Los ojos de Cassandra pestañearon abriéndose, al sentir unas manos fuertes y calientes desabotonando su camisón de franela. Aturdida, miró fijamente al Cazador Oscuro que le había salvado la vida en el club.
Sus ojos de medianoche estaban hambrientos de deseo mientras la observaba.
—Eres tú –susurró, con la cabeza confusa por sus sueños.
Él sonrió y pareció deleitado por sus palabras.
—¿Me recuerdas?
—Claro. ¿Cómo podría olvidar el modo en que besas?
La sonrisa de él se ensanchó ferozmente mientras apartaba su camisón y pasaba las manos por la piel desnuda de Cassandra. Ella gimió ante la calidez de la palma sobre su carne. Contra su voluntad, una puñalada de deseo la atravesó mientras sus pechos hormigueaban ante su toque abrasador. Los callos de sus ásperos dedos raspaban suave y ligeramente sus pezones inflamados. Hizo que su estómago se contrajera aún más. Hizo que vibrara mientras la humedad se instalaba entre sus piernas, logrando que deseara aún más tomar toda su fuerza dentro de su cuerpo.
Cassandra se percató de que su salvador Vikingo estaba en su cama, completamente desnudo. Bueno, quizás no completamente. Tenía un collar de plata con el martillo de Thor y un pequeño crucifijo.
Bien, tal vez era un poco agresivo. Pero el collar quedaba muy bien contra su piel bronceada.
Las luces bajas acariciaban cada contorno de su magnífico cuerpo. Sus hombros eran amplios y musculosos, su pecho era una perfecta escultura de proporciones masculinas.
Y su trasero…
¡Era legendario!
Su pecho y piernas estaban levemente cubiertos por un vello oscuro. Su mentón fuerte y con apenas un poco de barba pedía a gritos que una mujer lo lamiera por completo, hasta echarle la cabeza atrás y continuar con su exquisito cuello.
Pero lo que la fascinaba era el intrincado tatuaje nórdico que cubría todo su hombro derecho y terminaba en una banda estilizada que rodeaba su bíceps. Era hermoso.
Y aún así no le llegaba ni a la suela de los zapatos del hombre que estaba entre sus brazos.
Era precioso. De un modo que hacía agua la boca.
—¿Qué estás haciendo? –le preguntó mientras él trazaba círculos alrededor de sus pechos con su lengua caliente.
—Te estoy haciendo el amor.
Si no hubiera estado dormida esas palabras la hubiesen aterrorizado. Pero sus temores y todo lo demás se dispersaron cuando él acunó su pecho en una mano.
Ella siseó con placer y expectativa.
Gentilmente, él la masajeó, frotando su palma callosa contra el tirante pezón hasta que estuvo tan tenso que ella quería rogarle que la besara. Rogarle que la chupara.
—Tan suave –susurró él contra sus labios antes de reclamarlos.
Cassandra suspiró. Su cuerpo ardía con una sorprendente intensidad mientras ella paseaba sus manos por los hombros anchos y desnudos. Jamás había sentido algo como eso. Bien formados y perfectos, se ondulaban con su poder y su fuerza.
Y ella quería sentir más de él.
Él apartó la mano y tomó su trenza. Cassandra lo observó estudiar su cabello mientras lo soltaba.
—¿Por qué llevas tu cabello de este modo? –le preguntó, con una voz embriagadora y profundamente acentuada.
—Los rizos se enredan si no lo hago.
Los ojos de él lanzaban fuego, como si pensara que su trenza era una especie de abominación.
—No me agrada. Tu cabello es demasiado hermoso para ser atado.
Pasó sus manos por los rizos liberados y su mirada se hizo más tierna instantáneamente. Suave. Le peinó el cabello con los dedos hasta que cubrieron sus pechos desnudos. Su respiración rozó la piel de Cassandra mientras tentaba sus pezones con los rulos y su toque.
—Ahí está –dijo, con su acento nórdico más suave y canturreando—. Jamás he visto una mujer más hermosa.
Con el cuerpo derretido, Cassandra no podía hacer más que mirar cómo la observaba.
Él era increíblemente apuesto. Masculino en un modo salvaje que hacía que la mujer en ella rechinara con una necesidad primaria.
Era evidente que este era un hombre peligroso. Básico. Duro. Inflexible.
—¿Cuál es tu nombre? –le preguntó mientras él hundía la cabeza para mordisquearle el cuello.
Sus mejillas barbudas pincharon su carne, provocándole temblores mientras él la saboreaba.
—Wulf.
Ella se estremeció al darse cuenta de la fuente de esta fantasía nocturna.
—¿Como Beowulf?
Él sonrió ávidamente, dejándole echar un breve vistazo a sus largos caninos.
—En realidad, soy más parecido a Grendel. Sólo salgo por las noches a devorarte.
Ella tembló otra vez mientras él le daba una larga y deliciosa lamida al costado inferior de su seno.
Este era un hombre que sabía bien cómo complacer a una mujer. Y, mejor aún, no parecía apurado por terminar, sino que se tomaba su tiempo con ella.
Si le quedaba alguna duda, ¡eso solo le probaba que estaba soñando!
Wulf pasó su lengua sobre la suave piel y se deleitó con los murmullos de placer de Cassandra mientras saboreaba su carne dulce—salada. Adoraba la sensación cálida y sedante y el aroma de esta mujer.
Era deliciosa.
Wulf no había tenido un sueño así en siglos. Era tan real, pero él sabía que no lo era.
Ella era sólo un producto de su hambrienta imaginación.
