—Bien, —Astrid dijo con un tono igual de sarcástico —espero que tengas un mapa. Nunca he estado antes allí.
—Confía en mí, lo conozco como la palma de mi mano. Estuve viviendo ahí la mayor parte de mi vida.
Insegura si debía reír o gemir, Astrid se agarró rápido al tanque frente a ella mientras Zarek aceleraba la máquina de nieve al máximo. Vibraba de una forma que ella medio esperaba que el motor se desintegrara debajo de ellos.
—Capitán —dijo ella, con su mejor acento ‘Scotty’[1]. —No creo que ellas aguanten. Los motores no pueden soportar más. Va a explotar.
Si ella no lo conociera mejor, juraría que realmente escuchó el retumbar de la risa de Zarek.
—Ellas aguantarán —dijo con una profunda y penetrante voz, en su oído derecho. Le produjo escalofríos, que no tenían nada que ver con la glacial temperatura.
—Creo que puedo estar agradecida de mi ceguera, después de todo. Algo me dice que si pudiera ver la “velocidad temeraria” a la que estas conduciendo, probablemente tendría un ataque.
—Sin duda.
Puso los ojos en blanco ante su rápido acuerdo. —¿No tienes ni idea de cómo consolar a alguien, no?
—En caso de que no lo hayas notado, Princesa, las habilidades sociales no son mi fuerte. Diablos, tienes suerte que no haya entrado a la fuerza.
Oh, él era un malvado.
Pero había algo casi encantador acerca de sus respuestas cáusticas. Eran mordaces y airadas, pero rara vez perversas, y ahora que ella había visto al verdadero Zarek, el que él mantenía oculto de todo el mundo, conocía esas púas por lo que eran.
Una armadura.
Eran sacadas para mantener a distancia a todo el mundo. Si no dejas entrar a nadie en tu corazón, entonces nunca serás herido por la traición.
Ella no sabía cómo soportaba vivir así. En el constante dolor y soledad. Dejando que el odio guiara todo lo que hacía o decía.
Zarek era un hombre rudo, lleno de más veneno que la Hydra[2] de nueve cabezas. Pero hasta la Hydra, eventualmente, había encontrado quien pudiera contra ella.
Esta noche, Zarek había encontrado quien pudiera con él y no era Thanatos.
Astrid no iba a perder las esperanzas con él.
Anduvieron hasta que sus oídos zumbaron y su cuerpo estuvo helado hasta los huesos. Ella se preguntaba si alguna vez podría deshelarse.
Zarek, quién parecía ajeno al tiempo glacial, continuamente zigzagueaba su rumbo, como si tratara de evitar que Thanatos los siguiera.
Zarek finalmente se detuvo, justo cuando llegó a estar segura que era un mito el concepto de que los inmortales no podían morir congelados.
Él apagó el motor.
El silencio repentino fue ensordecedor. Opresivo.
Esperó a Zarek para que le ayudara a levantarse y a bajar de la máquina de nieve, pero todo lo que él hizo fue sacarle el casco de la cabeza. Él lo arrojó con una maldición.
Lo escuchó golpear la tierra, luego el silencio regresó, solo interrumpido por sus respiraciones.
La furia de Zarek la alcanzó como una amenaza tangible. Era vibrante y atemorizante.
Parte de él quería lastimarla, ella lo podía sentir, pero debajo de eso ella podía sentir su dolor.
—¿Quién eres? —. La voz de Zarek era demandante y cada pizca era tan fría como el invierno ártico. Él dejó sus brazos alrededor de ella y su voz estaba en su oído.
—Te lo dije.
—Me mentiste, Princesa –gruñó él. —No puedo leer las mentes, pero sé que no eres lo que aparentas. Las mujeres humanas no tienen acompañantes Katagaria. Quiero saber quién eres realmente y por qué estabas en mis sueños.
Ella se estremecía de nervios. ¿Qué haría él con ella ahora?
¿La dejaría con Thanatos?
Tenía miedo de decirle la verdad, pero aún así, las mentiras no era algo que ella usara a menos que tuviera que hacerlo.
Él tenía derecho a estar enojado con ella. No es que ella le hubiera mentido; sólo había tenido el descuido de no decirle unas pocas cosas. Cosas como su propósito real, el por qué lo había ayudado, y el hecho de que el lobo que él odiaba podía convertirse en un hombre...
Bien, ella había mentido acerca de que Sasha estaba muerto, pero Sasha se lo había merecido.
Y ella lo había drogado.
Si, bien, ella no se presentaría para Miss Simpatía este año, pero claro, tampoco Zarek.
Especialmente no con su humor actual.
Sentía la respiración caliente de Zarek contra su expuesta mejilla. —¿Qué eres? —repitió.
Astrid decidió que el tiempo para los engaños estaba terminado. Él merecía saber la verdad, y ya que Artemisa había roto el acuerdo y enviado a Thanatos, ¿qué propósito tenía proteger a la diosa mucho más?
—Soy una ninfa.
—Espero que hayas cambiado una letra a esa palabra, Princesa.
—¿Perdón? Le tomó un segundo entender lo que quería decir. Cuándo lo hizo su cara llameó. —¡No soy una ninfo[3]! Soy una ninfa. Ninfa. ¡Sin o!
Él no se movió o habló por varios minutos.
Zarek dejó escapar su respiración lentamente mientras consideraba a la mujer delante de él y trataba de por una vez refrenar su furia.
Una jodida ninfa. Él debería haber sabido que había algo así.
Oh, sí, claro. Como si la idea de una ninfa griega en Alaska fuese algo que se le debería haber ocurrido. Su tipo usualmente andaba rondando playas, océanos, y bosques o se quedaba en el Olimpo.
No se caían de pronto en una tormenta de nieve y arrastraban a un Cazador Oscuro herido sin razón en sus casas.
Su estómago se encogió cuando la razón de su presencia se estrelló contra él.
Alguien la había enviado aquí.
Por él.
Él agarró los manillares con ferocidad, reacio a dejarlos por miedo de lo que pudiera hacerle a ella. —¿Qué clase de ninfa eres, Princesa?
—De la justicia –dijo ella quedamente. —Sirvo a Themis y fui enviada aquí para juzgarte.
—¿Juzgarme? —dejó escapar un sonido sumamente disgustado. —Oh, tú eres jodidamente increíble.
Zarek nunca había querido lastimar a alguien tanto en su vida. Levantándose de la maquina de nieve, antes de sucumbir a su temperamento, puso espacio entre ellos.
¿Esta era su suerte o qué?
Finalmente había encontrado a alguien que pensaba que no lo juzgaría y ella realmente era un juez cuyo propósito exclusivo era enjuiciarlo a él y su forma de vida.
Oh, bravo, él realmente sabía elegir.
Los dioses todavía deberían estar riéndose. Burlándose de él.
Todos ellos.
Enfurecido, se paseó alrededor de la maquina de nieve a fin de poder mirarla sentada en el asiento, mirando toda remilgada y decorosa con sus manos dobladas en su regazo y su cabeza baja.
Toda femenina.
¡Cómo se atrevió ella a enredarse con él! ¿Quién pensaba que ella era?
Estaba cansado de personas entrometiéndose con él. Cansado de juegos y de mentiras.
