sábado, 28 de enero de 2012

KON cap 13

Cassandra estaba preparándose para ir a la cama. Wulf aún estaba afuera con Kat, inspirándose con planes de escape en caso de que necesitaran una salida rápida de Elysia.
Personalmente, Cassandra estaba cansada de correr. Cansada de ser cazada.
Mira el lado positivo, todo terminará el día de tu cumpleaños.
De algún modo, ese pensamiento no la reconfortaba en lo más mínimo. Suspirando, pasó la mano por las cartas que estaban en su caja de recuerdos. Cassandra se detuvo al notar una pieza de papel pergamino gris sellado, que era diferente a los de color crema que ella había utilizado.
Ella no había agregado ese. Los temores de Wulf por lo que su hermana podría haber escrito la volvieron más curiosa.
Con un ceño arrugando su frente, sacó la carta y la miró por encima. Tiró el sello con cuidado de no romperlo, y la abrió.
Su corazón se detuvo mientras leía la caligrafía masculina y fluida.

Querido hijo,
Te llamaría por tu nombre, pero estoy esperando a que tu madre lo decida. Sólo espero que esté bromeando cuando te llama Alberto Dalberto.
Cassandra se detuvo para reír. Era una broma entre ellos, al menos la mayor parte del tiempo. Calmándose, continuó leyendo.
Ya han pasado semanas en las que he visto a tu madre juntar celosamente sus recuerdos para esta caja. Tiene tanto miedo de que no sepas nada de ella, y me molesta muchísimo saber que jamás conocerás su fuerza de primera mano. Estoy seguro que para el momento en que leas esto, sabrás todo lo que yo sé sobre ella.
Pero jamás lo sabrás por ti mismo, y eso es lo que más me duele de todo. Deseo que pudieras ver la expresión en su rostro cada vez que te habla. La tristeza que tanto intenta esconder. Cada vez que la veo, me destruye por dentro.
Ella te ama tanto. Eres de lo único que habla. Me ha dado tantas órdenes para ti. No tengo permitido volverte loco del modo en que hice con tu tío Chris. No tengo permitido llamar a los doctores cada vez que estornudes, y tienes permitido pelear con tus amigos sin que yo tenga un ataque por que alguien podrían hacerte un moretón.
Ni tampoco puedo intimidarte para que te cases o tengas hijos. Jamás.
Más que nada, puedes elegir tu propio auto a los dieciséis años. Se supone que no te compre un tanque. Ya veremos acerca de eso. Me rehúso a prometerle a tu madre este último ítem hasta que sepa más sobre ti. Sin mencionar que he visto cómo conducen otras personas en la ruta. Así que, si tienes un tanque, lo siento. Un hombre de mi edad sólo puede cambiar hasta cierto punto.
No sé lo que depararán nuestros futuros. Sólo espero que cuando todo haya pasado, seas más parecido a tu madre que a mí. Ella es una buena mujer. Una mujer generosa. Llena de amor y compasión aunque su vida ha sido dura y llena de sufrimiento. Lleva sus cicatrices con una gracia, una dignidad, y un humor de los que carezco.
Principalmente, tiene el coraje de personas que no he encontrado en siglos. Deseo con cada parte de mí que heredes todos sus mejores rasgos, y ninguna de mis malas características.
Realmente no sé qué más decir. Simplemente pensé que deberías tener algo mío aquí también.
Con amor,
Tu padre

Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras leía esas palabras.
—Oh, Wulf –susurró, con el corazón quebrándosele por las cosas que él jamás admitiría en voz alta.
Era tan extraño verse a través de sus ojos. Jamás pensó de sí misma que era particularmente valiente. Jamás pensó que era fuerte.
No hasta que había conocido a su oscuro defensor.
Mientras Cassandra doblaba la nota y volvía a sellarla, se dio cuenta de algo.
Amaba a Wulf. Desesperadamente.
No estaba segura de cuándo había sucedido. Podía haber sido la primera vez que la tomó en sus brazos. O cuando la acogió de mala gana en su hogar.
No, se percató de que no había sido en ninguna de esas ocasiones. Se había enamorado de él la primera vez que él había tocado su vientre con su mano fuerte y capaz, y había dicho que ese bebé le pertenecía.