Aún así, ella lo tocaba de un modo que él jamás había sentido antes. Y olía tan bien… como rosas frescas y talco.
Femenina. Suave.
Un delicado manjar esperando a que él la probara. O mejor aún, la devorara.
Apartándose, Wulf regresó a ese cabello que le recordaba al color de los rayos del sol. Los llameantes mechones dorados lo cautivaron, cuando los rizos se envolvieron alrededor de sus dedos y lucharon contra los límites de su corazón de piedra.
—Tienes un cabello tan hermoso.
—También tú –dijo ella mientras le apartaba el pelo de la cara.
Cassandra rasguñó su barba con las uñas mientras trazaba la curva de su mandíbula. Dioses, ¿cuánto hacía desde la última vez que había estado con una mujer?
¿Tres, cuatro meses?
¿Tres, cuatro décadas?
Era difícil llevar la cuenta cuando el tiempo se estiraba interminablemente. Todo lo que sabía era que hacía mucho que había abandonado el sueño de tener a una mujer así debajo de él.
Como ninguna podía recordarlo, se rehusaba a llevar mujeres decentes a su cama.
Sabía demasiado bien lo que era despertar luego de tener sexo y no entender qué le había sucedido. Quedarse allí tirado sin saber qué tanto había sido real y qué tanto un sueño.
Entonces, había relegado sus encuentros a mujeres a las que les podía pagar por sus servicios, y únicamente lo hacía cuando ya no soportaba su celibato.
Pero ésta había recordado su beso.
Se había acordado de él.
Esa idea hizo volar su corazón. Le gustaba este sueño, y si pudiera, se quedaría en él para siempre.
—Dime tu nombre, villkat.
—Cassandra.
Wulf sintió que la palabra retumbaba bajo sus labios mientras besaba la columna de su garganta. Ella tembló en respuesta a la lengua que acariciaba su piel.
Y a él le encantó. Le encantaban los sonidos que ella hacía mientras le devolvía las caricias. Cassandra pasó sus manos calientes y ávidas por la espalda desnuda y detuvo su mano derecha sobre la marca de su hombro izquierdo.
—¿Qué es esto? –le preguntó con curiosidad.
Él miró el símbolo de arco y flecha.
—Es la marca de Artemisa, la diosa de la caza y de la luna.
—¿Todos los Cazadores Oscuros la tienen?
—Sí.
—Qué extraño…
Wulf ya no podía soportar la barrera de franela. Quería ver más de ella.
Levantó el borde de su camisón.
—Deberían quemar esta cosa.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Porque me aparta de ti.
Con un tirón, lo quitó por su cabeza.
Los ojos de Cassandra se ensancharon por un instante, luego se oscurecieron con su propia pasión.
—Ahora está mejor –susurró él, deleitándose con la imagen de sus tensos senos, su estrecha cintura, y lo mejor de todo, los rizos dorado—rojizos en la unión de sus muslos.
Pasó su mano suavemente entre los pechos, hacia abajo por el estómago y alrededor de la cadera.
Cassandra se estiró y pasó su mano por la gloriosa piel de su pecho, deleitándose con el terreno rocoso de sus músculos. Él se sentía tan maravillosamente. Su cuerpo se ondulaba con cada movimiento que hacía.
El devastador poder de Wulf era innegable, y aún así, en su cama era tan gentil como un león domado. No podía creer la ternura que había en su toque caliente y experto.
Sus rasgos oscuros y tristes la conmovían profundamente, y sus ojos tenían una inteligencia muy vivaz mientras absorbían el mundo que lo rodeaba.
Ella quería domar a esta bestia salvaje.
Darle de comer de su propia mano.
Con ese pensamiento en mente, Cassandra buscó entre sus cuerpos y tomó su rígido pene en la palma.
Él gruñó muy grave, luego la besó inconscientemente.
Como un depredador elegante y musculoso, se movió hacia su boca, quemándola con sus besos.
—Sí – jadeó, mientras ella lo enfundaba con sus manos. Con la respiración enfurecida, la observó con un hambre tan cruda que la hizo temblar de anticipación—. Tócame, Cassandra –susurró, cubriendo su mano con la de él.
Ella observó que él cerraba los ojos y le mostraba cómo acariciarlo. Cassandra se mordió los labios al sentirlo entre sus manos. Era un hombre enorme. Enorme, y grueso, y poderoso.
Con la mandíbula de acero, abrió los ojos y la chamuscó con una caliente mirada. Ella supo que había terminado el momento de jugar.
Como un depredador liberado, la hizo rodar sobre su espalda y le separó los muslos con las rodillas. Descendió su cuerpo largo y esbelto sobre ella y, como había prometido, la devoró.
Cassandra jadeó mientras las manos y los labios de Wulf buscaban cada centímetro de su cuerpo con una furiosa intensidad. Y cuando enterró la mano entre sus piernas, ella tembló entera. Sus largos dedos la acariciaban e indagaban profundamente dentro suyo, provocándola hasta dejarla débil.
—Estás tan húmeda –gruñó en su oído mientras se apartaba de ella. Cassandra tembló cuando él le abrió aún más las piernas—. Mírame –le ordenó—. Quiero observar tu placer cuando te tome.
Ella miró hacia arriba.
En el momento en que sus miradas se encontraron, él se enterró profundamente dentro de ella.
Cassandra gimió con placer. Él estaba tan duro y grueso, y se sentía maravilloso mientras embestía contra sus caderas.
