sábado, 28 de enero de 2012

KON cap 18

Wulf estaba en el cuarto de niños con Erik. Estaba sentado en la antigua mecedora con su hijo dormido sobre su hombro mientras observaba distraídamente la pared frente a él. Estaba cubierta con fotos de bebés que habían nacido en su familia durante los últimos doscientos años.
Los recuerdos lo inundaron.
Miró al bebé que tenía en brazos. El tupido cabello negro, el sereno y diminuto rostro. La boca de Erik se movía mientras dormía, y el bebé sonreía como si estuviese en medio de un agradable sueño.
—¿Estás hablándole, D'Aria? –preguntó Wulf, preguntándose si la Cazadora de Sueños cuidaría a su hijo al igual que a él.
Tocó la punta de la nariz de Erik. Incluso dormido, el bebé giró para chupar su dedo.
Wulf sonrió, hasta que captó el débil aroma a rosas y talco en la piel del bebé.
El aroma de Cassandra.
Intentó imaginarse el mundo sin ella. Un día en que no estuviese para iluminarlo todo. Para poner su sedosa mano sobre su piel, para pasar sus graciosos dedos entre su cabello.
El dolor laceró su pecho. Su vista se nubló.
Eres un alma errante, buscando una paz que no existe. Estarás perdido hasta que encuentres la única verdad interna. Jamás podemos escondernos de lo que somos. La única esperanza es aceptarlo.
Al final, comprendía las palabras de la vidente.
—Esto es una porquería –dijo, en voz baja.
No había modo de que dejase escapar a lo mejor que le había sucedido en la vida.
Wulf Tryggvason era una sola cosa en la vida.
Era un bárbaro.
Cassandra estaba en el dormitorio de Wulf, buscando su caja, cuando escuchó que la puerta se abría detrás suyo.
Estaba casi totalmente perdida en sus pensamientos cuando sintió que dos fuertes y poderosos brazos se envolvían a su alrededor y la hacían girar para enfrentarse a un hombre que sólo había visto una vez antes.
La noche en que se habían conocido.
Este era el peligroso guerrero capaz de hacer trizas a un Daimon con las manos desnudas.
Wulf acunó su rostro entre las manos y la besó desesperadamente. Ese beso llegó profundamente dentro de Cassandra e incendió su sangre.
—Eres mía, villkat –susurró Wulf. Su tono era posesivo—. Para siempre.
La apretó contra él, fuertemente. Ella esperó que la tomara. No lo hizo. En cambio, hundió los colmillos en su cuello.
Cassandra no pudo respirar mientras sentía el momentáneo dolor, que fue rápidamente seguido por la sensación más erótica que jamás había conocido.
Su boca se abrió mientras respiraba entrecortadamente, con la cabeza dando vueltas. Veía colores girando ante sus ojos, sentía sus latidos sincronizándose con los de Wulf mientras todo a su alrededor se volvía confuso, vertiginoso. El placer explotó a través de su cuerpo con un orgasmo tan fuerte que la hizo gritar.
Mientras gritaba, sintió que sus incisivos crecían. Sintió a sus colmillos regresando…
Wulf gruñó profundamente mientras la saboreaba. Jamás se había sentido tan unido a nadie en la vida. Era como si fuesen una sola persona compartiendo un solo latido.
Sentía todo lo que ella sentía. Cada esperanza, cada miedo. Toda la mente de Cassandra estaba abierta de par en par ante él, y eso lo abrumó.
Y entonces sintió que lo mordía en el hombro. Wulf jadeó ante la inesperada sensación. Su pene se hinchó, haciéndolo desear estar dentro de ella.
Cassandra estiró la mano entre sus cuerpos mientras bebía de él, y bajó la cremallera de sus pantalones. Wulf gimió gravemente mientras ella lo guiaba directamente dentro suyo.
Sin control sobre sí mismo, él la tomó salvajemente, ferozmente, mientras unían sus fuerzas vitales.
Llegaron juntos a un furioso orgasmo que los golpeó exactamente en el mismo momento.
Débil y agotado, Wulf se apartó del cuello de Cassandra. Ella lo miró, con los ojos brillantes mientras se lamía los labios y sus dientes se retraían.
Wulf la besó profundamente, abrazándola con fuerza.
