viernes, 27 de enero de 2012

DWD cap 9

Las lágrimas caían por las mejillas de Astrid, mientras sentía la fuerza caliente de su mano, al ver sus largos dedos entrelazados con los de ella.
Su mano era grande, masculina y envolvía la suya con poder.
Esas manos habían matado, pero también habían protegido. La habían cuidado y le habían dado placer.
Por ese simple acto, supo que finalmente había hecho contacto con él.
Había alcanzado lo inalcanzable.
Luego el contacto se perdió.
La cara de Zarek se endureció al soltar con fuerza su mano. —No quiero ser cambiado. Ni por ti. Ni por nadie.
Gruñendo con ira, la rozó al pasar y caminó hacia la puerta.
Astrid hizo algo que nunca antes había hecho.
Maldijo.
Maldito él por no quedarse. Maldito por ser tan estúpido.
—Te lo dije, es un culo—duro[1].
Se giró para ver a M'Adoc parado tras ella, mirando fijamente hacia la puerta mientras Zarek se alejaba caminando con paso pesado sobre la nieve.
—¿Cuánto tiempo has estado escuchando a escondidas? —preguntó al Oneroi.
—No por mucho. Sé cuando no entrometerme en un sueño.
Ella entrecerró sus  ojos significativamente. —Mejor que sea así.
Haciendo caso omiso de ella y de su amenaza tácita, se movió para mirar a Zarek abriéndose camino a través de la nieve.
—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó.
—Golpearlo con una vara hasta que entre en razones.
—No serías la primera en intentarlo –dijo M'Adoc secamente. –El problema es que es inmune a eso.
Ella dejó un largo suspiro, rendida. Era cierto.
—No sé qué hacer —confesó —me siento tan indefensa, desvalida respecto a él.
Algo así sabio brilló detrás de los brillantes ojos pálidos de M'Adoc. —No deberías haberlo atrapado aquí o a ti misma, en todo caso. Es peligroso permanecer en este reino demasiado tiempo.
—Lo sé, ¿pero que otra cosa podía hacer? Él no permanece quieto y estaba decidido a dejar mi cabaña. Sabes que no puedo permitir eso —. Hizo una pausa y le dirigió al Dream Hunter una mirada suplicante. —Necesito una guía, M'Adoc. Desearía poder hablar con Acheron. Él es el único que sé que me podría contar sobre Zarek.
—No. Zarek puede contarte.
—Pero no lo hará.
Él sostuvo su mirada. —¿Entonces te das por vencida?
—Nunca.
Él le dirigió una rara sonrisa dejándole saber que estaba leyendo sus emociones. –No me imaginé tanto. Me alegra saber que ya no estás desanimada.
—¿Pero cómo lo alcanzo? Estoy abierta a todas las ideas y sugerencias en este punto.
M'Adoc extendió la mano y un pequeño libro, azul oscuro, apareció en su palma. Se lo dio a ella.
Astrid miró la copia de El Principito en sus manos.
—También es el libro favorito de Zarek –dijo M'Adoc.
No era extraño que Zarek hubiera podido citárselo.
M'Adoc dio un paso atrás.  —Es un libro de desengaño y supervivencia. Un libro de magia, esperanza y promesa. Insólito que le llegara al corazón, no?
M'Adoc salió del sueño brillando intermitentemente y la dejó hojeando el libro. Ella vio que M'Adoc había marcado ciertos pasajes y párrafos.
Astrid cerró la puerta y se lo llevó al confortable sillón que repentinamente había aparecido en la cabaña.
Ella sonrió. A todos los dioses del sueño les gustaba hablar en acertijos y metáforas. Rara vez decían algo categóricamente, sino que hacían a las personas procesar sus respuestas.
M'Adoc, el jefe de los Oneroi, había dejado sus pistas en este libro.
Si esto podía ayudarla a comprender a Zarek, entonces leería lo que le había marcado.
Tal vez entonces pudiera tener la esperanza de salvarlo.
Jess se zambulló en la pequeña tienda de artículos varios y se sacudió como un perro mojado saliendo de la lluvia. Estaba tan malditamente frío aquí que no lo podía aguantar.
¿Cómo había sobrevivido Zarek en Alaska antes de la calefacción central? Tenía que darle crédito a su amigo. Un hombre tenía que ser duro y peligroso para vivir aquí sin ayuda de amigos o Escuderos.
Personalmente, prefería ser azotado por pistolas y tirado desnudo en un nido de serpientes cascabel.
Había un señor mayor detrás del mostrador que le dirigió una sonrisa conocedora, como si entendiera por qué Jess había maldecido tan pronto como entró. El hombre tenía la cabeza cubierta de gruesas canas y una barba coloreada tipo sal y pimienta. Su viejo suéter verde tenía remiendos, pero tenía buen aspecto y se veía abrigado. —¿Lo puedo ayudar?
Jess bajó la bufanda de su cara y asintió brusca y amigablemente al hombre. Los modales dictaban que tenía que quitarse su Stetson negro mientras estaba adentro, pero maldición si lo hacía y dejaba escapar una onza de calor de su cuerpo.
Necesitaba cada pizca de eso.
—Hola, señor –dijo arrastrando las palabras en forma educada. —Estoy en busca de café negro o cualquier otra cosa que tenga, que esté caliente. Realmente caliente.
El hombre se rió y apuntó hacia una cafetera en la parte trasera. —Usted no debe ser de por aquí.
Jess se dirigió hacia el café.  —No, señor, y gracias a Dios por eso.
El viejo se rió otra vez. —Ah, quédese por aquí un tiempo y su sangre se espesará lo suficientemente hasta que ni siquiera lo advierta.
Lo dudaba. Su sangre tendría que estar petrificada para no sentir este frío.
Quería regresar su trasero a Reno antes de convertirse en el primer Cazador Oscuro en la historia que se muriese de frío.
Jess vertió café hasta el tope en un vaso térmico y se dirigió al mostrador. Lo apoyó y buscó a través de los cinco millones de capas de abrigo, de la camisa de franela, suéter, y calzoncillos largos de lana, hasta sacar la billetera de su bolsillo trasero, para pagar. Su mirada cayó a una caja de vidrio, en donde alguien había colocado una figura de madera, tallada a mano, de un cowboy sobre un potro salvaje.
Jess frunció el ceño al reconocer al caballo y luego al hombre.
Era él.
Le había enviado a Zarek, por correo electrónico, una foto del verano pasado, de él montando su último semental. Maldición si esa no era una copia exacta de la foto.
—Oiga –dijo el viejo caballero al advertirlo también. —Usted se parece a mi estatua.
—Sí, señor, advertí eso. ¿Dónde la consiguió?
El hombre miraba de la figura a él para comparar sus parecidos. —La subasta anual de Navidad que tuvimos en noviembre pasado.
Jess frunció el ceño. —¿La subasta de Navidad?
—Cada año el Club Oso Polar se reúne para juntar dinero para los pobres y enfermos. Tenemos una subasta anual, y por los últimos, no sé bien, veinte años o así, Santa ha estado dejando un par de bolsas inmensas con piezas como esta, talladas en madera, que vendemos. Pensamos que es un artista local o algo por el estilo quién no quiere hacer saber donde vive. Todos los meses un giro postal de bastante dinero llega anónimamente a nuestro apartado de correos, también. La mayor parte de nosotros cree que es el mismo tipo.
—¿Santa, como Santa Claus?
El hombre asintió con la cabeza.  —Sé que es un nombre estúpido, pero no sabemos como llamarlo. Es simplemente un tipo que viene en invierno y hace buenas acciones. La policía lo ha visto una o dos veces llevando las bolsas a nuestro centro, pero lo dejan solo. Él palea los caminos de acceso de las personas de edad y talla un montón de esas esculturas de hielo que  usted probablemente ha visto alrededor del pueblo.
Jess sintió que su mandíbula se aflojaba, luego rápidamente mordió para cerrarla antes de mostrar sus colmillos. Sí. Él había visto esas esculturas.
¿Pero Zarek?
Difícilmente parecía algo que el ex—esclavo haría. Su amigo era brusco en el mejor de los casos y categóricamente irascible en el peor ellos.
