lunes, 9 de enero de 2012

R cap 3

Ren Waya se deslizaba con la brisa mientras oía los latidos de la tierra, repiqueteándole en
los oídos. Sonaba como un tambor tribal, convocando a los espíritus ancestrales de su letargo a fin
de prepararse para la guerra. Y mientras volaba, Hermana Viento llevaba un perfume nuevo para
él. Que nunca había olido antes, y considerando su extrema edad, decía mucho.
Algo estaba allí, que no pertenecía.
Incapaz de identificarlo, descendió más, y luego reconoció a un motociclista en la carretera
mucho más abajo. La motocicleta fue reduciendo su salvaje velocidad mientras el piloto se
encontraba con el tráfico y las luces de Las Vegas. Ren soltó un graznido mientras seguía la
elegante moto negra a la ciudad.
Envuelto en un guardapolvo negro, el piloto no era consciente de ser vigilado. Por supuesto,
la alta y estruendosa música en el interior del casco del piloto retumbaba hasta un nivel que sería
ensordecedor y podría tener algo que ver con aquello. Renegado de Styx. La ironía de aquello no
pasó desapercibido para Ren. Si pudiera sonreír en su forma actual, lo haría.
El piloto se deslizó pasando el tráfico y giró al brillantemente alumbrado Casino Ishtar, que
tenía el estilo de un antiguo templo Sumerio. Ren perdió de vista al conductor mientras se dirigía
al aparcamiento inferior. Se inclinó hacia la derecha para esquivar la pared y dio vuelta atrás.
Jess se retiró el casco antes de dar su nombre al aparcacoches.
El encargado se enderezó.
—Señor Brady, caballero, se nos dijo que le diéramos tratamiento de guante blanco. Podrá
aparcar su moto en cualquier lugar que desee, y nos aseguraremos de que nadie lo moleste. Si
tiene cualquier problema o necesidad, póngase en contacto con el conserje Damien Metaxas, y él se
encargará de ello por usted.
Un hombre podía acostumbrarse a ese nivel de servicio, era como estar en Disney World.
—Gracias —dijo, y entregó al mozo veinte dólares.
Jess se metió en un espacio reducido en la parte delantera de la línea de coches y limusinas,
donde su moto estaría fuera del camino, y luego aparcó su 2006 MV Agusta F4CC en la acera. De
120.000 dólares cada una, su montura era una mina de oro para cualquier ladrón que tuviese
conocimiento de motos. No es que el dinero fuera una gran cosa para él. El reemplazarla, sin
embargo, era otra cosa, ya que eran tan raras como un amigo fiel, y se había encariñado mucho con
ella.
Odio visceralmente a los humanos por ser codiciosos. Pero en su día, había hecho peores cosas por
menos.
La desconectó, puso el casco en el asiento, luego se echó las llaves al bolsillo. Hacía un poco
de calor para el guardapolvo, pero lo prefería, ya que ayudaba a esconder las armas que necesitaba
para su oficio. Sin necesidad de asustar a los civiles más de lo necesario.
Lo malo de Las Vegas, era que no se podía escupir sin dejar caer los gérmenes en un Daimon.
Prácticamente eran propietarios de este lugar. De hecho, tres de los aparcacoches de aquí eran
Apolitas, incluido el que había hablado con él. Y el director del casino, Damien Metaxas, era en
realidad, en toda la extensión de la palabra un Daimon que ningún Dark-Hunter tenía permitido
matar. Afirmaban que Metaxas se alimentaba sólo con los seres humanos que merecían morir:
violadores, asesinos, pedófilos. Pero, ¿por qué aceptar la palabra sobre ello? ¿Alguien realmente lo
había comprobado?
Incluso cuando el propietario del casino, Sin, siendo un Dark-Hunter, había tenido que
trabajar para él.
—Eres un maldito hijo de puta, Sin —murmuró Jess mientras sacaba las gafas de sol y se las
ponía.
