lunes, 9 de enero de 2012

R cap 6

Jess se quedó boquiabierto mientras Abigail retrocedía ante las terribles palabras de Zarek,
pero no podía ir muy lejos. Zarek levantó la mano para sujetarla en el pasillo junto a ellos. Incluso
antes de que se hubiese casado con una diosa, había poseído algunos poderes telequinéticos
impresionantes. En la actualidad, eran absolutamente mareantes.
Miró incrédulo a Zarek mientras digería las órdenes de matarla.
—¿Me estás diciendo que Acheron, mi jefe, el realmente alto Atlante, el mayor dolor de
nuestros traseros, en realidad autorizó el asesinato de un humano?
Zarek se encogió de hombros.
—Puedo ver tu confusión. Es totalmente atípico en él. Pero ya que ha estado matando a los
Hunters... Supongo que cree que es ojo por ojo. O tal vez solamente ha tenido un día realmente
malo.
—¿En serio no estás bromeando?
Zarek dejó escapar un irritado gruñido.
—¿En serio? ¿Cuántas veces vas a preguntármelo? Podría estar en una playa en este
momento con mi esposa y mis hijos, tomando el sol mientras ellos retozan y juegan. ¿Estoy allí?
No. Estoy aquí, y no quiero nada más que darte un puñetazo, porque esta mierda me desquicia
más que mi esposa corriendo con un bikini.
Jess contó hasta diez antes de permitir que Z le irritara. Así era Zarek. El hombre tenía muy
poca paciencia, y Jess no estaba tan lejos de él. No es que culpase a Z. Tan mala como la infancia de
Jess había sido, fue un día de campo en el paraíso comparado con lo que Z había sufrido.
Sin embargo, aquellas órdenes eran tan contrarias a lo que normalmente recibían que no
conseguían entrarle en la cabeza. Acheron profanando a los humanos hiriéndolos de cualquiera
manera. ¿Por qué iba a estar de acuerdo ahora?
Esto solo le decía cuan aterrador era todo esto. El recreo había terminado.
Jess quitó la mordaza de la boca de Abigail. No había necesidad de hacerlo peor para ella.
Esperaba que gritara y maldijera. Por lo menos, que le diera un cabezazo de nuevo y luchara.
En cambio, estaba muy tranquila, teniendo en cuenta el hecho de que acababa de escuchar a
Zarek pedir su muerte.
—No me están sacrificando… para nada —dijo entre los apretados dientes.
Zarek se mofó.
—Tú lo comenzaste, nena. La elección es simple. Mueres sola, noblemente como una buena
deportista; o el mundo entero muere contigo, lo cual no creo que agradecieran mucho. Así que
ponte el pantalón de chica grande y colócate a la altura de lo que tú y tu estupidez habéis causado.
Es el tiempo de Joe Contra el Volcán. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. Pero al final, me importa
una mierda lo que hagas. Con la excepción de este vaquero y mi familia, odio a la gente con una
pasión que hace que tus sentimientos por Jess parezcan un flechazo de colegiala. Lo encantador de
mi situación actual: Soy realmente inmortal. Aniquila a la humanidad y al mundo… todavía estaré
bien. Así que lo que decidas, no me afecta personalmente. Yo diría que eres la que tendrá que vivir
con la culpa. Pero de cualquier forma, estás muerta. Independientemente de lo que hagas. He
entregado mi mensaje. Mi trabajo aquí está hecho, y tengo que volver con quien todavía no estoy
seguro de cómo dejé que me convenciera de hacerlo, que es aún más raro y más aterrador que la
actuación de Dark-Hunter —volvió su atención a Sundown—. Jess, llámame si te acobardas, y me
aseguraré de que sobrevivas al holocausto —desapareció.
—Gracias, Z —dijo Jess detrás de él—. Siempre es agradable hablar contigo.
Ahora, ¿qué debía hacer? Verdaderamente… este era el tipo de cosas para las que ni siquiera
su amplia y variada experiencia jamás le había preparado. Sí, había tratado con abundantes
despliegues de Daimon. Ejecutó en Alaska a un Daimon asesino fuera de control que había
caminado a la luz del día. Pero Daimons que eran demonios y que podían convertir a cualquiera
que ellos mordiesen, y una profecía de muerte a gran escala era un territorio nuevo para él.
