lunes, 9 de enero de 2012

R cap 5

Abigail se despertó con un sobresalto. Lo último que recordaba era estar siendo
estrangulada por su peor enemigo. El dolor la golpeó fuerte mientras aceptaba lo que había
sucedido.
Fallé…
Después de todos estos años, finalmente había encontrado al hombre que había arruinado su
vida y asesinado a sus padres. Y la había dominado con una facilidad que le dio náuseas. Se había
jugado el todo por el todo e incluso había permitido que su cuerpo fuera utilizado como
experimento. Sin embargo, no había sido suficiente.
Te odio, Sundown Brady. ¡Podrido bastardo!
Por un momento, temió que pudiera haber muerto. Pero mientras enfocaba la atención en la
opulenta habitación en la que estaba, se dio cuenta de que estaba viva.
Y era O-p-u-l-e-n-t-a.
La cama donde yacía era tamaño King California elaboradamente tallada, con un edredón
azul oscuro de seda que era tan ligero, que se sentía como aire moviéndose. El mobiliario era de
alta calidad con apariencia de antiguo, pero no lo era. Al parecer no había ninguna ventana, pero el
techo a tres metros y medio parecía estar demasiado alto para ser un sótano. Y la placa francesa
sobre ella tenía un hermoso mural pintado en su interior, una exuberante escena de un bosque con
un ciervo dorado.
He muerto y he ido a un palacio…
Eso era lo que parecía. El cuarto en el que se encontraba era más grande que su casa entera.
Mordiéndose los labios con inquietud, se deslizó fuera de la cama y vagabundeó. Su primera
parada fue la puerta que alguien había cerrado. No es que la sorprendiera. Ni mucho menos. Sólo
la habría chocado si estuviera abierta.
Abigail cerró los ojos e intentó usar sus poderes recién descubiertos para sentir qué había a
su alrededor.
Nada se mostró. Lo que no significaba nada. Todavía era demasiado nueva con sus poderes
para manejarlos completamente.
—Tenías razón, Hannah, —susurró—. Debería haberlos perfeccionado antes de salir
corriendo tras Brady. —Pero desde el momento que Jonah le dijo que tenía el expediente
actualizado que les decía por dónde estaba patrullando Sundown, estuvo impaciente.
Ahora estaba pagando por esa estupidez.
¿Dónde estoy? No tenía ni idea de nada. Aunque el cuarto era lujoso, no había mucho en él
aparte de la cama y un tocador y el armario junto con dos sillas y una mesita de café. No había
teléfono, ordenador, o reloj.
¿La había secuestrado Sundown? Era el escenario más probable ya que dudaba mucho que
hubiera sido secuestrada por un príncipe, y eso hizo que el corazón acelerara el ritmo. ¿Por qué
haría eso y no la mataría?
A menos que quisiera torturarla.
Sí, ese sería más su estilo. Se decía de los Dark-Hunters que eran asesinos crueles que vivían
para oír a su presa suplicar un poco de misericordia mientras morían. Sin embargo para ser
honesta, esto no parecía una sala de tortura. Se parecía a un palacio. La clase de lugar que Jonah
amaría…
Y entonces ella se sintió mal mientras sus pensamientos se volvían hacia Perry y Jonah, que
habían estado con ella cuando atacó a Sundown. No tenía ninguna duda de que ambos estaban
muertos. Las lágrimas la atragantaron al pensar en su pérdida. Habían sido buenos amigos para
ella durante muchos años. Mejor de lo que se merecía algunos días. Apenas podía recordar un
tiempo en que no hubieran formado parte de su vida.
Ahora estaban muertos por culpa de Sundown, también. ¡Maldito sea!
Maldijo mientras recordaba sus últimos momentos juntos. Jonah fue el que primero había
identificado a Sundown en la calle. Ella había querido ir tras él inmediatamente, pero Perry la
había convencido de bajar a las cloacas para que pudieran emboscarlo y así mantener sus acciones
apartadas de la vista de cualquier paseante o de los policías.
¿Por qué no había funcionado? Sus poderes deberían haber sido suficientes para derrotarlo.
Era como si otra cosa le hubiera protegido de los ataques.
La frustración brotó dentro de ella hasta que sintió a alguien acercándose a su habitación.
