Chris suspiró mientras se acercaba a su aula de Inglés Antiguo. Era un típico día hartante y asqueroso. Su vida debería ser genial. Tenía todo el dinero del mundo. Cada lujo conocido. No había nada en el planeta con lo que pudiera soñar y no tenerlo.
En cuanto a eso, Wulf incluso había traído a Britney Spears en un avión, para que cantara en la fiesta del veintiún cumpleaños de Chris la primavera pasada. El único problema fue que los asistentes eran él, sus guardaespaldas y Wulf, quien estuvo todo el tiempo corriendo de un lado a otro, intentando asegurarse de que Chris no se lastimaba la cabeza.
Sin mencionar las tres millones de veces en que Wulf lo había incitado a insinuársele a Britney. O al menos que le propusiera matrimonio, lo cual ella había rechazado con tanta risa que aún resonaba en sus oídos.
Todo lo que Chris verdaderamente quería era una vida normal. Más que eso, quería su libertad.
Y eran las únicas dos cosas que no podía tener.
Wulf no lo dejaba salir de la casa a menos que estuviera seguido de cerca. El único momento en que Chris podía volar a cualquier sitio era si el mismísimo Acheron, el líder de los Cazadores Oscuros, venía y se lo llevaba, y lo mantenía al alcance de la vista todo el tiempo. Cada miembro del Consejo de los Escuderos comprendía que Chris era el último lazo de sangre que tenía Wulf con su hermano. Como tal, era protegido más celosamente que un tesoro nacional.
Él se sentía como una especie de extraterrestre, y deseaba encontrar algún lugar en el que no fuera un absoluto fenómeno.
Pero era imposible. No había modo de escapar a su destino.
No había modo de escapar a quien era…
El último heredero.
Sin Chris y sus hijos, Wulf estaría solo por toda la eternidad, porque sólo un humano nacido de la sangre de Wulf podría recordarlo.
El único problema con eso era encontrar a una madre para esos niños, y nadie se ofrecía como voluntaria.
Sus oídos aún zumbaban con el rechazo de Belinda, diez minutos atrás.
"¿Salir contigo? Por favooor. Llámame cuando crezcas y aprendas a vestirte bien."
Rechinando los dientes, intentó no pensar en sus duras palabras. Se había puesto sus mejores pantalones khaki y un suéter azul marino sólo para pedirle que salieran. Pero él sabía que no era afable o audaz.
Tenía la elegancia social de un idiota. El ordinario rostro de cualquier chico y la confianza de un caracol.
Dios, era patético.
Chris se detuvo en la puerta del aula para ver a los dos Escuderos Theti siguiéndolo a una distancia “discreta.” Con treinta y algo de años, ambos medían más de un metro ochenta y cinco, con cabello oscuro y rostros sombríos. Se los había asignado el Consejo de Escuderos, y su único deber era cuidarlo y asegurarse de que nada le sucediera hasta que hubiese engendrados los suficientes hijos como para que Wulf fuera feliz.
Y no es que hubiese alguna amenaza importante durante el día. En raras ocasiones un Doulos (sirvientes humanos de los Apolitas) podía atacar a un Escudero, pero eran tan inusuales en estos tiempos que valía la pena hacer una cobertura nacional sobre ellos en los noticieros.
Por la noche, Chris tenía prohibido abandonar la propiedad a menos que tuviera una cita. Lo cual parecía imposible luego de que su primera y única novia lo hubiese dejado.
Suspiró ante la perspectiva de intentar encontrar a alguien que saliera con él. ¿Por qué lo harían cuando tendrían que tomar exámenes de sangre y físicos?
Gruñó en voz baja.
Mientras estaba en clase, los Thetis se turnaban del otro lado de la puerta, lo cual garantizaba la categoría de Chris como un fenómeno incluso más que su naturaleza solitaria.
¿Y quién podía culparlo por ser solitario? Por dios, había crecido en una casa en la que no tenía permitido correr por miedo a que se lastimara. Si alguna vez tenía cualquier tipo de resfriado, el Consejo de Escuderos llamaba a especialistas de la Clínica Mayoü para que lo trataran. Los pocos niños de otras familias de Escuderos que su padre había llevado para que jugaran con él, habían recibido estrictas órdenes de no tocarlo jamás, ni hacerlo enojar, ni hacer nada por lo que Wulf pudiera enojarse con ellos.
Entonces sus “amigos” iban, y se sentaban a ver televisión con él. Rara vez hablaban, por miedo a meterse en problemas, y ninguno se atrevía a llevar un regalo o compartir siquiera una papa frita. Todo debía ser totalmente examinado y desintoxicado antes de que Chris pudiera jugar con eso. Después de todo, un pequeño germen y el podría volverse estéril o, dios no lo permitiese, podría morir.
El peso de la civilización caía sobre él, o, mejor dicho, el peso del linaje de Wulf caía encima suyo.
El único amigo verdadero que Chris había tenido en la vida era Nick Gautier, un Escudero contratado a quien había conocido en línea un par de años atrás. Siendo demasiado nuevo en su mundo como para comprender la dorada posición de Chris, Nick lo había tratado como a un ser humano, y el Cajún concordaba en que la vida de Chris realmente apestaba, a pesar de los beneficios que traía.