Jess no estaba seguro de a dónde ir con esto.
Los ojos de Abigail estaban repletos de una mezcla de pánico y sospecha. No parecía feliz.
No es que la culpara. Él hubiera lamentado que le dijeran que tenía que sacrificarse para salvar al
mundo. Esto jodería incluso el mejor día. Y, honestamente, no estaba seguro de que estuviera más
inclinado a hacerlo que ella.
—Estaba mintiendo —su voz tenía un pequeño temblor.
¿No sería genial si la vida fuera así de fácil? Tengo malas noticias, lo que llamas una mentira
y todo lo que aseguras…
Uno sólo puede tener esperanzas.
Jess suspiró con compasión.
—Desafortunadamente, Zarek no miente. Y como has visto, no tira golpes tampoco. Es tan
franco y poco diplomático como largo es el día de verano —cortó la cuerda de las manos y la dejó
caer al suelo—. ¿Todavía vas a luchar contra mí?
Ella se frotó las muñecas.
—Teniendo en cuenta lo que dijo, estaba pensando en correr.
Bueno, al menos era honesta. Podía apreciarlo. Deslizó el cuchillo en la parte trasera del
pantalón, esperando a ver cuando se largaría.
Abigail se quedó allí, sin saber qué pensar o hacer. Sundown la miraba con una indiferencia
que sabía era engañosa. Sus reflejos eran afilados como los de cualquiera de los otros con los que se
había encontrado o luchado. El hecho de que sus realzados poderes de demonio demostraban que
no eran suficientes para someterle lo decía todo. Ninguno de los que había matado, incluido Old
Bear, le habían hecho frente cara a cara durante mucho tiempo.
Nunca se preocuparon en golpearla y secuestrarla.
De hecho, Old Bear apenas había puesto resistencia. ¿Por qué, si era tan importante, no había
luchado más duro?
¿Por qué ella no había hecho una doble comprobación de su identidad? ¿Cómo podría Jonah
haber cometido un error tan grave?
Y antes de que pudiera decidir sobre una acción, el suelo bajo los pies tembló. La fuerza era
tan grande que los tiró a ambos.
Abigail golpeó el suelo con el impacto suficiente para robarle el aliento y magullarse el codo.
Gah, duele. Definitivamente podría haber prescindido de esto además de todas las otras cosas que
este delicioso día había tenido.
Alzándose, sostuvo la mirada de Sundown desde el otro lado del pasillo.
—¿Fue un terremoto?
Aunque no es habitual en Las Vegas, ocurrían. Pero por lo general eran de menor
importancia. Éste se había sentido mucho, mucho más grande.
—No lo sé —se levantó y entró en una habitación al otro lado del pasillo.
Deberías correr mientras está distraído.
El único problema era que no sabía hacia dónde correr. Como obviamente no había ventanas
o escaleras, tendría que buscar una salida. Que probablemente sería evidente para Sundown, quien
entonces la detendría.
Y esa idea murió cuando él encendió el televisor y oyó las noticias.
No era un terremoto.
La tierra fuera de la ciudad burbujeaba y se abría. Los escorpiones se desbordaban de las
grietas como en una mala película de terror a medida que invadían todo. Miles y miles de ellos.
¿Cómo puede haber tantos? Nunca había visto más que un puñado en toda su vida.
Sinceramente, parecía que la tierra estaba vomitando artrópodos.
Ella se estremeció de repulsión.
Sundown dejó escapar un suspiro audible.
—Ahora, aquí hay algo que nunca pensaste ver, ¿eh? Zarek definitivamente no estaba
exagerando sobre las plagas que mencionó. ¿Por qué no podían ser de langostas como tienen los
demás? No. Deja a Old Bear hacer algo diferente.
Abigail meneó la cabeza en negación.
—Yo no lo hice.