Mantén a tus enemigos cerca, supongo. Aún así…
—Llegas tarde.
Jess sonrió, cerciorándose de mantener los colmillos a la vista mientras lo hacía. Se dio la
vuelta al oír la profunda y acentuada voz que había venido desde atrás.
—No sabía que la abuelita estaba vigilando y estableciendo el toque de queda.
Cinco centímetros más alto, Ren tenía su largo pelo negro azabache recogido en una trenza
que arrastraba por la espalda. Incluso sin aquella cabreada expresión, era intimidante como para
hacer huir a todos. Al menos a aquellos que podían ser intimidados.
Jess definitivamente no encajaba en esa categoría.
El único color en el cuerpo de Ren era el hueso y la gargantilla de color turquesa que llevaba
como un homenaje a su herencia de nativo americano, aparte de eso, estaba envuelto
completamente de negro de la cabeza a los pies. Jess le preguntó una vez a qué tribu pertenecía,
pero Ren se había negado a responder. Ya que no era asunto de Jess, nunca preguntó de nuevo, a
pesar de que llevaban siendo amigos durante más de un centenar de años.
Jess se rascó la barba, deseando haberse afeitado un poco más.
—Pensé que esta noche estabas en comunión con Chocolate.
Ren negó con la cabeza.
—Choo Co La Tah.
—¿No es eso lo que dije?
Ahora, esa sí que era una expresión aterradora. Fue impresionante.
—Para un hombre que nació hablando Cherokee, no entiendo por qué no puedes pronunciar
bien las cosas.
—Ah, patata, pataata. ¿Realmente importa en el gran esquema de las cosas?
—Lo hace si alguna vez entras en contacto con él. Créeme, tu mezcla de sangre Cherokee no
te compra tolerancia alguna cuando se trata de él.
Sí, eso era lo que pasaba con los inmortales. Muchos de ellos no eran precisamente
bondadosos. Muchos eran francamente intolerantes. Y en cuanto al Choo Co La Tah, Jess estaba
más que familiarizado con ello, pero era una de esas cosas de las que nunca hablaba.
—Entonces, me encargaré de llamarle Ser Sublime.
Ren se echó a reír.
—Buena elección.
Jess decidió cambiar el tema sobre lo que le había molestado hacía unos minutos.
—¿Entonces eras aquello que volaba por encima de mí mientras conducía?
—¿Me viste?
Jess se encogió de hombros con indiferencia.
—No te enteras, siento todo lo que me rodea. —Incluso antes de que Artemisa le hubiese
otorgado poderes psíquicos, aquella era una capacidad que había tenido desde su nacimiento.
Nadie había sido capaz de acercarse sigilosamente a él.
Sacar una pistola a sus espaldas y dispararle era otra historia. Sólo alguien tan cercano a él
como Bart había podido matarlo de esa manera. Lo de Bart había sido insólito, algo que nunca
debió haber sucedido.
—Y yo pensaba que estaba siendo cauteloso.
Jess bufó.
—¿Con ese graznido femenino que soltaste? ¿Hiciste que una rana resbalara por tu garganta
y muriera, o qué?
Ren dejó escapar un breve heh.
—Alégrate de que me caes bien.
—Tengo razón, porque he visto cómo lanzas cuchillos, y es aterradoramente inspirante.
Ahora bien, si no te importa… —Jess comenzó a alejarse.
Si permanecían juntos mucho tiempo, estarían agotándose mutuamente la fuerza. Era un
seguro en caso de fallo que los dioses utilizan para no permitir a los Dark-Hunters combinar sus
poderes y hacerse cargo de la humanidad.
—Espera.
Jess hizo una pausa.
—Choo Co La Tah quería advertirme de que algo antinatural está llegando desde el oeste.
La dirección de la muerte para los Cherokee. No sabía si la gente de Ren tenía las mismas
creencias que su madre o no.
—Sí, está bien. Vigilaré a los Daimons subiendo por la calle.
