viernes, 27 de enero de 2012

DWD cap 8

Zarek necesitaba salir, a pesar de la tormenta. Levantó la capucha del abrigo y comenzó a caminar por el vestíbulo.
Astrid lo encontró a medio camino de la puerta. Hizo una pausa al verla esperándolo allí. El deseo lo recorrió, poniéndolo duro y dolorido. Su cara rentara a Acheron y Artemisa, él sabía la verdad. Dos mil años más tarde, todavía era un esclavo. Uno poseído por una diosa griega que lo quería muerto.
Podía negar su destino todo lo que quisiera, pero al final, sabía cuál era su sitio en este mundo.
Las mujeres como Astrid no eran para hombres como él. Estaban destinadas a los hombres decentes y civilizados. Hombres que conocían el significado de palabras simples como "bondad", "calidez", "compasión", "amistad".
Amor.
Él comenzó a pasarla.
—Toma —dijo ella, tendiéndole una taza de té caliente.
El aroma era dulce, agradable, pero no lo calentaba ni la mitad de la vista del sonrojo leve en sus mejillas. —¿Qué es?
—Diría arsénico y vomito, pero confías en mí tan poco, de cualquier manera, que no me atrevo. Es té caliente de romero con un poco de miel. Quiero que lo bebas antes de irte. Te ayudará a mantenerte caliente en tu viaje.
De alguna forma divertido por que ella repitiera su rudeza, Zarek al principio quiso tirarlo. Pero realmente no podía hacerlo. Era un regalo muy considerado y los regalos considerados era una experiencia extremadamente rara para él.
Odiaba admitir qué tan profundamente ese simple acto lo había afectado.
Se endureció aún más con el pensamiento.
Agradeciéndoselo, lo tomó, clavando los ojos en ella todo el tiempo sobre el borde de la taza. Dioses, cómo la iba a extrañar, pero eso tenía todavía menos sentido que cualquier otra cosa.
Mientras bebía el té, sus ojos bebían la imagen de ella.
Sus jeans apretados, sus piernas torneadas, de las que un hombre no podía evitar soñar tenerlas alrededor de su cintura.
Sus hombros.
Pero era su trasero lo que quería más. Imploraba ser ahuecado por sus manos mientras él apretaba su suavidad con su ingle a fin de que pudiera sentir cuánto ardía por ella.
En contra de su voluntad, la imaginó desnuda en sus brazos. Sus labios en los de él, sus pechos en sus manos, mientras se perdía dentro de su cuerpo caliente y mojado.
Tengo que salir de aquí.
Zarek tragó lo que quedaba del té, luego le devolvió la taza vacía.
Ella se alejó un paso, agarrando firmemente la taza con sus manos, su cara aun más triste que antes.  —Desearía que te quedaras, Zarek.
Él saboreó el sonido de esas raras palabras. Aún si ella no las dijera de verdad, todavía lo hacían doler.
Seguro que sí, princesa.
—Lo deseo —la sinceridad en su cara ardió a través de él.
Pero era cólera lo que más sentía por su comentario.  —No me mientas. No puedo soportar las mentiras.
Él la empujó para pasarla, resuelto a llegar a la puerta, pero mientras la alcanzaba, su cabeza comenzó a nublarse.
Su vista se oscureció.
Zarek hizo una pausa al tratar de enfocar su mirada. Sus piernas se sentían pesadas de repente. De plomo. Era una lucha poder respirar.
¿Qué era esto?
Trató de alcanzar la puerta sólo para encontrar sus rodillas doblándose. Luego todo se volvió negro.
Astrid se encogió ante el sonido de Zarek golpeando el piso. Cómo deseó haber podido sostenerlo antes de que cayera. Pero sin su vista, no había nada que pudiera hacer.
Yendo a él, lo revisó para asegurarse que estuviera bien.
Afortunadamente, no parecía estar mucho peor, por su engaño.
—¿Sasha? — llamó, necesitando su ayuda para levantar a Zarek del piso.
—¿Que sucedió?Sasha preguntó mientras se paraba a su lado.
—Lo drogué
Sintió que Sasha cambiaba a su forma humana.
Ella sabía por experiencia, que su compañero estaría desnudo ahora, siempre lo estaba cuando cambiaba de forma.
Sólo lo había visto destellar pocas veces. Como un Katagari Lykos, su condición natural y preferida era la del lobo, pero sus habilidades mágicas inherentes le permitían tomar forma humana de vez en cuando, si lo necesitaba o quería. Sus poderes y fuerza eran más débiles en su forma humana que en su forma de lobo, por lo cual prefería su cuerpo animal.
No obstante, había ciertas cosas que prefería hacer como humano.
Cosas como formar una pareja y comer.
Como un humano, Sasha tenía largo cabello rubio, tan pálido que era prácticamente tan blanco como el pelaje de su lobo. Sus ojos de un intenso azul brillante eran penetrantes en ambas encarnaciones. Y su cara...
Cautivante y cincelada. Los planos de su cara eran perfectos y duros. Masculinos.
Era una lástima que ella nunca se hubiera sentido sexualmente atraída por él, porque tenía un cuerpo tan en forma y musculoso como Zarek.
Pero Sasha con toda su belleza y su encanto era sólo un amigo para ella. Uno que a menudo actuaba como un hermano mayor sobre protector.
—¿Qué estabas pensando? —preguntó en un grave tono de barítono que llevaba el peso hechicero de su poder. Se decía que los Katagaria podían seducir a cualquier mujer viva simplemente con pronunciar su nombre.
Sus proezas sexuales y resistencia eran temas de leyenda, incluso entre los dioses.
Y aún así todo lo que ella podía hacer era apreciar el seductor atractivo de Sasha. Ni siquiera una vez había sucumbido a eso.
—No puede dejar esta cabaña hasta que la prueba haya terminado, sabes eso.
Sasha dejó escapar un siseo irritado. —¿Que usaste para drogarlo?
—Suero de loto.
—¿Astrid, tienes idea de lo peligroso que es? Ha matado incontables mortales. Un sorbo y pueden volverse locos. O peor, volverse tan adictos a eso que se rehúsan a despertarse de sus sueños.
—Zarek no es mortal.
Sasha suspiró. —No, no lo es.
Ella se sentó sobre sus talones. —Llévalo a su cama, Sasha.
    El aire alrededor de él crepitó con ira.— ¿En donde está mi por favor?
Ella giró a la derecha y esperó estar mirándolo ferozmente. —¿Por qué estás siendo tan imposible últimamente?
—¿Por qué estás siendo tan mandona? Pienso que este hombre te esta afectando y no me agrada —hizo una pausa antes de hablar otra vez.  —Nunca olvides, Astrid, que estoy aquí por mi propia elección. La única cosa que me mantiene a tu lado es que no quiero verte lastimada.
Ella extendió la mano y colocó su mano en su brazo. —Lo sé, Sasha. Gracias.