Pero claro, Zarek nunca le había dicho lo que hacía aquí para pasar el rato. Nunca le decía mucho de nada, realmente.
Jess pagó por el café, luego regresó a la calle.
Caminó hasta el final de esta, donde una de las esculturas de hielo descansaba en una intersección. Era un alce, de casi dos metros y medio de altura. La luz de luna brillaba sobre la superficie, que estaba tan intrincadamente esculpida, que parecía que el alce estaba listo para soltarse y correr hacia su casa.
¿El trabajo de Zarek?
Es que no parecía bien.
Jess fue a tomar otro sorbo de café sólo para percatarse que ya se había enfriado.
—Odio Alaska —refunfuñó, lanzando el café al suelo y tapando el vaso.
Antes de que pudiera encontrar un cubo de basura, su teléfono celular sonó.
Comprobó la identificación del que llamaba para ver que era Justin Carmichael, uno de los Escuderos de los Ritos de Sangre que estaban aquí para cazar a Zarek. Parece ser que una vez que los Oráculos se enteraron que Artemisa y Dionisio querían muerto a Zarek, inmediatamente habían notificado al Concejo, quien a su vez había enviado a una banda de  Escuderos para cazar y matar al Cazador Oscuro sentenciado.
Jess era todo lo que había entre ellos y Zarek.
Nacido y criado en la ciudad de Nueva York, Justin era un joven, de aproximadamente veinticuatro años, con una actitud repugnante que a Jess no le preocupaba mucho.
Respondió la llamada. —Si, Carmichael, ¿qué necesitas?
—Tenemos un problema.
—¿Y cuál es?
—¿Conoces a la mujer que ayudaba a Zarek? ¿Sharon?
—¿Que sucede con ella?
—La acabamos de encontrar. Recibió una paliza bastante mala y su casa ha sido quemada hasta los cimientos. Te apuesto que Zarek decidió vengarse.
La sangre de Jess se enfrió. —Mierda. ¿Hablaste con ella?
—Confía en mí, ella no estaba en condiciones de conversar cuando la encontramos. Está con los doctores ahora mismo y nosotros nos dirigimos a la cabaña de Zarek para ver si podemos encontrar a ese bastardo y hacerle pagar esto antes de que lastime a alguien más.
—¿Qué hay acerca de la hija de Sharon?
—Estaba en la casa de un vecino cuando ocurrió. A Dios gracias. He puesto a Mike a cuidar de ella en caso de que Zarek regrese otra vez.
Jess no podía respirar y no era por el aire helado. ¿Cómo podía ocurrir esto? A diferencia de los Escuderos, sabía que Zarek no tenía nada que ver con esto.
Solo él sabía en dónde estaba Zarek realmente.
Ash le había confiado la verdad de lo que estaba pasando y le había encargado que se asegurara que nadie interviniera hasta que la prueba de Zarek hubiese terminado.
Bueno, las cosas iban más al sur que una bandada de gansos en otoño.
—No te muevas hasta que llegue allí —dijo al Escudero. —Quiero ir a su cabaña con ustedes.
—¿Por qué? ¿Planeas meterte otra vez, en el medio de nuestro camino, cuando lo eliminemos?
Esas palabras lo pincharon como un rebaño de puercos espines.  —Chico, mejor tomas ese tono y lo limpias. No soy un Escudero  al que le estas hablando; sucede que soy uno de los hombres a los que tienes que responder. No es de tu maldita incumbencia por qué voy. No te muevas hasta que te diga de hacerlo o voy a mostrarte cómo hice una vez que Wyatt Earp se meara en sus pantalones.
Carmichael vaciló antes de hablar otra vez. Cuando lo hizo, su voz era agradable y calma.  —Sí, señor. Estamos en el hotel y lo estamos esperando.
Jess colgó el teléfono y lo regresó a su bolsillo.
Se sentía fatal acerca de Sharon. Ella no debería haber estado en peligro para nada. Ninguno de los Escuderos se habría atrevido a lastimarla.
Y a pesar de lo que los otros pensaban, él sabía que Zarek no lo hubiera hecho aún si hubiera podido.
Zarek justamente no era el tipo que golpeaba a aquellos más débiles que él.
¿Pero, quién más se habría atrevido?

Astrid encontró a Zarek en medio de un pueblo medieval quemado hasta los cimientos.
Había cuerpos, quemados y no quemados, desparramados por todas partes. Hombres y mujeres. De todas las edades. La mayoría de ellos tenían desgarradas las gargantas como si un Daimon o alguna criatura similar se hubiese alimentado de ellos.
Zarek caminó entre ellos, su cara sombría. Sus ojos atormentados.
Tenía sus brazos alrededor de él como para protegerse del horror del cual era testigo.
—¿En dónde estamos? –preguntó ella.
Para su asombro, él contestó —Taberleigh.
—¿Taberleigh?
—Mi pueblo –murmuró él, su voz angustiada y tensa.  —Viví aquí por trescientos años. Había una vieja arpía que me vio una vez cuando era una muchachita. Solía dejarme cosas de vez en cuando. Una pierna de carne de cordero, un odre de cerveza. Algunas veces nada más que una nota para darme las gracias por cuidarlos —miró a Astrid, su cara obsesionada. —Se suponía que debía protegerlos.
Antes de que pudiera preguntarle que había sucedido con el pueblo, oyó los gritos amortiguados de una vieja.
Zarek corrió hacia ella.
La mujer yacía en la tierra envuelta en ropas rotas, su cuerpo viejo quebrado. Estaba cubierta en sangre y magulladuras.
Astrid podía decir por la expresión de Zarek que ésta era la mujer sobre la que había hablado.
Zarek cayó de rodillas al lado de ella y limpió la sangre de sus labios mientras ella trataba de respirar.
Los ancianos ojos grises estaban perforados con acusación mientras los enfocaba en él. —¿Cómo pudiste?
La vida se desvaneció de los ojos de la mujer, volviéndolos apagados, cristalizados.
Ella se volvió floja en sus brazos.
Zarek gritó con ferocidad. Soltó a la mujer y se obligó a sí mismo a pararse. Caminó de arriba abajo en un ancho círculo, pasando sus manos coléricamente a través de su pelo.
Jadeando, se veía igual de demente como todo el mundo afirmaba.
Astrid sufría por él. Ella no entendía sobre que trataba esto. Lo que él volvía a vivir.
Ella lo siguió. —¿Zarek, que sucedió aquí?
Con cara angustiada, se dio la vuelta para enfrentarla. Odio y culpabilidad ardían en las profundidades de medianoche de sus ojos.
Él pasó su brazo sobre la escena indicándole los cuerpos alrededor de ellos.  —Los maté. A todos ellos —las palabras salieron como si se desgarraran de su garganta.  —No sé por qué hice esto. Solo recuerdo la furia, el anhelo de sangre. Ni siquiera recuerdo haberlos matado. Sólo destellos de personas muriéndose mientras se acercaban a mí.
Su cara estaba desolada. Sus ojos llenos con auto aborrecimiento. —Soy un monstruo. ¿Ves ahora por que no puedo tenerte? ¿Por qué no puedo quedarme contigo? ¿Qué pasa si un día te mato también?
Su pecho se encogió ante sus palabras mientras el pánico y el miedo la absorbían.
¿Lo había juzgado mal?
—Todos los hombres son culpables  —era la frase favorita de su hermana Atty. —Los únicos hombres honestos son los niños que aún no han aprendido a decir mentiras.
Astrid horrorizada, miró alrededor, los cadáveres...
¿Realmente él podía ser capaz de hacer algo así?
Ella no sabía qué pensar ahora. Quienquiera que fuese responsable de esta matanza merecía morir. Esto más que explicaba por qué Artemisa no lo quería alrededor de las personas.
Astrid hizo una pausa en ese pensamiento.
Espera un momento...
Algo estaba mal.
Mortalmente equivocado.
Astrid miró los cuerpos alrededor de ellos. Cuerpos humanos. Algunos de niños, la mayor parte, de mujeres.