—Esto es serio, Jess. Nos estamos acercando al Fin de los Tiempos cuando todo se restaura.
De todos los hombres, tú sabes lo que pasa si las cosas se desalinean.
Sí, lo hacía. Los Mayas no eran los únicos antiguos americanos que tenían calendarios.
Muchas de las tribus tenían similares ciclos de rotación, incluyendo los Cherokee.
—2012 no ha llegado todavía.
—No, pero el regreso del Pálido ha acelerado lo que sea que viene. Se cuidadoso ésta noche.
Ahora sí, eso estaba consiguiendo fastidiarlo, todo el mundo picoteándolo como un montón
de gallinas.
—Andy me dijo lo mismo antes.
—Dos avisos. Una noche.
Tiempo de escuchar. Entendió. Lástima que no hubiera tenido esas advertencias antes de ser
asesinado como humano. Eso habría sido un poco más útil que las advertencias vagas para alguien
que era básicamente inmortal e inmune ahora. Pero en ese entonces, la vida era siempre aprender
un día tarde y quedarse corto.
—Está bien. Estaré vigilante.
Ren inclinó la cabeza hacia él.
—Bien, porque eres la única razón por la que estoy aquí, y detestaría pensar que me he
exiliado sin necesidad. —Cuando Jess había sido transferido allí hacía unas semanas, Ren pidió ir,
también—. No me obligues a tener que caminar espiritualmente para cortarte la garganta.
Jess resopló ante la amenaza.
—Tengo que decir, que morir realmente arruinaría mi mejor día. Has estado allí, de hecho, y
ahora que lo pienso, Artemisa olvidó entregarme la camiseta.
Ren rodó sus ojos.
—Eres un psicótico.
—Y lo estamos porque somos Hunter, por lo que tenemos que conseguir patrullar antes de
que los Daimons inicien la alimentación.
Ren agitó la mano delante de él y pronunció una bendición en su lengua nativa.
Jess no lo comprendía, pero apreció el gesto.
—Lo mismo digo, di-na-da-nv-tli. —Y con eso, partió hacia la célebre ruta, que estaba atestada
de turistas despistados esperando convertirse en la andante Comida Feliz de un Daimon.
Jess mantuvo su ritmo relajado, mientras usaba cada sentido que tenía para percibir
cualquier depredador antinatural que estuviese fuera y en los alrededores. Había un ambiente
extraño a la ciudad, y le hizo preguntarse por la disminución de los Dark-Hunters de aquí.
El propietario del Casino Ishtar, Sin, estaba descartado de la lista. Sin había caído enamorado
de una de las doncellas de Artemisa y estaba redimido del servicio. Así que el suyo fue un éxodo
feliz.
Lionel, Renee, y Pavel todos habían muerto en los últimos meses. Supuestamente por la mala
suerte. Lionel y Renee por no llegar a casa antes del amanecer. Pavel había sido decapitado en un
accidente de tráfico anormal. Al menos, esa era la historia oficial.
Tras lo que Andy y Ren habían dicho, Jess ahora se cuestionaba cuán certero era eso.
Otros dos Dark-Hunters habían sido trasladados para reemplazar a los muertos en acción.
Syra, quien era más conocida como Yukon Jane, y Rogue, un inglés cuyo vocabulario remilgado
contrastaba con sus métodos extremadamente psicóticos. Ese chico definitivamente no estaba bien.
Le hizo preguntarse a quiénes moverían para reemplazar a Lionel.
Supongo que lo averiguaremos.
Una rubia pasó junto a él en la calle con un aspecto de ven-y-sígueme-vaquero aquello le
llamó la atención alejándolo de esa línea de pensamiento. Dejó escapar un lento hálito apreciativo
por el descaro de su caminar. Siempre había tenido debilidad por una mujer que sabía cómo
manipularse a sí misma y, más concretamente, manipular a un hombre que estaba anhelando por
ella.