Rápidamente regresó hacia la puerta y recorrió la mirada alrededor buscando algo que pudiera
usar como arma. No había nada a menos que arrancara un cuadro de la pared, y eran tan grandes
y difíciles de manejar, que no le servirían de nada. Sin mencionar, que eran pinturas autenticas y
no tenían un cristal delante para hacer pedazos y usar. Ni siquiera tenía una lámpara aquí dentro
con que asestarle un golpe en la cabeza. La luz llegaba de las lámparas del techo que se accionaban
con un regulador de intensidad. Apagó las luces completamente, pero eso no ayudaría. Su vista
sería mucho mejor en la oscuridad que la de ella.
No importaba. Ella lo haría morder el polvo con las manos desnudas si tenía que hacerlo. No
la derrotaría esta vez.
Se presionó contra la pared mientras la puerta se abría lentamente.
Jess se detuvo al ver la cama vacía. Habiendo sobrevivido a numerosas emboscadas en su
vida humana, supo que ella estaría cerca, esperando a saltar sobre él.
Y no de la manera en la que un hombre quisiera que una mujer atractiva le saltara encima.
Como ella no estaba en su línea de visión, debía estar detrás de la puerta. Ese pensamiento
apenas había terminado antes de que ella lo sacudiera con todo lo que tenía, lo cual era bastante
poca cosa. La puerta le golpeo el brazo y la cara. Oh sí, eso iba a dejar una marca.
Sorprendido, se tambaleó hacia atrás.
Ese fue un error. Ella rodeó la puerta con un gruñido feroz y se lanzó sobre él. Maldita sea,
era como intentar luchar contra un gato montés. Pensándolo mejor, preferiría combatir a uno.
A eso podría dispararlo.
—¡Alto! —gruñó, intentando apartarla mientras ella lo golpeaba con sus puños.
—¡No hasta que estés muerto!
Él siseó mientras ella le mordía la mano.
—Confía en mí, no quieres que muera.
Ella lo golpeó fuerte con el codo en el estómago.
—¿Por qué no?
Jess intentó agarrarla, pero se retorció de su agarre y lo pateó duro en la pierna. Él puso
alguna distancia entre ellos en el corredor.
—Estás encerrada en mi sótano insonorizado, donde nadie podrá oírte gritar, y no se
atreverán a bajar para averiguar que pasó conmigo, porque no lo tienen permitido. —
Definitivamente no era verdad, siempre le daba mucho trabajo mantener a Andy apartado de sí,
pero ella no necesitaba saberlo—. Sólo pensarán que estoy yendo y viniendo por mí cuenta. Tienes
para un día de comida en la despensa de aquí abajo. Después de eso, espero que no te importe
comer cadáver en descomposición de Dark-Hunter, porque, nena, eso es todo lo que vas a tener.
Abigail hizo una pausa ante sus palabras. Lo llamaría mentiroso, pero algo en sus ojos le dijo
que estaba siendo honesto. Además, tenía sentido por lo que sabía acerca de los Dark-Hunters y
sus hábitos. Sus hermanos Apolitas le habían contado que los Escuderos vivían atemorizados por
ellos y que los que interactuaban con los Dark-Hunters prestaban servicio sólo cuando tenían que
hacerlo. Algunos de ellos incluso daban la bienvenida a la muerte a manos de los Apolitas para ser
libres de sus amos los Dark-Hunter.
—Podría derribar la puerta.
Él se mofó de su bravuconada.
—Esto fue diseñado como un refugio subterráneo con paredes de acero de tres metros de
grosor. A menos que escondas algo de artillería pesada en tu corsé, amorcito, eso no va a ocurrir.
No hay ningún línea telefónica aquí abajo o cualquier otra cosa. Es como una tumba, lo cual será si
me matas. Pero eso es decisión tuya.
Ella quiso desgarrarle el cuello. Desafortunadamente, aunque ardía en deseos de matarlo, su
sentido de conservación la golpeó por dentro. Lo último que quería hacer era morir… al menos
antes de que él lo hiciera.
—¿Por qué me trajiste aquí?
—¿Por qué estás matando Dark-Hunters? —rebatió él.