Si Zarek hubiese hecho esto, entonces Acheron lo habría matado instantáneamente. Acheron se rehusaba a tolerar a cualquiera que atacara a los débiles e indefensos. Y especialmente cualquiera que dañara a un niño.
No había manera de que Acheron soportara dejar vivir a un Cazador Oscuro que pudiera destruir y matar a la gente que había sido enviado a proteger. Ella supo eso con cada molécula de su cuerpo.
—¿Estás seguro quehiciste esto? —preguntó.
Él se vio consternado por su pregunta. —¿Quién más lo habría hecho? No había nadie más aquí. ¿Ves a alguien aparte de mí con colmillos?
—Tal vez un animal.
—Yo fui el animal, Astrid. No había nadie más capaz de hacer esto.
Ella aún no creía en eso. Debía haber otra explicación. —Dijiste que no recordabas haberlos matado. Tal vez no lo hiciste.
Furia y dolor destellaron en sus ojos.  —Recuerdo lo suficiente. Sé que hice esto. Todo el mundo lo sabe. Es por eso que los otros Cazadores Oscuro me temen. Por lo que no me hablan. Por lo que fui desterrado a un lugar donde no hay personas para proteger. Por lo que me despierto todas las noches temiendo que Artemisa me aleje de Fairbanks hacia un área donde aún hay menos personas.
Parte de ella temía que él estuviera diciendo la verdad, pero lo descartó.
En su corazón sabía que el hombre atormentado que podía hablar poéticamente y hacer hermosas figuras de arte con sus manos, a quien podía importarle un animal que lo había herido, nunca, jamás haría esto.
Pero necesitaba probarlo.
El instinto no sería prueba suficiente para ofrecer a su madre o a Artemisa. Demandarían alguna prueba de su inocencia.
Probar que él no era capaz de matar humanos.
—Solo quisiera saber por qué hice esto –gruñó Zarek. —Que fue lo que me volvió tan loco para haberlos matado y ni siquiera poder recordarlo.
La miró con ojos desolados. —Soy un monstruo. Artemisa tiene razón. No tengo un sitio cerca de las personas normales.
Las lágrimas fluyeron a sus ojos ante sus palabras. —No eres un monstruo, Zarek.
Ella se rehusaba a creer eso.
Astrid lo empujó a sus brazos, ofreciéndole consuelo, que no estaba segura que él aceptara.
Al principio se quedó rígido como si estuviese a punto de alejarla, luego se relajó. Ella dejó escapar un suspiro lento, agradeciendo que aceptara su abrazo.
Sus brazos tensos y fuertes la sostuvieron contra su cuerpo delgado que se ondeaba con músculos. Ella nunca había sentido nada como esto. Él era tan duro y tierno al mismo tiempo. Su mejilla estaba presionada contra sus firmes músculos pectorales, sus pechos contra sus acanalados abdominales.
Bajó su mano, recorriéndole la espalda, haciéndolo temblar en sus brazos.
Astrid sonrió ante este poder recién encontrado que tenía sobre él. Debido a que era una ninfa de la justicia, su feminidad había tenido que quedar en segundo plano. No había tiempo para sentirse femenina o sensual.
Pero lo sentía ahora.
Por él. Ella tenía conciencia de su cuerpo por primera vez en su vida. Consciente de cómo su corazón latía al mismo tiempo que el de él. La forma en que su sangre hervía a fuego lento al sentir sus brazos envueltos a su alrededor.
En ese instante, quiso hacer algo por él.
Quería hacerlo sonreír.
A regañadientes, se hizo para atrás y le extendió la mano. —Ven conmigo.
—¿Adónde?
—A algún lugar cálido.
Zarek vaciló. Él sólo confiaba en que las personas lo lastimaran. Y nunca lo habían decepcionado.
Confiar en alguien para que no lo lastimara era completamente distinto.
Profundamente en su interior, quería confiar en ella.
No,  necesitaba confiar en ella.
Una sola vez.
Aspirando profundamente, colocó su mano renuente dentro de la de ella.
Ella lo llevó del pueblo a una playa a la orilla del mar brillante. Zarek parpadeó y entrecerró los ojos contra el brillo poco familiar de la luz.
Levantó su mano para cortar el resplandor del sol que casi había olvidado.
Nunca había ido a la playa. Sólo había visto fotos en revistas y en TV.
Y habían pasado siglos desde que hubiese visto la luz del día. Realmente luz de día.
El sol brillaba sobre su piel, caliente.
Dejó que el calor inundara su cuerpo congelado. Dejó que el sol le acariciara la piel y desvaneciera los siglos de sufrimiento y soledad.
Vestido sólo con pantalones de cuero negro, Zarek caminó encima de la playa arenosa, mirando todo y enfocando la atención en nada en particular.
Esto era incluso mejor que su estadía en Nueva Orleáns. El oleaje atronaba alrededor de ellos mientras golpeaba contra la playa, el viento azotaba en su pelo. La arena estaba caliente y se pegaba a sus pies.
Astrid pasó corriendo hacia el borde del agua.
La observó mientras se sacaba las ropas de su cuerpo hasta quedarse son un bikini azul diminuto.
Ella lo miró traviesamente, lo recorrió con una mirada caliente que lo hizo temblar a pesar del calor. —¿Te gustaría acompañarme?
—Creo que me vería extraño en un bikini.
Ella se rió de él. —¿Eso fue un chiste? ¿Puede ser que hicieras un verdadero chiste?
—Sí, debo estar poseído o algo.
Seducido realmente. Por una ninfa del mar.
Ella se acercó con un paso determinado.
Zarek esperó, incapaz de respirar. De moverse. Era como si viviera o muriera por el balanceo descarado de sus caderas.
Se detuvo ante él y desabotonó sus pantalones. La sensación de sus dedos rozando contra el parche delgado de pelo que corría de su ombligo a su ingle lo estremeció. Se endureció instantáneamente, queriéndola saborear otra vez.
Ella lentamente abrió la cremallera de sus pantalones mientras levantaba su mirada a través de sus pestañas.
Un pequeño milímetro antes de que liberara su erección, pareció que  perdía su audacia. Mordiéndose los labios, arrastró sus manos en dirección contraria, arriba, hacia su pecho.
Zarek aún no podía respirar mientras ella extendía sus manos en su pecho desnudo.
—¿Por qué me tocas cuando nadie lo hace? —preguntó.
—Porque me dejas. Me gusta tocarte.
Él cerró los ojos mientras su caricia tierna lo chamuscaba. ¿Cómo algo así de simple se podía sentir tan increíble?
Ella dio un paso hacia sus brazos y él instintivamente la abrazó. Sus pechos rozaron sus abdominales, poniéndolo aun más duro, haciéndolo doler.
—¿Alguna vez hiciste el amor en la playa?
Su respiración quedó atrapada ante sus palabras. —Sólo he hecho el amor contigo, princesa.
Ella se paró en puntas de pie a fin de poder capturarle los labios en un dulce y atormentado beso.
Haciéndose hacia atrás, le sonrió mientras abría la última parte de su cremallera y lo tomaba en su mano. —Entonces, Hombre de Nieve—Zarek[2], está a punto de hacerlo.
Ash estaba sentado solo en el templo de Artemisa, justo afuera de la sala del trono, en la terraza donde podía mirar la bella cascada multicolor. Su pelo rubio dorado estaba recogido en una cola de caballo, estaba sentado sobre el pasamano de mármol con su espalda desnuda contra una columna acanalada.
La fauna silvestre, a salvo de cazadores y de cualquier otro peligro, por la protección de Artemisa, apacentaba en un patio donde la tierra estaba hecha de nubes. El único sonido venía de la caída del agua y el grito ocasional de un pájaro silvestre.
Debería estar tranquilo aquí y a pesar de su compostura serena Ash estaba agitado.
Artemisa y sus asistentes lo habían dejado para ir a Theocropolis donde Zeus sesionaba sobre todos los dioses del Olimpo. Ella se iría por horas.
Ni aun eso lo podía complacer.
Quería saber qué estaba sucediendo con la prueba de Zarek. Algo estaba mal, lo sabía. Lo podía sentir, pero no se atrevía a usar sus poderes para investigar.
