lunes, 9 de enero de 2012

R cap 10

—Lo sabes, Jess. Si algo entra por la fuerza y me come, mientras no estás, te vas a sentir
realmente mal por ello. Has visto las películas. Leído en los libros. Ya sabes lo que va a suceder. El
compinche y la novia siempre son secuestrados, la palman, o usualmente ambas, por los chicos
malos en post de los chicos buenos.
Jess se frotó la frente, tratando de calmar la migraña que Andy le estaba causando. No es que
los Dark-Hunters pudieran tener migrañas, pero el chaval estaba poniendo la teoría a prueba.
Era eso...
O un tumor.
No puedes tener uno.
Entonces, ¿qué era el latido doloroso que no lo abandonaba?
Ah, sí, era Andy.
Jess suspiró.
—Tienes razón, chico. Así que voy a enviarte al Ishtar para que Sin te cuide hasta que yo
vuelva. Se asegurará de que nada malo te suceda.
Ahora, eso era una agradable sombra de indignación la que manchaba la piel del chico.
Bastante impresionante, la verdad. Si fuera una tetera, estaría silbando como un tren.
—Yo puedo cuidar de mí mismo.
—No es lo que acabas de decir.
—Eso no es lo que quise decir…
—Jess, tenemos un problema.
Miró por encima del hombro de Andy para ver a Ren que lucía tan nervioso como el chico.
Ren se unió a ellos en la cocina.
Un enorme peso de temor cayó justo encima de Jess.
—¿Qué pasa?
—Abigail se ha ido.
Era algo que Jess no quiere oír.
—¿Disculpa?
Ren asintió con la cabeza.
—Fui a buscarla abajo, y no hay rastro de ella. Debe haberse colado arriba y salir mientras
nos preparábamos. Maldita sea tu enorme casa. En serio, gente ¿Era necesario?
Andy soltó un bufido.
—Trata de encontrar en Las Vegas una casa que dé cabida a una docena de caballos, con un
gran sótano que no sea angustioso, que puedas cerrar en dos semanas y moverte, creo que lo hice
bastante bien.
Haciendo caso omiso al hosco estallido de Andy, Jess maldijo. Tanto él como Ren estaban
todavía incapacitados, con sus poderes desvanecidos. Y podía patearse a sí mismo por no vigilarla
más de cerca. ¿Cómo se le podía haber adormecido el cerebro olvidando que era una prisionera
que ellos tenían la intención de sacrificar?
Demonios, él habría corrido, también.
Andy arqueó una ceja ante ellos.
—¿Por qué os volvéis locos los dos, de todos modos? Si está en uno de tus coches, que estoy
seguro que lo está, es localizable.
Jess frunció el ceño.
—¿Cómo?
—Rastreo tu culo cada minuto de la noche, vaquero. Por si acaso. —Andy se fue al monitor
de seguridad en la pared que mostraba todas las imágenes de las cámaras y seleccionó la que
vigilaba el garaje. Entonces maldijo, aún más vilmente que Jess—. Olvídenlo, la perra tiene buen
gusto. Está en mi Audi R8 Spyder.
Jess le gruñó.
—Cuida tu vocabulario, cachorro. Es una dama de quien estás hablando.
Andy se quejó en voz baja, cuestionando ese punto.
—No te sentirías de esa manera si hubiera escapado con uno de tus apestosos caballos.
Ren cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Está localizada?
—Por supuesto —dijo Andy indignado—. Ese es mi bebé. Incluso tengo un interruptor en él.
—Entonces, apaga el motor.
Andy parecía francamente horrorizado por la sugerencia de Ren.
—¿Acaso perdiste la cabeza? ¿Qué pasa si alguien lo golpea al pararse? Tenía ese trasto
pedido desde hace más de un año. Hecho a la medida. El epítome de la ingeniería alemana. Incluso
me cobraron un extra por la pintura. De ninguna manera voy a correr el riesgo de que abollen a mi
bebé. O, Dios no lo quiera, que lo destrocen.
Jess puso los ojos en blanco ante el berrinche del chico. Si seguía aumentando, pondría a
Andy de nuevo en pañales.
Se volvió hacia Ren.
—Toma aire. Voy a conseguir una moto. —Luego centró su atención en Andy otra vez—.
Y…
Andy le dio el teléfono móvil.