Dando un paso atrás, deslizó un gesto repugnante sobre él. Al menos tanto como podía,
dado su cambio de guardarropa. Vestido con un pantalón de pijama de franela roja Psycho Bunny
que le añadía un sentido del humor y extravagancia a su aura de tipo duro de
desgarraré-tu-garganta, y una camiseta gris, él se veía...
Normal. La única cosa letal en él ahora era su tamaño gigante y esos ojos oscuros que
prometían su muerte.
Tragó antes de que ella contestara.
—¿Por qué lo piensas?
—Aparte del hecho que estás tan loca como un gato de tres colas en una fábrica de sillas
mecedoras, estoy tan despistado como un potro recién nacido.
El estómago de Abigail dio un vuelco ante sus palabras.
—Oh lo olvidé. Piensas que está bien matar a los inocentes Apolitas y humanos y hacer presa
de ellos. Bueno, tengo noticias para ti, muchachote. No lo aceptaremos más. Tus días de matarnos
han terminado, y nosotros os cazaremos ahora.
Frunciendo el ceño, él levantó la cabeza hacia atrás con una expresión frustrada.
—¿Me lo repites?
—¿Eres sordo?
—No, señora. Pero sé que no acabas de acusarme de matar a los mismos que protejo.
Su negación disparó una bomba fresca de furia a través de ella. Rechinando los dientes, se
lanzó sobre él.
Jess la atrapó contra el pecho. Ella le pisoteó el empeine. Maldiciendo, él se inclinó hacia
adelante y le dio un pisotón de regreso. Gran equivocación. Ella le golpeó con sus manos las orejas.
El dolor le astilló el cráneo. Ella le habría dado con la rodilla en la cara si no hubiera puesto un
poco más de distancia entre ellos.
Cansado de ser golpeado, se maldijo a sí mismo por rechazar las esposas.
Su única opción fue envolverse alrededor de ella y aplastarla contra la pared para que no
pudiera continuar lastimándolo.
—Deja de pelear —gruñó en su oreja.
—¡No! Tú me lo arrebataste todo, y voy a matarte por ello.
Eso sólo lo confundió más.
—¿De qué estás hablando?
—Tú asesinaste a mis padres. ¡Bastardo!
Durante algunos latidos del corazón, él no pudo respirar cuando revivió su vida como
humano. Cambia la palabra padres con padre y transfórmale en humano, y recordó el día cuando
alguien más había hecho esa acusación. Después de decirlo, el hombre sacó su arma de fuego y le
disparó.
La bala le había entrado en el hombro. Actuando por puro instinto agudizado por
incontables tiroteos, Jess había sacado su propio Colt y había devuelto el favor. Sólo que su bala
pasó directamente a través de la cabeza del hombre. No fue hasta que Jess lo revisó que se dio
cuenta de que el hombre era un muchacho de dieciséis años de edad que se había quedado con la
mirada fija en él con agonía mientras la luz se apagaba en sus ojos. El padre que él había
mencionado había sido un fullero que había intentado disparar a Jess fuera de un salón algunas
semanas antes de eso. El tonto estúpido había sacado una derringer contra él. Jess lo había
desarmado, y cuando el jugador de apuestas fue a apuñalarle, le había disparado a quemarropa.
Justificado
Pero la muerte del muchacho...
Ese era uno de la docenas de recuerdos semejantes que él esperaba que Dios pudiera
purgarle de la mente.
—No he matado a un humano en más de ciento cuarenta años, y malditamente seguro que
no maté a tus padres.
Ella le gritó, entonces se sacudió con bastante fuerza para librarse del agarre.
—¿Ni siquiera lo recuerdas? Tú despreciable, podrido...
Atrapó su mano antes de que ella lo abofeteara.
—Querida, no le he disparado a un humano desde que yo era uno. Aquí la única loca eres tú.
Ella lo empujó de nuevo e intentó patearlo.
—Te vi con mis propios ojos. Tú los abatiste a tiros a sangre fría.
Eso encendió su temperamento. Él podría haber sido un montón de cosas, pero eso… eso…
—Oh, como diablos. No he matado nunca en mi vida a nadie a sangre fría.
Ella apretó los labios.
—Bueno… eres un asesino a sueldo. Es todo lo que alguna vez has conocido. A ti nunca te ha
importado a quién y a qué hagas caer siempre que recibas el pago por eso.
