Febrero 2003
St. Paul, Minnesota
—Oh, querida, gran alerta de semental a las tres en punto.
Cassandra Peters se rió del tono lascivo de Michelle Avery mientras se daba vuelta dentro del atestado bar para ver a un hombre de cabello oscuro y apariencia normal que miraba hacia el escenario donde estaba tocando su banda local favorita, Twisted Hearts.
Balanceándose al ritmo de la música mientras bebía sorbos de su té helado Long Island, Cassandra lo estudió durante un minuto.
—Es un Lechero –decidió luego de un detallado examen de sus “atributos” que constaba su apariencia, su porte y su atavío de leñador.
Michelle sacudió la cabeza.
—No, señora, definitivamente es una Cracker.
Cassandra sonrió al pensar en su sistema de clasificación, que dependía de las cosas por las que no sacarían a un hombre de la cama. Lechero significaba que era atractivo de un modo inusual y que podía traer un vaso de leche a la cama en cualquier momento. Las Crackers estaban un paso arriba, y las Galletitas eran dioses.
Pero lo máximo en aspecto apetecedor era calificado como una Rosquilla Espolvoreada. Una Rosquilla Espolvoreada no sólo era caótica, sino que también violaba su perpetua mentalidad dietética y le rogaba a una mujer que la mordiera.
Hasta la fecha, ninguna de ellas había conocido a una Rosquilla Espolvoreada en carne y hueso. Aún así, no perdían la esperanza.
Michelle le dio un golpecito a Brenda y a Kat en el hombro y señaló discretamente al hombre que estaba inspeccionando.
—¿Galletita?
Kat negó con la cabeza.
—Cracker.
—Definitivamente Cracker –confirmó Brenda.
—Oh, ¿qué sabes tú? Tienes un novio formal –le dijo Michelle a Brenda cuando la banda terminaba su canción y tomaba un descanso—. Dios, ustedes son demasiado críticas.
Cassandra miró nuevamente al chico, que estaba hablando con su amigo y tomando una cerveza longneck. No hacía que su corazón se acelerara, pero la verdad es que muy pocos hombres lo conseguían. Aún así, tenía una actitud sencilla, abierta y una sonrisa agradable y amistosa. Podía ver porqué a Michelle le gustaba.
—De cualquier modo, ¿por qué tendría que importarte lo que nosotras pensamos? –le preguntó a Michelle—. Si a ti te gusta, entonces ve y preséntate.
Michelle estaba horrorizada.
—No puedo hacer eso.
—¿Por qué no? –preguntó Cassandra.
—¿Qué hago si piensa que soy gorda o fea?
Cassandra puso los ojos en blanco. Michelle era una chica castaña muy delgada que estaba lejos de ser fea.
—La vida es corta, Michelle. Demasiado corta. Por lo que sabemos, él podría ser el hombre de tus sueños, pero si te quedas aquí, babeando y sin hacer nada, jamás lo sabrás.
—Dios –susurró Michelle—, cómo te envidio por esa actitud de vivo—el—día—a—día. Pero no puedo.
Cassandra la tomó de la mano y la arrastró a través del gentío, hacia el hombre.
Le tocó el hombro.
Sobresaltado, él se dio vuelta.
Sus ojos se ensancharon al mirar hacia arriba a Cassandra. Con un metro ochenta y cinco, estaba acostumbrada a ser un monstruo de la naturaleza. A su favor, el tipo no pareció ofendido por el hecho de que ella era cinco centímetros más alta que él.
Luego observó a Michelle, que medía un normal metro sesenta y cuatro.
—Hola –dijo Cassandra, atrayendo nuevamente su mirada a ella—. Estoy haciendo una encuesta rápida. ¿Estás casado?
Él frunció el ceño.
—No.
—¿Saliendo con alguien?
El tipo miró desconcertado a su amigo.
—No.
—¿Homosexual?
Se quedó con la boca abierta.
—¿Perdón?
—¡Cassandra! –dijo Michelle bruscamente.
Ella ignoró a ambos y apretó fuerte la mano de Michelle cuando ella intentó escaparse corriendo.
