miércoles, 25 de enero de 2012

NE cap 7

Justo después de la puesta de sol, Acheron llamó a la puerta de Zarek. Había pasado la mayor parte del día con Artemisa, discutiendo lo que debería hacerse, ahora que las autoridades humanas estaban buscando a Zarek. Aún podía ver a Artemisa descansando despreocupadamente, sobre su trono de almohadones blancos, su bella cara completamente desinteresada.
–Ya te dije, Acheron, mátalo. Sólo tú estás ciego sobre el carácter del hombre. Es por eso que lo quise en Nueva Orleáns, en primer lugar. Quería que vieras de primera mano que tan cerca del final está.
Ash se rehusaba a creerle. Él, mejor que nadie, entendía el problema de Zarek. La necesidad de dar el primer golpe antes de que te golpearan. Así es que había negociado con Artemisa por más tiempo, para que Zarek probara a la diosa que no era ningún animal rabioso que necesitara una muerte piadosa.
Pero cómo odiaba Ash negociar con ella por cualquier cosa, aún así no iba a firmar la orden de ejecución de Zarek. Todavía no. No mientras hubiera esperanza.
Golpeó otra vez. Más duro. Si Zarek dormía arriba, tal vez no lo podía oír. La puerta se abrió lentamente.
Ash entró, sus ojos instantáneamente se ajustaron a la oscuridad total. Cerró la puerta con un empuje mental y extendió sus sentidos.
Zarek estaba en la sala estar a su izquierda.
El ex esclavo había tenido el descuido de no prender la calefacción así es que en la casa hacía un frío glacial. Pero bueno, Zarek estaba tan acostumbrado a las temperaturas bajo cero de Alaska, que probablemente aún no había notado el frío moderado, de Nueva Orleáns, en febrero.
Dirigiéndose hacia la sala de estar, Ash se detuvo al ver a Zarek descansando sobre el piso, al lado del sofá victoriano. Vestido únicamente con pantalones negros de gimnasia, Zarek parecía estar dormido, pero Ash sabía que no lo estaba. Los sentidos de Zarek eran tan afilados como los de él y el ex esclavo nunca dejaría entrar a nadie a su área de descanso sin estar completamente alerta y en condición de atacar.
Ash dejó que su mirada vagara por la espalda desnuda de Zarek. En la parte inferior de su columna vertebral había un dragón muy estilizado. Era la única marca en su espalda, pero Ash recordaba una época, cuando la carne de Zarek había estado cubierta de cicatrices tan profundas que Ash realmente se había sobresaltado la primera vez que las había visto.
Había sido el chivo expiatorio de la familia de Valerius, Zarek había crecido pagando el precio, cada vez que Valerius o sus hermanos habían cruzado la línea.
Las cicatrices no habían estado solamente en su espalda. Habían estado en sus piernas, pecho, brazos, y cara. Una cicatriz en su cara, sobre su ojo izquierdo cegado, había sido tan severa que Zarek apenas había podido abrir el ojo. La cicatriz en la mejilla debajo de ese ojo le había dado a su cara una apariencia torcida y deformada. Durante su vida humana, Zarek había caminado con una pronunciada cojera y su brazo derecho apenas había funcionado.
Al principio cuando había cruzado al otro lado y se había convertido en un Dark Hunter, Zarek no había sido capaz de enfrentar la mirada de Ash. Había clavado los ojos en el piso, encogiéndose de miedo cada vez que Ash se movía.
Normalmente, Ash les daba la opción, a los Cazadores Oscuros de mantener sus cicatrices físicas o eliminarlas. En el caso de Zarek, no había preguntado. El cuerpo de Zarek había estado tan dañado que las había borrado inmediatamente
Su segundo curso de acción había sido enseñarle a contraatacar.
Y contraatacar fue lo que hizo. Cuando Ash hubo terminado su entrenamiento, Zarek había desatado una furia tan fuerte que le daba poderes increíbles. Desgraciadamente, también hacía al hombre incontrolable.
–¿Vas a seguir mirándome, Gran Acheron, o estás listo para sermonearme otra vez?
Ash suspiró. Zarek aún no se había movido. Yacía de espaldas hacia él, su brazo debajo de la cabeza.
–¿Qué quieres que te diga, Z? Sabías bien lo de atacar a un policía. No digamos a tres de ellos.
–¿Y qué? ¿Se suponía que debía dejarlos agarrarme y que me llevaran a la cárcel donde pudiera esperar la salida del sol, en una celda?
Él ignoró el rencor de Zarek.
–¿Que sucedió?
–Me vieron matar a los Daimons y trataron de aprehenderme. Simplemente me protegí.
–Protegerte no requería darle a uno una contusión y un par de costillas quebradas, y al otro una mandíbula rota.
Zarek giró parándose y lo miró.
–Lo que les pasó a ellos fue su culpa. Deberían haberse echado atrás cuando se los dije.
Ash le devolvió la mirada a Zarek. Zarek tenía la habilidad de avivar su cólera aun más rápido que Artemisa.
–Demonios, Z, estoy cansado de recibir mierda de Artemisa solo porque no puedes comportarte.