Cazador Oscuro o no, era un hombre bueno y maravilloso para ser un antiguo bárbaro.
La puerta se abrió.
—¿Estás bien?
Wulf corrió hacia la cama.
—Estoy bien –le dijo ella, aclarándose la garganta—. Son estas estúpidas hormonas del embarazo. Lloro al menor pretexto. ¡Ugh!
Él le secó las lágrimas de las mejillas.
—Está bien. Lo entiendo. He estado alrededor de varias mujeres embarazadas en mi época.
—¿Tus Escuderas?
Él asintió.
—Incluso he recibido a alguno de sus bebés.
—¿En serio?
—Oh, sí. Tienes que amar los días antes de las rutas modernas y los hospitales, cuando yo estaba cubierto de placenta hasta los codos. –Ella rió; siempre reía cuando estaba cerca de él. Tenía una facilidad increíble para hacerla sentir mejor. Wulf la ayudaba a apartar todo—. Probablemente deberías ir a dormir. No descansaste bien anoche.
—Lo sé. Lo haré, lo prometo.
Él la arropó en la cama luego de que se hubiese puesto el camisón, luego apagó las luces y la dejó sola. Cassandra se quedó recostada en la cama, con sus pensamientos vagando.
Cerrando los ojos, se imaginó a sí misma y a Wulf en su casa, con un montón de niños corriendo a su alrededor.
Era gracioso que jamás se hubiese atrevido a soñar con un solo hijo y que ahora quisiese más tiempo para tener tantos como fuese posible.
Para él.
Para ella.
Pero toda su gente deseaba más tiempo en esta tierra. Su madre, hasta su hermana.
También podrías convertirte en Daimon.
Quizás, pero entonces el hombre al que amaba estaría obligado a matarla por honor.
No, no podía hacerle eso a ninguno de los dos. Como todos los Apolitas que estaban aquí, ella se enfrentaría a su muerte con la dignidad de la que Wulf había escrito.
Y él quedaría atrás, llorando por ella…
Cassandra dio un respingo. Cómo deseaba atreverse a escapar para que él nunca tuviera que verla morir. Nunca supiese cuándo había muerto. Era tan cruel para él.
Pero era demasiado tarde para eso. No había modo de escapar de él mientras necesitara su protección. Lo único que podía hacer era evitar que él la amara tanto como ella lo amaba a él.
Los tres días siguientes, Cassandra tuvo la indudable sensación de que algo estaba sucediendo. Cada vez que se acercaba a Wulf y Kat cuando estaban juntos, se quedaban callados inmediatamente, y se ponían nerviosos.
Chris se había asociado con un grupo de jóvenes mujeres Apolitas que Phoebe le había presentado cuando lo había llevado a comprar cosas de electrónica que evitarían que se aburriese. Las chicas Apolitas pensaban que su color oscuro era “exótico” y adoraban el hecho de que supiera tanto de computadoras y tecnología.
—¡He muerto e ido al Valhalla! –había exclamado Chris la noche que las conoció—. Estas mujeres aprecian a un hombre con cerebro y no les importa que no esté bronceado. Ninguno de su gente lo hace. ¡Es genial!
—Son Apolitas, Chris –lo había advertido Wulf.
—Sí, ¿y con eso qué? Tú tienes una nena Apolita. Yo también quiero una. O dos, o tres, o cuatro de ellas. Esto es tan genial.
Wulf había sacudido la cabeza, y abandonado a Chris con una última advertencia.
—Si se acercan a tu cuello, corre.
Al quinto día, Cassandra realmente estaba comenzando a preocuparse. Wulf había estado nervioso desde el momento en que ella despertó. Lo que es peor, él y Kat se habían ido durante horas la noche anterior, y ninguno de ellos le decía que habían estado haciendo.
Le recordaba a un asustadizo jovenzuelo.
—¿Hay algo que necesite saber? –preguntó Cassandra luego de arrinconarlo en el living.
—Iré a buscar a Phoebe o algo así –dijo Kat, disparándose hacia la puerta.
Hizo una salida apresurada.
—Simplemente hay algo que yo… —Wulf se quedó callado.
Cassandra esperó.
—¿Bien? –lo incitó.
—Espera aquí.
Él la dejó para ir a la habitación de Chris.
