Era una de esas noches. Del tipo que le hacía preguntarse a Sunshine Runningwolf por qué se había tomado la molestia de dejar su loft.
¿Cuántas veces puede perderse una persona en una ciudad en donde ha vivido toda su vida?
El número parecía infinito.
Por supuesto, ayudaría si ella pudiera concentrase, pero su atención tenía la duración de una pulga enferma.
No, realmente ella tenía la atención de un artista, que rara vez se quedaba enfocada en el aquí y ahora. Como un tiro de honda fuera de control, sus pensamientos iban a la deriva de un tema a otro y luego hacia atrás otra vez. Su mente constantemente estaba vagando y repasando rápidamente nuevas ideas y técnicas, la novedad del mundo a su alrededor y cómo capturarlo mejor.
Para ella había belleza en todas partes y en cada pequeña cosa. Era su trabajo mostrar esa belleza a los demás.
Y ese edificio que estaban construyendo, dos o tres, tal vez cuatro calles más allá, la había distraído y llevado a pensar sobre nuevos diseños para su alfarería mientras vagaba a través del Barrio Francés hacia su cafetería favorita en St. Anne.
No es que ella bebiese esa cosa nociva. Ella lo odiaba. Pero el retro-beatnik[1] Stain Café, tenía bonitas ilustraciones en las paredes y sus amistades eran partidarias de beber litros de ese líquido.
Esta noche ella y Trina iban a acercarse...
Su mente regresó al edificio.
Sacando su bloc de dibujo, hizo algunas notas más y dobló a la derecha, hacia un callejón pequeño.
Caminó dos pasos, y dio contra una pared.
Sólo que no era una pared, se percató, mientras dos brazos la envolvían para evitar que tropezara.
Al mirar hacia arriba, se congeló.
¡Ay, Caramba[2]! Se quedó con la mirada fija en una cara tan bien formada que dudaba que ni siquiera un escultor griego pudiera hacerle justicia.
Su pelo color trigo parecía resplandecer en la noche y los planos de su cara...
Perfecta. Simplemente perfecta. Totalmente simétrica. «Wow».
Sin pensar, le agarró la barbilla y volteó su cara para verla de diferentes ángulos.
No, no era una ilusión óptica. No importaba el ángulo, sus rasgos eran la perfección encarnada.
«Wow», otra vez. Absolutamente perfecto.
Ella necesitaba esbozar esto.
No. Óleo. Los oleos serían mejores.
¡Las pinturas al pastel!
–¿Está bien? –preguntó él.
–Estoy bien –contestó–. Lo siento. No le vi parado allí. ¿Pero sabe usted que su cara es euritmia[3] pura?
Él le dio una sonrisa con los labios apretados mientras palmeaba el hombro de su capa roja.
–Sí, lo sabía. ¿Y sabía usted, pequeña Caperucita Roja que el gran lobo malo está afuera esta noche y está hambriento?
¿Qué era eso?
Ella hablaba de arte y él...
El pensamiento se desvaneció en cuanto se percató que el hombre no estaba solo.
Había cuatro hombres más y una mujer. Todos insanamente bellos. Y los seis la miraban como si ella fuera un bocado sabroso.
Uh-Oh.
Su garganta quedó seca.
Sunshine dio un paso hacia atrás mientras todos los sentidos de su cuerpo le decían que corriera.
Se movieron aún más cerca, acorralándola entre ellos.
–Ahora, ahora, Pequeña Caperucita Roja –dijo el primero.–¿No querrás irte tan pronto, verdad?
–Um, sí –dijo ella, preparada para pelear. Poco sabían ellos, que una mujer que acostumbraba salir con motoqueros, estaba más que capacitada para dar un rápido golpe cuando lo necesitaba. –Pienso que sería una muy buena idea.
Él la trató de alcanzar.
Salido de ninguna parte algo circular pasó como un rayo por su cara, rozando su brazo extendido. El hombre maldijo mientras se acercaba el brazo sangrante a su pecho. La cosa rebotó como el chakram[4] de Xena, y regresó a la entrada del callejón donde una sombra la atrapó.
Sunshine miró boquiabierta el contorno de un hombre. Vestido todo de negro, estaba parado con sus piernas separadas con la postura de un guerrero mientras su arma brilló con maldad en la tenue luz.
Si bien ella no podía ver nada de su cara, su aura cambiante era gigantesca, otorgándole una presencia tan sorprendente como poderosa.
Este nuevo desconocido era peligroso.
Mortalmente.
Una sombra letal simplemente aguardando para golpear.
