lunes, 9 de enero de 2012

R cap 4

Abigail había pasado su vida entera preparándose para el momento en que viera a
Sundown Brady otra vez. A través de los años, cuando no se estaba entrenando para matarlo,
había reproducido cada panorama imaginable a través de la mente. Ellos encontrándose por
accidente. Una irrupción en su casa en mitad del día para asesinarlo mientras dormía. Un bar
abarrotado lleno de humo donde se acercaba a él y entonces le clavaba un puñal en el corazón y lo
observaba caer a sus pies mientras moría en una absoluta agonía. Incluso un cine abandonado
donde lo atrapaba en el interior y lo hacía arder hasta los cimientos. Todo por la melodía de oírle
pidiendo un poco de misericordia.
Pero ninguno de esos supuestos la habían preparado para esto.
En primer lugar, era mucho más grande de lo que recordaba. No sólo alto, que lo era, sino
ancho y extremadamente musculoso de un modo que muy pocos hombres lo estaban. Era la clase
de constitución que decía que la podía partir en dos si estuviera lo suficientemente cerca. Su pelo
oscuro caía justo pasando las orejas y estaba un poco desgreñado, como si se hubiera perdido una
cita con el peluquero. La barba de dos días oscurecía una cara tan perfectamente formada, que no
se veía real. Sus ojos eran negros, y la inteligencia allí decía que nada, absolutamente nada,
escapaba de su atención.
Aun con sus nuevos poderes, tragó al pensar en combatirle. Él no caería fácilmente.
Probablemente se la llevaría por delante.
Pero todo en lo que tuvo que pensar fue en sus padres y la forma despiadada que habían
muerto a sus manos, y la rabia fiera en ella comenzó a arder a un nivel que no sería intimidado o
negado. Exigía su sangre.
Sundown Brady iba a morir esta noche, y ella era el heraldo que lo entregaría.
Jess se congeló mientras veía a la mujer de cerca. El pelo negro en una apretada cola de
caballo estaba retirado de sus facciones exóticas. Vestida con un pantalón vaquero y una oscura
camiseta morada, estaba armada de pies a cabeza. Pero eso no fue lo que lo detuvo súbitamente.
Por un instante, podría jurar que estaba viendo la cara de Bart.
El tiempo pareció detenerse mientras asimilaba todo eso. Sus ojos azul oscuro tenían la
forma de los de un gato. El hoyuelo en su barbilla. La manera en la que ella lo miraba como si
pudiera matarlo.
Fue como si yaciera herido sobre el suelo otra vez, contemplando a Bart justo antes de que
apretara el gatillo la última vez.
—¡Bastardo! —gruñó ella en una voz que era inquietantemente familiar. Una que traía de
regreso atormentados recuerdos.
Antes de que pudiera recuperarse, se lanzó sobre él.
Jess respingó hacia atrás y se retorció, enviándola contra la pared. Miró a los dos Daimons,
quienes se mantenían apartados de la pelea por alguna razón. Pero no tenía tiempo para pensar en
eso cuando ella regresaba hacia él, para acuchillarle el cuerpo con un KA-BAR negro.
Él bloqueó la hoja con el antebrazo a través del de ella, entonces atrapó su mano. Vaya, ella
era fuerte. Sobrenaturalmente fuerte. Sin mencionar, que continuaba dándole patadas. Peleaba
como un gato montés bien entrenado.
—¡Suéltame! —gruñó ella, golpeándolo con la cabeza.
Esto le sacudió los sentidos, pero se rehusó a soltarla. Ella estaba impaciente y demasiado
cerca para eso. Si la soltara, le apuñalaría en alguna parte que iba a doler.
Ella miró más allá de su hombro hacia donde los otros dos estaban echados a un lado.
—¡Agarradlo!
Estupendo. La lanzó hacia los Daimons. Ella chocó contra ellos, pero no los desaceleró.