Diablos, la única razón por la que había podido convencer a Wulf de que lo dejara asistir a la universidad, en lugar de contratar a profesores que fueran a la casa a enseñarle, era el hecho de que allí en realidad podría llegar a conocer a una aceptable donante de ovarios. Wulf había estado confundido con la idea y lo interrogaba cada noche acerca de si había conocido o no a una nueva mujer.
Y más aún, ¿se había acostado con ella?
Suspirando nuevamente, Chris entró a la habitación y mantuvo la vista baja para no tener que observar las miradas furibundas o los gestos de desprecio que le dirigían la mayoría de los estudiantes. Si no lo odiaban por ser el preferido del Dr. Mitchell, lo odiaban por ser un traga libros demasiado privilegiado. Estaba acostumbrado a eso.
Se dejó caer en una silla vacía en un rincón del fondo y extrajo su cuaderno y el libro.
—Hola, Chris.
Él se sobresaltó ante la amistosa voz femenina.
Mirando hacia arriba, se encontró con la radiante sonrisa de Cassandra.
Completamente enmudecido, pasó un minuto entero antes de que lograra responderle.
—Hola –dijo débilmente.
Se odiaba a sí mismo por ser tan terriblemente estúpido. Nick probablemente la tendría comiendo de su mano.
Ella se sentó junto a él.
Chris comenzó a sudar. Aclarándose la garganta, hizo su mejor intento de ignorar a Cassandra y a su ligero aroma a rosas, que llegaba hasta él. Siempre olía increíble.
Cassandra abrió su cuaderno en la tarea y observó a Chris. Parecía incluso más nervioso ahora de lo que había estado en la cafetería.
Ella observó su mochila, esperando echar otro vistazo al escudo, pero él lo había ocultado por completo.
Demonios.
—Entonces, Chris –le dijo suavemente, inclinándose un poquito hacia él—. Me preguntaba si puedo estudiar contigo más tarde.
Él palideció y pareció estar listo para salir corriendo.
—¿Estudiar? ¿Conmigo?
—Sí. Dijiste que sabías muy bien este tema y me gustaría sacarme un diez en el examen. ¿Qué piensas?
Él se frotó la nuca nerviosamente; era claramente un hábito, ya que parecía hacerlo con tanta frecuencia.
—¿Estás segura de que quieres que yo estudie contigo?
—Sí.
Él sonrió tímidamente, pero se rehusó a mirarla a los ojos.
—Seguro, supongo que eso estaría bien.
Cassandra se sentó cómodamente, con una sonrisa satisfecha, mientras el Dr. Mitchell entraba y le ordenaba a todos que se callaran.
Había pasado horas en la página web de Cazador Oscuro.com luego de su última clase, revisando cada parte de la misma. En apariencia, parecía ser una especie de grupo de simulaciónü o de lectura.
Pero había secciones enteras protegidas por contraseña. Vueltas y áreas secretas a los que no pudo acceder por mucho que intentó. Había muchas cosas que le recordaban al sitio de los Apolitas.
No, este no era un grupo de juego. Se había tropezado con los verdaderos Cazadores Oscuros. Lo sabía.
Eran el último gran misterio del mundo moderno. Mitos vivientes de los que nadie sabía.
Pero ella sabía que estaban ahí. E iba a encontrar el modo de meterse en su sociedad y encontrar algunas respuestas aunque le costara la vida.
Quedarse sentada durante esa clase, mientras el profesor hablaba monótonamente acerca de Rothgar y Shield, era lo más difícil que había hecho en su vida. En cuanto terminó, levantó sus cosas y esperó a Chris.
Mientras se acercaban a la puerta, vio a dos hombres vestidos de negro que los flanquearon inmediatamente mientras la miraban de reojo.
Chris dejó escapar un sonido de desagrado.
Cassandra se rió contra su voluntad.
—¿Están contigo?
—Realmente desearía poder decirte que no.
Ella le palmeó el brazo comprensivamente. Sacudió el mentón para indicarle el sitio al final del pasillo donde Kat estaba poniéndose de pie y ocultando su libro.
—Tengo una propia.
Chris le sonrió.
—Gracias a dios, no soy el único.
—Noo, no te preocupes por eso. Te dije que te entendía completamente.
El alivio en su rostro era palpable.
—Entonces, ¿cuándo te gustaría estudiar?
—¿Qué tal ahora?
—Bien, ¿dónde?
Había un solo lugar en el que Cassandra estaba muriendo por meterse. Esperaba que escondiera más pistas acerca del hombre que había conocido la noche anterior.
—¿En tu casa?
Su nerviosismo retornó instantáneamente, confirmando sus sospechas.
—No sé si sea una buena idea.
—¿Por qué?
—Es sólo que… yo… yo, eh, simplemente no creo que sea una buena idea, ¿está bien?
Ya era un obstáculo. Cassandra se forzó a ocultar su irritación. Tendría que andar con cuidado si quería superar sus defensas. Pero lo comprendía. Ella tenía sus propios secretos que ocultar.
—Está bien, elige tú el lugar.
—¿La biblioteca?
Se le pusieron los pelos de punta.
—Nunca logro sentirme cómoda ahí. Siempre temo que me manden a callar. ¿Quieres que vayamos a mi apartamento?
Él se veía completamente sorprendido por su ofrecimiento.
—¿En verdad?
—Seguro. En general no muerdo, ni nada de eso.
Chris se rió.
—Sí, yo tampoco. –Dio dos pasos más con ella, y luego giró hacia los hombres que los seguían—. Sólo iremos a su casa, ¿está bien? ¿Por qué no van a comerse unas rosquillas o algo?