—Fui —enfatizó la palabra— y a los que maté, lo hice en un duelo justo. Tuvieron tanta
oportunidad de vivir como yo. —Aunque era el primero en admitir que había sido un criminal de
sangre fría, a diferencia de Bart, había tenido líneas que no cruzaría. Cosas que ninguna cantidad
de dinero le podrían obligar a hacer.
—Te juro por Dios que no maté a tus padres.
Abigail vaciló. Él quiso decir lo que estaba diciendo. Podía verlo en sus ojos y lo podía oír en
su tono indignado.
—¿Cómo pudiste olvidar aquella noche? Te oí peleando con mi padre. Tú te fuiste y luego
regresaste e irrumpiste en nuestra casa.
Él sostuvo en alto las manos para enfatizar el punto.
—Nunca he forzado la entrada en una casa. Un banco, seguramente. Un tren una vez o dos
para robar las nóminas, pero nunca la casa de alguien.
—Estás mintiendo.
Él negó con la cabeza.
—No miento. No tengo ninguna necesidad de hacerlo.
—Basura. Yo estaba allí. Te vi.
—Y yo te digo ahora mismo que no estaba. Por el alma de mi madre, no los maté. Y aunque
me peleé con tu padre, ni una vez le golpeé o incluso le insulté.
Entonces para su total asombro, él fue hacia un gabinete un poco más allá del corredor y
abrió un cajón que tenía una caja fuerte con un escáner de mano. Puso encima su palma y abrió la
caja fuerte. Dentro había una pistola y un KA-BAR. Sacó el cuchillo.
El corazón le aporreaba con fuerza al darse cuenta de que iba a apuñalarla. Se preparó para
la pelea.
No llegó.
En lugar de eso, giró el KA-BAR para que la hoja le apuntara y la empuñadura hacia ella.
—Si realmente, verdaderamente piensas que maté a tus padres, ten tú venganza. —Colocó el
cuchillo en su mano.
Completamente fuera de guardia, clavó los ojos en él con el pesado peso del cuchillo en la
palma. Has esperado toda tu vida para esto. Córtale el cuello. ¿Y qué si ella moría después? Tendría su
venganza.
Ella quería su vida con una pasión que era innegable. Era una necesidad primitiva que le
gritaba por la sangre. Pero algo en el intestino le dijo que esperara.
Y en ese instante, tuvo otro recuerdo. Sundown sentado ante la mesa de su cocina,
coloreando con ella.
—Vaya, Laura, tienes a una verdadera artista aquí. Nunca he visto una mejor versión de
Scooby Doo.
Abigail había resplandecido de felicidad mientras su madre les traía a ambos una taza de
chocolate caliente. Cuando su madre les dio la espalda, Jess le había añadido malvaviscos a la taza
de Abigail porque eran sus favoritos. Él le había guiñado el ojo y entonces se había puesto el dedo
en los labios y dirigió los ojos hacia la espalda de su madre para decirle que guardara silencio
sobre eso para que ninguno de ellos se metiera en líos por ello. No podía contar las veces que había
hecho algo dulce como aquello por ella.
Sundown había sido su amigo.
No, contrarrestó su raciocinio. Los había matado. Ella había visto su cara en el espejo de su
cuarto. Él no sabía cómo ser amigo de alguien. Era un traidor hasta la médula, y si le estaba
ofreciendo un cuchillo...
—¿Qué clase de truco es este?
Él no se retractó o parpadeó. Aguantó de pie justo delante de ella, mirándola a través de sus
gruesas pestañas. Su presencia era aterradora y abrumadora mientras un tic pulsaba a un ritmo
feroz en su mandíbula.
—Sin trucos. Créeme, comprendo esa necesidad profunda en el alma de matar a la persona
que te arrebató lo que amabas. Sé que de hecho soy inocente, pero no te culparé por lo que crees,
aunque estés equivocada. —Dejó caer los brazos a los costados—. Quieres matarme, hazlo. No te
detendré. Pero ten por sabido que cuando lo hagas, tú misma derramarás sangre inocente. Que
Dios tenga piedad de tu alma.
Gruñendo de furia, se movió para cortarle la yugular, esperando que él le agarrara la mano y
usara el cuchillo contra ella.