No era posible. Tenía que existir otra explicación del porqué estaba ocurriendo esto. Uno que
no la apuntase con el dedo.
¿Quizás los escorpiones estaban aburridos?
¿O el Rey Escorpión estaba fastidiado de que nadie construyese un casino para él? En este
momento, estaba dispuesta a agarrar un clavo ardiendo que no se refiriese a perder la vida para
salvar al mundo.
—Cariño, eres la que dijiste que mataste a Old Bear. Intenté negarlo, pero me corregiste. Y si
realmente le cortaste la cabeza, hiciste esto. Acéptalo.
Pasó el canal a otra panorámica de un enjambre de escorpiones de camino al centro de la
ciudad en dirección a las personas que estaban gritando y corriendo para alejarse de ellos.
—Bienvenidos al Apocalipsis. ¿No es hermoso?
Abigail se sintió enferma a medida que más temblores sacudían la tierra debajo de ellos. Se
apoyó contra la pared para no ser lanzada de sus pies nuevamente.
—Se parecía a un Dark-Hunter —insistió—. No me corrigió al llamarle como uno.
Sundown arqueó una ceja ante ella.
—Tenía colmillos. ¿Y qué? Muchas cosas que no son Dark-Hunter tienen colmillos,
incluyendo a los actores de Hollywood y los niños jugando al vampiro. Deberías haber
comprobado su tarjeta de socio antes de atacarlo. Santo cielo, ¿qué pasa si te encuentras con un
grupo disfrazado? ¿Habrías matado a un montón de niños inocentes?
—Por supuesto que no. Te lo estoy diciendo. Jonah hizo el reconocimiento sobre él. Hizo un
reconocimiento de todos nuestros objetivos. El hombre que maté esa noche era un Dark-Hunter.
Jonah no habría autorizado la caza y la aniquilación de otra persona.
Sundown hizo un gesto hacia la televisión con el control remoto en la mano.
—Obviamente, alguien tenía información falsa. O simplemente mintió.
Abigail comenzó a responder cuando, de repente, cerca de ella el suelo se arqueó. Se
enderezó cuando docenas de escorpiones se aglomeraron, dispersándose por el suelo como lo
habían hecho en el desierto. Y peor aún, estos eran los más mortíferos. Escorpiones de Corteza.
Aunque la picadura de uno solo no podría matarla, ser picada por muchos podría ser fatal. Las
neurotoxinas de su aguijón eran conocidas por ser mortales.
Y era alérgica a ellos.
Chillando, trató de escapar, pero el suelo se movió incluso más, lanzándola hacia ellos.
Congelada por el terror, no podía moverse mientras los observaba con los ojos abiertos.
Voy a morir…
No tenía ninguna duda. Iban a atacarla y picarla todos a la vez.
Todo parecía más lento a medida que avanzaban hacia ella con una rapidez que era
indescriptible. Esos pequeños cuerpos retorciéndose a medida que movían sus patas cada vez más
rápido, la cola arqueada y arremetiendo a un golpe… No podía respirar, con el sonido de sus patas
correteando y el chasquido de las tenazas haciéndole eco en los oídos.
Todo el cuerpo se le estremeció a la espera del dolor. Estaban encima de ella.
Justo cuando hormigueaban a los pies, fue lanzada bruscamente fuera del suelo y sacudida
hasta que los escorpiones cayeron lejos. Una vez que estuvo limpia, fue arrojada sobre un hombro
musculoso y sacada de la habitación como si fuera una muñeca de trapo.
Sundown cerró la puerta detrás de él y la colocó de nuevo sobre los pies. Incapaz de hablar,
se sacudió el resto de los escorpiones de las botas al suelo y luego los pisoteó hasta que dejaron de
moverse.
Cada milímetro de piel en el cuerpo se le estremeció de repulsión. Era como si estuvieran
encima de ella.
Pero su alivio fue efímero. Los escorpiones estaban rasgando la puerta.
Quedó boquiabierta de incredulidad ante su poder y su persistencia. ¿Qué iban a hacer?
—¿Cómo hacen eso?
—No voy a preguntarles ahora mismo. Realmente evaluarlos no está en mi escala de
importancia.