Un juez. Acheron había enviado a un juez antes de que lo mataran. Ooo, Zarek estaba simplemente encantado por la consideración.
Tal vez debería sentirse halagado de que le dieran una presunción de imparcialidad. Era muchísimo más de lo que habría tenido como un esclavo acusado.
—Esto era solo un juego para ti princesa, ¿no? 'Ven, Zarek, siéntate sobre mi regazo. Dime por que no te comportaste como debías’. —Su vista se oscureció. Mortalmente. —Jódete, señora, y jódanse todos.
Su cabeza se levantó rápidamente. —¡Zarek, Por Favor!
—Entonces, ¿qué? ¿Decidiste que Acheron tenía razón? Soy un psicópata, ¿así es que enviaste tus perros a matarme?
Ella se levantó y giró hacia donde oía que venia la voz. —No. Se suponía que Thanatos no vendría por ti. Por lo que respecta a Acheron, él nunca te condenó. De no ser por él, estarías muerto ahora. Él negoció quién sabe qué con Artemisa a fin de que pudiera venir a ti y encontrar la manera de salvar tu vida.
Él bufó. —Sí, claro.
—Es la verdad, Zarek –dijo ella con voz sincera. —Niégalo todo lo que quieras, pero eso no altera el hecho de que estamos de tu lado.
La recorrió con una mirada repugnante que él sólo deseaba que hubiera podido ver y apreciar. —Debería dejarte aquí para que te murieras de frío. Oh, espera, eres una ninfa inmortal. No puedes morir.
Ella levantó su barbilla y se paró como si se afirmara para esperar lo peor de él. —Puedes dejarme si es lo que quieres. Pero el hombre que he llegado a conocer no es tan insensible o cruel. Él nunca dejaría a alguien para muriera.
Él apretó los dientes. —No sabes nada de mí.
Astrid dejó la maquina de nieve. Caminó lentamente, extendió la mano, queriendo hacer contacto físico con él. Lo necesitaba, y algo le decía que él también. —He estado dentro de ti, Zarek. Sé lo que nadie más sabe.
—¿Qué más da? ¿Se supone que eso me volverá cálido y ablandarme por ti? Mira, la pequeña princesa se escabulló en mis sueños para salvarme. Ooo, estoy tan emocionado. ¿Debería llorar ahora?
Ella agarró su brazo.
Sus músculos, como él, estaban tensos y duros. Feroz. —¡Detente!
Ella se estiró para tocar sus mejillas heladas con ambas manos. Estaban irritadas por el viaje, y aún así lograron calentar sus dedos helados.
Medio esperando que él se apartara, se asombró cuando no lo hizo. Se quedó parado allí como una estatua. Sin moverse. Frío. Inflexible.
Astrid tragó, anhelando una forma de hacerlo entender. Anhelando una forma de poder alcanzarlo a fin de que dejara de ser tan autodestructivo.
¿Por qué no vería él la verdad?
Zarek no podía respirar mientras ella acunaba su cara entre sus manos calientes. Era tan bella, con diminutos copos de nieve en sus pestañas y pelo rubio. Él vio el dolor en su cara, la ternura.
Parecía que ella quería ayudarle, pero él aun no podía creerlo.
Las personas eran siempre egoístas. Todas ellas.
Ella no era la excepción.
Y aun así, él quería creer en ella.
Quería llorar.
¿Qué le había hecho ella?
Por un breve tiempo en sus sueños había comenzado a pensar que tal vez no era tan malo. Que merecía algún tipo felicidad.
Dioses, era un tonto.
¿Cómo pudo ser él tan estúpido y confiado? Tenía mejor criterio.
La confianza era sólo un arma que se usaba para matar personas.
No tenía lugar en su mundo.
Astrid acarició sus mejillas con sus pulgares. —No quiero que mueras, Zarek.
—Aquí está la sorpresa, Princesa. Yo sí.
Las lágrimas llenaron sus ojos y derritieron los copos de nieve de sus pestañas. —No te creo. Thanatos gustosamente te habría cumplido ese deseo y aún así te opusiste a él. ¿Por qué?
—Hábito.
Ella cerró los ojos como si estuviese frustrada con él. Sus manos apretaron más su cara, luego para su completo asombro, ella estalló de risa. —¿Realmente no puedes evitarlo, no?
Él estaba completamente perplejo por su reacción. —¿Evitar qué?
—Ser un idiota —ella dijo, su voz quebrada por la risa.
Como ella continuaba riéndose, le clavó los ojos con incredulidad. Nadie se había atrevido a reírse de él antes. Al menos no desde el día en que había muerto.
Luego ella hizo la cosa más inesperada de todas. Se metió entre sus brazos y lo abrazó. Su risa atrajo su cuerpo hacia el suyo, prendiéndolo fuego.
Le recordaba tanto a su sueño...
Ella le pasó los brazos alrededor del cuello y lo mantuvo cerca.
Nadie alguna vez lo había sostenido así. Él no sabía si debía abrazarla o apartarla a empujones.
Al final, se encontró colocando sus brazos torpemente alrededor de ella. Ella se sentía como en su sueño. Igual de maravillosa.
Él odió eso sobre todo.
Ella le dio un fuerte apretón. —Estoy tan contenta que Acheron me enviara contigo.
—¿Por qué?
—Porque me gustas, Zarek, y creo que cualquiera, aparte de mí, ya te habría matado a estas alturas.
Aún más sospechoso de ella que antes, la soltó y dio un paso atrás. —¿Por qué te importa lo que me ocurra? Has estado dentro de mí; dime honestamente que no te asusté.
Ella suspiró. —Honestamente, Sí. Me asustas, pero de la misma manera, he visto bondad en ti, también.
—¿Y el pueblo que te mostré en mis sueños? El que destruí.
Ella frunció su frente. —Estaba quebrado y fragmentado. No me pareció un recuerdo, parecía otra cosa.
—¿Qué?
—No sé. Pienso que allí sucedió más de lo que recuerdas.
Él negó con la cabeza. ¿Cómo ella podía tener fe en él cuando él no la tenía en sí mismo? —¿Realmente eres ciega?
—No. Te veo, Zarek. En una forma que creo nadie lo hizo antes.
—Te lo aseguro, Princesa, si vieras al yo real, estarías corriendo para refugiarte —se mofó él.
—Sólo si supiese que tu estarías esperándome en el refugio.
Él estaba apabullado por lo que ella dijo.
Ella no lo decía de verdad.
Era otro juego. Otra prueba.
Nadie, nunca, lo había querido. Ni su madre, ni su padre. Ni sus dueños. Ni siquiera él querría estar consigo mismo.
¿Entonces cómo podría ella?
Zarek hizo una pausa al sentir un pequeño temblor psíquico recorrerlo. —Thanatos esta viniendo.
Sus ojos se agrandaron del miedo. —¿Estás seguro?
—Sí.
La empujó hacia la maquina de nieve. Amanecería dentro de poco tiempo.
Él estaría atrapado, pero Thanatos...
El Daimon podía caminar a la luz del día.
Zarek envolvió sus brazos alrededor de Astrid. La debería dejar aquí por lo que ella le había hecho, entregarla a Thanatos para que le diera más tiempo para escapar. Pero él tenía esta idea alocada de protegerla.