Él cubrió su mano con la de él y dio un apretón ligero.  —No lo dejes dentro de ti, ninfa. Hay tanto en él que es tan oscuro que podría exterminar completamente toda la bondad que tienes.
Ella pensó en eso por un minuto. No se había considerado buena desde hacía mucho tiempo. El entumecimiento la había regido por demasiados siglos. —Hay personas que dirían lo mismo de ti.
—No me conocen.
—Y no conocemos a Zarek.
—Conozco los de su tipo mejor que tu, ninfa. He pasado mi vida peleando con hombres como él. Los mismos que ven al mundo como un enemigo y que odian a todo el mundo alrededor de ellos.
Sasha la soltó y resopló mientras levantaba a Zarek del piso.  —Protege a tu corazón, Astrid. No quiero verte herida otra vez.
Astrid estaba sentada sobre el piso mientras él llevaba a Zarek a su cama, y pensó en la advertencia de Sasha. Tenía razón. Había sido tan seducida por Miles que, aún ciega, había fallado en ver lo que realmente él era.
Pero bueno, Miles había sido un hombre arrogante. Vanidoso.
Zarek no era ninguna de las dos cosas.
Miles había fingido preocuparse por otros mientras sólo se preocupaba por nadie más que sí mismo.
Zarek no se preocupaba por nadie, mucho menos de él.
Pero había una sola manera de saberlo con seguridad.
Levantándose, llenó un vaso de jugo para Sasha.
—¿Qué vas a hacer con él ahora? —Sasha preguntó minutos más tarde cuando se reunió con ella.
—Lo dejaré dormir un poco —ella dijo evasivamente.
Si Sasha sabía lo que tenía en mente, entonces tendría un ataque y ella no estaba de humor para tratar con un irritado hombre lobo.
Le tendió el vaso, el cuál él tomó sin comentario. Lo escuchó abrir la heladera y luego se movió para esperar al lado de la encimera mientras buscaba algo de comida.
Mientras Sasha había estado atendiendo a Zarek, ella había colocado un poco de suero de Loto dentro de la bebida de Sasha.
Tomó un poco más de tiempo que el suero operara en él. Por su metabolismo, los Were—Hunters eran más difíciles de drogar que los humanos.
—Astrid, ¿dime que no lo hiciste? —dijo Sasha poco tiempo después que la droga comenzara a hacer efecto. Ella oyó el débil restallido eléctrico que presagiaba un cambio en su forma.
Astrid anduvo a tientas hacia él. Era un lobo otra vez y dormía como un tronco.
Sola ahora, atravesó su casa asegurándose que las luces y la estufa estuvieran apagadas y que la calefacción estuviera a un nivel confortable.
Fue a su habitación y sacó el suero Idios. Sosteniéndolo en la mano, fue al cuarto de Zarek.
Tomó un sorbo, luego se acurrucó para dormir a su lado, y así aprender más acerca de este hombre y sobre qué secretos escondía su corazón...
 Zarek estaba en Nueva Orleáns. La música distante se filtraba a través del aire fresco de la noche mientras él se detenía cerca del Viejo Convento de las Ursulinas, en el French Quarter.
Un grupo de turistas estaban reunidos alrededor de un guía de excursión que estaba vestido como Lestat de Anne Rice, mientras un segundo "vampiro", vestido en una larga capa negra y colmillos falsos daba un paso hacia atrás, vigilándolo.
Los turistas oían atentamente como el guía relataba un asesinato famoso en la ciudad. Dos cuerpos habían sido encontrados en los escalones del convento, completamente drenados de sangre. Las antiguas leyendas decían que el convento, se creía, alojaba a los vampiros que salían en la noche para cazar en la ciudad.
Zarek bufó ante el absurdo.
El guía, quién alegaba ser un vampiro de trescientos años de edad llamado Andre, miro hacia él.
—Miren –dijo Andre dijo a su grupo y apuntó hacia Zarek. —Hay un auténtico vampiro, allí mismo.
El grupo se dio vuelta como si fuera uno para mirar a Zarek que los miraba con maldad.
Antes de pensarlo mejor, Zarek dejó al descubierto sus colmillos y siseó.
Los turistas gritaron y corrieron.
También los guías del tour.
Si Zarek riera, entonces se hubiese reído de la visión de ellos desplazándose por la calle tan pronto como podían correr. Pero como era, sólo podía apreciar el caos total que había causado con una contorsión cínica de sus labios.
—No puedo creer que hayas hecho eso.
Miró sobre su hombro para ver a Acheron parado en las sombras como un espectro oscuro, vestido todo de negro y luciendo su pelo largo de color púrpura.
Zarek se encogió de hombros. —Cuando dejen de correr y reflexionen sobre eso, pensarán que era parte del show.
—El guía del tour, no.
—Pensará que era una travesura. Los humanos siempre se dan razones convincentes.
Acheron suspiró pesadamente. —Juro, Z que esperaba que utilizaras este tiempo aquí para demostrar a Artemisa que puedes entremezclarte con personas otra vez.
Él miró a Acheron jocosamente. —Seguro que sí. ¿Por qué no me cubres en mierda y me dices que es barro mientras lo haces?
Él comenzó a caminar, alejándose.
—No te alejes de mí, Z.
Él no se detuvo.
Acheron usó sus poderes para inmovilizarlo contra la pared de piedra. Zarek tenía que dar crédito al Dark Hunter. Al menos Acheron tenía mejor criterio que tocarlo. Ni una vez en dos mil años Acheron le había colocado una mano encima. Era como si el Atlante entendiera cuánta angustia mental ese contacto le causaba.
En una forma extraña, sentía como si Acheron lo respetara.
Acheron encontró su mirada y la sostuvo.  —El pasado está muerto, Z. El mañana se convertirá en cualquier decisión que tomes aquí, esta semana. Me ha llevado quinientos años de negociaciones con Artemisa darte esta oportunidad para probarle que puedes comportarte. Por el bien de tu cordura y tu vida, no falles.
Acheron lo soltó y se dirigió tras los turistas.
Zarek no se movió hasta que estuvo solo otra vez. Dejó que las palabras de Acheron lo inundaran mientras se quedaba parado silenciosamente contemplando las cosas.
No quería dejar esta ciudad. Desde el momento en que había visto el gentío reunido en Jackson Square, había estado encantado con Nueva Orleáns.
Sobre todo, él había estado alegre.
No, él no arruinaría esto. Cumpliría con el deber y protegería a los humanos que vivían aquí.
No importa lo que fuera, haría lo que se necesitara para que Artemisa lo dejara quedarse.
Nunca mataría a otro humano...
Zarek había comenzado a caminar por la calle cuando un grupo de cuatro hombres atraparon su vista. Por su altura extrema, el cabello rubio, y la buena apariencia, era seguro que eran Daimons.
Murmuraban entre ellos, pero aún así los podía oír claramente.
—Bossman dijo que ella vive arriba del Club Runningwolf en un loft.