Él se mantuvo silencioso, mirando a sus asaltantes, el arma sostenida despreocupadamente, pero en cierta forma amenazadora, en su mano izquierda.
Luego, el caos total se manifestó mientras los hombres que la rodeaban se apresuraban al recién llegado...
Talon toco con el dedo la empuñadura de su puñal celta y plegó las tres aspas en una sola daga. Trató de acercarse a la mujer, pero los Daimons le atacaron en masa. Normalmente, él no tendría problema en absoluto en destruirlos, pero el código de los Cazadores Oscuros le prohibía revelar sus poderes a un humano no iniciado.
Maldición.
Por un segundo, consideró convocar a la niebla para ocultarlos, pero eso haría la pelea con los Daimons más dificultosa.
No, no les podía dar ninguna ventaja. En tanto la mujer estuviera allí, debería pelear con sus manos atadas a la espalda, y darle la fuerza sobrehumana y el poder a los Daimons, no era algo bueno para nada. Sin duda por eso era que lo estaban atacando.
Por una vez ellos realmente tenían una posibilidad contra él.
–Corre –le ordenó a la mujer humana.
Ella comenzó a obedecerle cuando uno de los Daimons la agarró. Con una patada a la ingle y un fuerte golpe en la espalda cuando se dobló, dejó caer al Daimon y corrió.
Talon arqueó una ceja ante su movimiento. Suave, muy suave. Él siempre había apreciado a una mujer que podía cuidarse a sí misma.
Usando sus poderes de Dark Hunter, convocó una pared de niebla detrás de ella para escudarla de los Daimons, quienes ahora se habían enfocado más en él.
–Finalmente –dijo al grupo–. Por fin solos.
El que parecía ser el líder lo atacó. Talon usó su telequinesia para levantar al Daimon, hacerle girar patas arriba, y golpearlo contra una pared.
Dos más se acercaron.
Talon atrapó a uno con su puñal celta, y al otro le dio con la rodilla.
Se deshizo de dos de ellos fácilmente y estaba alcanzando a otro cuando advirtió que el más alto de ellos corría tras la mujer.
La distracción momentánea le costó que otro Daimon lo atacara y lo golpeara en el plexo solar. La fuerza del golpe lo tiró para atrás, cayendo.
Talon rodó por el golpe, y saltó para pararse.
–¡Ahora! –gritó la mujer Daimon.
Antes que Talon pudiera pararse completamente, otro Daimon lo agarró por la cintura y lo apartó de un empujón hacia atrás, hacia la calle.
Directamente frente al camino de un vehículo gigantesco que iba tan rápido que ni siquiera pudo identificarlo. Algo que asumió era la parrilla de éste que golpeó su pierna derecha, haciéndola pedazos instantáneamente.
Tirándolo hacia adelante, sobre el pavimento.
Talon rodó aproximadamente cuarenta y cinco metros, hasta quedar sobre su estómago bajo una luz de la calle mientras el vehículo oscuro seguía alocadamente calle abajo, fuera de la vista. Estaba tirado con la mejilla izquierda sobre el asfalto y sus manos extendidas a los costados.
El cuerpo entero le dolía y palpitaba y apenas podía moverse de dolor. Peor, su cabeza le latía mientras luchaba por mantenerse consciente.
Hacerlo era difícil.
Un Dark Hunter inconsciente era un Cazador muerto. La quinta regla del manual de Acheron vino a su mente. Debía mantenerse despierto.
Con sus poderes decreciendo por el dolor de sus lesiones, el escudo de niebla empezó a disiparse.
Talon maldijo. En todo momento, cuando empezaba a sentir cualquier tipo de emoción negativa, sus poderes disminuían. Esa era otra de las razones por lo cual las mantenía férreamente guardadas.
Las emociones eran mortales para él, en más de una forma.
Lentamente, cuidadosamente, Talon se paró en sus pies en el mismo momento que veía a los Daimons escapando por otro callejón. No había nada que pudiera hacer acerca de eso. Él nunca los atraparía en su condición actual, y aún si lo hiciera, lo peor que les podía hacer sería sangrar sobre ellos.
Por supuesto, la sangre de los Cazadores Oscuros era venenosa para los Daimons...
Mierda. Él nunca antes había fallado.
Apretando los dientes, Talon luchó contra el mareo que lo consumía.
La mujer a la que había salvado corrió hacia él. Por la apariencia confundida en su cara, podía decir que ella no estaba segura de cómo ayudarle.
Ahora que la podía ver más de cerca, se quedó prendado de su cara de duendecillo. Fuego e inteligencia ardían profundamente en sus grandes ojos oscuros. Ella le recordó a Morrigan, la diosa oscura a la que le había jurado su espada y lealtad tantos siglos atrás, cuándo él había sido humano.
