Jess dejó caer su arma y se lanzó a por Abigail mientras se deslizaba a través del suelo. Al
principio, estaba seguro de que se había caído a una muerte segura justo ante sus ojos. Ese
pensamiento lo golpeó mucho más duro de lo que debería. El dolor fue indescriptible.
Pero de alguna manera, contra todo pronóstico, sintió el calor en la mano y un peso en el
brazo que hizo que sus espíritus se elevaran con alivio.
La había cogido...
Mirando por encima del borde del agujero, vio su cara aterrorizada levantada hacia él, y fue
la cosa más hermosa que había visto en más de un siglo.
Estaba viva.
El corazón de Abigail aporreaba salvajemente mientras se mecía en un arco precario. Lo
único que le impedía golpear el suelo de mármol a tres metros debajo de los pies era una mano.
Y pertenecía a su enemigo.
—Te tengo. —El agarre de Sundown se tensó sobre la mano en una promesa silenciosa de
que no la soltaría.
Cerró las dos manos alrededor de la de él con la esperanza que no le guardara rencor por
nada.
—Por favor no me dejes caer.
Él en realidad le guiñó un ojo.
—Ni muerto. —La levantó lentamente, evitando rasparla contra los bordes dentados del
suelo donde los trozos de madera esperaban para empalarla.
En ese momento, ella podría darle un beso por la rapidez de sus reflejos que le habían
salvado la vida, y por el cuidado que se tomaba al tirar de ella y no hacerle daño.
Pero el alivio no duró mucho tiempo. Tan pronto como apareció la cabeza por el agujero,
algo la agarró por la pierna desde abajo y tiró de ella lo suficiente fuerte como para hacerla
retroceder de nuevo.
Los ojos de Sundown se abrieron como platos.
Voy a morir. Estaba tan segura de ello como que la presión en las piernas aumentaba con una
determinación que daba a atender que no cedería hasta que ella no fuera más que una mancha en
el suelo de abajo.
Pero de alguna manera Sundown mantuvo su firme agarre sobre las manos. Él la levantó
otra vez.
Una vez más, algo tiró hacia abajo. Ella pateó las piernas y no golpeó nada. Sin embargo, no
podía negar que una fuerza invisible la tenía por los tobillos.
Si tan sólo pudiera mirar hacia abajo para ver lo que era.
—¿Qué pasa?
—No lo sé. No veo nada. Sólo deseo que lo que sea me suelte.
La cara de él se puso roja cuando la agarró con una resolución que le decía que de verdad le
importaba si vivía o moría.
Abigail parpadeó para contener las lágrimas por el dolor al ser una cuerda de tira y afloja, lo
que implicaría su vida si Sundown perdía.
Él gruñó cuando los músculos de los brazos se le hincharon por la tensión. Ella le miró a los
ojos, que estaban oscuros por la convicción, y usándolos sobre ella a modo de salvavidas.
—Gracias —le susurró ella.
Inclinando la cabeza hacia ella, Jess sintió que se le deslizaba el agarre. Lo que fuera que la
tenía estaba aumentando la presión hasta el punto que sabía que sólo era cuestión de tiempo antes
de que se le cayera de las manos.
Había fallado en mantener la promesa a su madre. Lo último que quería era verla morir,
también. No puedo dejarla ir...
¿Qué otra opción le quedaba?
La respuesta le llegó de algún lugar profundo dentro de él. Una oración olvidada que su
madre le había enseñado desde la cuna para usar cada vez que las cosas eran demasiado duras y
quería darse por vencido.
Aike aniya trumuli gerou sunari... Esas palabras le susurraban a través de la mente. Soy Buffalo
Blanco y no seré detenido. Sí, vale, suena mejor en su idioma que en inglés. Aún así, retumbaron y
sintió que una fuerza interior crecía con cada sílaba mientras él seguía cantándola silenciosamente.
“Nuestro pueblo nunca se encontró con un enemigo que no pudiera derrotar. Su sangre fluye dentro de ti,
pequeño. Eres mi orgullo y mi regalo para los Ancianos que velan por nosotros. Escúchalos cuando estés
débil y te ayudarán. Siempre”. Oyó la voz de su madre con tanta claridad como si estuviera sentada a
su lado.
Vio el miedo en los ojos de Abigail, cuando se dio cuenta que sus manos se resbalaban.
—¡Aike aniya trumuli gerou sunari!
Abigail se quedó sin aliento por sus palabras de ira y un brillante destello de color rojo
iluminó sus iris antes de que la izara tan rápido del suelo que apenas se dio cuenta que la había
movido. La tomó en sus brazos y la abrazó con fuerza, como si estuviera agradecido de que
estuviera viva.
A pesar de que lo odiaba, estaba demasiado agradecida para apartarlo. En su lugar, se
deleitó con la sensación de su duro cuerpo presionando contra el suyo. Se aferró a él mientras se
estremecía de alivio y trató de sofocar el temor de que la fuerza invisible la agarrara de nuevo
llevándola otra vez por el agujero. La sangre le corrió espesa por las venas cuando le hundió la
cara en el cuello y aspiró el aroma cálido de su piel.
Él la había salvado. Estaba viva.
En ese momento, con todas las endorfinas corriendo a través de ella, sintió como si pudiera
volar.
Jess no podía moverse con ella acunada contra él mientras le respiraba entrecortadamente en
la oreja, enviándole escalofríos por el brazo. Cada centímetro de su cuerpo se apretaba contra él. Y
profundamente en su ser, sintió que algo se despertaba. Algo que no había sentido en mucho
tiempo. Antes de que pudiera reconsiderar sus intenciones, le acarició el cuello con la nariz. Ella
dejó escapar un gemido. Comenzó a alejarse, pero ella le ahuecó la cabeza, deteniéndolo.
Luego ella hizo la cosa más inesperada de todas.
Lo besó.