—Tengo una solicitud. Localízala, recupera mí coche y machácala… en ese orden exacto.
Jess se reiría si el destino del mundo entero no dependiera de la búsqueda de Abigail.
Sacudiendo la cabeza, se fue al garaje para coger la Hayabusa roja. Era la cosa más rápida de su
propiedad. Además, estaba sintonizada con el localizador en el teléfono de Andy, tenía que amar a
los Escuderos y sus juguetes.
Agarró un casco integral del estante, junto con las llaves, y fue hasta ella en un tiempo
récord. Mientras que la puerta del garaje se abría, sincronizó el teléfono. Tan pronto como se
completo, salió rechinando los neumáticos, dejando el olor del humo y de goma detrás de él. Se
agachó esquivando la puerta que no se había quitado de su camino lo suficientemente rápido.
Acelerando, salió disparado a través de las puertas que estaban parcialmente abiertas y giró
en la calle, en dirección sur. La mejor parte sobre el rastreador era que le decía la velocidad a la que
el coche viajaba. No parecía que fuera demasiado rápido, probablemente pensó que estaba fuera
de peligro y no quería atraer la atención de algún policía. Inteligente de su parte.
Pero no sería suficiente para evitar que la encontrara.
Abigail se arrepintió de la elección de coche, mientras trataba de conducir entre el tráfico.
Había pensado que el Audi, con su motor V10, sería rápido, pero no podía estar más equivocada.
La gente realmente se quedaba boquiabierta, o disminuía la velocidad para tomar fotos del coche
con las cámaras de sus teléfonos. Bueno. Por dios. Ella nunca había visto nada igual.
En serio ¿qué le sucedía a la gente?, era un coche con cuatro ruedas como cualquier otro.
Nunca había entendido cómo alguien podía llegar a estar tan cautivado por un pedazo de metal de
transporte.
¿Cómo conseguía Sundown llegar a cualquier parte con tanta atención? Era muy frustrante.
Nunca antes había estado en un automóvil que afectara al tráfico y a los conductores de esta
manera.
—Debería haber encontrado algo corriente. —Desafortunadamente, sus opciones se habían
limitado a un Ferrari, una vieja camioneta Ford clásica de la década de 1940, un Gator y éste. El
Audi era el único legalmente callejero y sin caja de cambios. Algo que podía conducir.
El resto habían sido las motos, y ya que nunca había montado una antes, no creía que su
intento de fuga debiera servir como su primera experiencia de aprendizaje. Con suerte, la habría
destrozado en la calzada.
El corazón se le aceleró mientras miraba continuamente por el espejo retrovisor, esperando
ver a Sundown tras ella en cualquier momento.
Que tarde en descubrir que me he marchado. Por favor.
Por lo menos no hasta que tuviera la oportunidad de descubrir algunas verdades. No estaba
huyendo de lo que había hecho. Sólo quería entender sus recuerdos.
¿Quién la mentía?
Odiaba estar tan confundida. Toda la vida había tenido una meta clara.
Matar a Jess Brady.
Ahora... las emociones y los recuerdos se enredaban en un nudo que no estaba segura de que
alguna vez pudiera deshacer. Si eso no fuera suficiente, tenía un hambre amarga en su interior de...
No lo sabía. La sangre de demonio que se había mezclado con la suya estaba causando todo
tipo de problemas. A veces, los sentidos se le agudizaban, luego volvían a la normalidad.
Guárdate del camino que te conducirá a la venganza. La voz en la cabeza se parecía mucho a la de
Sundown.
Su nombre no tenía más que pasarle por la cabeza, para que algo parecido a relámpagos le
pasara detrás de los ojos. En ese momento, vio el pasado con tanta claridad que la dejó sin aliento.
Era Jess.
Pateó la puerta que daba a una sala pasada de moda. Humilde, un ardiente fuego proyectaba
sombras a través del papel pintado de flores azules que cubría las paredes. Un hombre saltó de la
antigua cama estilo trineo, con una pistola en la mano. Pero tan pronto como vio el rostro de Jess,
dudó.
—Yo te mate.
Jess usaba la máscara del asesino frío como una piedra. Feroz. Aterrador. Desgarrador.
—Sí, lo hiciste, Bart. Y te dije, hijo de puta, que regresaría a por ti. —Abrió los brazos—. Aquí
estoy.