Ella le sonrió por encima del hombro.
Tienes trabajo que hacer, muchacho.
Sí, pero es deliciosa.
Trabajo, Jess. Si Andy estaba en lo cierto, existe un asesino suelto, y necesitas encontrarlo y detenerlo.
Realmente lloriqueó por el hecho de no poder seguir en pos de la rubia. En Reno, factible.
Aquí…
Demasiados Daimons.
Una nueva razón por la cual necesitaban matarlos.
Suspirando, cruzó Spring Mountain Road, en dirección norte por Las Vegas Boulevard.
Acababa de pasar la entrada de Neiman Marcus en el Fashion Show Mall y se acercaba a The
Cloud cuando el familiar hormigueo le bajó por la espalda. Que era inconfundible.
Había Daimons cerca.
Pero, ¿dónde? La gente estaba por todas partes. Es difícil identificar un Daimon en una
multitud de ese tamaño. Por no hablar de las brillantes luces, incluso con sus oscuras gafas de sol,
era duro para sus fotosensibles ojos de Dark-Hunter. Puesto que fueron creados mucho antes de la
bombilla moderna, Artemisa les había dado una increíble visión nocturna que odiaba realmente
cualquier cosa brillante. Era francamente doloroso.
Cerrando los ojos, enfocó los otros sentidos. Al principio quedó abrumado por todo lo que
oía. Pero transcurridos unos segundos, se estableció para que pudiera identificar lo que necesitaba.
Se encontraban en el aparcamiento subterráneo a su izquierda.
Jess se dirigió a él, cerciorándose de mantenerse lejos de cualquier cámara de la calle que la
policía podría utilizar para la vigilancia, una cosa en la que Rogue era el mejor, ya que había
llegado de Inglaterra, donde sus calles tenían más cámaras que una bien surtida mega tienda Best
Buy.
Se metió en el garaje que estaba lleno de coches y vacío de gente. Al principio no oyó nada
más, y entonces…
A su derecha.
Sacando las dagas, que guardaba en las mangas, por si acaso se encontraba a alguien que no
entendería el porqué un hombre alto, de pelo negro con gafas de sol muy oscuras y la ropa no
acorde a la temporada cálida iría armado hasta sus colmillos. En realidad, oficial, estaba tratando de
proteger a la humanidad matando a éstas cosas que absorben las almas humanas para vivir más allá de su
vigésimo séptimo cumpleaños, simplemente no era suficiente. Porque nadie iba a creer aquello, no se
lo podía imaginar. En realidad, la osadía de las modernas cortes y los jueces.
Jess llegó a detenerse bruscamente al encontrar algo incluso más espeluznante de lo que
había esperado.
Había cuatro Daimons en el suelo, dándose literalmente un festín con lo que debía ser un
demonio de algún tipo. A primera vista, parecía humano. Pero era imposible no darse cuenta del
extraño tono de piel, un poco fuera de lo normal, y el olor de ella.
Ese cuerpo no era humano.
Uno de los Daimons le miró como si hubiese detectado la presencia de Jess.
—Dark-Hunter —gruñó.
Ahora, normalmente, los Daimons harían eso y saldrían corriendo. Ese había sido el
procedimiento normal durante los últimos ciento treinta y nueve años.
Estos no corrieron.
Bueno, no era cierto. Corrieron hacia él. La última vez que había pasado fue en su breve
estancia en Fairbanks, Alaska, con Syra y un par más. Y eso no había ido muy bien para él. Fue
incluso peor para los otros Dark-Hunters que habían muerto allí.
Jess atrapó al primero que llego a él. Pateó al Daimon hacia atrás y hundió la daga
directamente en el corazón del Daimon.
No llegó a explotar.
Simplemente cabreó totalmente al Daimon.
Ah, ahora, espera un minuto…
—¿Qué…? —Finalizó las palabras cuando el Daimon lo levantó y lo lanzó contra la pared del
fondo, donde se estrelló con fuerza contra el hormigón.