No le agradecieron en lo más mínimo.
Kat se rió.
Cassandra los condujo hacia el estacionamiento de los estudiantes y luego le dio a Chris las indicaciones para llegar a su departamento.
—¿Nos vemos allí?
Él asintió y se encaminó hacia su Hummer rojo.
Cassandra fue rápidamente hacia su Mercedes gris, donde Kat la esperaba en el asiento del conductor. Fueron hacia la casa, mientras Cassandra esperaba que Chris no esperara mucho tiempo o, peor, cambiara de opinión.
Al menos no hasta que tuviera la oportunidad de registrar su mochila.
Le tomó dos horas de estudiar al aburrido Beowulf y una jarra de café antes de que Chris la dejara a solas con la mochila mientras iba al baño. Hacía rato que Kat se había retirado a su habitación, afirmando que la lengua muerta y el entusiasmo de Chris por la misma le estaban provocando una migraña.
En cuanto Chris desapareció, Cassandra comenzó a buscar.
Afortunadamente, no le llevó demasiado tiempo encontrar lo que estaba buscando…
Encontró la agenda donde la había visto antes. La cubierta era de cuero trabajado a mano, con un extraño emblema en el frente: un arco doble inclinado hacia arriba, con la flecha apuntando hacia la derecha.
Idéntico al que había visto en el hombro de Wulf en su sueño…
Pasó la mano sobre el cuero marrón, y entonces lo abrió, para encontrarse con que todo estaba escrito en Rúnico. El idioma era similar al Inglés Antiguo, pero no podía leerlo.
¿Nórdico Antiguo, tal vez?
—¿Qué estás haciendo?
Aprovechó la aguda pregunta de Chris. Le tomó un par de segundos pensar en algo que decir que no lo hiciera sospechar aún más.
—Eres uno de esos jugadores, ¿verdad?
Su mirada azul se estrechó y se volvió más penetrante.
—¿De qué estás hablando?
—Yo… eh, entré a esta página llamada Cazador Oscuro y encontré todos estos rompecabezas sobre una serie de libros y un juego. Como había visto tu libro antes, me preguntaba si serías uno de los miembros que juega ahí.
Cassandra podía darse cuenta de que él buscaba en su mente y estudiaba el rostro de ella para ver, si había algo, que debería decir.
—Sí, mi amigo Nick maneja el sitio –respondió luego de una larga pausa—. Tenemos a mucha gente interesante que juega allí.
Él se adelantó y le quitó la agenda.
—No, simplemente uso “Chris.”
—Ah. ¿Y qué sucede en las áreas privadas?
—Nada –le dijo un poco demasiado rápido—. Sólo estamos algunos, peleándonos.
—¿Entonces por qué es privado?
—Simplemente lo es. –Tomó el libro de las manos de ella y lo regresó a su mochila—. Escucha, tengo que irme ahora. Suerte en el examen.
Cassandra quería detenerlo y hacerle más preguntas, pero era lamentablemente evidente que él no tenía intención de dejarle saber nada más acerca de ellos o de sí mismo.
—Gracias, Chris. Te agradezco la ayuda.
Él asintió y partió precipitadamente.
Sola en su cocina, Cassandra se sentó en la silla, mordiéndose la uña del pulgar mientras debatía sobre el modo de proceder. Pensó en seguir a Chris hasta su casa, pero con eso no conseguiría nada bueno. No había duda de que sus guardaespaldas la atraparían, incluso con la absurda forma de manejar de Kat.
Levantándose, fue a su habitación, tomó la laptop y le quitó la funda.
Bien, el sitio de Cazador Oscuro estaba diseñado como si los Cazadores Oscuros fuesen personajes de un libro. La mayoría de la gente aceptaría eso, ¿pero qué sucedía si ella volvía a mirarla desde un punto de vista en el que nada en ese sitio era falso?
Ella había pasado toda su vida escondiéndose, y si había algo que hubiese aprendido… era que el mejor lugar para esconderse era a la luz. La gente tenía una tendencia a no ver lo que estaba justo frente a ellos.
Y aunque lo vieran, siempre inventaban algún modo de explicarlo. Decían que era un producto de su imaginación o una broma adolescente.
No cabían dudas de que los Cazadores Oscuros pensaban lo mismo. Después de todo, en este mundo moderno en que todos sabían acerca de los vampiros y los demonios, y pensaban que eran un mito de Hollywood, ni siquiera necesitarían esconderse. La mayor parte de las personas los clasificaría como excéntricos.
Cassandra observó la introducción al sitio, y luego pasó a la página de perfiles de cada uno de los Cazadores que figuraban.
Había uno de un personaje llamado Wulf Tryggvason cuyo Escudero se llamaba Chris Eriksson. Supuestamente, Wulf era un guerrero Vikingo que había sido hechizado…
Cassandra copió el nombre de Wulf y luego buscó en el Nillstrom –un buscador de leyendas e historias nórdicas.
—Bingo –susurró mientras aparecían varios artículos.
Nacido de una madre cristiana de Galia y un padre Escandinavo, Wulf Tryggvason había sido un renombrado aventurero e invasor de mediados del siglo VIII de cuya muerte no existía registro. De hecho, sólo decía que había desaparecido un día después de haber ganado una batalla contra un jefe militar Mercian quien había estado intentado matarlo. La creencia popular era que uno de los hijos del jefe militar lo había asesinado vengativamente esa noche.