—Wow –susurró Cassandra—. Aún veo las estrellas. —Él se rió. También las veía—. ¿Crees que realmente funcionó? –le preguntó.
—Si no funciona, voto por que sigamos el consejo de Zarek de agarrar a Acheron y golpearlo.
Cassandra rió nerviosamente.
—Supongo que en unas semanas lo sabremos.
Sólo que no tomó tanto tiempo. Los ojos de Cassandra se ensancharon y comenzó a jadear en busca de aire.
—¿Cassandra? –preguntó Wulf. Ella no respondió—. ¿Bebé? –preguntó otra vez.
Su mirada estaba llena de dolor mientras se estiraba, colocaba su mano sobre la barbuda mejilla y temblaba. En menos de tres segundos, estaba muerta.
—¡Acheron!
Ash despertó bruscamente ante el agudo chillido que repiqueteó en su cabeza. Estaba acostado, desnudo, en su cama, con sus sábanas de seda negra envueltas alrededor de su delgado cuerpo.
Estoy cansado, Artie, y estoy durmiendo.
Envió la nota mental a través del cosmos hasta su templo en el Olimpo en un tono mucho más calmado.
—Entonces levántate y ven aquí. ¡Ahora!
Ash suspiró largamente.
No.
—No te atrevas a darte vuelta y volver a dormir luego de lo que has hecho.
¿Y eso es?
—¡Liberaste a otro Cazador Oscuro sin consultarme!
Las comisuras de los labios de Ash dieron un tirón mientras comprendía porqué vociferaba. Wulf había mordido a Cassandra.
Sonrió, aliviado al saber la verdad. Gracias a los dioses, Wulf había escogido sabiamente.
—Este no es el modo en que se suponía que salieran las cosas, y lo sabes. ¿¡Cómo te atreves a interferir!?
Déjame en paz, Artie. Tienes más Cazadores Oscuros de lo necesario.
—Está bien –dijo ella, en un tono irritable—. Doblaste las reglas de nuestro acuerdo, así que también lo haré yo.
Ash se levantó rápidamente.
—¡Artie!
Se había ido.
Maldiciendo, Ash dispuso la ropa sobre su cuerpo y salió como rayo de su hogar en Katoteros a la casa de Wulf.
Era demasiado tarde.
Wulf estaba en el living con Cassandra en sus brazos. Su rostro estaba pálido, con un tinte azulado.
En cuanto el Vikingo lo vio, sus ojos llenos de lágrimas resplandecieron con odio.
—Me mentiste, Ash. Mi sangre la envenenó.
Ash tomó a Cassandra de los brazos de Wulf y la recostó suavemente en el sillón.
Erik comenzó a aullar, como si comprendiese lo que había sucedido. Como si supiera que su madre estaba muerta.
El corazón de Ash dejó de latir.
Jamás había sido capaz de soportar el sonido de un niño llorando.
—Ve con tu hijo, Wulf.
—Cassandra…
—¡Ve con Erik! –le dijo Ash bruscamente—. Ahora, y sal de la habitación.
Afortunadamente, el Vikingo lo obedeció.
Ash acunó la cabeza de Cassandra en sus manos y cerró los ojos.
—No puedes resucitar a los muertos, Acheron –dijo Artemisa mientras aparecía en la habitación—. Los Destinos no te dejarán.
Ash la miró y entrecerró los ojos.
—No te metas conmigo en este momento, Artie. Esto no te concierne.
—Todo lo que haces me concierne. Conoces nuestro pacto. No me diste nada a cambio del alma de Wulf.
Ash se puso de pie lentamente, con los ojos centelleando.
Artemisa dio un paso atrás, reconociendo el hecho de que él no estaba de humor para jugar con ella.
—Jamás tuviste su alma, Artemisa, y lo sabes. Lo usaste para proteger el linaje de tu hermano. ¿Qué mejor modo de liberarlo, para que proteja a su inmortal esposa y críe a hijos igualmente inmortales que sean lo suficientemente fuertes como para sobrevivir a aquellos que los quieren muertos?
—¡Wulf me pertenece!
—No es así. Jamás te perteneció.
Ash cerró los ojos y tocó la frente de Cassandra.
Sus ojos parpadearon lentamente.
—¡No! –dijo Artemisa con brusquedad.