El dolor le estalló a través del cuerpo. Hacía bastante tiempo desde que se lastimó tanto. Le
trajo numerosos recuerdos tristes.
Sin embargo, no aceptaba una paliza sin devolverla. No, señor. A continuación de un tirón se
puso de pie, encogiendo los hombros el abrigo cayó en un fluido movimiento y corrió hacia su
atacante.
—No dejes que te muerda.
Jess miró hacia donde Sin se había unido a la lucha. Casi una cabeza más alto, Sin llevaba el
pelo negro muy corto. Vestido de negro como Ren -algo que todos hacían, ya que ayudaba a
camuflar las manchas de sangre que pueden llegar a acumularse en los combates, y para que
engañarse, era mucho más fácil parecer rudo con el negro que con el color rosa de muñeca- Sin le
lanzó una nueva arma, que era similar a una cimitarra pequeña.
La atrapó mientras el Daimon se percataba de lo que se avecinaba. Los ojos del Daimon se
abrieron como platos al ver el arma. Por fin, eso era a lo que él estaba acostumbrado.
Respeto.
Bueno, en realidad el miedo, pero se conformaba.
Sin dio la vuelta al Daimon más cercano y con un contundente retroceso y un golpe rápido,
lo decapitó. Se encontró con la mirada de Jess.
—Ahora ya sabes cómo matarlos.
Sin duda.
—Hagas lo que hagas, Jess, no dejes a ninguno de ellos darse a la fuga.
Jess no lo hizo. Por supuesto, le costó correr un poco, a punto estuvo él mismo de decapitarse
con una viga en el bajo techo del aparcamiento, un par de costillas magulladas a causa de los
Daimons que sabían dar importantes patadas, y más acrobacias de las que un hombre de su edad
debería ser capaz de hacer, pero corrió a por el último y se aseguró de que el Daimon no tomase
más vidas humanas
Jadeando y sudando, se mantuvo de pie sobre el cuerpo espeluznante con un ceño perplejo.
Sin sonrió cuando se le unió.
—Eso, tengo que decir, fue muy impresionante. Corres como una liebre. Es una lástima que
hayas nacido antes del fútbol. Tú, amigo mío, habrías sido un profesional. —Pasó una dura mirada
sobre el cuerpo de Jess—. No te han mordido, ¿verdad?
—Ni siquiera una mujer dispuesta me muerde, y definitivamente nadie sin una invitación
explícita. —Jess indicó el cuerpo con una sacudida de la barbilla—. ¿Dispuesto a que me digas por
qué siguen aquí? La única cosa con la que se podía contar con los Daimons era el hecho de que se
auto-limpiaban. Matas a uno, y éste explota en polvo. Normalmente ellos no se quedan en el suelo
sobre un charco de sangre, todos con ese aspecto macabro e inmundo como estos.
Sin pateó el cuerpo.
—Supongo que estos no han llegado todavía de Reno.
—¿Estos?
—Daimons que caminan a la luz del día.
Ah, infiernos no...
Esto no puede ser bueno.
—¿Cómo?
—Tuvimos un pequeño problema por aquí hace un par de años. Hubo un hervidero de
demonios Gallu que se alimentaban de los turistas. No creo que sepas lo que es un Gallu.
—Soy un pistolero, Jim, no un demonólogo.
Sin se colocó junto a él para poder quemar el cuerpo del suelo.
—Buena impresión para Bones. Roddenberry se sentiría orgulloso. —Hizo un gesto con la
barbilla hacia el cuerpo quemado—. Los Gallus son la contribución de mi panteón a la lista de
pesadillas. Depravados e inmorales, no les importa a quién matan, y son prácticamente
indestructibles.
—Agradable.
—No tienes ni idea. Yo les había contenido aquí por un tiempo. Por desgracia, se escaparon.
Lo que se figuraba, y era como él temía. Se acercaba a la Ciudad de los Desmadres. Debería
ser listo y desviarse a Normalidad.