Wulf se apartó para poder observar su rostro mientras se tomaba su tiempo haciéndole el amor y saboreando la sensación de su cuerpo cálido y mojado debajo suyo. Se mordió los labios cuando ella le pasó las manos por la columna, y luego arañó su espalda con las uñas.
Él gruñó en respuesta, deseando su desenfreno.
Su pasión.
Cassandra colocó sus manos en la espalda baja de Wulf, urgiéndolo a ir más rápido. Él le hizo el favor más que gustosamente. Ella elevó las caderas y él rió.
Si ella quería tomar el control, él desde luego que estaba de ánimos para permitírselo. Rodando, la colocó sobre él sin abandonar su cuerpo.
Ella jadeó mientras lo miraba.
—Cabálgame, elskling —susurró.
Con los ojos oscuros e indomados, Cassandra se inclinó hacia adelante, derramando su cabello sobre el pecho de Wulf mientras se deslizaba hacia abajo por su longitud hasta que estuvo apenas enfundado por su cuerpo, entonces se echó hacia atrás, empujándolo totalmente dentro de ella.
Él se sacudió ante el poder.
Acunó sus pechos y los apretó suavemente mientras ella tomaba el control del placer de ambos.
Cassandra no podía creer el modo en que lo sentía debajo suyo. Hacía mucho tiempo desde que le había hecho el amor a un hombre, y nunca había tenido a alguien así.
Alguien que era tan innatamente masculino. Tan viril y salvaje.
Alguien de quien no sabía nada, excepto que hacía temblar de terror a la gente de su madre.
Y él le había salvado la vida.
Debía ser su sexualidad reprimida lo que lo había conjurado en sus sueños. Su necesidad de conectar con alguien antes de morir.
Ese era su mayor arrepentimiento. Debido a la maldición de la familia de su madre, había tenido miedo de acercarse a otros Apolitas. Al igual que su madre antes que ella, se había visto forzada a vivir en el mundo humano como uno de ellos.
Pero nunca lo había sido. No realmente.
Todo lo que siempre había querido era ser aceptada. Encontrar a alguien que pudiese entender su pasado y que no creyera que estaba desquiciada cuando contaba historias acerca de un linaje maldito.
Y monstruos que acechaban en la noche.
Ahora tenía a un Cazador Oscuro para ella sola.
Al menos por esta noche.
Agradecida por eso, se recostó sobre él y dejó que el calor del cuerpo de Wulf aliviara al suyo.
Wulf acunó su rostro y la observó experimentar las alturas del placer. Entonces rodó con ella, y tomó el control. Embistió profundamente dentro de ella mientras su cuerpo se convulsionaba alrededor de él. El jadeo de Cassandra acentuó sus movimientos de un modo que parecía que ella estaba cantando.
Él rió.
Hasta que sintió que su propio cuerpo explotaba.
Cassandra envolvió su cuerpo entero alrededor de él al sentir su liberación. Él colapsó encima de ella.
Su peso se sentía tan bien ahí. Tan maravilloso.
—Eso fue increíble –dijo Wulf, levantando la cabeza para sonreírle mientras continuaban íntimamente unidos—. Gracias.
Ella le devolvió la sonrisa.
Justo cuando se estiraba para ahuecar su rostro, escuchó que la alarma de su reloj sonaba.
Cassandra despertó bruscamente.
Su corazón aún latía violentamente cuando se estiró para apagar el reloj. Y fue sólo entonces que se dio cuenta de que su cabello ya no estaba trenzado y que su camisón yacía en el suelo hecho un estrujado montón…
Wulf despertó sobresaltado. Con el corazón latiendo violentamente, observó su reloj. Eran apenas pasadas las seis y por la actividad que había escaleras arriba podía decir que era la mañana.
Frunciendo el ceño, miró alrededor en la oscuridad. No había nada inusual.
Pero el sueño…
Había parecido tan increíblemente real.
Se corrió, hacia su lado, y apretó su almohada en un puño.
—Malditos poderes psíquicos —gruñó.
No lo dejaban en paz. Y ahora lo torturaban con cosas que sabía que no podía tener.
Mientras volvía a dormirse, casi pudo jurar que sentía el débil olor a rosas y talco sobre su piel.
—Hola, Cass –la saludó Kat mientras Cassandra tomaba asiento a la mesa del desayuno.
Cassandra no respondió. Una y otra vez veía a Wulf. Continuaba sintiendo las manos de él sobre su cuerpo.
Si no estuviera segura, podría jurar que aún estaba con ella.
Pero ella no sabía quién era el amante de sus sueños. Porqué se le aparecía.
Era tan extraño.
—¿Estás bien? –le preguntó Kat.
—Sí, supongo. Es sólo que no dormí bien anoche.
Kat puso su mano sobre la frente de Cassandra.
—Pareces afiebrada, pero no lo estás.
Era cierto que estaba afiebrada, pero no enferma. Había una parte de ella que no quería hacer más que volver a dormir, encontrar a su misterioso hombre, y seguir haciendo el amor con él durante todo el día.
Kat le pasó los cereales.
—Ah, Michelle llamó y me dijo que te diera las gracias por presentarle a Tom anoche. Quiere verla nuevamente esta noche en el Inferno y quería saber si podemos acompañarla.
Cassandra se sobresaltó cuando las palabras de Kat refrescaban algo perdido en su memoria.
De repente, vio el Inferno la noche anterior. Vio a los Daimons.
Recordó el terror que había sentido.
Pero más que nada, recordó a Wulf.
No el tierno amante de sus sueños, sino el oscuro y terrorífico hombre que había matado a los Daimons enfrente suyo.
