Nueva Orleáns, Noche de Mardi Gras del año 2003
—Lo siento tanto, Vane. Juro que nunca pensé que nos destruiría de esta forma.
Vane Kattalakis rechinó sus dientes mientras volvía a fallar de su intento de levantarse. Sus brazos le dolían por el esfuerzo de levantar noventa kilos de puro músculo con nada más que los huesos de sus muñecas. Cada vez que estaba cerca de alzar su cuerpo hasta la rama sobre su cabeza, su hermano comenzaba a hablar, lo cual rompía su concentración y hacía que volviera a caer a su posición colgante.
Él suspiró, tratando no de hacer caso del severo dolor de sus muñecas. —No te preocupes, Fang. Conseguiremos salir de esta.
De alguna manera.
Lo esperaba.
Fang no lo oyó. En cambio siguió pidiendo perdón por causar sus muertes.
Vane se estiró otra vez contra la cortante cuerda que mantenía sus manos atadas juntas encima de su cabeza, asegurada a una delgada rama, mientras él colgaba precariamente de un antiguo ciprés sobre una de las más oscuras, desagradable agua de pantano que nunca hubiera visto. No sabía que era peor, pensar en perder sus manos, su vida, o caer en ese agujero de lodo asqueroso plagado de lagartos.
Francamente, sin embargo, prefería estar muerto que tocar esa peste. Ni siquiera en la oscuridad del bayouÀ de Luisiana, él podía decir cuan pútrido y repugnante era.
Había algo seriamente mal en alguien que deseaba vivir aquí, en este pantano. Por lo menos tenía la confirmación de que Talon de los Morrigantes era un idiota de primera línea.
Su hermano, Fang, estaba atado de igual manera sobre el lado opuesto del árbol donde ellos pendían de forma inquietante entre el gas del pantano, las serpientes, los insectos, y los lagartos.
Cada vez que Vane se movía, la cuerda se clavaba en la carne de sus muñecas. Si no se liberaba pronto, la cuerda atravesaría tendones y huesos, y cortaría sus manos completamente.
Este era el timoria, el castigo, que ambos recibían por el hecho de que Vane hubiera protegido a la mujer de Talon. Como Vane se había atrevido a ayudar a los Dark Hunters, los desalmados Daimons que estaban en guerra con los Dark Hunters habían atacado a la manada de lobos Katagaria de Vane y había asesinado a su querida hermana.
Los Katagaria eran animales que podían tomar forma humana y seguían una ley básica de la naturaleza: matar o ser muerto. Si alguien o algo amenazaba la seguridad de la manada, era aniquilado.
Entonces Vane, que había causado el ataque de los Daimons, había sido condenada a ser golpeado y dejado para morir en el pantano. Fang estaba con él sólo porque su padre los había odiado a ambos desde que habían nacido y los había temido desde el día en que sus poderes sobrenaturales habían sido desbloqueados por sus hormonas adolescentes.
Más que eso, su padre los odiaba por lo que su madre le había hecho.
Esta había sido la perfecta oportunidad para que su padre se librara de ambos sin que la manada se volviera en su contra por la sentencia de muerte.
Su padre lo había tomado con regocijo.
Este sería el último error que su padre volvería a cometer.
Al menos lo sería si Vane pudiera conseguir sacar sus traseros de este maldito pantano sin ser comidos.
Ambos estaban en su forma humana y atrapados por los finos, plateados collares metriazo que llevaban alrededor de sus cuellos y que enviaban diminutos impulsos iónicos a sus cuerpos. Los cuellos los mantenían en forma humana. Algo que sus enemigos pensaron que los haría más débiles.
En el caso de Fang eso era verdad.
No lo era en el caso de Vane.
Aún así, el collar debilitaba su capacidad de utilizar la magia y manipular las leyes de la naturaleza. Y eso lo estaba enojando seriamente.
