Dante miró con horror su marca de aparejamiento. No. Esto no podía ser real y estaba muy seguro que no podía estar sucediendo. No a él.
Tomó la mano de Pandora y la sostuvo contra la de él para poder comparar sus palmas.
No había ningún error. Las marcas eran idénticas.
Ella le pertenecía.
Maldición.
—¡Bastardo! —dijo ella, airadamente—. ¿Cómo puedes ser el que destinaron para mí?
—¿Perdón? —preguntó Dante, desconcertado por su furia.
Si alguien tenía derecho de estar enojado era él. Después de todo, él había estado preocupándose por sus propios asuntos cuando ella lo atrapó en su círculo sensorial. Si ella se hubiera mantenido alejada, ninguno de los dos estaría en esta situación.
—En caso de que no lo notes, dulzura, no estoy precisamente encantado por esto, tampoco.
Ella lo miró por dos segundos antes de dar media vuelta y marcharse entre la multitud.
Parte de él estaba tentada a dejarla ir, pero no lograría nada. Ningún Katagaria o Arcadiano tenía algo que decir sobre la persona que las Parcas habían elegido como compañera. Ni siquiera sabían cuándo o dónde encontrarían a la única persona que les era designada.
La única forma de encontrar a un compañero era dormir con él o ella y esperar que apareciera la marca.
Cuando ésta aparecía, sólo tenían tres semanas para realizar su ritual de unión o pasarían el resto de sus vidas estériles. Para una mujer, no era tan malo, puesto que podría continuar teniendo sexo con cualquier hombre que le llamara la atención; sólo que no podría tener hijos con otro hombre, sólo con su compañero designado. Pero para un hombre...
Era peor que la muerte. El hombre quedaba completamente impotente hasta el día en que muriera su compañera.
Dante se estremeció ante la idea. ¿Él, impotente? Esas dos palabras no se dirían juntas jamás.
Moriría primero.
Se dirigió a través del vestíbulo en una intensa persecución de su «compañera».
Pandora estaba furiosa cuando se dirigió ciegamente en medio de la multitud. Todo lo que quería era poner una distancia significativa entre Dante y ella.
Esto era horrible.
¡Terrible!
¿O no?
La mayoría de las arcadianas soñaban encontrar a su compañero en su primer amante. De esta forma no sentirían temor por sus instintos merodeares, los que las rebajaría a pasar de hombre a hombre, tratando de encontrar al único con el que pudieran tener hijos.
Era un sueño hecho realidad encontrar a un compañero tan rápido y tan fácilmente. La mayoría de su especie pasaba siglos buscando. Y muchos morían sin haber encontrado nunca a su pareja.
En teoría, ella era afortunada y, no obstante, estaba furiosa porque fue unida a un hombre Katagari. ¡Hablando de saltar de la sartén al fuego! En la mañana, su peor temor era ser esclavizada a una manada Katagaria.
Ahora esta atrapada incluso mucho más que antes. Si abandonaba a Dante, nunca podría tener hijos. Él era el único que podía dárselos.
—Malditas hormonas —gruñó ella, mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
Era difícil pensar con claridad.
Alguien la agarró desde atrás.
—Te tengo —dijo una voz profunda y masculina en su oído.
No era Dante.
La pantera en su interior rugió, rechazando todo hombre que no fuera su compañero. Ella giró y, sin pensarlo, golpeó, alcanzando la entrepierna del extraño.
Doblándose, él siseó por el dolor. Pero antes que ella pudiera escapar, otro hombre la tomó del brazo.
Ella se paralizó cuando se dio cuenta que él era una copia exacta e igualmente apuesta del hombre al que recién había golpeado.
—Leo —El gruñido letal cortó el tenso aire y ella sintió un escalofrío por la espalda. La voz de Dante amenazaba a violencia y muerte—. Suelta a mi compañera, muchacho.
La pantera que la sujetaba la soltó instantáneamente y maldijo.
—Tienes que estar bromeando.
Dante negó con su cabeza, al mismo tiempo que se unía a ellos.