—Oh, dios mío –susurró mientras todo se volvía claro como el agua.
"Dentro de cinco minutos ningún humano que estuviera en ese bar va a recordar haberme visto."
Las palabras de él se precipitaron en su mente.
Pero ella lo recordaba.
Muy bien.
¿Él había regresado a casa con ella?
No. Cassandra se tranquilizó un poco al recordarlo claramente abandonándola. Ella regresando al club y reuniéndose con sus amigas.
Se había ido sola a la cama.
Pero había despertado desnuda. Con el cuerpo húmedo y saciado…
—Cass, estoy empezando a preocuparme.
Cassandra respiró hondo y se liberó de todo. Era un sueño. Tenía que serlo. Ninguna otra opción tenía sentido. Pero tratar con cosas tan sobrenaturales como Daimons y Cazadores Oscuros rara vez tenía sentido.
—Estoy bien, pero no iré a mi clase matutina. Creo que debemos investigar y hacer un mandado.
Kat parecía aún más preocupada que antes.
—¿Estás segura? Tú no faltas a una clase por nada.
—Sí –dijo, sonriéndole—. Ve a buscar la laptop y veamos que podemos encontrar sobre los Cazadores Oscuros.
Kat arqueó una ceja al escucharla.
—¿Por qué?
En todos los años que Cassandra había sido perseguida por la gente de su madre, sólo se había confiado completamente a dos de sus guardaespaldas.
Uno que había muerto cuando Cassandra tenía sólo trece años, en una pelea que casi había terminado con ella.
El otro había sido Kat, quien había tomado la verdad más fácilmente que el primer guardaespaldas. Kat apenas la había observado, parpadeado y dicho: “Genial. ¿Puedo matarlos y no ir a prisión?”
Desde entonces, Cassandra nunca le había guardado ningún secreto a Kat. Su amiga y guardaespaldas sabía tanto de los Apolitas y sus costumbres como Cassandra.
Lo que no era demasiado. Los Apolitas tenían el molesto hábito de no permitir que nadie supiese que existían.
Aún así, había sido un tremendo alivio encontrar a alguien que no pensaba que estaba demente o alucinando. Y en el curso de los últimos cinco años, Kat había visto a suficientes Daimons y Apolitas que la perseguían como para saber la verdad.
Durante los últimos meses, mientras Cassandra se acercaba al final de su vida, los ataques de los Daimons habían disminuido lo suficiente como para que tuviera una pequeña apariencia de normalidad. Pero Cassandra no era tan tonta como para pensar que estaba a salvo. Jamás estaría a salvo.
No hasta el día en que muriera.
—Creo que conocimos a un Cazador Oscuro anoche.
Kat frunció el ceño.
—¿Cuándo?
—En el club.
—¿Cuándo? —repitió.
Cassandra dudó en contarle. Varios detalles estaban incompletos incluso para ella, y hasta que recordara más, no quería preocupar a Kat.
—Lo vi entre la gente.
—¿Entonces cómo sabes que era un Cazador Oscuro? Pensé que habías dicho que eran fábulas.
—En realidad no lo sé. Puede haber sido cualquier tipo raro con el cabello oscuro y colmillos, pero si tengo razón y él está en la ciudad, quiero saber, porque él podría decirme si voy a caerme muerta dentro de ocho meses o no.
—Está bien, buen punto. Pero, sabes, también puede haber sido uno de los falsos vampiros Godos que suelen pasar el tiempo en el Inferno.
Kat fue a su habitación a buscar la laptop e instalarla sobre la mesa de la cocina mientras Cassandra terminaba de comer.
En cuanto estuvo lista, Cassandra entró en línea y se condujo a Katoteros.com. Era una comunidad en línea que había encontrado poco más de un año atrás, donde los Apolitas podían comunicarse. En la parte pública, parecía un sitio de historia Griega, pero había áreas protegidas por contraseña.
No había nada en el sitio acerca de los Cazadores Oscuros. Así que Kat y ella pasaron algún tiempo intentando meterse en las áreas privadas, lo que resultó ser aún más imposible que meterse en los servidores del gobierno.
¿Qué pasaba con los seres sobrenaturales, que no querían que otros descubrieran su paradero?
Bueno, ella entendía la necesidad de discreción. Pero era una tremenda molestia para una mujer que necesitaba algunas respuestas.
Lo más cercano a una ayuda que pudo encontrar fue un enlace a “Pregúntale al Oráculo.” Cliqueándolo, Cassandra tipeó un simple e-mail.
—¿Los Cazadores Oscuros son reales?
Luego de eso, hizo una búsqueda de Cazadores Oscuros y obtuvo tonterías. Era como si no existieran en ningún lado.
Antes de desconectarse, le regresó el e-mail del Oráculo con sólo tres palabras como respuesta.
¿Lo eres tú?
—Quizás sólo son leyendas –dijo Kat nuevamente.
—Quizás.
Pero las leyendas no besaban a las mujeres del modo en que Wulf la había besado, ni encontraban el modo de meterse en sus sueños.
Dos horas más tarde, Cassandra decidió utilizar su último recurso… su padre.
Kat condujo hasta la oficina de su padre, que quedaba en un edificio de muchos pisos en el centro de St. Paul. Considerando todos los puntos, el tráfico de media mañana era leve y Kat se las había arreglado para darle sólo un pequeño ataque al corazón con su evasivo estilo de conducción.
Sin importar el momento del día, o qué tan mala fuera la congestión del tráfico, Kat siempre conducía como si los Daimons las estuviesen persiguiendo.
