Vane se desplazó al pasado. No le tomó mucho esfuerzo encontrar a sus padres. Después de todo, Acheron no se había molestado en proteger su olor de él y ellos sólo habían estado ahí, juntos, por aproximadamente una hora.
El líder de los Dark Hunter había secuestrado a los dos Were-Hunters en una aislada isla en el siglo quinto. Ninguno de ellos tenía el poder para marcharse de la isla o del período de tiempo.
Este era realmente un destino peor que la muerte.
O al menos estaba a punto de serlo.
Vane destelló "a la arena" donde sus padres combatían el uno contra el otro con espadas desenvainadas. Ambos estaban ensangrentados de luchar, y aunque pensándolo bien, él debería estar divertido, no lo estaba.
¿Cómo podría estarlo? Estas dos personas, con todas sus faltas, eran sus padres, y si no fuera por ellos nunca habría nacido.
A pesar de eso, algunas cosas no podían ser perdonadas.
Su padre vaciló cuando vio a Vane. Esto le dio a su madre la apertura que necesitaba para atravesar a Markus con su espada.
Esto debería haber sido un golpe mortal.
Pero no lo fue.
Su madre tiró para liberar su espada, maldijo, y apuñaló a Markus otra vez. Markus sólo se quedó ahí parpadeando incrédulo mientras permanecía inmune a sus ataques.
—Déjalo, Madre —dijo Vane mientras se acercaba a ellos.
Ella giró hacia él con otra maldición hasta que sus ojos enfocaran su cara.
Por una vez Vane no se molestó en ocultar sus marcas faciales a ninguno de ellos. Él la miró fijamente, inexpresivamente, mientras el horror llenaba su expresión y ella comprendió la verdad sobre su hijo mayor.
—Sé que a Acheron probablemente no podía preocuparle menos si ustedes dos se destruían el uno al otro —dijo lentamente—. Pero yo no podía vivir conmigo mismo sabiendo que él había condenado a uno de ustedes a morir aun cuando ustedes lo merecieran.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Markus.
—He cambiado las cosas un poco. Usted dos pueden luchar y matarse el uno al otro muchas veces, pero ninguno de ustedes será capaz de morir a mano del otro.
—Bien, entonces —gruñó Markus— me mataré.
—No permitiré eso, tampoco.
Bryani lo maldijo. —Tu no puedes detenernos.
Vane se rió. —Sí, Mamá. Puedo. Tú deberías haber escuchado a Fury cuando él intentó decirte sobre mis poderes. Hay sólo un pequeño puñado de gente en esta tierra cuyos poderes pueden rechazar los míos. Y ninguno de ustedes es uno de ellos.
Los ojos de Bryani se estrecharon. —¿Por qué haces esto?
—Porque ustedes dos necesitan llegar a un acuerdo el uno con el otro. Lo que te hizo Markus estuvo mal, pero claro, siempre me dijeron que dos males no hacen un bien. Así que intento hacer lo correcto por una vez. Usted dos tienen que tratar de ponerse de acuerdo y dejar atrás este odio. —Él suspiró. —Volveré en unas décadas para ver como les fue.
—No puedes abandonarnos aquí. ¡No así! —chilló Bryani.
—¿Por qué no, Mamá? Papá nos golpeó a Fang y a mí y nos colgó para morir, literalmente. Tú golpeaste a Fury y lo dejaste por muerto. Ahora ustedes dos pueden aporrear a quien realmente los cabreó, y nosotros podremos vivir nuestras vidas en paz lejos de los dos. Tengan una agradable guerra.
Vane se destelló lejos de ellos, de regreso a donde Bride estaba ocupada empacando sus cosas en la casa de Valerius.
—¿Sabes que no tienes que hacer eso?
Ella brincó y jadeó. —¡Creo que tengo que ponerte una campana!
Él se rió.
Bride brincó otra vez cuando todas sus pertenencias de pronto aparecieron muy bien dobladas en sus maletas. —Vane...
—¿Qué?
—No importa —dijo ella con una sonrisa. Realmente tampoco quería cambiarlo.
Él se puso detrás de ella y la acercó hacia él.
Bride se tomó un momento para saborear la sensación de sentirlo allí. Saborear la fuerza de sus brazos alrededor de su cintura. —¿Entonces que vas a hacer con el resto de tu vida ahora que tus padres están a resguardo y Fury tiene el control de tu manada?
—¿Francamente?
—Sí.
—No quiero hacer otra cosa que pasar el resto de mi vida mirándote.
—Sí, pero...
—Ningún pero, Bride. He pasado los últimos cuatrocientos años luchando con uñas y dientes. Escondiendo quien y qué soy. Ahora no hay ninguna necesidad. Tú estás a salvo aquí en Nueva Orleans y tengo la intención de asegurarme que permanezcas así.
Ella giró en su abrazo y enlazó sus brazos alrededor de su cuello. —¿Y en cuanto a mi tienda?
—Es toda tuta.
—¿Me ayudarás a vigilarla?
—No. Voy a estar muy ocupado vigilándote a ti.
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