Parada detrás de él estaba una extraña mujer demoníaca con largo cabello rubio, orejas puntiagudas, y unas grandes alas como de murciélago. Era bonita en una forma muy extraña.
Lo miró sin moverse.
Zarek atacó.
En lugar de pelear, ella cambió de dirección con un chirrido y corrió hacia la parte trasera de la caverna.
Zarek la siguió, intentando detenerla antes de que alcanzara a Astrid, pero no lo pudo hacer.
El demonio corrió directamente hacia ella y para su asombro se apresuró detrás de Astrid y la puso entre ellos. Las alas del demonio se contrajeron y se plegaron alrededor de su cuerpo como para protegerla.
El demonio colocó una mano en el hombro de Astrid mientras lo atisbaba cautelosamente.
—Dile a él que me deje sola, Astrid. Si no tendré que asarlo a la parrilla y akri se enojará conmigo. No quiero hacer enojar a akri.
Astrid cubrió la mano del demonio con la de ella. —¿Simi? ¿Eres tú?
—Sí. C'est moi[1]. El pequeño demonio con cuernos.
Zarek bajó sus garras. —¿Ustedes dos se conocen?
Astrid frunció el ceño mientras se volvía a enfrentarlo. —¿No la conoces?
—Ella es un demonio. ¿Por qué debería conocerla?
—Porque ella es la compañera de Acheron.
Zarek, completamente estupefacto, miró boquiabierto a la pequeña criatura que tenía unos ojos tan extraños como Acheron. Eran pálidos y resplandecientes, pero los de ella estaban bordeados en rojo. —¿Ash tiene una compañera?
El demonio bufó. Ella se puso de pie y murmuró ruidosamente en la oreja de Astrid. —Los Dark—Hunters son lindos, pero muy estúpidos.
Él le dirigió una mirada resentida mientras Astrid se ahogaba de risa.
—¿Qué estás haciendo aquí, Simi? —preguntó Astrid.
El demonio miró alrededor del túnel e hizo pucheros de un modo que le recordó a un niño pequeño. —Tengo hambre. ¿Hay comida? Algo no muy pesado. ¿Tal vez una vaca o dos?
—No, Simi –dijo Astrid. —No hay comida.
El demonio hizo un ruido grosero al alejarse de Astrid. —No, Simi. No hay comida –se burló ella. —Suenas como akri. 'No comas eso, Simi, causarás un desastre ecológico'. ¿Qué es un desastre ecológico, quisiera saber? Akri dice que soy yo una juerga de hambre, pero no creo que tenga razón, pero eso es todo lo que él dirá sobre eso.
Haciendo caso omiso de los dos, el demonio empezó a buscar entre las armas de Zarek.
Ella agarró una granada y trató de clavarle los dientes.
Zarek se la quitó de un tirón. —Eso no es comida.
El demonio abrió su boca como para hablar, luego la cerró de golpe. —¿Por qué estás en un hueco oscuro, Astrid? ¿Te caíste?
—Nos estamos escondiendo, Simi.
—¿Escondiendo? –bufó ella otra vez. —¿de quién?
—Thanatos.
—Pffft... —el demonio puso los ojos en blanco y movió su mano despectivamente. —¿Por qué esconderse de ese perdedor? Él ni siquiera sería una buena barbacoa. Apenas quitaría el filo de mi ligero apetito. Hmmm... ¿Cómo es que no hay comida aquí? —. Ella miró especulativamente a Astrid.
Zarek dio un paso entre ellas.
El demonio le sacó la lengua y regresó a buscar entre los suministros.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Zarek.
El demonio lo ignoró. —¿Dónde esta Sasha, Astrid? Él sería una buena barbacoa. Toda esa carne de lobo. Muy sabroso una vez que sacas todo ese pelaje. El pelo asado a la parrilla no es particularmente sabroso, pero lo sería en caso necesario.
—Menos mal que él no esta aquí. ¿Pero que haces aquí sin Acheron?
—Akri me dijo que viniera.
—¿Quién es akri? —preguntó Zarek.
Simi lo ignoró.
—Acheron —explicó Astrid. —Akri es un término Atlante para “señor y maestro”.
Él se burló de eso. —Adecuadamente pretencioso. No es extraño que él tenga una gran cabeza, con su demonio favorito siguiéndole a todos lados, llamándole “señor y maestro”.
Astrid le dirigió una mirada preocupada. —Él no es así, Zarek, y mejor no lo insultes cerca de Simi. Ella tiende a tomar esas cosas personalmente, y sin Acheron aquí para llamarla, ella es más mortífera que una bomba nuclear.
Él miró al pequeño demonio con respeto. —¿De verdad?
Astrid asintió con la cabeza. —Su raza una vez dominó sobre toda la tierra. Inclusive los dioses olímpicos estaban aterrorizados de los Carontes, y sólo los Atlantes fueron capaces de derrotarlos.
Simi miró hacia arriba y le sonrió tan abiertamente, que se le vieron los dientes y revelaron sus malvados colmillos. Ella se relamió los labios como si saboreara un bocado sabroso. —Me gustaría asar a la parrilla a esos dioses olímpicos. Son muy sabrosos. Algún día me voy a comer a esa diosa pelirroja, también.
—A ella no le gusta Artemisa —explicó Astrid.
En eso coincidían.
—Simi la odia, pero akri dice, “No, Simi, no puedes matar a Artemisa. Compórtate, Simi, no le dispares, no la dejes calva, Simi”. No, No, No. Es todo lo que oigo.
Ella miró a Zarek significativamente. —No me gusta esa palabra “No”. Inclusive suena malvada. Simi tiende a asar a la parrilla a cualquiera lo suficiente idiota como para decírselo. Pero no a akri. Él tiene permiso de decirme no; sólo que no me agrada cuando lo hace.
