sábado, 28 de enero de 2012

KON cap 8

—¿M-m-mi qué? –preguntó Cassandra, apabullada por las palabras de Kat.
No podía haber escuchado correctamente. No había modo de que estuviese embarazada.
—Tu bebé.
Obviamente, su oído funcionaba bien.
—¿Qué bebé?
Kat respiró hondo y habló lentamente, lo que fue algo bueno ya que a Cassandra le estaba costando entender todo esto.
—Estás embarazada, Cass. De muy poco tiempo, pero el bebé sobrevivirá. Me aseguraré doblemente de que eso suceda.
Sinceramente, Cassandra se sentía como si la hubiesen aporreado con un repentino golpe imprevisto. Su mente apenas podía concebir lo que Kat le estaba diciendo.
—No puedo estar embarazada. No he estado con nadie.
La mirada de Kat volvió hacia Wulf.
—¿Qué? –preguntó él, a la defensiva.
—Tú eres el padre –dijo Kat.
—Oh, demonios. Lamento estropearte el asunto, bebé, pero los Cazadores Oscuros no podemos tener hijos. Somos estériles.
Kat asintió.
—Es cierto, pero tú no eres realmente un Cazador Oscuro, ¿verdad?
—¿Entonces qué diablos soy?
—Inmortal, pero a diferencia de los demás Cazadores Oscuros, no moriste. Jamás. Los demás se volvieron estériles porque sus cuerpos estuvieron muertos durante un tiempo. El tuyo, por otro lado, está tan intacto ahora como lo estaba hace mil doscientos años atrás.
—Pero yo no la toqué –insistió Wulf.
Kat arqueó una ceja.
—Oh, sí que lo hiciste.
—Eso fue un sueño –dijeron Wulf y Cassandra al unísono.
—¿Un sueño que ambos recuerdan? No, fueron unidos para que pudieses renovar la descendencia de Cassandra, y yo debería saberlo, ya que fui quien drogó a Cassandra más temprano para que pudiese estar contigo.
—Oh, voy a vomitar –dijo Cassandra, dando un paso atrás para apoyarse en el brazo del sofá—. Esto no puede estar sucediendo. Simplemente no es posible.
—Oh, bien –dijo Kat sarcásticamente—, no dejemos que la realidad se entrometa ahora, ¿está bien? Quiero decir, hey, tú eres un ser mitológico descendiente de seres mitológicos y estás en la casa de un guardián inmortal al que ningún humano puede recordar cinco minutos después de abandonar su presencia. ¿Quién dice que no puedes quedar embarazada de él en un sueño? ¿Qué? ¿Nos metemos en el reino de la realidad ahora? –Kat miró a Cassandra perspicazmente—. Te digo algo, creeré en las leyes de la naturaleza cuando Wulf pueda salir a la luz del sol y no encenderse en llamas espontáneamente o, mejor aún, cuando tú, Cass, puedas ir a una playa y broncearte.
Wulf estaba tan asombrado que no podía moverse, mientras Kat continuaba hablando. ¿Cassandra estaba embarazada de su hijo? Esto era algo que él nunca, jamás se hubiese atrevido a pensar o anhelar.
No, no podía creerlo. Simplemente no podía.
—¿Cómo puedo haberla dejado embarazada en un sueño? –preguntó, interrumpiendo a Kat.
Kat se calmó un poquito y se los explicó.
—Hay diferentes tipos de sueños. Diferentes reinos para ellos. Artemisa hizo que uno de los Cazadores de Sueños los juntara en un estado semiconsciente para que pudieran, digamos, unirse.
Wulf frunció el ceño.
—¿Pero por qué haría eso?
Kat señaló a Cassandra con la mano.
—Ella no quería acostarse con nadie más. En los cinco años que he estado con ella, ni siquiera ha mirado a ningún hombre con lujuria en sus ojos. No hasta la noche en que entraste al club a matar a los Daimons. Se encendió como una luciérnaga. Luego de que corrió detrás de ti pensé que finalmente habíamos encontrado a alguien con quien se acostaría alegremente. ¿Pero hicieron ustedes dos lo más normal y natural, regresaron a tu casa y se aparearon como conejitos? No. Ella vuelve pavoneándose como si nada hubiese sucedido. Por dios. No tienen remedio. —Kat suspiró—. Así que Artemisa se dio cuenta de que podía usar esa momentánea conexión que habían tenido en la calle para meter a Cass en tus sueños, para que pudieses fecundarla de ese modo.
—¿Pero por qué? –Preguntó Cassandra—. ¿Por qué es tan importante que esté embarazada?
—Porque el mito del que te burlas es cierto. Si el último descendiente directo de Apolo muere, la maldición termina.
—Entonces déjenme morir y liberar a los Apolitas.
El rostro de Kat se ensombreció con una advertencia.
—Jamás dije que serían liberados. Ves, lo gracioso acerca de los Destinos es que nada es sencillo, jamás. La maldición termina porque Apolo morirá contigo. Tu sangre y tu vida están conectadas con las suyas. Cuando él muera, el sol muere con él, así como Artemisa y la luna. Una vez que no estén, no queda mundo. Todos nosotros estamos muertos. Todos nosotros.
—No, no, no –susurró Cassandra—. Esto no puede ser cierto.
No había un alivio temporal en la expresión de Kat.
—Lo es, querida. Créeme. Si fuera de otro modo, no estaría aquí.
Cassandra la miró mientras, por dentro, luchaba por encontrarle el sentido a todo. Era tan abrumador.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Sí lo hice, y te espantaste tanto que Artemisa y yo decidimos borrarlo de tu memoria y comenzar otra vez, más lentamente.
La furia la atravesó.
—¿Qué hicieron?
Kat se puso a la defensiva.
—Fue por tu propio bien. Estabas tan enojada ante la perspectiva de ser forzada a un embarazo que Artemisa decidió que necesitarías un padre y un bebé para hacer frente a la realidad. Cuando te lo expliqué, estabas exaltada y a punto de tirarte bajo un autobús antes de usar a un hombre y dejar atrás a un bebé que sería perseguido. Así que es genial que ahora hayas encontrado a Wulf, ¿verdad? Con sus poderes, los Apolitas y los Daimons no pueden acercarse a él sin morir.
Cassandra comenzó a acercarse a Kat sólo para que Wulf la sostuviese para que no pudiera alcanzarla.
—No lo hagas, Cassandra.
—Oh, por favor –le rogó—. Sólo quiero ahorcarla algunos minutos. –Ametralló con una furiosa mirada a la mujer que había pensado, erradamente, que era una amiga—. Confié en ti y me usaste y me mentiste. No me asombra que estuvieses intentando conseguirme citas todo el tiempo.
