sábado, 28 de enero de 2012

KON cap 2

Wulf aún pensaba en la desconocida mujer cuando se bajó de su Expeditionü verde oscuro dentro de su garaje para cinco autos. Frunció el ceño al ver el Hummer rojo estacionado contra la pared lejana, y apagó el auto.
¿Qué diablos estaba haciendo Chris en casa? Se suponía que pasaría la noche en casa de su novia.
Wulf entró para averiguar.
Encontró a Chris en la sala de estar, armando un enorme… algo. Tenía brazos metálicos y cosas que le recordaban a un robot pobremente diseñado.
El negro cabello ondulado de Chris caía hacia adelante, como si lo hubiese estado tironeando, con frustración. Había pedazos y papeles esparcidos por toda la habitación, junto con varias herramientas.
Wulf lo observó con una risa irónica, mientras Chris luchaba con el largo palo metálico que estaba intentando encajar en la base.
Mientras Chris trabajaba, uno de los brazos cayó y lo golpeó en la cabeza.
Maldiciendo, dejó caer el palo.
Wulf se rió.
—¿Has estado mirando QVCü nuevamente?
Chris se frotó la nuca y luego pateó la base.
—No comiences a molestarme, Wulf.
—Niño, –dijo Wulf severamente— será mejor que controles ese tono.
—Sí, sí, me asustas –dijo Chris irritablemente—. Me estoy mojando los pantalones ante tu terrorífica y espeluznante presencia. ¿No me ves temblando y tiritando? Uuuh, ahhh, uuuh.
Wulf sacudió la cabeza al mirar a su Escudero. El chico no tenía absolutamente nada de juicio para burlarse de él.
—Sabía que tendría que haberte llevado al bosque cuando eras pequeño y dejarte ahí para que murieras.
Chris resopló.
—Uuuh, un poco de malicioso humor vikingo. En realidad estoy sorprendido de que mi padre no tuviera que presentarme para que me inspeccionaras cuando nací. Qué bueno que no pudieras permitirte el barnaútbur∂dr, ¿eh?
Wulf lo observó con rabia –y no porque pensara por un segundo siquiera que eso lograría algo. Era sólo la fuerza de hábito.
—Sólo porque eres el último de mi descendencia no significa que tengo que soportarte.
—Sí, yo también te quiero, grandullón.
Chris retomó su proyecto.
Wulf se quitó la chaqueta, y la colgó encima del respaldar de su sillón.
—Juro que voy a cancelar nuestra suscripción al cable si continúas con esto. La semana pasada fueron el banco de pesas y la máquina de remo. Ayer esa cosa facial, y ahora esto. ¿Has visto las porquerías que hay en el ático? Parece una venta de artículos usados.
—Esto es diferente.
Wulf puso los ojos en blanco. Había escuchado eso antes.
—De cualquier modo, ¿qué diablos es?
Chris no se detuvo, mientras volvía a colocar el brazo.
—Es una lámpara solar. Se me ocurrió que podías estar cansado de tu tez demasiada pálida.
Lo miró extrañado. Gracias a los oscuros genes galos de su madre, Wulf no era realmente pálido, más que nada tomando en cuenta que no había estado a la luz del sol en más de mil años.
—Christopher, resulta que soy un Vikingo en medio del invierno de Minnesota. La ausencia de un intenso bronceado armoniza con todo el territorio nórdico. ¿Por qué crees que tomamos por asalto a Europa?
—¿Porque estaba ahí?
—No, porque queríamos descongelarnos.
Chris no le prestó atención.
—Sólo espera, vas a agradecerme por esto una vez que lo tenga conectado.
Wulf pasó por encima de las piezas.
—¿Por qué estás aquí, jodiendo con esto? Pensé que tenías una cita esta noche.
—Así era, pero veinte minutos después de que llegué a su casa, Pam terminó conmigo.
—¿Por qué?
Chris se interrumpió para darle una mirada odiosa y malhumorada.
—Piensa que soy traficante de drogas.
Wulf estaba completamente sorprendido por esa inesperada declaración. Chris medía apenas un metro ochenta y tres, con un cuerpo larguirucho, y un rostro franco y honesto.