Algunos minutos más tarde, regresó con una vieja espada Vikinga. Ella recordaba haberla visto en una caja de vidrio especial en su sótano. Los dos debían haber regresado a su casa anoche a buscarla. Pero porqué se arriesgarían de ese modo, no podía imaginarlo.
Sosteniendo la espada en sus manos, entre los dos, Wulf respiró profundamente.
—Esto es algo que no he pensado en hacer en más de mil doscientos años y estoy intentando recordar todo, así que dame un segundo.
A ella no le gustó cómo sonaba eso. Sus cejas formaron una profunda ve.
—¿Qué vas a hacer? ¿Cortarme la cabeza?
Él la miró con malhumor.
—No, difícilmente. –Ella observó cómo él extraía dos alianzas doradas de su bolsillo y las colocaba sobre la hoja de la espada. Entonces se las mostró—. Cassandra Elaine Peters, me gustaría casarme contigo.
Ella estaba sin habla por su propuesta. La idea de casarse jamás había pasado por su mente.
—¿Qué?
Los oscuros ojos de Wulf quemaron los suyos.
—Sé que nuestro hijo fue concebido de un modo extraño, y definitivamente tendrá una vida extraña, pero quiero que nazca al modo anticuado… de padres casados.
Cassandra se cubrió el rostro con las manos mientras las lágrimas caían.
—¿Qué tienes, que me haces llorar todo el tiempo? Lo juro, jamás lloré hasta el día en que te conocí. –Él se veía como si ella lo hubiese golpeado—. No quiero decir que sea de un mal modo, Wulf. Es sólo que haces cosas que tocan lo más profundo de mi corazón y me hace llorar.
—Entonces, ¿vas a casarte conmigo?
—Por supuesto, tonto.
Él se acercó para besarla. La espada se inclinó y los anillos rodaron por el piso.
—Diablos –dijo él bruscamente mientras se esparcían—. Sabía que iba a arruinar esto. Espera.
Se puso en cuatro patas y buscó los anillos debajo del sofá. Luego regresó a ella y besó sus labios ardientemente.
Cassandra lo saboreó. Él le había dado muchísimo más de lo que ella jamás había esperado o soñado.
Mordiendo sus labios, Wulf se apartó.
—Según la costumbre escandinava, hicimos las cosas al revés. La pareja intercambiaba los anillos simples en el compromiso. Tú recibirás tu anillo de diamantes cuando nos casemos.
—Está bien.
Él deslizó el anillo más pequeño en la mano de ella, que temblaba, y luego le alcanzó el más grande.
La mano de Cassandra tembló aún más mientras miraba el intrincado diseño nórdico de un estilizado dragón. Lo deslizó en el dedo de Wulf y luego besó la palma de su mano.
—Gracias.
Él acunó su rostro amorosamente y la besó. Cassandra se mareó instantáneamente.
—Tengo todo planeado para la noche del viernes, si estás de acuerdo –le dijo en voz baja.
—¿Por qué el viernes?
—Mi gente siempre se casaba los viernes para rendir tributo a la diosa Frigga. Pensé que podríamos combinar las costumbres de tu gente con las mías. Ya que los Apolitas no tienen definido el día de la semana, Phoebe dijo que no te importaría.
Cassandra lo atrajo hacia sus labios y lo besó con todas sus fuerzas. ¿Quién hubiese imaginado que un antiguo bárbaro pudiese ser tan atento?
Lo único que haría esto más perfecto sería tener a su padre presente, pero Cassandra había aprendido mucho tiempo atrás a no pedir lo imposible.
—Gracias, Wulf.
Él asintió.
—Ahora Kat y Phoebe necesitan que vayas a comprar un vestido de novia.
Wulf abrió la puerta y Phoebe y Kat tropezaron dentro de la habitación.
Las dos sonrieron falsamente mientras se acomodaban.
—Oops –dijo Kat—. Sólo queríamos asegurarnos que todo saliera como estaba planeado.
Wulf sacudió la cabeza.
—Por supuesto que sí –dijo Cassandra—. ¿Cómo podría no salir así?
Y antes de que se diese cuenta, la habían llevado rápidamente a una pequeña tienda en la parte principal de la ciudad mientras que Wulf se había quedado en el apartamento.