–¿Cuál es el problema, su alteza? ¿No puedes soportar una crítica? Especulo que eso es lo que sucede cuando creces en la nobleza. Nunca tienes que preocuparte de que te censuren por tu comportamiento. Todo el mundo piensa que eres perfecto. Entretanto tienes libertad para retozar a través de la vida. Dime, ¿qué te hizo un Dark Hunter? ¿Alguien te desgastó las botas y se salió con la suya?
Ash cerró los ojos y contó hasta veinte. Lentamente. Sabía que diez nunca serían suficientes para calmarle. Zarek se inclinó con su burla familiar. El ex esclavo siempre lo había odiado. Pero Ash no lo tomaba como algo personal. Zarek odiaba a todo el mundo.
–Sé lo que piensas de mí, Gran Acheron. Sé cuánto te compadeces de mí y no lo necesito. ¿Honestamente piensas que alguna vez voy a olvidar la forma en que me miraste la primera noche que nos conocimos? Te quedaste parado allí con espanto en tus ojos mientras tratabas de no demostrármelo. Bueno, lograste tu buena obra. Limpiaste a tu niño abandonado y lo hiciste todo bonito y saludable. Pero no pienses siquiera que eso significa que por ello tengo que lamerte las botas o besarte el culo. Mis días de esclavitud terminaron.
Ash gruño por lo bajo mientras reprimía el deseo de clavar al hombre contra la pared.
–No me empujes, Z. Soy lo único que está en medio de ti y una existencia de muerte, tan mala que esta más allá de tu comprensión.
–Sigue adelante entonces. Mátame. ¿Piensas realmente que me importa?.
No, no le importaba. Zarek había nacido con deseos de muerte. Ambos, tanto el hombre mortal como el Dark Hunter. Pero Ash nunca más mataría a un Dark Hunter y lo enviaría a la agonía de Shadedom[1]. Él sabía de primera mano los horrores de esa existencia.
–Rasúrate esa barba de chivo, sácate el pendiente, y mantén tu maldita garra oculta. Si eres listo, entonces te mantendrás lejos de los policías.
–¿Es una orden?
Ash usó sus poderes para levantar a Zarek del piso y sostenerlo contra el cielo raso.
–Deja de empujar tu suerte, niño. Ya he tenido suficiente contigo.
Zarek realmente se rió.
–¿Alguna vez has pensado en prestar servicio en Disneylandia? Las personas pagarían una fortuna para ver este show.
Ash gruñó más fuerte, dejando al descubierto sus colmillos al insolente asno.
Era especialmente difícil intimidar a un hombre que no tuviera en la vida nada que significara algo para él. Tratar con Zarek lo hacía sentirse como un padre con un niño fuera de control.
Ash lo bajó al piso antes de ceder a la tentación de estrangularlo. Zarek entrecerró los ojos mientras sus pies tocaban el suelo. Caminó despreocupadamente hasta su bolso y sacó un paquete de cigarrillos.
Él sabía bien como molestar al Atlante. Acheron lo podía extinguir en un latido si así lo decidía. Pero bueno, Acheron todavía se mantenía humano. De hecho tenía compasión por otras personas, lo cual era una debilidad que Zarek nunca había poseído. Nunca nadie alguna vez se había preocupado por él así que ¿Por qué se debería preocupar él por otro?
Prendió el cigarrillo mientras Acheron se daba vuelta para salir.
–Talon patrullará alrededor de Canal, así es que quiero que tomes el área de Jackson Square hasta Esplanade.
Zarek exhaló el humo.
–¿Algo más?
–Compórtate, Z. Por amor a Zeus, compórtate.
Zarek dio una larga pitada a su cigarrillo mientras Acheron abría la puerta sin tocarla y salía con grandes pasos de su casa. Sostuvo el cigarrillo entre sus dientes y pasó las manos a través de su pelo negro desordenado.
Compórtate.
Casi podía reírse de la orden.
No era su culpa que los problemas siempre iban buscándolo. Pero tampoco era de los que los eludiera. Había aprendido hacía mucho tiempo a soportar los golpes y su dolor.
Apretó los dientes mientras recordaba la noche pasada. Había visto a los Daimons en la calle dirigiéndose al loft de Sunshine. Los había oído hablando acerca de cómo intentaban dañarla. Así es que los había seguido, hasta que tuvo la posibilidad de pelear con ellos sin que nadie los viera.
Lo siguiente que supo era que tenía cuatro heridas de bala en su costado y un policía le gritaba que se quedara quieto.
Al principio, había tenido la intención de dejar que lo arrestaran y luego llamar a Nick para que lo sacara bajo fianza, pero cuando uno de los policías lo golpeó en la espalda con su cachiporra, todas sus buenas intenciones se habían ido directamente al infierno.
Sus días como chivo expiatorio habían terminado.
Nadie lo iba a tocar otra vez.


Sunshine se sentó afuera de la cabaña de Talon, para trabajar en las pinturas que Cameron Scott le había encargado. Mientras, Talon dormía adentro, ella había estado afuera por horas, tratando de entender porqué estaba aún con él en el pantano.
Por qué había venido aquí con él anoche en vez de haber ido con su hermano.
Su revelación acerca de sus vidas juntas, en el pasado, realmente la había sobreexcitado.
Había sido su pasiva esposa tipo June Cleaver[2]. Sunshine tembló. No quería ser la esposa de nadie.
Nunca más.
El matrimonio era una aventura perdedora para una mujer. Su ex marido le había enseñado adecuadamente que los tipos no querían a una esposa tanto como a una criada que los pudiera proveer de un golpe de sexo.