Lo más “ilegal” que había hecho ese chico era pasar frente a un Papá Noel del Ejército de Salvación, una vez, sin dejar dinero en la caldera.
—¿Qué la hizo pensar eso? –preguntó Wulf.
—Bueno, veamos. Tengo veintiún años, y conduzco un Hummer de un cuarto de millón de dólares hecho a medida, blindado, con neumáticos y ventanillas a prueba de balas. Vivo en una finca enorme y remota fuera de Minnetonkaü, solo, hasta donde todos saben, excepto por los dos guardaespaldas que me siguen cada vez que abandono la propiedad. Tengo horarios extraños. Generalmente me llamas tres o cuatro veces mientras estoy en una cita para decirme que me ponga a trabajar y te dé un heredero. Y ella accidentalmente vio algunos de tus increíblemente maravillosos juguetes que recogí de lo de tu distribuidor de armas en el almacén de carga.
—No estaban afilados, ¿verdad? –lo interrumpió Wulf.
Chris no tenía permitido manejar armas afiladas. El tonto podría cortarse una porción vital del cuerpo, o algo así.
Chris suspiró e ignoró la pregunta mientras continuaba con su perorata.
—Intenté explicarle que era independientemente adinerado, y que me gustaba coleccionar espadas y cuchillos, pero no me creyó. –Observó a Wulf con otra glacial mirada furiosa—. Sabes, hay veces en que este trabajo realmente apesta. Y lo digo intencionalmenteü.
Wulf se tomó su malhumor con calma. Chris estaba perpetuamente enojado con él, pero como Wulf lo había criado desde el instante en que nació, y Chris era el último miembro sobreviviente de su descendencia, Wulf era extremadamente tolerante con él.
—Entonces vende el Hummer, cómprate un Dodge, y múdate a un remolcador.
—Oh, sí, seguro. ¿Recuerdas el año pasado, cuando cambié el Hummer por un Alpha Romeo? Quemaste el auto y me compraste un nuevo Hummer, y amenazaste con encerrarme en mi cuarto con una prostituta si lo hacía de nuevo. Y en cuanto a los beneficios… ¿Te has tomado la molestia de inspeccionar este lugar? Tenemos una piscina interna calefaccionada, un teatro con sonido envolvente, dos cocineras, tres sirvientas y un chico que limpia la piscina al que puedo mandonear, sin mencionar todo tipo de entretenidos juguetes. No voy a abandonar Disneylandia. Es la única parte buena de este arreglo. Quiero decir que, diablos, si mi vida tiene que apestar no hay modo de que vaya a vivir en un Mini—Winniü. Y, conociéndote, me obligarías a aparcar en el frente, con guardias armados esperando en caso de que me clave un clavo.
—Entonces estás despedido.
—Muérdeme.
—No eres mi tipo. —Chris le tiró una llave francesa a la cabeza. Wulf la atrapó y la dejó caer al suelo—. Nunca voy a lograr casarte con alguien, ¿verdad?
—Demonios, Wulf. Apenas soy mayor de edad. Tengo tiempo de sobra para tener hijos que puedan recordarte, ¿está bien? Por dios, eres peor de lo que era mi padre. Obligaciones, obligaciones, obligaciones.
—Sabes, tu padre tenía sólo…
—Dieciocho años cuando se casó con mi madre. Sí, Wulf, lo sé. Me dices eso únicamente tres o cuatro veces por hora.
Wulf lo ignoró mientras seguía pensando en voz alta.
—Lo juro, eres el único hombre que conozco que se perdió toda la oleada hormonal de la adolescencia. Algo no anda bien contigo, niño.
—No voy a tomar otro maldito examen físico –dijo Chris bruscamente—. No hay nada malo conmigo o mis habilidades aparte del hecho de que no soy un perro en celo. Preferiría conocer bien a una mujer antes de quitarme la ropa frente a ella.
Wulf sacudió la cabeza.
—Definitivamente algo anda mal contigo. —Chris lo maldijo en Nórdico Antiguo (escandinavo). Wulf ignoró su blasfemia—. Quizás deberíamos pensar en contratar a un sustituto. Quizás comprar un banco de esperma.
Chris gruñó por lo bajo, y cambió de tema.