Bart volvió en sí y descarga sus seis balas en el cuerpo de Jess. De los pequeños agujeros se
elevaban bocanadas de humo, se habían incrustado en su pecho sin hacerle daño. Ni siquiera
sangraba mucho.
Incluso con la recámara vacía, Bart continuaba tirando inútilmente del gatillo.
Jess se rió maliciosamente mientras caminaba por la habitación para arrojar la pistola de las
manos de Bart con una mano. Con la otra, lo agarró por el cuello y le aferró con tanta fuerza que
los ojos se le desorbitaron, mientras ponía a Bart de rodillas sobre la cama. Jess le acercó más para
poderle gruñir a la cara enrojecida.
—Ya fue bastante malo que me mataras. Podría habértelo perdonado. Pero no tenías derecho
a violar a Matilda y matar a su padre delante de ella, hijo de puta sin valor. Lo que le has hecho a
ella, te costará la vida. Ella era la única cosa decente que he conocido. Vete al infierno por hacerle
daño. No tenías motivo para hacerlo.
Esperó hasta que Bart estaba casi muerto antes de soltarlo y arrojarlo al suelo. Bart estaba
tirado, tosiendo, mientras que Jess se fue a lavabo en el soporte de madera de la esquina, tiró de la
jarra de cerámica y la vació sobre la cabeza de Bart.
Ahora completamente empapado, Bart escupía y tosía.
Jess le tumbó de espaldas con una patada y le plantó la bota en el pecho. Golpeó la jarra en el
suelo, rompiéndola cerca de la cara de Bart. Bart bruscamente, cerró los ojos cuando algunos
fragmentos cayeron sobre él. Algunos de ellos incluso quedaron atrapados en su pelo alborotado.
—No pensaste que iba a matarte tan fácilmente, ¿verdad? —Se burló Jess—. Por lo que le
hiciste a ella, vas a sufrir cada segundo entre hoy y el amanecer. Voy a infringirte el tipo de dolor
por el que el pueblo de mi madre fue famoso. Y cuando por fin termine con tu vida, me darás las
gracias por ello.
—¡Vete al infierno!
Jess se burlo.
—Ya me enviaste allí. Es tu turno ahora. Saluda al diablo de mi parte.
Abigail se sacudió del recuerdo cuando el sonido de un claxon resonó. Parpadeando, se dio
cuenta que estaba a punto de chocar con un camión. Tiró del volante y se dirigió de vuelta a su
carril.
Respiraba entrecortadamente, se frotó la frente. ¿Por qué estaba viendo los recuerdos de
Jess? Y sabía que eso es lo que eran. Eran demasiado intensos para ser algo que ella hubiese
creado. Todavía podía oler el fuego y el hedor del aliento de Bart mezclado con su sudor.
Jess había vendido su alma, no para vengarse. Lo había hecho por Matilda.
La vista se le nubló mientras veía otra imagen.
Ésta era de unos años más tarde. Era justo después de la medianoche, y Jess estaba dentro de
lo que parecía ser una oficina de abogados. Un hombre con un bigote y pelo negro con raya estaba
sentado detrás de un enorme escritorio de caoba. Vestía un traje gris oscuro sobre un brillante
chaleco de brocado color burdeos. Sobre su cabeza había un gran reloj que marcaba tan fuerte,
como para afectar la audición de Jess.
—Estoy rompiendo todo tipo de reglas aquí —dijo el hombre al pasar un trozo de papel a
través del escritorio limpio hacia Jess—. Pero hice lo que me pidió.
—¿Ella es feliz?
El abogado asintió con la cabeza.
—Trasferí otro medio millón a su cuenta para que ella pudiera comprar la casa y la tierra que
quiere. Ahora tiene lo suficiente para hacer lo que le plazca durante el resto de su vida.
Un tic se instalo en la apuesta mandíbula de Jess.
—No es suficiente. Continúe añadiéndole cada año, como le dije al principio. No quiero que
tenga que volver a preocuparse por nada más que por cual es el vestido que le queda mejor.
Él inclinó la cabeza hacia el papel que Jess sostenía.
—Eso es la fotografía adicional que le dije al fotógrafo que la tomara. Pensé que le gustaría.
No había perdido el amor en sus ojos, a pesar de que mantenía sus rasgos completamente
estoicos.
—¿Necesita algo más?
—No. Está casada con un buen hombre que es dueño de un local mercantil.