No, no era una idea. Era un anhelo que él tenia de mantenerla a salvo.
Resignado a su estupidez, echó a andar la maquina de nieve y se dirigió hacia su propiedad.
Astrid aspiró profundamente mientras reanudaban el viaje. Había violado más reglas de las que quería pensar.
Y aun así, al sentir a Zarek rodeándola, supo que valía la pena. Ella tenía que salvarle.
No importa lo que costara.
Ella nunca se había sentido tan decidida. O más segura de sí misma. Él le daba una confianza y una fuerza que nunca había conocido.
Él la necesitaba. A pesar de lo que dijera o pensara. La necesitaba de un modo que era doloroso.
El hombre no tenía a nadie en el mundo. Y por alguna razón que ella no podía entender, quería ser la única persona en quien él confiara. La única persona que lo pudiera domesticar.
Él los condujo por casi una hora antes de que se detuviesen otra vez.
—¿Dónde estamos? —preguntó mientras él se bajaba de la maquina de nieve.
—Mi cabaña.
—¿Es segura?
—Ni un poco. Y parece que todo un infierno se desató aquí.
Zarek se quedó parado en atónita incredulidad mientras miraba alrededor. Aun había sangre sobre la nieve, pero de quién era, no podía decirlo.
La vista lo desgarró al ver la realidad de su casa.
Un Cazador Oscuro había muerto aquí.
Los de su clase no morían a menudo y él sintió un dolor peculiar por el hombre que había muerto esta noche. No era correcto.
No era justo.
Si alguien debía pagar ese precio, entonces debería haber sido él. Él debería haber estado aquí para enfrentar a Thanatos.
El pensamiento de un hombre inocente convertido en una Shade[4] le hizo querer la sangre de Artemisa.
¿Y dónde diablos estaba Acheron? Para alguien que estaba supuestamente dispuesto a poner su trasero en la línea por los Cazadores Oscuros, el Atlante estaba asombrosamente ausente.
Frunciendo los labios, regresó a la maquina de nieve.
—Vamos –dijo él, —tenemos mucho que hacer.
Él se alejó dejándola encontrar su propio camino.
—Necesito tu ayuda, Zarek. Necesito que me digas donde están las cosas así no me meto en cualquier lado
Estaba en la punta de su lengua recordarle el hecho que ella había afirmado que podía cuidarse así misma. Luego sus recuerdos emergieron y recordó lo que era poder ver sólo sombras.
Llevarse objetos por delante porque no los podía ver.
Él no quería tocarla más.
Odiaba el sólo pensamiento de eso, porque cada vez que la sentía, la deseaba más ardientemente.
En contra de su voluntad, se encontró tomando su mano en la suya. —Vamos, Princesa.
Astrid refrenó su sonrisa. Su tono era rudo, pero ella sintió una victoria pequeña dentro de su corazón. Sin mencionar el hecho que él había dejado de usar "Princesa" como un insulto. Ella no creía que él se diera cuenta de que ahora cuando la llamaba así, su voz se suavizaba muy ligeramente.
En algún momento durante sus sueños, el insulto que él había usado para mantenerla a distancia se había transformado en una palabra de afecto.
Zarek la dirigió a su cabaña.
—Párate aquí —le dijo, colocándola a la izquierda al pasar la entrada.
Ella le oyó murmurando a su derecha. Mientras él estaba ocupado, ella pasó su mano contra la pared para llegar hasta él. Lo que encontró allí la asombró.
Frunciendo el ceño, pasó su mano sobre los profundos planos y depresiones de la pared. Era una sensación táctil increíble. Intrincada. Compleja. Pero lo que tocaba era tan grande que realmente no podía entender lo que representaba.
Mientras seguía el diseño con la mano se dio cuenta que cubría la pared entera.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Un paisaje de la playa —él dijo distraídamente.
Ella arqueó una ceja. —¿Un paisaje de la playa esta tallado en tu pared?
—Estaba aburrido ¿Ok? –dijo él bruscamente. —Así que tallo cosas. Algunas veces en el verano me quedo sin madera y tallo las paredes y los estantes.
Algo así como el lobo que había tallado en su casa.
Astrid se tropezó con algo mientras trataba de alcanzar la siguiente pared. Varias cosas se derribaron, desparramándose sobre sus pies.
Zarek maldijo. —Pensé que te dije que te quedaras donde te puse.
—Lo siento —. Ella se inclinó para recoger las cosas para encontrarse que eran animales tallados en madera.
Parecía que había docenas de ellos.
Se asombró por lo intrincado de cada pieza al pasar los dedos sobre ellos, levantándolos del suelo. —¿Hiciste todos estos?
Él no contestó mientras los agarraba rápidamente y los amontonaba otra vez.
—Zarek –dijo ella en tono severo, —háblame.
—¿Para decir qué? Sí, talle las malditas piezas. Usualmente hago tres o cuatro de ellas en una noche. ¿Y qué?
—Entonces debería haber más de ellas. ¿Dónde están las demás?
—No sé –dijo él con un tono menos hostil, —llevé algunas al pueblo y las regalé y el resto las quemé cuando los generadores se apagaron.
—¿No significan nada para ti?
—No. Nada significa una mierda para mí.
—¿Nada?
Zarek hizo una pausa al verla arrodillarse al lado de él. Sus mejillas estaban irritadas, la piel ya no estaba suave y protegida como había estado cuando la despertó en su cabaña. Tenía la mirada fija sobre su hombro, pero él supo que era así porque no estaba realmente segura de dónde él estaba.
Sus labios estaban ligeramente separados, su pelo desordenado.
En su mente podía verla entre sus brazos, sintiendo su piel resbalando contra la de él. Y en ese momento, hizo un descubrimiento sorprendente.
A él sí le importaba algo.
Ella.
Si bien ella le había mentido y engañado, no quería que se hiciera daño. No quería ver su piel delicada dañada por el clima extremo.
Ella debería estar protegida de tal dureza.
Cómo se odiaba por esa debilidad.
—No, Princesa –murmuró él, la mentira atascándose en su garganta. —No me preocupo por nada.
Ella extendió la mano para tocarle la cara. —¿Esa mentira es para tu beneficio o el mío?
—¿Quién dice que es una mentira?
—Yo, Zarek. Para un hombre que no le importa nada, has hecho un gran esfuerzo para asegurarte que estoy a salvo —ella le sonrió. —Te conozco, Príncipe Encantado. Yo realmente veo que hay dentro tuyo.
—Estas ciega.
Ella negó con la cabeza. —No tan ciega como tu.
Luego ella hizo la cosa más inesperada de todas. Se inclinó hacia delante y capturó sus labios con los de ella.
Algo dentro de él se hizo pedazos ante el contacto, ante la sensación de sus dulces labios húmedos. De su lengua tocando la de él.
Éste no era un sueño.
Esto era real.
Y era maravilloso. Tan buena como había sabido ella antes, era mucho mejor ahora.
La aplastó contra él, asumiendo el control del beso. Quería devorarla. Tomarla ahora mismo en el piso hasta que su erección se consumiera y saciara.