No lo hizo.
—Te mataré —dijo con los dientes apretados con fuerza. Podría cortarle la cabeza. No tenía
ninguna duda.
Continuó con la mirada fija en ella.
—Hazlo.
Decidida, presionó la hoja tan cerca del cuello que extrajo una gota de sangre con el oscuro
acero al carbono. Aún así, él no se movió. Solamente esperó pacientemente a que ella terminara
con su vida.
—¿Qué estás esperando? —Sus palabras sonaron como una burla.
Rechinó los dientes con furia contra sí misma.
—No soy como tú. No puedo matar a alguien que está indefenso.
—Es bueno saber que los otros Dark-Hunters a los que asesinaste tuvieran una posibilidad
de luchar.
Ella arrancó la hoja de su cuello.
—Oh, perdóname, jodido bastardo. Sé exactamente cómo haces presa de las personas y luego
culpas a los Apolitas por eso.
La miró frunciendo el ceño.
—Espera, un momento, espera. Estoy confuso. Primero soy un asesino, y ahora soy culpable
de hacer presa de toda la humanidad. Mujer, ¿con quién has estado hablando? Ellos han trastocado
tu cabeza del revés y aun más. No somos los tipos malos en todo esto. Los Daimons son los que
aniquilan a los humanos, no nosotros.
¿De qué coño estaba hablando ahora?
—¿Daimons? ¿Qué es un Daimon?
Él se atragantó.
—¿Trabajas con Apolitas y nunca has oído el término?
—No. ¿Ellos son alguna especie de demonio?
Sundown cruzó los brazos sobre el pecho mientras le dirigía una mueca incrédula de
disgusto.
—Los Daimons son los Apolitas que viven después de su vigésimo séptimo cumpleaños.
¿Qué estaba tramando? Seguramente, conocía la historia de su gente adoptiva aun mejor que
ella.
—Los Apolitas no puede hacer eso. Es imposible.
—Oh, sí, pueden. Lo sé, porque son a los que cazamos. Cada noche. Sin falta.
Ella puso los ojos en blanco ante su locura.
—Eres tan mentiroso.
—¿Por qué mentiría?
—Porque eres uno de los que matan humanos y luego culpas a los Apolitas —repitió,
enfatizando las palabras para que incluso él las pudiera comprender—. Tú los usas como chivos
expiatorios, y ésta debe ser la mentira que dices para justificarla.
—¿Y eso tiene sentido en un universo alternativo? ¿De verdad? ¿Por qué culparíamos de
algo que ni humanos ni Apolitas saben que existe para tapar estos supuestos crímenes que
cometemos? Caramba, tendría más sentido culpar a los hombrecillos verdes. ¿Quién te contó esta
tontería?
Antes de que ella pudiera contestar, algo brillante destelló a su izquierda.
Levantando la mano para escudarse los ojos, se encogió de dolor. Era absolutamente
cegador.
Cuando la luz se desvaneció, había otro hombre en el corredor con ellos. Uno con una
malvada sonrisa de desdén, quien se veía como si hubiera sido criado para ningún otro propósito
que matar. Alto con pelo negro azabache y helados ojos azules, era hermoso. Vestido con una
camisa azul y pantalón vaquero, tenía una pequeña perilla. La recorrió con la mirada, entonces
trabó su mirada en Sundown, quien parecía conocerle.
—¿Tengo que matarla por verme aparecer?
Sundown negó con la cabeza.
—Ella ya sabe de nosotros.
El hombre desconocido le chasqueó la lengua.
—Muy arriesgado, chico. Si Acheron descubre que has estado soltando los entresijos a los
civiles, tendrá tu culo.
Sundown se paso el pulgar por la línea de la mandíbula. Tenía una expresión que le dijo que
él estaba extrañamente divertido.
—No es lo que piensas, Z. Pon en funcionamiento esos poderes de dios y úsalos. No soy
responsable para nada de sus conocimientos.
Z se burló.
—Impresionantemente jodida la sintaxis que hay aquí, vaquero. Me alegro de poder
seguirla… Algo. En cuanto a los poderes, realmente no tengo tiempo para escanearla y en realidad
me importa una mierda. Mejor mátala y ahórrame el gasto de energía para algo que en verdad
podría disfrutar… como hurgarme la nariz.