Uno de los Daimons se rió.  —Un Cazador Oscuro con una novia. No pensé que tal cosa existiera.
—Oh, sí. La escena será un infierno. Imagina cómo se sentirá cuándo encuentre su cuerpo desnudo, sin sangre, yaciendo en la cama esperándolo a él.
Zarek comenzó a atacarlos en ese mismísimo momento, pero se detuvo mientras un grupo de humanos tropezaban saliendo del bar, a la calle. Atentos a su blanco, los Daimons ni siquiera los miraron.
Los turistas se quedaron en la calle, riéndose y bromeando, sin sospechar que de no ser por un compromiso previo, los Daimons se estarían dirigiendo directamente a ellos.
La vida era una cosa muy frágil.
Apretando los dientes, Zarek supo que tendría que esperar hasta que pudiera esquinar a los Daimons en un callejón donde no serían vistos.
Se hizo para atrás en las sombras donde todavía los podía observar y oír, y seguir hacia el loft de Sunshine.
La cabeza de Astrid dolía mientras seguía a Zarek a través de sus sueños y dejaba que su cólera y dolor se filtraran en ella. Estaba con él en el callejón donde había peleado con los Daimons y luego había sido atacado por los policías.
Y ella estuvo con él en el tejado cuando llamó a Talon para advertirle que cuidara a Sunshine. Sintió la furia de Zarek. Su deseo por ayudar a la gente que sólo podía despreciarlo y recriminarlo.
Juzgándolo erróneamente.
No sabía cómo llegar a ellos.
Así es que los atacaba en lugar de eso. Los atacaba con palabras antes que lo atacaran a él.
Al final, fue demasiado para que ella lo manejara. Tuvo que separarse de él o podría volverse demente por la cruda intensidad de sus emociones.
Era un esfuerzo separarse de él. El suero los ataba muy fuerte queriéndolos mantener unidos, pero como una ninfa, ella era más fuerte.
Convocando a todos sus poderes, rasgó el hilo con él hasta que no fue parte de Zarek y sus recuerdos.
Ahora sólo era una observadora del sueño, así es que podía observar, pero no sentir sus emociones.
Pero podía sentir las de ella y ella sufría por este hombre en un modo que nunca había pensado posible. La crudeza de sus emociones recobradas, la abrumaron. Su pasado y sus cicatrices la atravesaron, haciendo explotar el capullo insensible que la había encajonado por tanto tiempo.
Por primera vez en siglos, sintió la agonía de otra persona. Más que eso, quería serenarlo. Sostener a este hombre que no podía escaparse de lo que era.
Mientras observaba, el sueño de Zarek se oscureció. Lo vio luchar a través de una ventisca feroz. Estaba vestido sólo con un par de pantalones de cuero negros, sin camisa ni zapatos. Sus brazos envueltos a su alrededor, se estremecía del frío y caminaba con pesadez, maldiciendo al aullador viento mientras tropezaba y caía en la profunda nieve helada.
Cada vez que caía, se obligaba a levantarse y continuaba. Su fuerza la asombró.
Los vientos azotaban sus hombros anchos, morenos, alejando su pelo negro de sus bien afeitadas mejillas. Entrecerraba los ojos al tratar de ver a través de la tormenta.
Pero no había nada alrededor. Nada más que el paisaje blanco e inhóspito.
Entumecido por el frío que lo asediaba, Astrid lo siguió.
—No moriré –gruñó Zarek, ganando velocidad mientras caminaba. Contempló el oscuro cielo sin estrellas. —¿Me escuchas, Artemisa? ¿Acheron? No les daré a ninguno de los dos la satisfacción.
Comenzó a correr, andando con paso pesado a través de la nieve que trituraba, como un niño corriendo tras un juguete. Sus pies estaban rojos del frío, su piel desnuda moteada.
Astrid luchó por continuar.
Hasta que él cayó.
Zarek yació muy quieto en la nieve, boca abajo con un brazo por encima de su cabeza y otro adelante de él, jadeando por su carrera. Ella clavó los ojos en el tatuaje en la base de su columna vertebral, que se movía con sus respiraciones.
Dándose vuelta sobre su espalda, contempló el cielo negro mientras los copos de nieve caían sobre su cuerpo y los pantalones de cuero. Su pelo negro mojado estaba pegado a su cabeza. Él continuó respirando pesadamente mientras sus dientes castañeaban del frío.
Aún así no se movió.
—Solo quiero estar caliente —murmuró. —Una sola vez déjame sentir calor. ¿Hay alguna estrella capaz de compartir su fuego conmigo?
Ella frunció el ceño ante la extraña pregunta, pero claro, en los sueños, las frases y acontecimientos extraños eran bastante comunes.
Zarek se dio vuelta otra vez y se levantó, luego continuó a través de la ventisca.
La condujo hacia una cabaña pequeña, aislada en la mitad del bosque. Sólo tenía una ventana, pero la luz del interior era un faro brillante en la desolación fría de la tormenta ártica.
Se veía tan acogedora.
Astrid oyó risa y conversaciones viniendo del interior.
Zarek tropezó hacia la única ventana. Respirando pesadamente, extendió su mano contra el vidrio escarchado, mientras miraba adentro como un niño pequeño y hambriento parado fuera de un restaurante de lujo donde sabía que nunca sería bienvenido.
Ella se ubicó detrás de él a fin de poder ver adentro, también.
La cabaña estaba llena de Cazadores Oscuros. Celebraban algo mientras un fuego resplandeciente atronaba en la chimenea. Había abundante comida y bebida mientras reían, bebían, y hablaban entre ellos como hermanos y hermanas. Una familia.
Astrid no reconoció a ninguno de ellos, excepto a Acheron. Pero era obvio que Zarek los conocía a todos.
Apretando el puño, se apartó de la ventana y se encaminó a la puerta principal de la cabaña.
Zarek golpeó ferozmente. —Déjenme entrar —demandó.
Un hombre rubio alto abrió la puerta. Vestía una chaqueta negra de motociclista de cuero, con símbolos célticos rojos en ella y un par de pantalones de cuero negros. Sus ojos café oscuros eran desdeñosos y sostenían una mirada sumamente desagradable en su cara hermosa. —Nadie te quiere aquí, Zarek.
    El rubio trató de cerrar la puerta.
Zarek afirmó una mano contra el marco de la puerta y la otra contra la puerta a fin de poder evitar que el hombre lo dejara fuera. —Maldición Celta. Déjame entrar.
El celta dio un paso atrás mientras Acheron se ofrecía a bloquear a Zarek.
¿Qué quieres, Z?
La cara de Zarek estaba angustiada mientras encontraba la mirada de Acheron.  —Quiero entrar —él vaciló y cuando dijo las siguientes palabras, sus ojos estaban brillantes de humillación y necesidad. —Por favor, Acheron. Por favor déjame entrar.
No había emociones en la cara de Acheron. Ninguna.
—No eres bienvenido aquí, Z. Nunca serás bienvenido entre nosotros.