Cassandra escuchó que la puerta de su cuarto se abría. Mirando hacia arriba, vio a Kat parada en la entrada.
—¿Estás ocupada? –le preguntó Kat.
—Simplemente investigaba un poco más.
—Ah. —Kat se adelantó para leer sobre su hombre—. “Wulf Tryggvason. Pirata, arriesgado, y guerrero, luchó a través de Europa, ofreciendo su servicio a cristianos y paganos por igual. Una vez se escribió que su única lealtad era hacia su espada y su hermano Erik, quien viajaba con él…” Interesante. ¿Crees que este sea el tipo al que viste en el Inferno?
—Quizás. ¿Alguna vez escuchaste de él?
—Para nada. ¿Quieres que le pregunte a Jimmy? Le encanta la historia de los Vikingos.
Cassandra lo pensó durante un segundo. El amigo de Kat estaba en la Sociedad de Anacronismo Creativo y vivía para estudiar la cultura Vikinga.
Pero no era el pasado de Wulf lo que le interesaba en este momento. Era su presente, y lo que más deseaba era su dirección actual.
—No, está bien.
—¿Segura?
—Sí.
Kat asintió.
—Bien, entonces regresaré a mi dormitorio a terminar con mi libro. ¿Quieres que te traiga algo para comer o beber?
Cassandra sonrió ante el ofrecimiento.
—Una gaseosa sería genial.
Kat desapareció sólo para regresar unos minutos más tarde con una Sprite. Cassandra le agradeció y volvió al trabajo mientras Kat la dejaba a solas.
Cassandra bebió a sorbos su bebida, sin prisa, mientras navegaba. Más o menos una hora más tarde estaba tan cansada que ya no podía mantener los ojos abiertos.
Bostezando, miró la hora. Eran apenas las cinco y media. Aún así, sus párpados estaban tan pesados que no podía continuar despierta por mucho que lo intentara.
Apagó su computadora y fue hacia la cama para tomar una pequeña siesta.
Se quedó dormida en el instante en que su cabeza tocó la almohada. Normalmente, Cassandra no soñaba mucho cuando tomaba una siesta.
Hoy era completamente diferente.
Hoy sus sueños comenzaron casi tan pronto como cerró los ojos.
Qué extraño…
Pero lo más raro de todo era que su reino de fantasía no se parecía a nada que hubiese soñado antes. En lugar de sus habituales sueños de glamour o de horror, este era pacífico. Gentil. Y la llenaba de una cálida seguridad.
Estaba vestida con un largo y suave vestido verde oscuro, como una dama medieval. Frunciendo el ceño, pasó la mano sobre la tela, que era más suave que la gamuza.
Sola, dentro de una cabaña de piedra donde un cálido fuego resplandecía en un enorme hogar, se mantenía a distancia, parada junto a una vieja mesa de madera. El viento rugía fuera de una ventana que estaba cubierta por una persiana de madera que sonaba estruendosamente mientras intentaba mantener fuera los vientos de invierno.
Escuchó que había alguien en la puerta, detrás suyo.
Cassandra se volteó justo a tiempo de ver a Wulf abriéndola con el hombro. Su corazón se detuvo mientras captaba su imagen vestida en una especie de chaleco de cota de malla. Sus macizos brazos estaban desnudos, y su torso y la cota de malla estaban cubiertos por un chaleco de cuero que tenía grabados algunos diseños nórdicos. Los diseños eran iguales al tatuaje en su hombro y bíceps derecho.
Su yelmo cónico cubría su cabeza, y tenía más malla unida a él, que cubría su rostro, prácticamente ocultándolo. Pero por esos intensos y calientes ojos, ella nunca hubiese sabido que era Wulf quien estaba ahí abajo. Sostenía una pequeña hacha de guerra en una mano, apoyándola sobre su hombro. Se veía salvaje y primitivo. El tipo de hombre que una vez había sido dueño del mundo. Uno que no temía a nada.
Su oscura mirada recorrió la habitación, luego se detuvo en ella. Vio que una sonrisa lenta y seductora cruzaba la parte inferior de su rostro, dejando ver sus colmillos.
—Cassandra, amor mío –la saludó, su voz cálida y encantadora—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—No tengo idea –le respondió, honestamente—. Ni siquiera estoy segura de dónde es aquí.
Él rió, con un sonido profundo y estruendoso, luego cerró la puerta y la atrancó.
—Estás en mi hogar, villkat. Al menos en lo que fue mi hogar mucho tiempo atrás.
Ella observó el espartano lugar, que estaba amoblado con una mesa, sillas, y una cama muy grande cubierta con pieles.
—Qué extraño, hubiese pensado que Wulf Tryggvason poseería un sitio mejor que este.
Él depositó el hacha sobre la mesa, luego se quitó el yelmo y lo colocó sobre el arma.
Cassandra estaba apabullada por la belleza masculina del hombre que estaba frente a ella. Rezumaba un atractivo sexual crudo con el que nadie jamás podría competir.
—Comparado con la pequeña granja donde crecí, esto es una mansión, señora mía.
—¿En serio?
Él asintió mientras la acercaba a sí. Sus ojos la quemaron y la llenaron de una profunda y dolorosa necesidad. Sabía exactamente lo que él quería, y aunque apenas lo conocía, estaba más que dispuesta a dárselo.
—Mi padre fue una vez un invasor guerrero que tomó un voto de pobreza años antes de que yo naciera –dijo Wulf roncamente.