Podía soportar la furia de Artemisa, pero nunca la desataría encima de Astrid o Zarek.
Así que acá estaba sentado, sus poderes restringidos, su cólera y su frustración atadas.
—¿Akri, puedo desprenderme de tu brazo por un rato?
La voz de Simi quitó una parte del filo de sus emociones. Cuando ella era parte de él, no podía ver u oír algo a menos que él dijese su nombre y le diera una orden. Ella era incluso inmune a sus pensamientos.
Sólo podía sentir sus emociones. Algo que le permitía saber cuando él estaba en peligro, la única vez que ella podía dejarlo sin su permiso.
—Sí, Simi. Puedes tomar forma humana.
Ella se deslizó y se manifestó a su lado. Su largo cabello rubio estaba trenzado. Sus ojos eran de un gris tempestuoso y sus alas de un azul pálido.
—¿Por qué estás tan triste, akri?
—No estoy triste, Simi.
—Sí lo estas. Te conozco, akri, tienes ese dolor en el corazón como el que siente Simi cuando llora.
—Nunca lloro, Sim.
—Lo sé —se acercó más a él para apoyar su cabeza en su hombro. Uno de sus cuernos negro raspaba contra su mejilla, pero Ash no prestó atención. Ella envolvió sus brazos alrededor de él y lo sostuvo cerca.
Cerrando los ojos, la abrazó fuertemente, ahuecando su pequeña cabeza en una de sus manos. Su abrazo recorrió un largo camino para aliviar su espíritu preocupado. Sólo Simi podía hacer eso. Solo ella lo tocaba sin hacerle demandas físicas.
Ella nunca quería algo más que ser su "bebé".
Aniñada e inocente, era el bálsamo que necesitaba.
—¿Entonces, puedo comerme a la diosa pelirroja ahora?
Él sonrió ante la pregunta que más seguido le hacía. —No, Simi.
Ella levantó su cabeza y le sacó la lengua, luego se sentó sobre el pasamano cerca de sus pies descalzos. —Quiero comerla, akri. Ella es una persona perversa.
—La mayoría de los dioses lo son.
—No, no lo son. Algunos, si, pero yo prefiero a los Atlantes. Ellos eran muy simpáticos. La mayor parte de ellos. ¿Nunca conociste a Archon?
—No.
—Bueno, él podía ser perverso. Era rubio, como tú, alto como tú, bueno, más alto que tú, y atractivo como tú, pero no tan guapo como tú. No creo que alguien sea tan guapo como tú. Ni siquiera los dioses. Definitivamente eres único cuando hablamos de apariencia... Oh –dijo ella al recordar a su gemelo. —¿Realmente no eres único, verdad? Pero eres más lindo que el otro. Él es una mala copia tuya. Él sólo desearía ser tan guapo como tú.
La sonrisa de Ash se amplió.
Ella colocó su dedo contra su barbilla y se detuvo por un minuto como si tratara de deducir sus pensamientos. —¿Ahora donde iba yo con eso? Oh, lo recuerdo ahora. Archon no le gustaba mucho la gente, a diferencia de ti. ¿Sabes, esa cosa que haces cuando realmente te enojas? ¿Esa en donde puedes hacer explotar las cosas y hacer todo fogoso y confuso y desordenado y demás? Él podía hacer eso también, sólo que no con tanta astucia como tu. Tu tienes mucha astucia, akri. Más que la mayoría.
—Pero me salgo del tema. Le gustaba a Archon. Él dijo, 'Simi, eres un demonio de calidad'. ¿Sin embargo, has visto alguna vez un demonio de poca calidad? Eso es lo que yo quisiera saber.
Ash divertido, oía como ella hablaba incansablemente acerca de cómo dioses y diosas le habían rendido culto en su vida. Dioses y diosas que habían muerto hacia muchísimo tiempo. A él le gustaba escuchar su lógica y sus cuentos no lineales.
Era como observar a un niño pequeño tratando de clasificar el mundo y recordar algo. No se podía decir que podría salir de su boca de un minuto a otro. Ella veía las cosas claramente, como un niño.
Si tienes un problema, entonces lo eliminas.
Fin del problema.
Las sutilezas y la política estaban más allá de ella.
Sólo era Simi. Ella no era amoral o cruel, era simplemente un demonio sumamente joven, con poderes que parecían de dioses, que no podía comprender el engaño o la traición.
Cómo le envidiaba a ella eso. Era el por qué la protegía tan cuidadosamente. No quería que aprendiera las duras lecciones que le habían sido impartidas a él.
Merecía tener la infancia que él nunca había tenido. Una que fuese resguardada y protegida. Una en la cual nadie pudiera lastimarla.
Él no sabía que haría sin ella.
Ella no había sido nada más que un infante cuando se la habían dado. Él tenía apenas veintiuno, lo dos habían crecido juntos. Ambos eran los últimos de su especie en la tierra.
Por más de once mil años sólo habían sido ellos dos.
Ella era tan parte de él como cualquier órgano vital.
Sin ella, él moriría.
La puerta del templo se abrió. Simi siseó, dejando al descubierto sus colmillos, haciéndole saber que Artemisa había regresado temprano.
Ash volvió su cabeza para confirmar. Como lo esperaba, la diosa caminaba a grandes pasos hacia él.
Él dejó escapar una respiración cansada.
Artemisa se paró abruptamente al ver a Simi sentada a sus pies —¿Qué esta haciendo fuera de tu brazo?
—Háblame a mí, Artie.
—Hazla que se vaya.
Simi lanzó resoplidos.  —No tengo que hacer nada de lo que me digas, vieja vaca. Y tú eres vieja. De verdad, realmente vieja. Y una vaca, también.
—Simi –dijo Ash, acentuando su nombre. —Por favor regresa a mí.
Simi le dirigió una mirada malvada a Artemisa, luego se convirtió en una sombra oscura, amorfa. Ella se movió sobre él y se extendió a sí misma sobre su pecho para convertirse en un dragón enorme en su torso con espirales fogosas que lo envolvían alrededor y bajaban también por sus brazos.
Ash se rió misteriosamente ante la vista. Era la forma de Simi de abrazarlo y pinchar a Artemisa al mismo tiempo. Artemisa odiaba cuando Simi cubría mucho de su cuerpo.
Artemisa dejó escapar un sonido altamente indignado. —Hazla que se mueva.
Él cruzó los brazos sobre su pecho. —¿Por qué regresaste tan temprano?
Ella instantáneamente se puso nerviosa.
Su mal presentimiento se triplicó. —¿Qué sucedió?
Artemisa caminó hacia la columna a sus pies, envolvió el brazo en ella y se apoyó contra mármol. Jugó con el borde dorado de su peplo mientras mordisqueaba su labio.
Ash se sentó derecho, su estómago se anudó. Si ella estaba tan evasiva algo había salido contrario a sus pensamientos. —Dime, Artemisa.
Ella se veía exasperada y enojada. —¿Por qué debería decirte? Solamente te enojaras conmigo y prácticamente ya lo estás de cualquier modo. Te digo, luego vas a querer irte y no puedes irte y luego me gritarás.
El nudo en su estomago se tenso. —Tienes tres segundos para hablar o yo me olvido de tu miedo a que alguno de los miembros de tu familia descubra que estoy viviendo en tu templo. Usaré mis poderes y averiguaré lo que ha pasado a mi modo.
—¡No! –chilló ella, empezando a mirarle. —No puedes hacer eso.
Un tic empezó a latir en su mandíbula.
Ella se movió hacia atrás, poniendo la columna entre ellos. Aspiró profundamente como si tomara fuerza, luego habló con la voz de un niño pequeño, asustado. —Thanatos está suelto.
—¡Que! —rugió él, bajando sus piernas al piso y quedándose parado.
—¡Viste! Estas gritando.
—Oh, créeme —dijo entre sus dientes apretados, —esto no es gritar. Aún no me he acercado a eso aún —. Ash se apartó del pasamano y se paseó coléricamente alrededor del balcón largo. Le tomó toda su fuerza no atacarla. —Me prometiste que le ordenarías regresar.