—Te gustan las mujeres, ¿cierto?
—Sí –dijo él, sonando ofendido.
—Bien, porque mi amiga Michelle aquí presente piensa que eres excepcionalmente lindo y le gustaría conocerte – empujó a su amiga en medio de los dos—. Michelle, este es…
Él sonrió al encontrarse con la mirada sorprendida de Michelle.
—Tom Cody.
—Tom Cody – repitió Cassandra— Tom, esta es Michelle.
—Hola –saludó él, extendiendo su mano hacia ella.
Por la expresión de su amiga, Cassandra podía decir que su amiga no estaba segura de si debía estrangularla o agradecerle.
—Hola –dijo Michelle, dándole la mano.
Una vez que se aseguró de que eran semicompatibles y de que él no la mordería en la primera cita, Cassandra los abandonó y se encaminó de regreso a Brenda y Kat, quienes estaban con la boca abierta mientras la miraban incrédulas.
—No puedo creer que le hicieras eso. –Dijo Kat tan pronto como Cassandra se les unió— Va a matarte más tarde.
Brenda se encogió.
—Si alguna vez me haces eso, voy a matarte.
Kat pasó un brazo por los hombros de Brenda y le dio un abrazo afectuoso.
—Puedes gritarle todo lo que desees, querida, pero no puedo dejar que tú la mates.
Brenda se rió ante el comentario de Kat, sin saber que ella hablaba de corazón. Era la guardaespalda secreta de Cassandra y ya hacía cinco años que estaba con ella. Un record. La mayoría de los guardaespaldas de Cassandra tenían una esperanza de trabajo de aproximadamente ocho meses.
Terminaban muertos o renunciando en el instante en que alcanzaban a ver exactamente quién y qué era lo que estaba detrás de ella. A su modo de pensar, no valía la pena correr el riesgo, ni siquiera por la exorbitante cantidad de dinero que su padre les pagaba para mantener con vida a su hija.
Pero Kat no. Ella tenía más tenacidad y cara jutzpáü que cualquier otra persona que Cassandra hubiera conocido. Sin mencionar el hecho de que Kat era la única mujer que conocía que en realidad era más alta que ella. Con un metro noventa y cinco era increíblemente hermosa, Kat llamaba la atención donde quiera que iba. Su cabello rubio caía justo debajo de sus hombros, y tenía los ojos tan verdes que no parecían reales.
—Sabes –le dijo Brenda a Cassandra mientras observaba a Tom y Michelle hablando y riendo—. Daría cualquier cosa por tener tu confianza. ¿Alguna vez dudas de ti misma?
Cassandra respondió sinceramente.
—Todo el tiempo.
—Nunca lo demuestras.
Eso era porque, a diferencia de sus acompañantes, había sólo una pequeñísima posibilidad de que a Cassandra pudieran quedarle otros ocho meses de vida. No podía permitirse estar asustada o ser tímida en la vida. Su lema era tomar todo con las dos manos, y salir corriendo.
Pero ella había estado corriendo toda su vida. Escapando de aquellos que la matarían si tuvieran la oportunidad.
Pero más que nada, había estado escapando de su destino, esperando que de algún modo, de alguna forma, pudiera apartarse de lo inevitable.
Aunque había recorrido el mundo desde que tenía seis años, no estaba más cerca de descubrir la verdad, acerca de su herencia, más de lo que lo había estado su madre antes que ella.
Aún así, con el amanecer de cada día, tenía esperanzas. Esperanzas de que alguien le dijera que su vida no tenía que terminar en su vigesimoséptimo cumpleaños. Esperanzas de que pudiera quedarse en algún lugar por más de unos pocos meses o incluso días.
—¡Epa! – Dijo Brenda con los ojos abiertos, mientras miraba hacia la entrada—. ¡Creo que encontré a nuestras Galletitas! Y, damas, hay tres de ellos.
Riendo ante su tono maravillado, Cassandra giró para ver a tres hombres increíblemente sexy entrando al club. Todos pasaban el metro ochenta y cinco en altura, piel y cabello dorados, y absolutamente magníficos.