Su largo pelo negro lacio caía en trenzas de todos los tamaños alrededor de su cabeza. Tenía una mancha de carbón vegetal a través de una mejilla. Impulsivamente, pasó su mano sobre ella y la retiró de su cara.
La piel era tan suave, tan cálida, y olía a algo como patchouli y trementina. Qué combinación tan rara. . .
–¿Oh mi Dios, estás bien? –preguntó la mujer.
–Sí –dijo Talon quedamente.
–Llamaré una ambulancia.
–Nay –dijo Talon en su propia lengua, su cuerpo protestando el gesto. –Ninguna ambulancia –agregó en inglés.
La mujer frunció el ceño.
–Pero estás muy herido. . .
Él encontró su mirada.
–Ninguna ambulancia.
Le miró arrugando el ceño hasta que una luz apareció en sus ojos inteligentes, como si ella hubiera tenido una revelación.
–¿Eres un extranjero ilegal? –murmuró.
Talon se agarró de la única excusa que le podía dar. Con su acento pesado, antiguo celta era natural asumirlo. Asintió.
–Ok – murmuró ella al oído de él mientras le palmeaba amablemente en el brazo–. Te cuidaré sin una ambulancia.
Talon se forzó a sí mismo a quitarse de la luz de la lámpara que le lastimaba sus sensibles ojos claros. Su pierna quebrada protestó, pero la ignoró. Cojeó hasta apoyarse contra una construcción de ladrillos en donde pudo quitar la presión de la pierna dañada. Otra vez el mundo se inclinó.
Demonios. Necesitaba ir a algún lugar seguro. Aún era temprano en la noche, pero lo último que necesitaba era estar atrapado en la ciudad después de la salida del sol. Cuando a un Dark Hunter lo hieren, él o ella sentía un antinatural estado de letargo. Era una necesidad que le hacía peligrosamente vulnerable si no llegaba a casa pronto.
Sacó su teléfono celular para notificar a Nick Gautier que estaba herido, y rápidamente se enteró que su teléfono, a diferencia de él, no era inmortal. Estaba hecho pedazos.
–Aquí –dijo la mujer, moviéndose al lado de él–. Déjame ayudarte.
Talon clavó los ojos en ella. Nadie extraño ninguna vez le había ayudado. Él estaba acostumbrado a pelear sus propias batallas incluso después que lo habían dejado solo.
–Estoy bien –le dijo–, vete.
–¡No lo haré! No te dejaré –le dijo ella–. Te hirieron por mí.
Él quería discutir, pero su cuerpo estaba demasiado mal para tomarse la molestia.
Talon trató de alejarse de la mujer, dio dos pasos y el mundo comenzó a cambiar de posición otra vez.
La siguiente cosa que supo, es que todo se volvió negro.
Sunshine apenas lo atrapó antes de que golpeara el piso. Ella se tambaleó ante el tamaño y el peso de él, pero de alguna forma evitó que le cayera encima.
Tan suavemente como pudo lo bajó a la acera. Aún así, él se estrelló contra el pavimento con bastante fuerza, haciéndola sufrir por él mientras la cabeza prácticamente hacía una abolladura en la acera.
–Lo siento –dijo ella, enderezándose y mirando hacia abajo. –Por favor dime que no te hice una conmoción. Espero no haberlo lastimado aun más tratando de ayudarlo.
¿Que iba a hacer ahora?
El extranjero ilegal tipo motero vestido todo de negro era enorme. Ella no se atrevía a dejarle en la calle desatendido. ¿Qué ocurriría si sus asaltantes regresaban? ¿O algún pillo de la calle se presentaba?
Ésta era Nueva Orleáns donde cualquier cosa podría ocurrirle a una persona mientras estaba consciente.
Inconsciente...
Bueno, no había forma de decir lo que le podrían hacer, dejarlo solo no era una opción.
Justo cuando el pánico se estaba llevando lo mejor de ella, oyó a alguien llamarla por su nombre.
Miró alrededor hasta que vio el estropeado Dodge Ram azul de Wayne Santana subiéndose a la cuneta. A los treinta y tres, Wayne tenía una cara toscamente atractiva que lo hacía parecer más viejo. Su pelo negro estaba entrelazado libremente con gris.
Ella suspiró de alivio al verlo allí. Bajó la ventanilla y se apoyó en el borde.
–Hey Sunshine, ¿qué sucede?
–¿Wayne, me ayudarías a subir a este tipo en tu camioneta?
Lo miró un poco dudoso.
–¿Está borracho?
–No, esta herido.