—Lo intenté, pero se escapó.
—¿Cómo?
—No sé. No estaba allí y ahora él se rehúsa a dejar de perseguirlo.
Ash la miró ferozmente.
Thanatos estaba suelto y el único que podía detenerlo estaba bajo arresto domiciliario en el templo de Artemisa.
Maldición con ella por sus trucos y sus promesas. No había forma de que él pudiera salir de allí. A diferencia de los del olimpo, una vez que él daba su palabra, estaba atada a esta.
Romper su juramento lo mataría. Literalmente.
La cólera rodaba por su cuerpo. Si lo hubiese escuchado la primera vez, entonces no estarían reviviendo esta pesadilla. —Me juraste hace novecientos años, cuando maté al último que no re—crearías a Thanatos. ¿Cuántas personas ha asesinado? ¿Cuántos Cazadores Oscuros? ¿Aún los puedes recordar?
Ella se tensó y devolvió su mirada. —Te lo dije, necesitamos a alguien que acorrale a tu gente. Tú no lo harás. Ni siquiera controlas a tu demonio. Fue la única razón por lo que hice otro. Necesito alguien que los pueda ejecutar cuando se portan mal. Tú, sólo das disculpas por ellos. 'No entiendes, Artemisa. Waa, waa, waa’. Entiendo todo muy bien. Tienes preferencia por cualquiera menos por mí así es que creé a alguien que escucha cuando hablo —lo miró encolerizadamente. —Alguien que realmente me obedece.
Ash contó hasta diez tres veces mientras apretaba y aflojaba sus puños. Ella tenía una forma de hacerlo querer azotarla y lastimarla que se acercaba peligrosamente a contravenir todo su control.
—No me hagas que empiece con eso, Artie. Me parece que 'obedecer' no es una palabra que debe estar en la misma frase que tu ejecutor.
Vuelto loco por su confinamiento y su sed de venganza, el último Thanatos se había desatado a través de Inglaterra con tal fuerza que Ash había tenido que inventar historias de una "plaga", para evitar que la humanidad y los Cazadores Oscuros, supieran la verdad de lo qué realmente había destruido el cuarenta por ciento de la población del país.
Ash pasó sus manos sobre su cara al pensar en lo que había desatado Artemisa sobre del mundo otra vez. Él debería haber sabido cuando le pidió que lo llamara, que era demasiado tarde para hacer eso.
Pero como un tonto, había contado con ella para hacer lo que había prometido.
Debería haber tenido mejor criterio.
—Maldita seas, Artemisa. Thanatos tiene los poderes para congregar a Daimons y hacerlos obedecer sus órdenes. Los puede llamar desde cientos de kilómetros de distancia. A diferencia de mis Hunters, él camina a la luz del día y es imposible de matar. La única vulnerabilidad que tiene les es desconocida.
Ella se mofó de él.  —Bien, eso es tu culpa. Deberías haberles contado sobre él.
—¿Decirles qué, Artemisa? ¿Compórtense o la diosa perra desatará a su asesino demente sobre ustedes?
—¡No soy una perra!
Él se movió para pararse ante ella, presionándola hacia atrás contra la columna. —¿Tienes alguna idea de lo qué has creado?
—No es nada más que un sirviente. Puedo ordenarle que regrese.
Él le miró sus manos temblorosas y las gotas de sudor en su frente.
—¿Entonces por que estás temblando? —preguntó. —Dime cómo se soltó.
Ella tragó. Pero sabiamente le dio la información que él buscaba.  —Dion lo hizo. Se jactaba en el vestíbulo acerca de eso justo antes de que viniera a decirte.
—¿Dionisio?
Ella inclinó la cabeza asintiendo.
Ash se maldijo a sí mismo esta vez. No debería haber removido la memoria del dios de su pelea en Nueva Orleáns. Debería haber dejado al idiota saber exactamente con lo que se estaba enfrentando. Dejar a Dionisio tan asustado de él para que el dios olímpico nunca más se atreviera a confrontarlo ni a él ni a cualquiera de sus hombres.
Pero no, había tratado de proteger a Artemisa. Ella no quería que su familia conociera quién y qué era él.
Para ellos él sólo era su mascota. Una curiosidad humana, fácil de descartar y dejar de lado.
Si sólo supieran...
Había cambiado los recuerdos de todos sobre esa noche así que sólo recordaban que había ocurrido una pelea y quién la había ganado.
Ni siquiera Artemisa recordaba todo.
Artemisa le había prometido que Dionisio no iría tras de Zarek para desquitarse. Pero claro, Artemisa había pensado en matar a Zarek ella misma.
¿Cuándo aprendería él?
Nunca se podía confiar en ella.
Ash se apartó.  —No tienes idea lo qué le hace a alguien estar encerrado en prisión. Colocarlos en un hueco donde pasan al olvido.
—¿Y tu sí?
Ash se cayó mientras suprimía los recuerdos que lo inundaban. Recuerdos dolorosos, amargos que lo obsesionaban cuando se atrevía a pensar en el pasado.
—Mejor reza para que nunca tengas que aprender lo que se siente. La locura, la sed. La cólera. Has creado a un monstruo, Artemisa, y soy el único que lo puede matar.
—¿Entonces estamos en un pequeño problema, no? No puedes irte.
Él entrecerró sus  ojos.
Ella dio un paso atrás otra vez. —Te lo dije, contactaré a los Oráculos y  haré que lo traigan a casa otra vez.
—Mejor que sea así, Artemisa. Porque si no lo pones bajo control, el mundo va a convertirse en la misma cosa que te hace despertar gritando en la noche.
 Zarek yacía en la playa, aún dentro de Astrid, mientras las olas pasaban por encima de sus cuerpos. Este sueño era tan real e intenso que nunca querría despertarse.
¿Cómo sería tenerla realmente?
Pero todavía pensando en eso, supo la verdad. Una mujer como Astrid no tendría ningún deseo o necesidad de un hombre como él.
Era sólo en sus sueños que él podía ser deseado. Necesitado.
Humano.
Se movió a un lado a fin de poder mirar el agua correr sobre su cuerpo desnudo. Su pelo estaba mojado, pegado a la piel. Parecía una ninfa del mar que había nadado hasta la tierra para deleitarse en los cálidos rayos de sol y seducirlo con sus curvas y su piel sedosa.
Lo contemplaba con una sonrisa dulce, que hacía que su corazón martillara mientras recorría con su mano sus brazos y su pecho.
Astrid yacía en silencio, mirándolo, también. Zarek se encontraba tan perdido, como si el hacer el amor lo hubiera dejado confundido.
Ella se preguntaba que necesitaría para domesticar a este hombre, sólo un poco. Lo suficiente para que las otras personas pudieran ver lo que ella veía.
Al menos ahora él la dejaba tocarlo sin maldecir o sin apartarse de ella.
Era un principio.
Arrastró su mano más abajo, sobre los duros planos de su pecho, sobre las perfectas definiciones de su abdomen. El hambre ardió en sus ojos mientras movía su mano más abajo.
Astrid se lamió los labios, preguntándose si se permitiría ser incluso más atrevida. Todavía no estaba segura cómo reaccionaría él a cualquier cosa.
Jugó con el vello que descendía mas allá de su ombligo, pasando sus dedos a través de este. Él ya empezaba a endurecerse...
Zarek contuvo su aliento mientras la observaba. Su mano se sentía maravillosa en su cuerpo mientras hacía círculos alrededor de su ombligo y arrastraba una uña hacia abajo del vello espolvoreado en su estómago.
Ya la deseaba ardientemente otra vez.
Luego ella movió su mano más abajo.
Gimió mientras ella ahuecaba sus testículos en su palma. Su mano caliente lo encerró, apretándolo exquisitamente.
Su ingle se sacudió con fuerza, y toda la sangre se apresuró hacia la región, endureciéndolo y ansiándola dolorosamente.
Ella recorrió con un dedo su longitud hasta la punta, dónde jugueteó con él.
—Pienso que te agrada cuando hago esto.
Él le contestó con un beso.