Como Fang, Vane estaba vestido sólo con un par de jeans ensangrentados. Su camisa le había sido arrancada para su paliza y sus botas tomadas sólo por despecho. Desde luego, nadie esperaba que vivieran. Los collares no podían ser quitados con la magia, la que ninguno de los dos podría usar mientras lo llevaran, e incluso si por algún milagro ellos realmente bajaban del árbol, había ya un grupo grande de lagartos que podía oler su sangre. Lagartos que sólo esperaban que cayeran al pantano para proveerse de una sabrosa comida de lobo.
—Hombre —dijo Fang con irritación—. Fury tenía razón. Nunca deberías confiar en nada que sangra durante cinco días y no muere. Debería haberle escuchado. Tu me dijiste que Petra era una perra capaz de joder con tres lobos a la vez, ¿Pero escuché? No y ahora míranos. Lo juro, si salgo de esta, voy a matarla.
—¡Fang! —Vane le dijo bruscamente a su hermano que seguía hablando mientras Vane intentaba controlar algunos poderes incluso a través de las dolorosas descargas eléctricas del collar—. Podrías acabar con el Festival de la Culpa y dejarme concentrar, si no vamos a colgar de este maldito árbol por el resto de la eternidad.
—Bueno, no por la eternidad. Calculo que sólo tenemos aproximadamente una media hora más antes que las cuerdas nos corten las muñecas. Hablando de eso, mis muñecas realmente duelen. ¿Cómo están las tuyas? —Fang hizo una pausa mientras Vane suspiraba y sintió un diminuto movimiento de la cuerda que empezaba a aflojarse.
También oyó romperse la rama.
Con su corazón martillando, Vane miró hacia abajo para ver un enormemente grande par de ojos de lagarto mirándolo desde las profundidades oscuras. Vane habría dado cualquier cosa por tener tres segundos de sus poderes para freír a ese puñetero glotón.
Fang no pareció notar ninguna de las dos amenazas. —Juro que nunca voy a decirte que muerdas mi trasero otra vez. La próxima vez que me digas algo, voy a escucharte, sobre todo si concierne a una hembra.
Vane gruñó. —¿Entonces podrías comenzar por escucharme cuándo te digo que te calles?
—Ya me callo. Sólo odio ser humano. Apesta. ¿Cómo lo soportas?
—¡Fang!
—¿Qué?
Vane puso los ojos en blanco. Era inútil. Siempre que su hermano estaba en forma humana, la única parte de su cuerpo que conseguía cualquier clase de ejercicio era su boca. ¿Por qué su manada no podía haber amordazado a Fang antes de que lo colgaran?
—Sabes, si nosotros estuviéramos en forma de lobo, sólo deberíamos roer nuestras patas. Desde luego si estuviéramos en forma de lobo, las cuerdas no nos sostendrían, así que...
—Cállate —ladró Vane otra vez.
—¿La sensación vuelve alguna vez a tus manos después de estar así de entumecidas? Esto no pasa cuando somos lobos. ¿Esto le pasa a menudo a la gente?
Vane cerró sus ojos, disgustado. Entonces así era como terminaría su vida. No en alguna gloriosa batalla contra un enemigo o su padre. Ni tranquilamente en su sueño.
No, el último sonido que él oiría sería Fang maldiciendo.
Lo imaginaba.
Él inclinó su cabeza hacia atrás para poder ver a su hermano a través de la oscuridad. —Sabes, Fang, vamos a echar culpas por un minuto. Estoy enfermo y cansado de colgar aquí debido a que tu maldita bocota decidió contarle a su último juguete masticable cómo protegí a la compañera de un Dark Hunter. Muchas gracias por no saber cuando cerrar la maldita boca.
—Sí, pues cómo iba yo a saber que Petra correría a contarle a Padre que tu estabas con Sunshine y que por eso los Daimons nos atacaron. Hembra hipócrita. Petra dijo que ella quería emparejarse conmigo.
—Todas quieren emparejarse contigo, imbécil, esa es la naturaleza de nuestra especie.
—¡Vete a la mierda!
Vane soltó un resuello mientras Fang finalmente se calmaba. La cólera de su hermano debería darle un respiro de unos tres minutos mientras Fang rumiaba y buscaba un más creativo y elocuente regreso.