—Ojalá lo estuviera —Miró con el ceño fruncido al otro hombre, quien aún estaba doblado—. ¿Estás bien, Mikey?
—Sí —dijo él, haciendo una mueca cuando se obligó a enderezarse. Su rostro aún tenía una tremenda sombra roja y estaba jadeando—. Es solo mi suerte que encontraras una compañera con tal mal humor como el tuyo.
—Eso me ofende —dijo Pandora.
Mike la miró con un ceño amenazador.
—Y yo me siento ofendido por la repentina necesidad de recuperar mi testículo. ¿Sabes? Me gustaría ser padre algún día.
Leo se rió ante la incomodidad de su gemelo.
—Yo solo estoy contento de que la hayas atrapado primero.
Mike lo miró con desprecio.
—Cállate.
Dante puso los ojos en blanco antes de presentar a sus hermanos.
—Pandora, estos son mis hermanos Leonardo y Michelangelo.
—¿Igual que las Tortugas Ninjas Mutantes Adolescentes? —no pudo resistir preguntar.
—Como los pintores del Renacimiento —dijo Leo bruscamente. Intercambió un gruñido con su gemelo—. De verdad que odio a esas malditas tortugas.
Como si fuera una señal, aparecieron cuatro personas disfrazadas como las susodichas tortugas y los miraron con enfado.
—Juro que los dioses se están burlando de nosotros —dijo Mike cuando vio a los humanos cubiertos con espuma verde.
—Conozco ese sentimiento —dijo Pandora, suspirando.
No había mejores palabras para describir su actual predicamento.
Ella no tenía idea del tipo de... criatura a la que las Parcas la habían unido.
Por otra parte, Dante no era el que actuaba en forma tan extraña. Ella era la única con un envenenamiento por sobrecarga hormonal. Honestamente, no podía culpar a Dante si empezaba a estrangularla.
Sólo quería poder ser ella misma por unas cuantas horas para poder considerar mejor todo esto.
—Bien, veo que todos ustedes la encontraron.
Pandora miró atrás de Leo para encontrar al primer hermano que conoció. Irónicamente, era el único cuyo nombre desconocía.
—Cállate, Romeo —dijo Leo irritadamente—. No creas que no sabemos que fuiste tú quien esparció su aroma por el hotel para volvernos locos. Casi muero cuando agarré a Simi por error y ella sacó una botella de salsa de barbacoa para rociarme con ella. Si Ash no hubiera llegado a tiempo, esa maldita demonio me habría comido con mucho gusto.
Romeo rió sólo por un instante antes de ponerse serio. Olfateó el aire.
—¡Oh, mierda! —dijo en voz baja cuando pasó su mirada de Pandora a Dante—. ¿Son pareja?
—Sí —dijo Dante—. Gracias, Romeo. Si no hubieras tenido su aroma sobre ti, no habría sido capaz de localizarla tan fácilmente. De verdad aprecio el mapa de carreteras.
Pandora se puso rígida ante el sarcasmo de Dante.
—Gracias por hacerme sentir realmente mal. ¿Sabes? Podrías tratar de ser un poco más positivo sobre esto.
—Cierto —dijo Romeo—. Ella es arcadiana y es probable que casi no vagabundee por ahí.
Fue el turno de Pandora de ser «encantadora».
—Sólo piensa, ahora todos ustedes tienen una niñera para sus camadas y alguien mucho más débil a quien golpear cuando estén enojados con sus enemigos.
Las cuatro panteras la miraron con el ceño fruncido.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Dante.
—Eso es todo lo que quieren de mí ¿Verdad?
Él la miró horrorizado.
—Tú eres mi compañera, Pandora, no mi sirviente. Cualquiera de mi manada, incluyendo mis hermanos, que te falte el respeto, me falta el respeto a mí. Y créeme, esa es la única cosa que nadie haría jamás.
Su sinceridad la conmovió.
Realmente lo decía en serio.