–Entonces deberías llamar a una ambulancia.
–No puedo –lo miró suplicando– Por favor Wayne, necesito llevarlo a mi casa.
–¿Es amigo tuyo? –preguntó aun a más dudoso.
–Pues, bien, no. Nosotros nos hemos conocido aquí.
–Entonces déjalo. Lo último que necesitas es relacionarte con otro motorista. No es tu problema lo que le ocurra.
–¡Wayne!
–Él podría ser un criminal, Sunshine.
–¿Cómo puedes decir algo así?
Wayne había sido condenado por homicidio accidental diecisiete años atrás. Después de que cumpliera su pena, se había pasado varios meses tratando de encontrar un trabajo. Sin dinero, ningún lugar en donde vivir, y nadie dispuesto a contratar un ex-convicto, ya estaba al borde de cometer otro delito para regresar a la cárcel cuando solicitó un puesto de trabajo en el club del padre de Sunshine. En contra de las protestas de su padre, Sunshine lo contrató.
Cinco años más tarde, Wayne nunca había faltado un día al trabajo o llegado tarde. Era el mejor empleado de su padre.
–¿Por favor, Wayne? –preguntó, dirigiéndole su mirada de perrito abandonado que nunca fallaba en los hombres de su vida, para que hicieran su voluntad.
Wayne hizo una serie de ruidos irritados, mientras se bajaba de la camioneta para ayudarle.
–Un día, ese gran corazón tuyo te va a meter en problemas. ¿Sabes algo acerca de este hombre?
–No –Todo lo que sabía era que le había salvado la vida cuando nadie más se habría tomado la molestia. Por ese motivo él no era la clase de hombre que la lastimaría.
Ella y Wayne forcejearon para poder parar al desconocido, pero no fue fácil.
–Cristo –masculló Wayne mientras se tambaleaban con él entre ellos–. Es enorme y pesa una tonelada.
Sunshine coincidió. El hombre por lo menos media un metro noventa y ocho de puro músculo sólido y sin grasa. Aun con la gruesa chaqueta de cuero de motorista escondiendo su torso superior, no había duda lo bien formado y musculoso que era.
Ella nunca había sentido un cuerpo tan duro en su vida.
Después de un poco de esfuerzo, finalmente lo metieron en la camioneta.
Mientras se dirigían al club de su padre, Sunshine sostuvo la cabeza del desconocido en su hombro y le separó hacia atrás el cabello rubio ondulado que caía sobre los cincelados rasgos de su cara.
Tenía una apariencia salvaje, indomable que le recordaba a un antiguo guerrero. Su pelo dorado rozaba los hombros en un estilo impreciso que demostraba que si bien él se preocupaba por su apariencia no se obsesionaba con ella.
Las cejas marrón oscuro se arqueaban sobre sus ojos cerrados. Su cara era rudamente deliciosa con la barba crecida de un día. Aun inconsciente, era imponente y totalmente hermoso, y su cercanía agitaba una necesidad muy profunda en ella.
Pero lo que más le gustaba de este extraño era el cálido aroma masculino y a cuero que tenia. La hacía querer acariciar con la nariz su cuello e inspirar la mezcla intoxicante hasta emborracharse con ella.
–Entonces –dijo Wayne mientras conducía–.¿Que le pasó? ¿Tú sabes?
–Fue atropellado por una carroza del carnaval.
Aun en la tenue luz del camión, podía adivinar que Wayne la miraba como diciéndole ¿estas loca?.
–No hay desfile esta noche. ¿De dónde vino?
–No sé. Especulo que él debe haber enojado a los dioses o algo.
–¿Huh?
Le peinó con su mano el desordenado cabello rubio, jugueteó con las dos trenzas delgadas que colgaban de su lado izquierdo mientras contestaba a la pregunta.
–Era un gran carruaje del dios Baco. Justamente pensaba que este pobre tipo debía haber ofendido al Dios patrocinador del vino y del exceso para haber sido atropellado por él.
Wayne masculló sin aliento.
–Debe ser otra travesura de la fraternidad. Parece que cada año uno de ellos está robando una carroza y dan un paseo alocado en ella. ¿Me pregunto dónde la estacionaran esta vez?
–Bueno, ellos trataron de estacionarla sobre mi amigo. Me alegro que no lo mataran.
–Estoy seguro que él también se alegrará, cuándo se despierte.
Sin duda. Sunshine agachó su cabeza y escuchó su respiración lenta, profunda.
¿Qué es lo que tenía que lo hacía tan irresistible?
–Hombre –dijo Wayne después de un breve silencio–. Tu padre se va a irritar con esto. Se servirá mis pelotas en la cena cuando sepa que llevé a un tipo desconocido a tu casa.