Durante todo un minuto, él no pudo respirar mientras la probaba. Sus labios eran
increíblemente suaves mientras barría la lengua contra la de él, incitándole y calentándole. No
podía recordar la última vez que una mujer lo había besado con tanta pasión.
Abigail sabía que no debería estar haciendo esto. En el fondo de la mente una voz trató de
recordarle que lo odiaba. Y sin embargo, le había salvado la vida. Más que eso, él se sentía como el
cielo. Nunca había experimentado nada igual.
Como si le perteneciera.
No había manera de explicarlo. Era algo profundamente en el interior que le daba la
bienvenida, incluso mientras la mente la llamaba toda clase de estupideces.
Pero antes de que pudiera examinar esa clase de pensamientos, el suelo comenzó a retumbar
de nuevo.
Se pusieron en pie y se alejaron del agujero mientras desde abajo una bestia invisible
comenzaba a aullar ferozmente. Sonó como una manada de coyotes hambrientos...
Escudándola, Sundown se puso entre ella y el agujero. Él recuperó su arma del suelo.
Un instante después, seis hombres y una mujer saltaron disparados por la apertura. Con el
pelo y ojos oscuros, rizaban los labios a un estilo puramente canino mientras les acechaban a los
dos.
Jess se preparó para el ataque que sabía se acercaba. Nunca se había preocupado mucho por
los Were pero estos iban a ser brutales.
—Vamos, capullos —les incitó—. ¿Queréis pelear u olisquearos la entrepierna?
El líder se lanzó contra él. Con un destello brillante de color amarillo, pasó de ser un hombre
a un coyote. Jess le dio la vuelta a la escopeta para así sujetarla por el cañón. Usando la culata
como un bate, sacudió al coyote enviándole contra la pared, donde golpeó con un ruido sordo.
Los demás cambiaron de forma y se abalanzaron sobre él con extrema violencia.
—¡Corre! —le dijo a Abigail por encima del hombro.
Ella no escuchó. En cambio, arrancó la hortera cornamenta de la pared que Andy había
puesto allí como una broma de mal gusto -ese chico nunca había estado bien de la cabeza- y la
sostuvo para defenderse de sus atacantes.
Fue una decisión audaz, y él esperaba en serio que las astas se rompieran durante la pelea
para así no tenerlas que ver nunca más.
Si bien Jess tenía la sensación de que estaba perdiendo el tiempo, él siguió adelante y cargó el
arma con la munición del bolsillo, y luego abrió fuego contra los coyotes. Al primero que disparó
soltó un aullido, se deslizó hacia un lado, rebotó en la pared y luego continuó acercándose.
Genial, todo lo que consiguió fue cabrear al coyote y conseguir algunas prácticas de tiro.
Pero ¿qué demonios? Siguió disparando hasta vaciar el cargador mientras él y Abigail retrocedían
hacia el vestíbulo.
Hasta que ella se detuvo.
Chocó contra ella.
—Estás a punto de entrar bajo la luz de día.
Miró por encima del hombro para ver la verdad de esas palabras. Si ella no se hubiera
detenido, ahora mismo él tendría un dolor muy intenso.
—Muy agradecido. —Sin otra opción, y con su retirada cortada, él dio un paso adelante para
luchar.
Los coyotes se lanzaron contra los dos.
Jess se movió para lanzar un golpe, pero ellos no consiguieron hacer contacto.
Los coyotes se estrellaron contra un muro invisible que apareció por arte de magia alrededor
suyo y de Abigail. Aullando, los coyotes intentaron atacar una y otra vez, sin éxito.
¡Yija! por eso. Sólo esperaba que quienquiera que los escudara fuera un amigo.
Abigail se movió para situarse a su lado. Alargó la mano para tocarlo, y al parecer allí no
había nada. Agitó la mano por todo alrededor pero no palpó nada. Entretanto, los coyotes no
podían alcanzarles.
Interesante...
Ella frunció el ceño por la confusión.
—¿Qué es esto?
—No lo sé. Pero teniendo en cuenta todo lo que ha ocurrido hasta ahora, no estoy realmente
seguro de que sea algo bueno. —Por lo que sabía, el muro mágico podría proteger a los coyotes de
algo feo que estaba a punto de pasarle a ellos dos.
Justo en ese instante, un gruñido diabólico, bajo y profundo, retumbó alrededor de ellos.
Los coyotes vacilaron ante el sonido.
Abigail tragó con miedo. Cuando lo más temible del terror se mostraba mosqueado, era hora
de tomar nota. Sacó su bloc de notas mentales para esperar cualquier maldad a punto de saltar al
ataque.
Ella no tuvo que esperar mucho antes de que un lobo enorme se lanzara fuera de las paredes
para atacar a los coyotes.
Eso fue inesperado en varios niveles. Ella se giró hacia Sundown.
—¿Está de nuestro lado?
Él entrecerró los ojos como si tratara de mirar dentro del corazón de esta última
incorporación.
—Parece, pero... infiernos, ¿quién sabe en este momento?
En cuestión de segundos, los coyotes se desvanecieron en la niebla. El lobo se movió en
círculos como si estuviera dándoles caza. Hasta que se convirtió en un hombre en medio del
pasillo.
Alto, rubio, y extremadamente guapo, él todavía se veía fiero en su forma humana. Había
una luz en sus ojos que indicaba que quería probar sangre.
Ella esperaba que no fuera la de ellos.
Abigail contuvo la respiración mientras él avanzaba con una furiosa mirada mortífera.
Aquí vamos otra vez...
El lobo cogió el arma de las manos de Sundown dándole la vuelta. Abrió el cargador para
comprobar la munición y sacudió la cabeza.
—¿Balas, vaquero? ¿En serio?
Sundown se encogió de hombros.
—A veces hay que intentarlo, aunque sea un desperdicio de energía.
El lobo se echó a reír, y luego se la devolvió.
—Admiro la tenacidad, aunque sea inútil.
Abigail se relajó al darse cuenta que el lobo era por lo menos un enemigo amistoso.