Argh. Alguien era socialmente torpe. No estaba segura en este punto de si le gustaba Z o no.
Era bastante antipático.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Sundown.
—Tengo un enorme problema.
A Jess no le gustó el sonido de eso en absoluto. Deslizó la mirada hacia Abigail.
—Ya tengo uno de esos. No necesito otro ahora mismo, amiguito.
Zarek se rió maliciosamente ante su afectuoso término. Sólo Jess podía llamar al ex esclavo
romano así y vivir. La única cosa que se sabía acerca de Zarek era que no se necesitaba demasiado
para motivarlo a cometer homicidio. Odiaba a todas las personas y no quería tener nada que ver
con el mundo en general. Dicho eso, los dos se conocían desde hacía mucho, y si no fuera por Jess,
Zarek podría estar muerto ahora y no casado con una diosa griega.
Era una deuda sobre la que ninguno de ellos hablaba. Nunca. Sin embargo, Zarek no era la
clase de hombre que la olvidaría tampoco. Tenían una unión tácita de amistad que corría tan
profundamente como un lazo de sangre.
Zarek se puso serio.
—Bueno, eso es demasiado malo, compañero. Porque debo dejar caer esto justo en tu regazo.
Alguien mató a tu camarada esta noche.
El corazón se le hundió ante las noticias.
—¿Ren?
—Otro amigo.
Jess frunció el ceño. Como Z, él tendía a huir de la mayoría de las personas. Su pasado no se
prestaba exactamente a confiar.
—Sólo os tengo a ti y a él. Así que estoy en blanco sobre quién estás hablando.
Zarek lo golpeó en la espalda.
—Piensa, amigo. Un feroz inmortal al que le gusta apostar en el casino de Sin, viste camisas
de mal gusto y ve anime.
Jess inhaló abruptamente mientras entendía.
—¿Old Bear?
—Dale a este muchacho un bizcocho. —El tono de Zarek goteaba sarcasmo—. Finalmente lo
captó.
Jess no podía creer lo qué Z decía. No era posible. Old Bear era uno de los cuatro Guardianes
y poderoso más allá de lo imaginable.
—¿Cómo?
—Algún tonto le cortó la cabeza cerca de la una de la mañana.
La mujer los miró frunciendo el ceño.
—¿Estás hablando del Dark-Hunter nativo americano situado aquí?
Un mal presentimiento traspasó a Jess mientras él se encontraba con su mirada. Sin duda
alguna no habría sido tan estúpida para...
—Di que no lo hiciste.
—¿Matarlo? —preguntó—. Estupendo. No lo hice… pero lo hice.
Oh si, esto era malo. La clase de mal que se representan en las películas de terror. De hecho,
prefería estar desnudo en un ataque zombi sin municiones o refugio, recubierto de materia
cerebral y llevando una señal que dijera VEN A ATRAPARME, que encarar lo que iban a tener que
afrontar ahora.
—Cariño, déjame darte una lección rápida. Sólo por tener algunos siglos de edad y colmillos,
no lo convierte en un Dark-Hunter.
Zarek asintió.
—Y en realidad necesitamos a algunos de esos colmilludos inmortales. Old Bear resultaba ser
uno de ellos.
Ella puso los ojos en blanco despectivamente.
—Patrañas.
Jess la ignoró. No había necesidad de discutir con ella justo ahora. Tenían problemas mucho
más grandes que su terquedad.
—¿Cómo de malo es? —Le preguntó a Zarek.
—Bueno, era el Guardián para la Región Oeste, donde su gente había desterrado a una parte
de los peores de sus depredadores sobrenaturales. Ahora que está muerto, el balance ha cambiado
de posición y esos que él custodiaba serán liberados.
Jess odiaba incluso hacer la siguiente pregunta. Pero desafortunadamente, tenía que hacerla.
—¿Cómo lo harán?
Cuando contestó, el tono de Z era tan seco como el desierto.
—Nada demasiado grande. Un par de plagas. Algunas espeluznantes anomalías
climáticas.… Oh, y mi favorito el mismísimo... —Hizo una pausa para crear un efecto, lo cual le
dijo a Jess lo malo que iba a ser—… Espíritu Gris.