En una artista como ella, Jerry Gagne había visto el partido perfecto. Se habían conocido en la escuela de bellas artes y se había enamorado de la elegante y misteriosa distinción de él. En aquel momento de su vida, lo había amado fervorosamente y no había podido imaginar un día sin él.
Pensó que eran dos gotas de agua que podrían labrar una vida en conjunto que duraría el resto de sus vidas. Había asumido que Jerry entendería su necesidad de crear y que la respetaría, dándole el espacio que necesitaba para crecer como artista.
Lo que Jerry quería era que ella lo cuidara mientras él crecía como artista. Sus necesidades y sus deseos siempre habían estado en el asiento trasero para él.
Su matrimonio había durado dos años, cuatro meses, y veintidós días.
No todo había sido malo. Parte de ella aún lo amaba. Había disfrutado tener compañía y alguien con quien compartir su vida, pero ella no quería volver a ser la responsable de dónde alguien más había colocado sus calcetines; apenas podía recordar dónde ponía los propios. Dejando caer sus proyectos y yendo a la tienda porque alguien se había olvidado de traer los huevos que él tenía que tener para sus pinturas caseras.
Siempre eran sus planes los cambiados. Sus cosas las que podían esperar. Jerry nunca le había hecho cualquier tipo de concesión. Ella no quería perderse a sí misma en un hombre otra vez. Ella quería su propia vida. Su propia carrera.
Talon era un tipo genial, pero la había tratado como a una criatura. Era un solitario que apreciaba su privacidad. Se habían divertido de lo lindo hasta ahora, pero estaba segura que no eran compatibles. Ella era alguien que realmente le gustaba levantarse y pintar a la luz del día. Talon se quedaba levantado toda la noche. Ella amaba el tofu y la granola. Él amaba la comida chatarra y el café.
Ella y Jerry habían tenido el mismo horario, tenían los mismos gustos, y mira lo que había sucedido. Si ellos no habían podido hacerlo, entonces ciertamente no era un buen augurio para cualquier tipo de relación con Talon.
No, ella necesitaba regresar a su vida. Tan pronto como él se levantara y comiera, iba a decirle que la llevara a casa.
Talon suspiró en su sueño. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que hubiera soñado con su esposa. No se había atrevido. Los pensamientos de Nynia siempre habían tenido la habilidad de arrancar su corazón.
Pero hoy, ella estaba allí con él. Allí en sus sueños donde podían estar juntos.
Su garganta se tensó, la vio sentada ante la chimenea, su panza hinchada con su niño mientras cosía ropas para el bebé. Aun después de cinco años de matrimonio y una vida de amistad, ella podía revolucionar su sangre y hacer que su corazón se hinchase de amor.
Creciendo bajo el ojo desdeñoso de su tío y el desdén del clan, sólo la había encontrado a ella para darle comodidad. Ella sola lo había hecho sentirse amado.
Escuchó su canturreo, era el mismo arrullo que su madre una vez le había cantado cuando era un niño muy pequeño.
Dioses, cómo la necesitaba. Ahora más que nunca. Estaba cansado de peleas, cansado de las demandas que las personas habían colocado en él desde la muerte de su tío. Cansado de escuchar los susurros acerca de su madre y su padre.
Él era joven, pero esta noche se sentía como un anciano. Y helado. Hasta que miró a Nynia. Ella lo calentaba muy profundo en su interior y lo hacía sentir mejor.
Cómo la amaba.
Avanzando, se echó a sus pies frente a la silla y colocó su cabeza en su regazo. Envolvió sus brazos alrededor de ella queriendo sentir como el bebé lo pateaba en protesta.
–Has regresado –dijo ella quedo, acariciando su pelo.
No habló. No podía. Normalmente se habría bañado, quitando la sangre de su armadura y su cuerpo, antes de ir en su busca, pero la pena del día todavía estaba demasiado cruda en su corazón. Necesitaba sentir su suavidad, el toque tranquilizador en su cuerpo, necesitando saber que por el momento ella estaba segura y todavía con él.
Sólo ella podía aliviar el dolor dentro de su corazón.
Su tía estaba muerta. Mutilada. Había encontrado el cuerpo cuando la había ido a buscar después de que ella no apareciera para la comida del mediodía. Aunque él viviese una eternidad, nunca olvidaría la grotesca imagen. Viviría dentro de él junto con el recuerdo de su madre muriendo en sus brazos.
–Es la maldición de los dioses –había murmurado Parth más temprano en la noche, sin saber que Talon estaba lo suficientemente cerca para oírle hablar a su hermano. –Él es el hijo de la puta. Ella yació con un Druida para engendrar un linaje maldecido y ahora todos nosotros pagaremos por ello. Los dioses nos castigarán a todos.
–¿Quieres desafiar la espada de Speirr para ser el líder?
–Sólo un tonto desafiaría a uno como él. Ni siquiera Cuchulainn[3] podría igualarlo.
–Entonces sería mejor que rezaras a los dioses para que él nunca te oiga.
Talon cerró los ojos con fuerza, tratando de desalentar los susurros que lo habían perseguido todos sus días.
–¿Speirr? –Nynia acarició su cara–.¿Están todos muertos?