Sundown apoyó el arma contra la pared.
—¿Qué haces aquí?
—Zarek me envió, por si acaso.
Sundown se rascó la barba de la mandíbula.
—Porque estamos jodidos de verdad.
—Sí, y cuando Z está molesto me patea el culo. ¿Alguna vez te he dicho lo mucho que me
irrita que Astrid le diera ese poder a ese bastardo dios psicótico? Te juro que me voy a la cama
cada noche con el único deseo de arrancarle la garganta, y ni siquiera vivo con ellos. Triste, ¿no?
Sundown se erizó como si el lobo hubiera tocado una fibra sensible.
—Cuidado, ese del que hablas es amigo mío y no quiero tener que vérmelas contigo, Sasha.
Pero si mantienes ese tono y actitud hacia él, lo haremos.
Sasha levantó las manos en señal de rendición.
—Lo siento. Me olvidé que tú y Ash sois los bastantes raros para que de verdad os guste.
Sobre gustos no hay nada escrito. —Volvió su penetrante mirada hacia ella—. Y tú debes ser la
causa de este desastre.
Abigail se sintió ofendida. ¿Qué? ¿Es que había alguna red social cósmica en algún lugar con
su foto, anunciando que ella era la causante del Apocalipsis?
—No hice nada.
Sundown sonrió.
—No lo quiere reconocer.
—Estupendo. Entonces podemos dársela como alimento para los coyotes y así podré volver
al Santuario para alcanzar a una morena impresionante que entró con sus amigos.
A ella ese comentario no le hizo ninguna gracia.
En absoluto.
Sundown ignoró su ira.
—Hablando de amigos... ¿por qué huyeron de ti nuestros nuevos coleguitas coyotes?
Sasha se pavoneó como un pavo real.
—Porque los tengo bien puestos.
Sundown resopló.
—¡En serio!
—¡Oh! hombres de poca fe. ¿Dudas de mis agallas? ¿Mis habilidades?
—Y de tu cerebro.
Sasha chasqueó la lengua.
—Está bien. Voy a ser honesto... Ni la menor idea. Me superaban en número. Debería haber
sido fácil para ellos destrozarme. No es que quisiera ser su primer bocado matutino, pero…
—El lobo siempre ha sido el enemigo más natural del coyote. Los lobos son uno de los pocos
depredadores conocidos para darles caza en la estación apropiada. Y por eso, los coyotes se cuidan
de ellos por naturaleza. Especialmente de uno que viene de un panteón desconocido cuyos
poderes sólo podemos adivinar. Sin duda, pensaron que retirarse era la mejor estrategia. Como
Sun Tzu decía: Si desconoces a tu enemigo y a ti mismo, con seguridad estás en peligro.
Abigail se giró al oír la voz que sonaba como la de un inglés antiguo detrás de ellos.
Él no era inglés. Ni nada de lo que había esperado de su correcto y gruesamente acentuado
discurso.
Apenas más alto que ella, llevaba una chaqueta de ante marrón claro con flecos en las
mangas y pesados abalorios de los nativos americanos con huesos tallados por todas partes. Su
cabello plateado estaba separado en dos trenzas que enmarcaban su rostro marchito. Sin embargo,
la edad no le había quitado el filo a sus ojos color avellana dorado, que la miraban fijamente con
una acusación que la hirió hasta el alma.
Ella tuvo el repentino deseo de retroceder, pero se negó a ser una cobarde. Así que se
mantuvo firme y puso la cara más valiente que pudo lograr.
Sundown inclinó la cabeza respetuosamente hacia el hombre.
—Choo Co La Tah, ¿qué haces aquí?
Choo Co La Tah apartó esa atemorizante mirada de ella hacia Sundown.
—La Revelación ha comenzado, y supe que no podía esperar, sin importar las protestas de
Ren. Como Dineh diría: Coyote siempre está ahí fuera esperando y Coyote siempre está
hambriento. Sabía que irían tras la mujer tan pronto captaran su olor. Si la matan antes de que
lleguemos al Valle, no habrá quien los detenga. De ahí mi presencia aquí y ahora. Vosotros dos
debéis ser protegidos, no importa lo que pase.
Se abrió la chaqueta para mostrar un cuervo que había estado descansando bajo el brazo
derecho. Lo sacó y, con una gracia y agilidad que contradecía su edad aparente, lo dejó en el suelo.
Dejando escapar un graznido, el ave batió sus alas, y luego se manifestó en un hombre. Éste
parecía estar al principio de la veintena con el pelo y ojos oscuros. Vestido todo de negro, era
increíblemente sexy e incluso más espeluznante de lo que habían sido los coyotes.
También tenía colmillos.
Y ahora todos los hombres clavaban los ojos en ella, haciéndola sentirse sumamente
incómoda y cohibida. Se sentía como un ratón rodeado por gatos hambrientos que estaban
sopesando las probabilidades de quién sería el primero en saltar al ataque.
—¿Comprendes la gravedad de tu situación, querida? —le preguntó Choo Co La Tah.
La comprendía. Pero eso no la hacía menos dura y fría.
—No quiero morir.
No hubo compasión en la mirada del anciano.
—Como dirían los Duwamish1, no hay muerte, sólo un cambio de mundos.
—Me gusta este mundo.
—Entonces deberías haberlo pensado antes de arrebatar la vida de Old Bear. Puedo
asegurarte que, incluso a su avanzada edad, él no quería cambiar de reino. Y sólo es uno de los
muchos que has matado sin que nunca te hiciera daño.
Ante eso su furia estalló. ¿Cómo se atrevía a tratarla con condescendencia, algo que era
incluso más pronunciada debido a su acento y tono correctos?
No había acechado a gente inocente como una desquiciada asesina en serie. Era una
vengadora que estaba igualando un repugnante marcador iniciado por los verdaderos villanos de
todo esto.
—Los Dark-Hunters han cazado a mi pueblo durante siglos.