Su risa murió instantáneamente, mientras sentía un horrible y fuerte estremecimiento recorriéndola. Era una sensación con la que estaba demasiado familiarizada.
Y que sembraba el terror en su corazón.
Vestidos con costosos suéteres, jeans y chaquetas de esquiar, los tres hombres recorrieron con la mirada a los ocupantes del bar, como los mortales depredadores que eran. Cassandra tembló. Las personas del bar no tenían idea de en cuánto peligro estaban.
Ninguno de ellos.
Oh, dios santo…
—Hey, Cass –dijo Brenda—. Ve y preséntamelos a mí.
Cassandra negó con la cabeza mientras hacía contacto visual con Kat para advertirla. Ella intentó conducir a Brenda lejos de los hombres y de sus miradas oscuras y hambrientas.
—No son nada bueno, Bren. Realmente nada bueno.
La única virtud de ser medio Apolita era su habilidad de ubicar a otros de la especie de su madre. Y algo en sus entrañas le decía que los hombres que caminaban en medio de la gente, registrando a las mujeres con sonrisas seductoras, ya no eran simples Apolitas.
Eran Daimons —una viciosa casta de Apolitas que elegían prolongar sus cortas vidas matando humanos y robando sus almas.
Su carisma de Daimons, único y poderoso, y su sed de almas brotaba de cada poro de sus cuerpos.
Estaban aquí en busca de víctimas.
Cassandra se tragó su pánico. Tenía que encontrar un modo de salir de ahí antes de que se acercaran demasiado y descubrieran quién era ella en realidad.
Tomó el pequeño revólver de su cartera, y buscó una salida de escape.
—Por el fondo –dijo Kat, empujándola hacia la parte trasera del club.
—¿Qué está sucediendo? –preguntó Brenda.
De pronto, el más alto de los Daimons se detuvo en seco.
Giró para mirarlas de frente.
Sus acerados ojos se estrecharon con un intenso interés al ver a Cassandra, y ella pudo sentirlo intentando penetrar en su mente. Bloqueó su intrusión, pero era demasiado tarde.
Tomó del brazo a sus amigos e inclinó la cabeza hacia ellas.
Diablos. Esto apestaba.
Literalmente.
Con la gente del bar, ella no podía abrir fuego, y tampoco podía hacerlo Kat. Las granadas de mano estaban en el auto y Cassandra había optado por dejar las dagas debajo del asiento.
—Sí –respondió sarcásticamente, pensando en sus armas, que parecían pequeñas guadañas—. Las escondí dentro de mi sostén antes de salir de casa.
Cassandra sintió que Kat metía algo frío en su mano. Al mirar hacia abajo, vio el abanico uchiwa de lucha cerrado. Hecho de acero, el abanico estaba afilado en uno de los lados, por lo que era tan peligroso como un cuchillo Ginsu. Doblado, y con sólo veintisiete centímetros de largo, se veía como un inofensivo abanico de mano japonés, pero en manos de Kat o Cassandra, era letal.
Cassandra afirmó su agarre al abanico mientras Kat la llevaba hacia el escenario, donde había una salida para incendios. Se dejó llevar por la multitud hacia la salida, lejos de los Daimons, y lejos de Brenda antes de que se pusiera en peligro estando cerca suyo cuando los Daimons atacaran.
Maldijo la altura de ambas al darse cuenta de que no había modo de esconderse. No había manera de evitar que los Daimons las viesen incluso entre esa gran cantidad de gente, cuando Kat y ella sobresalían tanto entre los demás.
Kat se detuvo en seco cuando otro hombre alto y rubio obstruyó su única vía de escape.
Dos segundos más tarde, se desató el infierno en su lado del club, cuando se percataron de que había más de tres Daimons en el bar.
Había al menos una docena de ellos.
Kat empujó a Cassandra hacia la salida, luego pateó al Daimon hacia atrás, contra un grupo de personas que gritaron y chillaron ante la perturbación.