Kat metió el auto a toda velocidad en el estacionamiento, golpeando el portón automático en el camino antes de dar la vuelta rápidamente alrededor de un lento Toyota y golpearlo en un buen sitio.
El conductor las insultó, y luego continuó andando.
—Lo juro, Kat, conduces como si estuvieras en un video juego.
—Sí, sí. ¿Quieres ver la pistola de rayos láser que tengo bajo el capó para destruirlos si no se apartan de mi camino?
Cassandra rió, aunque una parte de ella se preguntó si tal vez Kat tenía algo realmente escondido allí. Conociendo a su amiga, era posible.
En cuanto dejaron el auto en el aparcamiento y entraron al edificio, atrajeron mucha atención. Pero siempre lo hacían. No todos los días la gente veía a dos mujeres que medían más de un metro ochenta. Sin mencionar que Kat era tan sorprendentemente hermosa, Cassandra hubiese tenido que cortarle la cabeza para lograr que encajara en cualquier lugar que no fuera Hollywood.
Como una guardaespaldas decapitada no servía de mucho, Cassandra estaba forzada a tolerar a una mujer que debería estar trabajando para LA Modelsü.
Los guardias de la compañía las saludaron con un asentimiento en la puerta y las hicieron pasar con un gesto de la mano.
El padre de Cassandra era el infame Jefferson T. Peters de Farmacéuticos Peters, Briggs, y Smith, una de las compañías de desarrollo e investigación de medicamentos más grande del mundo.
Mucha de la gente que pasó a su lado mientras caminaba a través del edificio la miraba con recelo. Sabían que era la única heredera de su padre, y todos pensaban que se daba la buena vida.
Si sólo supieran…
—Buen día, señorita Peters –la saludó la asistente administrativa cuando finalmente llegó al vigésimo segundo piso—. ¿Desea que llame a su padre?
Cassandra le sonrió a la mujer, delgada y extremadamente atractiva, quien era muy dulce pero siempre la hacía sentir como si debiese perder diez kilos y pasarse la mano por el pelo tímidamente para aplacarlo. Tina era una de esas personas escrupulosamente bien vestidas que jamás tenían una molécula fuera de lugar.
Vestida con un impecable traje Ralph Lauren, Tina era la completa antítesis de Cassandra, que llevaba el buzo de su universidad y jeans.
—¿Está solo? —Tina asintió—. Entraré y le daré la sorpresa.
—Definitivamente, así será. Sé que estará feliz de verla.
Dejando a Tina con su trabajo y a Kat esperando sentada cerca del escritorio de Tina, Cassandra entró al sagrado dominio de trabajador compulsivo de su padre.
Contemporánea en cuanto al diseño, la oficina tenía una atmósfera “fresca”, aunque su padre era cualquier cosa menos un hombre frío. Había amado a su madre apasionadamente, y desde el momento del nacimiento de Cassandra, la había adorado con todo su ser.
Su padre era un hombre excepcionalmente apuesto, con el cabello castaño oscuro adornado con un distinguido gris. A los cincuenta y nueve, estaba en muy buena forma, y parecía más cercano a los cuarenta largos.
Aunque se había visto forzada a crecer lejos de él, por miedo a que los Apolitas o los Daimons la encontraran si se quedaba demasiado tiempo en un mismo sitio, él jamás había estado lejos de ella, incluso cuando Cassandra había recorrido el mundo. Sólo a una llamada de teléfono o a un vuelo de distancia.
A través de los años, él había aparecido inesperadamente en su puerta con regalos y abrazos, a veces en medio de la noche. A veces a mitad del día.
Cuando era pequeña, ella y sus hermanas solían apostar acerca de cuándo aparecería nuevamente a verlas. Nunca había decepcionado a ninguna de ellas, ni se había perdido de un solo cumpleaños.
Cassandra amaba a este hombre más que a nada en el mundo, y la aterraba pensar qué le pasaría si ella muriese dentro de ocho meses, como los demás Apolitas. Demasiadas veces había presenciado su dolor y sufrimiento mientras enterraba a su madre y a cuatro hermanas mayores.
Cada muerte había desgarrado su corazón, especialmente el auto bomba que había matado a su madre y a sus dos últimas hermanas.
¿Será capaz de soportar otro revés semejante?
Dejando ese aterrador pensamiento a un lado, se acercó a su escritorio de acero y vidrio.
Él estaba hablando por teléfono, pero colgó en el instante en que levantó la vista de su montón de papeles y la vio.
Con el rostro instantáneamente iluminado, se paró y la abrazó; luego se apartó con un ceño preocupado.
—¿Qué estás haciendo aquí, bebé? ¿No deberías estar en clase?
Ella le dio un golpecito en el brazo y lo urgió a regresar a su lado del escritorio mientras se dejaba caer en una de las cómodas sillas de enfrente.
—Probablemente.
—¿Entonces porqué estás aquí? Tú no faltas a una clase para venir a verme.
Ella rió porque él repetía la opinión de Kat de antes. Quizás necesitaba alterar un poquito sus hábitos. En su situación, una conducta previsible era un peligroso inconveniente.
—Quería hablar contigo.
—¿Acerca de?
—Los Cazadores Oscuros.
Él se puso pálido, haciendo que Cassandra se preguntara cuánto sabía él, y cuánto pensaba compartir. Tenía una desagradable tendencia a sobreprotegerla, de aquí su largo legado de guardaespaldas.
—¿Por qué quieres saber acerca de ellos? –le preguntó cautelosamente.
—Porque anoche fui atacada por Daimons y un Cazador Oscuro salvó mi vida.