Astrid gimió ante la pasión que él exteriorizó. Palpitó en su mano mientras su lengua bailaba con la de ella, excitándola al nivel más alto de necesidad.
Se apartó a regañadientes, desesperada para darle lo que era desconocido para él.
La bondad.
La aceptación.
El amor.
La palabra quedó atrapada en su mente. Sabía que no lo amaba. Apenas lo conocía, y aún así...
La hacía sentir otra vez. Tocaba emociones que había temido que estuvieran perdidas por siempre. Le debía mucho por eso.
Besando sus labios suavemente, se deslizó por su cuerpo hacia abajo.
Zarek frunció el ceño ante sus acciones. No sabía lo que ella planeaba hasta que se extendió a sí misma sobre su estómago. Su espalda desnuda estaba al descubierto para él mientras continuaba acariciándolo con la mano.
Él pasó su mano a través de su largo cabello rubio, mojado, arrastrándolo sobre su espalda desnuda mientras su aliento cosquilleaba su cadera. Su piel era tan suave, tan tierna. No había una mancha en ningún lado.
Ella se movió más abajo.
Zarek se quedó sin aliento cuando tomó la punta de su pene, lentamente en su caliente boca.
Estaba congelado por el placer. Sentir sus labios y su lengua acariciándolo era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Ninguna mujer salvo Astrid, alguna vez lo había tocado allí. Nunca lo había permitido.
Pero dudaba que pudiera negarle a ella cualquier cosa después de esto. Ella lo había reclamado como nunca nadie.
Astrid gimió ante el sabor salado de él. Cuando sus hermanas le habían contado sobre esto, siempre lo había considerado obsceno y sucio. En ese momento y en los siglos siguientes, nunca pudo imaginarse haciendo algo como esto con un hombre.
Pero lo hacía para Zarek; no había nada obsceno en los sentimientos dentro de ella. Nada obsceno acerca de la forma que él sabía.
Le estaba dando un raro momento de placer, y extraño como parecía, ella lo disfrutaba también.
Él agarró sus hombros y gimió en respuesta a cada lametazo, mordisco, y mamada que ella le daba. Su respuesta caliente la excitó. Ella realmente quería complacerlo. Darle todas las cosas que se merecía.
Zarek arqueó su espalda, dejándola salirse con la suya con él. Lo asombró que le diera permiso de hacer esto. Nunca antes había confiado en un amante con su cuerpo. Él siempre había estado en completo control.
Las mujeres no lo tocaban. En toda la vida.
Ellas no lo acariciaban o besaban.
Él las inclinaba, hacía lo suyo, y se iba.
Pero con Astrid era diferente. Sentía como si se compartiese a sí mismo con ella. Como si ella se compartiera a sí misma con él.
Era mutuo y maravilloso.
Astrid abrió los ojos al sentir que los dedos de Zarek se deslizan por su entrepierna. Abriendo sus piernas para a él, le dio acceso mientras continuaba dándole placer con su boca.
Zarek se giró a un lado entre tanto sus dedos acariciaban y exploraban.
Ella tembló ante la calidez de su contacto mientras el fresco oleaje se apresuraba alrededor de ellos. El calor del sol en su piel era nada comparado con el calor que su toque proveía.
La hizo arder.
Con los codos le separó más las piernas.
Astrid gimió mientras su boca la cubría.
Su cabeza se inundó de placer mientras él movía su lengua sobre el centro de su cuerpo donde ella más deseaba ardientemente su toque. Su lengua la rozaba, traspasándola. Seduciéndola.
Sus manos agarraron sus caderas, presionándole su pelvis más cerca de él a fin de poder torturarla con más malvados placeres.
Zarek se estremeció ante la sensación de saborearla mientras ella lo saboreaba. Lo que estaban compartiendo era mucho más que sexo.
Ella tenía razón, estaban haciendo el amor a cada uno.
Y eso lo sacudió enteramente, hasta su alma perdida.
Se tomaron el tiempo con cada uno, acariciando, asegurándose que ambos estaban saciados. Se corrieron juntos en una explosión pura de emoción.
Astrid se echó atrás mientras Zarek continuaba tomándola.
Estaba tan absorto en ella, que Zarek no estaba poniendo atención al agua. No hasta que una ola pasó sobre ellos.
Él farfulló mientras tragaba una gran cantidad de agua.
La ola se retiró, dejándolos a ambos sofocados y sin aliento.
Astrid se rió, un sonido dulce y vibrante. —Eso fue interesante.
Él la besó mientras se subía a su cuerpo, de tal manera que podía sonreírle desde arriba.
Más bien exasperante, en mi opinión.
Ella levantó la mano para tocar sus mejillas. –Mi Príncipe Encantado tiene hoyuelos.
Él dejó de sonreír instantáneamente y apartó la mirada.
Le volteó la cabeza hacia ella.  —No dejes de sonreír, Zarek. Me gusta ese lado tuyo.
Sus ojos llamearon coléricamente. —¿Eso significa que a ti no te gusta el otro lado de mí?
Ella hizo un sonido altamente indignado. —Eres tan hosco —recorrió con su mano su espalda hasta que pudo agarrar su trasero desnudo en sus manos.
¿Después de hoy, no te has percatado que más bien estoy afectada por todos tus lados? A pesar de que algunos son más espinosos que otros —recorrió con su mano la mejilla cubierta de barba para enfatizar su punto de vista.
Él se relajó un grado. —No debería estar contigo.
—Y yo no debería estar contigo. Aún así aquí estamos y estoy muy feliz por eso —meneó su trasero contra él, haciéndolo gemir en respuesta.
La miraba como si no pudiera creer que ella fuese real, y en su mente ella no lo era. Era sólo un sueño.
Astrid se preguntaba cómo reaccionaría él cuando se despertara. ¿Algo de esto ayudaría o él se distanciaría aún más de ella?
Deseaba poder despojarlo de sus malos recuerdos. Darle una infancia feliz llena de amor y ternura.
Una vida de alegría y amistad.
Él colocó su cabeza entre sus pechos y se quedó allí tranquilo como si estuviera contento por sentir nada más que a ella debajo de él, mientras el sol los calentaba a ambos.
—Cuéntame un recuerdo feliz, Zarek. Una cosa en tu vida que haya sido buena.
Él vaciló por tanto tiempo que pensó que no contestaría. Cuando habló, su voz era tan suave que la hizo doler. —Tú.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Lo abrazó con su cuerpo, acunándolo, esperando que de algún modo ella pudiese serenar su espíritu preocupado e inquieto.
Astrid supo ahí que ella lucharía por este hombre, y desde el fondo de su mente surgió una idea atemorizante.
Estaba enamoraba de él.
Por un momento, no pudo respirar mientras ese conocimiento colgaba en sus pensamientos como un espectro atemorizante.
Pero allí no se podía negar lo que sentía por él, lo lejos que iría para verlo seguro y feliz.
La respiración él jugaba con su pezón mientras su corazón caía pesadamente contra su estómago.
Nadie la había tocado de la forma que él lo hacía y no era simplemente sexo. La hacía sentir suave y femenina. Deseable.
No la mimaba y aún así él hacía tantas cosas afectuosas para cuidarla.
Cerrando los ojos, dejó que su peso y el agua la empaparan. Dejando que su piel resbalosa y fría la apaciguaran.
¿Qué iba a hacer? Zarek no era el tipo de hombre que dejara a cualquiera amarle.
Especialmente no a una mujer que había sido enviada para sentenciarlo.
Si él alguna vez sabía lo que ella era, la odiaría.
Ese conocimiento la atravesó, robándole la felicidad del día.
Pero eventualmente, tendría que decirle.
Jess dejó al Ford Bronco negro y sacó de abajo del asiento su escopeta.
Por si acaso.
Los vientos de la noche eran muy fríos, la luz de la luna era brillante y extraña al reflejarse en la nieve. Se ajustó sus anteojos oscuros, aunque no hiciera mucha diferencia.
El clima de Alaska era duro para los ojos sensibles de un Dark Hunter.