Su confesión la sorprendió.
—¿Por qué lo hizo?
Wulf la apretó con más fuerza.
—La ruina de todos los hombres, me temo… Amor. Mi madre era una esclava cristiana capturada que había sido entregada a él por su padre luego de una de sus invasiones. Ella lo sedujo, y al final lo domó y convirtió a un orgulloso guerrero en un dócil granjero que se rehusaba a levantar su espada por temor a ofender a su nuevo dios.
Cassandra podía escuchar las crudas emociones en su voz. El desprecio que sentía por cualquiera que eligiese la paz antes que la guerra.
—¿No estabas de acuerdo con su elección?
—Sí, ¿qué tan bueno es un hombre que no puede protegerse a sí mismo ni a quienes ama? –Sus ojos se tornaron oscuros, implacables. La furia que había en ellos la hizo temblar—. Cuando los Jutes llegaron a nuestra aldea a saquear y tomar esclavos, me dijeron que él se quedó quieto y dejó que lo traspasaran con un arma. Todos los que sobrevivieron se burlaron de él por su cobardía. Él, quien una vez había hecho que sus enemigos temblaran de terror al oír su nombre, fue exterminado en la matanza como un ternero indefenso. Jamás he podido comprender cómo simplemente se quedó allí parado, tomando ese mortal golpe sin intentar defenderse.
Ella se estiró para suavizar su ceño con los dedos, mientras el dolor de él la alcanzaba. Pero no era odio ni condescendencia lo que oía en su voz. Era culpa.
—Lo siento tanto.
—Yo también lo lamenté –susurró, sus ojos se volvieron aún más tormentosos—. No fue suficiente dejarlo allí para que muriera, sino que también me llevé a mi hermano. No había nadie para protegerlo en nuestra ausencia.
—¿Dónde estaban ustedes?
El bajó la mirada, pero aún así ella podía ver su auto—recriminación. Quería regresar y modificar ese momento, tanto como ella deseaba cambiar la noche en que los Daimons Spathi habían matado a su madre y a sus hermanas.
—Había partido el verano anterior en busca de guerra y riquezas. –Él la soltó y observó su modesto hogar—. Luego de que me llegó la noticia de su muerte, las riquezas ya no me parecían importantes. Dejando de lado los desacuerdos, debería haber estado allí con él.
Cassandra tocó su brazo desnudo.
—Debes haber amado mucho a tu padre.
Wulf respiró cansadamente.
—A veces. Otras veces lo odiaba. Lo odiaba por no ser el hombre que debería haber sido. Su padre era un respetado jarl y aún así nosotros vivíamos como mendigos hambrientos. Burlados y despreciados por nuestros propios parientes. Mi madre se enorgullecía de los insultos, diciendo que era la voluntad de dios que sufriéramos. Que nos hacía mejores personas, pero nunca le creí. La ciega devoción de mi padre a sus creencias sólo me enfurecía más. Peleábamos, él y yo, constantemente. Él quería que siguiera sus pasos y que aceptara su abuso sin decir nada. —El tormento en sus ojos la conmovió aún más que la dulzura de su mano sobre la de ella—. Quería que fuera algo que no soy. Pero yo no podía poner la otra mejilla. Jamás estuvo en mi naturaleza no responder a un insulto con otro insulto. Golpe con golpe. –Él giró y la miró con el ceño fruncido—. ¿Por qué estoy contándote esto?
Cassandra lo pensó por un segundo.
—El sueño, seguramente. Probablemente está en tu mente.
Aunque ella no podía imaginar porque sería en su sueño.
De hecho, este sueño se estaba volviendo más extraño a cada segundo, y no podía entender por qué su inconsciente la traería aquí.
¿Por qué estaría conjurando esta fantasía sobre su Cazador Oscuro…?
Él asintió.
—Sí, sin dudas. Me temo que le estoy haciendo a Christopher lo que una vez me hicieron a mí. Debería dejarlo vivir su vida y no interferir en sus elecciones con tanta frecuencia.
—¿Por qué no puedes?
—¿Sinceramente?
Cassandra sonrió.
—Desde luego que prefiero la verdad antes que una mentira.
Wulf rió suavemente, y entonces su rostro se volvió pensativo otra vez.
—No quiero perderlo a él también. –Su voz era tan profunda y dolorosa que hizo que su corazón se encogiera—. Y aún así sé que no tengo más opción que perderlo.
—¿Por qué?
—Todos mueren, señora mía. Al menos en el mundo mortal. Y yo sigo adelante mientras todo lo que me rodea perece una y otra vez. –Levantó la mirada hacia ella. La agonía de su rostro le llegó muy profundamente—. ¿Tienes alguna idea de lo que es sostener a alguien que amas en los brazos mientras muere?
El pecho de Cassandra se cerró mientras pensaba en la muerte de su madre y sus hermanas. Había querido acercarse luego de la explosión, pero su guardaespaldas la había apartado mientras ella aullaba de dolor por su pérdida.
"Es demasiado tarde para ayudarlas, Cassie. Tenemos que correr."
Su alma había gritado ese día.
Incluso ahora gritaba, a veces, por la injusticia de su vida.
—Sí, lo sé –susurró—. Yo también he visto morir a todas las personas que quiero. Mi padre es todo lo que me queda.
La mirada de Wulf se aguzó.