—¿Qué sucedió esta noche? Pareces más enfadado ahora que cuando te fuiste. ¿Alguna de las panteras te dijo algo desagradable en su club?
Wulf gruñó mientras pensaba en la manada de panteras que era dueña del club al que había ido esa noche. Lo habían llamado inmediatamente para informarle que uno de sus hombres había detectado a un grupo desconocido de Daimons en la ciudad, buscando algo. Era el mismo grupo que le había causado problemas a las panteras algunos meses atrás.
El Inferno era uno de los muchos santuarios montados en el mundo donde Cazadores Oscuros, Were-Hunters, y Apolitas podía reunirse sin temor de que un enemigo los atacase mientras estaban dentro del edificio. Diablos, los were-beasts incluso toleraban a los Daimons siempre y cuando no se alimentaran dentro del local o atrajeran la atención hacia ellos.
Aunque los Were-Hunters eran muy capaces de asesinar a los Daimons por sí mismos, en general se abstenían de hacerlo. Después de todo, eran primos de los Apolitas y de los Daimons, y como tales tenían un método de no intervención al tratarse con ellos. Además, los Weres no eran demasiado tolerantes con los Cazadores Oscuros que mataban a sus primos. Trabajaban con ellos cuando tenían que hacerlo o cuando los beneficiaba, pero de otro modo, mantenían la distancia.
En cuanto Dante había sido informado de que los Daimons se dirigían a su club, le había avisado a Wulf con una alerta.
Pero tal como Chris había insinuado, las panteras tenían un modo de ser poco amigable hacia cualquier Cazador Oscuro que estuviera demasiado tiempo en su local.
Quitando de un tirón las armas de su ropa, Wulf las regresó al armario que se encontraba en la pared del fondo.
—No –dijo, respondiendo a la pregunta de Chris—. Las panteras se portaron bien. Simplemente pensé que los Daimons darían más pelea.
—Lo siento –dijo Chris compasivamente.
—Sí, yo también.
Chris se quedó callado, y por su expresión, Wulf podía decir que el chico había dejado de lado sus bromas e intentaba alegrarlo.
—¿Tienes ánimos para entrenar?
Wulf encerró sus armas.
—¿Para qué tomarme la molestia? No he tenido una pelea decente en casi cien años. –Irritado ante esa idea, se frotó los ojos, que eran sensibles a las brillantes luces que Chris tenía encendidas—. Creo que iré a insultar a Talon un rato.
—¡Ah, hey! —Wulf se detuvo para mirar a Chris—. Antes de irte, di “parrillada.”
Wulf gruñó ante el habitual último recurso de Chris para intentar animarlo. Era una vieja broma que Chris había usado para irritarlo desde que era pequeño. Se debía a que Wulf aún tenía su antiguo acento nórdico que lo hacía tener un dejo cuando hablaba, especialmente cuando decía ciertas palabras, como “parrillada.”
—No eres gracioso, niñito. Y no soy sueco.
—Sí, sí. Vamos, haz de nuevo los ruidos de Chef Suecoü.
Wulf gruñó.
—Jamás debería haberte permitido mirar los Muppets.
Peor aún, no debería haber fingido que era el Chef Sueco cuando Chris era un niño. Todo lo que consiguió fue darle al chico una cosa más para exasperarlo.
Pero aún así, eran familia, y al menos Chris estaba intentando hacerlo sentir mejor. Aunque no estuviera funcionando.
Chris hizo un sonido desagradable.
—Está bien, viejo Vikingo decrépito y gruñón. Ah, mi madre quiere conocerte. De nuevo.
Wulf gruñó.
—¿Podrías posponerlo por un par de días?
—Puedo intentarlo, pero ya sabes cómo es.
Sí, lo sabía. Conocía a la madre de Chris desde hacía más de treinta años.
Desafortunadamente, ella no sabía nada de él. Así como todos aquellos que no eran de su sangre, ella lo olvidaba cinco minutos después de que él salía de su vista.
—Está bien –cedió Wulf—. Tráela mañana en la noche.
Wulf fue hacia las escaleras que llevaban a sus habitaciones debajo de la casa. Como la mayoría de los Cazadores Oscuros, prefería dormir donde no hubiese ninguna posibilidad de exponerse accidentalmente al sol. Era una de las contadísimas cosas que podría destruir sus cuerpos inmortales.