Sundown corrió hasta un armario cerrado con llave. Introdujo un código en la cerradura
electrónica, y luego abrió las puertas. Era un armero con suficiente armamento en el interior para
equipar a una pequeña nación.
Sundown agarró una escopeta de bombeo y un montón de granadas, que puso en sus
bolsillos. Corrió hacia él, mientras los escorpiones comenzaban a inundar la habitación desde el
agujero que habían hecho bajo la puerta.
Cerró con un golpe las puertas del armario y luego la tiró detrás de él antes de que ella
pudiera armarse. Con un brillo salvaje en los ojos que era más temible que los escorpiones, abrió
fuego sobre ellos.
Volaron de nuevo en todas las direcciones como una nube de zarpazos.
Pero no los detuvo. Seguían llegando, y en mayor número.
Desesperada, Abigail miró el armario.
—¿Tienes un lanzallamas ahí dentro?
—Sí. Las malas noticias, sin embargo, es que incendiaria la casa si lo utilizo, y eso no nos
hace ningún bien.
Así era. Sin embargo, prefería ser quemada viva que ser picada por esa cantidad de
escorpiones.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
—¿Encontrar una apisonadora?
Si solo…
—No eres divertido.
Gruñendo, Abigail trató de pensar en una verdadera solución. Lo primero que había
aprendido de niña era que si se encontraba con un escorpión en la cama, estos bichos no
reaccionaban a los insecticidas; y aunque lo hicieran, Sundown habría tenido que tener galones
para detenerlos. La única manera que conocía que los mataba era aplastándolos.
Sí… no tenía los pies lo suficientemente grandes como para hacer mella en aquella horda.
Estaría asediada y muerta en cuestión de segundos.
—Lo que necesitamos aquí, gente, es una gallina muy grande.
Abigail frunció el ceño al extraño comentario y el hecho de que su acento había llegado a
hacerse más profunda a medida que hablaba.
—¿Qué tienes? ¿Hambre? ¿Ahora?
Se rió de su irritación.
—Que va. A esos animales les encantan cazar y matar a los escorpiones. Lástima que no
tenga un rebaño o dos millones en este instante. ¿Quién lo hubiese sabido? Sólo espero que los
malditos no devoren a mi Escudero.
Sundown la sacó por una puerta y entraron en otra habitación. Mantuvo el arma en una
mano mientras cerraba la puerta con llave.
Se podía oír a los escorpiones del otro lado, correteando alrededor. El sonido la hizo temblar.
No les llevaría mucho tiempo romper también esta puerta.
—Estamos muertos, ¿no?
Jess quería negarlo, pero en este momento, no podía pensar en otra cosa para escapar. Se
encontraban sin vía de escape, y los escorpiones estaban triturando la puerta. Tampoco importaba
en su caso. No podía morir de las picaduras.
Pero la mujer sí.
E incluso si no muriese, los hijos de puta le harían daño. No es precisamente algo que
ansiaba.
Miró a su alrededor, y luego sonrió mientras una idea le golpeó.
—Sube a la cama.
Ella se tensó, indignada.
—¿Disculpa?
Jess sonrió ante la dirección que habían tomado los pensamientos de ella. Normalmente no le
molestaría, pero en este momento, el sexo era en lo último que ninguno de los dos debía pensar.
—Necesitamos la altura. Sube a la cama —no la esperó. Se lanzó sobre ella. Cargó más
proyectiles en el arma, y luego disparó hacia el techo.
—¿Qué estás haciendo?
No respondió mientras daba la vuelta al arma y utilizó la culata estrellándola contra el yeso y
demoliéndolo a golpes, para ampliar el agujero. No permitas que la maldita cosa se dispare por
accidente. Si ocurría en esa posición, le sacaría un trozo de su anatomía que seguro perdería.
Abigail dejó escapar un chillido antes de que se deslizara de lado contra él. En realidad
estaba encajada entre él y la pared. En cualquier otro momento, él hubiera apreciado tener esas
curvas tan cerca presionándole el cuerpo.