El teléfono vibró otra vez, advirtiéndole que se le estaba acabando el tiempo. Voy a ser un
animal crujiente si no hago algo rápido. Aunque probablemente podría esconderse aquí, no quería
arriesgarse. Los policías y los trabajadores ocasionalmente se aventuraban a bajar a las cloacas.
Todo lo que necesitaba era que uno de ellos lo encontrara cargado de armas.
O peor, una inundación repentina podría abalanzarse sobre él. Lionel le había advertido en
su primera noche aquí acerca de buscar refugio durante el día en el desagüe. Cada año, había un
número de sin hogar que moría por la inundación. Aunque no podía ahogarse, podría ser barrido
a luz del día, lo cual realmente apestaría para él.
Por lo que tenía que salir de aquí. Rápido.
Lo realmente malo era que no la podía matar. Se suponía que los Dark-Hunters no mataban
a los humanos, aún cuando fueran atacados por ellos. Regla estúpida, concedido. Pero era una por
la que Acheron tendría su culo si la rompía.
Y luego allí estaba la terrible sospecha que tenía acerca de su identidad. No estaba seguro si
quería tener o no razón.
—¿Abigail?
La cólera oscureció sus ojos azules.
—Me recuerdas.
¿Cómo podría olvidarla?
—Pensé que estabas muerta.
Gritó de rabia antes de atacarlo con una furia que pareció venir de alguna parte
profundamente dentro de ella. Fue la misma fuerza que él había tenido cuando fue a por Bart.
Ahora que sabía quién era ella, no había forma de que la pudiera lastimar. Se atragantó por
las conflictivas emociones. Alivio, pesar, y una profunda necesidad de no dejarla terminar con su
vida.
—¿Asumo que eres la que ha estado matando a los Dark-Hunters?
Ella alzó la barbilla con altanería mientras le dirigía un golpe.
—Con deleite. Pero tú eres al que realmente quiero.
¿Por qué? Todo lo que alguna vez había hecho fue protegerla a ella y a su familia.
Cogió su brazo y la acercó bruscamente.
—Ah, amorcito, para eso, todo lo que tenías que hacer era desnudarte.
Ella frunció el labio antes de que atacara aún más cruelmente.
Él se tambaleó bajo un par de golpes bien asestados. Estaba demasiado bien entrenada.
Pero claro, también él.
Jess retorció el cuchillo de su mano y logró finalmente atraparla en un agarre adormecedor.
Ella era más difícil de coger que un cerdo hambriento engrasado. Afortunadamente, estaba
acostumbrado a sujetar tales cosas irascibles. Pero si hubiera sido humano, ella se habría liberado y
habría regresado sobre él.
Se giró hacia los Daimons.
—Un paso más cerca, y os romperé el cuello.
Intercambiaron un escéptico ceño fruncido.
—Lo digo en serio —repitió, mientras parecía como si estuvieran a punto de saltar al ataque.
Aumentó la presión en su carótida y yugular. En segundos, ella estaba fuera de combate. Aún así,
esperó algunos segundos más, en caso de que estuviera fingiendo. En este punto, no daría nada
por supuesto con ella.
Una vez que estuvo seguro de que estaba inconsciente, la deslizó a un lugar seco en el suelo.
—Está bien, rufianes. Venid.
En el momento en el que dio un paso al frente, se adentraron corriendo en el túnel.
Bien, al menos no eran Daimons infectados que podrían convertirlo.
Jess comenzó a ir tras ellos, pero se lo volvió a pensar. Estaba demasiado cerca del amanecer,
y ahora mismo tenía el premio de todos los tiempos.
La mujer que los había estado cazando.
Una mujer a la que una vez había conocido.
—No puedo creer que sobrevivieras. —¿Pero cómo? Tenía tantas preguntas, que lo
marearon.