—Tu pueblo, señora, son los humanos... la mayoría de ellos entrarían en ese término, de
todos modos. Los Dark-Hunters son los únicos que se esfuerzan por protegerlos.
—Sí, seguro. Ellos... —Sus palabras se interrumpieron cuando las imágenes le brillaron en la
mente. Oyó a incontables humanos rogar piedad mientras eran atacados.
No por los Dark-Hunters.
Por Apolitas que los mataban para poder tomar sus almas humanas y alimentarse de ellas
para vivir después de su vigésimo séptimo cumpleaños, tal como Sundown le había dicho. El
horror la golpeó con fuerza mientras sus gritos le resonaban en el cráneo.
No podía ser.
Ella sacudió la cabeza negándolo.
—Has plantado estas imágenes en mi cabeza. No son reales.
Choo Co La Tah suspiró.
—Mi pueblo tiene un dicho. Kirha tahanahna ditari sukenah. Negar la presencia del sol no te
libra de su ampolla. Admiro tu lealtad. Pero a veces hay que enfrentarse a la verdad, incluso
cuando duele.
1 Duwamish: «la gente del interior». Es una tribu amerindia del oeste de Washington y habitantes originales de Seattle.
No, no lo haría. Porque si él tenía razón, si esas imágenes eran la verdad, entonces se había
equivocado a un nivel tan profundo que la hizo enfermar. Esto significaría que había hecho cosas
terribles a personas que no se lo merecían.
Personas que habían estado protegiendo a los inocentes de los depredadores.
Y si ése fuera el caso, no estaba segura de si podría vivir consigo misma.
No soy una depredadora. Soy una protectora.
Los ojos de Choo Co La Tah estaban llenos de compasión.
—Siento tu dolor, hija. Pero deberías haber estudiado a Confucio.
Ella frunció el ceño ante sus palabras.
—¿Y eso por qué?
—Si te hubieras tomado el tiempo para aprender su sabiduría en lugar de la guerra, lo
habrías sabido antes de iniciar el camino hacia la venganza, cavando dos tumbas.
Ella se enfadó ante eso.
—No lo entiendes.
—Estás muy equivocada. Vergonzosamente, todos nosotros, en algún momento, hemos
querido vengarnos de alguien, por algo. He vivido desde antes que el hombre y el búfalo vagaran
por este pequeño planeta. He sobrevivido al comienzo, la floración, y la muerte de incontables
enemigos, civilizaciones y pueblos. Y la única verdad que he aprendido durante todos estos siglos
es el viejo proverbio japonés: Si te sientas al lado del río el tiempo suficiente, podrás ver el cuerpo
de tu enemigo flotando en él.
Eso le hizo hervir más el temperamento. Él lo hacía sonar tan sencillo. Pero estaba
equivocado, y ella lo sabía.
—¿Incluso si él es inmortal?
—Especialmente si lo es. Para citar a los Tsalagi2, nunca debes permitir que el ayer consuma
demasiado del hoy. El pasado ya pasó y el mañana es en el mejor de los casos algo incierto. Vive
para este momento, ya que puede ser todo lo que tendrás.
Ella frunció los labios con disgusto. Sus frases concisas eran fáciles de soltar, pero vivir con
su cantidad de dolor era otra historia. Y ver a sus padres asesinados era algo de lo que nadie se
recuperaba. Jamás.
—¿Qué eres? ¿Un escritor de las galletitas de la fortuna?
El nativo americano Dark-Hunter comenzó a avanzar, pero Choo Co La Tah lo detuvo antes
de que pudiera llegar hasta ella. Él habló en un tono risueño.
2 Tsalagi: Tribu cheroqui.
—El respeto debe ganarse, Ren. No exigirse. Una mente inquisitiva es el recurso más
preciado que tiene el hombre y el más raro. Admiro su tenacidad y su lealtad colocada en lugar
equivocado.
Esas palabras la avergonzaron, y de alguna manera la hicieron sentir como si estuviera
siendo infantil.
—Yo no. —La profunda y resonante voz de Ren onduló como un trueno.
Choo Co La Tah le colocó una mano en el hombro.
—Todos los sentimientos son válidos, y no le resto importancia a los tuyos, Abigail. Nuestro
verdadero viaje comenzará en unas pocas horas después que se ponga el sol. Mientras tanto,
necesitáis descansar y conservar las fuerzas. Sasha y yo os protegeremos mientras dormís. —Le
echó un vistazo a Sundown—. Avisaré a Andy y me aseguraré de que también esté a salvo.
Sasha arqueó una ceja.
—¿Por qué siempre se recluta al lobo?
Choo Co La Tah sonrió.
—El lobo es el que está más descansado.
Sasha se mofó.
—¿Qué? ¿Quieres esgrimir la lógica contra mi arrebato emocional? ¿Dónde está la justicia en
eso?
Si no estuviera tan alterada, Abigail podría haber encontrado a Sasha divertido, pero ahora
mismo no le parecía gracioso. No cuando la agonía de su pasado pesaba sobre ella y su conciencia
la rasgaba con garras afiladas como cuchillas. No soy lo que dicen.
No lo era. Al menos esperaba no serlo.
Pero ¿y si lo era?
Sundown se aclaró la garganta para llamar la atención de Choo Co La Tah.
—Estoy de acuerdo en que necesitamos descansar. Pero hay un pequeño problema de
escorpiones en el sótano, y ese es el único lugar seguro para Ren y para mí durante el día. Sin
ánimo de ofender, realmente no quiero echar una cabezadita con ellos arrastrándose por mi
cuerpo.
Choo Co La Tah se apartó de ella.
—Ah, sí, la plaga de escorpiones. No te desesperes. Me he encargado de tu problema de
alimañas. Ya han desaparecido todos.
—¿Tú enviaste la nieve? —preguntó Abigail.
Él asintió con la cabeza.