Cassandra en realidad no había regresado a la ciudad luego de la “cálida” recepción a Wulf, y su horroroso descubrimiento de Phoebe y Urian juntos.
Al contrario, ella y Wulf habían pasado la mayor parte de su tiempo confinados a su apartamento, donde ella estaba a salvo y no tenía que preocuparse por que alguien lo insultara.
Ahora era agradable salir, aunque el aire fuese más reciclado que fresco. Phoebe la llevó a la tienda de vestidos que pertenecía a una amiga suya, quien las estaba esperando. De hecho, todas las mujeres en la tienda eran sorpresivamente amigables con Cassandra.
Ella sospechaba que eso, más que nada, era por lo mucho que le debían al esposo de Phoebe.
Melissa, la asistente asignada para ayudarlas, parecía tener alrededor de veinte años. Era una delgada mujer rubia de no más de un metro cincuenta y cinco, lo que para una Daimon era muy pequeño.
—Este podría ser fácilmente arreglado para el viernes –dijo Melissa, sosteniendo un elegante vestido de gasa que resplandecía bajo la débil luz. Era de un blanco plateado iridiscente—. ¿Te gustaría probártelo?
—Está bien.
En cuanto Cassandra lo vio en el espejo de cuerpo entero, supo que no había necesidad de continuar buscando. Era precioso, y se sentía como una princesa de cuento de hadas con él. La tela era suave como la manteca y se deslizaba sensualmente sobre su piel.
—Estás tan hermosa –le susurró Phoebe a su hermana, mientras la miraba por el espejo—. Cómo desearía que mamá y papá pudiesen verte ahora.
Cassandra le sonrió. Era difícil sentirse hermosa con el estómago sobresaliendo un kilómetro por delante, pero al menos tenía una buena razón para estar gorda.
—Te ves adorable –convino Kat mientras ayudaba a ajustar el largo del dobladillo.
—¿Qué opinan? –Preguntó Melissa—. Tengo más si…
—Me lo llevo.
Sonriendo, Melissa se adelantó y la ayudó a quitárselo; luego tomó medidas para las modificaciones. Kat y Phoebe salieron del vestidor y salieron a buscar accesorios.
—Sabes –dijo Melissa mientras medía la cintura de Cassandra—, debo decirte que te admiro por lo que has hecho.
Cassandra la miró, consternada.
—¿Qué quieres decir?
—Encontrar a un Cazador Oscuro que te proteja –dijo Melissa mientras anotaba algo en una pequeña PDAü—. Desearía tener a alguien así, que cuidara a mis pequeños cuando me haya ido. Mi esposo murió tres meses atrás, y aunque me quedan dos años, no puedo evitar preocuparme por ellos.
Dos años…
Melissa parecía más joven. Era difícil imaginar a la vibrante y saludable vendedora muriendo de vejez en tan poco tiempo.
La pobre mujer había perdido a su esposo. La mayoría de los Apolitas se casaban con personas con pocos meses de diferencia de edad por esa razón. Se consideraba una gratificación encontrar un esposo que cumpliera los años el mismo día.
—¿Es… doloroso? –preguntó Cassandra vacilante.
Nunca había visto a un Apolita morir de causas “naturales.”
Melissa hizo otra nota.
—Aquí hacemos una promesa de no dejar que nadie muera solo.
—No has respondido a mi pregunta.
Melissa la miró a los ojos. Sus ojos estaban llenos de emociones tácitas, pero era el miedo que había en ellos lo que llegó hasta Cassandra y la hizo estremecer.
—¿Quieres la verdad?
—Sí.
—Es insoportable. Mi esposo era un hombre fuerte. Lloró como un bebé toda la noche, por el dolor que sentía. —Melissa aclaró su garganta como si su propio dolor fuese demasiado para aguantar—. A veces entiendo porqué tanta de nuestra gente se suicida la noche anterior. Incluso pensé en llevar a mis hijos a una nueva comunidad para que tuviesen la opción, pero en la superficie hay demasiados depredadores con los cuales luchar. Otros Apolitas, Daimons, Were-Hunters, humanos, y Cazadores Oscuros que están buscando a nuestros hermanos. Mi madre me trajo aquí cuando era sólo una niña. Pero recuerdo bien el mundo de arriba. Aquí es mucho más seguro. Al menos podemos vivir abiertamente sin miedo a que alguien sepa quiénes somos.