Él asintió. Después de traer a su tía a casa, había congregado a sus hombres y cabalgado hacia la tribu gala Del Norte. Había encontrado una de sus dagas cerca del cuerpo y había sabido instantáneamente que ellos eran los responsables.
–Realmente estoy maldito, Nyn. –Las palabras se quedaron en su garganta. Después de toda una vida de tratar de probar a los otros que no estaba maldito por las acciones de sus padres, ahora lo estaba por su propia culpa–. Debería haber escuchado cuando mi tío murió. Nunca debería haber tomado venganza contra el clan Del Norte. Ahora todo lo que puedo hacer es temer lo próximo que los dioses tomarán de mí.
Pero en su corazón, ya lo sabía. No había ninguna cosa en la tierra más preciosa que la mujer que él sostenía.
Ella iba a morir.
Por él.
Era todo por su culpa. Todo.
Él solo había traído la furia de los dioses del clan Del Norte sobre sus cabezas.
No había forma de detenerlo. Ninguna manera de mantenerla a su lado.
El dolor de eso era más de lo que podía soportar.
–He ofrecido sacrificios a Morrigan, pero los Druidas me han dicho que no es suficiente. ¿Qué más puedo hacer?
–Tal vez esto es lo último. Tal vez acabará ahora.
Esperó que fuera así. La alternativa... Nae, no podía perder a su Nynia. Sus dioses podían tener cualquier cosa excepto ella...
Talon gimió mientras su sueño avanzaba, se adelantaba, hacia el futuro. Sostenía a su esposa mientras ella trabajaba para traer a su bebé al mundo.
Ambos estaban cubiertos de sudor por el fuego y por las horas de esfuerzo excesivo. La comadrona había abierto una ventana y había dejado entrar la brisa fresca de la nieve que caía afuera. Nynia siempre había amado la nieve, y el clima le había dado esperanza a ambos de que tal vez todo saliese bien. Tal vez el bebé sería una nueva oportunidad para todos ellos.
–¡Empuja! –ordenó la mujer.
Las uñas de Nynia se hundieron en sus brazos mientras lo agarraba y gritaba. Talon colocó su mejilla contra la de ella. Manteniéndola más cerca y susurrándole en el oído
–Te tengo, mi amor. Nunca te dejaré ir.
Ella gimió profundamente y luego se relajó mientras su hijo salía rápidamente de adentro de ella, hacia las manos de la comadrona.
Nynia se rió mientras él besaba su mejilla y la abrazaba fuerte.
Pero su alegría fue corta en tanto el niño se rehusaba a responder a los intentos de la vieja por despertarlo.
–El bebé está muerto. –las palabras de la mujer sonaron en su cabeza.
–¡Nae! –él gruñó–. Él duerme. Despiértelo.
–Nae, mi triath[4]. El niño ha nacido muerto. Lo siento mucho.
Nynia lloró en sus brazos.
–Estoy tan apenada, Speirr, no poder darte un hijo. No quería fallarte.
–No me has fallado, Nyn. Tú nunca podrías fallarme.
Horrorizado y con el corazón roto, Talon sostuvo a Nynia cerca mientras la comadrona lavaba y vestía el cuerpo pequeño de su hijo.
No podía apartar la mirada del bebé.
Su hijo tenía diez dedos diminutos, diez dedos del pie perfectos. Una greña de pelo grueso, negro. Su cara era bella y serena. Perfecto.
¿Por qué el niño no vivía?
¿Por qué no respiraba?
Apretando los dientes para rechazar el dolor, Talon se dispuso a despertar al niño. Silenciosamente demandaba a su hijo a lanzar un grito y vivir.
¿Cómo algo tan perfecto no podía respirar? ¿Por qué el bebé no podía moverse y chillar?
Él era su hijo.
Su precioso bebé.
No había ninguna razón por la que el niño no estuviese vivo y sano. Ninguna razón aparte del hecho que Talon era un tonto.
Había matado a su propio hijo.
Las lágrimas cayeron de sus ojos. ¿Cuántas veces había puesto las manos sobre el estómago de Nynia y había sentido la fuerza de los movimientos de su hijo? ¿Sentido el cariñoso orgullo de un padre? Habían marcado los días para el nacimiento del bebé. Habían compartido sus esperanzas y sueños por él. Y ahora nunca conocería al niño que ya se había ganado su corazón. Nunca lo vería sonreír o crecer.
–Estoy tan apenada, Speirr –murmuraba Nynia una y otra vez, llorando.
La rodeó con sus brazos murmurándole palabras de consuelo. Tenía que ser fuerte por ella. Ella lo necesitaba ahora.
Besando su mejilla Talon forzó a sus lágrimas a alejarse y le ofreció consuelo.
–Está bien, mi amor. Tendremos más niños –. Pero en su corazón, sabía la verdad. El dios Camulus[5] nunca permitiría que un hijo suyo viviera, y Talon nunca más haría pasar a Nynia por algo así. La amaba demasiado.
Aun la tenía abrazada cuando una hora mas tarde todo el color se desvaneció de su cara. Cuando la última esperanza se destrozó y lo dejó privado de cualquier cosa excepto de resonante agonía.
Nynia se estaba muriendo por la pérdida de sangre. La comadrona había hecho todo lo que podía, pero al final los había dejado solos para despedirse.
Nynia lo estaba dejando.
Él no podía respirar.
No podía funcionar.
Ella se estaba muriendo.