Pero en este momento…
—Se adentra un enjambre.
Miró por encima del hombro para confirmar las palabras.
—Está bien. Creo que hay suficiente espacio para que pueda elevarte a la planta de arriba.
¿Sundown intentaba salvarla? Abigail estaba asombrada por la oferta. Especialmente porque
había intentado matarle hacía escasos momentos. Antes de que pudiera responder, soltó el arma y
luego le apoyó las manos en las caderas y la levantó con una facilidad que era sorprendente. Se
aferró al borde del agujero que había hecho y se impulsó así misma hacia arriba a través de éste.
No fue fácil, pero finalmente se meneó hasta llegar a atravesar la estrecha abertura.
Riendo en señal de triunfo, se encaminó hacia la puerta frontal, que estaba a sólo unos
metros de distancia. Apenas había dado un paso cuando escuchó a Sundown disparar a los
escorpiones de nuevo.
Todavía estaba atrapado.
Déjalo. No se merecía algo mejor que ser picado hasta que la cabeza le estallara. Cada parte
de ella quería oír sus gritos de dolor.
Acaba de salvarte la vida.
¿Y qué? Eso no deshacía la muerte de sus padres.
Pero ¿y si no estaba mintiendo? ¿Qué pasaba si en realidad alguien más los había matado? Si
moría, nunca podría descubrir la verdad.
El pensamiento la hizo detenerse. Si Sundown no les había matado, ¿quién fue?
¿Y por qué?
Hay más en todo esto. Podía sentirlo con todos los instintos aumentados que poseía.
Nunca he sido una persona irracional. Se jactaba de ello. Cuando otros entraban en pánico y
enloquecían, ella siempre estaba tranquila y racional. Metódica.
Más disparos sonaron.
Incapaz de abandonarle a los escorpiones hasta que supiera más, dio marcha atrás hacia el
agujero del suelo. Se arrodilló para así poder verle abajo. Efectivamente, el área alrededor de la
cama estaba llena de artrópodos.
—Dame la mano.
Sundown la miró con una expresión sorprendida que hubiera sido cómica si no estuvieran
en una situación tan mala.
Se inclinó y le tendió la mano.
—Regresa —espetó.
—Te puedo ayudar.
Le sonrió, mostrando los colmillos.
—Soy un poco más ancho de lo que eres tú, cariño. No voy a pasar por ahí.
Ella comenzó a romper el suelo para ensancharlo.
Jess arqueó una ceja al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Que me aspen si no estaba
tratando de ayudarle. ¿Quién iba a pensarlo? Asombrado, giró el arma y nuevamente comenzó a
golpear el techo desde el otro lado con la culata.
A los pocos minutos, tuvieron el agujero más grande.
Y los escorpiones ya estaban en la cama.
Jess les dio una patada antes de que le tendiese la escopeta.
—Retrocede y saltaré.
Abigail tomó el arma y desapareció.
Maldiciendo cuando un par de escorpiones le picaron la pierna, se lanzó hacia el techo. Lo
alcanzó y colgando apenas por encima de la cama que estaba completamente bañada con aquellos
pequeños bichos repugnantes. Sacudió las piernas hasta que estuvo seguro de que estaba libre de
escorpiones. Los brazos sobresalían mientras se elevaba, a través del orificio sobre el suelo de
madera. Lo logró, pero la piel le escocía debido a los rasguños de pasar a través del agujero. Por no
mencionar la pierna que le ardía por los escorpiones.
Abigail estaba en cuclillas al lado de la pared, apuntándole con el arma.
Jess no le hizo caso, mientras se trasladaba hacia la estantería de libros contra la pared y la
lanzaba hacia abajo para cubrir el agujero. Con suerte, les retrasaría un poco más.
Abigail amartillo la escopeta.
Ahora, aquello le divertía.
—No me puedes matar con una bala, mi amor. Sólo acabaras fastidiándome.
—Tal vez, pero dispararte podría ser divertido —bajó el cañón hasta la ingle—. Y aunque no
pueda ser capaz de matarte, estoy segura que podría arruinar tu vida social.