Lo mejor que podía hacer era interrogarla y descubrir lo que estaba ocurriendo y por qué ella
se lo ponía tan difícil a ellos. Esperando que no viviera para lamentar esta decisión, la recogió y la
cargó hacia la calle. Ahora que no estaba tratando de patearle las joyas hasta la garganta, se dio
cuenta exactamente de lo diminuta que era. Muy musculosa, pero bajita.
Como Matilda.
Aplastó esa rápida comparación. Ella no se parecía en nada a la que habría sido su esposa,
amable y de voz suave. Nadie lo era. Era la razón por la que seguía enamorado de ella y el porqué
todas esas décadas más tarde aún le dolía la pérdida de su amistad.
La mujer en sus brazos era como todos las demás que él alguna vez había conocido.
Traidora. Letal. Egoísta. Independientemente de lo que él hiciera, no podía permitirse olvidar eso.
Ella lo quería muerto, y si no la detenía, lo mataría y entonces seguiría adelante sobre el resto de
sus colegas.
Ninguna buena obra queda impune…
Él la había protegido, a ella y a su madre, ¿y cómo le pagaba la deuda? Intentando matarlo.
Qué extremadamente típico.
Jess llegó al exterior mientras el cielo estaba comenzando a aclararse. Mejor me apuro y soy
más rápido… Estaba demasiado cerca del momento.
No se había alejado del conducto cuando vio un coche de la policía pasando por la calle.
Mierda.
¿Cuáles eran las posibilidades de que no lo vieran y continuaran? Probablemente casi tan
buenas como que ellos creyeran que devolvía a su mujer a su cuarto después de una larga noche
de borrachera.
Sí…
No había sido tan afortunado en mucho tiempo.
—Espero que la prisión no tenga una ventana —masculló en voz baja.
El coche patrulla se deslizó junto a la cuneta y se detuvo.
—¡Oiga, usted! Acérquese.
Sí, era bonito saber que la mala suerte era la única cosa estable en su vida.
Jess ajustó el agarre sobre Abigail mientras debatía las opciones. Ninguna de ellas era buena,
sobre todo porque tenía guardado un arsenal debajo del abrigo. Uno que seguro que iban a
desaprobar si lo descubrían.
Asegurándose de actuar indiferentemente, caminó hacia el coche.
—¿Sí, señor?
El oficial dirigió la mirada sobre Abigail.
—¿Hay algún problema?
Oh, sí. Vosotros, gente, estáis fastidiando como la mierda misma cuando necesito volar a casa. Jess se
obligó a no dejar traslucir su molestia.
—Demasiado bebida. La estaba llevando de vuelta al casino donde nos alojamos.
El hombre estrechó la mirada suspicazmente.
—¿Necesita un médico?
No, necesitaba un descanso.
—No, oficial. Sin embargo, muchas gracias por la oferta. Ella estará bien. Bueno, la resaca
será bastante feroz, estoy seguro, pero después de algunas horas estará bien, como nueva.
—No sé, George —dijo el otro oficial desde el asiento del pasajero—. Creo que deberíamos
detenerle, por si acaso. Lo último que necesitamos es que él la secuestrara o algo por el estilo y lo
dejáramos ir. Piensa en la pesadilla de relaciones públicas que sería si resultara ser un asesino o
violador en serie.
Jess tuvo que contener una maldición ante el imbécil paranoico. Sí, la estaba secuestrando,
pero ella era la asesina en serie, no él.
—Oye, Jess.
Giró la cabeza para ver a otro oficial de policía acercándose desde la acera. Al menos a éste lo
conocía.
—Kevin, ¿cómo te va?
Kevin se interpuso entre Jess y el coche.
—¿Hay algún problema? —le preguntó a los otros oficiales.
¿Era eso lo que se les enseñaba en la academia, o qué?
—No —dijo rápidamente el oficial en el coche—. Lo vimos llevando a la mujer y sólo
queríamos asegurarnos de que nada iba mal.
Gracias a Dios que ni él ni Abigail habían sido ensangrentados o amoratados durante la
pelea y sus ropas no estaban rotas. Eso habría sido incluso más difícil de explicar. Tal y como
estaba, sus ropas no estarían más arrugadas si ella simplemente se hubiera desmayado por la
bebida.