—Las plagas que vendrán están ideadas para debilitarme. Coyote me fuerza a gastar energía
para proteger a la humanidad de sus herramientas. Por ahora, mi fuerza se mantiene. Pero soy
viejo y tengo que recargar mis poderes con mucha más frecuencia de lo que lo hacía cuando era
joven. Si no conseguimos llegar al Valle antes de que pierda la fuerza...
No sería agradable para ninguno ellos.
Y será todo por mi culpa.
Jess vio la mirada de terror en los ojos de Abigail antes de que la ocultara. Esa fragilidad tan
inusual en ella le tiró del corazón. No era el tipo de mujer que dejara ver su vulnerabilidad. El
hecho de que lo hiciera...
Ella sufría una agonía absoluta, y él siempre había sido un bobo con las mujeres que sufrían.
—Vamos —le dijo suavemente—. Te llevaré abajo.
Por una vez, ella no discutió, y eso le dijo exactamente lo desgarrada que estaba realmente.
Ren les siguió, mientras que Choo Co La Tah y Sasha se quedaban en la parte superior para estar
alerta por si cualquier otro enemigo se les quería unir.
Ninguno habló hasta que se encontraron en el ascensor. Ren cruzó los brazos sobre el pecho
mientras bloqueaba la puerta y se les enfrentaba. Echó un vistazo a Abigail y después a Jess.
—No tienes ni idea de lo mucho que me molesta saber que yo era el hombre que ella
pretendía matar esta noche y ahora tengo que protegerla.
Jess soltó un bufido.
—Sí, bueno, también trató de matarme, y lo superé.
—No soy un hombre tan bueno como tú, Sundown. Me cuesta darle la espalda a un
enemigo, bajo ninguna circunstancia.
—Oh, yo no dije que le dieras la espalda. No he perdido los sentidos. Pero tampoco le
guardo rencor. A veces sólo tienes que dejar que la serpiente de cascabel se tumbe al sol.
Ren murmuró una obscenidad sobre eso en voz baja.
Abigail se aclaró la garganta.
—¿Tíos? ¿Sabéis que estoy en esta cajita con vosotros y puedo oír cada palabra?
Ambos intercambiaron una mirada de soslayo.
—Lo sabemos —dijo Ren—. Simplemente no me importa.
Ella puso los ojos en blanco cuando el ascensor se detuvo y Jess se colocó al lado de Ren para
poder abrirlo.
Abigail vaciló antes de salir.
—¿Pasa algo? —Jess mantuvo la puerta abierta para ella con un brazo.
Ella sacó un poco la cabeza y entrecerró los ojos al mirar el terreno.
—Me aseguro que no hay escorpiones en el suelo.
Él se rió de su pusilanimidad inusual.
—Milagrosamente, todos se han ido. —La única prueba de su horrorosa experiencia era el
agujero en el techo que los coyotes habían usado antes para saltar por él—. Parece seguro.
Ren hizo un ruido hostil antes de abrirse paso entre ellos y ocupar el dormitorio trasero.
Jess le chasqueó la lengua.
—Sabes, amigo, eso ha sido francamente grosero.
Ren levantó el puño con el dedo incide levantado mientras continuaba sin decir palabra ni
detenerse.
Abigail tragó saliva por su abierto antagonismo. No es que lo culpara, ya que había sido su
objetivo. Aun así...
—No se lo tengas en cuenta —dijo tímidamente Sundown—. Ren... bueno... es Ren. No
significa nada.
Si sólo fuera así de simple, pero apreció su intento de hacerla sentir mejor.
—Él me odia.
—Desconfía de ti. Hay una gran diferencia. Como dijo, era tu objetivo. No es exactamente
algo de lo que un hombre se recupere muy rápido.
—Parece que tú te has adaptado.
Él mostró la sonrisa más diabólica y encantadora que ella hubiera visto alguna vez antes, y le
hizo sentir cosas raras en el estómago.
—No soy tan listo como él.
Oh sí, el podría ser devastador cuando quería.
—En cierto modo lo dudo.
—¿Es eso un cumplido?
—Bueno, el infierno efectivamente se ha congelado, por si no te has dado cuenta de la nieve
en tu patio delantero.
Se echó a reír mientras la guiaba hacia la habitación donde la había llevado antes. Ahora que
no estaban en peligro sus vidas, ella podía apreciar la belleza de su hogar. El pasillo estaba pintado
de un color ocre apacible con paneles de madera blanca. Los apliques de la pared eran barrocos y
parecían contradecir la sencillez del hogar de Sundown Brady.
—¿Has decorado este lugar?
La miró por encima del hombro, frunciéndole el ceño, haciéndole saber que pensaba que se
había vuelto loca.
—Sí, no... la decoración no es precisamente algo que me esfuerce por hacer en mi tiempo
libre. Vino con la casa.
—¿Por qué quieres vivir aquí? Sin ánimo de ofender, pero en realidad no parece ser tu estilo.
Él hizo una pausa en la habitación.
—Creo que debería sentirme ofendido por eso. ¿Según tú cuál es exactamente mi estilo?
Ella también se detuvo y se encogió de hombros.
—No sé. Pareces ser del tipo de persona que tendría una cueva masculina y no algo tan...
—¿Refinado?
Ella movió la cabeza afirmativamente.
—Bueno, eso sólo demuestra lo que sabes. Para tu información, me gustan algunas cosas
lujosas.
—¿Cómo qué? ¿Ropa interior de encaje?
—En mis mujeres, sí.
Mostró esa sonrisa que ella estaba empezando a odiar. Por la única razón que le suavizaba
las facciones y le hacía terriblemente irresistible.
—¿Y…? —preguntó cuando él no continuó.
Él se rascó la nuca.
—Bueno, primero, la ópera y segundo, películas extranjeras, especialmente francesas.
Ella se burló.
—No, tú no.
—Puedo enseñarte mi tarjeta de socio de la Opera si quieres verla. He tenido un abono de
temporada durante décadas.
De todas las cosas en él que la podían coger por sorpresa, esa la dejó anonadada. No podía
imaginarse a un hombre tan grande y rudo apoltronándose en un asiento de la ópera.