Jess frunció el ceño como si el abogado hubiese dicho algo malo.
—¿Pero?
—No dije que hubiera un pero.
—Ella se sienta ante la ventana por la noche y llora. —El tono de Jess era apagado.
—¿Cómo lo hizo…?
—Puedo leerle la mente. —Jess tragó saliva—. Gracias, señor Foster. Aprecio todo lo que ha
hecho.
Se dirigió hacia la puerta y se puso el sombrero en la cabeza antes de irse.
En el exterior, puso la foto en su chaqueta, y fue sólo entonces cuando ella vio la humedad en
sus ojos.
Se apresuró a parpadear, y luego se dirigió a su caballo.
A Abigail le dolía sentir su dolor como si fuera una parte de ella. Realmente había amado a
Matilda.
—¡Basta! —Se espetó a sí misma. Esto era ridículo. No quería ver a Jess. Ahora no. Tenía
cosas más importantes que hacer.
Abofeteándose a sí misma en la mejilla, centró la atención en el camino que conducía hasta
su casa...
Jess maldijo ya que había perdió todo rastro de Abigail. El GPS, literalmente dio un
fogonazo, y luego se apagó por completo. Parecía como si algo lo hubiese quemado.
¿Qué demonios?
Empezó a marcar a Ren, entonces recordó que estaba en la forma de ave, por lo que no sería
capaz de responder. En su lugar, llamó a Sasha, que le contesto de inmediato.
—¿Diga?
—La he perdido —dijo Jess, sin preámbulos—. ¿Me puedes dar alguna orientación?
Sasha resopló.
—¿Sobre qué? ¿Una nueva personalidad? ¿Comprar un coche? Soy un lobo, vaquero, no un
consejero de la vida.
El sarcasmo le agotó la paciencia.
—¿Puedes rastrearla, Scooby, o te estoy pidiendo demasiado?
—Ahora, puedo hacerlo. Pero dejaría a Choo Co La Tah sin vigilancia. Envía al cabeza de
chorlito de regreso, y estoy fuera.
—Bien. —Jess colgó y murmuró en voz baja lo mucho que odiaba al Were.
Cambio de carril para evitar un Toyota que se movía lento, usó sus poderes para hablar con
Ren. Nunca había tratado de hacer esto antes, estando Ren en forma de cuervo, por lo que no tenía
ni idea de si iba a funcionar. Aunque sus poderes estaban empezando a recuperarse de estar en la
casa con Ren todo el día, todavía no tenían su fuerza habitual.
«Háblame, penyo. ¿Estás ahí?»
Por suerte, Ren contesto rápidamente.
«Estoy aquí».
Jess dejó escapar un suspiro de alivio.
«No te habrás dado cuenta por donde Abigail abandono la autopista, ¿verdad?»
«No. No puede rastrear su olor y no he tenido una visual sobre ella todavía».
Imaginé que sería mucho pedir.
«Entonces necesito que sustituyas a Sasha para que él pueda seguir su rastro».
«¿Por qué no utilizas el GPS?»
«La pregunta de los veinte millones de dólares. Lo intenté y no responde, y no tengo ni idea a quién
llamar para conseguir una pista. Voy a seguir avanzando en la dirección que ella iba y espero que solo sea un
apagón temporal».
«Está bien. Regresare al instante. Dispondrás de Sasha lo antes posible».
Jess desaceleró y trató de usar sus propias habilidades para rastrearla. En realidad no tenía
ese poder, pero... En este punto, estaba dispuesto a intentar cualquier cosa.
¿Por qué? El malestar en el estómago le decía que si no aparecía pronto, algo terrible iba a
sucederle a ella. No tenía nada que ver con la necesidad de llevarla al Valle para salvar al mundo.
Esto era algo completamente distinto. Algo que le provocaba una desesperación por encontrarla.
—Espera, Abby. Ya voy.
Abigail desaceleró al llegar a la modesta casa que compartía con Hannah en Henderson. Se
encogió un poco cuando rozó la parte delantera del coche en la esquina de la entrada.
Espero que a Jess no le moleste esto.
Él podría matarla, después de todo.
Aparcó fuera y se dirigió a la puerta principal. Pero a medida que se acercaba, una extraña
neblina roja parecía descender por encima de todo. Era como si estuviera mirando por un par de
anteojos de color rojo. Se dio cuenta de que se oía un extraño zumbido de nuevo, el mismo que
había oído cuando le pusieron la sangre de demonio.