—Lo sé, y lo siento. –Sus ojos decían que Kat en verdad lo sentía, pero a Cassandra se le hacía difícil creerlo en ese momento—. ¿Pero no ves cómo todo se soluciona del mejor modo? Wulf tiene miedo de perder su última conexión de sangre con el mundo. A través de ti tiene otra línea que lo recordará mientras tengas a alguien inmortal que pueda contarle a tu hijo y a tus nietos acerca de ti y tu familia. Él puede cuidarlos y mantenerlos a salvo. Ya no habrá que escapar, Cass. Piensa en eso.
Cassandra no se movió mientras comprendía las palabras de Kat. Ella sería recordada y sus hijos estarían a salvo. Era todo lo que quería. Era por eso que jamás había considerado tener hijos.
¿Pero se atrevería a creer en esto?
Los Apolitas gestaban a sus bebés en pocos más de veinte semanas. La mitad de tiempo que los humanos. Como tenían una esperanza de vida tan breve, había varias diferencias fisiológicas extrañas. Los Apolitas llegaban a la adultez a los once años, y frecuentemente se casaban entre los doce y los quince años.
Su madre tenía sólo catorce años cuando se había casado con su padre, pero había tenido la apariencia de cualquier mujer humana de veinticinco años.
Cassandra observó a Wulf, cuyo rostro era ilegible.
—¿Qué piensas acerca de esto?
—Sinceramente, no sé qué pensar. Ayer, mi principal preocupación era que Chris se acostara con alguien. Ahora es el hecho de que si Kat no está drogada o alucinando, llevas una parte mía que tiene en sus manos el destino del mundo entero.
—Si dudas algo de esto, llama a Acheron –dijo Kat.
Wulf estrechó su mirada.
—¿Él lo sabe?
Kat dio un rodeo, y pareció nerviosa por primera vez.
—Dudo seriamente que Artemisa le haya contado algo acerca de este particular plan de unirlos y hacer un bebé. Él tiende a disgustarse cuando ella interfiere con el libre albedrío, pero él puede verificar todo lo que les he dicho sobre la profecía fácilmente.
Cassandra dejó escapar un intento de risa amargamente divertido, al escuchar que su “amiga” en realidad conocía a uno de los hombres sobre los que había leído en la página Web. Sin mencionar el hecho de que Kat también conocía a Stryker y sus hombres.
—Sólo por curiosidad, ¿hay alguien a quien no conozcas?
—No, en realidad no –dijo Kat un poquito incómoda—. He estado con Artemisa por un l-a-r-g-o tiempo.
—¿Y cuánto sería eso? –preguntó Cassandra.
Kat no respondió. En lugar de eso, dio un paso atrás y aplaudió.
—¿Saben qué? Creo que debería darles unos minutos para que hablen a solas. Me parece que iré a ver el cuarto de Cass.
Sin una palabra más, Kat salió disparada hacia el pasillo que conducía al ala de Cassandra. Aunque Cassandra no podía imaginar cómo ella sabía que ese era el camino correcto para ir. Pero bueno, Kat tampoco era exactamente humana.
Wulf no se movió hasta que Kat hubo desaparecido. Aún estaba intentando aceptar todo lo que Kat les había dicho.
—No sabía nada de esto, Wulf. Te lo juro.
—Lo sé.
Él miró fijamente a la madre de su hijo. Era increíble, y a pesar de la confusión que sentía, lo único que sabía era que una parte de él quería gritar con deleite.
—¿Te sientes bien? ¿Necesitas que te traiga algo?
Ella negó con la cabeza, luego lo miró. Sus ojos verdes lo quemaron de necesidad.
—En realidad, no sé a ti, pero me vendría bien un abrazo ahora.
Mentalmente, él no pensaba que fuese sabio apegarse a ella. Abrirse a una mujer que venía con una fecha de caducidad cercana, pero de cualquier modo se encontró atrayéndola hacia sus brazos, y tuvo que ponerse tenso para no sucumbir ante la sensación de ese cuerpo contra el suyo. La respiración de Cassandra cosquilleaba la piel de su cuello mientras ella envolvía los brazos alrededor de su cintura.
Se sentía tan bien allí. Tan adecuada. En todos esos siglos, él jamás había conocido nada igual a esta sensación de calidez.
¿Qué tenía que lo hacía temblar? ¿Que lo dejaba excitado y anhelante?
Cerrando los ojos, la abrazó y dejó que su aroma a talco y rosas lo calmara, haciéndolo olvidar que deberían ser enemigos.
Cassandra también cerró sus ojos, y permitió que el calor de Wulf se filtrara dentro suyo.
Se sentía tan maravilloso ser tocada de este modo. No era algo sexual, era el tipo de toque que tranquilizaba. Uno que los unía más que cualquiera de las intimidades que ya había compartido.
¿Cómo puedo sentirme reconfortada por alguien que ya me ha dicho que no le agrada mi gente?
Y aún así no había modo de negar que ella sí le agradaba.
Pero bueno, rara vez los sentimientos tenían sentido.
Mientras estaba allí parada, un horrible pensamiento perturbó la paz que sentía.
—¿Odiarás a mi bebé, Wulf, porque será en parte Apolita?
Wulf se puso tenso en sus brazos, como si no hubiese pensado en eso. Se apartó de ella.
—¿Qué tan Apolita será?
—No lo sé. En su mayor parte, mi familia ha sido de pura sangre. Mi madre rompió la costumbre porque pensó que un padre humano podría protegernos mejor. –Su estómago se tensó mientras recordaba los secretos que su madre le había impartido no mucho antes de morir—. Supuso que al menos él viviría más que sus hijos y sus nietos.
—Lo usó.
—No –dijo intensamente, ofendida por que él pensara en eso siquiera un instante—. Mi madre lo amaba, pero al igual que tú, ella estaba cumpliendo con su deber de protegernos. Creo que como yo era tan pequeña cuando ella murió, realmente no tuvo tiempo de decirme qué tan importante sería mi rol si todas nosotras moríamos sin tener hijos. O quizás ella tampoco lo sabía. Sólo dijo que el deber de cada Apolita era continuar con el linaje.
Wulf se movió para apagar el TV, pero no la miró. Mantuvo su atención en la repisa de la chimenea, donde una vieja espada descansaba sobre un pedestal.
—¿Qué tan Apolita eres tú? No tienes colmillos, y Chris dijo que puedes caminar bajo la luz del sol.
Cassandra quería acercarse y tocarlo otra vez. Necesitaba sentirse cerca de él, pero sabía que no sería bienvenida.
Él necesitaba tiempo y respuestas.
—Cuando era niña tenía colmillos –explicó, sin querer ocultarle nada. Él merecía saber lo que su hijo podría necesitar para sobrevivir—. Mi padre hizo que los limaran cuando tenía diez años, para esconderme mejor entre los humanos. Como el resto de mi gente, necesito sangre para vivir, pero no tiene que ser de Apolitas, ni tampoco tengo que tomarla diariamente.
