Abigail se despertó con la sensación de alguien acunándola contra un pecho
impresionantemente duro, como si fuera indeciblemente apreciada. Honestamente no podía
recordar la última vez que un hombre la había abrazado así.
Por no decir nunca.
Él estaba envuelto por completo a su alrededor. Caliente. Seductor. Invitador. Protector. Era
la clase de abrazo dulce y amoroso con el que sueñas encontrarte, pero que rara vez sucede.
Durante un minuto, ella yació allí en completa saciedad.
Hasta que recordó quién era él.
Sundown Brady.
Criminal. Dark-Hunter. Asesino.
Enemigo.
Ella se sacudió involuntariamente, lo que inmediatamente le hizo despertar y alzarse sobre
los brazos para mirar a su alrededor, como si esperara que más coyotes saltaran por las paredes y
los devoraran.
Cuando él no vio una amenaza inmediata, le frunció el ceño.
—¿Todo bien?
Sí... Estaba tan increíblemente sexy en esa pose. Sus caderas se presionaban íntimamente
contra las de ella, y sus brazos se abultaban con su fuerza bruta. La hizo ansiar la misma cosa por
la que moriría antes de dársela.
—No, estás encima de mí. —Le empujó por el pecho.
Él rodó para apartarse y ponerse de espaldas con una sonrisa burlona mientras movía las
caderas para acomodarse en su nueva posición.
—Bueno, esa no es la forma en que normalmente reacciona una mujer cuando estoy encima
de ella. Generalmente consigo un poco más de entusiasmo y aceptación que eso.
Le lanzó una mirada desdeñosa para encubrir lo increíblemente delicioso que le parecía en
ese momento. No era necesario que le alimentara el ego.
—Bueno, eso es lo que pasa cuando pagas a mujeres para tener sexo.
Para su sorpresa, él se rió de buena gana. Maldita sea, era devastador cuando hacía eso y le
hacía difícil recordar que se suponía que odiaba sus agallas.
Él se estiró como un gato lánguido y bostezó.
—Siento haberte aplastado toda la mañana. Creo que nos quedamos dormidos en medio de
una conversación.
La tuvieron. Una que apenas podía recordar ahora. Lo que sí recordó fue lo reconfortante
que fue mientras había llorado y eso era lo último en lo que necesitaba pensar.
—Sí, pero no estoy segura de quién se quedó dormido primero.
—Estoy bastante seguro de que fuiste tú.
Tenía la sospecha de que tenía razón, y eso significaba tomarse demasiadas confianzas para
su gusto. Quería mantener las distancias entre ellos. Un abismo bien seguro que la protegería de
preocuparse por nadie, especialmente por él. Así que cambió de tema.
—Tu arma todavía está en el suelo.
Se rascó la sombra varonil de la mejilla de una manera que era juvenil y de cierta forma
cautivadora. Era tan indiferente con ella que debería sentirse exasperada por ello y no hechizada.
—Me alegro de no haberla necesitado, ya que está un poco lejos.
Bromas aparte. Podría haber sido un sangriento desastre.
—Entonces, ¿qué hora crees que es?
—Se siente como si aún fuera de día. Aunque no estoy seguro de la hora exacta.
—¿Qué quieres decir con que se siente como de día?
Bostezó antes de responder.
—Un maldito poder que tenemos. Podemos sentir cuando el sol se levanta. Lo cual sigue
estando.
Sin duda ese don les había ayudado a mantenerse vivos, ya que Apolo mataría a cualquier
Dark-Hunter o Apolita que encontrara bajo su dominio. El dios griego era un verdadero bastardo
por ese lado.
Y tú mataste a dos de los hermanos de Jess atrapándolos con la luz del día. Ni siquiera quería pensar
en cómo murieron los otros.
Por favor, por favor, no permitas que haya matado a un protector...
Tratando de no pensar en ello, se levantó y fue al baño.
Jess no habló mientras observaba sus andares al cruzar el cuarto. Ella tenía el andar más
seductor que jamás hubiera visto en ninguna mujer. Lento, sensual y lleno de descaro. Era el tipo
de andar que hacía que los hombres se giraran y se la quedaran mirando. Por encima de todo, se
moría por darle un mordisco a ese cuerpecito caliente suyo, especialmente a ese trasero bien
formado.
Dios, tener eso desnudo y envuelto a su alrededor…
Ey, ¿hola, vaquero? Se supone que no debes tener esos pensamientos con una humana que ha estado
ofreciendo a tus amigos como sacrificios a los dioses oscuros.
Quizás no, pero era un hombre, y el cuerpo no estaba dispuesto a escuchar al cerebro, sobre
todo porque toda la sangre estaba ahora recogida en la parte que tanto la deseaba. Quería lo que
veía, y ella definitivamente valía la pena una o dos docenas de latigazos.
Apartando esa idea de la mente antes de meterse en un problema grave, cerró los ojos y usó
los poderes para detectar a Ren. Supo el momento en que hizo contacto. Ren le respondió con su
propia telepatía.