Abrió la puerta, pero no se molestó en encender la luz, ya que Chris había prendido la pequeña vela que estaba junto a su escritorio. Los ojos de un Cazador Oscuro estaban diseñados para no necesitar prácticamente nada de luz. Podía ver en la oscuridad mejor de lo que los humanos veían a plena luz.
Quitándose el suéter, punzó delicadamente las cuatro heridas de bala de su costado. Las balas habían pasado limpiamente a través de su carne y la piel ya había comenzado a sanarse.
La herida escocía, pero no iba a matarlo, y en un par de días no quedaría más que cuatro diminutas cicatrices.
Utilizó su remera negra para quitarse la sangre, y fue al baño para lavar y vendar la herida.
En cuanto estuvo limpio y vestido con un par de jeans azules y una remera blanca, Wulf encendió su radio. Las canciones preprogramadas comenzaron con My Oh My de Slade, mientras él tomaba su teléfono inalámbrico y levantaba el monitor de su computadora para entrar al sitio cazador—oscuro.com para actualizar a los demás acerca de sus últimas cacerías.
A Callabrax le agradaba tener al día la cantidad de Daimons que eran cazados cada mes. El guerrero Espartano tenía la extraña idea de que los cruzamientos y los ataques de los Daimons estaban relacionados con los ciclos lunares.
Personalmente, Wulf pensaba que el espartano tenía demasiado tiempo libre. Pero, para el caso, siendo inmortales, todos lo tenían.
Sentado en la oscuridad, Wulf escuchó la letra de la canción que sonaba.
Creo en las mujeres, dios, oh dios. Todos necesitamos a alguien con quien hablar, dios, oh, dios
Contra su voluntad, esas palabras conjuraron imágenes de su antiguo hogar, y de una mujer con el cabello tan blanco como la nieve, y ojos tan azules como el mar.
Arnhild.
Wulf no sabía porqué aún después de todos esos siglos pensaba en ella, pero así era.
Respiró hondo mientras se preguntaba qué habría sucedido si se hubiese quedado en la granja de su padre y se hubiese casado con ella. Todos lo habían esperado.
Arnhild lo había esperado.
Pero Wulf se había rehusado. A los diecisiete años había deseado una vida diferente a ser un simple granjero y pagar impuestos a su jarl. Había deseado aventuras, y batallas.
Gloria.
Peligro.
Quizás si hubiera amado a Arnhild, eso hubiera sido suficiente para lograr que se quedara.
Y si hubiera hecho eso…
Se hubiera muerto de aburrimiento.
Lo cual era su problema esta noche. Necesitaba algo emocionante. Algo que agitara su sangre.
Algo similar a la cálida y tentadora rubia que había dejado en la calle…
A diferencia de Chris, desnudarse frente a una extraña no era algo que esquivara.
O al menos no era algo a lo que en general escapara. Por supuesto que su buena voluntad para desnudarse con mujeres extrañas era lo que lo había conducido a su destino actual, así que tal vez Chris tenía un poco de razón, después de todo.
Buscando una distracción que lo apartara de los pensamientos irritantes, Wulf marcó el número de Talon y apretó el control remoto para cambiar su canción a “Immigrant Song”, de Led Zeppelin.
Talon contestó su teléfono móvil al mismo tiempo que Wulf entraba a los paneles de mensajes privados de los Cazadores Oscuros.
—Hola, niñita –dijo Wulf burlonamente, poniéndose los auriculares para poder hablar y escribir al mismo tiempo—. Hoy recibí tu remera de 'Dirty Deeds Done Dirt Cheap'ü. No eres gracioso, y yo no trabajo barato. Espero obtener mucho dinero por lo que hago.
Talon se mofó.
—¿Niñita? Será mejor que dejes de molestarme, o iré hasta allí a patear tu vikingo trasero.
—Esa amenaza podría ser al menos un poco real si no supiera cuánto odias el frío. —Talon rió gravemente—. Entonces, ¿en qué estás esta noche? –preguntó Wulf.
—Más o menos en un metro noventa y ocho.
Wulf gruñó.