Cassandra se detuvo mientras pensaba en las necesidades de su vida y en cuánto deseaba haber nacido humana. Pero así y todo, había sido mucho más afortunada que sus hermanas, que tendían a ser más Apolitas que ella. Las cuatro habían estado envidiosas de lo mucho más sencilla que había sido la vida para Cassandra, quien podía caminar bajo el sol.
—Generalmente voy al médico para una transfusión una vez cada dos semanas –continuó—. Como mi padre tiene un equipo de médicos que investigan y trabajan para él, inventó pruebas que dijeran que yo tenía una enfermedad extraña, para poder obtener lo que necesitaba sin alertar a los demás doctores de que no soy del todo humana. Sólo voy cuando comienzo a sentirme débil. Y tampoco he crecido tan rápidamente como la mayoría de los Apolitas. Llegué a la pubertad al igual que una mujer humana.
—Entonces tal vez nuestro hijo sea aún más humano.
Ella no podía ignorar la nota esperanzada que había en su voz mientras decía esas palabras y, al igual que él, rezaba por lo mismo. Sería realmente un milagro tener un bebé humano.
Sin mencionar la alegría que sintió de que Wulf se refiriese a su bebé como “nuestro.” Al menos esa era una buena señal.
Al menos para el bebé.
—¿No rechazas al bebé? –le preguntó.
Wulf la miró con reprobación.
—Sé que estuve contigo en nuestros sueños, y como Kat dijo, soy la prueba viviente de lo que los dioses son capaces de hacer. Así que, no, no dudo de la realidad de esto. El bebé es mío, y seré su padre.
—Gracias –susurró ella mientras las lágrimas inundaban sus ojos.
Era mucho más de lo que jamás se había atrevido a desear.
Se aclaró la garganta y ahuyentó las lágrimas. No iba a llorar. No por esto. Cassandra era afortunada y lo sabía. A diferencia de otros de su especie, su hijo tendría un padre que lo mantendría a salvo. Uno que podría verlo crecer.
—Mira el lado bueno, sólo tienes que tolerarme durante algunos meses y luego estoy fuera de tu vida para siempre.
Él la miró tan salvajemente que ella dio un paso atrás.
—Jamás trates a la muerte con ligereza.
Cassandra recordó lo que él había dicho en su sueño sobre ver a las personas amadas morir.
—Créeme, no lo hago. Estoy muy consciente de lo frágiles que son nuestras vidas. Pero quizás el bebé vivirá más de veintisiete años.
—¿Y si no es así?
Su infierno continuaría, pero sería peor porque ahora serían sus herederos directos.
Su hijo.
Sus nietos. Y él estaría forzado a verlos morir como jóvenes adultos.
—Lamento tanto que te hayan metido en esto.
—También yo.
Wulf pasó junto a ella, y se encaminó hacia las escaleras que conducían a la planta baja.
—Al menos tú podrás conocer al bebé, Wulf –le dijo a su espalda—. Él o ella te recordarán. Yo sólo tendré unas pocas semanas con el bebé antes de tener que morir. Jamás me conocerá.
Él se detuvo sobre sus pasos. No se movió por un minuto entero.
Cassandra esperó algún indicio de emociones. Su rostro estaba indiferente. Sin un solo comentario, continuó su camino hacia abajo.
Intentó apartar el abandono de Wulf de sus pensamientos. Ahora tenía otras cosas en qué concentrarse, como el diminuto bebé que estaba creciendo dentro de ella.
Yendo hacia su habitación, quiso comenzar con los preparativos. El tiempo era demasiado crítico y demasiado breve para ella.
Wulf entró a su dormitorio y cerró la puerta. Necesitaba un poco de tiempo a solas para digerir todo lo que le habían dicho.
Iba a ser padre.
El niño lo recordaría. ¿Pero qué pasaba si era más Apolita que Cassandra? La genética era una ciencia extraña, y él había vivido lo suficiente como para ver qué tan bizarra podía ser. Con Chris, por ejemplo. Nadie se había parecido tanto a Erik desde que el hijo de Erik había muerto más de mil doscientos años atrás. Y aún así, Christopher era la viva imagen del hermano de Wulf.
Chris incluso poseía el temperamento y el porte de Erik. Podrían ser el mismo hombre.
¿Y qué si su hijo se convertía en Daimon algún día? ¿Podría cazar y matar a su propio hijo o hija?
La idea lo heló por dentro. Lo aterrorizó.
Wulf no sabía qué hacer. Necesitaba consejo. Alguien que pudiera ayudarlo a resolver esto. Tomando su teléfono, llamó a Talon.
Nadie contestó.
Maldiciendo, supo que había sólo otra persona que podría ayudar. Acheron.
El Atlante respondió al primer repique.
—¿Qué sucedió?
Se burló del cinismo de Ash.
—¿Nada de “hola, Wulf, cómo estás”?
—Te conozco, Vikingo. Sólo llamas cuando hay problemas. Así que, ¿qué pasa? ¿Tienes dificultades para encontrarte con Cassandra?
—Voy a ser padre.
Un absoluto silencio le respondió. Era agradable saber que las noticias sorprendían a Ash tanto como lo habían sorprendido a él.
—Bueno, supongo que la respuesta a mi pregunta es un gran, ¿verdad? –preguntó Ash finalmente. Se quedó callado nuevamente antes de preguntar—: ¿Estás bien?
—¿Entonces no te sorprende el hecho de que haya dejado embarazada a una mujer?
—No. Sabía que podías.
La mandíbula de Wulf cayó mientras la furia lo inundaba fuertemente. ¿Ash lo había sabido todo este tiempo?
—Sabes, esa información podría haber sido vital para mí, Ash. Maldito seas por no decirme esto antes.
—¿Qué hubiese cambiado si te lo hubiera dicho? Hubieses pasado los últimos doce siglos paranoico de tocar a una mujer por miedo a dejarla embarazada y que luego ella no te recordara como el padre. Has tenido suficiente de este modo. No vi la necesidad de agregarle eso también.
Wulf aún estaba enojado.
—¿Y qué si embaracé a alguien más?
—No lo has hecho.
—¿Cómo sabes?
—Créeme, lo sé. Si alguna vez hubiera sucedido, te lo hubiese dicho. No soy tan idiota como para no decirte algo así de importante.
Sí, claro. Si Ash se guardaba esto, entonces no podía saber qué otras cosas vitales había olvidado mencionar el Atlante.
—¿Y se supone que confíe en ti ahora que admitiste haberme mentido?
—Sabes, pienso que has estado hablando demasiado con Talon. De pronto los dos suenan como la misma persona. Sí, Wulf, puedes confiar en mí. Y jamás te mentí. Simplemente omití algunos hechos. —Wulf no respondió nada. Pero le hubiese encantado tener a Ash enfrente el tiempo suficiente como para destrozarlo a golpes por esto—. Entonces, ¿cómo está enfrentando Cassandra su embarazo? –preguntó Ash.
Wulf se quedó helado. Había veces en que Ash era verdaderamente terrorífico.
—¿Cómo supiste que Cassandra es la madre?