Talon había levantado a Nynia y la había acunado contra él. Estaba cubierto con su sangre, pero ni siquiera lo notaba. Todo en lo que podía pensar era en mantenerla a su lado, haciéndola sentir bien.
¡Vive por mí!
Estaba dispuesto a forzar su propia vida en su cuerpo, pero no era suficiente. Silenciosamente, negociaba con los dioses para que tomaran cualquier otra cosa de su vida, sus tierras, su gente. Cualquier cosa. Sólo que le dejaran su corazón. Lo necesitaba demasiado para perderlo así.
–Te amo, Speirr –murmuró ella suavemente.
Él se sofocó.
–No puedes dejarme, Nyn –murmuró mientras ella temblaba en sus brazos–. No sé qué hacer sin ti.
–Cuidaras a Ceara como le prometiste a tu madre. –Ella tragó mientras trazaba sus labios con su mano fría–. Mi valiente Speirr. Siempre fuerte y entregado. Te esperaré al otro lado hasta que Bran nos junte otra vez.
Él cerró los ojos mientras las lágrimas sobrepasaban su control.
–No puedo vivir sin ti, Nyn. No puedo.
–Debes hacerlo, Speirr. Nuestra gente te necesita. Ceara te necesita.
–Y yo te necesito a ti.
Ella tragó y lo contempló, sus ojos llenos de miedo.
–Estoy asustada, Speirr. No quiero morir. Siento mucho frió. Nunca he ido a ninguna parte sin ti.
–Te mantendré caliente. –Jaló más pieles sobre ella y frotó sus brazos. Si la mantenía caliente, entonces ella se quedaría con él. Sabía que lo haría... Si solo pudiera mantenerla caliente...
–¿Por qué está oscureciendo? –preguntó ella, su voz temblando–. No quiero que oscurezca aún. Sólo quiero abrazarte por un poco mas de tiempo.
–Te estoy abrazando, Nyn. No te preocupes, amor. Te tengo.
Ella colocó su mano contra su mejilla mientras una lágrima caía.
–Ojalá hubiera sido la esposa que merecías, Speirr. Ojalá hubiera podido darte todos los niños que querías.
Antes de que él pudiera hablar, lo sintió. La última exhalación de su cuerpo antes de que ella se aflojara en sus brazos. Talon enfurecido y desconsolado, arrojó hacia atrás su cabeza y dio su grito de guerra mientras el dolor lo desgarraba. Lagrimas caían por su cara.
–¿Por que? –rugió a los dioses. –¡Maldito seas, Camulus, Por qué! ¿Por qué no me mataste y la dejabas en paz?
Como esperaba, nadie le contestó. Morrigan lo había abandonado, dejado solo para enfrentar su dolor.
–¿Por qué los dioses alguna vez ayudarían a un hijo de puta como tu, chico? No eres más apto que para lamer las botas de tus superiores.
–Míralo, Idiag, él es lastimoso y débil como su padre. Nunca será nada. Deberías dejarnos matarlo ahora y reservar su comida para alimentar a un niño mejor.
Las voces del pasado azotaban a través de él, lacerando su corazón dolorido.
–¿Eres un príncipe? –escuchó la voz infantil de Nynia el día que la había salvado del gallo.
–No soy nada –había contestado.
–Nae, mi lord, eres un príncipe. Solo alguien tan noble desafiaría al temible gallo para salvar a una campesina.
Sólo ella alguna vez lo había hecho sentir noble o bueno.
Sólo ella lo había hecho querer vivir.
¿Cómo su preciosa Nynia podía haberse ido?
Sollozando, los abrazó a ella y al bebé por horas. Sosteniéndolos hasta que el sol brilló en la nieve y su familia le rogó que los dejara hacer los preparativos para los entierros.
Pero no quería prepararlos.
No quería dejarlos ir.
Desde el día que se habían conocido, nunca se habían separado por más de unas pocas horas.
Su amor y su amistad los había visto atravesar muchas cosas. Durante años, ella había sido su fuerza.
Ella era la mejor parte de él.
–¿Qué debo hacer, Nyn? –murmuró contra su mejilla fría mientras la mecía–. que debo hacer...
Solo, se había sentado allí con ella. Estaba perdido, frío, dolido.
Al día siguiente, la había enterrado al lado del lago donde lo dos se reunían cuando eran niños. Todavía la podía ver esperándolo, su cara brillante de expectación. Podía imaginarla corriendo a través de la nieve, recogiendo un puñado para hacer una pelota a fin de que poder acercarse a hurtadillas a él y deslizarla bajo su túnica.
Él la había perseguido luego, y ella se había escapado, riéndose.
Ella adoraba la nieve. Siempre le había gustado tirar su cabeza hacia atrás y dejar que los copos de nieve, cayeran encima de su bella cara y de su pelo dorado.
De alguna forma parecía incorrecto que hubiese muerto en un día así. Un día que la habría llenado de tanta felicidad.
Estremeciéndose de dolor, deseó vivir en algún lugar donde nunca nevara. Algún lugar cálido así el nunca vería esto otra vez y recordaría todo lo que había perdido.
¿Oh dioses, cómo pudo irse ella?
Talon gruñó de pena. Estaba con las manos y rodillas sobre la nieve congelada, su corazón despojado de cualquier cosa excepto de doloroso sufrimiento.