Como si estuviera escuchando el latido del corazón del mundo.
Sacudiendo la cabeza, se obligó a seguir.
—Si algo le ha pasado a ella, Kurt, te juro que nunca te lo perdonaré.
— Cállate, Hannah, y siéntate.
Abigail sabía que estaban dentro de la casa, pero los oía con tanta claridad como si
estuvieran de pie a su lado. Más que eso, podía verlos sentados a la mesa con Jonah.
—Sabemos dónde vive Sundown —dijo Hannah—. ¿Por qué no podemos ir a por ella?
Kurt frunció los labios.
—¿Has perdido la cabeza? Vamos a la casa de un Dark-Hunter, y ¿para qué? ¿Le dirás que te
la entregue?
Ella levantó la barbilla con aire desafiante.
—Sí.
Mirando hacia arriba desde el ordenador portátil donde estaba trabajando, Jonah puso los
ojos en blanco.
—Estoy harto de vuestras peleas. Llévate a tu hermana de aquí mientras hago esto.
Su voz...
Había algo en ella que se arrastraba por el margen de los recuerdos. ¿Pero, qué?
Kurt tomó a Hannah por el brazo y tiró de ella hacia fuera de la habitación. Tan pronto como
se fueron, Jonah sacó su teléfono y marcó.
—Hey. Tengo los latidos de su corazón en el monitor así que sabemos que todavía está viva.
Sí, creo que es una buena señal que el Hunter no la haya matado.
Con el sonido de esas palabras, Abigail sintió una extraña oleada de emoción a lo largo de
todo el cuerpo. Los dientes se le alargaron. Era el demonio de nuevo. Que estaba reaccionando al
estar aquí.
¿Por qué?
Rabia cruda, sin restricciones siguió a la oleada. El demonio quería probar a Jonah en el peor
de los sentidos.
No puedo hacer eso.
Sin embargo, la boca se le hacia agua. El sabor de la sangre caliente, dulce le llenó la boca,
haciendo que anhelara tomar la de alguien más. La bruma se volvió más brillante. Ella entró por la
puerta sin abrirla. Sin comprender realmente como se había movido, se encontraba en la cocina
con Jonah.
Él miró hacia arriba y palideció. Dejó caer el teléfono directamente al suelo, donde aterrizó
con un ruido sordo.
— ¿Qué pasa?
Ella se lamió los colmillos.
Saboréalo... sabes que lo deseas.
Curiosamente, así era.
Abigail se acerco a la garganta, pero él se puso de pie y puso distancia entre ellos.
Siguió alejándose de ella.
—¿Qué te hicieron, Abby?
Abby...
No, eso no parecía correcto. Ella era...
Atrapada en un torbellino. Podía sentir los vientos que soplaban, aullando, haciéndola
lagrimear. El cuarto giró a medida que más imágenes brillaron. Ella vio el pasado, el presente y un
futuro lleno de horrores que eran indescriptibles.
Pero lo único que vio con más claridad...
La noche que sus padres murieron. Y esta vez sabía por qué esa voz había sido familiar.
Había estado allí con "Sundown".
—Tú estuviste allí. —Señaló con el dedo a Jonah, que estaba delante de ella, boquiabierto.
—¿De qué estás hablando?
No respondió mientras el demonio se la tragaba entera. Antes de que supiera lo que estaba
haciendo, estaba sobre él, mordiéndolo en el cuello. En el momento en que probó su sangre, supo
la verdad.
Jonah era un Daimon. Es por eso que el demonio en ella quería aniquilarlo.
Las almas de sus víctimas le gritaron en la cabeza con un estribillo que era ensordecedor y
repugnante. Querían su libertad.
Y ella quería su sangre.
—¡Abby! ¡Alto!
Ella reconoció la voz de Kurt, pero no había manera de que le hiciera caso. Ahora no. No
mientras el demonio la poseyera.
Kurt corría a su espalda y trató de apartarla. Ella se volvió hacia él y siseó, mientras mantuvo
sujeto a Jonah, que estaba llorando y pidiendo clemencia.
¿En serio? ¿Después de a todas las personas a las que había matado despiadadamente para
vivir? ¿Tenía la osadía de rogar por su propia vida? La hipocresía la enfermó aún más.