Pero si sus sueños eran un índice, entonces le llevaría más que un sólo acto sexual aliviar el fuego de su ingle.
Él podía amar a esta mujer durante toda la noche y todavía mendigar por más cuando la mañana llegara.
Astrid no podía respirar por la fiereza de su beso. El calor de su cuerpo prendió fuego al de ella.
Él era verdaderamente indomable, su guerrero.
Él deslizó su mano fresca bajo su camisa hasta que pudo tomar su pecho. Ella tembló cuando sus dedos apartaron a un lado el encaje de su sostén a fin de que él pudiera pasar la palma contra su pezón dilatado.
Ella nunca había permitido que alguien la tocara así. Pero en verdad, ella había hecho un montón de cosas con él que nunca antes había hecho.
Toda su vida, había sido recatada y correcta. El tipo de mujer que vivía de acuerdo a las reglas y que nunca trató de romperlas o siquiera torcerlas.
Zarek liberó algo dentro de ella. Algo descabellado y maravilloso.
Algo inesperado.
Él se apartó de sus labios mientras su mano se movía más abajo, sobre su estomago, bajando hacia su cintura.
Tembló mientras le desabotonaba los pantalones, luego deslizó el cierre. En el sueño, aún había cierta protección de que no era real. De que todo era un sueño.
Esta noche la barrera había desaparecido. Una vez que él la tocara en este reino, no habría vuelta atrás.
¿Qué diablos? No había vuelta atrás para ella de cualquier manera. Nunca sería la misma.
—¿Me dejarías joderte en mi piso, Princesa? —preguntó, su voz quebrada y profunda con hambre.
—No, Zarek –suspiró ella. —Pero puedes hacer el amor conmigo donde sea que quieras.
Tomo su mano en la de ella y la deslizó dentro de los pantalones, adentro de sus bragas de algodón.
La respiración de Zarek fue salvaje al abrir ella las piernas, incitándolo. La miró extendida sobre el piso. Su camisa arrugada estaba levantada, mostrando su estómago redondeado mientras su mano descansaba contra su ropa interior rosa claro. Delgados mechones de pelo se asomaban de abajo de la cinturilla mientras él masajeaba su montículo delicadamente.
Ella abrió la cremallera de sus pantalones, liberando su erección. Él no pudo moverse mientras lo tomaba entre sus cálidas manos.
Su cuerpo estaba en llamas, deslizó su mano a través de los rizos húmedos en la unión de sus muslos a fin de poder tocarla íntimamente mientras ella lo acariciaba.
Estaba tan mojada ya, sus labios inferiores hinchados, implorando por más. Sus manos lo masajearon, causándole que se endureciera al extremo del dolor.
Él deslizó sus dedos en su hendidura, deleitándose con el sonido de su quejido de placer.
Él hundió su cabeza en su pecho, para juguetear con su pezón. Lo chupó y probó, tomándose el tiempo para saborearla.
Queriendo más de ella, deslizar sus dedos dentro de ella, sólo para tocar algo que lo dejó estupefacto. Algo que no había estado allí en el sueño.
Se congeló.
Haciéndose para atrás, frunció el ceño al sentir su himen bajo el sondeo de sus dedos. —¿Eres virgen?
—Sí.
Él maldijo y se alejó de ella.
—Eres una virgen —él repitió. —¿Cómo diantre puedes ser virgen?
—Fácil. Nunca me he acostado con un hombre.
—Pero en mis sueños...
—Esos eran sueños, Zarek. Ese no era realmente mi cuerpo.
Su vista se oscureció. Los celos lo mordieron. Su pequeña ninfa había encontrado una maldita escapatoria. —¿A cuántos hombres has jodido en tus sueños?
—¡Eres un bastardo! –dijo ella enojada, levantándose hasta quedar sentada en el piso. —¡Si pudiera encontrar tu cara, entonces te abofetearía!
Enojada, se enderezó la ropa y se alejó de él. Sus mejillas estaban ruborizadas, sus manos temblando, mientras continuaba maldiciendo a los dos entre dientes.
Fue ahí cuando él lo supo.
Ella no estaría así de enojada si fuera culpable de lo que le había dicho.
Ella nunca había estado con otro hombre.
Sólo con él.
Ese conocimiento lo devastó.
Él no podía comenzar a entender porque ella le ofrecería algo que no había ofrecido a nadie más.
No tenía sentido en su mundo.
—¿Por qué quieres estar conmigo?
Ella hizo una pausa al vestirse y miró furiosamente en su dirección. —No tengo idea. Eres malhumorado. Grosero. Aborrecible. Nunca en mi vida vi a alguien más maleducado y… y… irritante. No respetas a nadie, ni siquiera a ti mismo. Todo lo que puedes hacer es provocar, provocar, provocar. Ni siquiera sabes ser feliz.
Astrid abrió la boca para continuar, pero se detuvo al darse cuenta del tono de voz de Zarek cuando le planteó la pregunta.
Había sido amablemente indagatorio. No acusatorio.
Sobre todo, había provenido muy profundamente de dentro de él.
Y así que le contestó desde su corazón.
—¿Quieres saber la verdad, Zarek? Quiero estar contigo porque hay algo en ti que me pone caliente y me estremece. Cuando te siento cerca de mí, quiero extender la mano y tocarte. Deslizarte dentro de mí a fin de poder mantenerte cerca y decirte que todo va a estar bien. Que no voy a dejar que nadie te lastime.
—No soy un niño –dijo él enojado.
Astrid extendió la mano a través de la oscuridad y encontró su mano en el piso delante de ella. La tomó entre las de ella y la sostuvo fuertemente.
—No, no eres un niño. Nunca lo fuiste. Se supone que los niños deben ser protegidos y cuidados. Nunca nadie te abrazó cuando llorabas. Nadie alguna vez te consoló. Nunca te contaron historias o hicieron que te rieras cuando estabas triste.
La tragedia de su vida tuvo mayor alcance para ella en ese momento, penetrando en su corazón, haciéndole querer llorar por toda la injusticia que había recibido.
Las cosas que ella había dado por supuesto cuando niña, le habían sido negadas a él. Amistad, felicidad, familia, regalos. Y sobre todo, amor.
Su vida había sido tan injusta.
Ella arrastró su mano por su brazo musculoso, para enterrarla en su pelo a fin de poder acariciar su cuero cabelludo.
—Has el amor conmigo, Zarek. No puedo quitar tu pasado, pero te puedo abrazar ahora. Quiero compartir mi cuerpo contigo, aún si es sólo por poco tiempo.
La tiró con fuerza contra él y la besó apasionadamente. Ella gimió, arqueando su espalda mientras la colocaba en el piso.
Astrid pateó sus zapatos, luego removió sus pantalones y bragas. Se quitó de encima la camisa y desabrochó su sostén.
Debería estar avergonzada, ya que nunca se había desnudado delante de alguien. Nunca había estado desnuda cuando los demás estaban vestidos.
Pero ella no estaba avergonzada.
Se sentía poderosa con él. Femenina. Sabía que él la deseaba y ella sólo deseaba complacerlo.
Ella yacía recostada contra su piso helado.
Zarek fascinado, no podía moverse al ver a Astrid doblar las rodillas y abrir las piernas en invitación.