—Diablos, incluso toco la viola.
—Quieres decir violín.
—Ese también. Además, Mozart y Grieg son mis piezas favoritas con las que me gusta
relajarme después de una noche dura de trabajo.
En el fondo de la mente tenía un vago recuerdo de él tocando a Wagner en su piano de
juguete y luego enseñándole cuales eran las teclas.
—Me ensañaste a tocar Chopsticks.
—Lo hice.
La idea de un hombre tan grande y musculoso manejando un instrumento tan delicado era
incongruente y sin embargo...
¿Por qué no puedo recordar más?
Sundown le abrió la puerta.
Abigail se fue a la cama, luego se detuvo. En lugar de irse, Sundown sacó una manta y una
almohada del armario e hizo una tarima en el suelo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, temiendo la respuesta obvia.
—Hicimos pedazos mi habitación, ¿recuerdas? No quiero dormir con un gran agujero sobre
la cabeza. El yeso o algo podría caerse y asustarme lo bastante que gritaría como una mujer
humillándome por completo. Definitivamente no quiero hacer eso con Sasha en la casa. Se reiría de
mí eternamente, y tendría que despellejarle.
Ella empezó a protestar, pero la verdad es que estaba contenta de tenerlo cerca. Por si acaso.
Después de todo lo que había sucedido, tenía los nervios desquiciados.
Debería estar huyendo de él, o al menos tratando de matarlo.
Tal vez. Pero si los coyotes estaban realmente detrás de ella, lo último que quería hacer era
guiarlos a casa para que pudieran matar también a su familia adoptiva. Hannah y Kurt era todo lo
que le quedaba. Y aunque los Apolitas eran buenos, no estaba segura de que fuera suficiente para
luchar contra ellos. Sin mencionar que Choo Co La Tah tenía razón, estaba exhausta a un nivel que
nunca había conocido antes. Necesitaba descansar. Al menos durante un par de horas.
Entonces estaría preparada para un intento de fuga.
Quitándose los zapatos y tirando de la banda del pelo para liberarlo de la cola de caballo, se
metió en la cama. Antes de que pudiera pensarlo mejor, miró hacia donde Sundown yacía en el
suelo. Uno de los detalles que no se perdió fue que tenía un pie contra la puerta de modo que si
alguien la abría, lo despertaría de inmediato. Y la escopeta estaba en el suelo sólo a milímetros de
sus dedos.
Raro... no podía recordar recogiéndola de nuevo. ¿De dónde había salido?
Vaya, debía estar muy cansada para habérselo perdido.
Apartando ese pensamiento de la mente, cambió de tema.
—¿Necesitas otra almohada?
Él tenía el brazo cubriéndole los ojos. Eso hacía que la camisa se le subiera y ella pudiera
darle un vistazo a sus abdominales duros como una roca. ¡Oh Dios! Podría hacer la colada sobre
ellos.
—No, gracias. Estoy bien.
En más de un sentido. Sin duda estaba para comérselo, tendido en el suelo de esa manera.
He perdido la cabeza. Y algo más. No es posible que lo encuentres atractivo. Mató a tu familia.
¿Lo hizo? ¿Le podría estar diciendo la verdad antes? Si él realmente era un asesino a sangre
fría, ¿por qué no la mató en lugar de traerla de nuevo aquí? Podría haberla abandonado a los
escorpiones y los coyotes.
En cambio, la había protegido.
Es un asesino. Viste su cara. Conoces su leyenda.
Cierto. La investigación de su pasado humano le había mostrado que era de la peor clase de
humanidad. Una escoria tan mala que incluso los cazadores de recompensas y los ejecutores de la
ley le habían temido.
Pero su experiencia personal con él contradecía eso.
¿Y si estaba equivocada? Había sido tan pequeña en el momento de las muertes de sus
padres. ¿Recordaba esa noche correctamente? Todavía podía verle muy claramente en su espejo. Y
sin embargo, había diferencias entre el hombre en el suelo y el de su memoria.
¿Por qué él parecía más grande ahora que cuando era una niña?
A pesar de que necesitaba dormir, quería respuestas.
Antes de que pudiera evitarlo, le preguntó lo que más le molestaba.
—¿Qué hizo que tú y mi padre os peleaseis la noche que murieron?
Jess se quedó en silencio mientras su pregunta susurrada agitaba viejos recuerdos que le
hirieron profundamente en el interior. Cosas sobre las que había tratado de no pensar. Cosas que
le habían perseguido durante años. Tan malos como esos recuerdos habían sido para él, sólo podía
imaginar lo duro que había sido para ella. Maldita sea el momento que vio que algo así les había
sucedido a sus padres.
Una parte de él quería mentir, pero al final, habló con sinceridad.
—Tu madre.
Se sentó en la cama para mirarlo.
—¿Qué?
Bajando el brazo, Jess suspiró ante la confesión inevitable que ella se merecía oír.
—Tu padre pensó que yo estaba tratando de robarle su afecto.
—¿Lo hiciste?
—Difícilmente. Ella y yo éramos amigos y nada más.
—Estás mintiendo —le acusó.
Si sólo hubiera sido así de simple.
—No, encanto. Estoy diciendo la verdad. No tengo necesidad de mentir acerca de esto.
—¿Por qué mi padre lo pensaría a menos que le dieras motivo?
Porque él estaba jodidamente loco, pero Jess nunca se lo diría a ella. El hombre era su padre,
y lo último que quería hacer era manchar su memoria. Lo cierto, sin embargo, es que su padre
había estado irracionalmente celoso de cualquier hombre en la vida de Laura que pasara de los
cinco años. Él asumió que todos los hombres se morían de lujuria por ella, y en su mundo, no
había nadie que simplemente quisiera hablar con ella porque le recordaba a alguien más. No, lo
peor de todo fue que él la había acusado de engañarle. Algo que Laura se moriría antes de hacer.