Cerró la puerta.
Zarek golpeó contra la madera y maldijo. —¡Maldito seas, Acheron! ¡Malditos todos ustedes! —luego pateó la puerta y probó la manija otra vez. —¡Por qué no me mataste, bastardo! ¿Por qué?
Esta vez cuando Zarek habló, la cólera se había ido de su voz. Era vacía y necesitada, dolorosa, y la afectó aún más que cuando había pedido morir.  
—Déjame entrar, Ash, juro que me comportaré, lo juro. Por favor no me dejes aquí solo. No quiero tener frío nunca más. ¡Por favor!
Lagrimas caían por la cara de Astrid mientras miraba a Zarek golpeando contra la puerta, demandando que le abrieran.
Nadie vino.
La risa continuó adentro como si él no existiera.
En ese momento, Astrid entendió completamente la desconsolada soledad que sentía. La soledad y el abandono.
—¡Váyanse a la mierda! –rugió Zarek. —No necesito a ninguno de ustedes. No necesito nada.
Finalmente, Zarek lanzó su espalda contra la puerta y luego se deslizó para arrodillarse en medio del frío y de los remolinos del viento. Su pelo y pestañas estaban blancos y congelados de la nieve, su piel expuesta estaba roja.
Cerró los ojos como si el sonido de su alegría fuera más que lo que podía soportar.  —No necesito nada o a nadie, — murmuró.
Y luego todo en el sueño cambió. La cabaña cambió de forma hasta que se convirtió en su casa temporal en Alaska.
No había más Cazadores Oscuros en su sueño. Ninguna tormenta. Era una noche perfecta, tranquila.
—Astrid —susurró su nombre como un suave ruego. —Desearía poder estar contigo.
Ella no pudo moverse mientras le oía decir esas delicadas palabras.
Nunca había dicho su nombre antes y el sonido de él en sus labios era como una canción melódica.
Contempló el cielo oscuro donde un millón de estrellas brillaban intermitentemente a través de las nubes. —Yo me pregunto —dijo quedamente, citando otra vez El Principito,si las estrellas están encendidas para que cada cual pueda un día encontrar la suya.
Zarek tragó y enrolló sus musculosos brazos alrededor de las piernas mientras continuaba observando el cielo. —He encontrado mi Estrella. Ella es belleza y gracia. Elegancia y bondad. Mi risa en invierno. Valiente y fuerte. Atrevida y tentadora. A diferencia de cualquier otro en el universo…, y no la puedo tocar. No me atrevo ni siquiera a intentarlo.
Astrid no podía respirar mientras él hablaba tan poéticamente. Ella nunca realmente había pensado el hecho de que su nombre quería decir "estrella" en griego.
Pero Zarek sí.
Seguramente ningún asesino podía tener tal belleza dentro de él.
—Astrid o Afrodita —dijo él suavemente, —ella es mi Circe[1]. Sólo que en lugar de convertir a un hombre en animal ella ha humanizado al animal.
Luego la cólera cayó sobre él y dio una patada a la nieve frente a él. Se rió amargamente. —Soy un estúpido idiota, queriendo una estrella que no puedo tener.
Él miró hacia arriba tristemente. —Pero claro, todas las estrellas están más allá del alcance humano y yo no soy ni siquiera humano.
Zarek enterró la cabeza en sus brazos y lloró.
Astrid no lo podía soportar más. Se salió de este sueño, pero sin ayuda de M'Adoc, no podía despertarse de un sueño.
Todo lo que podía hacer era observar a Zarek. Ver su angustia y su pena que la atravesaban como la glicerina al cristal.
Era tan fuerte en la vida. Una fragua de hierro que podía resistir cualquier golpe. Uno que la emprendía a golpes contra otras personas para mantenerlos a distancia de él.
Solo en sus sueños vio qué había dentro de él. La vulnerabilidad.
Sólo aquí verdaderamente entendió al hombre que no se atrevía a mostrarse a nadie.
El corazón tierno que estaba herido por el desprecio.
Astrid quería aliviar su sufrimiento. Quería tomarle la mano y mostrarle un mundo del que no estaba excluido. Mostrarle lo que era alcanzar a alguien y no ser golpeado a cambio.
Ni siquiera uno en todos los siglos que ella había juzgado, había hecho sentir a Astrid de esta manera. Zarek tocaba una parte de ella que ni siquiera  sabía que existía.
Sobre todo, tocaba su corazón. Un corazón que había temido que ya no funcionara.
Pero latía por él.
Ella no podía quedarse parada aquí, mirándolo mientras sufría en soledad.
Antes de pensarlo mejor, se envió a sí misma adentro de su vacía cabaña y abrió la puerta
El corazón de Zarek dejó de latir mientras levantaba la cabeza y veía la cara del cielo. No, ella no era el cielo.
Ella era mejor. Mucho mejor.
Nunca en este sueño nadie había abierto la puerta una vez que él se había quedado fuera.
Pero Astrid la abrió.
Ella se paró en la entrada, su cara tierna. Sus ojos azul claro ya no estaban ciegos. Eran cálidos y acogedores.  —Ven adentro, Zarek. Déjame calentarte.
Antes de poder detenerse a sí mismo, se levantó y tomó su mano extendida. Era algo que él nunca habría hecho en la vida real. Sólo en un sueño se atrevería a tocarla.
Su piel era tan calida que lo quemó.
Ella lo empujó a sus brazos y lo mantuvo cerca. Zarek se estremeció ante la novedad de un abrazo, a la sensación de sus pechos contra su pecho. Su respiración en su piel congelada.
Entonces así es como se sentía un abrazo. Caliente. Reconfortante. Asombroso. Milagroso.
Su contacto humano había sido tan limitado en su vida que todo lo que podía hacer era cerrar los ojos y sentir la calidez de su cuerpo rodeándolo.
La suavidad de ella.
Inspiró su perfume calido, dulce y disfrutó las nuevas emociones que se derramaban a través de él.
¿Era esto aceptación?
¿Era esto el nirvana[2]?
Él no sabía con seguridad. Pero por una vez, no quería despertarse de este sueño.
Repentinamente una manta caliente estaba envuelta alrededor de sus hombros. Sus brazos todavía lo mantenían apretado.
Zarek ahuecó su cara en la mano y presionó su mejilla contra la de ella. Oh, la sensación de su carne tocando la de él...
Ella era tan suave.
Nunca había imaginado a alguien siendo así de suave. Tan tierna y atractiva.
El calor de su mejilla contra la de él quitó el picor quemante del frío. Avanzó a rastras a través de su cuerpo hasta que se desheló completamente. Incluso su corazón, que había estado cubierto de hielo por siglos.
Astrid tembló al sentir la mejilla barbuda de Zarek contra la de ella. Su respiración cayendo amablemente contra su piel.
Su ternura inesperada la atravesó.
Ella había visto suficiente de su vida para saber que la gentileza no era algo con lo que él tenía experiencia y aún así la sostenía tan cuidadosamente.