—Entonces imagina pasar por eso miles de veces, siglo tras siglo. Imagina verlos nacer, vivir, y luego morir mientras tú continúas y empiezas de nuevo con cada generación. Cada vez que veo a un miembro de mi familia morir, es como ver a mi hermano Erik muriendo nuevamente. Y Chris… —Dio un respingo como si la sola mención del nombre de Chris le provocara dolor—. Es idéntico a mi hermano, en cara y físico. –Una de sus comisuras se levantó en una forzada risa—. Y en sus gestos así como en su temperamento. Creo que de toda la familia que he perdido, su muerte será la más difícil de soportar.
Ella vio la vulnerabilidad en sus ojos y la afectó profundamente que este feroz hombre tuviera un defecto tan humano.
—Aún es joven. Tiene toda la vida por delante.
—Quizás… pero mi hermano tenía sólo veinticuatro años cuando fue asesinado por nuestros enemigos. Jamás olvidaré la expresión en el rostro de su hijo Bironulf cuando vio a su padre caer en batalla. Sólo pude pensar en salvar al chico.
—Obviamente, lo hiciste.
—Sí. Juré que jamás permitiría que Bironulf muriese como lo había hecho su padre. Lo mantuve a salvo toda su vida, y murió siendo viejo, mientras dormía. En paz. –Se detuvo un instante—. Creo que, al final, sigo más las creencias de mi madre que las de mi padre. Los escandinavos creían en morir jóvenes en la batalla, para poder entrar en los salones del Valhalla, pero al igual que mi madre, yo quería un destino diferente para aquellos a los que amaba. Es una pena que haya llegado a comprender sus sentimientos demasiado tarde. —Wulf sacudió la cabeza, como para borrar esos pensamientos. Frunció el ceño al mirarla—. No puedo creer que esté pensando en esto mientras tengo a una doncella tan hermosa conmigo. Realmente estoy envejeciendo si prefiero hablar antes que actuar –dijo con una profunda risa—. Ya es suficiente de pensamientos morbosos. –La atrajo hacia sí con fuerza—. ¿Por qué estamos perdiendo nuestro tiempo cuando podríamos estar pasándolo mucho más productivamente?
—¿Productivamente cómo?
La sonrisa de Wulf era traviesa, cálida, y la devoraba.
—Me parece que podría dar mejor uso a mi lengua. ¿Qué dices?
Él condujo dicho miembro por la columna de su garganta hasta que alcanzó a mordisquear su oreja. Su cálido aliento quemó su cuello, haciéndola estremecer.
—Oh, sí –jadeó Cassandra—. Pienso que ese es un modo mucho mejor de usar tu lengua.
Él rió mientras desenlazaba la parte trasera de su vestido. Lenta, seductoramente, lo bajó por los hombros y dejó que cayera directo al piso. La tela se deslizó sensualmente por la piel de Cassandra mientras abandonaba su cuerpo y el aire frío la acariciaba.
Desnuda frente a él, no pudo reprimir un profundo temblor. Era tan extraño estar expuesta mientras él estaba parado frente a ella vistiendo su armadura. La luz del fuego jugaba en sus oscuros ojos.
Wulf miró fijamente la simple belleza de la mujer ante él. Era aún más exquisita que la última vez que había soñado con ella. Pasó la mano tiernamente sobre su pecho, dejando que el pezón provocara a su palma.
Cassandra le recordaba a Saga, la diosa escandinava de la poesía. Elegante, refinada. Amable. Cosas que él había desdeñado mientras era un hombre mortal.
Ahora estaba cautivado por ella.
Aún no sabía porqué había confiado en ella. No era habitual en él hablar tan libremente, y aún así ella lo había seducido.
Pero no quería hacerle el amor aquí. No en el pasado, donde sus recuerdos y la culpabilidad por aquellos a quienes había fallado lo azotaban.
Ella merecía algo mejor.
Cerrando sus ojos, los invocó a una copia exacta de habitación actual. Sólo que había hecho algunas modificaciones…
Cassandra quedó boquiabierta mientras se echaba atrás ligeramente y miraba alrededor. Las paredes que los rodeaban eran de un negro que reflejaba, con decoraciones blancas, excepto la pared a su derecha, que estaba construida con ventanas que llegaban del suelo al techo. Las ventanas abiertas estaban enmarcadas por cortinas blancas de gasa que flotaban con el viento, estirándose hacia ellos y haciendo que la llama de docenas de velas que había en la habitación danzaran.
Pero las velas no se apagaban. Titilaban alrededor de ellos como estrellas.
Había una enorme cama en el centro de la habitación, elevada sobre una plataforma. Tenía sábanas de seda negra y un grueso edredón de duvet de seda negra sobre la colcha. La cama estaba hecha de una recargada fundición de hierro que formaba un intrincado cuadrado dosel entre cuatro postes. Había más gasa blanca envuelta alrededor del mismo, y estaba suelto para enroscarse con el viento.
Wulf estaba desnudo. La levantó en brazos y la cargó hacia la gigantesca y acogedora cama.
Cassandra suspiró al sentir el suave colchón debajo, mientras el peso de Wulf la aplastaba. Era como ser presionada contra una nube.
Mirando hacia arriba, rió al darse cuenta de que había un espejo en el techo, y vio que Wulf sostenía una rosa de tallo largo detrás de la espalda.
Las paredes destellaron, y entonces también se convirtieron en espejos.