«¿Qué, vaquero?»
Él negó con la cabeza por el tono hosco de Ren en la cabeza. A él no le gustaba que nadie se
acercara a su pensamiento, no es que Jess le culpara. La lectura de mente tampoco era su
pasatiempo favorito.
«Quería ver si ya estabas despierto».
«He estado despierto y meditando. Y para responder a la siguiente pregunta, son casi las cuatro, así
que tienes un montón de tiempo para tomar por culo si quieres».
Jess rápidamente bloqueó la imagen en la mente que esas palabras conjuraban. Agarrar el
trasero de Abigail era mucho más atractivo para él de lo que debería ser.
«Mantente alejado de mis pensamientos».
«Créeme, estoy tratando de hacerlo. No tengo ganas de vomitar después de cepillarme los dientes».
Bastardo.
«Por cierto» continuó Ren, ignorando el insulto que cuestionaba su paternidad, «estoy más
débil de lo que he estado nunca. Aparte de la telepatía, la que obviamente sé que funciona, ¿cómo van tus
poderes?»
Jess hizo una mueca cuando se dio cuenta que habían disminuido también.
«Es probable que tan drenados como los tuyos».
«Supongo que tendremos que simular ser humanos durante un tiempo».
Jess soltó un bufido. Había mucha gente, incluyendo a Abigail, quien diría que él nunca
había sido humano.
«¿Puedes cambiar de forma por completo?»
«Sin ningún problema».
Eso sí que era interesante.
«¿Te importaría decirme por qué ese no está fallando?»
«Es lo mejor de mí».
Jess sacudió la cabeza. Gilipollas.
Su atención se desvió al oír correr el agua en el cuarto de baño. Abigail estaba tomando una
ducha...
«Voy a dejarte con tus pensamientos de ella desnuda, ya que no tengo interés en ser un mirón de tus
fantasías, sobre todo con una víbora. Contacta conmigo cuando estés centrado en la lucha y no…»
«Te pillo, Ren. Hablaré contigo más tarde».
Jess yacía solo en la cama, escuchando el agua correr en la otra habitación. En la mente, tenía
una imagen perfecta de cómo se vería Abigail mientras se enjabonaba los pechos desnudos. El
cuerpo le rugió de nuevo a la vida con una venganza. El hambre por ella era diferente a cualquier
cosa que jamás hubiera experimentado antes. Y no era sólo porque fuera una mujer hermosa.
Había algo más. Algo que no había sentido desde la primera vez que conoció a Matilda. Era
un dolor muy profundo. Una urgencia que tenía por estar cerca de ella. Para protegerla.
Para abrazarla.
Le tomó cada fibra de control no entrar con ella y hacer que le abofeteara en la cara. Una de
las comisuras de la boca se le levantó al imaginar su indignación si lo hiciera.
Definitivamente la bofetada valdría la pena. Pero no le haría eso a ella. Era demasiado
caballeroso para horrorizar a una mujer. No importa lo excitado que estuviera.
Dicho esto, los pensamientos sobre ella le estaban matando.
Abigail estaba tratando de ordenar toda la información que le habían dado. Quería creer a
su familia. Lo hacía.
Pero era difícil de refutar lo que había visto, y el hecho de que Sundown no actuaba como un
asesino psicótico.
Si tan solo supiera la auténtica verdad de todo. ¿Había Apolitas renegados que atacaban a los
humanos? Parecía absurdo, y sin embargo, también lo era la propia existencia de los Apolitas. Si
ésta era posible, ¿no sería razonable pensar que también lo era lo otro?
Pero, ¿por qué nadie en su familia los mencionó nunca?
Lo único que sabía a ciencia cierta era que estaba siendo perseguida por algo que
accidentalmente había desatado. Y de lo que no dudaba en absoluto.
¿Cómo podía haber sido tan estúpida?
Suspirando, se estiró para alcanzar el jabón, sólo para sentir un cruel dolor punzante rasgarle
a través del abdomen. Era mil veces peor que la contracción menstrual más miserable. Intentó
moverse, pero la golpeó haciéndola caer mientras continuaba retorciéndose en el estómago. La piel
le ardía como que si estuviera en llamas. El agua ya no era tranquilizadora. Ahora le arrancaba la
carne como una navaja. Las lágrimas se le acumularon en los ojos.
Oh, Dios mío, estoy en una película de Alien...
Así era como se sentía. Una criatura tratando de desgarrar una vía de escape desde el
vientre. La luz y el sonido la torturaban. Las imágenes le pasaron por la mente como si las
controlara un estroboscopio psicodélico.
Ayúdame...
No podía pronunciar las palabras. Estaban estranguladas en la garganta.
De repente, la puerta de la ducha se abrió. Con la respiración entrecortada, levantó la mirada
para encontrarse allí a Sundown.
—¿Abigail? —Su tono de voz estaba lleno de preocupación.