—Ah —dijo Kevin, arrastrando la palabra. Señaló a Jess con un tirón de su barbilla—. No os
preocupéis. Jimmy y yo nos haremos cargo a partir de aquí.
Jimmy, el compañero de Kevin, se acercó por detrás de Jess para saludar con la mano a los
oficiales en el coche.
Los dos parecieron estar aliviados de que pudieran pasarle esto a alguien más.
—Está bien. Gracias por ahorrarnos el papeleo. Nos vemos más tarde. —El coche arrancó.
Dándose la vuelta, Kevin arqueó una ceja ante Jess y la mujer que él estaba sujetando.
—¿Debería preguntar?
Jess desvió el peso de Abigail.
—No si quieres conservar tu trabajo, y no quiero decir el que no te permite tu casa de un
millón de dólares. —El teléfono comenzó a saltar otra vez con otra advertencia acerca de la salida
del sol. No es que lo necesitara. El cielo estaba adquiriendo un espeluznante tono luminoso.
Kevin levantó la mirada como si leyera la mente de Jess.
—Te vuelves un poco mordaz cerca del amanecer, ¿verdad?
—Más de lo que quisiera.
Jimmy gesticuló hacia su coche, el cual estaba estacionado a algunos metros de distancia.
—Vamos, podremos regresar a tiempo.
—Gracias. —Jess finalmente respiró tranquilo. Esto también le prevenía de tener que batallar
con ella sobre su moto y sujetarla allí, cuando lo más probable era que recobrara el conocimiento
en cualquier momento. Tuvo que admitirlo, tener Escuderos que eran policías era muy práctico.
Esa era una cosa que Sin había establecido bien en esta ciudad. En Reno, había sido fácil con una
red de Escuderos. Pero este lugar estaba enredado hasta el extremo.
Jimmy mantuvo la puerta abierta para ellos. Jess se metió en el asiento trasero y colocó su
paquete junto a él e intentó no notar lo asombrosamente bonita que era. El serio revoltijo en la
cabeza mezclaba las facciones de la persona a la que una vez había amado muchísimo y de la única
que alguna vez había odiado verdaderamente.
La vida no es justa.
Y nunca era simple.
Kevin y Jimmy entraron y encendieron la sirena. Comunicaron su descanso y aceleraron
hacia su casa a toda velocidad.
—Aprecio que hagáis esto.
—No hay problema —dijo Kevin con una franca sonrisa—. Es bonito atravesar corriendo las
calles cuando no estamos realmente en un aviso. Me hace sentir como un piloto de carreras.
Jess frunció el ceño mientras pasaban la salida interestatal.
—¿No sería más rápida la autopista?
Jimmy se rió.
—Para ti, civil. No tenemos que parar en los semáforos.
Eso tenía sentido. Normalmente le llevaría a Jess un poco más de veinte minutos llegar desde
el centro a su complejo de once acres en Tomiyasu Lane (dependiendo desde donde estuviera
cuando partiera), pero él condujo todavía más lejos para tomar la interestatal. Si no se detenían en
los semáforos, deberían llegar a destino en el mismo tiempo, tal vez menos.
Con algo de suerte, realmente podría evitar arder en llamas en el asiento de atrás. Sería difícil
que los Escuderos se lo explicaran a su comandante de guardia. Aunque podría ser entretenido
verlos intentarlo si él no fuera la mancha.
Kevin miró a Jess por el espejo retrovisor.
—¿Así que querrías contarnos algo sobre la mujer ahora?
—En realidad no.
Jimmy se rascó la parte de atrás del cuello.
—¿Vamos a tener que archivar un informe de personas desaparecidas sobre ella más tarde?
—Lo dudo. Ella está trabajando con un grupo de Daimons. Normalmente no son de esa clase
que llamamos amigos. —Y sabía de hecho que no tenía familia.