—Sé muchas cosas cuando me concentro.
—Entonces tal vez deberías aprender a compartir algunos de esos detalles, especialmente cuando comprometen la vida de otras personas.
Ash suspiró.
—Si te hace sentir mejor, no estoy mucho más contento por el modo en que salieron las cosas que tú. Pero a veces las cosas tienen que salir mal para ir bien.
—¿Qué quieres decir?
—Un día lo verás, hermanito. Te lo prometo.
Wulf hizo rechinar los dientes.
—Realmente odio cuando juegas al Oráculo.
—Lo sé. Todos lo odian. Pero, ¿qué puedo decir? Es mi trabajo molestarlos.
—Creo que deberías encontrar una nueva ocupación.
—¿Por qué? Resulta que disfruto la que tengo.
Pero algo en la voz de Ash le dijo a Wulf que el Atlante también estaba mintiendo sobre eso.
Así que Wulf decidió cambiar de jurisdicción.
—Ya que no quieres darme nada útil, déjame cambiar de tema un minuto. ¿Conoces a una de las doncellas de Artemisa, llamada Katra? Está aquí y dice estar de nuestro lado. Dice que ha estado protegiendo a Cassandra durante cinco años, pero no estoy seguro de si debería confiar en ella o no.
—No conozco a las doncellas por nombre, pero puedo preguntarle a Artemisa.
Por alguna extraña razón, eso en realidad lo hizo sentir mejor. Ash no era completamente omnisciente después de todo.
—Está bien. Avísame inmediatamente si no es una aliada.
—Definitivamente lo haré. —Wulf se movió para colgar—. A propósito –dijo Ash en cuanto él había apartado el teléfono.
Wulf lo regresó a su oreja.
—¿Qué?
—Felicitaciones por el bebé.
Wulf resopló.
—Gracias. Tal vez.
Cassandra dio vueltas por la enorme casa. Era como andar por un museo. Había antiguos artefactos nórdicos por todos lados. Sin mencionar pinturas al óleo de artistas famosos que jamás había visto antes, pero estaba segura de que eran auténticas.
Había una en particular fuera de su habitación realizada por Jan van Eyck, de un hombre de cabello oscuro y su esposa. En algunos aspectos le recordaba al famoso retrato Arnolfini, pero la pareja en éste se veía completamente diferente. La mujer rubia estaba vestida de un enérgico rojo, y el hombre de azul marino.
—Es el retrato de bodas de dos de mis descendientes.
Cassandra se sobresaltó ante el profundo sonido de la voz de Wulf detrás suyo. No lo había oído acercarse.
—Es hermoso. ¿Tú lo mandaste a hacer?
Él asintió y señaló a la mujer del cuadro.
—Isabella era una admiradora del trabajo de van Eyck, así que pensé que sería un regalo de bodas perfecto para ellos. Ella era la hija mayor de otra familia de Escuderos, quien fue enviada para casarse con mi Escudero, Leif. Chris desciende de su tercera hija.
—Wow –susurró ella, impresionada—. Toda mi vida he luchado por descubrir algo sobre mi herencia y mi linaje, y aquí estás tú, un libro andante para Chris. ¿Tiene alguna idea de lo afortunado que es?
Wulf se encogió de hombros.
—He aprendido que, a su edad, la mayor parte de las personas no están interesadas en su pasado. Sólo en su futuro. Querrá saberlo cuando crezca.
—No lo sé –dijo Cassandra, pensando en el modo en que los ojos de Chris se encendían cuando intentaba enseñarle Inglés Antiguo—. Me parece que él sabe mucho más de lo que imaginas. Es un estudiante estrella en las clases. Deberías escucharlo. Cuando estábamos estudiando, parecía saber todo sobre tu cultura.
Los rasgos de Wulf se suavizaron, transformándolo en el dulce hombre que había visto en sus sueños.
—Así que en verdad escucha.
—Sí, lo hace. —Cassandra se encaminó a su cuarto—. Bueno, se está haciendo tarde y ha sido una noche realmente larga. Estaba por ir a dormir.
Wulf tomó su mano y la detuvo.
—Vine a buscarte.
—¿Por qué?
Él la miró fijamente.
—Ahora que estás embarazada de mi hijo, no quiero que duermas aquí arriba donde no puedo llegar a ti en caso de que necesitaras protección. Sé que dije que podías ir y venir a la luz del día, pero preferiría que no lo hicieras. Los Daimons tienen ayudantes humanos al igual que nosotros. Sería demasiado fácil para uno de ellos llegar hasta ti.
La primer reacción de Cassandra fue decirle que se callara, pero algo dentro suyo la retuvo.
—¿Me estás dando una orden?
—No –dijo él con calma—. Te lo estoy pidiendo. Por tu seguridad, y la del bebé.
Ella sonrió al escuchar eso, y la mordacidad en su voz le demostró que no estaba acostumbrado a pedir nada a nadie. Lo había oído ladrar suficientes órdenes a Chris como para saber que “Wulf” y “libertad” no eran exactamente sinónimos.
—Está bien –respondió, sonriéndole apenas—, pero sólo porque me lo pediste.
Los rasgos de Wulf se relajaron. Por dios, el hombre era hermoso cuando tenía esa apariencia.
—¿Hay algo que necesites de tu apartamento? Puedo enviar a alguien a buscarlo.
—Algo de ropa sería agradable. Maquillaje y un cepillo de dientes aún más.
Él extrajo su teléfono y marcó. Cassandra lo escuchó presentarse a sus hombres de seguridad mientras abría la puerta de su habitación y él la seguía. Kat, que estaba sentada en una silla leyendo, los miró sin hacer ningún comentario.
—Espera un segundo. –Le alcanzó el teléfono a ella—. Aquí tienes, diles lo que necesitas y dónde vives.
—¿Por qué?
—Porque si yo se los digo, olvidarán lo que dije dentro de cinco minutos y no se irán del lugar. Siempre tengo que tener a alguien, generalmente Ash, Chris, o mi amigo Talon, para que les digan que necesito que hagan, o les envío un e-mail. Y ahora mismo un e—mail o un mensaje de texto llevaría demasiado tiempo.
¿Hablaba en serio?
—Puedo ir con ellos –se ofreció Kat mientras dejaba el libro a un lado—. Sé lo que ella usa y quiero buscar algunas cosas para mí también.
Wulf les transmitió el mensaje a los guardias y luego hizo que Cassandra repitiera cada palabra.
Una vez que terminó de hablar con el guardia, colgó el teléfono. Dios misericordioso, y ella pensaba que su vida estaba jodida.
—¿Entonces estás diciéndome que los humanos ni siquiera pueden recordar una conversación contigo?
—No, jamás.
—¿Entonces cómo tienes guardado a Chris en secreto? ¿No puede simplemente decirles que tú estás de acuerdo con que él se vaya de la casa?
Wulf rió.