—Entonces, ¿cuántos hay correteando por ahí ahora?
—No captas la idea, Dark-Hunter. No son simplemente ellos ya, se propagan. A diferencia
de un Daimon, un bocado, y te conviertes en su esclavo. Pueden hacer más de sí mismos. Esto es
bastante malo. Pues los Daimons se dieron cuenta de que podían alimentarse con los Gallu.
Jess sacudió la cabeza.
—¿Por qué tengo la sensación de que esto realmente me va a joder?
—Porque lo hace. Una vez que los Daimons se alimentan de un Gallu, se convierten en
inmortales y absorben la esencia del demonio y los poderes en sus cuerpos. Como ya he dicho, los
Daimons pueden caminar a la luz del día, y la única forma de matarlos es decapitándolos y
quemándolos.
—¿Entonces una mordedura, y yo soy su esclavo?
—Exactamente.
Jess maldijo.
—¿Y quién pensó que sería una buena idea?
Sin alzó la mano.
—No me hagas empezar. Hay idiotas en todos los panteones. Algunos días, creo que los
sumerios tenían más que su cuota justa, y sólo espero que la estupidez sea congénita y no algo
contraído a lo largo de la vida. De lo contrario, estoy más que jodido. —Aceleró la quema del
cuerpo—. Pero volviendo a lo que nos concierne a la mayoría de nosotros. Hasta ahora, los brotes
han sido controlables.
Era una manera de ver las cosas, pensó.
Sin embargo...
—Sabes que habría sido una ayuda si en realidad hubieras hablado sobre esto con todos
nosotros antes de encontrárnoslos. Si no hubieras aparecido ahora, me habría bloqueado en un
juego inútil de Whac-A-Mole, tratando de acabar con ellos clavándoles un cuchillo en el corazón.
Yo podría haber sido croqueta para el Gallu Daimon. Realmente no mola, Sin.
—¡Ey! Me acabo de enterar de esto hace unos días, he iba a contártelo.
—¿Cuándo? ¿Después de que me mordieran y me convirtieran en un Gallu Dark-Hunter
zombi? —Dios, menudo proyecto de película de terror. Él simplemente no quería ser la estrella de
la misma.
Sin estrechó una mirada de enojo sobre él.
—Te fuiste antes de que te alcanzara.
—No soy de esos psíquicos, amigo. ¿Cómo iba yo a saber que querías hablar conmigo?
Sin frunció el ceño.
—¿No te dijo el aparcacoches que esperaras?
—No.
Fue el turno de Sin para maldecir.
Obviamente, el Apolita no había sido tan amistoso como parecía. Jess chasqueó la lengua.
—Eso es lo que te pasa por vivir con los enemigos, Slim. Cuenta con que no se inmutan al
apuñalar por la espalda.
—Ni los amigos.
Jess hizo una mueca por la estocada.
—Ahora, eso ha sido simplemente insensible, Sin. Cierto, pero muy frío —admitió.
—Sí, bueno, estuve tratando de llamar tu atención en la calle. Es por eso que te he seguido
hasta aquí. Quería advertirte sobre ellos antes de que te metieras en una pelea con uno.
Eso le dio que pensar.
—¿Me estabas siguiendo? —¿Y sin que se diera cuenta?
Imposible.
—Sí.
Jess frunció el ceño ante eso.
—¿Por qué no te sentí?
—Tal vez la rubia te distrajo.
No funciona de esa manera. Ni una sola vez había dejado de advertir a alguien a la espalda.
A menos que...
—¿Qué eres?
—¿Perdón?
Jess pasó la mirada sobre él, tratando de encontrar algo para confirmar sus sospechas.
—No eres humano, y sé que no eres un Daimon o un Apolita. —Los Daimons, a no ser que
utilizaran Clairol, eran rubios con la piel más clara que la de Sin—. Ya no eres un Dark-Hunter, así
que...