Ash la miró, con los ojos de un rojo brillante.
—Sí –siseó—. Y a menos que quieras tomar su lugar con Hades, sugiero que te retires.
Artemisa desapareció de la habitación.
Cassandra se sentó lentamente.
—¿Acheron?
—Shh –dijo él, apartándose de ella—. Está bien.
—Me siento tan extraña.
—Lo sé. Esa sensación desaparecerá pronto.
Cassandra frunció el ceño mientras miraba alrededor.
Wulf regresó. Se quedó helado en cuanto vio a Cassandra sentada. Más rápido de lo que Ash podía parpadear, había atravesado la habitación para poder tomarla en brazos y sostenerla contra sí.
—¿Estás bien?
Cassandra miró a Wulf como si hubiese perdido la cabeza.
—Por supuesto. ¿Por qué no lo estaría?
Wulf la besó, y luego miró a Ash incrédulamente.
—No sé lo que hiciste, pero gracias, Ash. Gracias.
Ash inclinó la cabeza.
—Cuando quieras, Vikingo. Todo lo que pido es que los dos disfruten de su tiempo juntos y tengan montones de hijos. –Cruzó los brazos sobre su pecho—. A propósito, como regalo de bodas, revoco la maldición del sol a ustedes y sus hijos. Nadie que nazca de ustedes dos tendrá que volver a vivir por la noche. No a menos que lo elijan por sí mismos.
—¿Me estoy perdiendo de algo? –preguntó Cassandra nuevamente.
Una esquina de la boca de Ash se elevó.
—Dejaré que Wulf te lo explique. Por el momento, regresaré a la cama.
Ash desapareció de la habitación.
Wulf levantó a Cassandra y la llevó hacia su cama.
Artemisa estaba en el dormitorio de Ash, esperando que reapareciera. La expresión en su rostro le dijo que estaba planeando hacer el resto de su día miserable.
—¿Qué, Artie? –le preguntó, irritado.
Ella balanceaba un medallón con su dedo.
—¿Sabes a quién le pertenece esto?
—Morginne.
—Wulf.
Ash sonrió malignamente.
—Morginne. Loki es quien tiene el alma de Wulf. Piénsalo, Artie. ¿Cuál es la única regla de las almas?
—Deben ser otorgadas libremente.
Él asintió.
—Y tú jamás acordaste renunciar a la de ella. Usando el veneno de Daimon, Morginne drogó a Wulf para que él diera la suya, inconscientemente, a Loki. El hechizo que Loki usó para intercambiar sus almas se gastó luego de unos pocos meses, y el alma de Morginne regresó a ti, mientras que la de Wulf regresó al amuleto que Loki tiene.
—Pero…
—No hay peros, Artie. Fui yo quien hizo inmortal a Wulf y le dio sus poderes. Si quieres regresar esa alma a alguien, entonces será mejor que llames a Loki y veas si está dispuesto a entregarte a Morginne.
Ella chilló, furiosa.
—¡Me engañaste!
—No. Este es el modo en que se suponía que fueran las cosas. Necesitabas a alguien que engendrara a la heredera de Apolo. Por mucho que odie a tu hermano, comprendo porqué Cassandra debe vivir y porqué Apolo no puede morir.
—Planeaste esto desde el principio –lo acusó.
—No –la corrigió él—. Simplemente tuve la esperanza.
Ella lo miró con rabia.
—Aún no comprendes la fuente de tus poderes Atlantes, ¿verdad?
Ash respiró entrecortadamente.
—Sí, Artemisa. Lo comprendo. Lo entiendo de un modo que jamás comprenderás.
Y con eso, pasó junto a ella y se recostó en su cama para poder obtener finalmente un poco de su muy bien merecido sueño.
Artemisa trepó a la cama detrás de él y se acurrucó contra su espalda. Le acarició el hombro con su rostro.
—Está bien, entonces –dijo suavemente—. Ganaste esta ronda contra mí y contra Apollymi. Te daré crédito por eso. Pero dime, Acheron… ¿cuánto tiempo puedes continuar derrotándonos a ambas?
Él observó sobre su hombro para ver el maligno destello en sus ojos verdes iridiscentes.
—Cuanto sea necesario, Artemisa. Cuanto sea necesario.

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