—¿De quién es esta fantasía? –le preguntó mientras Wulf acercaba la rosa y pasaba sus suaves pétalos sobre el endurecido pezón de su seno derecho.
—Nuestra, blomster –dijo Wulf mientras apartaba sus muslos y reposaba su largo cuerpo entre sus piernas.
Cassandra gimió ante la intensa sensación de tener todo su suntuoso poder reposando sobre ella. Los vellos masculinos de su cuerpo provocaban al suyo hasta alcanzar una sobrecarga de éxtasis sensual.
Él se movió sinuosamente, como una bestia oscura y prohibida que había venido a consumirla.
Cassandra lo observó moverse en el espejo que estaba sobre ella. Qué extraño que lo hubiera creado en su sueño. Siempre había sido tan cautelosa en su vida. Tan cuidadosa de a quién permitía que la tocara. Así que había conjurado a un glorioso amante en su inconsciente, dado que no se atrevía a tener uno en la vida real.
Debido a su sentencia de muerte, no quería importarle a nadie, ni que se enamorasen de ella. No quería tener un hijo que lloraría su muerte. Un hijo que quedaría solo, asustado.
Cazado.
Lo último que deseaba era dejar detrás a alguien como Wulf que lamentara su muerte. Alguien que tendría que ver morir a su hijo en la flor de su juventud por culpa de una maldición que no tenía nada que ver con ninguno de sus actos.
Pero en sus sueños, era libre para amarlo con todo su cuerpo. Allí no había miedo. Ni promesas. Ni corazones que pudiesen romperse.
Sólo ellos y este momento perfecto.
Wulf gruñó gravemente mientras mordisqueaba su cadera. Ella siseó y acunó su cabeza. Él permitió que la suavidad de sus manos en el cabello lo calmara.
Por mucho tiempo, había vagado en sueños por el pasado. Siempre en busca de quien lo había engañado para cambiar lugares. Jamás estuvo destinado a ser un Cazador Oscuro. Nunca había prometido su alma a Artemisa o había recibido un Acto de Venganza a cambio de su servicio.
Wulf había estado buscando a alguien que aliviara el dolor que sentía por la muerte de su hermano. Un cuerpo tierno en el que pudiera hundirse y olvidar por un momento que él había conducido a Erik a una batalla, lejos de su hogar.
Morginne había parecido la respuesta perfecta. Lo deseaba tanto como él a ella.
Pero la mañana posterior a su única noche con la Cazadora Oscura , todo había cambiado. De algún modo, ya fuese durante o luego de su encuentro sexual, ella había intercambiado su alma con la de él. Ya no era mortal, y se encontró con una nueva vida.
Y perversamente hechizado por Morginne para que ningún mortal pudiera recordarlo. Mientras tanto ella había escapado al servicio de Artemisa, y podía pasar la eternidad con el dios nórdico Loki.
Su maldición de despedida había sido el golpe más duro de todos, y era algo que no comprendía hasta el día de hoy.
Ni siquiera su sobrino Bironulf lo había reconocido después.
Wulf estaría ahora completamente perdido si Acheron Parthenopaeus no se hubiese apiadado de su situación. Acheron, el líder de los Cazadores Oscuros, le había dicho que nadie podía deshacer la magia de Morginne, pero que él podía modificarla. Tomando una gota de la sangre de Bironulf, Acheron había hecho que todos aquellos que llevaran su sangre recordaran a Wulf. Además, el Atlante había otorgado a Wulf poderes psíquicos y le había explicado cómo se había convertido en inmortal y cuáles eran sus limitaciones, tales como su sensibilidad a la luz del sol.
Y como Artemisa poseía la “nueva” alma de Wulf, no tenía otra opción más que servirla.
Artemisa no tenía intención de dejarlo ir jamás. No era que a él en realidad le importara. La inmortalidad tenía sus beneficios.
La mujer debajo de él era definitivamente uno de ellos. Pasó su mano hacia abajo por el muslo y escuchó su respiración. Ella sabía a sal y a mujer. Olía a talco y rosas.
Su sabor y su aroma lo incitaban hasta un punto que jamás había llegado. Por primera vez en siglos, se sintió posesivo hacia una mujer.
Quería quedarse con ésta. El Vikingo dentro de él rugió a la vida. En su tiempo como humano, la habría cargado y asesinado a cualquiera que hubiese osado intentar apartarla de él.
Y luego de todos esos siglos, no estaba más cerca de ser civilizado. Tomaba lo que quería. Siempre.
Cassandra gritó en el instante en que Wulf la tomó en la boca. Su cuerpo hervía de deseo por él. Arqueó la espalda y lo observó a través del espejo que había sobre la cama.
Jamás había visto algo más erótico que la imagen de Wulf provocándola mientras los músculos de su espalda se flexionaban. Podía ver cada centímetro de su cuerpo desnudo y bronceado mientras le daba placer. Y tenía un cuerpo increíble.
Un cuerpo que ella deseaba tocar.
Moviendo las piernas debajo de su cuerpo, utilizó los pies para acariciar lentamente la rígida extensión de su pene.
Él gruñó en respuesta.
—Tienes unos pies muy talentosos, villkatt.
—Para acariciarte mejor –dijo suavemente, mientras pensaba que de hecho se sentía como Caperucita Roja siendo comida por el Gran Lobo Malo.
La risa de Wulf se unió a la suya. Cassandra enterró las manos en las suaves ondas de su cabello y dejó que se saliera con la suya. Su lengua era la cosa más increíble que había conocido, mientras la hacía girar a su alrededor. Lamiendo, incitando, saboreando.