La gratitud y felicidad empezó a salir de su interior, y por primera vez desde que su padre la había entregado a sus enemigos, ella tenía alguna esperanza real y verdadera.
—¿En serio?
—Puede que seas arcadiana —dijo Romeo—, pero ahora eres parte de nuestra manada y te trataremos como tal.
—¿Pero y los niños que me hablaste? —preguntó Pandora a Romeo—. ¿No me quieren para que los cuide?
—Ellos son mis hijos —dijo Romeo—. He estado criando cachorros y hermanos por más de trescientos años, hasta Dante. ¿Por qué cambiaría eso ahora?
Pero ella supuso que...
—¿Quién los cuida mientras ustedes no están? —preguntó ella.
Fue Mike quien respondió.
—Nuestro hermano Gabriel y nuestro primo Ángel.
—Sí —dijo Dante—. Ellos son buenos con los cachorros. Son Frick y Frack quienes fastidian y se meten en problemas.
Mike lo miró molesto.
—Realmente me gustaría que dejaras de llamarnos así.
—Cuando pasen su difícil etapa adolescente, lo haré —Dante miró su reloj—. ¿Qué será en...? ¿Cincuenta o sesenta años más?
—Somos mayores que ella —dijo Leo, señalando a Pandora.
—Sí, pero ella tiene algo que ninguno de ustedes tiene.
—¿Y qué es?
Dante se frotó los ojos como si le empezara a doler la cabeza.
—Si no pueden ver lo que ella tiene y ustedes no, necesitan mucha más ayuda de la que pensaba.
Leo hizo un ruido de disgusto.
—No voy a permanecer aquí y ser insultado. Puesto que no puedo tocar a tu mujer sin perder un miembro o mis bolas, voy a perseguir algo un poco menos peligroso.
Dante y Romeo intercambiaron una mirada divertida que era completamente traviesa.
—¿Por qué no tratan una de las salas de filking? —preguntó Dante—. Le oí a Acheron que suceden muchas cosas salvajes ahí. Las mujeres se quitan la ropa. El vino pasa a cualquiera que lo desee.
Los rostros de los gemelos se iluminaron.
—Eso suena bueno y sucio para mí —dijo Mike—. Perfecto. Nos vemos.
Pandora rió cuando los gemelos se alejaron rápidamente.
—Sabes que filking es solo ciencia-ficción folclórica cantada ¿Verdad?
Dante rió perversamente.
—Lo sé. Sólo me gustaría estar ahí cuando ellos se den cuenta también.
Romeo negó con la cabeza.
—Ustedes son malos con ellos. Es increíble que no te hayan matado mientras duermes.
Dante se burló.
—Sí, correcto. Esos tontos son afortunados de que los tolere.
—Y aún así, lo haces —dijo Pandora, sonriendo ante el conocimiento—. ¿Por qué, Dante?
Romeo le devolvió la sonrisa.
—Porque mi hermano posee un corazón que odia confesar que tiene.
—Cállate, Romeo.
—Es tu compañera, Dante. Sé honesto con ella. No dejes que el pasado te amargue para siempre. Ella no es Bonita, ¿sabes?
Dante gruñó y se abalanzó sobre Romeo, quien retrocedió con la velocidad del rayo.
—Nos vemos —dijo Romeo antes de dejarlos.
—¿Bonita? —preguntó Pandora tan pronto estuvieron solos... o al menos tan solos como podía estar una pareja en una multitud de miles de personas.
Dante no respondió. Por su expresión, ella podía decir que él estaba pensando en algo muy doloroso.
Su corazón le dolió ante la idea. ¿Era una antigua amante?
—¿Quién era ella?
Él dejó escapar un largo y cansado suspiro antes de responder.
—Ella era la compañera de uno de mis hermanos mayores, Donatello. Él era el líder de la manada antes que lo fuera yo y amaba a su compañera más que a su vida.
Pandora se compadeció de la pantera.
—Déjame adivinar. Ella lo traicionó.