—Eres tan calida —susurró él en su oído. Su respiración caliente le hizo cosquillas en la nuca, y envió escalofríos por todo ella.
Se hizo para atrás y le clavó los ojos como si ella fuera inexplicablemente preciosa para él. Le pasó sus nudillos sobre la mandíbula. Sus ojos eran tan oscuros y atormentados mientras la miraba, como si fuera incapaz de creer que ella estuviera con él.
Con mirada insegura tocó sus labios con la punta de su índice.  —Nunca he besado a nadie.
Su confesión la dejó estupefacta. ¿Cómo un hombre tan atractivo nuca había besado a nadie?
El fuego chispeó en sus ojos.  —Quiero saborearte, Astrid. Quiero sentirte, ardiente y mojada debajo de mí. Mirarme en tus ojos mientras te follo.
Ella tembló ante su crudeza. Era lo que esperaba del Zarek consciente, pero se rehusaba a aceptarlo de éste.
Ella lo conocía mejor que eso.
Lo que sugería él estaba prohibido. Ella no tenía permitido cruzar la línea física con los acusados.
El único que alguna vez la había tentado a romper esa regla había sido Miles. Pero se había responsabilizado ante esa tentación y sabiamente se había mantenido a distancia.
Con Zarek no era tan fácil. Algo sobre este hombre la tocaba de un modo como nunca antes.
Levantando la mirada a sus atormentados ojos negros, vio su corazón herido...
Él nunca había conocido la bondad.
Nunca había conocido el calor de una caricia.
No lo podía explicar, pero ella quería ser su primera y quería que él fuera su primero. Quería abrazarlo y mostrarle lo que era ser bienvenido por alguien.
Si haces esto puedes perder tu trabajo como juez.
Era todo lo que ella alguna vez había querido ser.
Si no hacía esto, entonces Zarek podría perder la vida. Si extendía la mano hacia él ahora, entonces tal vez le podría enseñar que estaba bien el confiar en alguien.
Tal vez podría tocar el poeta dentro de él y mostrarle un mundo donde estaría en libertad para mostrar a otras personas su lado más gentil. Mostrarle que estaba bien hacerse de amigos.
Finalmente entendió qué había querido decir Acheron.
¿Pero cómo podía salvar a Zarek? Se había vuelto contra la gente que le habían enviado a proteger y los había matado.
Necesitaba probar que nunca haría eso otra vez.
¿Podría probarlo?
Tenía que hacerlo. No había alternativa. Lo último que quería era verlo sufrir más.
Defendería a este hombre costase lo que costase.
—No follaré contigo, Zarek –murmuró ella.  —Nunca. Pero haré el amor contigo.
Él se veía perplejo e inseguro.  —Nunca le he hecho el amor a alguien.
Ella levantó su mano fría a sus labios y besó sus dedos. —Si quieres aprender, ven conmigo.
Zarek no podía respirar mientras se alejaba de él. Su cabeza daba vueltas con sentimientos extraños, ajenos y emociones. Tenía miedo de lo que ella le ofrecía.
¿Si ella lo tocaba, lo cambiaría?
Él no esperaba bondad de ella o de cualquiera. Como esclavo lastimoso y horripilante, había muerto virgen y como Cazador Oscuro sólo había jodido con mujeres pocas veces. Ni una vez en dos mil años había mirado los ojos de una amante mientras la tomaba. Nunca había  permitido que lo sostuvieran o lo tocaran.
Debería seguir a Astrid, todo eso cambiaría.
En su sueño, ella veía y podía verlo...
Él sería doblegado. Por primera vez en su vida, tendría un laso con alguien. Físico. Emocional.
Si bien esto era un sueño, lo cambiaría hacia ella para siempre porque esto era lo que quería en lo más profundo dentro de él, enterrado en un lugar donde no se atrevía a mirar. Sepultado en un corazón que había sido aplastado con crueldad.
—¿Zarek?
Elevó la mirada para verla parada en la puerta de su dormitorio. Su rubio cabello largo desplegado alrededor de sus hombros y ella solo vestía una delgada camisa con botones. Sus piernas largas estaban desnudas, tentándolo.
La luz atrás de ella traslucía la tela delgada, perfilando cada preciosa curva de su cuerpo...
Zarek tragó. Si hacía esto, entonces Astrid sola sería única para él en todo el mundo. Ella sería suya.
Él sería de ella.
Él sería doblegado.
Es sólo un sueño...
Pero ni aun en sus sueños nadie alguna vez lo había doblegado.
Hasta ahora.
Su corazón martillaba, fue hacia ella y la levantó entre sus brazos. No, él no sería doblegado. No por esto y no por ella. Pero ella sería suya en este sueño.
Toda suya.
Astrid tembló ante la apariencia feroz, determinada en la cara de Zarek mientras la llevaba a la cama. El hambre llameaba en sus ojos de obsidiana. Tenía la extraña sensación que Zarek estaría bien después de todo.
Un hombre tan salvaje que nunca había hecho el amor con una mujer.
La parte más cuerda suya le decía que se apartara de él. Que detuviera esto antes de que fuera demasiado tarde.
Pero otra parte suya se rehusaba. Esto le diría a ella del verdadero temple del hombre.
La acostó en la cama y rozó sus labios con las puntas de los dedos como si los estuviera memorizando. Saboreándolos. Luego suavemente separó los labios y los cubrió con los suyos.
Astrid estaba completamente desprevenida para la pasión de su beso. La ferocidad de este. Eran ambos, rudo y tierno. Demandante. Caliente. Dulce. Él gruñó ferozmente mientras su lengua rozaba contra la suya, saboreándola antes de explorar cada centímetro de su boca.
Para un hombre que nunca antes había besado, él era increíble. Tembló mientras él saboreaba su paladar, mientras su lengua lanzaba a través de ella dardos de placer.
Ella enterró sus manos en su pelo suave y gimió mientras la lamía y mordisqueaba hasta que estuvo casi inconsciente de éxtasis. Nunca había conocido algo como esto.
Alguien como Zarek.
Había pasado mucho tiempo desde que ella había besado a un hombre, y nunca ningún hombre había sabido mejor que él. Ella se asustó ahora. No sólo de él, sino de sí misma.
Ningún hombre nunca la tocó. Nunca había violado su juramento para no tocar su cargo.
El toque de Zarek le podía costar todo y aun así no podía encontrar dentro de sí misma la fuerza para apartarlo.
Por una vez en su vida, quería algo para sí misma. Quería tocar lo inalcanzable. Darle a Zarek algo especial. Un raro momento de calma con alguien que quería estar con él.
Nadie más apreciaría esto tanto como él lo haría.
Sólo él entendería...
Zarek se hizo para atrás para desabotonarle la camisa. Pero lo que quería hacer era desgarrarla. Quería perderse dentro de ella, aplastarla contra él mientras la poseía con toda la pasión furiosa que sentía.