Justo cuando pensaba que no podía sentirse mejor, él deslizó dos dedos profundamente dentro de ella.
Cassandra tuvo un orgasmo inmediatamente.
Aún así, él continuó acariciándola hasta que estuvo ardiendo y débil de felicidad.
—Mmm –murmuró, apartándose de ella—. Creo que mi gatita está hambrienta.
—Famélica –dijo ella, levantándolo sobre su cuerpo para poder deleitarse con su piel del modo en que él se había deleitado con ella.
Enterró los labios en su cuello y lo mordisqueó con cada parte suya que estaba desesperadamente hambrienta por él. ¿Qué tenía este hombre, que la volvía loca de deseo? Era magnífico. Estupendo. Sexy. Jamás había deseado a alguien de este modo.
Wulf no podía soportar el modo en que lo estaba agarrando. Lo hacía enloquecer por ella. Elevaba su necesidad hasta estar prácticamente mareado.
Incapaz de tolerarlo más, la hizo rodar hacia el costado y entró en ella.
Cassandra gritó ante el inesperado placer que la llenó. Jamás había tenido dentro a un hombre en esta posición, completamente recostada sobre su lado. Wulf estaba metido tan profundo que ella juró que podía sentirlo hasta el útero.
Lo observó en la pared espejada mientras él embestía una y otra vez dentro suyo, más y más profundamente, hasta que quiso gritar de placer.
El poder y la fuerza de Wulf no eran parecidos a nada que hubiese conocido. Cada enérgica embestida la dejaba débil, sin aliento.
Ella tuvo otro orgasmo justo antes que él.
Wulf se apartó de ella y se recostó a su lado.
Su corazón saltaba por la furia de su pasión. Pero aún no estaba saciado. Alcanzándola, la subió a su pecho para poder sentir cada centímetro de su cuerpo.
—Eres espectacular, villkat.
Ella hociqueó su pecho con el rostro.
—Tú no estás tan mal, villwulf.
Él rió ante su expresión cariñosa inventada. Realmente le gustaba esta mujer, y su ingenio.
Cassandra permaneció en la paz de los brazos de Wulf. Por primera vez en su vida, se sentía completamente a salvo. Como si nadie ni nada pudiera tocarla. Nunca se había sentido de ese modo. Ni siquiera cuando era pequeña. Había crecido con temor cada vez que alguien desconocido golpeaba a la puerta.
Cada extraño era sospechoso. Por la noche, fácilmente podía ser un Daimon o un Apolita que la buscaban para verla muerta. Durante el día, podía ser un Doulos quien la perseguía.
Pero algo le decía que Wulf no permitiría que la amenazaran.
"¿Cassandra?”
Frunció el ceño ante el sonido de la voz de una mujer entrometiéndose en su sueño.
—¿Cassandra?
Contra su voluntad, salió de su sueño sólo para encontrarse dormida en su propia cama.
Los golpes continuaban.
—¿Cass? ¿Estás bien?
Reconoció la voz de Michelle. Era un esfuerzo despertarse lo suficiente como para poder sentarse en la cama.
Una vez más, estaba desnuda.
Frunciendo el ceño, Cassandra vio su ropa hecha un montón desordenado. ¿Qué diablos era esto? ¿Se había vuelto sonámbula o algo así?
—Estoy aquí, Chel –dijo mientras se levantaba y se ponía su bata de baño roja.
Abrió la puerta para encontrar a su amiga y a Kat del otro lado.
—¿Estás bien? –preguntó Michelle.
Bostezando, Cassandra se frotó los ojos.
—Estoy bien. Sólo tomaba una siesta. —Pero no se sentía realmente bien. Se sentía como si estuviera bajo el efecto de un narcótico—. ¿Qué hora es?
—Son las ocho y media, corazón –respondió Kat.
Michelle miró a una y luego a otra.
—Dijeron que irían al Inferno conmigo, pero si no se sienten…
Cassandra captó la decepción en la voz de Michelle.
—No, no, está bien. Deja que me cambie, e iremos.
Michelle sonrió radiantemente.
Kat la miró sospechosamente.
—¿Estás segura de que tienes ánimos para ir?
—Estoy bien, en serio. No dormí bien anoche, y sólo necesitaba una siesta.
Kat hizo un sonido desagradable.
—Es todo ese Beowulf que tú y Chris estuvieron leyendo. Absorbió toda tu energía. Beowulf… íncuboü… lo mismo.
Eso era demasiado cercano a la realidad para el alivio de Cassandra.
Rió nerviosamente.
—Sí. Estaré lista en unos minutos.
Cassandra cerró la puerta y se volvió hacia su pila de ropa arrugada.
¿Qué estaba sucediendo allí?
¿Beowulf era verdaderamente un íncubo?
Quizás…
Dejando el ridículo pensamiento a un lado, recogió su ropa y la agregó al cesto de la lavandería; luego se puso un par de jeans y un suéter azul oscuro.
Mientras se preparaba para salir, la recorrió un extraño estremecimiento. Algo iba a suceder esta noche. Lo sabía. No tenía los poderes psíquicos de su madre, pero sí tenía fuertes presentimientos cada vez que algo bueno o malo iba a suceder.
Desafortunadamente, no podía saber cuál sería hasta que era demasiado tarde.
Pero definitivamente, algo pasaría esta noche.
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