—No —dijo él para su sorpresa—. Ellos estaban muy unidos, y una noche, mientras ella regresó de uno de sus viajes, arremetió contra él cuando estaban teniendo sexo y le cortó la yugular. Ambos murieron antes de que él pudiera conseguir ayuda.
Pandora se tapó la boca cuando se imaginó el horror. Una vez que los hombres-pantera unían sus vidas con su compañero, ninguno podría vivir sin el otro. Si uno moría, ambos lo hacían.
Qué terrible que Bonita los haya matado en un acto de pasión irreflexivo.
—Lo siento mucho —susurró ella.
—Gracias —respondió él calmadamente—. Fue un maldito desperdicio de dos panteras decentes —su mirada la penetró—. Esa es la razón por la que nunca quise a una mujer-pantera como compañera e incluso como amante. No quiero que mis hijos queden huérfanos porque yo bajé la guardia y me dejé expuesto al ataque de una mujer.
—Nunca te atacaría.
—¿Cómo lo sabes?
—Bien —dijo ella cuando empezaron a moverse por el vestíbulo—, ahora mismo no sé ni siquiera cómo transformarme en una pantera. Si eso te hace sentir seguro. Traté de hacerlo hace un par de días atrás y todo lo que logré fue una cola que era muy difícil de ocultar hasta que me dormí y desapareció.
Dante rió, y aunque ella podría ofenderse de que se estuviera riendo de su desgracia, no lo hizo. Había algo en él que era verdaderamente encantador.
—Nunca antes había escuchado que sucediera eso —dijo él.
—Quédate a mi lado. Toda clases de cosas raras me han estado sucediendo últimamente.
Él le apartó el pelo de su rostro.
—Pienso que podría hacer eso. Si no te importa.
Por alguna razón, eso la confortó. Era muy divertido estar con Dante.
Cuando no estaban peleando.
—¿Qué esperas de tu pareja, Dante?
Él se encogió de hombros, luego la rodeó con su brazo cuando llegaron a la mesa del banquete que estaba lleno de artículos.
—Nada más de lo que quisiera otra pantera, supongo. Espero que vengas a casa cuando estés en celo y me dejes cuando no lo estés.
Era demasiado bueno para ser cierto.
—¿Me dejarías partir si así lo deseo?
Él frunció el ceño.
—Es la naturaleza de nuestra especie, Pandora. ¿Por qué debería detenerte?
—Pero la otra manada...
—No tiene sentido —dijo él, interrumpiéndola—. Hay algo profundamente mal que alguien trate de lograr que una pantera actúe contra su naturaleza. Es algo que esperaría de un arcadiano, pero no de un Katagari.
Ella le sonrió y en ese momento sintió que experimentaba otra oleada hormonal.
Por el repentino aspecto salvaje en el rostro de Dante, ella pudo decir que él también la sintió.
Su brazo la apretó más fuerte.
—¿Podemos esperar? —preguntó ella rápidamente—. No quiero ir corriendo a emparejarme contigo hasta que hayamos aclarado algunas cosas.
Aun cuando el sexo con él despejaría su cabeza, su corazón humano quería más entre ellos que sólo una relación física. Quería conocer la parte humana de su compañero.
—¿Como cuáles? —preguntó Dante.
—No lo sé —respondió ella con sinceridad—. En mi corazón sé que comprometerme contigo es lo mejor para nosotros dos. Probablemente lo único, puesto que no tengo una manada que me proteja. Pero mi parte humana desea conocerte mejor antes de dar ese paso tan permanente.
Para el alivio de ella, él no trató de impedirlo u obligarla.
—¿Qué quieres de mí?
—Sólo que estés conmigo como humano por un rato y me dejes conocerte ¿Vale?
Dante afirmó con la cabeza, a pesar de que lo que realmente deseaba era tomarla, llevarla a la planta superior y darle lo que ambos cuerpos anhelaban.
Pero ella era joven y estaba asustada. Éste era un paso trascendental para ambos. La unión era para siempre y no era algo para tomarlo a la ligera.