Él se puso de pie de golpe y corrió hacia el otro lado del escritorio.
—¿Te lastimaron?
—No, papi –se apresuró a asegurarle mientras él intentaba inspeccionar su cuerpo en busca de daños—. Sólo me asustaron.
Él se apartó con un ceño sombrío, pero mantuvo sus manos en los brazos de su hija.
—Está bien, escucha. Necesitas abandonar el colegio, haremos…
—Papi –le dijo con firmeza—, no abandonaré a menos de un año de graduarme. Estoy harta de escapar.
Aunque podía no seguir viva dentro de ocho meses, había una posibilidad de que pudiera. Hasta que estuviera segura, había jurado vivir su vida lo más normalmente posible.
Cassandra vio el horror en su rostro.
—Esto no es algo discutible, Cassandra. Le juré a tu madre que te mantendría a salvo de los Apolitas y lo haré. No permitiré que te maten también.
Ella apretó los dientes ante el recordatorio de un juramento que su padre consideraba tan sagrado como su oficina y su compañía. Conocía demasiado bien el legado que había heredado de la familia de su madre.
Siglos atrás, había sido su ancestro quien había causado que los Apolitas fueran malditos.
Por culpa de los celos, su tatara-tatara-algo había enviado soldados a asesinar al hijo y la amante del dios Apolo. En represalia, el dios griego del sol había quitado su apoyo a todos los Apolitas.
Como la reina de los Apolitas había ordenado a sus hombres que hicieran como si una bestia hubiese destruido a la madre y al hijo, Apolo le dio a los Apolitas rasgos de bestias: largos dientes caninos, velocidad, fuerza, y ojos de depredadores. Estaban forzados a alimentarse de la sangre de los demás para poder sobrevivir.
Los había desterrado de la luz del sol para que el furioso dios jamás tuviera que volver a verlos.
Pero el más crudo golpe de todos era que los había condenado a una vida de sólo veintisiete años; la misma edad que tenía su amante cuando había sido asesinada por los Apolitas.
En su vigésimo séptimo cumpleaños, un Apolita pasaba el día entero desintegrándose lenta y dolorosamente. Era una muerte tan horrenda que la mayoría de ellos se suicidaba según el ritual, el día anterior a su cumpleaños, para escapar de ella.
La única esperanza que tenía un Apolita era asesinar a un humano y tomar el alma dentro de su propio cuerpo. No existía otro modo de prolongar su corta vida. Pero en el instante en que se convertía en Daimon, pasaban de un lado al otro e invocaban la ira de los dioses.
Entonces aparecían los Cazadores Oscuros, para matarlos y liberar las almas humanas antes de que al estar atrapadas se marchitaran y murieran.
En ocho breves meses, Cassandra cumpliría veintisiete años.
Era algo que la aterraba.
Era en parte humana y por esa razón podía caminar bajo el sol, pero tenía que mantenerse cubierta y no podía estar fuera demasiado tiempo sin quemarse severamente.
Sus largos dientes caninos habían sido limados por un dentista cuando tenía diez años, y aunque era anémica, su necesidad de sangre era satisfecha con transfusiones bimestrales.
Era afortunada. El puñado de Apolita-humanos que había conocido a través de los años se había inclinado principalmente hacia su herencia Apolita.
Todos ellos habían muerto a los veintisiete.
Todos ellos.
Pero Cassandra siempre se había aferrado a la esperanza de que tenía suficiente de humana como para pasar su cumpleaños.
Pero finalmente, no sabía, y nunca había podido encontrar a alguien que supiera más sobre su “condición” que ella misma.
Cassandra no quería morir. No ahora, cuando le quedaba tanto por vivir. Deseaba la mayoría de las cosas que los demás deseaban. Un esposo. Una familia.
Más que nada, un futuro.
—Quizás este Cazador Oscuro sabe algo acerca de mi sangre mezclada. Tal vez, él…
—Tu madre se volvería loca si escuchara su nombre –le dijo su padre mientras le acariciaba la mejilla—. Sé muy poco sobre los Apolitas, pero sé que todos ellos odian a los Cazadores Oscuros. Tu madre dijo que eran malvados asesinos sin alma con los que no se podía razonar.
—No son Terminator, papi.
—Por el modo en que tu madre hablaba de ellos, lo son.
Bueno, eso era cierto. Su madre había pasado horas advirtiéndole a ella y a sus hermanas para que se mantuvieran alejadas de tres cosas: Cazadores Oscuros, Daimons, y Apolitas; en ese orden.
—Mamá jamás conoció a ninguno. Todo lo que sabía era lo que sus padres le habían contado, y apostaría a que ellos tampoco conocieron a uno. Además, ¿qué tal si este Cazador Oscuro es la clave para ayudarme a encontrar un modo de vivir más tiempo?
Su padre apretó su mano con más fuerza.
—¿Y qué si fue enviado a matarte al igual que los Daimons y Apolitas que mataron a tu madre? Sabes lo que dice el mito. Te asesinan, y la maldición desaparece en ellos.
Ella pensó en eso un segundo.
—¿Y qué sucede si tienen razón? ¿Qué sucedería si mi muerte permitiese que los demás Apolitas vivieran normalmente? Quizás debería morir.
El rostro de su padre se enrojeció de furia. Su mirada quemó la de ella mientras la agarraba con más fuerza aún.
—Cassandra Elaine Peters, será mejor que jamás vuelva a oírte decir eso. ¿Me comprendes?
Cassandra asintió, arrepentida por haber elevado su presión sanguínea cuando eso era lo último que quería hacer.