–Entonces, no le digas nada.
Wayne le lanzó una mirada significativa y de disgusto.
–No puedo no decirselo. Si algo te ocurriese, entonces sería mi culpa.
Ella suspiró irritada mientras trazaba la línea afilada de las cejas arqueadas del desconocido. ¿Por qué le parecía tan familiar? Nunca lo había visto y sin embargo tenía un extraño sentido de déjà vu. Como si le conociera de cierta forma.
Extraño. Muy, muy extraño.
Pero ella estaba acostumbrada a las rarezas. Su madre había escrito un libro sobre el tema, y Sunshine lo había redefinido.
–Soy una chica grande, Wayne, puedo cuidarme.
–Sí y yo viví doce años con un montón de grandes hombres peludos que se desayunaban a niñitas como tú que pensaban que podían cuidarse solas.
–Bien –dijo ella–. Lo meteremos en mi cama y yo dormiré en la de mis padres. Entonces, por la mañana, comprobaré como está, con mi madre o con uno de mis hermanos.
–¿Qué ocurre si él se despierta antes de que llegues a casa y te roba?
–¿Robar qué? –preguntó. –Mis ropas no le entrarán y no tengo nada de valor. No a menos que a él le guste mi colección de Peter, Paul y Mary.
Wayne puso sus ojos en blanco.
–Muy bien, pero mejor me prometes que no le darás una oportunidad para lastimarte.
–Lo prometo.
Wayne la miró menos que complacido, pero permaneció técnicamente callado mientras conducía hacia su loft en Canal Street. Sin embargo, maldijo entre dientes durante todo el camino. Afortunadamente Sunshine era capaz de ignorar a los hombres que hacían eso alrededor de ella.
Una vez que llegaron al loft, que estaba ubicado sobre el bar de su padre, les tomó sus buenos quince minutos poder sacar al desconocido de la camioneta y entrarlo en la casa.
Sunshine guió a Wayne a través del loft hacia el área donde ella había tendido una cortina de tela de algodón rosada a lo largo de un alambre, para separar el área del dormitorio del resto del gran cuarto.
Cuidadosamente, colocaron a su invitado desconocido en la cama.
–Bueno, vamos –dijo Wayne, tomándola del brazo.
Sunshine amablemente se soltó.
–No lo podemos dejar así.
–¿Por qué no?
–Está cubierto de sangre.
La cara de Wayne exteriorizó su exasperación. Era una expresión que todos tenían con ella tarde o temprano, la mayoría de las veces temprano.
–Ve a sentarte en el sofá mientras lo desvisto.
–Sunshine...
–Wayne, tengo veintinueve años, soy una artista divorciada que tomó clases de dibujo de desnudos en la universidad, y me crié con dos hermanos mayores. Sé la apariencia que tiene un hombre desnudo. ¿Ok?
Gruñendo quedamente, salió de su habitación y fue a sentarse en el sofá.
Sunshine inspiró profundamente mientras se volvía hacia su héroe vestido totalmente de negro. Parecía inmenso en su cama.
También era un completo desastre.
Tentativamente, y también para no lastimarlo, corrió la cremallera de la chaqueta de motorista, que era la mejor hecha que alguna vez hubiera visto. Alguien había pintado por todos lados, en dorado y rojo un trabajo de símbolos celtas. Era simplemente hermoso. Un verdadero estudio en el arte antiguo, y ella lo sabía. Toda su vida, había dibujado cosas celtas. Se había entrenado en su arte y cultura.
Tan pronto como abrió la cremallera de la chaqueta, hizo una pausa mientras veía que el no llevaba puesto nada debajo. Nada excepto una lujuriosa y tostada piel, que le hizo agua la boca y que su cuerpo comenzara a latir instantáneamente. Nunca en su vida había contemplado a un hombre con un cuerpo tan duro y tan adecuadamente formado. Cada músculo estaba definido, y aún relajado, su fuerza era evidente.
¡El hombre era un dios!
Deseó dibujar esas proporciones perfectas e inmortalizarlo. Un cuerpo como este definitivamente necesitaba ser preservado. Le quitó de encima la chaqueta y cuidadosamente la colocó sobre la cama.
Encendiendo la lámpara que estaba sobre la bufanda que cubría la mesa de luz, le echó una buena mirada y casi se cae por lo que vio.
Él era aun más maravilloso que la gente que la había atacado. Su cabello rubio se ondulaba alrededor de la nuca, y dos trenzas largas, delgadas caían hasta su pecho desnudo. Sus ojos estaban cerrados, pero sus pestañas oscuras eran pecadoramente largas. Su cara estaba perfectamente esculpida con altas y arqueadas cejas y tenía una apariencia muy digna aunque indomable.