Zarek frunció el ceño al mirar como Simi saltaba de caja en caja como una mariposa. Ella exclamó frívolamente cuando encontró su provisión de oro y joyas con que Artemisa le pagaba todos los meses.
—¡Mira! –dijo Simi, levantando un manojo de diamantes. —Tienes “brillitos” como akri. Él me da todo los suyos para mí —. Ella sostuvo una gargantilla de esmeraldas contra su garganta. —Él dice que me veo bella con brillitos, especialmente los rojos que hacen juego con mis ojos. Aquí, Astrid —dijo ella, sacando otra gargantilla y sujetándola alrededor del cuello de Astrid.
—Sé que no puedes verla, Astrid, pero es muy bella, como tú. Tu necesitas usarla y luego tendrás brillitos, también.
Ella contempló la cabeza de Astrid. —Pero no tienes cuernos. Necesitamos buscarte unos cuernos un día así puedes ser un demonio, también. Es entretenido ser un demonio excepto cuándo las personas intentan ejercitarse... espera, esa no es la palabra exacta. Me olvidé, pero sabes lo que quiero decir.
Había algo extrañamente carismático acerca de ella, pero no parecía estar demasiado bien... en más de una manera.
—¿Está bien ella? —él le preguntó a Astrid. —Digo, sin intención de ofender, ella suena más demente que yo.
Astrid se rió. —Tienes que recordar que Acheron, podríamos decir, la consiente muchísimo y Simi no ha crecido completamente.
—Sí lo he hecho —dijo Simi en un tono que le recordaba a un niño de cinco años de edad. Ella tenía un monótono acento peculiar, diferente a cualquier cosa que él hubiera oído antes.
—Simi tiene necesidades —continuó ella vanamente. —Montones de necesidades. Necesito la tarjeta plástica de akri, en primer lugar. Eso es muy agradable. Las personas me dan montones de cosas cuando se las doy a ellos. Ooo, a mí realmente me gusta la tarjeta plástica nueva que él me dio con mi nombre en ella. Es azul y toda brillante y dice Simi Parthenopaeus.
Ella miró hacia arriba como una niña frívola. —¿No tiene un bonito sonido? Tengo que decirlo otra vez. Simi Parthenopaeus. Me gusta bastante. Inclusive tiene mi foto en la esquina y yo soy un demonio muy atractivo si tengo que decirlo. Akri lo dice, también. “Simi, eres bella”. Me agrada cuando él me dice eso.
—¿Ella siempre divaga así? —murmuró Zarek entre dientes al oído de Astrid.
Ella asintió con la cabeza. —Confía en mí, es sabio dejarla divagar, también. Ella se molesta si le dices que guarde silencio. Una vez se comió la pierna de un dios inferior que le dijo eso.
Simi irguió la cabeza como si otro pensamiento llegara a su mente confundida. –Y particularmente me gustan los hombres —. Ella miró a Zarek que involuntariamente se encogió. —Pero no este. Él es demasiado moreno. Me gustan con ojos azules porque me recuerdan mi tarjeta. Personas como el modelo de Calvin Klein, Travis Fimmel, que estaba en esa cartelera grande en Nueva York, la última vez que akri me llevó allí. Él es sumamente fino y me hace querer hacerle cosas diferentes a asarlo a la parrilla. Él me hace sentir diminuta y caliente.
—De acuerdo, Simi. Caliente y diminuta. Creo que necesitamos cambiar de tema —dijo Astrid.
Zarek no estaba seguro si debía sentirse aliviado o insultado por sus comentarios acerca de él. Pero definitivamente estuvo de acuerdo que un cambio de tema sería agradable.
Astrid se giró hacia donde pensaba que Simi podía estar, pero Simi ya se había movido.
Otra vez.
Parecía que el demonio tenía aversión a quedarse quieta.
—¿Simi, por qué Acheron te envió aquí?
Simi sacó una daga enfundada de una caja y la examinó con una habilidad que le hizo arquear una ceja a Zarek. Podía parecer inocente, pero no había nada de niño en la forma que Simi maniobraba sus armas.
Ella probó el balance de la hoja como una profesional. —Para protegerte de Thanatos a fin de que tus hermanas no se vuelvan chifladas y destruyan el mundo. O algo por el estilo. No sé por que todos ustedes temen el fin del mundo. No es tan malo, realmente. Al menos entonces la mamá de akri será libre. Entonces ella no será tan quisquillosa con Simi todo el tiempo.
Zarek comenzó con las palabras. —¿La madre de Ash está viva todavía?
Ella se cubrió la boca con su mano y dejó caer la daga. —Oh, akri se enfurecerá cuando le diga esto. Mala Simi. Ya no conversaré más. Necesito comida.
Zarek frotó su cabeza mientras Simi volvía a abrir cajas. Oh, esto era genial. Él tenía a una ninfa para proteger, un psico algo estaba afuera para matarlos, y ahora un demonio demente a quien hacerle frente.
Oh, bravo, esto se ponía cada vez mejor.
Miró a Astrid, quién tenía la frente arrugada mientras reconsideraba los divagues de Simi.
—¿Exactamente quiénes son tus hermanas, Astrid, que pueden destruir el mundo? —preguntó Zarek.
Astrid se encogió de miedo un momento y cambió de posición ansiosamente.
Esto estaba a punto de empeorarse.
Él lo sabía.
Encogiéndose aún más, ella murmuró —Los Destinos.
Zarek se congeló. Oh, bravo, su vida, tan mala como era, estaba deslizándose hasta Mierdaville y allí no había a la vista ninguna rampa para salirse.
—Tus hermanas son Los Destinos –repitió él, diciendo cada palabra lentamente y pronunciándola claramente así no podía haber mal entendiendo.
Ella asintió con la cabeza.