Enlazando sus dedos, Vane levantó sus piernas. Más dolor se deslizó por sus brazos mientras cortaba profundamente la carne humana. Él sólo rezaba para que sus huesos aguantaran un poco más sin quebrarse.
Más sangre manó por sus antebrazos mientras levantaba sus piernas encima de una rama sobre su cabeza.
Si solamente pudiera conseguir envolverlas... alrededor...
Él tocó ligeramente la madera con su pie desnudo. La corteza esta fría y frágil mientras raspaba contra el suave empeine de su pie. Él ahuecó su tobillo alrededor de la madera.
Solo un poco... poquito...
Más.
Fang gruñó. —Eres un tremendo estúpido...
Bien, demasiada creatividad.
Vane concentró su atención en sus propios y rápidos latidos del corazón y rechazó oír los insultos de Fang.
Al revés, él enroscó una pierna alrededor del tronco y expulsó su aliento. Vane gruñó de alivio mientras la mayor parte del peso fue quitado de sus palpitantes y ensangrentadas muñecas. Él jadeó por el esfuerzo mientras Fang seguía con su ignorada diatriba.
El tronco crujió peligrosamente.
Vane contuvo su aliento otra vez, aterrorizado por que no fuera su movimiento el que hiciera que su rama se rompiera en dos y cayera como una bolsa de papas en la verde y podrida agua del pantano de abajo.
De repente, los cocodrilos se revolcaron en el agua, luego se alejaron.
—Oh mierda —siseó Vane.
Esa no era una buena señal.
Había sólo dos cosas, que él supiera, que hacía irse a los cocodrilos. Una era si el Dark-Hunter llamado Talon, que vivía en el pantano, regresaba a su casa y los refrenaba. Pero como Talon estaba en el French Quarter salvando al mundo y no en el pantano esta noche, eso parecía sumamente improbablemente.
La otra, la opción mucho menos atractiva eran los Daimons, los que eran muertos caminantes, los que estaban condenados a matar para prolongar artificialmente sus vidas. La única cosa sobre de la que se sentían más orgullosos que matar humanos era matar Were-Hunters. Ya que las vidas de los Were-Hunters duraban siglos y ellos poseían capacidades mágicas, sus almas podrían mantener a un Daimon diez veces más que un humano medio.
Incluso más impresionante, una vez que el alma de un Were-Hunter era reclamada, sus capacidades mágicas eran absorbidas en los cuerpos de los Daimons donde podrían usar esos poderes contra otros.
Era un don especial ser un placer único para los no muertos.
Había sólo una razón para que los Daimons estuvieran aquí. Una única manera de que fueran capaces de encontrarlos a él y a Fang solos en este pantano aislado donde los Daimons no pisaban sin una causa. Alguien los había ofrecido a los dos como un sacrificio para que los Daimons dejaran a su manada Katagaria tranquila.
Y no había duda en su mente de quien había hecho aquella llamada.
—¡Maldito seas! —Vane gruñó en la oscuridad, sabiendo a su padre no podía oírlo. Pero él tenía que expresarse de todos modos.
—¿Qué te hice? —preguntó Fang con indignación—. Además de conseguir que te maten, en todo caso.
—No tu —dijo Vane mientras luchaba por conseguir subir su otra pierna lo suficiente para poder liberar sus manos.
Algo saltó del pantano al árbol sobre él.
Vane torció su cuerpo para ver al alto y delgado Daimon justo encima, mirando abajo hacia él con un divertido destello en sus ojos hambrientos.
Vestido todo de negro, el rubio Daimon chasqueó su lengua hacia él. —Deberías estar feliz de vernos, lobo. Después de todo, sólo queremos liberarte.
—¡Vete al infierno! —gruñó Vane.
El Daimon se rió.
Fang aulló.
Vane buscó con la vista para ver a un grupo de diez Daimons derribando a Fang del árbol. ¡¡Maldición!! Su hermano era un lobo. Él no sabía como luchar en forma humana sin sus poderes mágicos, los que no podía usar mientras que Fang llevara ese collar.