A menos que se hubiera casado.
El aliento se le atoró mientras se daba cuenta de que no sabía nada acerca de ella ahora.
Caramba, podía estar casada con un Daimon o un Apolita. El mero pensamiento lo enfermó. Pero
los humanos ocasionalmente se juntaban con ellos por una razón u otra.
Ella podría ser la madre de alguien…
Sin duda alguna no habría estado en la calle cazando Dark-Hunters si tuviera a alguien
dependiendo de ella.
¿Lo haría?
Jimmy se dio la vuelta en el asiento con los ojos muy abiertos para mirar a través de la
mampara de separación hacia él.
—¿Es ella de la que los Oráculos han estado hablando? ¿El humano que os está
exterminando?
Debería haberme callado la boca. Ahora todos los sitios de red social usados y trabajando para
los Escuderos se iluminarían como un árbol de Navidad.
—Creo que sí, pero apreciaría que mantuvierais esto entre nosotros hasta que tenga la
posibilidad de hacerle algunas preguntas.
—Por supuesto. —Jimmy golpeó a Kevin en el brazo—. Te he dicho que era real. ¡Ja! Me
debes veinte pavos.
—Sí, sí, lo que sea —murmuró Kevin.
No dijeron ninguna otra cosa mientras aceleraban a lo largo de South Las Vegas Boulevard.
Jess sintió ese cosquilleo familiar detrás del cuello. El sol estaba saliendo. El cielo se estaba
volviendo más brillante con cada latido. Y estaban todavía a unos tres kilómetros y medio de su
casa. ¿Lo peor? Tenía que ponerla fuera de combate otra vez si ella comenzaba a recobrar el
conocimiento.
Jess se frotó el pulgar y el índice juntos, un tic nervioso que había desarrollado como
pistolero. Era la misma sensación que tenía ahora mismo. Un error. Un retraso.
Y era historia.
Sólo que esta vez, no confiaba en sus instintos y sus habilidades para sobrevivir. Confiaba en
los de ellos…
Los primeros rayos estaban a punto de surgir justo mientras se detenían ante las rejas negras
que protegían el camino de acceso. Jess se deslizó hacia abajo en el asiento mientras usaba la
aplicación del iPhone para abrirlas. También envió señales para las puertas del garaje.
Vamos, vamos…
La piel ya le ardía ferozmente. No pasaría mucho tiempo antes de que estuviera muerto.
Kevin salió disparado a través de los portones antes de que hubieran terminado de abrirse y
a través de su largo camino de acceso. Demasiado largo, comprendió mientras Kevin le
transportaba el culo a lo largo de todo el recorrido y todavía no estaban a cubierto. ¿Por qué
diablos había comprado una casa con un camino de entrada de tres kilómetros? Ligera
exageración, leve, pero maldita. Pareció eterno antes de que estuvieran dentro del garaje.
Jess aspiró un largo suspiro de alivio, y se echó hacia atrás en el asiento.
—Eso es lo más cerca al tocino que quiero llegar a estar por algún tiempo.
Sin hacer comentarios sobre eso, Jimmy llegó para abrirle la puerta y dejarlo salir.
—¿Necesitas alguna ayuda con ella?
Él negó con la cabeza.
—No, está bien. Aunque, gracias.
Jess acababa de sacarla del coche y se dirigía a la puerta trasera cuando Kevin bloqueó su
camino. El Escudero sacó un par de esposas.
—¿Las necesitas?
Eso en verdad lo hizo reír.
—Creo que puedo manejar a una pequeña potranca sin ellas. —No obstante, dada la azotaina
que le había dado hacía poco, podría volver a pensarlo.
El orgullo va antes de una caída…
Kevin las devolvió a la pequeña cartuchera de su cinturón.
—Está bien. Te veremos más tarde.
Jess inclinó la cabeza hacia ellos antes de llevarla a la casa.