La cólera lo envolvió. —Ya Veo. Tus hermanas son las Moiras, los tres Destinos que se encargan de todo. Las mujeres que son conocidas por no tener misericordia o piedad con nadie. Las mujeres que los dioses mismos temen.
Ella se mordió los labios. —Ellas realmente no son tan malas. Pueden ser casi simpáticas, si las atrapas en el humor adecuado.
—Oh, Dioses —. Zarek pasó sus manos a través de su pelo mientras luchaba por evitar que su temperamento explotara. No era extraño que Ash hubiera enviado a Simi. Si cualquier cosa ocurría a Astrid, entonces no se podía decir lo que pudiera ocurrir. —Por favor dime que hay una pelea familiar y tu y tus hermanas no se hablan. Que ellas no puedan soportar la mención de tu nombre.
—No, no, somos extremadamente amigas. Soy el bebé de la familia y ellas son más bien como tres madres para mí.
Zarek realmente lloriqueó ante eso. —¿Así es que me estas diciendo que en este momento soy responsable de la mascota amada de Acheron y la hermana favorita de Los Destinos?
Simi ensanchó los ojos. —Dile al niño Colmillo que no soy una mascota. Si él no me nombra en un tono más bonito, entonces realmente le va a pesar.
Astrid ignoró el comentario de Simi. —No todo es tan malo.
—¿No? Entonces sin falta, dime algo bueno Astrid.
—Probablemente se pondrán de mi lado cuando te juzgue inocente.
—¿Probablemente?
Ella asintió débilmente con la cabeza.
Zarek gruñó. Déjenselo a él. Siempre que jodía con algo, nunca lo hacía de manera pequeña.
Astrid se volvió al demonio. —¿Simi, por qué no estás dirigiendo la palabra a Zarek?
—Porque akri dijo que no. Él no dijo que no podía dirigirte la palabra a ti, sin embargo.
—¿Haces todo lo que él te dice que hagas? —preguntó Zarek.
Simi lo ignoró.
—Sí, ella lo hace —contestó Astrid. —Pero las buenas noticias son que Simi no puede mentir tampoco. ¿Puedes, Simi?
—¿Bien, por qué lo haría yo? Las mentiras son demasiadas confusas.
Oh, bravo, como si ella no lo fuese. Él nunca había visto alguien o algo más confuso que este demonio.
—¿Por qué Acheron te dijo que no le dirigieras la palabra a Zarek?
—No sé. Esa pelirroja perra—diosa se enojó cuando él me dijo a mí que viniera a protegerte. Se puso como esto...
El demonio brilló cambiando de su forma a la de Acheron. —Protege a Zarek y Astrid. Ahora.
Ella se transformó en Artemisa. —¡No! –dijo ella enojada. —No puedes dejarla ir, ella le dirá todo a Zarek.
Simi, pareciéndose a Artemisa, puso su mano en contra de su mejilla y murmuró ruidosamente al oído de Astrid. —Esta es la parte donde la diosa pelirroja siguió adelante contando lo que sucedió en el pueblo de Zarek y akri se molestó completamente con ella. No sé por qué él no me deja matarla y terminar con eso, pero finalmente él dijo...
Ella brilló cambiando al cuerpo de Ash otra vez. —Simi, no hables a Zarek pero asegúrate que Thanatos no mate a ninguno de los dos.
Simi regresó a su forma pequeña, ligera y demoníaca. —Así que dije, de acuerdo, y aquí estoy, no dirigiendo la palabra a Zarek.
—Wow –dijo Zarek cuando termino su función de demonio. —Ella es una videocámara, también. Qué conveniente.
Ella le dirigió una mirada asesina, pero dirigió sus palabras a Astrid. —Extraño los días cuando Simi podía matar a los Cazadores Oscuros y nadie lo advertía.
Astrid avanzó para encontrar a Simi, tomar su mano y mirarla con una apariencia dulce y afable. Era obvio que el demonio la quería.
—¿Que sucedió en su pueblo que Artemisa no quiere que Zarek sepa?
Simi se encogió de hombros. —No sé. Ella esta paranoica todo el tiempo de cualquier manera. Tiene miedo que akri se vaya y no regrese, que es lo que yo continúo diciéndole que haga. ¿Pero el escucha? No —. Su siguiente comentario salió en la voz de Ash. —Ella no es de tu incumbencia, Simi. No la entiendes, Simi.
Ella hizo otro ruido grosero. —Entiendo, está bien. Entiendo que la diosa perra necesita que Simi la ase a la parrilla hasta que aprenda a ser buena con las personas. Pienso que ella sería un poco más atractiva asada. Podría hacerla parecer a esa vieja bruja del mar o algo.
—¡Simi! —Astrid acentuó su nombre y la agarró de los brazos como si tratara de mantener al demonio en el tema. —Por favor dime qué sucedió en la villa de Zarek.
—Oh, Eso. Bien, fue un tema de Thanatos, no el que está ahora detrás de ustedes, sino el que le antecedió, se volvió loco y mató a todo el mundo. Ellos, la pobre gente, no tuvo una posibilidad. Akri estaba tan loco que quiso el corazón de la diosa perra, sólo que yo le dije que ella no tenía corazón para tomar.
Zarek sintió como si alguien le hubiese dado una golpiza. —¿Qué estás diciendo? ¿Quieres decir que no los maté?
La mente de Astrid giraba con lo qué Simi revelaba. ¿Si Zarek era inocente de destruir su villa, entonces por qué fue desterrado?
—¿Zarek no los mató? —preguntó ella a Simi.
—Claro que no. Ningún Cazador Oscuro mataría a quienes tenía a su cargo. Akri se los comería si lo hiciesen. Zarek mató a los Apolitas, lo que volvió a todo el mundo loco.
Zarek frunció el ceño. Él no recordaba nada acerca de unos Apolitas. Nunca había habido ninguno por los alrededores. —¿Qué Apolitas?
