sábado, 28 de enero de 2012

KON EPILOGO

Cassandra despertó el día de su cumpleaños, con miedo a medias de que todo esto fuese un sueño.
Incluso Wulf nunca se aventuraba demasiado lejos de su lado, como si tuviera miedo de que pudiera evaporarse en el momento en que la dejara.
Regresaba corriendo a ella en todo momento, durante toda la tarde.
—¿Aún estás aquí?
Ella reía y asentía.
—Hasta ahora nada está yendo hacia el sur.
Para el momento en que el sol se puso y ella se veía igual que esa mañana, Cassandra se dio cuenta de la verdad.
Había terminado.
Ambos eran libres.
Su corazón cantó con alivio. Wulf ya no tenía que cazar a su gente, y ella ya no tenía que vivir sus cumpleaños con terror.
Nunca más.
Era perfecto.

Tres años más tarde

No era perfecto.
Cassandra se mordió los labios, parada en medio del patio con las manos sobre la cadera mientras Wulf, Chris, y Urian discutían acerca del set de juegos que ella estaba intentando que armaran para Erik.
Los trabajadores se habían retirado al frente de la casa, mientras que los tres hombres discutían en la parte de atrás.
—No, ves, el tobogán está demasiado alto –estaba diciendo Wulf—. Podría caerse y darse un golpe.
—Olvida eso –dijo Chris bruscamente—. Podría destruirse en el subibaja.
—Nada de subibaja –dijo Urian—. Las hamacas son un peligro asfixiante. ¿De quién fue la idea de que tuviese esto?
Cassandra puso los ojos en blanco mientras Erik se aferraba a su mano y chillaba porque se estaban llevando su set de juego.
Mirando su hinchada panza, suspiró.
—Sigue mi consejo, pequeño. Quédate ahí tanto como puedas. Estos chicos van a volverte loco. —Cassandra levantó a Erik y lo llevó hasta su padre. Forzó a Wulf a que alzara al pequeño llorando—. Explícale al bebé mientras voy adentro y coloco más acolchados en las paredes de su cuarto.
—Sabes –dijo Chris—, ella tiene razón. Realmente necesitamos más acolchados…
Y los hombres siguieron con ese tema.
Cassandra rió. Pobre Erik, pero al menos sabía que lo amaban.
Deslizó la puerta de vidrio y regresó a la casa.
Dos segundos más tarde, Wulf estaba allí, levantándola en sus brazos.
—¿Ya te volviste completamente loca?
—No, pero creo que tú sí.
Él se rió.
—Una pizca de prevención…
—Vale por lo menos diez años de terapia.
Wulf gruñó profundamente mientras la cargaba a través de la casa.
—¿Realmente deseas que tenga esos juegos?
—Sí. Quiero que Erik tenga lo único que jamás tuve.
—¿Y eso es?
—Una infancia normal.
—Está bien –dijo él, suspirando—. Se los dejaré tener, si es tan importante para ti.
—Lo es. Y no te preocupes. Si se parece en algo a su padre, y así es, hará falta mucho más que eso para dañar su duro cráneo.
Wulf fingió indignación.
—Oh, ¿ahora me insultas?
Cassandra envolvió sus brazos alrededor del cuello de Wulf y recostó la cabeza contra su hombro.
—No, mi dulzura. No estoy insultándote. Estoy admirándote.
Él sonrió.
—Bien, es una réplica segura. Pero si hablas en serio acerca de admirarme, puedo pensar en un modo mejor de hacerlo.
—Oh, sí, ¿y cómo es eso?
—Desnudos y en mi cama.



Fin

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