Otra vez, tuvo ese sentido extraño de déjà vu mientras en su mente brillaba una imagen de él despertándose y sosteniéndose sobre ella. De él sonriéndole mientras se deslizaba lentamente dentro y fuera de su cuerpo.
Sunshine se lamió los labios ante el pensamiento mientras palpitaba con una necesidad dolorosa. Hacía mucho tiempo desde que se sintiera atraída por un desconocido. Pero algo acerca de este hombre realmente la hacía ansiar saborearlo.
«Chica, has estado demasiado tiempo sin un hombre».
Por desgracia, era verdad que había pasado demasiado tiempo.
Sunshine frunció el ceño mientras se acercaba más y le echaba una mirada más detenida al colgante que llevaba alrededor del cuello. Grueso y de oro, eran cabezas de dragones célticas enfrentadas.
Era tan extraño que ella hubiera esbozado ese mismísimo diseño años atrás en la escuela de bellas artes, e incluso había hecho un intento para hacerse un colgante así pero la pieza había terminado en un completo desastre. Se necesitaba mucho talento en el trabajo con metales para lograr hacer algo tan intrincado.
Aún más impresionante era el tatuaje tribal que le cubría el lado izquierdo de su torso, incluyendo el brazo. Era un glorioso laberinto de trabajo de arte céltico que le recordaba el “Libro de Celtas”. Y a menos que ella hubiera perdido la memoria, estaba diseñado en tributo a la diosa celta de la guerra, Morrigan.
Sin pensar pasó su mano sobre el tatuaje, trazando el intrincado diseño. Su brazo derecho tenía una banda de casi ocho centímetros de scrollwork[6] alrededor de su bíceps.
Increíble. Quienquiera que había dibujado esos tatuajes ciertamente conocía la historia celta.
Y mientras su dedo rozaba el pezón, ella se estremeció ante la apreciación del diseño.
La mujer que había en ella se mordía ante ese primer plano mientras lanzaba su mirada sobre las costillas y ese abdomen tan apretado y tan bien formado que debería ser parte de un show de físico culturismo.
Oh! Sí, éste era un hombre digno de mirar.
Si bien había mucha sangre en sus pantalones, no parecía haber alguna herida que la causara. Pensando en eso, ni siquiera había muchas magulladuras. Ni aún donde el camión de Baco se estrellara contra él.
Era muy extraño.
Con su garganta seca, Sunshine alcanzó el cierre.
Una parte de ella no podía esperar a ver que había debajo de esos pantalones negros. ¿Boxers o slips?
Si él hasta ahora había sido todo un semental, solo podía mejorarse...
«¡Sunshine!»
«Es solo la apreciación de una artista por un cuerpo», se dijo así misma.
«Sí, claro».
Ignorando ese pensamiento, le abrió la cremallera de los pantalones y descubrió que no llevaba nada debajo de ellos.
¡Comando!
Su cara llameó ante la vista de su masculinidad extremadamente dotada anidada entre esos rizos trigueños.
«Oh vamos, Sunshine, no es la primera vez que has visto a un tipo desnudo. ¡Caray! Seis años en la escuela de bellas artes, has visto hombres desnudos en abundancia. Y tuviste muchas citas con ellos, sin mencionar que Jerry el ex-ogro no era exactamente pequeño».
«Sí, pero ninguno de ellos se veía tan bien».
Mordiéndose los labios, le quitó las pesadas botas Harley negras, luego deslizó los pantalones por las piernas largas y musculosas. Siseó ante el contacto de sus manos con su piel, que tenía una capa de vello rubio.
Oh, sí, él era definitivamente ardiente y elegante.
Mientras doblaba los pantalones, hizo una pausa y pasó su mano sobre la tela. Estaban hechos del material más suave que alguna vez hubiera tocado. Casi como gamuza, sólo que diferente. Era una textura extraña. Eso no podía ser realmente cuero. Eran tan delgada y...
Sus pensamientos se detuvieron mientras lo observaba en su cama.
«Oh sí, cariño. Esta era la fantasía de todas las mujeres. Un maravilloso tipo desnudo a tu merced».
Él yacía sobre la colcha rosada con un brazo bronceado atravesando su estómago y sus piernas ligeramente separadas, como si la estuviera esperando a que se reuniera con él y deslizara sus manos arriba y abajo por ese cuerpo duro y sin grasa.
Era algo delicioso para clavarle la vista.