Ser bondadoso con alguien más era muy extraño en él. Entendía la lealtad. La obligación.
Pero el amor y la ternura...
Las panteras no soñaban con tales cosas. Sólo entendían sus necesidades inmediatas. Las de alimento, protección y sexo.
Hijos.
Y, no obstante, él quería algo más de ella. Algo más profundo.
Quería su aceptación.
Su contacto.
Era estúpido. ¿Para qué necesitaría esas cosas? Tenía dinero. Poder. Magia.
Podía forzarla a hacer cualquier cosa que quisiera de ella. Pero aún así no le daría lo que él deseaba.
Su corazón.
Él maldijo su mitad humana.
Suspirando, la condujo hacia el restaurante del hotel, donde podrían conseguir algo de comer.
La noche cayó rápidamente, mientras Pandora y Dante seguían alrededor de varias tiendas y conciertos, donde las bandas alternativas mostraban sus equipos y talentos. Dante parecía tener una habilidad para encontrar los intérpretes realmente buenos, quienes estaban entusiasmados de que les ofreciera dinero para tocar en su club de Minnesota.
—¿Desde cuándo tienes tu club? —le preguntó ella cuando él compró tres CDs de una banda llamada Emerald Rose, que había tocado antes, afuera de las salas de conferencia en el Hyatt.
—Casi treinta años.
Wow, eso era mucho tiempo. Dante se veía bien para un hombre que tenía más de doscientos años de edad.
Realmente bien.
—Y los humanos no se dan cuenta que siempre estás ahí y que nunca envejeces?
Él negó con la cabeza.
—Cuando abandonan el Inferno, alteramos un poco sus mentes. Incluso si fueran todas las noches, nunca recordarían a los que no envejecemos y no cambiamos.
—Eso debe ser agradable. En mi... —ella dudo decir “manada”, puesto que la habían expulsado—. En mi mundo, nos mantenemos alejados de los humanos tanto como sea posible.
—¿Y cómo es el futuro de donde vienes, de todos modos?
—No muy diferente de este. ¿No has ido nunca?
—No desde que era un cachorro. Cuando controlé por primera vez mis poderes para viajar en el tiempo. Esperaba visitar algunos. Pero después de un rato, me aburrí. Las cosas y los lugares cambian, pero las personas no. Así que decidí quedarme con mi manada en Minnesota y no preocuparme por el pasado o el futuro.
A ella le encantaría poder saltar en el tiempo de esa forma. Era toda una libertad y algo que nunca había conocido.
—¿Puedes enseñarme a usar mis poderes de esa forma? —preguntó ella.
—Por supuesto.
Ella sonrió. A ninguna de sus hermanas, quienes habían sido enviadas a esta época, se les había enseñado nada. Los Katagaria no les dejaron desarrollar sus poderes por temor de que los abandonaran. Algunas de ellas incluso habían sido obligadas por los Katagaria a llevar collares metriazo para asegurarse que ninguna fuera capaz de usar jamás su magia.
Eso era mezquino y cruel.
—¿Es difícil viajar en el tiempo? —preguntó ella.
—No ahora, por lo menos para mí. Pero llevo siglos perfeccionando mis poderes. Cuando lo hagas por primera puede que sea... sorprendente. La última vez que dejé a Leo y Mike en casa, dieron un salto en el tiempo de Minnesota del 2002 a las Islas Aleutianas de 1432 en vez de Nueva York de 2065. Fue un suplicio tratar de encontrarlos y traerlos de vuelta a casa.
—Me sorprende que fueras tras ellos.
—Sí, bien, ellos me molestan, pero comprendo que son sólo cachorros que eventualmente crecerán... probablemente para molestarme incluso más.
Ella rió ante su salida de humor mientras se dirigían a través de la multitud vestida en forma tan estrafalaria. Tenía que admitir que Dante era mucho más divertido una vez que él se acostumbraba a uno y dejaba de ser tan fiero y gruñón.
—Tienes corazón ¿verdad?