Astrid repitió su pregunta.
Simi habló lentamente y cuidadosamente como si fueron los únicos que tuvieran problema para entender la conversación. —Los que Thanatos reunió para usar como carne de cañón. ¿Dioses, no saben nada acerca de los Daimons y Apolitas? Thanatos puede citarlos y puede hacerles hacer cosas para él. Él puede hacerlo con personas también, algunas veces.
—Él fue enviado por Artemisa para matar a un Cazador Oscuro en Escocia, después de hacer eso, él fue tras todos los Cazadores Oscuros a fin de poder destruirlos a todos y que los Apolitas pudieran vivir en paz y alimentarse de la humanidad sin preocuparse por alguno de ustedes, muchachos.
Astrid tembló ante las palabras de Simi al recordar dónde había estado ella novecientos años atrás. —¿Thanatos es el que mató a Miles en Escocia?
—Sí –confirmó Simi.
—¿Luego él fue tras de Zarek?
Simi hizo un ruido agitado. —Él es un Dark Hunter, no? ¿Están teniendo ustedes dos alguna extraña cosa humana que no pueden seguir lo que yo digo?
Astrid palmeó la mano de Simi con optimismo para calmarla un poco. —Lo siento, Simi. Estas diciéndonos algunas cosas de las que no sabemos nada.
Simi irguió la cabeza y miró a Zarek. —Oh, supongo que está bien entonces. Aunque… deberían saber algo acerca de Thanatos. Él puede matarte y demás.
Astrid sintió que Zarek estaba a punto de hablar. Ella le hizo la señal de matarlo mientras continuaba interrogando a Simi.
—¿Simi, por qué no recuerda Zarek al primer Thanatos yendo tras él?
—Porque no se supone que lo haga. Akri tuvo que matar a Thanatos delante de él y él lo hizo de modo que Zarek no recordara nada acerca de todo ese lío.
Zarek dejó escapar lentamente la respiración mientras las palabras fluían en su interior. Ash lo había hecho para que él no recordara.
—¿Acheron desordenó mi cerebro?
La cara de Astrid se llenó de alivio. —Eres inocente, Zarek.
La furia lo atravesó. —¿Así que fui desterrado a este hoyo infernal dejado de la mano de Dios porque Acheron mató a Thanatos? ¿Qué tipo de estupidez es esa? —. Él caminó de arriba abajo coléricamente. —Mataré a ese bastardo.
Simi cambió de posición instantáneamente a la forma de un "pequeño" dragón.
Uno que estaba atorado en su túnel. Sus ojos resplandecieron coléricamente mientras ella siseaba. —¿Insultaste a mi akri?
Listo para la batalla, Zarek abrió su boca para decirle sí y encontró a Astrid escudándole. Ella estaba en medio de ellos y lo mantenía detrás de ella.
—No, Simi. Zarek tiene derecho a estar enojado. Ha sido desterrado por algo que él no hizo.
Simi volvió a cambiar a su forma humanoide. —No fue por eso. Él fue desterrado porque mató a los Apolitas.
Simi tomó la forma de Artemisa. —Ves, te lo dije, Acheron, él esta demente. Tendría que haber tenido mejor criterio que matarlos.
Ella se convirtió en Acheron. —¿Qué se suponía que hiciera? Estaban lanzándose sobre él, tratando de matarle. Fue en defensa propia.
—Fue asesinato.
—Te lo juro, Artemisa, matas a Zarek por esto y saldré andando por esa puerta y nunca regresaré.
Ella se transformó de vuelta en sí misma. —Ves. Por eso es que él fue desterrado. La diosa perra no quería que akri la dejara, así que acordó dejar vivir a Zarek aquí siempre que no hubiera otras personas a su alrededor.
Simi miró alrededor del deprimente túnel. —Honestamente, pienso que yo preferiría estar muerta. Este lugar es más aburrido que Katoteros y yo no creía que podía haber algo más aburrido que Katoteros. Reconozco mi error. La próxima vez que akri me diga que no se está tan mal en casa, voy a creerle. Ni siquiera tienes comida decente aquí. Ni TV, tampoco.
Zarek dio un paso atrás y clavó inexpresivamente los ojos en la pared como si tratase de recordar el pasado mientras Simi parloteaba sin hacer una pausa.
Él todavía podía oír los gritos de los aldeanos, pero ahora él se preguntaba...
¿De quién eran los gritos que realmente oía?
Astrid anduvo a tientas hacia él. La calidez de su presencia fluyó en él. Ella tocó su brazo, haciéndolo arder reflexivamente. Algo acerca de su toque siempre le mecía y lo hacia querer girarse hacia ella.
Lo hacía querer tocarla.
—¿Estás bien? —ella preguntó.
—No, no realmente. Quiero saber lo que me sucedió esa noche.
Ella asintió con la cabeza como si lo entendiera. —¿Simi, hay alguna cosa que pueda deshacer lo qué Acheron le hizo a la memoria de Zarek?
—Nop. Akri es infalible. Bueno, excepto por un par de cosas, y no hablo de eso porque hace enojar a akri. Me gusta esa palabra 'infalible'. Es algo así como yo. Infalible.
—Entonces es irremediable —dijo Zarek en un susurro, —no tengo ninguna prueba de que soy inocente y nunca sabré lo que sucedió allí.
—No estoy tan segura –dijo Astrid, sonriéndole. —No pierdas las esperanzas conmigo aún, Zarek. Si obtenemos alguna prueba de lo que dice ella, entonces mi decisión se mantendrá. Eres inocente. Nadie podrá argumentar en contra de eso. Mis hermanas no dejarán que seas juzgado incorrectamente.
Él se burló. —Era inocente cuando fui apedreado hasta morir, también, Princesa. Discúlpame si no tengo mucha fe en la justicia o tus hermanas.