Inspiró entre dientes, mientras deseaba treparse a ese cuerpo tan firme, tan magnifico y extenderse sobre él como una manta. Para sentir sus manos grandes, firmes en su piel mientras ella lo tomaba en su cuerpo y le hacía el amor salvajemente por el resto de la noche.
«¡Umm-hmmm!»
Sus labios ardieron por saborear esa piel maravillosamente dorada. Y él era toda piel dorada. No había ninguna marca de bronceado en él.
«¡Mi Dios!»
Sunshine sacudió la cabeza para despejarla. Dios, estaba actuando como una loca sobre él. Y aun...
Había algo muy especial acerca de este hombre. Algo que la llamaba como la canción de una sirena.
–¿Sunshine?
Se sobresaltó ante la llamada impaciente de Wayne. Se había olvidado completamente de su presencia.
–Un momento –dijo.
Sólo quería mirarlo una vez más. Una mujer necesitaba echar el ojo de vez en cuando, y cada cuánto una mujer tenía la oportunidad de comerse con los ojos a un dios inconsciente tan bien parecido.
Resistiendo el deseo a acariciar a su huésped, lo cubrió con una manta, recogió la chaqueta de la cama, y luego salió del cuarto.
Mientras caminaba hacia el sofá, estudiaba los pantalones ensangrentados. ¿De dónde había salido tanta sangre?
Antes que pudiera investigar los pantalones, Wayne los jaló de sus manos y agarró la cartera del bolsillo de atrás.
–¿Qué estas haciendo?–le preguntó.
–Revisándolo. Quiero saber quién es este tipo.–Wayne abrió la cartera y frunció el ceño.
–¿Qué?
–Veamos, setecientos treinta y tres dólares en efectivo y ninguna identificación. Ni licencia de conductor o tarjeta de crédito o débito. –Wayne sacó una daga enorme del otro bolsillo y dio un golpecito para abrirla y extenderla en un círculo de tres aspas de aspecto letal. Wayne maldijo aún más fuerte. –Mierda, Sunshine, creo que distes con un vendedor de drogas.
–Él no es un vendedor de drogas.
–¿No me digas, y cómo lo sabes?
Porque los vendedores de drogas no rescatan a las mujeres de manos de los violadores. Pero ella no se atrevió a decirle eso a Wayne. Sólo lograría que la sermoneara y le causaría indigestión.
–Yo lo sé, ahora vuelve a guardar eso.
–¿Entonces? –Camulus le preguntó a Dionisio mientras entraba en el cuarto del hotel.
Styxx levantó la mirada de su revista ante el sonido de la voz. El dios celta, Camulus, había estado sentado en el sofá frente a él en la suite del hotel mientras esperaban las noticias.
Vestido con jean de cuero negro y un suéter gris, la anciana deidad había estado cambiando canales incesantemente desde que Dionisio saliese, haciendo que Styxx desease arrebatar el control remoto de su mano y ponerlo de un golpe en la mesa de café de hierro y vidrio.
Pero solo un tonto le arrebataría el control remoto a un dios. Styxx podría tener deseo de morir, pero no tenía deseos de ser torturado rudamente antes de morir.
Entonces Styxx rechinó los dientes e hizo lo que pudo para ignorar a Camulus y esperar el regreso de Dionisio.
Camulus llevaba el pelo negro largo en una cola de caballo. Había algo diabólico y malvado en él, pero bueno, teniendo en cuenta que era el dios de la guerra, era comprensible.
Dionisio hizo una pausa en la puerta. Se encogió de hombros con su abrigo largo de cachemira, y luego jaló sus guantes de cuero color café de las manos.
Con un metro ochenta y cinco, el dios del vino y el exceso sería una presencia intimidatoria para la mayoría de la gente. Pero bueno, Styxx era sólo cinco centímetros más bajo, y siendo el hijo de un rey y un hombre que anhelaba la muerte, lo encontraba muy poco intimidador. ¿Qué iba a hacer Dionisio? ¿Enviarlo a su aislamiento infernal?
Él había estado allí, lo había hecho, y tenía la remera de Ozzy[7] para probarlo.
Dionisio vestía una chaqueta de tweed, con el cuello vuelto de color azul marino, y pantalones sueltos plisados color café. Su corto pelo marrón oscuro estaba perfectamente cubierto de rayas rubias y tenía una inmaculada barba chivo. Lucía como un magnate millonario exitoso, de hecho, dirigía la principal corporación internacional donde los dioses obtenían sus alegrías incapacitando a sus competidores y asumiendo el control de sus negocios.