—No, Pandora —dijo él, sus ojos la quemaban por su intensidad—. No lo tengo. Sólo tengo responsabilidades. Y tengo una inmensa cantidad de ellas.
Quizás, pero ella no estaba completamente segura. Para empezar, el brazo que le rodeaba los hombros no decía «obligación», decía «protección».
Y ella deseaba pretender que había dicho algo más. Algo como amistad.
Quizás, incluso, amor.
Dante se detuvo ante el quiosco de una comerciante. Una diminuta sonrisa se cernió al borde de sus labios cuando algo atrajo su atención. Hizo una seña para que se acercara la comerciante.
—¿Puedo ayudarle? —preguntó la anciana cuando se acercó a ellos.
Dante señalo algo bajo el vidrio.
—Me gustaría ver eso.
Pandora no supo lo que era hasta que la mujer se lo entregó a Dante y éste se volvió hacia ella. Pandora no pudo evitar reír ante el colgante de oro en forma de una pantera envuelta alrededor de un zafiro cuando él se lo abrochó al cuello.
Pandora sostuvo el colgante en su mano para poder examinarlo.
—Qué inusual.
—Sí, lo es —dijo la mujer—. Es de un diseñador chamán que descubrí en el Oeste. Él anda en búsqueda de visiones y luego las transforma en collares basándose en el animal que las guía. Esta es, según él, de una pantera que lo condujo por una pesadilla y lo salvó.
Qué extrañamente apropiado.
Ella levantó la vista a Dante y sonrió.
—Lo compro —dijo Dante, sacando su billetera.
Pandora miró a la exquisita pieza de artesanía mientras él pagaba. Se sentía tan conmovida por el gesto, en especial desde que Romeo le dijo que Dante era un egoísta.
—Gracias —dijo cuando él regresó a su lado.
—De nada.
Sonriendo aún más, ella se puso de puntillas y le dio un casto beso en la mejilla.
—Sigue haciendo eso —le susurró él a su oído—, y te llevaré arriba y te desnudaré en un santiamén.
Una irresistible ola de deseo embargó todo el cuerpo de Pandora. Era la pantera en ella que quería alimentarse de él. Habían conversado bastante y su parte salvaje ahora quería satisfacción también.
—No me importaría —susurró ella.
Eso fue todo. Un segundo estaban en la multitud y al siguiente, estaban en un lugar donde nadie podía verlos y aparecieron de repente en una suite.
—¿Es tu habitación? —preguntó ella, cuando miró el elegante alojamiento.
—Nuestra habitación —dijo él, mientras se acercaba como el hambriento depredador que era.
Ella se puso rígida ante su tono.
—¿Es una orden?
—No, Pandora. Pero mientras seamos compañeros, todo lo que es mío es tuyo.
—Eres extrañamente complaciente para ser la pantera egoísta que Romeo dijo no tenía ningún interés en una compañera.
Dante se detuvo ante eso. Era verdad. Nunca había querido estar atado a nada, especialmente a una compañera. No obstante, por alguna razón, Pandora no le molestaba en lo absoluto.
—Las Parcas no me preguntaron quién o qué quería para mí —levantó la palma marcada de Pandora para que ambos pudieran verla—. Pero te eligieron como mía y yo cuido lo que me pertenece.
—¿Y si no quiero pertenecerte?
—No te forzaré a que te unas a mí, Pandora, ya lo sabes. Eres libre de abandonar mi protección cuando quieras e ir a donde desees.
Pandora tragó ante la idea. Sí, ella podía. Pero ¿a dónde iría? El viaje a Atlanta había sido tan espeluznante y cargado del temor que una manada la encontrara y abusara de ella o de que los humanos descubrieran que era una mujer-pantera y la encerraran.
Muchas cosas ordinarias la habían desconcertado.
Como comprar un boleto de bus. Como ordenar comida. Esas cosas eran totalmente distintas en su época. Todo se hacía con tarjetas de crédito universales. No había dinero en su mundo. Ni vehículos a gasolina.
