no tenemos nada más de qué hablar. Somos enemigos. Es todo lo que podemos ser.
Wulf respiró profundamente mientras ella decía una verdad que no podía ser modificada. Desde el día en que Apolo había condenado a sus propios hijos, los Cazadores Oscuros y los Apolitas habían sido enemigos a muerte.
—Lo sé –dijo él suavemente, con la garganta seca al darse cuenta de eso.
No quería ser enemigo, no de ella.
¿Pero cómo podrían ser otra cosa alguna vez?
Él no había elegido esta vida por sí mismo, pero había dado su palabra de vivirla ahora.
Eran enemigos.
Y eso lo mataba por dentro.
—Deja que te muestre dónde puedes dormir.
La condujo al ala opuesta a la de Chris, donde podría tener toda la privacidad que quisiera.
Cassandra no dijo nada mientras Wulf la dejaba en una habitación grande y cómoda. Su corazón estaba abatido, anhelando cosas que eran tontas y estúpidas. ¿Qué quería de él?
No había modo de impedirle que asesinara a su gente. Así era el mundo, y ninguna cantidad de argumentos cambiaría eso.
No había esperanzas de tener una relación con él o con ningún otro hombre. Su vida estaba casi terminada ahora. ¿Y dónde los dejaba eso?
En ningún lado.
Así que recurrió al humor que la había ayudado a pasar por las tragedias de su vida. Era todo lo que tenía.
—Dime, si me pierdo en este lugar, ¿tienes un equipo de búsqueda disponible para encontrarme nuevamente?
Él no rió. Había un sólido muro entre los dos ahora. Se había cerrado completamente a ella. Era mejor así.
—Iré a buscarte algo para dormir –dijo comenzando a alejarse de ella.
—Ni siquiera confías en mí como para mostrarme dónde duermes, ¿eh?
Su mirada fue perforante.
—Ya has visto donde duermo.
El rostro de Cassandra se sonrojó mientras recordaba el más erótico de sus sueños. Ese en el que había observado el bronceado cuerpo de Wulf en los espejos, deslizándose contra el suyo mientras le hacía el amor lenta y apasionadamente.
—¿La cama de hierro negro?
Él asintió y se fue.
Una vez sola, Cassandra se sentó sobre el colchón y apartó sus pensamientos.
—¿Qué estoy haciendo aquí?
Una parte de ella le decía que lo mandara al demonio y que corriera el riesgo con Stryker.
Pero otra parte de ella quería regresar a sus sueños y simular que este día no había sucedido.
No, lo que quería era lo único que sabía que jamás podría tener…
Quería una fantasía prohibida; un hombre que le perteneciera, al cual aferrarse. Un hombre con el que pudiera envejecer. Uno que sostuviera su mano mientras traía su bebé al mundo.
Era tan imposible que había enterrado esos sueños muchos años atrás.
Hasta ahora, jamás había conocido a alguien que la hiciera anhelar esas cosas que le eran negadas. No hasta que había mirado fijamente un par de ojos negros y había escuchado a un guerrero Vikingo hablar acerca de mantener a un niño a salvo.
Un hombre que se sentía culpable por su pasado.
Cassandra añoraba eso ahora. Y era un deseo imposible.
Wulf jamás podría ser suyo, y aunque lo fuese, ella estaría muerta en cuestión de meses.
Con la cabeza entre las manos, lloró.


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