Vaciló dentro de la puerta. ¿Ahora qué hacer con ella? No había pensado mucho en el
próximo movimiento, y aunque debería haberlo hecho en el coche, había estado un poco
preocupado con pensamientos de arder en llamas.
La mejor opción sería llevarla al sótano con él. Había el suficiente espacio ahí abajo para
mantenerla encerrada y lejos de cualquiera que pudiera pensar en soltarla antes de que él quisiera
ponerla en libertad.
O peor, ella hiriendo a Andy mientras estuviera tratando de escapar.
Que definitivamente no iba a hacer.
Está bien. De vuelta al plan original. La retendría escaleras abajo en sus dominios.
La llevó hacia el elevador oculto y a lo que Andy llamaba su mazmorra de quinientos
cincuenta metros cuadrados. No había sido tan fácil encontrar una casa en las Vegas con un
sótano, especialmente uno de este tamaño así como que también tuviera un establo para sus
caballos. Cuando al principio Andy le habló sobre este lugar, Jess había pensado que estaba
bromeando.
Andy no lo hizo. La casa tenía realmente seis mil metros cuadrados. Seis mil setecientos
techados.
Asombraba lo que un hombre haría por sus caballos.
Diablos, había vivido en pueblos más pequeños. Pero las cosas fueron dichas y hechas, la
casa era perfecta para él, debido a que le permitía quedarse escaleras abajo sin ser molestado. Aquí
abajo, la luz del día no le bloqueaba. Podía vivir una vida subterránea casi normal.
La casa tenía un total de dieciocho suites, con tres de ellas ubicadas en el sótano. La llevó a la
habitación más cercana y la depositó sobre la cama. Comenzó a caminar hacia fuera, pero algo en
ella lo retuvo a su lado. Se veía tan frágil así. Sin embargo, el doloroso latido en la mandíbula
donde ella le había pegado un porrazo le dijo que era cualquier cosa excepto eso.
¿Qué había provocado que una cosa pequeña como ella los cazara tan cruelmente?
Los Daimons debieron de haberle mentido. Hacían eso bastante. Incontables humanos
habían sido utilizados como sus herramientas durante siglos. Los Daimons les prometían vida
eterna, y al final, asesinaban a los humanos cuando terminaban con ellos.
Pero su cólera había sido más profunda que eso. Ella había peleado como si guardara un
rencor personal.
Suspiró mientras pensaba en la última vez que él había visto a sus padres. Esa había sido una
noche jodida. Hasta el día de hoy, todavía podía ver las salpicaduras de sangre que habían
cubierto el cuarto. La sangre que lo había envuelto...
No había habido señal de Abby en la casa, y él definitivamente la había buscado. Siempre
había esperado que estuviera en la casa de un amigo.
La idea más inquietante era que ella había estado allí. Que los había visto morir. Ese
pensamiento le hizo sentirse enfermo del estómago. Ningún niño debería presenciar los horrores
de aquella noche. Así como él esperaba que Artemisa le hubiera ahorrado la visión de lo que
ocurrió después de que hubiera sido asesinado.
Algunos recuerdos no eran dignos de conservarse.
Y cuando la policía había sido incapaz de localizarla, todos ellos habían asumido que estaba
muerta.
Sin embargo, aquí estaba ella...
Crecida y pateando culos.
Frunciendo el ceño, pasó la mano hacia abajo por su mejilla. Ella tenía la piel más suave que
alguna vez hubiera sentido. Lisa. Acogedora. Cálida. Siempre había amado la manera en que la
carne de una mujer se sentía debajo de los dedos. No había nada más suculento.
Sus facciones eran exóticas e intrigantes. Tan diferentes de las de Laura, y al mismo tiempo,
podía ver lo suficiente de Laura allí para que le tirara del corazón. Laura había sido a la vez un
refugio y un infierno para él. Alrededor de ella, se había sentido conectado al pasado, y esa
conexión le había herido tan profundamente como lo había confortado. Había intentado dejarla ir,
pero no podía cortar el vínculo.