Cassandra abrió su abanico mientras otro Daimon iba hacia ella con un cuchillo de caza. Ella atrapó la hoja entre las tablillas y lo arrancó de sus manos, luego usó el cuchillo para apuñalar al Daimon en el pecho.
Se desintegró instantáneamente.
—Pagarás por eso, perra –gruñó uno de los Daimons mientras acometía contra ella.
Varios hombres que estaban en la barra se movieron para ayudarla, pero los Daimons se ocuparon rápidamente de ellos mientras otros clientes se encaminaban hacia la salida.
Cuatro Daimons rodearon a Kat.
Cassandra intentó acercarse a ella para ayudarla a quitárselos de encima, pero no pudo. Uno de los Daimons atrapó a su guardaespaldas con un violento soplido que envió a Kat volando hasta una pared cercana.
Kat la golpeó con un ruido sordo, luego aterrizó en el suelo hecha un montón. Cassandra quería ayudarla, pero el mejor modo de hacerlo era llevando a los Daimons fuera del bar y lejos de su amiga.
Se dio vuelta para salir corriendo, sólo para encontrarse con dos Daimons más parados directamente detrás suyo.
La colisión de sus cuerpos la distrajo lo suficiente para que uno de los Daimons le pudiera quitar el cuchillo y el abanico de sus manos de un tirón.
Puso sus brazos alrededor de Cassandra para evitar que se cayera.
Alto, rubio y apuesto, el Daimon poseía una extraña aura sexual que atraía a cualquier mujer hacia él. Era esa esencia la que les permitía apresar eficazmente a los humanos.
—¿Ibas a algún sitio, princesa? –le preguntó, tomando las muñecas de ella con sus manos y bloqueando la posibilidad de luchar por su arma.
Cassandra intentó hablar, pero sus oscuros y profundos ojos la tenían completamente cautivada. Ella sintió los poderes llegando hasta su mente, adormeciendo su habilidad para escapar.
Los otros se le unieron.
Aún así, el que estaba frente a ella mantuvo las manos en sus muñecas, su hipnótica mirada en la de ella.
—Bueno, bueno –dijo el más alto, mientras arrastraba un frío dedo por su mejilla—. Cuando vine a alimentarme esta noche, lo último que esperaba era encontrar a nuestra heredera perdida.
Ella alejó la cabeza de su toque.
—Matarme no va a liberarlos –le dijo—. Es sólo un mito.
El que la estaba sosteniendo la dio vuelta para que enfrentara a su líder.
El líder Daimon rió.
—¿No lo somos todos? Pregúntale a cualquier humano en este bar si los vampiros existen y, ¿qué dirán? –él pasó su lengua por los largos dientes caninos mientras la observaba malvadamente—. Ahora, ven afuera y muere sola, o haremos un banquete con tus amigos.
Deslizó su mirada de depredador hacia Michelle, quien estaba bastante lejos y tan cautivada por Tom que ni siquiera estaba al tanto de la pelea que había tomado lugar en el lado de Cassandra dentro del atestado bar.
—La castaña es fuerte. Su alma sola debería mantenernos al menos por seis meses. Y en cuanto a la rubia…
Su mirada se desvió hacia el lugar donde Kat yacía rodeada por humanos que no parecían comprender cómo se había lastimado. No cabían dudas de que los Daimons estaban usando sus poderes para nublar la mente de los humanos alrededor de ellos, para evitar que interfiriesen.
—Bueno –continuó, siniestramente—, un pequeño bocado nunca lastimó a nadie.
Tomó su brazo al mismo tiempo que el Daimon que la sostenía la dejaba ir.
Renuente a ir tranquila hacia su exterminio, Cassandra regresó a su estricto e intensivo entrenamiento. Regresó a los brazos del Daimon que estaba detrás de ella y le clavó su tacón en el empeine.
Él maldijo.
Ella enterró su puño en el estómago del Daimon parado delante suyo, y luego se movió rápidamente entre los otros dos y se encaminó hacia la puerta.
Con su velocidad inhumana, el Daimon más alto la bloqueó a mitad de camino. Una cruel sonrisa curvó sus labios mientras la empujaba salvajemente para detenerla.