Sus pezones estaban arrugados de frío y de deseo. Su pelo estaba suelto, derramado sobre sus hombros, y sus manos descansaban sobre su estómago.
Pero era su centro en donde él clavó los ojos. Ella estaba ya mojada para él, su cuerpo abotagado con necesidad igual que estaba el de él.
—Tengo frío, Zarek –murmuró ella. —¿Me calentarías?
Él debería levantarse y dejarla allí así.
Él no podía.
Nunca nadie le había ofrecido un regalo tan precioso.
Nadie sino Astrid.
Él agarró las mantas de su jergón y la cubrió con ellas. Se quitó sus ropas, luego se unió a ella. Separando sus muslos aún más, se tomó un momento para mirar la parte mas privada de su cuerpo.
Ella era tan bella.
Recorrió con sus dedos su abertura, haciéndola temblar aún más bajo el calor de las pieles. Usando sus pulgares, le separó los labios y entonces bajó la cabeza para tomarla en su boca.
Astrid se quedó sin aliento al sentir la lengua de Zarek recorriéndola. Él lamió y probó, mientras su respiración le calentaba el trasero.
Sus manos calientes tomaron sus caderas, jalándola más cerca a su boca y a la áspera piel de su cara.
Él gimió como si el sabor de ella fuese paradisíaco. Relamiéndose los labios, Astrid se estiró hasta ahuecar su cara en sus manos mientras le daba placer.
Su corazón martilló al sentir su mandíbula moviéndose bajo sus manos.
En sus sueños su toque había sido increíble, pero en la realidad era mucho más intenso.
Mucho más satisfactorio.
Su cabeza giró mientras su corazón se aceleraba. El éxtasis desenfrenado bailó a través de ella y la dejó pronunciando su nombre al presionarse a sí misma más cerca de sus labios.
Y cuando ella se corrió, gritó, sosteniendo su cabeza contra ella, mientras su cuerpo se desintegraba en mil chispas de placer.
Él continuó lamiéndola y probándola hasta que lloriqueó de placer.
Zarek se hizo para atrás para verla jadeando en el piso. La parte superior estaba cubierta de pieles y mantas, pero la parte inferior estaba al descubierto, resplandeciendo en la suave luz de la linterna, con la combinación de sus jugos con los de él.
Su cara estaba excitada, sus ojos brillantes.
Él nunca había tenido a una mujer en su cabaña antes. Más especialmente, una desnuda.
Él apartó las mantas. Ella se quedó sin aliento al sentirlas raspar sus pechos abotagados, sensibles. Zarek se aparto sólo el tiempo suficiente para quitarse las ropas.
Ella lo alcanzó mientras extendía su cuerpo sobre el de ella y dejaba que su calor lo calentara.
Zarek gruñó al rozar sus pezones duros con su pecho. La punta de su pene presionando contra los vellos húmedos entre sus piernas.
Astrid los cubrió a ambos con las mantas otra vez y lo acunó con su cuerpo.
Dioses, qué bien la sentía bajo él, en esta forma. Cara a cara. Sus piernas envueltas alrededor de su cintura. Sus manos acariciando su espalda desnuda.
Inclinó la cabeza y la besó, explorando su boca con la lengua.
Pero no era su boca lo que quería penetrar...
Arrastró su mano por su brazo hasta que pudo entrelazar sus dedos con los de ella. Sosteniendo sus manos encima de sus cabezas, él hizo más hondo el beso.
Astrid tragó al sentir a Zarek levantar su peso, dejando todo su lujurioso, ondulante cuerpo masculino sobre el de ella.
Presionó la punta de su pene contra su centro. Ella arqueó la espalda, esperando que la llenara.
Él hizo más hondo su beso y, con un empuje se deslizó profundamente en su interior.
Astrid se encogió y lloriqueó ante la punzada de dolor que pasó sobre su placer.
Zarek se salió inmediatamente. —¿Oh, Dios mío, Astrid, te lastimé? Lo siento. No sabía que iba a doler.
Su arrepentimiento fue tan inmediato y sincero que la dejó aún más estupefacta que el dolor.
Las disculpas y Zarek eran dos cosas que iban tan juntas como los puercos espines y los globos.
Obviamente, él no sabía lo que ella sí.
—Está bien –dijo ella, besándolo hasta que se relajó. —Se supone que duele la primera vez.
—No me dolió la primera vez que lo hice. Créeme.
Ella se rió de eso. —Es cosa de mujeres, Príncipe Encantado. Está bien, de verdad.
Ella bajó la mano por su cuerpo y lo encontró todavía duro y latiendo. Él gimió profundamente en su garganta mientras ella lo acariciaba.
Mordiéndose los labios, lo dirigió hacia ella.
Él se tensó, rehusándose a dejar que ella lo atrajese a su nido. —No quiero lastimarte.
La alegría la llenó. —No lo harás, Zarek. Te quiero dentro de mí.
Él vaciló algunos minutos más antes de deslizase lentamente en ella otra vez.
Ambos gimieron.
Astrid arqueó su espalda ante la increíble percepción intensa y dura de él en su interior. Él era tan grande. Tan dominante.
Ella subió y bajó sus manos sobre sus hombros y musculosa espalda.
Lo único que haría esto más perfecto sería poder ver en sus ojos mientras la amaba. Eso era lo único que ella extrañaba de tenerlo en sus sueños. Si bien la sensación de él era más intensa ahora, ella deseaba poder verlo otra vez.
Gimiendo su nombre, él enterró sus labios en su garganta, raspando su piel con sus colmillos mientras la penetraba lentamente, enérgicamente.
El corazón de Zarek latía a gran velocidad mientras saboreaba la calidez, la humedad de ella. Dejó que la suavidad de su cuerpo lo apaciguara.
Su toque era el paraíso. Lo era en el sonido de su nombre en los labios de ella.
Ni siquiera una vez soñó que tomar a una mujer de esta forma, lo podía hacer sentir como ella lo hacia.
Ella ahuecó su cara entre sus manos.
—¿Qué estas haciendo? –murmuró él.
—Quiero verte.
Él colocó su mano encima de la de ella y luego giró su cara a fin de poder besarle la palma abierta.
Astrid se derritió ante la ternura de sus acciones mientras se movía despacio y duro contra ella. Su barba pinchaba sus manos, pero sus labios eran suaves, tiernos.
Era como una pantera domesticada. Una que todavía era salvaje en el corazón pero que podía venir y acariciar con la nariz tu mano siempre que tuvieras cuidado de él y no te movieras demasiado rápido.
Se inclinó hacia delante sobre ella y enterró sus labios contra su cuello. Ella tembló al pasar sus manos sobre su fuerte espalda, hasta sus caderas.
Cómo amaba esa percepción de él allí. La percepción de sus caderas empujando contra las de ella.
Rodeándolo, trajo las manos hacia delante, y las deslizó entre sus cuerpos. Sus vellos raspaban su piel mientras ella rodeaba su mojado pene con las manos a fin de poder sentirlo deslizándose dentro y fuera de ella.
Zarek contuvo la respiración mientras ella lo tocaba cuando él la penetraba. Oh, la dulzura de sus manos sobre él...