—Sabes, esa broma de porquería no se vuelve más graciosa cada vez que la escucho.
—Sí, lo sé. Pero sólo vivo para agobiarte.
—Y tienes tanto éxito. ¿Has estado tomando lecciones con Chris? –Escuchó que Talon cubría el teléfono y ordenaba café negro y beignetsü—. ¿Así que ya estás en la calle, y preparado? –le preguntó a Talon luego de que la camarera se había alejado.
—Ya sabes. Es Mardi Gras y los Daimons abundan.
—Mierda. Te escuché ordenando café. Escapaste nuevamente, ¿verdad?
—Cállate, Vikingo.
Wulf sacudió la cabeza.
—Realmente necesitas conseguirte un Escudero.
—Sí, claro. Voy a recordártelo la próxima vez que estés quejándote de Chris y su boca.
Wulf se reclinó en la silla mientras leía los mensajes de sus compañeros Cazadores Oscuros. Era reconfortante saber que él no era el único que se aburría terriblemente entre un trabajo y otro.
Como los Cazadores Oscuros no podían reunirse físicamente sin absorber los poderes del otro, Internet y el teléfono eran los únicos modos en que podían compartir información y mantenerse en contacto.
La tecnología era un regalo de dios para ellos.
—Hombre –dijo Wulf—, ¿es idea mía o las noches parecen cada vez más largas?
—Algunas son más largas que otras. –La silla de Talon chirrió a través del teléfono. No cabían dudas de que el celta se estaba inclinando para estudiar a alguna mujer que pasaba junto a su mesa—. Entonces, ¿qué te tiene deprimido?
—Estoy inquieto.
—Ve a acostarte con alguien.
Wulf resopló ante la trillada respuesta de Talon para todo. Peor aún, sabía que el Celta realmente creía que el sexo era la cura absoluta para toda dolencia.
Pero entonces, cuando sus pensamientos regresaron a la mujer del club, Wulf no estuvo tan seguro de que no fuera a funcionar.
Al menos por esta noche.
De cualquier modo, al final, no le atraía tener una noche con otra mujer que no lo recordaría.
No le había interesado en mucho tiempo.
—Ese no es el problema –dijo Wulf mientras revisaba los mensajes—. Estoy desesperado por una buena pelea. Diablos, ¿cuándo fue la última vez que encontraste a un Daimon que se defendiera? Los que exterminé esta noche se dejaron matar. Uno de ellos incluso gimió cuando lo golpeé.
—Hey, deberías estar feliz de que los mataste antes de que te mataran a ti.
Quizás…
Pero Wulf era un Vikingo, y ellos no veían las cosas del mismo modo que los Celtas.
—Sabes, Talon, matar a un Daimon chupa—almas sin una buena pelea es como el sexo sin juego previo. Una absoluta pérdida de tiempo y completamente… insatisfactorio.
—Hablas como un verdadero Escandinavo. Lo que necesitas, hermano mío, es aguamiel, un vestíbulo con chicas sirviéndote y vikingos listos para luchar por su camino hacia el Valhala.
Era cierto. Wulf extrañaba a los Daimons Spathi. Ellos eran una clase de guerreros que se divertían en la guerra.
Bueno, al menos a su modo de pensar.
—Los que encontré esta noche no sabían nada acerca de pelear –dijo Wulf, frunciendo los labios—. Y estoy harto de esa mentalidad “mi revólver lo resolverá todo.”
—¿Te dispararon otra vez? –preguntó Talon.
—Cuatro veces. Lo juro… desearía poder traer a un Daimon como Desiderius. Me encantaría tener una buena pelea por una vez.
—Ten cuidado con lo que deseas, porque podrías obtenerlo.
—Sí, lo sé –de una manera que Talon ni siquiera podía imaginar—. Pero, demonios. Por una vez, ¿no pueden dejar de escapar de nosotros y aprender a luchar como lo hacían sus ancestros? Extraño el modo en que eran las cosas.
Hubo una pausa en el otro lado mientras Talon soltaba un largo suspiro apreciativo.
Wulf sacudió la cabeza. Definitivamente, había una mujer cerca.
—Te lo digo, lo que más extraño son las Talpinas.