Todo en lo que podía pensar era en Nynia yaciendo en la tierra, agarrando a su bebé contra su pecho. De que él no estaba allí para protegerla, para calentarla. Para tomarla de la mano y dejarla que lo llevara dondequiera que ella se dirigiera.
Sintió una mano diminuta en su hombro.
Mirando hacia arriba, vio la cara pequeña de su hermana. Ceara había visto más que su justa parte de tragedia.
–Todavía estoy contigo, Speirr. No te dejaré solo.
Talon envolvió sus brazos alrededor de su cintura y la acercó. La abrazó mientras lloraba. Ella era todo lo que tenía. Y desafiaría a los dioses para mantenerla a salvo.
No había podido proteger a Nynia, pero protegería a Ceara.
Nadie la dañaría sin enfrentarse con él...
Talon se despertó poco antes de la puesta de sol con una mala sensación en su estómago.
Se sentía tan solo.
Sus emociones en carne viva y hecha jirones. No se había sentido así en siglos. No había sentido tanto dolor desde la noche en que Acheron le había enseñado a enterrar sus emociones.
Esta noche, realmente sentía la soledad de su vida. El dolor quemante le desgarraba el pecho, y tenía que luchar por respirar.
Hasta que percibió una aroma de algo extraño en su piel y en su cama.
Patchoulí y trementina.
Sunshine.
Su corazón instantáneamente se aligeró al pensar en ella y la forma en que encaraba su vida vibrante.
Inspirando su preciado perfume, se dio vuelta y encontró la cama vacía. Talon frunció el ceño.
–¿Sunshine?
Miró alrededor y no la vio por ningún lado.
–¡Me dejarías sola, tu, par de botas caminantes!
Él levantó una ceja ante la voz de Sunshine al otro lado de la puerta. Antes de poder levantarse, la puerta se abrió para mostrar a Sunshine quejándose continuamente con Beth y el lagarto siseándole en protesta.
Los dos estaban forcejeando en la puerta.
–Suelta mi atril, refugiado de una fábrica de equipaje. Si necesitas algún pedazo de madera para un palillo de dientes, hay un montón en el porche.
La comisura de su boca se levantó a la vista de ellos luchando, Sunshine adentro de la cabaña y Beth en el porche.
–Beth – él chasqueó–.¿Qué estas haciendo?
Beth abrió la boca, soltando el atril. Sunshine tropezó hacia atrás, entrando en la cabaña, con el atril en sus manos. El lagarto siseó y le lanzó una tarascada, meneando la cola y escudriñando irritado a Sunshine.
–Ella dice que te forzaba a entrar antes de que oscureciera y algo decidiera comerte –le dijo a Sunshine.
–Dile a Aliento de Pantano que me dirigía hacia aquí. ¿Por que ella...?. –Sunshine se detuvo y lo miró–.¿Oh Dios, estoy realmente teniendo una conversación con un lagarto? –Él sonrió abiertamente.
–Está bien. Lo hago todo el tiempo.
–Sí, pero sin ofender, eres un poco extraño.
–Le dijo la olla al caldero...
Ella echó a Beth afuera, cerró de un golpe la puerta y luego colocó sus artículos de pintura en la esquina. Talon la observaba con interés, especialmente cuando el tejido de sus jeans ahuecaba su trasero de una forma muy agradable mientras se agachaba.
–¿Cuánto hace que te levantaste? –preguntó.
–Hace unas pocas horas. ¿Qué hay de ti?
–Recién me despierto.
–¿Siempre duermes hasta tan tarde? –ella preguntó.
–Ya que me mantengo levantado toda la noche, sí.
Ella le sonrió.
–Creo que has llevado el ser un trasnochador a un nivel enteramente nuevo.
Ella se movió para sentarse sobre el futón al lado de él y frotó sus manos manchadas en pintura contra sus muslos, llevando su atención a qué tan perfectamente formados eran y cuánto le gustaría recorrer con su mano el interior de ellos hasta el centro de su cuerpo...
Se endureció ante el pensamiento.
–¿Quieres que te prepare algo para desayunar? –ella preguntó. –No hay mucho en la cocina que garantice que pueda matarte o descomponerte, pero pienso que podría hacer una omelette de clara de huevo.
Él hizo una mueca al pensar a qué podría saber una omelette de clara de huevo. Probablemente sería peor que el queso de soja.
Dios, alguien necesitaba presentarle a esta mujer el chocolate Reddi-wip. Y a continuación de ese pensamiento venía la pregunta de cómo sabría Sunshine cubierta en chocolate, no había tenido la oportunidad de hacer eso con ella anoche.
Abstraído en sus pensamientos, ella continúo su diatriba.
–¿Alguna vez has escuchado sobre las hojuelas de salvado? ¿Harina integral?
–No, no he escuchado. –Arrastró su mano ascendiendo por su brazo hasta el cuello donde podía probar la suavidad de su piel con las puntas de los dedos. Hmmm, cómo le gustaba tocar su carne.
Ella continuó sermoneándolo.
–Sabes, comiendo en la forma que lo haces, tendrás suerte de vivir otros treinta años. Juro que hay más nutrición en la Fábrica De Chocolate de Willy Wonka que cualquier cosa que pueda encontrar en tu cocina.
Talon solo sonrío.
¿Por qué estaba tan fascinado con ella? Escuchaba su voz mientras lo sermoneaba, y en lugar de sentirse irritado, realmente lo disfrutaba.