Pero aun en su sueño, no la trataría de ese modo.
Por alguna extraña razón quería ser tierno con ella. Quería tener sexo con ella como un hombre, no como un animal salvaje.
No quería penetrarla furiosamente, buscando un momento pasajero de placer. Quería que esta noche durara. Quería pasar toda la noche sosteniéndola.
Por una vez en su vida, quería que alguien lo tratara como si él le importase. Como si ella lo cuidase.
Ni siquiera una vez había permitido a sus fantasías o sueños llevarlo hasta aquí.
Esta noche lo hizo.
Ella ahuecó su cara entre sus manos e inclinó su cabeza hasta que pudo ver en sus ojos pálidos, que lo miraban como si él fuera humano. Ojos que veían algo bueno en él.
—Eres tan guapo, Zarek.
Sus palabras calmas, dulces lo desgarraron. No había nada atractivo en él. Nunca lo había habido.
Él no era nada.
Pero mientras miraba su preciosa cara, allí por un instante sintió como si él fuera algo más.
Seguramente una mujer como esta no lo tocaría si él fuera verdaderamente nada.
Ni aun en sus sueños...
Abrió la camisa a fin de poder mirar su cuerpo. Sus pechos eran de tamaño mediano, los pezones rosados y duros y dilatados, simplemente rogándole que los saboreara. Su estómago estaba redondeado muy ligeramente, su piel pálida y tentadora. Pero lo que atrapó su respiración fue la vista de sus piernas ligeramente separadas. La vista de los rizos trigueños, húmedos entre sus piernas que tenían la promesa del paraíso verdadero. O al menos tan cerca a eso como un hombre como él alguna vez podía esperar llegar.
Astrid contuvo su aliento mientras observaba a Zarek contemplando su cuerpo. Su mirada salvaje era tan ardiente que la sentía como un toque real.
Él se movió de la cama para quitarse los pantalones.
Tragó mientras lo veía erecto y duro por ella. Su piel tostada espolvoreada con vello negro y era la vista más increíblemente masculina que ella alguna vez había contemplado. Él era hermoso. Su guerrero oscuro. A diferencia de él, sabía que esta noche era real. Sabía que no debería estar haciendo esto cuando ambos lo recordarían al despertar.
Su trabajo era permanecer imparcial. Pero no era imparcial con este hombre, o con su dolor.
Ella quería reconfortarlo de cualquier forma que pudiera.
Nadie merecía la vida que él había tenido que resistir. Las degradaciones y las hostilidades.
Colocó su cuerpo a través del de ella y la recogió entre sus brazos. Su peso era delicioso. Ella cerró los ojos y solo dejó que el poder y la fuerza la inundaran mientras sentía su cuerpo duro, masculino con cada centímetro del suyo.
Zarek luchó por respirar. La sensación de su cuerpo caliente contra el de él era la sensación más increíble que alguna vez había conocido.
Las manos de ella vagaron por su espalda desnuda mientras él miraba esos ojos que lo calentaban.
No había desprecio. Ninguna cólera.
Eran ojos bellos.
La besó suavemente, tomando su labio superior y chupándolo tiernamente mientras saboreaba la miel de su boca.
Durante su vida humana, las mujeres se habían encogido de miedo cuando se les había acercado. Habían gritado y hasta le habían lanzado cosas.
Él había yacido despierto muchas noches tratando de imaginar como sería tocar a una. Tratando de imaginar la sensación de sus brazos alrededor de él.
La realidad de eso era mucho mayor que cualquier cosa que su mente alguna vez hubiera invocado.
Antes de que este sueño acabara, tenía la intención de reclamarla una y otra vez hasta que ambos suplicaran por misericordia.
Astrid gimió mientras Zarek rompía su beso y seguía con sus labios y su lengua el camino desde su garganta hasta su pecho. Ella sentía su dura erección y suave escroto contra su muslo, ardiente e íntimo, y la hizo temblar.
Él ahuecó su pecho suavemente en su mano mientras envolvía su lengua alrededor de su pezón endurecido, chupando y pellizcando delicadamente.
Ella acunó su cabeza en sus manos y lo observó mientras gemía con dicha. La miraba como si su cuerpo fuera ambrosia para él. Se tomó tiempo para saborearla. Cada centímetro de su piel fue lamido y tentada. Saboreada y saciada. Era como si no pudiera obtener lo suficiente de ella.
A ningún hombre le había permitido hacerle esto y ahora estaba aterrorizada de lo que vendría. Si bien sabía lo que era el sexo, la sensación de este era ajena a ella.
Pero claro, también así eran los sentimientos que removía Zarek.
Se suponía que todas las ninfas de la justicia eran virginales y castas.
Ningún hombre alguna vez podía ponerle la mano encima.
A Astrid ya no le importaba. Seguramente su madre entendería su pasión. Después de todo, Themis había tenido muchos niños. El padre de Astrid había sido un hombre mortal de quien su madre se rehusaba a hablar, y nadie alguna vez supo el nombre o rango del padre de los Destinos.
Seguramente su madre le perdonaría esta única trasgresión.
¿Era una noche demasiado pedir?
Y aún mientras pensaba eso, se preguntaba si una noche con él sería suficiente.
La cabeza de Zarek se sumergió en su dulce esencia y sintió a Astrid en sus brazos. Gruñó mientras lamía y mordía cada centímetro de carne deliciosa y escuchaba sus murmullos de placer. Ella era el sustento que necesitaba para vivir.
Tenía que tener más de ella.
Astrid gritó mientras Zarek separaba sus muslos y la tomaba en su boca.
Ella no podía hablar o respirar mientras el placer supremo atormentaba todo su cuerpo. Cada lamida, cada tierna chupada, enviaba una oleada de agudo éxtasis a través de ella.
Tal cosa era inimaginable para ella.
Debería estar avergonzada de lo que estaban haciendo.
Pero no lo estaba. De hecho, quería más de esto.
Más de él.
Su corazón latía a gran velocidad, bajó la mirada para verlo allí entre sus muslos. Él mantenía los ojos cerrados y su cara mostraba que él obtenía tanto placer en saborearla como ella en ser saboreada.
Abrió más las piernas, otorgándole más acceso mientras enterraba la mano en su pelo sedoso. Zarek se rió misteriosamente contra ella, enviando otro estremecimiento de placer a través de ella, luego él frotó su barba incipiente contra su vagina.
Ella gimió profundamente en su garganta.
Él deslizó sus dedos dentro de ella, rodeando el lugar donde ella palpitaba con dolorosa necesidad de él.
Se tomó su tiempo con ella, y en todo momento su cuerpo ardió con pequeños temblores de placer.
¿Quién hubiera pensado que alguien podía sentirse así?
El éxtasis aumentaba y aumentaba hasta que ella no lo pudo aguantar más. Su nombre se derramó de sus labios mientras ella se corría por primera vez.