Sin ofreció una medio sonrisa traviesa.
—Tienes razón. No soy ninguno de ellos.
—¿Qué, entonces? ¿Eres un dios?
La sonrisa de Sin se agrandó.
—Recuerda, Ray, cada vez que alguien te pregunte si eres un dios, la respuesta correcta es
siempre sí.
Jess soltó un bufido.
—Yo vi esa película, y creo que lo has citado mal.
—La impresión es la misma.
Lo que significaba que Sin no quería responder. Muy bien. Jess no insistiría en el tema. Él
entendía bien el deseo de guardar algunas cosas para uno mismo.
—¿Le hablaste a Ren sobre ellos? —preguntó Jess.
—Sí. Le pillé cuando bajé, luego me fui a por ti.
Gracias a Dios por eso. Miró la mancha quemada en el pavimento que era lo único que
queda de los Daimons. Se encontró con la mirada de Sin.
—Agradezco la ayuda. Y tengo otra pregunta. ¿Ya que no puedo lanzar llamas por las manos
como hiciste tú hace un momento, cómo me deshago de estos nuevos Daimons contra los que
luchamos después de matarlos?
—No hemos resuelto totalmente la cuestión todavía. Pero si matas a uno, me llamas y
enviaré un equipo de limpieza.
Jess sacudió la cabeza.
—Maldita sea, realmente se puede conseguir cualquier cosa en Las Vegas.
Sin rió.
—No tienes ni idea.
No, pero Jess estaba empezando a tenerla.
—Puesto que tienes a muchos de los enemigos trabajando en tu casino... ¿Has oído hablar de
un humano trabajando con los Daimons para matar a los Dark-Hunters?
Los ojos de Sin se abrieron como platos.
—¿Qué?
Esa expresión respondía a la pregunta.
—Mi Escudero se enteró de ello a través de los Oráculos. Me preguntaba si ellos pudieran
haber mal interpretado lo que obtuvieron de los poderes fácticos. No dejo de pensar que si hubiera
tal bestia, Acheron nos habría llamado a todos para advertirnos. —Como su líder no oficial,
Acheron tendía a protegerlos, y tenía poderes que desafiaban la creencia y la comprensión.
—Los poderes de Ash no necesariamente trabajan así.
—¿Qué quieres decir?
—Piensa en ello como si él tuviera una manguera de incendios conectada a plena potencia —
dijo Sin—. El agua fluye tan rápido que le es difícil de controlar. Él bloquea sus capacidades a
menos que necesite algo, para no sentirse abrumado por ellas.
Jess no estaba muy seguro de creer a Sin. Acheron era una contradicción andante, que nunca
hablaba con nadie acerca de sí mismo. No podía imaginarse a Acheron teniendo una charla íntima
con Sin, mucho menos explicar al antiguo sumerio cómo funcionaban sus poderes.
—¿Cómo sabes eso?
—Casado con sierva de Artemisa, ¿recuerdas? Ella sabe mucho acerca de Ash.
Ahora, se lo creía. Era difícil que Acheron guardara secretos ante la diosa a la que todos
servían. Sin estaba en lo cierto. Si alguien conocía algunos de esos secretos, probablemente fuera su
esposa.
—Por lo tanto —continuó Sin con su explicación—, si Ash no se centra en el aquí, no sabrá lo
que está pasando. ¿Quieres que le informe?
—Nah. Lo haré más tarde. —A Jess no le gustaba recibir información de segunda mano.
Mucho espacio para que la gente olvidara algo o lo malinterpretara. Él preferiría tenerla de
primera mano.
Sin asintió con la cabeza.
—Bien, no te entretengo. Sé que tienes mucho que hacer, y tengo un casino en marcha, a una
esposa y unos hijos pequeños a los que atender.