Ella lo pateó, pero él impidió que lo lastimara.
—No lo hagas.
Su profunda voz era hipnótica y estaba llena de promesas de daño letal si ella lo desobedecía.
Varias personas en el bar se dieron vuelta para observarlos, pero con una sola mirada violenta del Daimon todos desviaron la vista.
Nadie la ayudaría.
Nadie se atrevía.
Pero aún no había terminado… Cassandra jamás se rendiría ante ellos.
Antes de poder atacar nuevamente, la puerta de entrada del club se abrió con una ráfaga glacial.
Como si hubiera detectado algo incluso más peligroso que él mismo, el Daimon giró su cabeza hacia la puerta.
Sus ojos se ensancharon con terror.
Cassandra se dio vuelta para observar qué lo había paralizado y entonces ella tampoco pudo apartar la mirada.
El viento y la nieve se arremolinaron en el camino de entrada alrededor de un hombre que medía al menos dos metros.
A diferencia de la mayoría de la gente que andaba caminando en un clima de doce grados bajo cero, el recién llegado vestía sólo una larga y delgada chaqueta de cuero negro que se ondulaba con el viento. Tenía un sólido suéter negro, botas de motociclista, y un par de ajustados pantalones de cuero negros que se ceñían a un cuerpo delgado y fuerte que atraía con promesas sexuales y salvajes.
Poseía el contoneo confiado y mortal del hombre que sabe que no tiene igual. De un hombre que desafiaba al mundo a hacer el intento y enfrentarlo.
Era el paso de un depredador.
E hizo que la sangre de Cassandra se helara.
Si su cabello hubiese sido rubio, ella hubiera creído que era otro Daimon. Pero este hombre era completamente otra cosa.
Su cabello azabache largo hasta los hombros, estaba apartado de un rostro perfectamente esculpido que hacía que su corazón se acelerara. Sus ojos negros eran fríos. Acerados. Su cara era resuelta e impasible.
Ni bonito, ni femenino, ¡el hombre era semejante Rosquilla Espolvoreada que ni siquiera tendría que compartirla con ella en su cama!
Atrayente como un faro, e inconsciente de la multitud del bar, el recién llegado desvió su oscura y mortal mirada de un Daimon al siguiente, hasta que se detuvo en el que estaba al lado de ella.
Una sonrisa lenta y diabólica se extendió por su apuesto rostro, dejando ver una mínima insinuación de colmillos.
Se encaminó directamente hacia ellos.
El Daimon maldijo, y luego la colocó delante de él.
Cassandra luchó contra su agarre, hasta que él extrajo una pistola de su bolsillo y la sostuvo contra su sien.
Gritos y exclamaciones estallaron en el bar mientras la gente corría a refugiarse.
Los otros Daimons se movieron hasta pararse a su lado en lo que parecía ser una formación de batalla.
El recién llegado rió baja y siniestramente mientras los evaluaba. La luz de sus ojos azabache permitía ver a Cassandra cuánto ansiaba él la pelea.
Su mirada, en realidad, los aguijoneaba.
—Mal modo de tomar un rehén –dijo en una voz profunda y suavemente acentuada que retumbaba como un trueno—. Especialmente cuando saben que, de cualquier manera, voy a matarlos.
En ese instante, Cassandra supo quién y qué era el recién llegado.
Era un Cazador Oscuro –un guerrero inmortal que pasaba la eternidad cazando y ejecutando a los Daimons que se alimentaban de almas humanas. Eran los defensores de la humanidad y la personificación de Satán para la gente de Cassandra.
Había oído hablar de ellos toda su vida, pero al igual que con el hombre de la bolsa, lo había atribuido a las leyendas urbanas.
Pero el hombre parado frente a ella no era un invento de su imaginación. Era real, y se veía tan devastador como en las historias que había escuchado.
—Fuera de mi camino, Cazador Oscuro –dijo el Daimon que la tenía agarrada—, o la mataré.