La besó mientras ella exploraba en donde se unían, y cuando ella delicadamente apretó sus testículos gruñó al acercase peligrosamente al orgasmo.
—Tranquila, Princesa –susurró, apartándole las manos. —No quiero correrme aún. Quiero sentirte por un poco más de tiempo.
Astrid sonrió por sus palabras roncas. Él le sostenía los brazos por encima de la cabeza y sumergió la suya para pellizcarle suavemente su pecho.
Cómo amaba a este hombre.
Sus defectos, irritabilidad y todo.
—Soy toda tuya, cariño –murmuró ella. —Tómate tu tiempo.
Y él lo hizo. Besó cada centímetro de ella que pudo alcanzar mientras todavía estaba dentro de ella.
El efecto de cada caricia tierna estaba intensificado porque ella era consciente de la rareza del gesto. Éste no era un hombre que se abrazara con cualquiera. Él no se iba voluntariamente con cualquier mujer que le sonriera.
Él era su zorro que sólo dejaba su guarida cuando oía el sonido de sus pasos.
Ella sola lo había domesticado.
Él nunca pertenecería a nadie en la forma que le pertenecía a ella.
Astrid se corrió otra vez pronunciando su nombre.
Zarek aceleró sus embates y se unió a ella en el éxtasis, su cabeza dando vueltas.
Él yació jadeando y débil sobre ella, escuchando el latir de su corazón contra su pecho.
No había ningún lugar que él quisiera estar más que con ella, dejando que el olor de su piel dulce y sudorosa lo arrullara y serenara.
Nunca había estado tan caliente. Tan saciado.
Tan feliz.
Todo lo que quería era yacer aquí desnudo con ella y olvidarse completamente del resto del mundo.
Desgraciadamente, era la única cosa que no podía hacer.
Besándola dulcemente, se echó hacia atrás. —Deberíamos vestirnos. No sé si Thanatos vendrá aquí, pero apuesto que lo hará.
Ella asintió con la cabeza.
Zarek vaciló al ver la sangre en sus muslos, ya que le había roto su himen.
Apretando los dientes, se dio media vuelta, avergonzado del hecho de haberla tomado en el piso como un animal después de todo. Ella no merecía esto.
Ella no lo merecía a él.
¿Qué había hecho?
La había arruinado.
Ella se sentó y tocó su hombro. La sensación de eso lo desgarró, atravesándolo. Era familiar.
Era sublime.
¿Entonces por qué le hacía doler el estómago?
—¿Zarek? ¿Algo está mal?
—No —mintió incapaz de decirle lo que pensaba. Ella nunca debería haber yacido con alguien como él. Estaba tan por debajo de ella que no merecía su bondad.
Él no merecía nada.
Y aún así ella extendió la mano y lo tocó. No tenía sentido para él.
Ella apoyó su mejilla contra su espalda y rodeó su cintura con el brazo. Él apenas podía respirar al sentir como pasaba su mano sobre su pecho en un gesto reconfortante.
—No tengo arrepentimientos, Zarek. Espero que sientas lo mismo.
Él se apoyó contra ella y trató en no dejar que su corazón dolorido ensombreciera lo que habían compartido.
—¿Cómo podría lamentar la mejor noche de mi vida? —se rió él amargamente al recordar todo lo que había ocurrido desde que Jess lo sacudiera hasta despertarlo. —Bien, excepto por el Terminator que va tras nosotros y la diosa que me quiere muerto y...
—Me hago una idea –dijo ella riéndose. Ella acarició con la nariz su cuello, enviando escalofríos sobre él. —Parece no haber esperanza, ¿no?
Él pensó en eso. –Sin esperanza significaba que alguna vez hubo ‘esperanza’. Y esa es otra palabra que no entiendo. La esperanza sólo existe para las personas que pueden elegir.
—¿Y tu no?
Él jugueteó con una hebra de su rubio cabello. —Soy un esclavo, Astrid. Nunca he conocido la esperanza. Sólo hago lo que me dicen.
—Aún así nunca la tuviste.
Eso no era exactamente cierto. Como humano, nunca se había atrevido a abrir la boca para protestar por algo. Había tomado paliza tras paliza, degradación tras degradación, y no había hecho nada.
Fue solamente como Cazador Oscuro que había aprendido a pelear.
—¿Piensas que Sasha está bien?
Su cambio brusco de tema lo asombró. —Lo creo. Jess es un genio con los animales. Incluso los Katagaria.
Ella se rió de eso. –Por qué creo, Zarek, que estás aprendiendo a reconfortar a alguien después de todo. Medio esperaba que dijeras que estabas deseando que yaciera en una zanja en alguna parte.
Él miró hacia abajo, a su mano pequeña sobre su piel, descansando simplemente sobre su corazón. Era cierto. Ella lo había domesticado.
Cambiado.
Y lo asustó más que el monstruo que estaba fuera para matarlos.
Podía tratar con Thanatos, pero con estas emociones...
Él estaba indefenso ante ella.
—Si, pues bien, con suerte él estará más allá de toda ayuda.
Ella se rió de eso, luego lo besó suavemente en la espalda. Ella se apartó para vestirse.
Zarek la observaba, su corazón martillaba. ¿Que había en ella que lo hacia querer ser algo más que lo que él era?
Por ella, él realmente quería ser bueno. Amable.
Humano.
Cosas que él nunca había sido.
Forzándose a parase, lanzó sus ropas viejas en el basurero y sacó nuevas de su ropero. Al menos ya no tendría el agujero en la parte trasera de su abrigo. Le tomó un par de minutos ponerle una de sus viejas parkas.
—¿Qué es esto? —preguntó ella mientras él se la acomodaba sobre los hombros.
—Te mantendrá más caliente que tu abrigo.
Ella pasó los brazos por las mangas demasiado largas mientras él recogía guantes, gorros, y bufandas para ellos.
—¿Adónde vamos? ¿No amanecerá pronto?
—Sí, y ya lo verás. En cierto modo.
Una vez que él la vistió apropiadamente y se hubo puesto sus botas aislantes, movió a un lado la estufa a leña a fin de poder alcanzar la puerta trampa que estaba abajo de ésta.
Él ayudó a bajar Astrid por el hueco, luego descendió tras ella y cerró la puerta. Usando su telequinesia, hizo retroceder la estufa a leña.
—¿En dónde estamos?
—En los túneles.
Zarek encendió su linterna. Estaba más oscuro que una tumba aquí abajo y más frío que el infierno. Pero estarían seguros. Por un tiempo, al menos.
Si Thanatos regresaba durante el día, él no sabría de este lugar. Nadie sabía.
—¿Qué son los túneles?
—Abreviando, mi aburrimiento. Después de tuve tallada mi cabaña, empecé a excavar debajo de ella. Calculaba que me daría más espacio para moverme durante el verano, y no es tan caliente aquí abajo en el verano o tan frío en el invierno. Sin mencionar que siempre estuve paranoico de que Acheron viniera a matarme algún día. Quería una ruta de escape de la cual él no supiera.
—Pero la tierra esta sólidamente congelada. ¿Cómo te las arreglaste?
—Soy más fuerte que un humano y tuve novecientos años para trabajar en esto. Estar atrapado y aburrido tiende a las personas a hacer cosas dementes.