—Es que cada orden que involucre su seguridad tiene que ser aprobada primero por Ash, y Chris lo sabe. Los guardias de seguridad jamás se moverían sin órdenes directas de Ash.
Wow, el hombre era estricto.
Kat le sonrió amablemente a Cassandra mientras ella tomaba la ropa que Wulf le había dado de adentro del placard.
—Me alegro de que hayas manejado tan bien esto esta vez. Y Wulf también. Hace las cosas mucho más sencillas.
Cassandra asintió. En verdad, así era.
Si tan sólo Wulf pudiese aceptar su herencia tan fácilmente como había aceptado al bebé. ¿Pero qué bien haría eso si ella estaba destinada a morir?
Quizás este era el mejor modo de que funcionara. De este modo él no sufriría por ella.
No, le dijo la voz en su cabeza. Quería más que eso de Wulf. Quería lo que habían compartido en sus sueños.
Deja de ser egoísta.
Cassandra tragó con fuerza ante el pensamiento. Tenía razón. Sería más bondadoso mantenerse alejada de Wulf. Lo último que quería era saber que él se lamentaría por ella.
Mientras menos gente se apenara, mejor. Odiaba la idea de que alguien sufriera por ella del modo en que a ella le había dolido lo de su madre y sus hermanas. No había un día en que no estuvieran en sus pensamientos. En que una parte de ella no sufriera porque jamás podría verlas de nuevo.
Una vez que tuvo la remera y el pantalón de gimnasia en sus manos, Wulf caminó junto a ella por la casa. Su poderosa presencia tocaba algo muy profundo dentro de Cassandra. Jamás había imaginado sentirse así.
—Sabes, tienes un lugar bastante bueno aquí –le dijo.
Él miró alrededor, como si no se hubiese percatado de eso en bastante tiempo.
—Gracias. Fue construido a fines del siglo pasado por la tatara-tatara-abuela de Chris. Tenía quince hijos varones y quería espacio suficiente como para criarlos a ellos y a sus hijos.
Había un matiz de ternura en su voz cada vez que hablaba de su familia. Era evidente que había amado a cada uno de ellos profundamente.
—¿Y qué sucedió con ellos, Chris es el único que queda?
La tristeza oscureció los ojos de Wulf e hizo que el corazón de Cassandra se apenara por su dolor.
—El hijo mayor falleció con varios de sus primos y su tío como pasajeros en el Titanic. La plaga de influenzaü de 1918 mató a tres más de ellos y dejó a otros dos estériles. La guerra se llevó a otros cuatro. Dos murieron siendo pequeños y uno falleció en un accidente mientras cazaba siendo joven. Los otros dos, Stephen y Craig, se casaron. Stephen tuvo un niño y dos niñas. El hijo murió en la Segunda Guerra Mundial, y una de las hijas falleció enferma a los diez años, y la que quedaba murió en el parto antes de que el bebé pudiera nacer. —Cassandra dio un respingo ante sus palabras y el dolor que notaba en su voz. Era tan evidente que había amado mucho a cada uno de ellos—. Craig tuvo cuatro hijos varones. Uno de ellos murió en la Segunda Guerra Mundial, otro siendo pequeño, otro en un accidente de autos con su esposa, y el otro era el abuelo de Chris.
—Lo siento –le dijo, tocando su brazo compasivamente. No era de extrañar que cuidara a Chris tan celosamente—. Me asombra que hayas permitido que tantos de ellos fuesen a la guerra.
Él cubrió la mano de Cassandra con la suya. La expresión de sus ojos le demostraba cuánto apreciaba su toque.
—Créeme, intenté detenerlos. Pero sólo se puede intentar mantener a un hombre terco en casa hasta cierto punto. Finalmente comprendo cómo se sintió mi padre cuando Erik y yo nos fuimos de casa, contra sus deseos.
—Pero no comprendes porqué tu madre se rehusó a acogerlos en su hogar.
Él se detuvo en sus pasos al oírla.
—¿Cómo supiste eso?
—Yo… —Cassandra se quedó callada al darse cuenta de lo que había hecho—. Lo siento. De vez en cuando puedo leer pensamientos pasajeros. No es que quiera hacerlo, y no tengo control sobre eso, simplemente sucede. –Los ojos de Wulf eran tormentosos otra vez—. Sabes –intentó nuevamente, esperando poder consolarlo un poco—, a veces las personas dicen cosas en el momento de furia que luego lamentan. Estoy segura de que tu madre los perdonó.
—No –dijo él, con la voz baja y grave—. Yo había abandonado las creencias con las que me había criado. Dudo que alguna vez lo superara.
Cassandra tironeó la cadena plateada que estaba alrededor de su cuello mientras sostenía el collar entre sus manos. Al igual que en su sueño, era el martillo de Thor y un pequeño crucifijo.
—No creo que hayas abandonado nada. ¿Sino por qué usas esto?
Wulf miró los dedos de Cassandra, que acunaban la cruz de su madre y el talismán de su tío. Antiguas reliquias que había llevado por tanto tiempo que apenas recordaba su presencia.
Eran el pasado, y ella era su futuro. La dicotomía lo alcanzó muy dentro.
—Es para recordarme que las palabras dichas con furia jamás pueden ser retiradas.
—Y sin embargo hablas con furia con tanta frecuencia.
Él resopló.
—Algunos defectos no pueden cambiarse.
—Tal vez.
Cassandra se puso en puntas de pie y lo besó, con la intención de que fuera un gesto amistoso.
Wulf gruñó ante su sabor mientras la acercaba y la abrazaba fuertemente contra su pecho para poder sentir cada centímetro de su femenino cuerpo.
Cuánto la deseaba. Deseaba desgarrar su ropa y saciar el ardiente dolor que sentía en la entrepierna cada vez que ella lo miraba. Se sentía tan bien tener a una mujer que lo conocía.
Que recordaba su nombre y todo lo que él le decía.
No tenía precio.
Cassandra gimió profundamente ante la sensación de los labios de Wulf sobre los suyos. Sus colmillos rozando suavemente sus labios, su lengua luchando contra la de ella.
Sentía los músculos flexionándose bajo su mano, el acero enroscado de un cuerpo que era sutilmente afilado y vigorosamente peligroso.
Wulf era tan abrumador. Tan feroz y sin embargo tan extrañamente tierno. Una parte de ella no quería dejarlo ir jamás.
Una parte de ella le exigía que lo hiciera.
Sufriendo ante esa idea, profundizó su beso, y luego se apartó, renuentemente.
Wulf no quería nada más que traerla de regreso a sus brazos. La observó mientras su corazón se aceleraba y su cuerpo ardía. ¿Por qué no la había encontrado mientras era humano?
¿Qué hubiese importado? Ella aún sería una Apolita y él de otra especie.
La suya era una relación imposible, y aún así habían sido unidos por una diosa conspiradora. Él estaba cautivado por el espíritu y la pasión de Cassandra. Su voz, su olor. Todo acerca de ella le llegaba al corazón.
Su relación estaba condenada desde el principio.