La casa de Zarek estaba oscura y vacía, pero una máquina de nieve, rojo oscura, estaba estacionada delante de ella. Andy Simms, el Escudero de Jess, quien había subido aquí con él desde Reno, se bajo sin prisa del Bronco y miró suspicazmente la máquina de nieve.
Con apenas un metro ochenta de alto, pelo negro y ojos café, Andy recién tenía veintiún años de edad. Él sólo había trabajado para Jess unos meses y había entrado después de que su padre se retirara la primavera pasada.
Jess había conocido al cachorro desde el día en que nació, y tendía a considerarlo como un hermano menor.
Molesto y demás.
—¿Es otro Escudero? —preguntó Andy, indicando la máquina de nieve con la cabeza.
Jess sacudió su cabeza. Los Escuderos estaban parados en dos SUVs detrás de ellos.
Hicieron más ruido que un rebaño de ganado nervioso al dejar los doble tracción y reunirse alrededor de él.
Había doce Escuderos en total, pero Jess sólo conocía a un par de ellos.
Otto Carvalletti era el más alto del grupo. Parado media unos buenos dos metros, tenía el pelo negro azabache un poco largo, pero bien estilizado, como si hubiera pasado un montón de tiempo peinándolo.
Él miraba incisivamente todo el tiempo, y Jess creía que si el hombre alguna vez se las arreglara para sonreír, agrietaría su cara.
La mitad de la familia de Otto era de la mafia italiana mientras que la otra mitad era una de las más viejas familias Escuderas conocidas. Un linaje realmente azul, el abuelo de Otto una vez había capitaneado el Concejo de Escuderos.
Tyler Winstead acudió a ellos desde Milwaukee. Apenas un metro setenta y cinco, el hombre rubio era extremadamente bien parecido hasta que mirabas sus ojos. No había nada integro en su mirada. Sólo intensidad.
Eso dejaba a Allen Kirby. Otro Escudero multi-generacional, Allen había sido llamado a Toronto para esta cacería. Ya que Otto nunca decía dos palabras, Allen era el más listo del rebaño.
Pero algo le decía a Jess, que Otto fácilmente podría superar los comentarios sarcásticos de Allen si él quisiera hacerlo.
—Sabía que él estaría aquí –dijo Allen mientras miraba la máquina de nieve con insolente malicia.
Jess lo miró de forma aburrida.  —No es Zarek. Créeme, el rojo no es su color.
Pero él sospechaba que la máquina de nieve era de un Dark Hunter. Él ya podía sentir la reducción drástica en sus poderes.
—¿Cómo sabes que no es él? —preguntó Tyler.
Jess apoyó la escopeta sobre su hombro. —Solo lo sé.
Ordenó a los Escuderos que permanecieran quietos y camino sin prisa hacia la máquina de nieve. Usando sus dientes, jaló el guante de su mano izquierda y la colocó en el motor.
Estaba frío pero eso no significaba nada en esta temperatura subcero, se percató de repente, y se sintió como un idiota por haberse molestado. La máquina de nieve podía haber estado allí cinco minutos o cinco horas. En este tipo de frío, aún un fuego rugiente sería enfriado en minutos.
—¿Entonces a quién pertenecería?
Miró a izquierda y derecha pero no vio señales de nadie.
Hasta que oyó un ruido sordo a su izquierda. Apenas tuvo tiempo de jalar su escopeta de su hombro antes de que cuatro Daimons irrumpieran a través del follaje.
Hicieron una pausa al verlo, luego bajaron sus cabezas y corrieron de cabeza hacia él.
Jess atrapó uno con un disparo de la escopeta en el pecho, luego lanzó a un segundo por los aires con la culata de la escopeta.
Un golpe de la culata paso por su cara, evitándolo apenas y golpeando a otro Daimon mientras Jess mataba al caído a sus pies. El último atacó, pero no dio más que un paso antes de que otra bala aterrizase en su pecho y cayera hecho polvo.
—Sucias ratas chupasangres.
Él arqueó una ceja ante la suave voz femenina que precedía la aparición de una mujer alta, bien erguida.
Su pelo negro largo, estaba trenzado a su espalda y vestía un traje de pantalones negros ajustados de cuero que le recordaba un poco a Emma Peel de Los Advengers[3]. Sólo que era mucho más devastador en la mujer que se acercaba a él.
Un segundo Cazador Oscuro salió del bosque detrás de ella. Él era unos buenos diez centímetros más alto que Jess con pelo rubio casi blanco y tenía el paso sostenido de un depredador que decía "enrédate conmigo y saldrás herido" Estaba vestido con un abrigo de piel largo y parecía sumamente cómodo en el frió ártico.
La mujer se detuvo al lado de Jess y le ofreció su mano.
Syra De Antikabe.
Jess inclinó la cabeza y tomó su mano. —Jess Brady, señora, encantado de conocerla.
—Sundown —dijo el otro Cazador Oscuro al unirse a ellos, manteniendo sus manos en los bolsillos.  —He oído bastante acerca de ti. Estas bastante lejos de casa.
Jess lo miró suspicazmente. —¿Y tú eres?
—Bjorn Thorssen.
Él inclinó su cabeza a su vez al guerrero vikingo. El rumor decía que Bjorn había sido uno de los vikingos que había invadido la Normandía de los años oscuros.
—He escuchado sobre ti —dijo a Bjorn, luego miró a Syra. —Sin ofender, señora, a usted no la conozco.
—Seguro que sí. Los entupidos en el aro me llaman Yukon Jane.
Él sonrió a eso. Yukon Jane era un guerrero amazónico del tercer o cuarto siglo a.c. Se rumoreaba que ella era casi tan malhumorada como Zarek. Le gustaba cazar y matar, y estaba situada en el Yukon porque una vez había mutilado a un rey que la molestó.
—Bien, entonces –dijo Jess lentamente con una sonrisa malvada mientras apreciaba su postura elegante una vez mas, —todo lo que puedo decir es que todos aquellos que la insultaron alguna vez nunca han tenido el placer de su compañía, Señorita Syra. De otra manera, la llamarían Reina Jane.
Ella sonrió calurosamente.
—Eres una persona encantadora y educada, también. Ose tenía razón.
La sonrisa de Jess se ensanchó.
Allen se aclaró la voz. –Perdón por interrumpir, Lord Cortes y Lady Letal, si pudiéramos tener un minuto de su tiempo, tenemos a un psicópata que cazar.
Jess miró encolerizadamente sobre su hombro a Allen, pero antes de que él pudiera hacer comentarios, Syra disparó otro perno de su ballesta.
Allen salió volando y aterrizó de espaldas sobre la nieve.
Syra caminó hacia él y lo miró fijamente.
—Particularmente no me gustan los Escuderos y realmente odio la ceremonia de la sangre. Así que ahórrate el dolor y no me hables otra vez. O la próxima vez usaré un perno de Daimon en ti.
Ella se agachó y recogió el perno de cabeza plana que había usado.
Jess reía. A él le gustaba las mujeres con sentido común.
Y con una puntería mortífera.
—Entonces –dijo ella, dando la vuelta y escudriñándolos a todos ellos. —He estado persiguiendo a un grupo de Daimons los últimos cuatro días mientras se dirigían hacia Fairbanks. Bjorn siguió a una tribu de ellos desde Anchorage. Eso explica porque estamos aquí. ¿Qué hay sobre el resto de ustedes? ¿Jess, has perseguido a los Daimons desde Reno hasta Alaska?
Otto se salió del grupo de Escuderos y se detuvo delante de Syra. —¡Hemos venido a matar a Zarek de Moesia, y si usted se mete en nuestro camino, niñita, la vamos a matar!
—Maldición –dijo Jess, bajando sus anteojos oscuros por el puente de su nariz para clavar los ojos en Otto.  —Él habla. O más bien gruñe.
—Pero no por mucho tiempo sino cuida su boca —. Syra le dirigió a Otto una mirada significativa y letal. —Para que conste en acta, Escudero, se necesitaría más hombre que tu, siquiera para rasguñarme.
Otto devolvió su mirada con una sonrisa coqueta.  —Vivo por una mujer que rasguña. Solo estate segura que te mantienes atrás, nena. No me gustan las cicatrices.
Otto la pasó rozando.