—¿Como tratar de cavar un túnel a China?
—Exactamente.
Él la condujo por el corredor estrecho hacia un cuarto pequeño donde tenía armas almacenadas.
—¿Nos quedaremos acá durante el día?
—Puesto que no quiero arder espontáneamente por el sol, pienso que es la cosa más segura de hacer, ¿no crees?
Ella asintió con la cabeza.
Una vez que él tuvo tanta potencia de fuego como podía cargar, la llevó al final del túnel más largo. La puerta trampa encima de ellos conducía al denso bosque que rodeaba la cabaña. Sería un lugar seguro del que salir después del anochecer.
—¿Por qué no te adelantas y duermes un poco? –dijo él.
Sin pensar, se quitó de encima su parka de buey almizclero y le hizo una pequeña cama en el piso.
Astrid comenzó a protestar, luego se contuvo. Los actos bondadosos eran ajenos a Zarek. Ella no iba a quejarse sobre su buen acto.
En lugar de eso, ella se acostó sobre su abrigo.
Pero él no hizo ningún movimiento para unirse a ella. Paseó alrededor del espacio limitado y pareció estar esperando que ella se durmiera.
Curiosa por ver que planeaba, cerró los ojos y fingió somnolencia.
Zarek esperó varios minutos antes de tomar el teléfono celular que Spawn le había dado. Subió las escaleras y abrió la puerta—trampa hacia el bosque a fin que el teléfono tuviera señal.
Se aseguró de no dejar entrar la luz del preamanecer.
Zarek no sabía si esto podía funcionar o no, pero tenía que intentarlo.
Marcó el número de Ash y apretó ‘llamar’.
—Vamos, Acheron —dijo susurrando. —Contesta el maldito teléfono.
Astrid yació en silencio, sabiendo que el teléfono celular nunca sornaría donde Ash estaba. Artemisa no lo permitiría.
Pero vamos, Artemisa no controlaba todo.
Usando sus limitados poderes, Astrid "ayudó" a la señal.
Ash se despertó de golpe en el mismo momento en que su teléfono sonó. Por costumbre, se dio vuelta en la cama para tratar de alcanzar su mochila, solo para recordar dónde estaba él y que no tenía permiso de contestar su teléfono mientras estuviese en el templo de Artemisa.
Pensándolo mejor, su teléfono no debería estar sonando. No era como si hubiera una torre en el Olimpo para llevar la señal.
Lo cuál quería decir que tenía que venir de Astrid...
Pero si Artemisa lo atrapaba hablando con la ninfa, entonces ella se enojaría mucho y reaccionaria violentamente retractándose de su acuerdo. No es que a él le importase lo que le hiciera a él, pero él no quería desatar el temperamento de Artemisa contra Astrid.
Apretando los dientes, sacó su teléfono y dejó que su casilla de voz respondiera mientras él escuchaba el mensaje.
Lo que oyó hizo que su vista se oscureciera.
No era Astrid. Era Zarek.
—Maldición, Acheron, ¿dónde estas? –gruñó Zarek, luego siguieron unos pocos segundos de silencio. —Yo…yo... necesito tu ayuda.
El estómago de Ash se contrajo al escuchar las cuatro palabras que nunca había esperado que Zarek pronunciase.
Debía estar realmente mal para que el ex—esclavo admitiera que necesitaba alguna cosa de alguien. Especialmente de él.
—Mira Acheron, yo sé que soy un hombre muerto y no me importa. No estoy seguro cuánto sabes de mi situación, pero hay alguien conmigo. Su nombre es Astrid y ella dice que es una ninfa de justicia. Esta cosa, Thanatos, está tras de mí y él ya ha matado a un Cazador Oscuro esta noche. Sé que si él coloca sus manos en Astrid, la matará, también. Tienes que protegerla por mí, Acheron… por favor. Necesito que vengas a buscarla y la mantengas segura mientras me enfrento a Thanatos. Si no lo quieres hacer por mí, entonces hazlo por ella. Ella no merece morir porque trató de ayudarme.
Ash se sentó en la cama. Sostenía el teléfono ferozmente apretado en su mano.
Él quería contestarle. Pero no se atrevió. La furia y el dolor emergieron a través de él.
Cómo se atrevía Artemisa a traicionarlo otra vez.
Maldita ella por esto.
Él debería haber sabido que ella no acorralaría a Thanatos como había prometido. ¿Qué era una vida más aniquilada para ella?
Nada. Nada tenía importancia para ella excepto lo que ella quería.
Pero a él le importaba. A él le importaba en un modo que Artemisa nunca comprendería.
—Estoy en mi cabaña con el teléfono de Spawn. Llámame. Necesitamos sacarla fuera de aquí tan pronto como sea posible.
El teléfono quedó muerto.
Ash arrojó hacia atrás las mantas y se puso sus ropas encima de su cuerpo. Furioso, tiró el teléfono en su mochila y abrió las puertas del dormitorio con estruendo.
Artemisa estaba sentada en su trono con su hermano gemelo, Apolo, parado frente a ella.
Ambos saltaron mientras él entraba.
No era extraño que Artemisa le hubiera dicho que él necesitaba descansar.
Ella sabía que era mejor no dejar que él y Apolo estuvieran en el mismo lugar. Se llevaban aun "mejor" que lo que lo hacían Artemisa y Simi.
Apolo cargó contra él.
Ash estiró la mano y devolvió el golpe al dios. —Mantente lejos de mí, niño brillo de sol. No estoy de humor para ti hoy.
Ash se dirigió hacia la puerta sólo para encontrarse a Artemisa bloqueando su camino otra vez. —¿Qué haces?
—Me voy.
—No puedes.
—Salte de mi camino, Artemisa. En el humor que estoy, solo podría lastimarte si continúas parada allí.
—Juraste que te quedarías aquí por dos semanas. Si dejas el Olimpo, morirás. No puedes faltar a tu palabra, sabes eso.
Ash cerró los ojos y maldijo a la única minúscula cosa que había olvidado en su cólera. A diferencia de los dioses olímpicos, su juramento era obligatorio. Una vez que él pronunciaba un juramento, estaba atado a él por más que lo quisiera de otra manera.
—¿Qué esta haciendo él aquí? —gruñó Apolo. —Me dijiste que él ya no vendría aquí nunca más.
—Cállate, Apolo —dijeron él y Artemisa al unísono.
Ash miró a Artemisa mientras ella daba un paso hacia atrás. —¿Por qué me mentiste acerca de Thanatos? Me dijiste que había sido encerrado otra vez.
—No mentí.
—¿No? ¿Entonces por que él anduvo suelto anoche en Alaska, matando a mi Dark Hunter, después que me dijiste que estaba encerrado otra vez?
—¿Mató a Zarek?
Él frunció los labios. —Borra esa expresión de esperanza de tu cara. Zarek está vivo, pero alguien más fue asesinado.
Se le cayó la cara. —¿A quién?
—¿Cómo podría saberlo? Estoy pegado aquí contigo.
Ella puso tiesa por la forma en que él dijo eso. —Les dije a los Oráculos que lo encerraran después de que Dion lo liberara. Asumí que habían hecho eso.
—¿Entonces quién lo dejó salir esta vez?
Ambos miraron a Apolo.