Como Jess no podía contarle nada de eso, optó por otra verdad simple.
—Porque yo amaba a tu madre, y no había nada en el mundo que no habría hecho por ella o
por ti.
Abigail sintió que las lágrimas le picaban los ojos al recordar la belleza del rostro de su
madre. La había visto como un ángel maravilloso con una sonrisa que estaba repleta de más calor
que el sol mismo. Sobre todo, recordó lo segura y amada que se había sentido cada vez que su
madre la rodeaba con los brazos. Dios, si tuviera un segundo más con ella...
—Si estabas enamorado de…
—No enamorado, Abby. Eso es lo que no le entraba a tu padre en su dura cabeza. Lo que
sentía por ella no era eso. Sólo quería hacerla feliz y mantenerla a salvo.
—¿Por qué?
Jess sintió el principio de un tic en la mandíbula mientras una oleada de agonía le crecía por
dentro. Laura había sido una copia física perfecta de Matilda. Incluso algunos de sus gestos. Pero
no era Tilly, y él lo había sabido.
—Me recordaba a alguien que conocí. —Alguien que una vez amé más que a nada en esta tierra.
—No entiendo.
Y era difícil de explicar.
—Conocí a tu madre no mucho tiempo después que se mudara a Reno. Era camarera en un
restaurante donde solía ir y comer a veces. —No había estado prestando atención a los ocupantes
cuando tomó su asiento habitual en el pequeño restaurante. Había estado mirando por la ventana,
examinando a la multitud mientras paseaba fuera, cuando una taza de café apareció en su mesa—.
Muchas gracias —había mascullado él, esperando que fuera la camarera habitual, Carla, quien
siempre le traía el café en el momento que se sentaba.
—De nada.
El suave acento de una voz poco familiar hizo que arrastrara su atención a la cara. Incluso
ahora, podía sentir la conmoción al levantar la vista y ser succionado atrás en el tiempo.
—¿Estás bien? —le había preguntado ella.
Le contestó balbuceando y murmurando algo que era probablemente tan estúpido para ella
como lo había sentido él cuando lo dijo. Durante la hora siguiente, había conseguido suficiente
información para que Ed llevara a cabo una amplia comprobación sobre ella.
Ese informe le había aturdido tanto como verla en el comedor. Laura era la tátara-tátara-nieta
del hijo que Bart había engendrado el día que violó a Matilda.
Un niño que Matilda había dado en adopción.
Para cuando los Escuderos le hablaron del infante algunos años después de que hubiera
nacido, había sido incapaz de localizarlo. Los registros no se conservaban de la misma manera que
se hacía hoy en día. Hasta la noche en que se había tropezado con Laura y Ed había llevaba a cabo
su propia investigación, ni siquiera sabía que ese hijo había sido un niño.
Al principio, él había estado furioso con el descubrimiento y enojado con el destino por
lanzarle ese recuerdo vivo como una bofetada en medio de su territorio. Como sabía que él nunca
había deshonrado a Matilda tomándola antes de su boda, no había duda sobre el donante de
esperma por la línea paterna de Laura.
A la noche siguiente, había optado por centrarse en dos cosas. Una, que no era culpa del bebé
haber sido concebido por la violencia, y no había ninguna razón para que Jess se lo echara en cara
a los descendientes del niño. Dos, que eran una parte de la mujer que había amado como los hijos
que ella había mantenido y criado, y los descendientes a los que hacía que los Escuderos les
vigilaran. Era justo que cuidara de Laura, también.
En Laura, él sólo había visto la cara elegante de Matilda.
En Abigail vio a las dos. La mujer que había amado más que a su vida y al hombre que había
odiado con todas las partes de su ser.
Era una infernal combinación.
—¿Y? —apremió Abigail—. Era una camarera...
—Nos hicimos amigos. —dijo simplemente. Y era la pura verdad—. Iba algunas veces a la
semana, y charlábamos un poco. —Él sonrió ante los recuerdos agridulces. Como Matilda, había
sido dulce y humilde—. Era muy inteligente y espabilada. Siempre estaba de buen humor. Me
encantaba escucharla bromear con sus amigos y los otros clientes.
—¿Alguna vez saliste con ella?
—Nunca. Los Dark-Hunters no tenemos autorización para tener citas y sabía que no tenía
nada que ofrecerle. Solo me gustaba estar en su compañía. Ella era buena gente, y no hay mucho
de eso por los alrededores. Dejé grandes propinas, y ella amenazó la vida de cualquiera que se
atreviera a desafiarla y me servía en cualquier momento que estaba trabajando.
—Entonces, ¿por qué mi padre estaba enfadado contigo?
Era un idiota psicótico.
Pero Jess no le dijo eso.
—Cometí el error de regalarle a tu madre para su cumpleaños una gargantilla de mariposa
que vi en una tienda local. Pensé que era bonita, y los diamantes azules me recordaron sus ojos. No
quise decir nada con ello, pero tu padre no lo vio de esa manera. A pesar de que yo la había
conocido mucho antes de que ella le conociera y se casara con él, la acusó de engañarle conmigo, y
me fui antes de hacerle daño físicamente.
Abigail buscó en la mente algún recuerdo para refutar o sostener sus palabras. Todo lo que
podía recordar era el fuerte sonido de voces gritando. Sus padres no se peleaban mucho, pero lo
suficiente para que ella supiera que debía esconderse cada vez que lo hacían.
Su escondite fue lo que le había salvado la vida.
Sundown suspiró.
—Salí de patrulla, pero no podía evitar el mal presentimiento que tenía. No quería dejarla
con él tan enloquecido. Pero sabía que si me hubiera quedado, le habría recolocado algunos de sus
órganos, y eso sólo le habría alterado más. Pensé que si me iba, él se calmaría y todo estaría bien...