Astrid tragó. Era cierto, el inocente a menudo sufría, también. Su madre y sus hermanas descartaban ese hecho como una modalidad del universo, si bien su madre se esforzaba en dar justicia a todo el mundo.
Algunas veces ocurrían cosas injustas. No había forma de evitarlo.
Zarek era un ejemplo perfecto.
Aun así, él necesitaba saber la verdad acerca de lo que le sucedió. Él merecía eso como mínimo.
—¿Simi? ¿Hay alguna forma de que le muestres a Zarek lo que sucedió aquella noche?
Simi golpeó ligeramente su dedo índice contra su mejilla mientras pensaba en eso. —Supongo que sí. Akri no dijo que yo “no podía mostrarle” nada, él sólo dijo que no le podía dirigir la palabra.
Astrid sonrió. Simi siempre había sido sumamente literal en su interpretación de todo lo que Acheron la ordenaba hacer.
—¿Lo harías? ¿Por favor?
Simi caminó hacia Zarek y tomó su barbilla en su mano.
Zarek comenzó a protestar, pero algo pareció fluir desde su mano. Lo mantuvo paralizado.
Simi movió su cara hasta que él pudo mirar en sus ojos, que ahora eran rojos y amarillos y allí él vio el pasado.
Todo se desvaneció a su alrededor y él solo podía enfocar su atención en los ojos de Simi. Las imágenes titilaron a través de sus pupilas, luego directamente en su mente. Él no recordaba que hubiese ocurrido nada de eso. Era como observar una película de su propia vida.
Él vio los fuegos de su pueblo ardiendo hasta los cimientos. Los cuerpos se esparcían por todos lados. Cosas que lo habían obsesionado por siglos. Pero eso no fue todo lo que vio esta vez.
Había más...
Imágenes olvidadas que habían sido tomadas de él.
Se vio dando traspiés sobre en el pueblo. Desconcertado. Enojado. El daño ya había sido hecho; él no era responsable.
Alguien más había venido a la villa antes que él.
Él vio a la vieja arpía, a quien tomó en sus brazos como él siempre hacia. Sólo que esta vez ella dijo más que su acusación usual. —La muerte vino buscándote. Él mató a todo el mundo porque quería que nosotros le dijéramos donde vivías. No sabíamos y se enojó —sus ojos viejos ardieron de odio y condenación. —¿Por qué no viniste? Es toda tu culpa. Se suponía que tu nos protegerías y fuiste tú el que nos mató. Tú mataste a mi hija.
Él vio la cara de la vieja. Sintió su furia otra vez al ver lo que habían hecho los Daimons...
El corazón de Zarek golpeó al darse cuenta de la verdad.
Él era inocente de haber matado a sus protegidos.
Ninguna de sus muertes era su culpa. Él había estado haciendo su ronda normal cuando había divisado el fuego y se había apresurado a ir hacia ellos, pero para entonces ya era demasiado tarde.
Thanatos había venido al pueblo durante la luz del día y lo había destruido. El no había tenido ninguna forma de salvarlos.
Mientras miraba en sus ojos, Simi lo llevó a través de su olvidada expedición de cinco noches a la villa Apolita adonde había ido a buscar a los responsables de las muertes en Taberleigh.
Él había peleado con los Spathi Daimons a cada paso del camino, y uno de ellos le había dicho del Dayslayer que reuniría a su gente y destruiría a los Cazadores Oscuros. El Spathi se había reído mientras moría, diciéndole a Zarek que el reino de los Cazadores Oscuros había terminado.
El Dayslayer se apropiaría nuevamente del mundo humano y luego eliminaría el olímpico.
Como cada noche que pasaba, los Spathis aumentaban en número, Zarek se dio cuenta exactamente de lo que el mundo estaba por enfrentar. Cada pueblo humano por el que pasaba estaba destruido. La gente muerta. Masacrada. Consumidas por los Daimons que no querían morir.
Él nunca había visto tal devastación. Semejante pérdida.
Si él hubiese tenido un Escudero, lo habría enviado a dar aviso a otros Cazadores Oscuros o encontrar a Acheron y traerlo aquí para ayudarlo a pelear. Pero allí solo estaba él y quiso detener la destrucción antes de que cualquier otro sufriera.
Con frío y hambre, Zarek había peleado durante todo el camino hacia el pueblo Apolita que protegía a la entidad misteriosa que había matado violentamente a su gente.
Zarek había llegado sólo una hora después de la puesta de sol. Como era típico, los Apolitas habían hecho sus casas bajo tierra. Las catacumbas habían sido oscuras y muy frías y completamente faltas de cualquier alma. En aquel entonces, los Apolitas a menudo habían hecho sus casas cerca de los muertos a fin de poder tomar las almas incorpóreas si necesitaban un estimulante rápido. Además, los proveía de un escudo. Como los Cazadores Oscuros en realidad eran cuerpos sin almas, esas almas que necesitaban cuerpos tenían la desagradable tendencia de querer poseerlos. Así que las catacumbas y las criptas eran los mejores escondites para Apolitas y Daimons.
Como todas las almas habían sido devoradas antes de su llegada, Zarek había encontrado fácilmente su camino a través de las catacumbas.
Mientras registraba los corredores y los cuartos de la guarida subterránea, descubrió que no había ningún Apolita o familias de Daimon presentes, sólo prueba que ellos habían partido apresuradamente.
En un cuarto, encontró a una mujer con un niño que lloraba.
Ella lo miró con la boca abierta.
—No te lastimaré –le dijo.
Ella comenzó a gritar por ayuda.
Zarek había salido de la casa y había cerrado la puerta.
Sus pensamientos habían estado enfocados en una sola persona.
Thanatos.