Era agradable tener a alguien que se preocupara lo suficiente por él como para tomarse la molestia de decirle lo que debía comer.
–¿Que te parece si tomo un bocado de ti por el momento? –preguntó.
Sunshine hizo una pausa a mitad de una oración. Antes de que pudiera pensar que responder, la atravesó sobre él y reclamó sus labios.
Ella gimió ante lo bien que se sentía. Qué maravilloso sabía. Podía sentir su erección bajo su cadera.
Su cuerpo se derritió contra él.
La siguiente cosa que ella supo, era que tenía la espalda aplastada contra el futón y él estaba recostado sobre ella, desabotonando su suéter en tanto sus pechos se tensaban a la espera de su toque.
–Eres muy talentoso distrayéndome –dijo ella.
–¿Lo soy? –preguntó, besando el valle entre sus pechos.
–Um-hmmm –susurró.
Escalofríos se dispararon a lo largo de su cuerpo mientras él mordía la piel justamente bajo su mandíbula. Su respiración caliente la abrasaba cuando ahuecó su pecho con la mano y la acarició suavemente con sus dedos.
Pasó las manos a través de su pelo desgreñado, manteniéndolo cerca de ella mientras sus trenzas rozaban su piel, haciéndole cosquillas y atormentándola. Su cuerpo palpitaba y ardía, deseando su toque abrasador.
Talon cerró los ojos e inspiró el perfume dulce de su piel. Ella era tan cálida y suave. Tan femenina. Recorrió con su mano la generosidad de su piel bronceada mientras atormentaba su cuello con la lengua y los dientes.
Sus manos se deslizaron sobre él.
Oh, le gustaba el sabor de esta mujer. Amaba cómo la sentía bajo él.
Pasó la mano sobre el encaje negro de su sostén, ahuecándola delicadamente. Ella siseó de placer, sus piernas deslizándose contra las de él. Nunca le había gustado la sensación del jean sobre su cuerpo, pero cuándo Sunshine lo usaba, no le importaba para nada.
Soltó el broche del sostén, liberando sus pechos a sus manos investigadoras. Pasó la palma de la mano sobre los duros pezones, atrás y adelante, deleitándose en la forma que se sentían.
Él besó el camino descendente hacia ellos.
Sunshine sostuvo su cabeza contra ella mientras arqueaba su espalda. Él atormentó un pecho con su lengua, dándole golpecitos y chupándolo hasta que quiso gritar de placer. Era como si él supiera alguna forma secreta de obtener cada pizca de éxtasis sensual del toque más ligero.
Y mientras la abrazaba, algo extraño ocurrió. Ella por un instante regresó a un tiempo lejano...
Vio a Talon sosteniéndola igual que ahora.
Sólo que era al final de la primavera y ellos estaban acostados en el bosque, al lado de un lago tranquilo. Ella estaba asustada de ser atrapada y, al mismo tiempo, lo ansiaba con anhelo.
Sus ojos eran de un ámbar profundo, oscurecidos con pasión mientras él se afirmaba por encima de ella sobre un brazo y desenlazaba la parte superior de su túnica con la mano libre.
–Te he querido siempre, Nyn. –Sus palabras murmuradas pasaron a través de ella en tanto él sumergía su cabeza y probaba sus pechos liberados. Ella gimió ante el placer de la sensación extraña de un hombre besándola ahí. Nunca había permitido a un hombre tocarla. Nunca había permitido a nadie ver su cuerpo.
Aunque estaba algo avergonzada, no podía negarle esto a él. No cuando le daba a él tanto placer.
Su madre le había contado hacía mucho tiempo sobre las necesidades y los deseos de los hombres. Acerca de la forma que se plantaban adentro de una mujer y tomaban posesión de ella.
Desde ese momento, ella había sabido que nunca querría a ningún hombre, salvo Speirr, para tomarla de ese modo. Por él, ella haría cualquier cosa.
Él levantó el ruedo de su vestido hasta sus caderas, dejando al descubierto la parte inferior de su cuerpo a su mirada fija, caliente y hambrienta. Tembló mientras le apartaba sus piernas a fin de poder mirar el lugar más privado de su cuerpo.
Por instinto iba a juntar los tobillos, pero se forzó a sí misma a no hacerlo. Ella se abrió para él y contuvo el aliento mientras la miraba con tanto anhelo que la hizo doler.
Trazó con su mano el estómago, y el exterior del muslo. Entonces muy lentamente, pasó su mano sobre el interior del muslo, haciéndola arder y temblar, todo al mismo tiempo. Cerró sus ojos y gimió cuando sus dedos investigadores tocaron la carne virgen que palpitaba entre sus piernas.
Su cabeza se inundó con el extraño sentimiento de él acariciándola y tomándola. Él le separó las piernas aun más, entonces deslizó sus dedos dentro de ella, explorando profundamente, haciendo temblar su cuerpo.
Gimió mientras él movía su mano y colocaba su cuerpo entre sus piernas. Ella sintió su rígida erección contra el interior de su muslo.
–Mírame, Nynia.
Ella abrió los ojos y lo contempló. El amor en sus ojos la abrasó.
–No es tarde aún. Dime que no me quieres y me iré sin haber cometido ningún daño.