—Lo sé, papi. Sólo estoy molesta.
Él le besó la frente.
—Lo sé, bebé. Lo sé.
Ella vio el tormento en su rostro mientras se levantaba y regresaba a su silla.
Él no dijo lo que ambos pensaban. Mucho tiempo atrás él había confiado a un pequeño grupo de investigadores la tarea de encontrar una “cura” para su extraña enfermedad, y sólo se encontró con que la ciencia moderna era impotente ante la ira de un antiguo dios.
Quizás él tenía razón, quizás Wulf era tan peligroso para ella como todos los demás. Sabía que los Cazadores Oscuros habían jurado matar a los Daimons, pero no sabía cómo se manejarían con los Apolitas.
Su madre le había dicho que no confiara en nadie, especialmente en quienes se ganaban la vida asesinando a su gente.
Aún así, su instinto le decía que una raza que había pasado la eternidad cazando a la suya sabría todo sobre ellos.
Además, ¿por qué un Cazador Oscuro ayudaría a un Apolita cuando eran enemigos jurados?
—Fue una idea estúpida, ¿verdad?
—No, Cassie –le dijo su padre amablemente—. No fue para nada estúpida. Simplemente no quiero verte herida.
Ella se levantó y fue a abrazarlo y darle un beso.
—Iré a clases y lo olvidaré.
—Aún deseo que pensaras en irte por un tiempo. Si esos Daimons te vieron, pueden haberle dicho a alguien más que estás aquí.
—Confía en mí, papi, no tuvieron tiempo. Nadie sabe que estoy aquí, y no quiero irme.
Jamás.
La palabra fue tácita entre ellos. Vio que los labios de su padre temblaban mientras ambos pensaban en el hecho de que el reloj estaba corriendo para ella.
—¿Por qué no vienes a cenar esta noche? –Le preguntó su padre—. Me iré del trabajo temprano, y…
—Le prometí a Michelle que podríamos hacer algo. ¿Nos vemos mañana?
Él asintió y le dio un apretón tan fuerte que ella dio un respingo ante la presión de los brazos alrededor de su cintura.
—Ten cuidado.
—Lo haré.
Por la expresión de su rostro, ella podía decir que su padre no quería que se fuera más de lo que ella misma quería partir.
—Te quiero, Cassandra.
—Lo sé. Yo también te quiero, papi.
Le sonrió y lo dejó solo con su trabajo.
Cassandra recorrió el camino desde la oficina hasta fuera del edificio, mientras sus pensamientos regresaban a sus sueños con Wulf y el modo en que lo había sentido entre sus brazos.
Kat se quedó detrás y se mantuvo completamente callada, dándole el espacio que necesitaba. Era lo que más adoraba de su guardaespaldas.
A veces parecía que Kat estaba conectada psíquicamente con ella.
Mientras caminaba por la calle hacia la cafetería, Cassandra comenzó a pensar más y más acerca de los Cazadores Oscuros.
Como antes les había dado poca importancia, tomándolos como mitos que su madre había usado para asustarla, nunca los había investigado realmente mientras había estudiado sobre la Grecia antigua. Desde que era una niña había pasado su tiempo libre investigando la historia de su madre, y viejas leyendas.
No podía recordar haber encontrado una mención sobre los Cazadores Oscuros en sus lecturas, lo que en su mente simplemente había confirmado que su madre le transmitía historias sobre cucos, y no gente real.
Pero tal vez ella había pasado por alto…
—¡Hey, Cassandra!
Saliendo de sus meditaciones, levantó la vista y vio a uno de los chicos de la escuela saludándola con la mano mientras ella se acercaba a Starbucks. Él era un par de centímetros más bajo que ella y era muy lindo, en un estilo muy Boy Scout. Su corto cabello negro era ondulado, y tenía amistosos ojos azules.
Algo acerca de él le recordaba a Opie Taylor de The Andy Griffith Showü, y ella esperaba a medias que él le dijera “señora.”
—Chris Eriksson –susurró Kat en voz baja cuando él se acercó.
—Gracias –le dijo Cassandra en un tono igualmente bajo, agradecida de que Kat recordara mejor los nombres que ella.
Siempre recordaba los rostros, pero los nombres se le escapaban con frecuencia.
Él se detuvo ante ellas.
—Hola, Chris –le dijo, sonriéndole. Él era verdaderamente agradable y siempre intentaba ayudar a quien lo necesitara—. ¿Qué te trae por aquí?
Lo notó instantáneamente incómodo.
—Yo… eh… estaba buscando algo para alguien.
Kat intercambió una mirada interesada con ella.
—Suena un poco sospechoso. Espero que no sea ilegal.
Él se sonrojó profusamente.
—No, no es ilegal. Simplemente un poco personal.
Por alguna razón, a Cassandra le agradaba más cómo sonaba lo de que fuera ilegal. Esperó un minuto o dos mientras él se veía bastante incómodo.
Chris era un estudiante universitario aún no graduado en su clase de Inglés Antiguo. En realidad no se habían hablado demasiado, excepto para comparar notas cada vez que ella había tenido problemas para traducir algo. Chris era el preferido del profesor y tenía una puntuación perfecta en todas las evaluaciones.
Todos en la clase querían colgarlo por elevar el promedio.
—¿Hiciste la tarea para la clase de esta tarde? –le preguntó finalmente. Ella asintió—. Fue genial, ¿cierto? Una cosa realmente emocionante.
Por su expresión, ella podía asegurar que hablaba en serio.