La cosa que el Spathi le había dicho que había sido enviada por Artemisa para matar a todos los Cazadores Oscuros. Ella, que había sido su creadora los había traicionado y había creado a un monstruo invencible.
A menos que él lo detuviese primero. Había odiado a Artemisa entonces. Odiado no sólo por haber creado a Thanatos, sino por desatar algo así en el mundo sin advertir a nadie.
Al moverse a través de las catacumbas, Daimons y Apolitas lo atacaron. Él los peleó, matando a cualquiera que se le acercara con una espada. No, a él no le había importado si era un Daimon o Apolita. No había tenido importancia.
Sólo importaba su venganza.
Él había encontrado a Thanatos más abajo, en uno de los corredores más largos. Él estaba con una docena de su gente en una cámara donde los Apolitas almacenaban géneros.
Zarek había contado cinco Apolitas allí y ocho Daimons.
Pero lo que lo había detenido fue la única mujer Apolita que había estado parada al lado de Thanatos. Ella estaba vestida como los Spathis y estaba dispuesta a pelear.
Thanatos le había sonreído malvadamente.
—Vean —él había dicho a los Apolitas y Daimons que estaban allí. —Él es solo uno y nosotros somos muchos. El Cazador Oscuro no es tan feroz. No puede combinar su número sin debilitarse. Lo podemos matar tan fácilmente como nosotros a él. Perforen su marca y él morirá como el resto de ustedes.
Entonces lo apresaron.
Zarek había tratado de abrirse paso a la fuerza a través de ellos. Pero habían peleado con más fuerza de la que él alguna vez hubiera encontrado antes. Era como si sacaran poder de Thanatos.
Lo habían alcanzado y lo habían tirado al suelo mientras le rasgaban las ropas tratando de encontrar su marca.
Él ya estaba herido por peleas previas. Debilitado por su hambre.
No evitó que peleara con todo lo que tenía.
—¡Él no tiene la marca de Artemisa! —uno de ellos había alzado la voz.
—Por supuesto que la tiene —. Thanatos se había adelantado para ver.
Zarek había aprovechado esa oportunidad para soltarse. Él había ido por la cabeza de Thanatos con su espada.
Thanatos había dado un paso atrás y había empujado a la mujer delante de él para protegerse.
Sin tiempo a reaccionar, Zarek se quedó parado allí, impotente, mientras ella era traspasada por su espada.
Cuando ella no explotó, se percató que ella no era un Daimon después de todo. Ella era una Apolita.
Horrorizado, encontró su mirada y vio las lágrimas en sus ojos. Él había querido ayudarla. Para tranquilizarla.
Lo último que él había querido era verla herida.
Nunca había dañado a una mujer antes… ni siquiera a la mujer que lo había acusado de violarla.
Él se había odiado a sí mismo en ese momento aún más de lo que odiaba a Artemisa, odiaba el hecho de no haber sido más rápido. De no haber matado a Thanatos en lugar de eso.
Uno de los Apolitas gritó.
Un hombre. Él se arrojó para tomar a la mujer y acunarla mientras moría.
El hombre levantó la vista y lo miró con odio y furia.
Era la cara del nuevo Thanatos.
Zarek trató de librarse de Simi al ver eso. Pero ella lo sujetó con fuerza.
Forzándolo a que siguiera viendo su pasado.
Thanatos lo había agarrado por la garganta y lo había apartado de un empujón contra la pared. —Marca o no marca, aún puedes morir si te desmiembro.
Acosado por la culpa por lo sucedido con la mujer, Zarek no se había molestado en pelear. Él solo quería que todo acabara.
Pero mientras Thanatos iba por él, Acheron apareció de pronto.
—Déjalo ir.
Los Daimons y Apolitas restantes se habían dispersado con miedo. Sólo el hombre sosteniendo a su esposa ahora muerta se había quedado.
Thanatos giró lentamente para enfrentar a Ash. —¿Y si no lo hago?
Ash disparó una carga explosiva de su mano sobre Thanatos, quien instantáneamente soltó a Zarek. Zarek cayó al piso abriendo la boca para tomar aire a través de su esófago dilatado.
—No era una elección —dijo Ash.
Thanatos se apresuró a atacar.
Los ojos de Ash se habían puesto de un rojo profundo, oscuro. Más oscuros que la sangre, estaban llenos de un centelleante fuego.
En el lugar donde Thanatos lo había atacado, el invencible asesino se desintegró en polvo.
Nadie lo había tocado.
Ash se había quedado parado allí, sin sobresaltarse.
El Apolita se lanzó contra él. Ash lo había hecho girar atrapándolo entre sus brazos con la espalda del hombre contra el pecho de Ash. El Apolita había forcejeado por liberarse, pero Ash lo había sostenido sin esfuerzo alguno.
—Shh, Callyx —había susurrado Ash al oído del Apolita. —Duerme...
El Apolita se desplomó.
Ash lo bajó al piso.
Zarek conmocionado, no se movió mientras Ash se acercaba a él. Él no sabía cómo había sabido Ash el nombre del Apolita o cómo había matado a Thanatos tan fácilmente.
Nada de eso tenía sentido.
Ash no trató de tocarlo. Se acuclilló al lado de él y levantó la cabeza. —¿Estás bien?
Zarek había ignorado su pregunta. —¿Por qué Artemisa nos quiere muertos?
Ash lo había mirado ceñudamente. —¿Qué estás diciendo?
—Los Spathis me dijeron. Ella esta creando a un ejército para matarnos. Yo estaba...
Ash levantó la mano. Sintió como si algo paralizara las cuerdas vocales de Zarek.
La indecisión atravesó la cara de Ash mientras clavaba los ojos en él. Él juró que podía sentir al Atlante en su mente, buscando algo.
Finalmente Acheron suspiró. —Has visto demasiado. Mírame, Zarek.
Él no tuvo otra alternativa que obedecer.