Todavía él no se aplacaba. Sólo gruñó ante el sonido de su placer y continuó atormentándola hasta que le rogó que se detuviera.
—Por Favor, Zarek. Por favor ten piedad de mí.
Se hizo para atrás para mirarla. Sus ojos abrasaron los de ella en tanto elevaba una esquina de su boca. —¿Piedad, princesa? Apenas he comenzado.
Reptó sobre su cuerpo como una bestia gigante y feroz, lamiendo y mordiendo a su camino mientras su cuerpo se sonrojaba con el de ella.
Ahuecó su cara entre sus manos y luego la besó profundamente. Apasionadamente.
Astrid gimió mientras él colocaba la rodilla entre sus muslos. Los crespos vellos acariciaban su piel, haciéndola temblar con expectación.
La cabeza de Zarek zumbaba con el perfume y el sabor de Astrid. La suavidad de sus extremidades sedosas acariciaba las de él. Nada alguna vez podría sentirse mejor que sus manos deslizándose por su espalda hasta ahuecarlas en su trasero y presionándolo más cerca de ella.
Nada sonaba mejor que su nombre en sus labios mientras se corría por él otra vez.
Por primera vez en dos mil años, se sintió humano.
Sobre todo, se sintió deseado.
Se echó para atrás ligeramente a fin de poder mirarla mientras le separaba más las piernas.
Esto era lo que él quería. A ella, salvaje y mojada debajo de él. Sentir su cremosidad cubriéndolo hasta quedar ciego de éxtasis.
Quería verle la cara mientras la penetraba. Quería ver si se lamentaba en permitirle hacer eso.
Preparándose para lo peor, sostuvo su mirada y se deslizó profundamente en el calor aterciopelado de su cuerpo.
Su cabeza se tambaleó ante el placer que le produjo. Por el placer de ella.
Ella siseó, arqueando la espalda mientras se agarraba firmemente a sus hombros.
Pero no había desprecio, ni arrepentimiento.
Sus ojos estaban encendidos con pasión y con otras emociones tiernas que aún no podía comenzar a comprender.
Sonrió a pesar de sí mismo, deleitándose en el milagro de esta mujer y lo que le había dado a él.
Astrid no podía respirar mientras lo sentía duro y palpitante dentro de ella. Había tratado de imaginar como sería tener a un hombre en su interior incontables veces, pero nada la había preparado para esta realidad. Para la sensación de la dureza de Zarek.
La cabalgó despacio y suavemente como si quisiera que este momento durara, como si estar dentro de ella fuese suficiente para él. Ella envolvió sus piernas alrededor de sus caderas y levantó la mirada para contemplarlo mientras él bajaba la suya hacia ella.
Era tan increíble, sentirlo dentro y encima de ella. Adoraba el placer de su peso. La expresión de su cara al mirarla.
—Hola –dijo ella, sintiéndose repentinamente abochornada de verlo allí mientras estaban tan íntimamente unidos.
Su cara era una mezcla de desconcierto y diversión. —Hola, Princesa.
Ella se estiró y tomó sus mejillas entre sus manos mientras la penetraba dura y profundamente, una y otra vez. Oh, sentirlo a él allí. Él estaba tan profundo en su interior que casi podía jurar sentir la cabeza de su pene frotando el interior de su ombligo.
Zarek cerró sus ojos mientras saboreaba sentirla debajo de él mientras sus manos tocaban su cara.
No era de extrañar que los hombres mataran por las mujeres. Entendía eso ahora. Supo por qué Talon había estado dispuesto a morir por Sunshine.
Astrid tocó partes de él que nunca había sabido que existían. Su corazón. Su alma. Lo llevó a alturas inimaginables.
Aquí en sus brazos, por primera vez, sintió paz.
Había una parte de él tan calma ahora, tan tranquila, y otra parte que estaba en fuego, muriendo por tocarla.
Zarek descendió sobre ella para poder mordisquear la carne blanda de su cuello. Su oreja. Sintió los escalofríos que bajaban recorriéndole el cuerpo.
Raspó su piel con los colmillos, tentado a hundirlos.
¿Cómo sabría ella?
¿Qué otras emociones le haría sentir?
—¿Vas a morderme, Zarek? —preguntó, haciendo vibrar la garganta bajo sus labios.
Él recorrió con la lengua la vena que latía en su cuello. —¿Quieres que lo haga?
—No. Eso me asusta. No quiero ser como las otras mujeres para ti.
—Princesa, nunca podrías serlo. Tú eres única para mí.
—¿Soy tu rosa?
Él se rió al pensar en la lección del principito.  —Sí, tú eres mi rosa. Hay sólo una de ti en todos los millones de planetas y estrellas.
Ella le contestó con un abrazo.
Ese abrazo lo traspasó de una forma como nunca antes. Algo dentro de él pareció romperse y explotó, abrumándolo con ternura y calor.
Se enterró profundamente en su interior mientras se corría por ella.
Astrid se mordió los labios mientras sentía su clímax. Él se estremeció entre sus brazos. Ella sonrió mientras lo acercaba más y besaba su hombro.
Él estaba tan quieto. Tan tranquilo.
¿Quién hubiera pensado que sería capaz de tal cosa? Siempre era tan feroz y violento.
Su mera presencia hacía que el aire a su alrededor restallara y crepitara.
Pero no ahora. Ahora sólo había silencio.
Zarek yacía sobre ella, débil y agotado, su cuerpo todavía unido al suyo. Él no quería moverse.
No podía.
Su contacto era sublime. Pero más que eso, se sintió conectado con ella. Y él nunca había sentido eso antes.
¿Era esto realmente un sueño? Por favor dioses, no. Por favor dejen que esto sea real.
Necesitaba que fuese real, desesperadamente.
Astrid cerró los ojos mientras Zarek acariciaba con la nariz su cuello otra vez. Por alguna razón sentía como si ella acabara de domesticar una bestia salvaje, incontrolable.
Ella movió sus piernas arriba y abajo de las de él, acunándolo con su cuerpo mientras peinaba con su mano su pelo de ébano. Él se hizo para atrás ligeramente para clavar los ojos en ella con asombro.
Estaba tan contenta que hubiese hecho esto esta noche.
Bajó la cabeza para besarla otra vez.
Ella inspiró su perfume, bebió de la ternura de sus labios. —Oh, Zarek –suspiró ella.
Zarek cerró los ojos con fuerza ante el sonido de su nombre en sus labios. Era tan feroz, que el dolor agridulce lo atravesaba.
Mordisqueó la piel delicada en su cuello, dejando sus colmillos rozar su carne. En la vida real, ya la habría mordido.
Nunca habría tomado su cuerpo con el de él.
Habría compartido sus emociones mientras bebía de ella y se preguntó como sabría en su sueño...
Abriendo la boca, sintió la sangre latiendo en las venas contra su lengua.
Ella sería dulce, eso lo sabía.
—¿Zarek?
Su garganta vibrada con sus palabras. —¿Sí?
—Me gustas más cuando eres así de tierno.