Ahora le gustaría haberlo hecho.
Tal vez entonces Abigail habría tenido una vida normal. Una mujer de su edad debía salir
con sus amigos, divirtiéndose y disfrutando de su juventud. No persiguiendo Dark-Hunters.
Definitivamente no matándolos.
Una sonrisa tiró de las comisuras de los labios ante su cola de caballo. No supo por qué, pero
eso le recordó cuando era niña. Ella había poseído un montón de arrojo aun entonces. Y era
extraño estar tan atraído hacia ella ahora, habiendo estado allí cuando nació. Intentaba no pensar
en eso cada vez que estaba con una mujer. En un nivel que no quería reconocer, le molestaba. Él
era lo suficientemente viejo para ser su tátara tátara tátara abuelo.
Pero de todos modos no era lo suficientemente altruista para ser célibe. Era tanto lo que un
hombre podía hacer. Cuanto más si no sabían lo viejo que era. Para ellas, era otro tipo a mitad de la
veintena que conocían en un bar y llevaban a casa.
Sin embargo, Abigail lo sabía.
Y ella lo odiaba por eso.
Giró su cara en dirección a él. Sus ojos se abrieron solo una rendija, y cuando los vio...
Él retrocedió.
¿Qué diablos? Con el corazón latiéndole con fuerza, suavemente alzó un párpado. Sin duda
alguna, sus ojos eran rojos con hilos amarillos corriendo a través de ellos.
No era humana después de todo.
Al menos no completamente.
Oh sí, esto era malo. Realmente malo. ¿Era la enemiga del oeste de la que Ren había estado
hablando? La profecía y las advertencias del Oráculo nunca habían tenido mucho sentido para él.
Tratar de descifrarlas era suficiente para dar una migraña de nueve días hasta para la mente más
fuerte.
Y estaba demasiado cansado ahora mismo para pensar detenidamente en ello. Necesitaba
dormir algo antes de ocuparse de esto. O al menos un descanso...
La cubrió con una manta, entonces se aseguró de que no encontrara ningún camino fuera de
este dormitorio hasta que él estuviera listo para permitirle irse.
En la puerta, bajó las luces para que ella pudiera ver en el cuarto cuando recobrara el
conocimiento, pero no tan brillantes para que la perturbaran.
Volvió la mirada de nuevo hacia ella, y el aliento se le atoró en la garganta. Con esta luz y
con su cabeza inclinada, era tan parecida a su madre que lo aturdió temporalmente y lo llevó de
regreso al pasado.
Vio a Matilda descansando sobre la orilla del arroyo donde ella lo había llevado a un picnic
poco después de su compromiso. El sol había calentado tanto que se había quedado dormida
mientras él le leía una de sus novelas baratas favoritas en voz alta. Su belleza serena le había
encantado y había pasado horas observándola, suplicando para que esa tarde no terminara.
“Te amo, William”.
Todavía podía oír su voz. Veía su sonrisa. Se aclaró la garganta del nudo repentino y sacudió
la cabeza para despejarla, también.
Abigail no era Matilda.
Pero mientras yacía allí sin el odio disparándose fuera de sus ojos hacia él, era igual de bella,
y avivaba las emociones dentro de él que habría jurado enterradas.
Sin querer pensar en eso, se fue hacia su cuarto y se quitó el abrigo y las armas. Mientras se
desvestía para irse a la cama, los pensamientos se le aceleraron rondándole en la cabeza mientras
intentaba sacar en claro lo que le sucedía a ella.
Dónde había estado todo este tiempo.
Debería haberla cacheado en busca de una identificación. Sí, sin duda. Eso le daría su dirección y le
haría saber si estaba todavía soltera o si se había casado.
Sintiéndose como un completo imbécil, regresó para ver si podía localizar una.
Abrió la puerta y se congeló.
La cama estaba completamente vacía, y no estaba en ninguna parte a la vista.

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