Aparentemente divertido por la amenaza, el Cazador Oscuro negó con la cabeza, como un padre regañando a un niño enojado.
—Sabes, deberías haberte quedado en tu refugio un día más. Esta es noche de Buffy, y además es un capítulo de estreno. –El Cazador Oscuro hizo una pausa para suspirar irritado—. ¿Tienes alguna idea de cuánto me enfurece tener que venir aquí, con el frío que hace, a asesinarte, cuando podría estar calentito en casa, mirando a Sarah Michelle Gellar golpear traseros vistiendo un top con la espalda descubierta?
Los brazos del Daimon temblaron al apretar más fuertemente a Cassandra.
—¡Atrápenlo!
Los Daimons atacaron a la vez. El Cazador Oscuro agarró al primero por la garganta. En un movimiento fluido, levantó al Daimon y lo golpeó contra la pared, donde lo sostuvo en un apretado puño.
El Daimon lanzó un quejido.
—¿Qué eres, un bebé? –preguntó el Cazador Oscuro—. Dios, si vas a matar humanos, lo mínimo que podrías hacer es aprender a morir con un poco de dignidad.
Un segundo Daimon saltó hacia su espalda. Mientras el Cazador Oscuro giraba la parte inferior de su cuerpo, un largo cuchillo de mal aspecto salió del talón de su bota. Él clavó la hoja en el centro del pecho del Daimon.
Instantáneamente, el Daimon se convirtió en polvo.
El Daimon que el Cazador Oscuro sostenía dejó ver sus largos dientes caninos mientras intentaba morderlo y patearlo. El Cazador Oscuro lo tiró a los brazos del tercer Daimon.
Ellos tropezaron hacia atrás y cayeron hechos un montón en el piso.
El Cazador Oscuro sacudió la cabeza al mirar a los dos Daimons que se golpeaban entre sí, intentando ponerse de pie.
Otros más lo atacaron, y los atravesó con una facilidad tan terrorífica como mórbidamente hermosa.
—Vamos, ¿dónde aprendieron a pelear? – Preguntó mientras mataba a otros dos—. ¿En la Escuela de Buenos Modales para Señoritas? – Se mofó desdeñosamente de los Daimons—. Mi hermanita menor podía golpear más fuerte que ustedes cuando tenía tres años. Diablos, si van a convertirse en Daimons, lo menos que pueden hacer es tomar un par de lecciones de lucha para hacer mi aburrido trabajo más interesante. –Suspiró fatigosamente y miró hacia el techo—. ¿Dónde están los Daimons Spathi cuando uno los necesita?
Mientras el Cazador Oscuro estaba distraído, el Daimon que sostenía a Cassandra apartó el arma de su sien y le dio cuatro disparos.
El Cazador Oscuro giró muy lentamente hacia ellos.
Con la furia descendiendo sobre su rostro, miró al Daimon que le había disparado.
—¿No tienes honor? ¿No tienes decencia? ¿Ni siquiera un maldito cerebro? No me matas con balas. Sólo me enfureces. –Miró hacia abajo, a las sangrantes heridas en su costado, y luego corrió a un costado su chaqueta, por lo que la luz brillaba a través de los agujeros en el cuero. Maldijo de nuevo—. Y acabas de arruinar mi maldita chaqueta favorita. —El Cazador Oscuro le gruñó al Daimon—. Por eso, vas a morir.
Antes de que Cassandra pudiera moverse, el Cazador Oscuro estiró su mano hacia ellos. Una cuerda negra y fina salió expulsada y se envolvió sola alrededor de la muñeca del Daimon.
Más rápido de lo que ella podía parpadear, el Cazador Oscuro cerró la distancia entre ellos, tiró de la muñeca del Daimon y retorció su antebrazo.
Ella se apartó a tropezones del Daimon y se apretó contra la destrozada máquina de discos, fuera de su camino.
Con una mano aún en el brazo del Daimon, el Cazador Oscuro lo agarró de la garganta y lo elevó del piso. Con un elegante arco, lanzó al Daimon sobre una mesa. Los vidrios se quebraron bajo el peso de la espalda del Daimon. El revólver golpeó el suelo de madera con un frío y metálico ruido sordo.