Ella va a morir.
Las palabras lo cortaron por dentro. Había estado solo tanto tiempo, con el corazón herido y sangrando por la pérdida. Y ella iba a ser otra cicatriz. Lo sabía. Podía sentirlo.
Wulf sólo esperaba que ésta sanara, aunque algo le decía que no sería así. Su presencia persistiría dentro de él así como la de los demás lo habían hecho.
Su rostro lo perseguiría…
Para siempre.
En ese momento, odiaba a Artemisa por su interferencia. La odiaba por haberlo forzado a esta vida y por darle a una mujer que no tenía más opción que perder.
No estaba bien.
¿Y por qué? ¿Porque Apolo se había enojado y había maldecido a su propia gente?
—Las descendencias son tan frágiles.
No se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que Cassandra asintió.
—Eso explica porqué proteges a Chris del modo en que lo haces.
Ella no tenía idea.
Él la condujo hacia abajo por los escalones que descendían a su alojamiento.
—Debo admitir que me sorprende que Apolo no haya cuidado mejor a los suyos. Especialmente considerando lo importante que es.
—Al igual que tú, comenzamos siendo muchos, y rápidamente disminuimos hasta quedar yo. Claro que no ayudó en nada que fuésemos cazados hasta la extinción.
Wulf se detuvo fuera de su puerta cerrada con llave, la cual tenía un panel con teclas al lado, en la pared.
—¿Paranoico? –preguntó Cassandra.
Él apenas sonrió con irónica diversión mientras ingresaba el código.
—Tenemos a muchos sirvientes que trabajan aquí durante el día y no saben nada de mí, ya que no pueden recordar que existo. De este modo, no entran de casualidad en mi habitación y salen gritando que hay un intruso mientras Chris está en la universidad.
Para Cassandra, eso tenía mucho sentido.
—¿Cómo es ser tan anónimo?
Él abrió la puerta y encendió una débil luz del techo.
—A veces es como ser invisible. Lo que me resulta extraño es poder verlas a ti y a Kat nuevamente sin tener que volver a presentarme.
—Pero Acheron y Talon también te recuerdan.
—Es verdad. Los Cazadores Oscuros y los Were-Hunters Katagaria pueden recordarme, pero no puedo estar en presencia física de otros Cazadores Oscuros por mucho tiempo, y los Were-Hunters se ponen nerviosos y malhumorados cada vez que me acerco a ellos. No les agrada la idea de tener a alguien que no sea de los suyos.
Cassandra miró alrededor mientras él se dirigía hacia su cama. La habitación era enorme. Contra una pared había una estación de computadoras que le recordaba a la NASA, justo ahí había una computadora plateada Alienware sobre el escritorio negro contemporáneo.
Pero lo que la sobresaltó fue la gran cama negra en el fondo de la esquina derecha. Era exactamente igual a como había sido en su sueño. Las paredes alrededor de ellos eran de un mármol negro tan brillante que reflejaba, aunque a diferencia de sus sueños, Wulf no se reflejaba en ellas ahora. Y tampoco había ventanas.
En la pared a su izquierda había más retratos, y debajo de ellos un largo aparador de caoba. La parte superior del aparador estaba regado por cientos de portarretratos de plata. Un sofá de cuero negro y un reclinador como los que había arriba estaban ubicados delante, junto a un TV de pantalla gigante.
Observando la miríada de rostros del pasado, Cassandra pensó en la mujer que estaba escaleras arriba, en el retrato junto a la que ahora era la habitación de Kat. Wulf sabía mucho sobre ella, y eso la hacía preguntarse cuánto sabría acerca de cada rostro que había en esa pared y sobre el aparador. Rostros de personas que probablemente habían sabido muy poco de él.
—¿Tenías que presentarte constantemente a Isabella?
Él cerró y trabó la puerta tras de sí.
—Con ella era un poquito más sencillo. Como pertenecía a una familia de Escuderos, comprendía que yo era el Cazador Oscuro maldito, así que cada vez que nos encontrábamos ella sonreía y decía “Tú debes ser Wulf. Es un placer conocerte nuevamente.”
—¿Entonces todas sus esposas saben acerca de ti?
—No, sólo las que pertenecen a familias de Escuderos. No puedes explicar exactamente a los humanos normales que hay un Vikingo inmortal viviendo en el sótano, a quien no recordarán haber visto o hablado. Así que quienes son como la madre de Chris nunca saben que existo.
Ella lo miró mientras él se sentaba y se quitaba las botas. El hombre tenía unos pies excepcionalmente grandes…
—¿La madre de Chris no es una Escudera? –preguntó, intentando distraerse del hecho de que esos pies desnudos la hacían anhelar ver más partes desnudas de él.
—No. Su padre la conoció mientras ella trabajaba en un restaurante local. Él estaba tan enamorado de ella que no interferí.
—¿Por qué tuvieron sólo a Chris?
Wulf suspiró mientras colocaba sus botas debajo del escritorio.
—Ella no podía tener hijos fácilmente. Tuvo tres abortos antes de su nacimiento. Incluso Chris fue prematuro por siete semanas. Una vez que nació, le dije a su padre que no quería que ninguno de ellos pasara otra vez por otro embarazo.
Cassandra se sorprendió, dado lo importante que era su linaje para él.
—¿En verdad lo hiciste?
Él asintió.
—¿Cómo podía pedirles que continuaran haciéndolo? Dar a luz casi la mató, y los abortos siempre rompían su corazón.
Era admirable lo que había hecho. Estaba feliz de saber que él no era en realidad el bárbaro que había temido que fuese anteriormente.
—Eres un buen hombre, Wulf. La mayoría de la gente no hubiese pensado en los demás.
Él resopló.
—Chris no estaría de acuerdo contigo.
—Creo que Chris discreparía con un poste indicador.
Fue recompensada por una verdadera carcajada de Wulf. Era profunda y agradable, y envió un crudo estremecimiento a través de ella. Realmente amaba el sonido de su voz acentuada.
Oh, no empieces con eso…
Tenía que hacer algo para mantener sus pensamientos apartados de lo delicioso que era.
—Bueno –dijo, bostezando—, estoy cansada, apenas embarazada, y me vendría realmente bien una buena noche de descanso. –Señaló la puerta detrás suyo—. ¿Baño? —Él asintió—. Bueno. Voy a cambiarme y luego a dormir.
—Hay un cepillo de dientes nuevo en el botiquín.
—Gracias.
Cassandra lo dejó para prepararse para ir a la cama. Sola en el baño, abrió el botiquín y se detuvo. Dentro había todo tipo de provisiones médicas, incluyendo un bisturí y suturas. Wulf no debía poder ir al médico más que ella.
Mientras buscaba el nuevo cepillo de dientes, recordó los disparos que le habían dado los Daimons.
Su mirada regresó a las provisiones.
Él debía haber tenido que ocuparse de sus propias heridas. Solo. Ni siquiera había dicho una palabra acerca de ellas. Ni habían existido en sus sueños.