Wulf frunció el ceño. Era un término que no había escuchado nunca.
—¿Qué son esos?
—Cierto, estuvieron antes que tú. En la mejor parte de las Épocas Oscuras, solíamos tener un clan de Escuderos cuyo único propósito era ocuparse de nuestras necesidades carnales. –Era agradable saber que su amigo no podía pensar en más que una sola cosa, y Wulf pagaría lo que fuera para conocer a la mujer que pudiera descarrilar al Celta de sus modos terrenales—. Hombre, eran geniales –continuó Talon—. Sabían lo que éramos y estaban más que contentas de acostarse con nosotros. Diablos, los Escuderos incluso las entrenaban para saber cómo complacernos.
—¿Qué les sucedió?
—Más o menos cien años antes de que nacieras, un Cazador Oscuro cometió el error de enamorarse de su Talpina. Desafortunadamente para el resto de nosotros, ella no pasó la prueba de Artemisa. Artemisa estaba tan enojada que intervino y las desterró, e implementó la maravillosa regla de “se supone que duermas sólo una vez con ellas.” Como contragolpe, Acheron inventó la ley de “nunca toques a tu Escudero.” Te lo digo, no has vivido realmente hasta que has intentado encontrar una relación de una sola noche en la Gran Bretaña del siglo VII.
Wulf resopló.
—Ese jamás ha sido mi problema.
—Sí, lo sé. Te envidio por eso. Mientras el resto de nosotros tuvimos que alejarnos de nuestras amantes para no traicionar nuestra existencia, tú podías actuar sin miedo.
—Créeme, Talon, no todo es lo que parece. Vives solo por propia decisión. ¿Tienes alguna idea de lo frustrante que es no tener a nadie que te recuerde cinco minutos después de que los abandonas?
Era lo único que molestaba a Wulf de su existencia. Tenía inmortalidad. Riqueza.
Lo que deseara, solo nómbralo.
Excepto que si Christopher moría sin haber tenido hijos, no quedaría ningún humano vivo que pudiera recordarlo.
Era un grave pensamiento.
Wulf suspiró.
—La madre de Christopher ha venido aquí tres veces sólo en la última semana para conocer a la persona para la que él trabaja. ¿La conozco hace cuánto? ¿Treinta años? Y no olvidemos esa vez, hace dieciséis años, cuando llegué a casa y ella llamó a la policía porque pensó que había entrado a la fuerza en mi propio hogar.
—Lo siento, hermanito –dijo Talon sinceramente—. Al menos nos tienes a nosotros y a tu Escudero, que podemos recordarte.
—Sí, lo sé. Gracias a los dioses por la tecnología moderna. De otro modo me volvería loco –se quedó callado por un instante.
—No es que quiera cambiar de tema, pero, ¿te enteraste de a quién llevó Artemisa a Nueva Orleáns para tomar el lugar de Kyrian?
—Escuché que era Valerius –dijo Wulf incrédulo—. ¿En qué estaba pensando Artemisa?
—No tengo idea.
—¿Kyrian lo sabe? –preguntó Wulf.
—Por razones obvias, Acheron y yo decidimos no decirle que el nieto y vivo retrato del hombre que lo crucificó y destruyó a su familia estaba mudándose a la ciudad, a una cuadra de su casa. Pero, desafortunadamente, estoy seguro de que va a enterarse en algún momento.
Wulf sacudió la cabeza. Supuso que las cosas podrían haber sido peores para él. Al menos no tenía los problemas de Kyrian o los de Valerius.
—Hombre, humano o no, Kyrian va a matarlo si alguna vez se cruzan… no es algo con lo que uno necesite enfrentarse en esta parte del año.
—Ni lo digas –coincidió Talon.
—Así que, ¿a quién le tocó la tarea de Mardi Gras de este año? –preguntó Wulf.
—Están importando a Zarek.
Wulf maldijo ante la mención del Cazador Oscuro de Fairbanks, Alaska. Los rumores abundaban acerca del ex – esclavo que había destruido la villa y a los humanos que tenía bajo su protección.
—No pensé que Acheron lo dejara salir alguna vez de Alaska.