—¿Tu madre nunca te dijo que el único modo de matarnos es cortándonos en pedacitos? –preguntó el Cazador Oscuro—. Deberías haber traído una cortadora de madera en lugar de un arma. –Observó al Daimon, que luchaba desesperadamente para soltarse—. Ahora, liberemos a todas las almas humanas que has robado.
El Cazador Oscuro sacó una navaja de adentro de su bota, la giró para abrirla, y la hundió en el pecho del Daimon.
Este se descompuso al instante, dejando nada detrás.
Los dos últimos corrieron hacia la puerta.
No llegaron muy lejos antes de que el Cazador Oscuro extrajera un set de cuchillos para lanzar de debajo de su chaqueta y los enviara volando con mortal precisión hacia las espaldas de los asesinos que huían. Los Daimons explotaron, y sus cuchillos golpearon el suelo siniestramente.
Con una calma increíblemente deliberada, el Cazador Oscuro se encaminó hacia la salida. Se detuvo sólo lo suficiente como para recuperar sus cuchillos del suelo.
Y entonces se fue tan rápida y silenciosamente como había llegado.
Cassandra luchó por respirar mientras la gente en el bar salía de sus escondites y se ponía furiosa. Gracias a dios, hasta Kat se levantó y fue a tropezones hacia ella.
Sus amigas se le acercaron corriendo.
—¿Estás bien?
—¿Vieron lo que él hizo?
—¡Pensé que estabas muerta!
—¡Gracias a dios, aún estás viva!
—¿Qué querían contigo?
—¿Quiénes eran esos tipos?
—¿Qué les sucedió?
Ella apenas escuchaba las voces que golpeaban sus oídos con tanta rapidez, y tan mezcladas que no podía definir quién preguntaba qué. La mente de Cassandra aún estaba con el Cazador Oscuro que había venido en su rescate. ¿Por qué se había molestado en salvarla?
Tenía que saber más de él…
Antes de cambiar de parecer, Cassandra corrió tras él, buscando a un hombre que no debería ser real.
Afuera, estruendosas sirenas llenaban el aire y se volvían cada vez más fuertes. Alguien en el bar debía haber llamado a la policía.
El Cazador Oscuro iba a mitad de cuadra cuando ella lo alcanzó y lo obligó a detenerse.
Con el rostro impasible, la observó con esos profundos y oscuros ojos. Ojos tan negros que Cassandra no podía detectar las pupilas. El viento revolvió su cabello alrededor de sus rasgos cincelados y el vapor de su aliento se mezcló con el de ella.
Estaba helando, pero su presencia la animaba tanto que ni siquiera lo sentía.
—¿Qué vas a hacer respecto a la policía? –le preguntó—. Estarán buscándote.
Una amarga sonrisa estiró las esquinas de sus labios.
—Dentro de cinco minutos ningún humano que estuviera en ese bar va a recordar haberme visto.
Sus palabras la sorprendieron. ¿Eso sucedía con todos los Cazadores Oscuros?
—¿Yo también voy a olvidar? –Él asintió—. En ese caso, gracias por salvar mi vida.
Wulf vaciló. Era la primera vez que alguien le agradecía por ser un Cazador Oscuro.
Observó fijamente la abundancia de apretados rizos dorado—rojizos que caían sin orden en forma de cascada alrededor de su rostro ovalado. Llevaba su largo pelo trenzado en la espalda. Y sus ojos castaño verdosos estaban llenos de una brillante vitalidad y calidez.
Aunque no era una gran belleza, sus rasgos tenían un tranquilo encanto que era atractivo, tentador.
Contra su voluntad, él alargó la mano hasta tocar su mandíbula, justo debajo de la oreja. Más suave que el terciopelo, su delicada piel calentó los fríos dedos.
Hacía tanto tiempo desde la última vez que había tocado a una mujer.
Tanto tiempo desde que había saboreado a una por última vez.
Antes de poder detenerse a sí mismo, se inclinó y capturó esos labios separados con los propios.