Enfurecido, Vane levantó sus piernas. La rama se rompió al instante, enviándolo directamente al agua estancada debajo.
Vane contuvo su aliento mientras el gusto podrido y fangoso de ella invadía su cabeza. Trató de impulsarse hacia la superficie, pero no podía.
No, es que importara. Alguien lo agarró de los pelos y lo tiró hacia la superficie.
En cuanto su cabeza estuvo encima del agua, un Daimon hundió sus colmillos en el hombro desnudo de Vane. Gruñendo de rabia, Vane le dio un codazo al Daimon en las costillas y usó sus propios dientes para devolver la mordedura.
El Daimon chilló y lo liberó.
—Éste pelea —dijo una mujer mientras caminaba hacia él. —Él proporcionará más sustento que el otro.
Vane le pateó las piernas antes que ella pudiera agarrarlo. Usó el sinuoso cuerpo de ella como un trampolín para salir del agua. Como cualquier buen lobo, sus piernas eran bastante fuertes para propulsarlo fuera del agua a una de las salientes del ciprés cercano.
Su oscuro cabello mojado colgaba sobre su cara mientras su cuerpo palpitaba por la lucha y la paliza que le había dado su manada. La luz de la luna destellaba sobre su musculoso y mojado cuerpo mientras se ponía de cuclillas con una mano en la vieja saliente de madera que se dibujaba contra el telón de fondo del pantano. Oscuro musgo español colgaba de los árboles mientras la luna llena, cubierta por las nubes, se reflejaba misteriosamente en las negras, aterciopeladas ondas del agua.
Como el animal que era, Vane miró a sus enemigos acercándose a él. No era cosa de rendirse él o Fang a esos bastardos. Él podía no estar muerto, pero estaba tan maldito como lo estaban ellos y hasta más cabreado con los Destinos.
Levantando sus manos a su boca, Vane usó sus dientes para morder la cuerda alrededor de sus muñecas y liberar sus manos.
—Pagarás por esto —dijo un Daimon masculino mientras se movía hacia él.
Con sus manos libres, Vane se lanzó del tronco cortado al agua. Se zambulló hondo en las oscuras profundidades hasta que pudo romper un trozo de madera de un árbol caído que estaba enterrado allí. Él pataleó de regreso hacia el área donde Fang estaba colgado.
Él salió del agua justo al lado de su hermano para encontrar a diez diferentes Daimons que se alimentan de la sangre de Fang.
A uno le pateó el trasero, agarró al otro por el cuello y clavó la estaca que él mismo había hecho en el corazón del Daimon. La criatura se desintegró inmediatamente.
Los demás se volvieron hacia él.
—Saquen número —les gruñó Vane—. Hay mucho de esto por venir.
El Daimon más cercano se rió. —Tus poderes están trabados.
—Dile eso al agente fúnebre —dijo Vane mientras se abalanzaba hacia él. El Daimon brincó hacia atrás, pero no lo bastante lejos. Acostumbrado a luchar con humanos, el Daimon no tuvo en cuenta que Vane era físicamente capaz de saltar diez veces más lejos.
Vane no necesitó sus poderes psíquicos. Su fuerza de animal era suficiente para terminar con esto. Él apuñaló al Daimon y dio vuelta para enfrentar a los demás mientras el Daimon se evaporaba.
Ellos se le tiraron encima inmediatamente, pero no funcionó. La mitad del poder de un Daimon consistía en la capacidad de golpear sin ser notado y crear pánico en su víctima.
Esto siempre había funcionado excepto con Vane que, como primo de los Daimons, había conocido esa estrategia desde la cuna. No había nada en ellos que lo hiciera entrar en pánico.
Toda sus tácticas lo hacían desapasionado y decidido.
Y al final, que lo harían victorioso.
Vane rasgó a dos más con la estaca mientras Fang permanecía inmóvil en el agua. Él comenzó a entrar en pánico, pero se forzó a calmarse.
La calma era el único modo de ganar una lucha.
Uno de los Daimons lo cogió con una ráfaga que le envió dando vueltas por el agua. Vane chocó con un tocón y gimió cuando el dolor explotó en su espalda.