—Como que me perforen los dientes sin Novocaína –respondió ella, intentando ser graciosa y divertida.
Él no lo tomó de ese modo.
Su semblante se enserió.
—Lo siento. Estoy comportándome como un traga libros nuevamente. –Se tiró nerviosamente de la oreja y dejó caer la mirada al suelo—. Será mejor que me vaya. Hay otras cosas que necesito hacer.
Cuando comenzaba a alejarse, ella lo llamó.
—Hey, ¿Chris? –él se detuvo y la miró—. ¿Síndrome de hijo sobreprotegido?
—¿Perdón?
—También eres un hijo sobreprotegido, ¿verdad?
Chris se rascó la nuca.
—¿Cómo lo supiste?
—Créeme, tiene los clásicos síntomas. Yo también solía tenerlos, pero luego de años de intensa terapia, aprendí a esconderlos y ahora logro funcionar casi con normalidad.
Él se rió ante sus palabras.
—¿Tienes el nombre del terapeuta a mano?
Ella sonrió.
—Seguro. —Cassandra inclinó su cabeza hacia la cafetería—. ¿Tienes tiempo para acompañarnos a tomar una taza de café?
—Sí, gracias.
Cassandra y Kat fueron hacia Starbucks con Chris detrás de ellas, que parecía un cachorro contento de que su dueño estuviera en casa.
Luego de comprar sus bebidas, se sentaron en la parte trasera, alejados de las ventanas, donde la luz no podía quemarla.
—Entonces, ¿por qué estás cursando Inglés Antiguo? – Le preguntó Chris luego de que Kat se excusara para ir al tocador—. No pareces el tipo de persona que se ofrece voluntariamente para ese estilo de castigo.
—Siempre estoy intentando investigar… cosas viejas –le respondió, a falta de un mejor término. Era difícil explicar a un extraño que buscaba maldiciones y hechizos con la esperanza de alargar su vida—. ¿Y tú? Da la impresión de que estarías más cómodo en una clase de computación.
Él se encogió de hombros.
—Fue luego de aprobar con demasiada facilidad este semestre. Quería algo que me costara un poco más.
—Sí, pero, ¿Inglés Antiguo? ¿En qué clase de hogar vives?
—En uno donde lo hablan.
—¡Estás bromeando! – Le dijo, incrédula—. ¿Quién diablos habla ese idioma?
—Nosotros. En serio.
Entonces le dijo algo que ella no pudo entender.
—¿Acabas de insultarme?
—No –le dijo sinceramente—. Jamás haría algo así.
Ella sonrió mientras miraba de reojo la mochila de Chris, cuando tuvo una reacción tardía. Había una afligida agenda marrón que se veía dentro de una pequeña bolsa que tenía el cierre abierto. La agenda tenía una cinta borgoña colgando hacia afuera, con un interesante prendedor adherido. El prendedor tenía el dibujo de un escudo circular con dos espadas cruzadas, y sobre las espadas estaban las iniciales C.O.
Qué extraño era ver eso justamente hoy, cuando ella tenía en mente un tipo completamente diferente de C.O.
Tal vez era un presagio…
—¿C.O.? –le preguntó, tocando el emblema.
Lo dio vuelta y su corazón se detuvo cuando vio las palabras “Cazador Oscuro.com” grabadas en él.
—¿Eh? —Chris observó la mano de ella—. Oh… ¡Oh! –dijo, poniéndose otra vez repentinamente nervioso. Se lo quitó y lo metió de vuelta en su mochila, luego corrió el cierre—. Simplemente es algo con lo que juego a veces.
¿Por qué estaba tan tenso? ¿Tan evidentemente incómodo?
—¿Estás seguro de que no estás haciendo nada ilegal, Chris?
—Sí, confía en mí. Si tuviese siquiera un pensamiento ilegal, me atraparían y me patearían el trasero.
Cassandra no estaba tan segura de eso cuando Kat se les unió.
Cazador Oscuro.com…
No había intentado buscarlos sin un guión entre las palabras. Y ahora tenía una dirección para probar.
Conversaron algunos minutos más acerca de la clase y el colegio, luego se separaron para que Chris pudiera terminar con sus recados antes de su clase de Inglés Antiguo hacia finales de la tarde, y ella pudiera regresar al campusü antes de la próxima.
Podía faltar a una clase por día, pero dos…
No. Cassandra era muy dedicada.
En poco tiempo, estaba a salvo y cómodamente establecida detrás de su escritorio, esperando que su profesor de Clásicos apareciera, mientras otros estudiantes conversaban a su alrededor. Kat estaba cerca, en una pequeña sala de espera donde leía una novela de Kinley MacGregor.
Mientras Cassandra esperaba al profesor, abrió su Palm Pilot y decidió navegar un poco en la red. Tipeó Cazador-Oscuro.com.
Esperó mientras la página se cargaba.
En el instante en que lo hizo, jadeó.
Oh, esto se estaba poniendo bueno…
ü LA Models : Famosa agencia de modelos.
ü Starbucks: conocida cadena de cafetería norteamericana
ü Java: Arabian Mocha Java, nuevo tipo de café de Starbucks, exótica mezcla de cafés de Yemen y Java
ü Serie televisiva de la década del ’60 acerca de un sheriff viudo y su hijo adolescente, quienes vivían en el pequeño y tranquilo pueblo de Mayberry Opie era el personaje del hijo.
ü Fort Knox: Está situado en el estado de Kentucky, lugar donde el Tesoro de los Estados Unidos guarda de sus reservas en oro. Se considera inexpugnable.
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