Los ojos de Ash otra vez eran de un color plateado extraño, deslumbrante. Todo se volvió nebuloso entonces, oscuro. Zarek luchó contra el sofocante calor.
Lo último que oyó fue la voz de Ash. —Llévalo a casa, Simi. Él necesita descansar.
Simi soltó a Zarek.
Él se quedó parado allí inmóvil mientras la repetición de los acontecimientos de aquella noche llenaba los huecos en su memoria.
Estaba aturdido por lo que había visto. Lo que había aprendido.
—¿Cómo me mostraste todo eso? —le preguntó.
El demonio se encogió de hombros.
Esto se ponía molesto. Maldito Ash por darle la orden de no hablarle. —Astrid, por favor hazle mi pregunta.
Astrid lo hizo.
Simi lo miró como si él fuera torpe. –Nada nunca se va de la mente humana. Solo queda extraviada, tonto –, le dijo a Astrid mientras ella le pasaba los dedos por el pelo —sólo acomodé las piezas así las podía ver y luego él las vio también cuándo me miró. Fácil.
Entumecido por todo lo que había descubierto, Zarek miró a Astrid que esperaba pacientemente a que ellos terminaran.
—¿Qué es Acheron? –le preguntó.
—No sé –dijo Astrid.
Zarek se alejó andando, su mente daba vueltas al tratar de recordar Nueva Orleáns. —¿Él hizo algo con mi mente otra vez en Nueva Orleans?
Simi silbó y miró alrededor del cuarto.
—¿Simi, lo hizo él? —preguntó Astrid.
—Akri solo hace eso cuando tiene que hacerlo. Había algunas cosas en Nueva Orleáns que estaban mal. Cosas que ni los Cazadores Oscuros ni los dioses olímpicos necesitan saber.
Zarek apretó los dientes. —¿Tales como?
Astrid repitió su pregunta.
—Ya dije, ninguno de ustedes necesita saber.
Él quería estrangular al demonio, pero después de lo que él justamente había visto hacer a Ash, cambió de opinión acerca de eso. —¿Por qué se esconde Acheron?
Simi siseó y en su cólera olvidó la orden de Ash. —Akri no se esconde de nadie. Él no necesita esconderse. Cualquiera que lastime a mi akri, yo lo como.
Zarek la ignoró. —¿Es él humano? –le preguntó a Astrid.
Astrid dejó escapar un largo suspiro. —Honestamente no lo sé. Siempre que menciono su nombre a mis hermanas, se ponen evasivas e inquietas. Él solo parece asustarlas. Siempre me he preguntado por qué, pero nadie en el Olimpo habla mucho de él. Es realmente muy extraño.
Con expresión especulativa, Astrid giró hacia el demonio. —Simi, cuéntame sobre Acheron.
—Él es genial y maravilloso, y él me trata como a una diosa. La diosa Simi. Esa soy yo.
Astrid se sobresaltó un poco, ante eso. —Quiero decir, cuéntame sobre su nacimiento.
—Oh, eso. Acheron nació en 9548 antes de Cristo en la isla griega de Didymos.
—¿De quién era hijo?
—Rey Icarion y Reina Aara De Didymos y Lygos.
Zarek podía notar que la respuesta asombró a Astrid, pero no lo sorprendió a él. Él siempre había sospechado que Ash era de la nobleza. Había algo intrínsecamente regio en él. Algo que decía, "yo soy el amo, usted los sirvientes. Inclínate y besa mi trasero". Era por lo que Zarek nunca se había preocupado por él.
—¿Ash no es un semidiós? —preguntó Astrid.
Simi se rió estrepitosamente ante su pregunta. —¿Akri un semidiós? Por favoooooor.
Zarek frunció el ceño al darse cuenta de lo qué había revelado Simi. —Un momento, ¿Ash no es Atlante?
Astrid negó con la cabeza. —De los sumamente raros rumores que he oído, dicen que nació en Grecia pero se crió en la Atlántida. El rumor dice que es uno de los hijos de Zeus. Pero como dije, la mayoría de la gente tiene pocos deseos de decir cualquier cosa acerca de él.
Simi se rió otra vez. —¿Él se parece a ese viejo trasero tronador? No. ¿Él hijo de Zeus? ¿Cuántos insultos puede recibir mi akri?
Zarek consideró eso por un minuto, y luego se le ocurrió otra cosa. —¿Puede comunicarse Simi con Ash ahora mismo?
—Sí.
—Entonces dile que él mejor traiga su trasero aquí y te proteja.
Los ojos de Simi brillaron intensamente. Sus alas aletearon.
—Simi —dijo Astrid rápidamente. —Él no quiso decir eso de esa forma. ¿Puede venir Ash aquí?
Ella se sosegó un poco. —No. Él prometió a la diosa malvada que él estaría en el Olimpo por dos semanas. Él no puede romper su juramento.
—¿Entonces cómo mato a Thanatos? Voy a salir en un momento y al parecer Ash es el único de nosotros capaz de mirarlo y hacerlo desaparecer.
—Simi lo puede matar.
—No, no puedo. Akri lo dijo.
—¿Entonces cómo lo detenemos? —preguntó Astrid.
Simi se encogió de hombros. —Si Akri me dejara, entonces lo podría asar a la parrilla, pero ya que ustedes no respiran fuego sería un poco difícil para ustedes hacer eso.
—Tengo un lanzallamas.
Astrid elevó su cabeza hacia él. —¿Tienes qué? —preguntó ella incrédula.
Fue su turno de encogerse. —Conviene estar preparado.
—Bien —dijo Simi. —Esos son adecuados para tostar malvaviscos, pero sólo pondrán enojado a Thanatos. El fuego normal no lo lastimará. Tengo esta sustancia pegajosa realmente gelatinosa que sale con mi fuego y eso se inyecta en mis víctimas por eso las aniquila. ¿Lo quieren ver?