Fuera de costumbre, él recurrió a sus propios poderes sólo para sentir que el collar se apretaba y lo sacudía. Él maldijo ante el nuevo dolor, y después lo ignoró.
Levantándose, cargó contra los dos machos que se dirigían a su hermano.
—Ríndete ya —gruñó uno de los Daimons.
—¿Por qué no lo haces tu?
El Daimon embistió. Vane lo esquivó bajo el agua y tiró de los pies del Daimon. Ellos lucharon en el agua hasta que Vane le clavó la estaca en el pecho.
El resto se escapó.
Vane se paró en la oscuridad, escuchándoles chapotear para alejarse de él. El corazón palpitándole en sus oídos mientras permitía a su rabia consumirlo. Echando su cabeza hacia atrás, él soltó su aullido de lobo, que resonó misteriosamente por el neblinoso bayou.
Inhumano y aciago, era la clase de sonido que enviaría hasta a los especialistas en vudú a esconderse.
Ahora seguro que los Daimons se habían ido, Vane se quitó su cabello mojado de sus ojos mientras se dirigía hacia Fang, quien todavía no se movía.
Vane ahogado en su pena mientras tropezaba a ciegas por el agua con sólo un pensamiento en su mente... Que no esté muerto.
Una y otra vez en su mente, él veía el cuerpo sin vida de su hermana. Sentía su frialdad contra su piel. Él no podía perderles ambos. No podía.
Esto lo mataría.
Por primera vez en su vida, él quería oír uno de los imbéciles comentarios de Fang.
Cualquier cosa.
Imágenes destellaban en su mente mientras recordaba la muerte de su hermana justo el día anterior en manos de los Daimons. El dolor inimaginable lo atravesó. Fang tenía que estar vivo. Él tenía que estarlo.
—Por favor, Dios —suspiró él mientras cerraba la distancia entre ellos. Él no podía perder a su hermano.
No así...
Los ojos de Fang estaban abiertos, mirando sin ver a la luna llena, que les habría permitido saltar en el tiempo fuera de ese pantano si los dos no tuvieran esos collares.
Tenía heridas de mordeduras abiertas por todo él.
Una honda y profunda pena desgarró a Vane, astillando su corazón en pedazos.
—Vamos, Fang, no te mueras —dijo él, su voz quebrada mientras se esforzaba por no llorar. En cambio, él gruñó, —No te atrevas a morir encima de mí, estúpido.
Él tiró de su hermano y descubrió que Fang no estaba muerto. Él todavía respiraba y temblaba de un modo incontrolable. Superficial y áspero, el sonido cavernoso de la respiración de Fang era una sinfonía para los oídos de Vane.
Sus lágrimas manaron mientras el alivio lo atravesaba. Acunó con cuidado a Fang en sus brazos.
—Vamos, Fang —dijo con calma—. Di algo estúpido para mí.
Pero Fang no habló. Él solamente yació allí completamente conmocionado mientras temblaba en los brazos de Vane.
Al menos estaba vivo.
De momento.
Vane rechinó sus dientes mientras la cólera lo consumía. Él tenía que conseguir sacar a su hermano de ahí. Tenía que encontrar un lugar seguro para ambos.
Si hubiera tal lugar.
Con su rabia desatada, él hizo lo imposible, quitó el collar de la garganta de Fang con sus manos desnudas. Fang instantáneamente se volvió lobo.
De todos modos Fang no volvió. Él no parpadeaba o gemía.
Vane tragó un doloroso nudo en su garganta y luchó contra las lágrimas que punzaban en sus ojos.
—Está bien, hermanito —susurró a Fang mientras lo sacaba del agua asquerosa. El peso del lobo marrón era insoportable, pero a Vane no le preocupaba. Él no le prestó atención a su cuerpo, que protestó llevando a Fang.
Mientras que tuviera aliento en su cuerpo, nadie jamás volvería a dañar otra vez a alguien que a Vane le importara.
Y él mataría a cualquiera que alguna vez lo intentara.
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