Los transportes de su siglo eran más semejantes a los monorrieles y pagabas tu pasaje con la impresión de tu palma. Todo en su hogar estaba automatizado y frío.
Ella no sabía cómo sobrevivir en el mundo humano actual. No sabía cómo usar sus poderes.
Este lugar era aterrador.
Salvo por Dante. Él le ofrecía más de lo que nadie le había ofrecido. Protección y educación.
Él era su seguridad.
Y fue designado su compañero. El aparejamiento con un hombre era un acto físico. La ceremonia de unión era la emocional. Ella podía fácilmente aparejarse y luego tener su protección.
Su corazón aún seguiría perteneciéndole solo a ella.
Pero si se negaba a unirse a Dante, él no tendría ninguna razón para protegerla o educarla. ¿Y por qué lo haría? Su rechazo lo dejaría impotente. Algo que estaba segura no la haría querida para él.
—¿Me darás total libertad sin ninguna restricción? —preguntó ella.
—No conozco otro camino.
En ese momento, ella se dio cuenta que podría amar a esta pantera que estaba de pie frente a ella. Él no tenía que darle nada. En teoría, él podía tomar de ella lo que quisiera. Las otras panteras lo hicieron.
Si una mujer no se unía a uno de la manada Katagaria, la mantenían de todas formas y la usaban como ramera para todos ellos.
Pero Dante le ofrecía el mundo y no le pedía nada a cambio. Nada, excepto unas pocas palabras que unirían sus cuerpos físicos.
—¿Y nuestros hijos? —le preguntó ella.
—Tenemos una gran guardería para ellos en Minnesota.
Ella levantó la cabeza.
—Sabes que probablemente la mayoría serán humanos y no cachorros.
Él pareció perplejo ante eso.
—Entonces leeré al señor Spock.
Pandora rió.
—Él es el personaje de Star Trek no un experto en niños. No es de extrañar que estés aquí.
Él le apartó el pelo de su rostro y le dio una sincera y ardiente mirada que la derritió.
—Haré todo lo que tenga que hacer para cuidar de ellos. Te lo prometo. Sea humano o cachorro, ellos serán protegidos como mi camada y tendrán todo lo que necesiten para crecer fuertes y saludables.
Ella presionó su palma marcada contra la de él.
—Entonces me uniré a ti, Dante Pontis.
Dante no pudo respirar cuando la miró y esas benditas palabras sonaban en sus oídos. Debería escapar por la puerta. Pero si lo hacía, nunca volvería a tener sexo.
Sexo solamente con una mujer. De verdad que estaba sufriendo las consecuencias por todos los años que atormentó a Romeo por estar emparejado.
Y, no obstante, no podía mostrarse verdaderamente temeroso. Una parte oculta en él, le gustaba la idea de que Pandora fuera suya.
Enlazando sus dedos contra los de ella, él caminó de espaldas hacia la cama, llevándola con él.
Utilizó sus poderes para destapar la cama y quitarse las ropas antes de yacer de espaldas y ponerla sobre él.
El ritual de aparejamiento era más viejo que el tiempo. Era instintivo en su especie y los uniría por el resto de sus vidas. La única forma de romperlo sería que uno de ellos muriera. Quien sobrevivía a la unión sería libre de tratar y encontrar otra pareja... si es que hubiera otra.
Era extremadamente raro para los Were-Hunter, Katagaria o Arcadianos, encontrar una segunda pareja.
Pandora se mordió el labio nerviosamente. Toda su vida, sus pensamientos y energía se habían preocupado por el verdadero acto sexual. Puesto que ella había sido prometida a la manada Katagaria, nunca pensó realmente en el ritual de unión.
Ahora estaba casi aterrorizada cuando trató de llevar a Dante dentro de su cuerpo. Era mucho más difícil de lo que había imaginado. Cada vez que trataba de montarlo, su pene se movía.
Dante sonrió gentilmente.
—¿Puedo ayudar?
Ella afirmó con la cabeza.
Él movió las caderas, luego la guió hacia él. Ambos gimieron de placer cuando ella aceptó toda su empuñadura en su cuerpo.