—Cobarde. —Le susurró al oído—. Pudiste haber salvado a mi madre, y no lo hiciste.
Él se había tragado su alma para poder seguir viviendo. ¡Maldito fuera! La agonía y la furia
invadían su interior a un nivel que le costó no hacerle pedazos.
En cambio, se agachó hacia su bota, en la que siempre mantenía un cuchillo oculto. A cámara
lenta, vio a Kurt embestirla por la espalda. Antes de que pudiera alcanzarla, ella apuñaló a Jonah
en el corazón.
Se quedó sin aliento, luego reventó en una lluvia de polvo de oro.
—¡No! —grito Kurt, pero ya era demasiado tarde.
Jonah estaba muerto. Ella lo había matado.
Entumecida y mareada, se miró las manos inmaculadas. No había sangre allí. Nada de Jonah,
excepto una película brillante que aparecía en la palma. Iridiscente como las alas de una mariposa
de verano.
Podía oír la risa de las almas humanas, que finalmente ascendían a su lugar. Pero más que
eso, ella escuchó su agradecimiento. Por lo menos, los había salvado. Lástima que nadie había
salvado a sus padres.
—¿Qué has hecho? —Con los ojos agrandados, Kurt la miraba como si fuera una extraña.
Y lo era. Ella no se conocía más que él.
—¿Qué me has hecho?
—Se supone que serias más fuerte. No… no... —Hizo un gesto salvaje hacia ella—… esto
Un olor extraño le lleno la cabeza. Era como el azufre, sólo que más fuerte. Era...
—Tomaste sangre de demonio, también. —Le acusó cuando ella entendió lo que el demonio
le estaba diciendo.
No lo negó.
—¿Qué se supone que debía hacer? Cumpliré veintisiete en unos pocos meses. No quiero
morir más de lo que cualquiera lo desea. Por lo menos es mejor que matar a un humano.
¿Verdad?
Hannah salió de la parte posterior de la casa. Ella miró con ojos horrorizados a Abigail antes
de dejar escapar un grito agudo.
Abigail se tapó los oídos cuando el dolor le partió el cráneo. Miró a su "hermano".
—Tú me mentiste. Todos vosotros lo hicisteis. No me contasteis nada acerca de los Daimons.
Kurt estrechó la mirada en ella.
—No necesitabas saber acerca de ellos.
Oh, ahora no había una respuesta premiada.
—Tú me dijiste que los Dark-Hunters eran nuestros enemigos.
—Ellos son nuestros enemigos. Nos cazan y nos matan.
No era así de simple. Ya no era así. Jess estaba en lo cierto. Le habían mentido. Utilizado.
—No tienes ni idea de lo que has hecho. Lo que has puesto en marcha.
“Te conocerán por la huella que dejas”. Las palabras de su madre, la perseguían ahora.
Voy a ser conocida como la mujer que acabo con el mundo. Se sentía tan enferma. Perdida.
Confundida.
Traicionada.
Kurt la agarró del brazo.
—Abigail, escúchame. No somos tus enemigos. Te cuidamos cuando nadie más lo habría
hecho. Mis padres te trataron como a uno de los suyos.
Pero había algo más que eso.
La verdad se cernía en torno a los límites de la mente como un fantasma que no podía ver ni
tocar. Sólo sentir.
Ella lo miró mientras la conciencia le remordía por sus acciones.
—No confiare en ti nunca más.
Hannah dio un paso adelante.
—Abby…
Ella se apartó de los brazos de Hannah.
Tengo que irme. Ella no quería estar aquí. Ya no se sentía como en casa.
Se sentía como si estuviera en el infierno.
Había cobrado vidas inocentes. Mató a un ancestral Guardián. Su vida nunca sería la misma.
Y no debía serlo. No después de lo que había hecho. Se tambaleó hacia atrás, hacia la puerta y
salió.
En el cielo brillaban las estrellas. Parecía una noche mil veces más brillante de lo que había
sido nunca antes.
¿Por qué?
¿Por qué era de esa manera cuando todo estaba tan mal? Seguramente se debía a la tormenta.
Pero no era así. El mundo parecía completamente ignorante de los horrores que estaban por venir.
—Tengo que arreglar esto —susurró. Antes de que fuera demasiado tarde.
Iría con Choo Co La Tah al Valle.
Y allí ella iba a morir.

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