—No lo hice –dijo Apolo bruscamente. —Ni siquiera sé dónde alojas a esa criatura.
—Mejor que no lo hayas hecho –gruñó Ash.
Apolo le sonrió sarcásticamente. —No me asustas, humano. Te maté una vez, lo puedo hacer nuevamente.
Ash sonrió lentamente, fríamente. Eso fue entonces, esto era ahora, y ellos estaban en un dominio enteramente nuevo con un conjunto de reglas completamente nuevas que él daría cualquier cosa por presentárselas al dios. —Por favor has un intento.
Artemisa se paró entre ellos. —Apolo, vete.
—¿Qué hay acerca de él?
—Él no es de tu incumbencia.
Apolo sintió como si ambos lo rechazaran. —No puedo creer que admitas a algo como él en tu templo.
Con su cara ruborizada, Artemisa miró a otro lado, demasiado avergonzada para decirle algo a su hermano.
Era lo que Ash esperaba de ella.
Avergonzada de él y su relación, Artemisa siempre había tratado de mantener a distancia a Ash de los otros olímpicos tanto como podía. Por siglos, los otros dioses supieron que él la visitaba. Las habladurías sobre lo que hacían juntos abundaban y sobre cuánto tiempo él se quedaba con ella, pero Artemisa nunca había confirmado una relación entre ellos. Nunca se había dignado a tocarlo en presencia de cualquier otra persona.
Lo molestaba que después de once mil años todavía fuera su sucio secreto. Después de todo lo que habían hecho, ella difícilmente tratara de mirarlo cuando otros estaban alrededor.
Y aun así ella lo tenía atado a ella y se rehusaba a dejarlo ir.
Su relación era enfermiza y bien que él lo sabía.
Desdichadamente, él no tenía opción en el asunto.
Pero si él alguna vez pudiera librarse de ella, correría tan rápido como pudiera. Ella lo sabía tan bien como él.
Era por eso que ella lo tenía agarrado tan apretadamente.
Apolo se inclinó a modo de burla. —Tsoulus.
Ash se puso rígido ante el antiguo insulto griego. No era la primera vez que él había sido llamado eso. Como un ser humano, él había respondido a eso provocadoramente, con un tipo de enfermo regocijo.
Lo único que realmente le dolió fue saber que once mil años más tarde, era igual de aplicable a él como lo había sido entonces.
Sólo que ahora él no disfrutaba del título.
Ahora lo hería intensamente en el alma.
Artemisa agarró a su hermano por la oreja y lo empujó hacia la puerta. —Vete –gruñó ella al empujarlo afuera y cerrar de un golpe la puerta.
Ella se volvió para enfrentar a Acheron.
Ash no se había movido. El insulto todavía ardía a fuego lento profundamente en su interior.
—Él es un idiota.
Ash no se molestó de contradecirla. Él estaba completamente de acuerdo.
—Simi, toma forma humana.
Simi flotó fuera de su manga para mostrarse al lado de él. —¿Sí, akri?
—Protege a Zarek y Astrid.
—¡No! –protestó Artemisa. —No la puedes dejar ir, podría decirle a Zarek todo lo que ocurrió.
—Entonces déjala. Es hora que él entienda.
—¿Entender qué? ¿Quieres que sepa la verdad acerca de ti?
Ash sintió una ola atravesándolo y supo que sus ojos relampaguearon cambiando de plata a rojo. Artemisa dio un paso atrás, prueba suficiente de ello.
—Es la verdad sobre ti la que impedí que sepa –dijo Ash dijo entre dientes apretados.
—¿Fue eso, Acheron? ¿Fue realmente acerca de mí o borraste sus recuerdos de esa noche porque tenías miedo de lo que él hubiera pensado de ti?
La ola se hizo más profunda.
Ash levantó las manos para silenciar a Artemisa antes de que fuera demasiado tarde y sus poderes asumieron el control de él. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se había alimentado y él estaba demasiado volátil para controlarse.
Si continuaban peleando, no podría decir que sería capaz de hacer él.
Miró hacia Simi que esperaba al lado de él. —Simi, no hables con Zarek pero asegúrate que Thanatos no mate a ninguno de los dos.
—Dile que no mate a Thanatos, tampoco.
Ash comenzó a discutir, luego se detuvo. Ellos no tenían tiempo, ni él tenía el suficiente control sobre sí mismo. Si Thanatos mataba a Zarek y Astrid, entonces la vida sería bastante más complicada para todo el mundo.
—No mates a Thanatos, Simi. Ahora, vete.
—De acuerdo, akri, los protegeré —. Simi desapareció.
Artemisa estrechó sus ojos verdes en él. —No puedo creer que la enviases sola. Es peor que Zarek y Thanatos combinados.
—No tengo alternativa, Artie. ¿Has pensado en lo que ocurriría si Astrid muere? ¿Cómo piensas que sus hermanas reaccionarán?
—Ella no puede morir a menos que ellas lo decidan.
—Eso no es cierto y lo sabes. Hay algunas cosas sobre las que ni siquiera los Destinos tienen control. Y te aseguro que si tu mascota loca destruye a la hermanita amada, entonces demandarán tu cabeza por eso.
Ash no tuvo que decir nada más que eso. Porque si Artemisa perdía su cabeza, entonces el mundo que todos conocían se volvería algo verdaderamente aterrador.
—Iré a hablar con los Oráculos.
—Bien, has eso, Artie, y mientras estas en ello, mejor piensa en ir tras de Thanatos tu misma y traerlo a casa.
Ella frunció los labios. —Soy una diosa, no un criado. No voy a traer a nadie.
Ash se movió para parase tan cerca de ella que apenas el ancho de una mano los separaba. El aire entre ellos ondeó con sus poderes en pugna, con la ferocidad de sus crudas emociones. —Tarde o temprano, todos tenemos que hacer cosas que están por debajo de nosotros. Recuerda eso, Artemisa.
Él se alejó de ella y le dio la espalda.
—Sólo porque tú te vendes tan barato, Acheron, no significa que yo tenga que hacerlo.
Él se congeló, su espalda todavía hacia ella, mientras sus palabras lo desgarraban. Eran crueles y rudas. Estuvo a punto de maldecirla por eso.
Él no lo hizo y ella fue condenadamente afortunada por su control.
En lugar de eso, él habló serenamente, y escogió cada palabra deliberada, cuidadosamente. —Si yo fuera tú, Artie, rezaría por nunca obtener lo que verdaderamente te mereces. Si Thanatos mata a Astrid, ni siquiera yo seré capaz de salvarte.
[1] Scotty: jefe de ingenieros en el Enterprise, la famosa nave de la serie Strar Trek – Viaje a las Estrellas.
[2] Hydra: serpiente de nueve cabezas que exhalaban un vaho capaz de matar a todo el que se hallara cerca. Hércules consiguió matarla y mojó sus flechas en la hiel de la víbora, haciendo que la más pequeña herida de sus flechas causase la muerte.
[3] Ninfo: juego de palabras en ingles al referirse a ninfomaníaca
[4] Shade: la sombra en que se convierte un Cazador Oscuro cuando lo matan. Pasa a ser una sombra que sufre hambre, sed y no puede tocar a nadie.
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