Cassandra no podía respirar mientras los pensamientos la atravesaban. Ella sabía que no sería placentero, pero lo que Melissa había descrito era mucho peor de lo que había imaginado.
Ya sería demasiado malo que ella sufriera… ¿pero qué sucedería con el bebé? Él era tan inocente. No merecía semejante destino.
Pero en realidad, ¿quién lo merecía?
—Oh, bueno –dijo Melissa rápidamente—, no quise perturbarte.
—Está bien –dijo Cassandra con un nudo en la garganta—. Te lo pregunté, y aprecio tu sinceridad.
En cuanto terminaron, Cassandra ya no se sentía festiva, ni deseaba seguir de compras. Necesitaba ver a Wulf.
Lo encontró en el dormitorio de su apartamento, cambiando los canales del TV. Él lo apagó en el instante en que la vio.
—¿Sucede algo malo?
Ella dudó a los pies de la cama. Él se sentó contra los almohadones, con los pies desnudos y una pierna doblada. La preocupación en sus ojos significaba muchísimo para ella, pero no era suficiente.
—¿Cazarás a mi bebé, Wulf?
Él frunció el ceño.
—¿Qué?
—Si nuestro hijo crece y decide que no quiere morir. ¿Lo matarás por eso?
Wulf aguantó la respiración mientras debatía.
—No lo sé, Cassandra. Realmente no lo sé. Mi honor lo demanda. Pero no sé si pueda.
—Júrame que no vas a lastimarlo –dijo ella, moviéndose hasta pararse a su lado. Tomó su camisa y lo sostuvo con fuerza mientras el miedo y la agonía la inundaban—. Prométeme que cuando haya crecido, si se convierte en Daimon lo dejarás ir.
—No puedo.
—¿Entonces por qué estamos aquí? –le gritó—. ¿Qué tiene de bueno que seas su padre si vas a matarlo de cualquier modo?
—Cassandra, por favor. Sé razonable.
—¡Tú tienes que ser razonable! –exclamó—. Voy a morir, Wulf. ¡Morir! Dolorosamente. Y ya casi no me queda tiempo. –Lo soltó y caminó hacia atrás y adelante, intentando respirar—. No lo ves. No recordaré nada una vez que haya muerto. Me habré ido. Me habré ido de todo esto. De todos ustedes. –Miró alrededor de la habitación frenéticamente—. No veré estos colores. Ni tu rostro. Nada. Voy a morir. ¡Morir!
Wulf la tomó en sus brazos mientras ella sollozaba contra su pecho.
—Está bien, Cassandra, te tengo.
—Deja de decir que está bien, Wulf. No está bien. No hay nada que podamos hacer para detener esto. ¿Qué voy a hacer? Tengo sólo veintiséis años. No comprendo. ¿Por qué tengo que hacer esto? ¿Por qué no puedo ver crecer a mi bebé?
—Tiene que haber algo que te ayude –insistió él—. Quizás Kat puede hablar con Artemisa. Siempre hay una escapatoria.
—¿Como la que tú tienes? –exigió ella histéricamente—. No puedes escapar de ser un Cazador Oscuro más de lo que yo puedo escapar de ser una Apolita. ¿Para qué vamos a casarnos? ¿Qué sentido tiene?
La mirada de Wulf la quemó.
—Porque no voy a dejar que termine de este modo –gruñó ferozmente—. He perdido todo lo que me importaba en la vida. No voy a perderte a ti ni a mi hijo por esto. ¿Me estás escuchando?
Ella lo escuchó, pero eso no cambiaba nada.
—¿Cuál es la solución?
Él la atrajo rudamente contra su pecho.
—No lo sé. Pero tiene que haber algo.
—¿Y si no lo hay?
—Entonces destruiré los pasillos del Olimpo o del Hades o lo que sea que tenga que hacer para encontrarte. No voy a dejarte ir, Cassandra. No sin luchar.
Cassandra lo apretó con fuerza, pero en su corazón, sabía que era en vano. Sus días eran finitos, y con cada hora que pasaba, se aproximaba irrevocablemente al final.

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