—Sí, lo sé, pero fue la propia Artemisa quien dijo que lo quería allí. Parece que tendremos una reunión de psicópatas esta semana… Oh, espera, es Mardi Gras. Duh.
Wulf rió nuevamente.
Escuchó a Talon suspirar alegremente.
—¿Llegó el café? –le preguntó.
—Oh, sí —Wulf sonrió, deseando poder encontrar placer en algo tan sencillo como una taza de café. Pero apenas ese pensamiento cruzó su mente, cuando escuchó a Talon gruñendo—: Ah, hombre…
—¿Qué?
—Mierda, Fabio a la vistaü —Talon escupió las palabras con desprecio.
Wulf arqueó una ceja mientras pensaba en el rubio cabello de Talon.
—Hey, tú mismo estás cerca de esa marca, rubiecito.
—Muérdeme, Vikingo. Sabes, si fuera una persona negativa, estaría seriamente enojado contigo ahora.
—Te escucho enojado.
—No, esto no es estar enojado. Es una leve perturbación. Además, deberías ver a estos tipos. —Talon abandonó su acento celta mientras inventaba una conversación para los Daimons. Elevó su voz a un nivel artificialmente alto—. Hey, Gorgeous Georgeü, me parece que huelo a un Cazador Oscuro.
—Oh, no, Dick –dijo, dejando caer su voz dos octavas—, no seas idiota. No hay ningún Cazador Oscuro aquí.
Talon regresó a su falsetto.
—No lo sé…
—Espera –dijo Talon, nuevamente con voz profunda—, huelo a turista. Turista con una gran… y fuerte alma.
—¿Podrías terminar? –dijo Wulf, riendo.
—Hablando de manchas de tinta –dijo Talon, usando el término despectivo que los Cazadores Oscuros tenían para los Daimons. Derivaba de la extraña marca negra que aparecía en el pecho de todos los Daimons cuando pasaban de ser simples Apolitas a asesinos de humanos—. Diablos, todo lo que quería era tomar un café y un pequeño beignet. –Wulf escuchó que Talon chasqueaba. Y entonces su amigo comenzó a debatir en voz alta—. Café… Daimons… Café… Daimons…
—Creo que en esta ocasión será mejor que ganen los Daimons.
—Sí, pero es café de achicoria.
Wulf chasqueó la lengua.
—Talon deseando ser frito por Acheron al fallar en proteger a los humanos.
—Lo sé –dijo con un suspiro irritado—. Déjame ir a expirarlos. Hablamos luego.
—Hasta luego.
Wulf colgó el teléfono y apagó la computadora. Miró el reloj. Ni siquiera era medianoche.
Demonios.
 Apenas había pasado la medianoche cuando Cassandra, Kat, y Brenda regresaron a su complejo de departamentos universitario. Dejaron a Brenda frente a su edificio, y luego dieron la vuelta, de regreso al lugar donde compartían un apartamento. Bajaron del auto e ingresaron al piso de dos habitaciones.
Desde que había salido del Inferno, Cassandra había sentido una terrible inquietud, como si algo no estuviera bien.
Repasó mentalmente la noche entera mientras se preparaba para ir a la cama. Había conducido hasta el bar con sus amigas luego de la clase de Michelle, y habían pasado la noche escuchando a Twisted Hearts y después a los Barleys.
No había sucedido nada extraño, excepto que Michelle había conocido a Tom.
¿Entonces por qué se sentía tan… tan… extraña?
Incómoda.
No tenía sentido.
Frotándose la ceja, tomó su libro de Literatura Medieval e hizo su mejor intento para luchar con la versión de Inglés Antiguo de Beowulf.
Al Doctor Mitchell le encantaba avergonzar a los estudiantes graduados que no se habían preparado para sus clases, así que Cassandra no iba a aparecerse al día siguiente sin haber leído la tarea.
Sin importar qué tan aburrido resultara.
Grendrel, chomp, chomp,
Grendrel, chomp, chomp,
See the Vikings in their boats,
Someone hand me the Cliff's Notes…ü
Ni siquiera su pequeña cancioncita monótona podría reavivar su interés.
Aún así, mientras leía las palabras en Inglés Antiguo, continuaba imaginándose a un guerrero alto y de cabellos oscuros, con ojos negros y labios llenos y cálidos.