Oh sí, esa era realmente una alineación estelar del infierno. Literalmente.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?
Zarek negó con la cabeza.
—No tengo sentido del humor, lo sabes. Los Guardianes Oscuros irán a por Choo Co La Tah
ahora, ya que es el Guardián de Norte. Si le vencen, también podrían liberar a los que él custodia.
Y se desataría una guerra apocalíptica que haría que el líder Daimon, Stryker, pareciera un
blandengue. Sí, eso era justo lo que necesitaban.
La mujer se colocó los brazos en la cintura con resentimiento.
—¿De qué estáis hablando?
—Nada importante. —Zarek pasó una mirada desagradable sobre ella—. Sólo del fin del
mundo como nosotros lo conocemos, y para que conste, no me siento bien. Ni tú lo harás cuando
todo eso llegue derrumbándose en tu cabeza.
Jess arrastró la atención de Zarek de regreso a la cuestión más importante. Salvar al mundo
de esos que le provocarían un importante daño.
—¿Dónde está Choo Co La Tah ahora?
—Ren estaba con él en el momento que Old Bear murió. Ahora él lo está cuidando. Cuando
el sol descienda, Ren necesitará ayuda para trasladar a Choo Co La Tah al Valle de Fuego.
Ahora, eso no tenía ningún sentido.
—¿Por qué?
Zarek se encogió de hombros.
—Tendrás que preguntarle a Ren tú mismo. No hice preguntas y nadie se explicó. Todo lo
que sé es que tiene algo que ver con una profecía de su panteón, y por esa razón, no puedo ir
contigo. Aparentemente el área en la que tienes que entrar está protegida de cualquier dios o
semidiós nacido fuera de su panteón. Sólo estoy aquí como mensajero. Ash habría venido, pero su
mujer está de parto.
—¿Por qué te llamó?
Zarek le dirigió una mirada jocosa.
—Por mi encantadora personalidad.
Jess bufó en mofa.
—Muy bien, imbécil. Estoy seguro de que tuvo que ver con el hecho que se imaginó que no
me dispararías.
Esa fue una buena apuesta, y Ash sin duda se había contenido de llamar a Andy porque el
chico era demasiado excitable para ocuparse de noticias como esta. Andy incluso se quedaría en su
cuarto, descontrolándose por el fin del mundo e intentando tener relaciones sexuales antes de que
ocurriera.
—¿Por qué no me llamó? —Por alguna razón, las llamadas de Ash llegaban incluso aquí
abajo. Ese hombre tenía el mejor servicio de móvil.
—Lo intentó. Tú no contestaste al teléfono. Y debido a que está un poco ocupado con su
mujer amenazando con castrarlo por sus dolores de parto, me envió a mí.
Dios, eso, Jess habría pagado por escucharlo. No podía imaginarse a alguien amenazando a
Ash.
Deslizó la mirada de vuelta a Abigail, la cual no había sido otra cosa más que un problema
desde el momento en que la siguió por la cloaca. La llamada debió haber llegado cuando habían
estado peleando.
Zarek caminó hacia ella.
—Y gracias a usted, señorita Repelente, por hacernos esto fácil. —Chasqueó los dedos y una
soga apareció en sus muñecas, atándolas juntas.
Ella gritó ante la afrenta hasta que Zarek manifestó una mordaza sobre sus labios para
reprimir los insultos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Jess.
—Poniéndotelo fácil a ti.
Completamente perplejo, frunció el ceño ante las acciones de Zarek.
—¿Poniéndomelo fácil el qué?
—Su transporte.
En este punto, Z comenzaba a irritarle los nervios.
—Deja de actuar como un Oráculo de tercera y escúpelo todo para que tenga sentido. —
Porque ahora mismo, no tenía ni idea del porqué Zarek la había atado como un pavo de navidad, y
él estaba demasiado cansado para continuar persiguiendo respuestas.
—Encantado. Con el fin de devolver todo a la normalidad y detener el infierno que se
avecina, Choo Co La Tah tiene que ir al Valle y ofrecer en sacrificio a quien mató a Old Bear. —
Dirigió una sonrisa irónica hacia la mujer—. Esa eres tú, dulces mejillas.

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