—Ayúdame —se ahogó mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.
Él cerró el agua, entonces la cogió en brazos para llevarla de vuelta a la cama.
Si hubiera podido, habría protestado porque la cargara mientras estaba mojada y desnuda.
Pero en este momento, no le importaba y él no parecía darse cuenta de ninguna de ellas.
Gimió en voz alta mientras el dolor la atravesaba.
—Te tengo —dijo confortablemente. La envolvió en una manta, y luego le apartó el pelo de
la cara con una ternura que fue totalmente inesperada—. ¿Qué te ocurre?
—Yo-yo no lo sé. Me duele.
—¿Dónde?
—Por todas partes. Pero mucho más en el estómago.
Jess le tocó el vientre, y ella gritó en agonía. Él pensó que podría tratarse de una apendicitis
hasta que se encontró con su mirada. Los ojos le brillaban de color rojo.
—Um, cariño, ¿hay algo que quieras contarme?
—¿Qué? ¿Que me siento como si estuviera dando a luz a un dragón que escupe fuego?
—No, más bien... ¿alguna idea de por qué tus ojos son rojos como de demonio? —Eran del
mismo color en que se habían convertido cuando ella estuvo inconsciente.
Abrió la boca como si fuera a responder, pero antes de que pudiera hacerlo, se le alargaron
los incisivos.
Mierda.
¿Ella había hecho un pacto con Artemisa? Definitivamente se parecía a un Hunter, pero no
conocía a ninguno que tuviera los ojos rojos...
—Aléjate de ella, Jess.
Él miró por encima del hombro para ver a Choo Co La Tah.
—¿Qué está pasando?
Abigail se lanzó a la garganta de Jess con una fuerza tan feroz, que les obligó a ambos a salir
de la cama.
Jess la atrapó, aunque era una lucha para impedir que le mordiera. Maldición, era fuerte.
Inhumanamente fuerte. Tuvo que darle la vuelta en los brazos, y la sujetó con su espalda pegada a
él, mientras ella gritaba con indignación.
Choo Co La Tah cruzó la habitación y le tomó la cara entre las manos. Él comenzó a cantar
algo que Jess no podía entender, mientras que Abigail peleaba con todo lo que tenía. Ella echó
hacia atrás la cabeza para golpear la de él, ciegamente. Sin embargo, continuó aferrándola, incluso
mientras la mandíbula le ardía.
Su lucha aumentó hasta que dejó escapar otro grito feroz. Un instante después, se desplomó.
La levantó en brazos y la acunó contra sí una vez más. Su piel se volvió de repente tan fría,
que le asustó. ¿Ella estaría bien? La volvió a dejar en la cama, mientras Choo Co La Tah continuaba
con su canto melódico.
La respiración de ella era ahora jadeos cortos y difíciles.
Choo Co La Tah lo obligó a alejarse de la cama para poder colocarle la palma de la mano en
la frente. Después de unos segundos, ella se calmó y pareció dormir.
Con las manos en las caderas, Jess frunció el ceño.
—¿Qué fue eso?
—Han fusionado su sangre con la de un demonio.
Eso le asestó otro golpe en la cabeza, que era lo último que necesitaba. Los sentidos se le
sacudieron tanto como si hubiera sido lanzado de bruces sobre una valla por un Bronco.
—¿Vienen otra vez?
Choo Co La Tah asintió con la cabeza.
—Uno podría suponer que pensaron intensificar sus habilidades combinando su ADN con el
de un demonio.
Pues eso era bastante tonto. Aunque la mayoría de la gente no eran científicos para lanzar
cohetes, y él podía ver a un Daimon idiota pensando que habían encontrado una ventaja usándola
de esa manera.
Pero, maldita sea, se había imaginado que Abigail tendría más sentido común que intentar
algo tan estúpido.
Obviamente, no.
—¿Así que el demonio la controla?
Choo Co La Tah negó con la cabeza.
—El demonio está muerto. Los demonios pueden controlar a alguien sólo cuando están
vivos, y normalmente cuando el demonio muere, el control sobre la persona se rompe. Pero esto...
Hicieron algo más para provocar que ella tenga los poderes, y no sé lo que es.
—Genial. —Bueno, al menos eso explicaba cómo tenía el poder para matar a un
Dark-Hunter—. ¿Puede convertirnos si nos muerde?
Choo Co La Tah asintió sombríamente.
—Si está mostrando los colmillos y mezcla su sangre con alguien, le tendrá bajo su completo
control. Y el demonio dentro de ella deseará ese control. Cuanto más tiempo esté dentro, más
hambrienta se volverá por una víctima.
Ese era el pensamiento más espantoso de todos.
—Entonces, ¿qué hacemos?
—Tenemos que llevarla al Valle tan pronto como sea posible y realizar el ritual.
—¿Y después ella estará bien?
Choo Co La Tah se negó a responder. Lo que sólo podía significar una cosa.
Abigail moriría.
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