Entonces pensó en el modo en que Stryker se había curado cuando ella lo apuñaló, y se preguntó si el cuerpo de Wulf tendría la misma habilidad regenerativa.
—Pobre Wulf –susurró mientras se cambiaba la ropa.
Era tan extraño estar allí. Con él, en su dominio. No había pasado la noche con un hombre ni una sola vez. Los pocos tipos con los que se había acostado habían sido romances momentáneos, y ella se había ido de sus casas en cuanto había podido. No había necesidad de quedarse y que se apegaran uno a otro.
Pero ella estaba apegada a Wulf. Mucho más de lo que debería. ¿O no? Él era el padre de su bebé. ¿No deberían tener algún grado de intimidad?
Parecía adecuado.
Salió del baño para encontrarlo sentado, completamente vestido excepto por sus pies desnudos, sobre el reclinador en el área para sentarse.
—Puedes tomar la cama –le dijo—. Yo me quedaré con el sofá.
—Sabes, no tienes que hacer eso. No es como si pudieras dejarme embarazada o algo así.
Él no pareció divertido por sus palabras.
Cassandra achicó la distancia entre ellos y lo tomó de la mano.
—Vamos, Grandullón. No hay necesidad de que aprietes ese cuerpo extremadamente alto en un pequeño sillón cuando hay una cama perfectamente buena esperándote.
—Jamás he ido a la cama con una mujer. –Ella arqueó una ceja—. Para dormir –le aclaró—. Jamás he pasado la noche con alguien.
—¿Nunca? –Él negó con la cabeza. Bueno, entonces eran mucho más parecidos de lo que ella hubiese imaginado—. Bien, nunca eres demasiado viejo para tener nuevas experiencias. Bueno, quizás tú lo eres, pero en la mayoría de los casos esa es una declaración verdadera.
El ceño de Wulf se profundizó hasta ese nivel familiar.
—¿Todo es una broma para ti?
—No –dijo ella sinceramente mientras lo conducía hacia la cama—. Pero con humor es como atravieso los horrores de mi vida. O sea, vamos… Es reír o llorar, y llorar toma demasiada energía, que necesito para pasar el día, ¿sabes?
Cassandra lo soltó para poder trenzarse el cabello.
Wulf tomó sus manos entre las suyas y la detuvo.
—No me gusta que hagas eso.
Ella tragó con fuerza ante la hambrienta mirada de sus ojos de medianoche. Tenía una extraña sensación de déjà vu, aquí en su habitación, con esa expresión en su rostro. Aunque no debía, le gustaba ver el fuego en su mirada oscura. Le gustaba la sensación de esas manos sobre las suyas.
O mejor aún, la sensación de esas manos sobre su cuerpo…
Wulf sabía que no tenía sentido estar con ella, ni compartir la cama ni ninguna otra cosa, y aún así no podía impedirse hacerlo.
Quería tocar su piel realmente esta vez. Quería tener sus piernas enroscadas alrededor suyo mientras permitía que el calor del cuerpo de ella calmara a su cansado corazón.
No lo hagas.
La orden fue tan fuerte que casi le hizo caso, pero Wulf Tryggvason jamás había sido el tipo de hombre que sigue órdenes.
Ni siquiera las suyas.
Inclinó la cabeza de Cassandra hacia arriba, para poder ver el apasionado calor de sus ojos verdes. Eso lo quemó. Los labios de ella se separaron, dándole la bienvenida.
Pasó suavemente sus dedos por la línea de su mandíbula hasta enterrarlos en el cabello rubio—rojizo. Luego tomó posesión de su boca. Ella sabía a calidez.
Ella lo acercó, sus brazos apretados y exigentes mientras pasaba las manos por la espalda de Wulf. El cuerpo de él se agitó, su pene se endureció inmediatamente.
Gimiendo, la levantó en sus brazos. Para su sorpresa, ella levantó las piernas y las enroscó alrededor de su cintura.
Él rió ante su respuesta justo cuando el calor de su cuerpo lo aguijoneaba. Su núcleo estaba presionado contra su entrepierna, haciéndolo consciente de lo cerca que estaba esa parte de ella.
Con los ojos oscurecidos por la pasión, le quitó la remera.
—¿Tienes hambre, villkat? –murmuró contra sus labios.
—Sí –jadeó ella, para su deleite.
Wulf la recostó en su cama. Ella bajó la mano entre sus cuerpos y le desabrochó el pantalón. Él gruñó profundamente en el instante en que su hambrienta mano lo tocó. La sensación de esos dedos acariciando su vara estremeció cada parte suya. Ella incluso recordaba cómo le gustaba que lo tocara. Acariciara.
Casi sentía ganas de llorar ante ese milagro. Quizás debería haber tomado a una Apolita o a una Were como amante siglos atrás.
No, pensó mientras enterraba sus labios contra la columna de su garganta e inhalaba el aroma a rosas. No habría sido Cassandra, y sin ser ella, tampoco habrían tenido lo que él necesitaba.
Había algo en esta mujer que lo llenaba. Que lo hacía arder de un modo que nadie había logrado.
Sólo por ella él rompería el código que le prohibía llevar a una Apolita a su cama.
Cassandra levantó los brazos mientras Wulf le quitaba la remera. Ella gimió por lo bien que se sentía el calor del cuerpo desnudo de Wulf apretado contra el suyo. Toda esa gloriosa piel masculina era un festín divino para sus ojos.
Él pasó el revés de sus dedos sobre sus pechos, dejándolos endurecidos y anhelantes. Tomó el derecho en su boca y la saboreó de un modo que hizo que el corazón de Cassandra latiera violentamente. La lengua de Wulf era ligera y suave mientras golpeteaba rápidamente una y otra vez. Su estómago se agitó en respuesta al intenso placer que le estaba dando.
Entonces, él descendió el camino de sus besos, sobre su abdomen. Se detuvo para mordisquear el hueso de su cadera mientras sus manos le bajaban el pantalón.
Cassandra levantó la cadera para que pudiera deslizarlos. Él los tiró sobre el piso y luego usó sus manos para abrirle las piernas.
Ella lo miró fijamente, con una expectativa llena de necesidad mientras él observaba la parte más privada de su cuerpo. Él se veía salvaje y hambriento. Posesivo. Y eso envió una oleada eléctrica a través de ella.
Cassandra siseó mientras él pasaba los dedos por su hendidura. Su toque la provocaba y la excitaba. Su toque era divino. Saciando e incitando.
Wulf observó el placer en su rostro mientras ella se frotaba contra su mano. Amaba el modo en que ella le respondía. El modo en que estaba completamente abierta e indefensa.