Forzado a retirarse siglos atrás en contra de su voluntad, Dionisio pasaba su tiempo entre el Olimpo y el mundo mortal, al cual odiaba casi tanto como lo odiaba Styxx.
–Responde mi pregunta Baco –dijo Camulus. –No soy uno de tus cobardes griegos al que puedas tener esperando una respuesta.
La furia flameó en los ojos de Dionisio.
–Mejor usas un tono más cortes conmigo, Cam. No soy ninguno de tus blandos celtas para temblar despavorido por tu furia. Quieres pelear, chico, adelante.
Camulus se puso de pie.
–Whoa, esperen un momento –Styxx trató de calmarlos. –Ahórrense la pelea para cuando ustedes dos se encarguen del mundo, ¿Ok?
Ambos lo miraron como si estuviera demente por interponerse entre ellos.
Sin duda, él lo estaba. Pero si se mataban entre ellos, entonces él nunca moriría.
Cam miró a Dionisio.
–Tu mascota tiene razón –dijo–. Pero cuando recupere mi dignidad Divina, nosotros vamos a hablar.
El brillo en los ojos de Dionisio decía que él lo estaría esperando.
Styxx aspiró profundamente.
–¿Entonces, la mujer está con Talon? –le preguntó a Dionisio.
Dionisio sonrió fríamente.
–Funcionó como un reloj –Miró a Camulus–.¿Estás seguro que esto lo inmovilizará?
–Nunca dije que lo inmovilizaría. Dije que lo neutralizaría.
–¿Cuál es la diferencia? –preguntó Styxx.
–La diferencia está en que él se convertirá en una distracción más grande y preocupante para Acheron. Sólo es otra forma de debilitar al Atlante al final.
A Styxx le gustó como sonaba eso.
Ahora ellos solo tendrían que asegurarse que el Dark Hunter y la mujer permanecieran juntos. Al menos hasta Mardi Gras, cuando el umbral entre este mundo y Kolasis[8] fuese lo suficientemente delgada para traspasarla y así poder soltar del cautiverio al Destructor de Atlanta.
Habían pasado seiscientos años desde la última vez que esto había ocurrido y pasarían ochocientos años más para que ocurriese otra vez.
Styxx se encogió de miedo al pensar en vivir otros ochocientos años más. Otras ocho centurias de interminable monotonía y dolor. De ver a sus guardianes ir y venir, haciéndose viejos y morir, mientras vivían sus vidas mortales rodeados de familia y amigos.
No sabían lo afortunados que eran.
Como un humano, una vez le había temido a la muerte. Pero eso había sido hacía eones. Ahora la única cosa que Styxx temía era nunca poder escapar del horror de su existencia. Que continuaría viviendo, siglo tras siglo, hasta que el universo explotara.
Él quería salir, y hasta hacia treinta años no había tenido una esperanza de eso.
Ahora sí la tenía.
Dionisio y Camulus querían reclamar su divinidad y para ello necesitaban al Destructor y la sangre de Acheron para engañarlo. Era una lástima que Styxx no tuviera sangre Atlanta si no, gustosamente se hubiera ofrecido a sí mismo como sacrificio.
Así era, solo Acheron tenía la llave para liberar al Destructor. Styxx era la única criatura viva que les podía entregar a Acheron.
Solo algunos días más y todo estaría bien. Los viejos poderes regresarían para dominar la tierra y él...
Él finalmente sería libre.
Styxx suspiró con dulce expectación. Todo lo que tenía que hacer era mantener a los Cazadores Oscuros en sus propios cuellos y distraerlos mientras evitaba que los dioses se mataran entre ellos.
Si Talon o Acheron se daban cuenta de lo que estaba sucediendo, lo detendrían. Solo ellos tenían el poder de hacerlo.
Era él contra ellos y esta vez, esta vez, él terminaría lo que había empezado hacia once mil años.
Cuando lo lograra, los Cazadores Oscuros estarían sin líder.
Él sería libre y la tierra como todos la conocían sería un lugar enteramente nuevo.
Styxx sonrió.
Solo unos días más...
[1] Beatnik: grupo de jóvenes entre los años 1950 y 1960, antecesores de los hippies.
[2] Caramba: en castellano en el original
[3] Euritmia: en arte se le dice a la buena disposición y armonía entre las diversas partes de una obra.
[4] Chakran: tipo de arma circular usada en la serie televisiva “Xena”.
[5] En español en el original.
[6] Scrollwork: es el trabajo ornamental basado en un patrón de espirales y curvas.
[7] Ozzy Osbourne: Lider de los Black Sabbath, arquetipo del heavy metal
[8] Kolasis: palabra griega derivada del verbo “kolazo” que significa “castigar”
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