Se apartó de ella y frunció el ceño mientras algo cosquilleaba en su estomago.
—¿Pasa algo malo?
Todo. Éste no era su sueño. Éste era un momento surrealista. Sus sueños nunca eran agradables. Ni siquiera una vez tuvo a una amante en ellos.
Nunca nadie le había hablado en la forma que ella lo hacía.
Nadie alguna vez había abierto la puerta y lo había dejado entrar en la cabaña una vez que Acheron lo había desterrado.
Salió de la cama y se puso los pantalones. Tenía que apartarse. Algo estaba mal. Lo sabía profundamente en su interior. Aquí no era donde él debería estar.
No tenía ninguna relación con ella.
Ni siquiera en sus sueños.
Astrid miró como el pánico atravesaba la cara de Zarek mientras se vestía. Ella envolvió la manta a su alrededor y fue hasta él. —No tienes que huir de mí.
—No huyo de ti –gruñó él.  —No huyo de nadie.
Astrid estuvo de acuerdo. No, él no lo hacía. Él era más fuerte de lo que cualquier hombre tenía derecho a ser. Había recibido golpes y golpes que nadie debería tener que soportar.
—Quédate conmigo, Zarek.
—¿Por qué? No soy nada para ti.
Ella tocó su brazo. —No tienes que apartar a todo el mundo.
Gruñendo, se encogió de hombros para separarse de su contacto. —No sabes de lo que hablas.
—Lo sé, Zarek, —dijo ella, deseando que hubiese una forma para hacerle ver lo que ella quería mostrarle. —Lo sé. Entiendo que quieras lastimar a otras personas antes de que te lastimen.
—Seguro que sí, princesa. ¿Cuándo lastimaste a alguien? ¿Cuándo alguien te lastimó a ti?
—Muéstrame la bondad dentro de ti, Zarek. Sé que está allí. Sé que en alguna parte debajo de ese dolor hay alguien que sabe cómo amar. Alguien que sabe cómo cuidar y proteger.
La estremeció con una risa fría mientras se abotonaba los pantalones. –Tú no sabes una mierda —hizo un gruñido feroz y se dirigió a la puerta.
Astrid comenzó a seguirlo, luego cambió de opinión.
Ella no sabía qué hacer. Cómo alcanzarlo.
Quería que sus palabras los confortaran, no que lo encolerizaran. Pero Zarek nunca reaccionaba en la forma que esperaba.
Frustrada, se vistió y fue tras él.
Aparentemente, la delicadeza no funcionaba con Zarek.
Así es que optó por una ruta diferente.
Lo pasó rozando en el vestíbulo, y le abrió la puerta principal.
Zarek se detuvo, había luz solar afuera de la puerta y él no se había prendido en llamas.
Tal vez este era un sueño.
Tenía que serlo y todavía...
—¿Qué haces? —preguntó.
—Abriendo la puerta así no te golpea el trasero mientras pasas a través de ella.
—¿Por qué?
—Dijiste que te querías ir. Así es que vete. Fuera. No quiero tenerte aquí cuando es obvio que te soy repulsiva.
Su lógica lo desconcertó. —¿De qué estás hablando?
—¿Qué quieres decir...  sobre qué estoy hablando? ¿No es obvio? Me acuesto contigo y no puedes dejarme lo suficientemente rápido. Lo siento si no fui lo suficientemente buena para ti. Al menos hice un intento.
¿No bastante buena para él? ¿Estaba bromeando?
Le clavó los ojos con incredulidad. Dividido entre querer maldecirla por su estupidez y quererla reconfortar.
Su cólera salió victoriosa. —¿Que no vales la pena? ¿Entonces yo qué soy? ¿Sabias que antes de que muriera, estaba por debajo, aún de tener sexo por compasión? Nadie me habría tocado con cualquier parte de su cuerpo. Tenía suerte si usaban una vara para sacarme del medio. Así es que no te pares ahí y actúes como si estuvieses toda dolida y me hables de no tener valor. Nadie nunca ha tenido que pagar a alguien para sacarte de su vista.
Zarek se congeló al darse cuenta de lo que acababa de decirle. Esas eran cosas que él había mantenido profundamente escondidas en su interior por siglos. Cosas de las que nunca había hablado con nadie.
Verdades dolorosas que habían languidecido en su corazón, comiéndolo siglo tras siglo.
Nadie nunca lo había querido cerca.
No hasta Astrid.
Era por lo que no podía quedarse. Ella lo calentaba, y lo aterrorizaba porque sabía que no podía ser real.
Éste era otro tormento cruel que el destino le había infligido.
Cuando se despertara, estaría con ella y no tendría necesidad de él. Él no tenía un sitio con la Astrid real.
Nuca lo tendría.
—Entonces ellos eran ciegos si no podían ver lo que eres, Zarek. Ellos son los perdedores, no tu.
Dioses, cómo quería creerle.
Cómo necesitaba creerle.
—¿Por qué eres tan agradable conmigo?
—Te lo dije, Zarek. Me gustas.
—¿Por qué? Nunca le gusté a nadie.
—Eso no es cierto. Has tenido amigos todo el tiempo, pero nunca les has permitido que te ayudaran.
—Acheron –dijo él, murmurando la palabra. —Jess —frunció sus labios al pensar en Sundown.
—Tienes que aprender a extenderte hacia las personas.
—¿Por qué? ¿Así pueden dispararme en la espalda?
—No, así ellos pueden amarte.
—¿Amor? —se rió ante el pensamiento. —¿Quién diantre necesita eso? He vivido toda mi vida sin eso. No necesito eso y estoy malditamente seguro que no lo quiero de nadie.
Ella se paró firmemente ante él. Inquebrantable. —Puedes mentirte todo lo que quieras, pero yo sé la verdad —sostuvo su mano frente a él. —Tienes que aprender a confiar en alguien, Zarek. Has sido valiente toda tu vida. Ahora muéstrame ese coraje. Toma mi mano. Confía en mí y juro que no te traicionaré.
Se quedó parado allí indeciso, su corazón martillando. Nunca había estado más aterrorizado.
Ni siquiera el día que lo habían matado.
—Confía en mí, Por Favor. Nunca te lastimaré.
Él clavó los ojos en su mano. Era larga y agraciada. Delicada. Una mano diminuta.
La mano de una amante.
Quería correr.
En lugar de eso, se encontró levantando su mano y enlazando sus dedos con los de ella.


[1] Circe, según la mitología griega Diosa que vivía en la isla de Eea. Según el mito, su casa estaba rodeada de bestias feroces, que esperaban la llegada de los viajeros y le avisaban a la diosa, que mudaba a los recién venidos en la forma que quería.
[2] Nirvana: estado celestial que existe más allá del ciclo de la reencarnación (salir del ciclo de la reencarnación, cuando se llega a la perfección), liberación del sufrimiento kármico (Hinduismo, Budismo); sensación celestial, paz interior (jerga)

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