Se rió de su convicción.
—Sólo hay un problema con eso.
—¿Sí?
Señaló la escopeta con un movimiento de la barbilla.
—El arma no está cargada. He utilizado la última munición en la planta baja.
Abrió la pistola y maldijo al darse cuenta de que no mentía.
—Lo calculaste.
Sí, lo hizo. De otra manera no se la hubiera entregado. No había sido tan estúpido en
muchísimo tiempo. Sin embargo, admiraba su coraje.
Jess tomó la pistola e hizo una nota mental de donde el sol brillaba en su casa y donde no.
Hombre, espero que Andy recordara bloquear la casa. Si no, la mujer tendría una buena oportunidad de
escapar, y no habría nada que pudiese hacer hasta el anochecer.
A menos que quisiera matarla. Aún tenía un par de proyectiles en el bolsillo…
Otro terremoto sacudió la casa.
Ella ahogó un grito de alarma.
—¿Crees que son más de ellos?
—¿Con nuestra suerte? Probablemente.
—¿Cómo podemos detenerlos?
No tenía ni idea. No con tantos bichos. Si fuese Talon, podría bajar la temperatura hasta que
muriesen congelados. Pero a diferencia del celta, este Dark-Hunter con poderes no incluía el
control del tiempo.
Tan pronto como el pensamiento le pasó por la mente, la casa se oscureció completamente.
Tan oscuro como un cielo de medianoche en la pradera en los días en que había sido humano. No
había visto nada como esto en las últimas décadas. Desde que las luces modernas habían atenuado
el cielo nocturno.
—¿Qué está pasando?
Hizo caso omiso de la pregunta mientras echaba una ojeada por la pared, en dirección a una
ventana. Truenos retumbaban como un rugido furioso. Un instante después, la nieve comenzó a
caer.
Jess quedo boquiabierto era lo último que esperaba ver. Ahora, esto era más asombroso que
la invasión de escorpiones.
—Está nevando—. En abril. En Las Vegas…
Sí, el mundo estaba definitivamente llegando a su fin.
Abigail no se creyó las palabras, hasta que pasó junto a él para mirar afuera. Efectivamente,
grandes cúmulos de nieve caían del cielo. El contraste del blanco contra el negro era absolutamente
precioso.
Y sin embargo…
—Realmente ha empezado el Apocalipsis —susurró. No había otra explicación. Cosas como
estas no ocurrían, salvo en las películas y profecías del fin del mundo—. ¿Qué he hecho?
Sundown se apoyó el arma sobre el hombro con un ramalazo del pasado. Parecía un cowboy
pícaro, cerrado, cargado y listo para la siguiente ronda. Todo lo que necesitaba era un sombrero, y
él sería el perfecto cliché.
Pero lo que realmente le molestaba era lo sexy de aquella postura incluso con el pantalón del
pijama de Psycho Bunny.
He perdido la cordura.
Sin duda, el estrés de los últimos minutos la había llevado a la locura. Tenía que ser eso. No
había otra forma de que pudiera verle como algo más que un monstruo.
Tragó saliva. Su padre adoptivo siempre le había dicho que el mal era bello y seductor. De lo
contrario, nadie jamás caería en la trampa. Por esa razón Artemisa había hecho a los Dark-Hunters
tan atractivos. Era la forma en que atraían a sus víctimas antes de matarlos.
Hiciera lo que hiciera, no podía permitirse olvidarlo.
Sundown se encogió de hombros.
—Bueno, me parece que has abierto una vieja lata grande de lombrices. Y según lo que Z
dice, eres la única que puede cerrarla.
Ella se presionó la sien con los dedos para aliviar el dolor que empezaba justo detrás del ojo
izquierdo.
—Todo lo que estaba tratando de hacer era proteger a mi pueblo y a mis familiares de ti.
—Nunca fui tu amenaza.
Abigail comenzó a discutir, pero apenas había separado los labios antes de que el suelo bajo
los pies, literalmente, se abriera y la succionara hacia abajo.
Oh, querido Señor, ¡iba a morir!

No hay comentarios:

Publicar un comentario