Un hombre de velocidad y agilidad increíbles.
Cerrando sus ojos, lo vio parado bajo el frío, vistiendo una larga chaqueta de cuero negra y una expresión en su rostro que decía…
La imagen se deterioró.
Cassandra intentó aclarar la imagen, pero se evaporó y la dejó ansiando tener más de él.
—¿Qué diablos me sucede?
Abrió bien los ojos y se forzó a leer.
Wulf cerró con trabas la puerta de su habitación y se acostó temprano, justo antes de las cuatro. Chris hacía horas que estaba durmiendo. No había nada en la TV, y estaba aburrido de jugar en línea con la computadora contra otros Cazadores Oscuros.
Ya había eliminado la “insistente” amenaza de Daimons esa noche. Suspiró ante ese pensamiento. Durante los meses de invierno, tendían a hacer una pausa y dirigirse al sur, ya que a los Daimons no les gustaba mucho el frío. Odiaban tener que “desenvolver” su comida, y les parecía extremadamente embarazoso atacar a los humanos envueltos en varias capas de suéter y chaquetas. Las cosas mejorarían en la primavera, luego del deshielo, pero mientras tanto, las noches eran largas y las batallas espaciadas.
Quizás si dormía bien durante el día, podría sentirse mejor la noche siguiente.
Valía la pena intentarlo.
Pero en cuanto Wulf se durmió, sus sueños comenzaron a vagabundear. Vio el club nuevamente, y sintió los labios de la mujer desconocida contra los suyos.
Sintió sus manos sobre él mientras lo aferraba…
¿Cómo sería ser recordado por una amante nuevamente?
¿Sólo una vez?
Una extraña bruma en espiral lo rodeó, y lo próximo que supo fue que estaba en una cama desconocida.
Wulf hizo una mueca ante su tamaño –era una cama normal, por lo que tenía que doblar sus piernas para que los pies no le colgaran del borde.
Frunciendo el ceño, miró alrededor de la oscura habitación. Las paredes blancas estaban desnudas y cubiertas con dibujos artísticos. Algo hacía que tuviera una cierta cualidad institucional.
Había un escritorio construido pegado a la pared junto a la ventana, un tocador cuadrado con una TV y una radio, y una lámpara de lava encendida en la esquina, lanzando extrañas sombras sobre las paredes.
En ese momento se dio cuenta de que no estaba solo en la cama.
Alguien estaba recostado junto a él.
Wulf estudió a la mujer que vestía un mojigato pijama de franela rosa que ocultaba su cuerpo mientras ella estaba de espaldas a él. Inclinándose hacia ella, vio el cabello rubio—rojizo rizado que llevaba trenzado.
Wulf sonrió en el momento en que reconoció a la mujer del club. Le agradaba este sueño…
Pero no tanto como le gustaba la expresión de su rostro sereno.
Y a diferencia de los Daimons, a él no le molestaba “desenvolver” su alimento.
Con su cuerpo despertando instantáneamente, rodó sobre ella y comenzó a desabotonarle el pijama.


ü Expedition: camioneta todo terreno.
ü Canal de compras por televisión. Vende todo tipo de cosas para armar.

ü La ciudad de Minnetonka es una comunidad suburbana localizada a casi 13 km. al oeste de Minneapolis en el Condado Hennepin.
ü Se hace alusión a un juego de palabras en ingles. En vez de apesta sería este trabajo realmente “muerde”. Y el juego de palabras fue intencional.
ü Casa rodante.

ü Chef Sueco: personaje de los Muppets.

ü ”Trabajos sucios, baratísimo.”
ü Beignets: bocaditos fritos para comer con el café, enrollados a mano, y cubiertos con montones de azúcar en polvo.

ü Fabio a la vista: “Fabio Alert”: hace referencia al famoso modelo de tapas de novelas Fabio: rubio, alto, músculos trabajados. Nombre que usan para describir a los Daimons.
ü Gorgeous George: apodo dado generalmente a personas problemáticas o con malas costumbres.
ü Grendel, ronza, ronza
 Grendel, ronza, ronza
 Ve a los vikingos en sus barcos /  Alguien alcánceme las Notas de Cliff

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