Trepando sobre la cama, recostó su cuerpo sobre el de ella, y luego rodó con ella. Cassandra envolvió su cuerpo alrededor del de Wulf mientras se besaban hambrientamente. Su piel se deslizaba contra la de él en una sensual sinfonía que lo encendía aún más. Wulf se sentó, con Cassandra sobre su falda. Ella enroscó sus largas piernas alrededor de su cintura mientras sus manos acariciaban el cuero cabelludo de Wulf, y sus dedos se enredaban en su pelo.
Wulf estaba sinceramente atemorizado de lo que sentía mientras Cassandra se levantaba y lo tomaba dentro de su cuerpo. Lo cabalgó ávidamente, mientras su cuerpo lo exprimía para tomar lo que ella necesitaba y darle lo que él deseaba ardientemente.
Wulf no quería dejarla ir. No quería abandonar esta cama nunca más.
Cassandra se mordió los labios ante el éxtasis de tener realmente a Wulf profundamente dentro suyo. Era tan duro y grueso. Se sentía aún mejor en carne y hueso que en sus sueños.
El suave vello de su pecho tentaba a sus pechos sensibles mientras él ahuecaba su trasero e incitaba sus movimientos. Ella miró fijamente sus ojos, que estaban oscurecidos por la pasión.
Sus respiraciones estaban sincronizadas mientras ella chocaba su cadera contra la entrepierna de Wulf una y otra vez.
Cassandra jamás le había hecho el amor a un hombre de este modo. Sobre su falda, sus cuerpos envueltos. Era la cosa más íntima que había experimentado.
Inclinó la cabeza hacia atrás cuando Wulf chupó sus pechos. Sosteniendo su cabeza, se sintió abrumada por el placer.
Y cuando se corrió, gritó.
Wulf levantó la cabeza para observarla mientras alcanzaba el clímax. Era tan hermosa a sus ojos. La recostó sobre la cama sin abandonar su cuerpo, y entonces tomó el control. Cerrando los ojos, no pensó en nada excepto la sensación de la calidez y la humedad de Cassandra debajo suyo.
No había pasado, no había mañana. Ni Cazador Oscuro. Ni Apolita.
Eran sólo ellos dos. Las manos de Cassandra en su espalda, sus piernas enredadas con las suyas mientras embestía profundamente dentro de ella.
Necesitando esto más de lo que jamás había necesitado algo, enterró su rostro en el cabello de Cassandra y se liberó dentro de ella.
Cassandra abrazó fuertemente a Wulf mientras lo sentía convulsionar. Su respiración le hacía cosquillas en el cuello. Su cuerpo estaba húmedo por la transpiración, y su largo cabello negro tentaba a su piel. Ninguno de los dos se movió mientras respiraban desigualmente, con una sensación de bienestar.
Ella se reconfortó en el peso de Wulf aplastándola. La sensación de su áspero cuerpo masculino pinchando el suyo. Cassandra paseó sus manos por la musculosa espalda, sobre sus cicatrices, y luego trazó perezosamente el tatuaje en su hombro.
Él se levantó para poder mirarla a los ojos.
—Creo que soy adicto a ti.
Ella sonrió ante su declaración, aunque una parte de ella se entristecía al escucharlo. El cabello de Wulf caía alrededor de su rostro, que era suave y tierno bajo la débil luz. Colocándole el cabello detrás de las orejas, lo besó.
Los brazos de Wulf se apretaron a su alrededor. Ella amaba esa sensación. La hacía sentir protegida. A salvo.
Suspirando soñadoramente, se apartó.
—Necesito ir a limpiarme.
Él no la soltó.
—No quiero que lo hagas. –Ella levantó la cabeza, mirándolo confundida—. Me agrada ver mi semilla en ti, Cassandra –dijo agitadamente en su oído—. Mi aroma en tu piel. El tuyo en la mía. Más que nada, me agrada saber que en la mañana recordarás lo que hicimos esta noche y aún sabrás mi nombre.
Ella apoyó su mano contra la barbuda mejilla. El dolor en sus ojos la tocó intensamente. Lo besó suavemente y se acurrucó contra él.
Wulf se retiró sólo lo suficiente como para poder acomodarse detrás de ella. Cassandra descansó su cabeza sobre su bíceps mientras él la acunaba tiernamente. Su corazón latía con alegría mientras lo escuchaba respirar.
Él levantó la cabeza, la besó en la mejilla y luego se recostó con una mano enterrada en el cabello de ella.
A los pocos minutos estaba completamente dormido. Era el momento más pacífico de la vida de Cassandra. Muy dentro de su corazón sabía que esa noche Wulf le había mostrado una parte de sí mismo que no le había dejado ver a nadie más.
Él era brusco y severo. Pero, en sus brazos, era un tierno amante. Y en el fondo de su mente estaba la idea de que podría aprender a amar a un hombre así. No sería difícil.
Cassandra se quedó acostada silenciosamente en la calma de la madrugada. No estaba segura de qué hora era, sólo estaba segura de que Wulf entibiaba una parte de ella que hasta ahora no sabía que estaba fría.
Mientras estaba allí recostada, se preguntó cuántos siglos habría estado Wulf confinado a un área como esta. Él le había dicho que su casa tenía poco más de cien años.
Mirando alrededor, intentó imaginar cómo sería estar aquí sola, día tras día, década tras década.
Debía ser solitario para él.
Descendió su mano y la colocó sobre su panza mientras intentaba imaginar al bebé que estaba allí. ¿Sería un niño o una niña? ¿De cabellos claros como ella, u oscuros como su padre?
Probablemente jamás sabría el verdadero color de pelo del bebé. El cabello de la mayoría de los bebés se caía, y uno no podía saberlo hasta que empezaban a gatear.
Para entonces estaría muerta. Muerta antes de su primer diente. Su primer paso o su primera palabra.
No conocería a su hijo.
No llores...
Pero no pudo evitarlo.
—¿Cassandra? –No respondió a la soñolienta llamada de Wulf. Su voz la traicionaría si lo hiciera. Él la hizo rodar, como si supiera que estaba llorando, y la atrajo a sus brazos—. No llores.
—No quiero morir, Wulf –sollozó contra su pecho—. No quiero abandonar a mi bebé. Hay tanto que necesito decirle. Ni siquiera sabrá que existí alguna vez.
Wulf la abrazó con más fuerza mientras escuchaba esas sinceras palabras.
Cómo deseaba poder decirle lo tontos que eran sus miedos, pero no lo eran. Cassandra lloraba por un destino que ninguno de ellos podía cambiar.
—Tenemos tiempo, Cassandra. Cuéntame todas las historias acerca de ti, tu madre y tus hermanas, y me aseguraré que el bebé sepa cada una de ellas. Y cada bebé luego de este. No dejaré que te olviden. Jamás.
—¿Me lo prometes?
—Te lo juro, así como juro que los mantendré siempre a salvo.
Sus palabras parecieron calmarla. Acunándola gentilmente en sus brazos, Wulf se preguntó para quién era peor. La madre que no podría ver al bebé crecer, o el padre que estaba condenado a ver al bebé y a todos los que lo siguieran morir.


ü Gripe.

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