—¡No! —dijeron al unísono.
Simi se tensó. —¿No? No me gusta esa palabra.
—Te amamos, Simi –dijo Astrid rápidamente. —Sólo estamos asustados de tu sustancia pegajosa.
Astrid golpeó a Zarek en el estómago al comenzar a corregirla acerca del cariño sobre Simi.
—Oh –dijo Simi, —eso lo entiendo. Ok, pueden vivir.
Después de asegurarse que realmente no había comida allí, Simi se sentó enojada en el piso. Ella canturreó para sí misma mientras giraba en espiral una hebra de pelo alrededor de su dedo pequeño. —¿Entonces, tienes QVC[2]?
—Me temo que no, querida. —dijo Astrid.
—¿Tienes SoapNet[3]?
Zarek negó con la cabeza.
—¿No tienes ningún canal –continuó Simi en una voz que sonaba como la de un niño petulante.
—Lo siento.
—¿Estás bromeando? —Simi descansó su barbilla en su mano y lo contempló. —Ustedes son personas aburridas. Un demonio necesita su cable. Akri me ha engañado. Él no me dijo que tendría que estar sin cable. ¿No tienes ni siquiera uno de esos televisores pequeñitos que usan baterías?
Ante ese comentario, él separó a Astrid de Simi.
—No surtirá efecto –murmuró ella.
—¿Qué?
—Apartarme así para que no oiga. Ella oye todo.
Él se detuvo. —Bien, entonces, ella está a punto de escuchar una queja.
Zarek se quedó parado allí mirando a Astrid. Memorizando cada línea de su cara, cada curva de su cuerpo.
Él no sabía qué hacer para protegerla. Jess no podía venir a buscarla a la luz del día y él no confiaba en los Escuderos para que la protegieran, tampoco.
Sin mencionar que la idea de hacerles conocer su escondite mientras estaban afuera para matarlo ellos mismos, no parecía un movimiento brillante, tampoco.
No había nadie en quien confiar y la única forma que él conocía para proteger a Astrid era hacer salir a Thanatos y terminar esto.
Esta noche, él encontraría a Thanatos y uno de ellos moriría.
Era algo que él no quería decirle a Astrid. Ella no lo dejaría ir si lo sabía.
—Mira, necesitaremos comida esta noche. Voy a dejarte con Simi aquí, donde están a salvo y yo saldré a buscar alimentos.
—¿Por qué no envías a Simi? Ninguna cosa la puede lastimar.
Zarek deslizó su mirada sobre el demonio, quien jugaba al pequeño cerdito con sus dedos del pie desnudo.
—Sí, pero no creo que debería dejarla salir sola, ¿no lo crees?
Astrid vaciló. —Puedes estar en lo correcto.
Zarek se hundió en el piso y la haló hacia abajo con él. Él comprobó su reloj de pulsera para ver que estaba a menos de dos horas para la puesta de sol.
Menos de dos horas para estar con la mujer que había llegado a significar tanto para él.
Acostados, él cerró los ojos mientras ella apoyaba la cabeza en su pecho y trazaba círculos sobre él.
—Dime algo bueno, Princesa. Dime lo que harás cuando esto haya terminado.
Astrid dejó de mover su mano en círculos mientras pensaba en eso. Lo que ella quería era quedarse con Zarek. ¿Pero cómo?
Artemisa tendría que dejarlo ir y ella conocía al dedillo a su prima, lo suficiente como para saber que Artemisa no compartía sus juguetes.
—Te voy a extrañar, Príncipe Encantado.
Ella lo sintió tensarse ante esas palabras. —¿Lo harás realmente?
—Sí, lo haré. ¿Qué hay sobre ti?
—Voy a sobrevivir. Siempre lo hago.
Sí, él lo hacia. En formas que la asombraban.
Astrid trazó la línea de su mandíbula. —Deberías estar descansando.
—No quiero descansar. Solo quiero sentirte por un poco más de tiempo.
Ella sonrió ante eso.
—¿Ustedes dos van a besarse? —preguntó Simi. —Tal vez debería ir arriba o algo.
Astrid se rió. —Está bien, Simi. No nos besaremos delante de ti.
—¿Duerme ella? —preguntó Zarek.
—No sé. ¿Simi, duermes?
—Sí, lo hago. Tengo una cama preciosa, también. Tiene dragones tallados y un antiguo y gran dosel coloreado en marfil en la parte superior. Akri hizo que lo hicieran especialmente para mí hace mucho tiempo y tiene un bailarín que baila con el viento en el cabezal. Cuando era un demonio recién nacido, akri lo hacia bailar después que me metía en mi cama y yo solía observarlo hasta que me dormía. Algunas veces él me cantaba arrullos, también. Akri es un buen papá. Él cuida muy bien de su Simi.
—¿Qué hay acerca de ti, Princesa? —preguntó Zarek. —¿Tu mamá te arropaba cuando eras una niña?
—Todas las noches, a menos que ella estuviera juzgando a alguien, entonces mi hermana Atty lo hacía.
Astrid no preguntó a Zarek si alguien lo arropaba a él. Ella ya sabía la respuesta a eso.
Nadie.
Ella se acurrucó más cerca de él.
Zarek se quedó con la mirada fija arriba en la parte superior del túnel. Era gracioso; hacia más de cincuenta años, él había cavado esta parte del túnel sin saber que algún día yacería acostado con su amante a su lado.
Astrid.
Él no tenía ningún derecho a estar con ella. Ningún derecho a tocarla.
Ella estaba tan cerca del cielo que lo que un hombre como él alguna vez pudiera estar.
Y aún así él no quería dejarla ir. No ahora.
Ni nunca.
Ella era la única persona en toda su historia por la que moriría.
Sin duda esta noche lo haría.
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