Wulf gruñó ante su sabor y su cuerpo despertó a la vida. Jamás había probado algo más dulce que la dulzura de su boca. Nunca había olido algo más embriagador que su carne limpia y con aroma a rosas.
La lengua de Cassandra danzó con la suya mientras sus manos se aferraban a los hombros de él, apretándolo más contra ella. Él se tensó y endureció al pensar qué tan suave sería su cuerpo en otros sitios.
Y en ese momento, él la deseó con una urgencia que lo asombró. Era una necesidad desesperada que no había sentido en un largo, largo tiempo.
Los sentidos de Cassandra se alborotaron al inesperado contacto de sus labios contra los de ella. Jamás había conocido algo parecido al poder y hambre de su beso.
El débil aroma a sándalo se aferraba a su carne, y él sabía a cerveza y a una salvaje e indomable masculinidad.
Bárbaro.
Era la única palabra para describirlo.
Sus brazos se flexionaron alrededor de ella mientras saqueaba su boca con maestría.
No sólo era letal para los Daimons. Era letal para los sentidos de una mujer. El corazón de Cassandra martilleó mientras su cuerpo entero ardía, deseando una frenética prueba de su fuerza dentro de ella.
Lo besó desesperadamente.
Él tomó su rostro entre las manos mientras le mordisqueaba los labios con sus dientes. Sus colmillos. De repente, profundizó el beso mientras pasaba las manos por su espalda, acercándola más a esas largas y masculinas caderas para que pudiera sentir cuán duro y preparado estaba para ella.
Ella lo sintió completamente por todo su ser. Cada hormona en su cuerpo chisporroteó.
Lo deseaba con una ferocidad que la aterraba. Ni una sola vez en su vida había sentido un deseo tan caliente y doloroso, y menos aún por un extraño.
Debería estar apartándolo a empujones.
En lugar de eso, Cassandra envolvió sus brazos alrededor de los hombros anchos y duros como piedra y lo sostuvo con fuerza. Era todo lo que podía hacer para no bajar la mano, desabrochar esos pantalones, y guiarlo directamente a esa parte suya que latía con una exigente necesidad.
Una parte de ella ni siquiera le importaba que estuvieran en la calle. Lo quería allí mismo. Ahora mismo. Sin importar quién o qué los veía. Era una parte ajena a ella, que la asustaba.
Wulf luchó contra la urgencia dentro suyo que le exigía que la acorralara contra la pared de ladrillos que tenían a un lado y la hiciera enroscar esas largas y bien formadas piernas alrededor de su cintura. Empujar su pecaminosamente corta falda por encima de sus caderas y enterrarse profundamente dentro de su cuerpo hasta que ella gritara su nombre con una dulce liberación.
Santos dioses, cómo sufría por poseerla.
Si tan sólo pudiera…
De mala gana, se apartó de su abrazo. Pasó su pulgar por los hinchados labios de Cassandra y se preguntó cómo la sentiría retorciéndose debajo suyo.
Peor aún, sabía que podía tenerla. Había saboreado su deseo por completo. Pero una vez que hubiese terminado con ella, Cassandra no lo recordaría.
No recordaría su tacto. Su beso.
Su nombre…
Su cuerpo sólo calmaría al de él por unos pocos minutos.
No haría nada por aliviar la soledad de su corazón, que anhelaba que alguien lo recordara.
—Adiós, mi dulzura –susurró, tocándola ligeramente en la mejilla antes de darse vuelta.
Él recordaría su beso para siempre.
Ella no se acordaría de nada…
Cassandra no podía moverse mientras el Cazador Oscuro se alejaba de ella.
Para el momento en que había desaparecido en la noche, ella había olvidado por completo que él existía.
—¿Cómo llegué aquí afuera? –se preguntó mientras se envolvía con los brazos para desterrar el cortante frío.
Con los dientes rechinando, corrió de regreso al bar.
ü Sais: es un arma de arte marcial con forma de tenedor.
ü Kamas: es un arma de arte marcial con forma de dos hachas cruzadas.
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