–Te quiero, Speirr –murmuró ella–. Sólo te quiero a ti. –Él se inclinó y la besó tiernamente, luego se deslizó dentro de ella.
Se tensó ante el dolor que le causaba mientras desgarraba su himen y la llenaba completamente. Mordió su labio y lo mantuvo cerca mientras él lentamente se mecía contra ella.
–Te sientes tan bien debajo mío –susurró él, su voz era un profundo gemido–. Aún mejor de lo que pensé que sería.
–¿Cuántas mujeres has tenido debajo tuyo, Speirr?
Se horrorizó por sus palabras, pero quería saber y era demasiado joven para darse cuenta qué tan tonta era su pregunta. Él dejó de moverse dentro de ella y se separó para mirarla a los ojos.
–Sólo tu, Nyn. Soy tan virgen como le eres tú. Otras mujeres se me han ofrecido, pero tú eres la única con la que he soñado.
Su corazón voló. Sonriendo, envolvió sus piernas alrededor de sus delgadas caderas, desnudas. Ahuecó su cara entre sus manos y lo empujó hacia abajo hasta que sus narices se tocaran.
–Oh, Speirr... –murmuró Sunshine, sujetándolo cerca.
Talon se puso rígido en sus brazos.
En los últimos mil años, nadie aparte de Ceara había usado su nombre real. Y solo una mujer había dicho su nombre en la forma que Sunshine lo hacía ahora.
No era sólo lo que ella decía, era la cadencia de su voz cuando lo había dicho. El temblor que había descendido por su columna vertebral.
–¿Cómo me llamaste?
Sunshine se mordió los labios al darse cuenta de su desliz. Oh Dios, él probablemente pensaba que ella lo llamaba por el nombre de otro hombre. Él no tendría recuerdos de su vida pasada. Ni ella debería tenerlos. Ella no sabía de dónde venían esas escenas del pasado.
Todo lo que sabía era que estaba alucinando.
Su abuela realmente estaba en el tema de las regresiones a vidas pasada y la había criado con un respeto devoto por la reencarnación. Una cosa en la que la abuela Morgan la había enseñado adecuadamente era que cuando uno nace, siempre olvida la vida anterior.
¿Por qué, entonces, ella la recordaba?
–Me estaba aclarando la voz –dijo ella, esperando que creyera eso–.¿Cómo pensaste que te llamé?
Talon se relajó. Tal vez estaba oyendo cosas. Tal vez era lo que esta mujer le hacía sentir, que removía sus recuerdos olvidados hacía mucho tiempo. O tal vez era la culpabilidad que sentía al desearla en la forma en que lo hacía.
Sólo Nynia lo había hecho arder de esta forma.
Sunshine era tan diferente. Lo hacía sentir aún cuando no quería. Aún cuando él luchaba contra eso.
Ella enterró sus manos en su pelo y lo jaló hacia abajo a fin de poder morderle su mandíbula. La sensación de sus manos en él, el calor de su cuerpo debajo... Descendió sobre ella, y enterró sus labios contra el hombro donde podía saborear la sal de su piel. Talon suspiró profundamente. Con satisfacción.
Luego, para su exasperación, su teléfono sonó.
Maldiciendo, Talon lo contestó y encontró a Acheron en el otro extremo.
–Necesito que cuides a la mujer esta noche. Mantenla en tu casa.
Talon frunció el ceño. Se preguntaba cómo Acheron sabía que Sunshine estaba con él, pero los poderes del hombre eran nada menos que espeluznantes.
–Pensé que me dijiste que me mantuviera lejos de ella.
–Las cosas han cambiado.
Talon refrenó un gemido mientras Sunshine acariciaba su pezón con sus dientes. Mantenerla a ella aquí estaba muy lejos de ser un problema.
–¿Estás seguro que no me necesitan esta noche?
–Sí. –Acheron colgó el teléfono.
Talon colocó el teléfono a un lado y miró a Sunshine con una sonrisa malvada. La noche acababa de ponerse mucho mejor.


[1] Shadedom: es el estado de ser un Shade. Shade se llama a los Cazadores Oscuros que han muerto y son sombras sin cuerpo y sin alma que viven en eterno sufrimiento
[2] June Cleaver: personaje de la comedia de situaciones de comienzos de los 1960 Leave It to Beaver, ejemplo en esa época de esposa y madre dedicada a sus quehaceres.
[3] Cuchulainn: de la Mitología irlandesa: Heroe de las sagas irlandesas, extensamente nombrado. Fiero guerrero, combatió siete días con sus noches contra las olas del mar. Recibe de los dioses la lanza llamada Gae bulga. Cuchulain es hijo del dios Lug, pero no por eso es inmortal, sino que está expuesto a la muerte y a los sufrimientos terrenos. Siendo niño accidentalmente se enfrenta con el monstruoso perro del guerrero Culann, animal con poderes sobre-naturales capaz de enfrentarse a cien guerreros a la vez. Cuchulain fácilmente mata al animal ante la sorpresa de todos, pero para no contrariar al herrero se ofrece como su perro guardián hasta que este logre tener otro perro con los mismos poderes, por lo que el joven será llamado desde ese día CU (perro) Chulain (de Culann)
[4] Triath: irlandés antiguo, Lord.
[5] Camulus: Dios Celta de la guerra; según cuentan los antiguos libros, su ferocidad superaba a Marte en salvajismo.

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