Sí, pero ante lo último Jess le envidiaba un poquito. Una gran cantidad. Sin embargo, se
alegraba de la buena suerte de Sin. Era agradable saber que la vida se resolvía para algunas
personas, y puesto que Sin había sido un Dark-Hunter, Jess sabía que el hombre debió haber
sufrido mucho en su primera vida. Se alegraba de corazón al poder ver feliz a alguien, incluso si
no era él.
—Saluda a tu mujer de mi parte.
—Lo haré.
Jess regresó a por el guardapolvo mientras Sin se despedía. Miró a su alrededor los restos
calcinados que Sin había dejado y soltó un suspiro cansado.
Nuevas reglas. Nuevo campo de juego. Los dioses debían aburrirse con todos ellos. En el
fondo de la mente, él podía imaginarse a estos nuevos Daimons propagándose como en una mala
película de ciencia ficción. Demonios, incluso podía ver el mapa con una imagen superpuesta de
una horda roja extendiéndose como en una epidemia.
Y en algún lugar había un humano acechándoles.
Sí, era un buen momento para estar en Las Vegas. Estaba muy feliz de que Acheron le
hubiera trasladado, y lo decía con todo el debido sarcasmo.
Encogió los hombros para colocarse el abrigo y volvió a la calle para continuar su patrulla en
solitario. Mientras caminaba entre la multitud, trató de imaginar cómo sería ser uno de ellos, una
persona inocente que ignoraba todo aquello sobrenatural que le rodeaba. Una parte de él se había
olvidado de cómo era ser humano.
Otra parte se preguntó si alguna vez realmente había sido totalmente humano. Sus
enemigos y víctimas sin duda lo negarían. No había sido nada más que un animal.
Hasta Matilda.
—Joder, estoy sensiblero de nuevo. —Debía ser la falta de caballos. Montar siempre le hacía
sentirse mejor, y llevaba apartado de ellos demasiado tiempo.
Sin embargo, pronto estarían aquí y volvería a la normalidad. Por lo menos tan normal como
para un ser inmortal podría ser.
Las horas fueron pasando mientras buscaba y no encontraba ningún objetivo. Le sorprendió
que la vida nocturna en Las Vegas no disminuyera. La multitud mermó, pero aún así...
Un mundo totalmente diferente al que estaba acostumbrado en Reno.
El teléfono le sonó en el bolsillo, comunicándole que era hora de volver para estar en casa
unos minutos antes del amanecer. Cuando se trataba de eso, nunca le gustó tentar a la suerte. A
nadie le gustaba la combustión espontánea, sobre todo entre el tráfico. La idea de ir a lo Johnny
Blaze no le atraía lo más mínimo.
Se dirigió de nuevo hacia el casino de Sin para recoger su transporte.
Jess no había avanzado mucho cuando un destello en la calle le llamó la atención.
Eran dos Daimons tirando de una mujer hacia una alcantarilla. Jess aspiró despacio. Debajo
de la ciudad había un laberíntico sistema de desagüe de aproximadamente ochocientos kilómetros.
No se necesita mucho para que los Daimons se perdieran por allí.
Salió corriendo por la calle, con la esperanza de atraparlos antes de que mataran a su presa o
se escabulleran.
En el momento en que estuvo en el interior del desagüe, casi dejó escapar un suspiro de
alivio por la suave oscuridad.
Después de quitarse las gafas de sol y deslizarlas en el bolsillo, se dirigió a través del túnel
maloliente donde había alrededor de dos centímetros y medio de agua estancada. Frunció los
labios ante la basura putrefacta y otras cosas en las que no quería pensar. Había ciertas personas
sin hogar que llamaban casa a estos túneles. Algunos de ellos eran tan peligrosos para el ser
humano medio como los Daimons que buscaba.
—¡Por favor soltadme! ¡Por favor! ¡Por favor no me hagáis daño!
Siguió el sonido de los despavoridos gritos de la mujer. No tardó mucho en encontrarlos.
Sólo que no era lo que se había esperado.
Era una trampa, y acababa de meterse directamente de cabeza en ella.

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