Este era. Un hombre que podría aterrorizarla y rechazarla estaba a punto de hacerla su compañera.
Ella tendría sus hijos y de algún modo resolverían las diferencias de sus culturas y personalidades y se convertirían en su mutua comodidad física.
Si ella tenía que tener un amante Katagaria, no podía imaginarse una mejor pantera que no fuera Dante.
Pandora apenas podía pensar cuando el calor llegó de las manos unidas que tenían la marca de unión. Ella se movió contra él lentamente, luego dijo las palabras que los unirían.
—Te acepto como eres, y siempre te tendré cerca de mi corazón. Caminaré a tu lado por toda la eternidad.
Dante la miró con intensidad a medida que sentía cada centímetro de su cuerpo con él. Nunca pensó tener una pareja en lo absoluto y se había relegado a un futuro privado de hijos. Ahora la idea de tener sus propios cachorros lo conmovía.
Ella era suya.
Un sentido de posesión fuerte y demandante, distinto a todo lo que había conocido antes, lo embargó cuando la miró cabalgarlo lenta y fácilmente. No era salvaje como una pantera.
Humana, pero sin embargo, no lo era. ¿Quién hubiera pensado que Dante Pontis llegaría a ser domado por una criatura tan pequeña? Y, no obstante, su tierno contacto lo cauterizaba con una humanidad que nunca pensó que fuera posible.
La bestia en su interior estaba serena. No más búsqueda, yacía en paz como si ella se ajustara a una parte de él que nunca había sabido que estaba perdida.
Sonriéndole, él colocó su mano en el rostro de Pandora, y repitió sus votos.
Pandora gimió ante la profundidad de su voz hasta que un inesperado dolor la atravesó cuando sus colmillos empezaron a crecer.
Pandora siseó. Esto era el thirio, una necesidad de ambas razas de desear morderse mutuamente y combinar sus fuerzas vitales para que si uno moría, ambos lo hicieran.
Como el ritual de aparejamiento en sí, la elección de unirse era sólo de ella. Dante nunca la obligaría.
Ni se lo pediría ahora.
Fiel a sus palabras, él lo dejó todo a ella y sólo la observó como lo cabalgaba.
Pandora besó la mano que tenía su marca, luego la llevó a su seno cuando sucumbió al orgasmo.
Dante no pudo respirar cuando su propio clímax estalló. Rugió de satisfacción cuando sus dientes empezaron finalmente a retroceder.
Estaba hecho ahora. No había vuelta atrás.
Estaban unidos, pero no vinculados.
Sin embargo, ella le pertenecía.
Él extendió la mano para tocar el collar que le compró. Se veía hermosa, desnuda en sus brazos. Su cuerpo aún envolvía el de él.
—Pandora Pontis —susurró él—. Bienvenida a mi manada.
Con esa idea en mente, él se sacó un pequeño anillo con sello de su dedo meñique, le hizo un encantamiento, y se lo pasó a ella.
Pandora estudio la antigua pieza. Era hermosa, con una filigrana de oro rodeando una enorme piedra de zafiro, que tenía grabada como adorno «DP».
—¿Qué es esto?
—Una guía a casa para que sea donde te encuentres, puedas siempre regresar a mi lado sólo con pensar en mí.
Ella frunció el ceño ante sus palabras.
—Yo no tengo esos poderes.
—Lo sé. Esa es la razón por la que te doy el anillo. El hechizo funciona por mis poderes y es indestructible.
Sus labios temblaron ante su gentileza. Realmente tenía la intención cuando dijo que le daría la libertad. Tragando el bulto en su garganta, ella deslizó el anillo en su mano izquierda. Se ajustaba perfecto.
—Gracias.
Él inclinó la cabeza hacia ella, luego puso sus labios en los de él para poder darle un beso apasionado.
Un destello brillante llenó la habitación.
Pandora retrocedió con un grito cuando alguien la agarró desde atrás.
Dos segundos después, se armó el infierno.
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