A las diez, traté de llamar y nadie contestó. Eso me preocupó todavía más. Así que volví y... —
Vaciló antes de volver a hablar—. La policía ya estaba allí y no me dejaron entrar. Te busqué por
los alrededores y pregunté por ti, pero no había ni rastro. Asumieron que quienquiera que mató a
tus padres te secuestro también. Te buscamos durante mucho tiempo, pero nadie volvió a verte. —
Él frunció el ceño—. Entonces, ¿qué te sucedió, de todos modos? ¿Dónde fuiste?
Abigail trató de recordar cuando apareció su padre adoptivo. Pero todo lo que vio fue a
Sundown saliendo de su habitación. Y entonces le pareció una eternidad antes de que ella
escuchara una voz familiar llamarla por su nombre.
—Mi padre adoptivo me llevó a casa con él. No recuerdo haber visto a la policía ni gran cosa
de aquella noche en realidad, excepto a ti.
—¿Qué te hizo pensar que los maté?
—Te vi en mi habitación.
—Yo no estaba allí, Abigail. Lo juro.
Había tanta convicción en su voz que, o bien, era el mejor mentiroso del mundo...
O estaba diciendo la verdad.
—Se parecía a ti. Incluso llevaba las botas de vaquero.
—Las botas de vaquero en Reno es el calzado normal. Eso no significa nada.
Lo cual era verdad. Sin embargo...
—Mi padre adoptivo me lo confirmó. Dijo que asesinaste a mis padres porque eran aliados
de los Apolitas.
—No tenía idea de que ni siquiera supieran lo que era un Apolita. No es algo de lo que hable
normalmente con nadie fuera de la red Dark-Hunter, ¿sabes?
Eso hizo que tuviera un poco más de sentido. Abigail se frotó la frente mientras trataba de
discernir la verdad. Sus sentimientos estaban en conflicto.
—Entonces, ¿me crees ahora? —preguntó.
Abrumada por todo, se recostó contra la cabecera.
—No lo sé, Sundown. No lo sé. —Oh, cómo odiaba estar así de cansada. La dejaba en una
ruina emocional, y todo era mucho peor en estos momentos. Las lágrimas empezaron a fluir
silenciosamente por las mejillas cuando todo se derrumbó en ella. Su vida nunca había sido fácil ni
simple.
Aunque todo el pasado era como un paseo en un carrusel en comparación con lo que era en
estos momentos. Era confuso y aterrador.
Y si Choo Co La Tah estaba en lo cierto, sólo le quedaba para vivir un tiempo muy corto.
O el mundo se acabaría.
¿Qué he hecho?
¿Qué iba a hacer?
De repente, Sundown estaba allí, sentado en la cama.
—No llores, Abby. Todo está bien.
No lo estaba, y ambos lo sabían.
La tomó en sus brazos y la abrazó. Algo que nadie había hecho en mucho tiempo. Dios, se
sentía tan bien...
Abigail hundió la cara en su pecho. Los latidos de su corazón eran fuertes y seguros, y en
este momento, necesitaba la seguridad de que no estaba completamente sola, incluso si eso
significaba abrazarse contra su enemigo.
—Lo siento mucho. No suelo hacer esto.
—No te disculpes. Mi madre solía decir que llorar es bueno para uno. Las lágrimas son el
camino que libera tu mente de pensamientos tristes.
—Ahora suenas como Choo Co La Tah.
Él le acarició la cabeza con la cara mientras una risa suave le retumbaba profundamente en el
pecho.
—Él es una especie de Yoda... «Hazlo, o no lo hagas. Pero no lo intentes».
Eso en realidad tuvo éxito al hacerla reír a través de las lágrimas.
—¿Eres un fan de Star Wars?
—Oh, sí. Que la Fuerza te acompañe.
Se puso seria.
—Si lo que Choo Co La Tah dijo es cierto, creo que vamos a necesitar algo mucho más fuerte
que la Fuerza para ganar.
—No te preocupes, encontraremos una solución. Siempre hay un camino.
Su actitud positiva la asombró.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Él se encogió de hombros.
—Estás hablando con un hombre que regresó de entre los muertos sólo para igualar la
puntuación. ¿Crees que voy a dejar que algo como Coyote gane esto? No lo creo. Una cosa sobre
los Brady... No huimos y no perdemos. Pase lo que pase, no atraparán lo mejor de mí. Y por mi
vida, si permito que te cojan. Encontraremos la manera de mantenerte fuera de peligro y salvar al
mundo. Tienes mi garantía personal y eso no es algo que doy a la ligera.
Su convicción la aturdió.
—¿Por qué te importa? Hace unas horas, estaba tratando de matarte.
—Y no hace mucho, me salvaste de dar un paso hacia la luz. No me he olvidado de eso.
Además, entiendo que quieras venganza. He pasado toda mi vida humana buscándola. No voy a
echártelo en cara, ni a ti ni a ningún otro.
Era tan diferente de las cosas que había leído sobre él. ¿Era posible que no fuera tan
desalmado como ellos afirmaban?
—Pero —continuó—, te pediría que si logramos salvarte el trasero y al mundo, encuentres
otro pasatiempo que no sea matarnos.
Qué fácil lo hacía parecer.
—¿De verdad crees que me dejarán vivir después de lo que he hecho?
Jess se detuvo mientras lo consideraba. Ella estaba en lo cierto. A él no le correspondía tomar
la decisión final. Los Poderes eran aún más vengativos que sus hermanos. Sangre por sangre. Ojo
por ojo.
Sin embargo, las cosas pasaban todo el tiempo sin que tuvieran sentido. Y los Poderes...
Eran completamente impredecibles.
—Ten fe, Abigail. A veces el mundo te sorprende.
Abigail tragó saliva ante sus palabras, deseando poder poner su fe en ellas.
—Sí, pero nunca lo ha hecho de una manera agradable. Por lo menos no para mí.
Y en el fondo del corazón, ella sabía la verdad. Esto no terminará hasta que hubiera pagado
por sus acciones.
Ella iba a morir, y ni siquiera el infame Jess Brady podría detenerlo.
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