—Realmente odio a los Escuderos. —Syra gruñó. Ella sacó otro perno plano y lo cargó, luego disparó a Otto.
Moviéndose tan rápido que apenas pudo ser visto, el Escudero dio la vuelta y lo atrapó sin sobresaltarse. Lo sostuvo frente a su nariz y lo inspiró cariñosamente. —Mmm –dijo él. —Rosas. Mi favorito.
Jess intercambió una mirada conocedora con Andy. —Quizá deberíamos dejarlos solos.
—Si —dijo Allen con una risa corta, —esto me recuerda un poco a los ritos de apareamiento del malo y el malhumorado. Todo lo que necesitamos ahora es a Nick Gautier.
Otto lanzó el perno a Allen que gruñó cuando hizo contacto con su estómago.
La cara de Syra estaba roja como una remolacha al mirar a Otto, quien la ignoró y se dirigió hacia la cabaña.
—¿Tienes un Escudero, Jess? —preguntó ella mientras caminaban con Bjorn a su lado.
Él señaló con la cabeza hacia Andy.  —Lo crié desde que era un cachorro.
—¿Escucha?
—La mayoría de las veces.
—Tienes suerte. Le disparé a mis últimos tres —. Mientras se dirigía hacia la cabaña Syra agregó —y no fue con un perno plano.
Bien, al menos las cosas eran un poco más divertida con las dos adiciones nuevas a su tripulación.
Pero al entrar Jess a la cabaña de Zarek tras Bjorn, Syra, y tres de los Escuderos, su humor murió.
El resto de grupo tuvo que esperar afuera ya que nadie más cabría en el pequeño espacio cuadrado.
Éste no era el caso en que la cabaña era más grande por dentro de lo que se veía afuera. Era al revés.
Adentro el lugar estaba bien conservado, pero restringido y deprimente.
Los Escuderos sostuvieron linternas halógenas, iluminando el austero interior. Había una camilla en el piso con una almohada vieja, gastada y unas cuantas pieles y mantas deshilachadas. La televisión estaba colocada en el piso y las paredes estaban cubiertas de estantes de libros. Los únicos muebles en la casa eran dos alacenas.
—Dios mío –dijo Allen, —vive como un animal.
—No –dijo Syra caminando hacia los estantes de libros para examinar los títulos. —Él vive como un esclavo. Para él, esto es un paso arriba de lo que estaba acostumbrado.
Ella encontró la mirada de Jess. —¿Lo conoces?
—Sí y tienes razón —. Jess tuvo que eludir el ventilador de techo mientras se movía alrededor del cuarto. Recordó que Zarek era unos cinco centímetros más alto que él.
—Demonios –dijo él al mover el aspa del ventilador de techo con el dedo y recordando otra cosa que Zarek le había dicho.
—¿Qué? —preguntó Bjorn.
Jess miró al cazador de Alaska que inspeccionaba la despensa de Zarek, que contenía sólo unas pocas latas de comida y una tonelada de botellas de vodka sin abrir. —¿Cuán caluroso es el verano aquí?
Bjorn se encogió de hombros.  —En el corazón del verano puede llegar a los treinta o treinta y cinco grados. ¿Por qué?
Jess maldijo otra vez. —Recuerdo haber hablado una vez con Zarek. Le pregunté qué estaba haciendo. Él dijo, cocinándome  —Jess señaló el ventilador de techo. —Ahora me doy cuenta de lo que quiso decir. ¿Pueden imaginarse estar atrapado en este lugar en el verano sin ventanas y sin aire acondicionado?
Syra dejó escapar un bajo silbido. —Tenemos luz de sol prácticamente las veinticuatro horas. Tienes suerte si puedes salir por más de diez minutos al día.
—¿Qué hace con el cuarto de baño? –preguntó Allen.
Syra indicó una bacinilla en la esquina izquierda.
—¿Cuánto tiempo ha estado aquí? –preguntó ella a Jess. —¿Ochocientos, novecientos años?
Jess asintió.
Ella dejó escapar un silbido bajo. —No es extraño que esté demente.
Allen se mofó. —Con el dinero que cobra, el idiota podría haberse construido una mansión.
—No –dijo Jess. —No es su forma de ser. Créeme, cuando estas acostumbrado a nada, no esperas nada.
Syra caminó hacia la esquina en donde una montaña de figurillas talladas en madera estaban amontonadas. —¿Qué son estos?
Jess frunció el ceño mientras miraba las paredes de la cabaña y se daba cuenta que cada centímetro de ellas estaba cubierta de tallados que hacían juego con las figurillas.
Repentinamente recordó las esculturas de madera que había visto en la tienda de artículos varios.
Las esculturas de hielo que había visto en la ciudad.
El pobre Zarek debía haber tenido épocas de locura y aburrimiento durante los meses que estaba recluido en este cobertizo diminuto.
Demonios, Jess tenía un garaje mayor en su casa.  —Diría que es el intento de Zarek de mantener un hilo de cordura mientras estaba encerrado aquí.
Bjorn recogió una figurilla pintada que se parecía a un oso polar con sus cachorros. —Estos son increíbles.
Syra asintió. —Nunca he visto algo como esto. Apenas parece correcto que matemos a alguien que ha tenido que vivir de esta manera todos estos siglos.
Allen bufó.  —Apenas parece correcto que él tuviese permiso de vivir después de que asesinara a todo el pueblo que él estaba custodiando.
Otto echó una mirada interesante al Escudero. Si Jess no lo conociera mejor, sospecharía que el hombre tenía dudas acerca de aniquilar a Zarek.
Sus miradas se encontraron.
Nop, sin duda. En verdad, él sospechaba que Otto podía haber sido enviado por otras razones… como él lo había sido.
—Bien, muchachos, esto es entretenido –dijo Bjorn. —Pero mis poderes decrecen por Jess y Syra y todavía tenemos que resolver el pequeño asunto sobre la migración de Daimons. ¿Alguien tiene alguna idea de por qué harían eso?
Todos miraron a Syra que era la mayor.
—¿Qué? –preguntó ella.
—¿Alguna vez has visto o has tenido noticias de algo como esto?
Ella negó con la cabeza. —He tenido noticias de Daimons haciendo equipo. Allá, por los siglos antes de que ustedes naciesen, solían tener guerreros Daimons. Pero nadie ha visto a un Spathi al menos en un milenio. Todo esto me supera. Es una lástima que no podamos alcanzar a Acheron. Él podría tener más información.
Bjorn se adelantó y salió de la cabaña.
Jess se acercó a la parte trasera y miró dentro de la choza una vez más.
Demonios. Sentía realmente lástima por su amigo y la vida que Zarek había tenido.
Él no podía imaginar quedarse atorado en el bosque, solo, con temperaturas que se extendían desde menos cuarenta a treinta y cinco.
No era extraño que Ash tuviera piedad con Zarek.
Seis de los escuderos fueron a los SUVs y descargaron envases de gasolina.
—¿Qué hacen? —Jess preguntó suspicazmente.
—Incendiarlo –dijo un Escudero pelirrojo. —Tu quieres cazarlo, tu...
—¡Maldición! —Jess agarró el envase de la mano del hombre y lo lanzó hacia el bosque.  —Esto es todo lo que él tiene en el mundo. No hay forma que vaya a dejarte apropiarte de esto.
Allen le desdeñó con sarcasmo. —Él golpeó a esa mujer.
Jess estrechó su mirada. —Aún tienes que probármelo.
Allen puso sus ojos en blanco, como si no fuese capaz de entender cómo podía defender a su amigo. —¿Y si Zarek no lo hizo? ¿Quién lo hizo?
—Yo lo hice.


[1] Juego de palabras, en ingles dice hard-ass… por el opuesto a cabeza dura.
[2] Frosty the Snow-Zarek, en el original: Hace referencia al título de una famosa canción navideña “Frosty the snowman”, que se refiere al tradicional hombre de nieve que se convierte en humano gracias a un sombrero mágico encontrado por unos niños en navidad.
[3] Los Vengadores, tradicional serie inglesa protagonizada por dos agentes secretos británicos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario