lunes, 9 de enero de 2012

R cap 2

—Alguien está matando a los Dark-Hunters.
Jess Brady frunció el ceño cuando su Escudero, Andy, irrumpió en la cocina obscenamente
grande, jadeando y resoplando, con el cabello oscuro saliéndole disparado por toda la cabeza,
como si el muchacho se lo hubiera estado retorciendo, un hábito suyo cada vez que estaba
excesivamente nervioso.
Mucho menos excitado, sobre todo porque llevaba poco tiempo levantado, Jess sopló el
humeante café.
—Tranquilízate, cachorro. No he tomado mi cafeína todavía. —Y no era una persona
madrugadora, ya que sus mañanas eran lo que para mucha gente era la noche.
Sin embargo el muchacho saltaba como una yegua alrededor de una serpiente de cascabel.
¿Alguna vez había estado él tan nervioso por algo?
La respuesta le golpeó con fuerza en el pecho y no hizo nada para mejorar su irritabilidad.
Jess rápidamente rechazó los pensamientos de ese recuerdo y se centró en el chico que había
conocido desde el día que fue parido.
A pesar de que Andy estaba acercándose a la treintena, era más nervioso que nadie que Jess
hubiera conocido. En momentos como éste, apreciaba la vieja calma del padre de Andy. Nada
había sacudido jamás a ese hombre.
Ni siquiera la vez que aterrizó en un nido de escorpiones.
—Sundown... no entiendes. Es…
Levantó la mano para detener al chico en mitad de la frase.
—Lo entiendo, muchacho. En caso de que no lo hayas notado, los Dark-Hunters estamos en
casi tantos menús como están los humanos. Que haya algo tratando de matarnos es más o menos
normal. Ahora, ¿por qué estás más nervioso que un predicador en una casa de putas?
—Es lo que trato de decirte —Andy hizo un gesto hacia la puerta como si esperara que el
hombre del saco entrara para atacarlo—. Ahí fuera hay humanos que están matando a los
Dark-Hunters, y alguien tiene que detenerlos.
Jess tomó un sorbo lento antes de hablar. Ah, sí. Eso dio en el clavo. Un poco más, y estaría
tan cerca de un humano como un hombre muerto podría llegar a estar.
—Bueno, esa es simplemente la norma.
Lo que frustró aún más a Andy.
—De verdad no creo que entiendas lo que estoy tratando de decir.
Jess se rascó la barba a lo largo de la mandíbula.
—Y mi mamá ahogaba a los tontos. He oído todo lo que has dicho. Hay un grupo de Buffys
que piensan que somos los chicos malos. No es mi primer rodeo, cachorro. Lleva pasando desde
hace mucho tiempo, incluso antes de que tu padre fuera un destello en los ojos de tu abuelo, y se
les llamaba Helsings. Gracias, Hollywood y Stoker por ello. No es que antes estar muerto no
apestara. Sólo que, empeoraron las cosas para nosotros al hacer evidente nuestra existencia para el
resto del mundo. Ahora, todos los góticos con sed de inmortalidad corren hacia nosotros,
pidiéndonos que les mordamos y convirtamos. ¿Te conté esa vez cuando…?
—Sundown —replicó Andy—. Yo…
—Necesitas refrenar ese tono, chico. Recuerda, solía matar a gente para ganarme la vida. Y
no llevo levantado el suficiente tiempo como para tener demasiada paciencia ahora mismo. Así
que cálmate antes de que olvide que de verdad me gustas.
Andy dejó escapar un largo suspiro.
—Bien, pero respóndeme a esto.
Maldición, ¿cuando se convirtió el niño en Enigma? Tendría que haber reducido todas las
repeticiones de Batman cuando Andy era un crío.
—¿Alguno de los que te persiguió en el pasado guiaba un séquito de Daimons?
Ahora sí que llamó su atención. A pesar de que no era raro que los Daimons utilizaran a los
humanos como siervos o herramientas de vez en cuando, no era normal que siguieran a uno.
Jess depositó el café en el mostrador de acero inoxidable.
—¿Repite?
—Sí... viaja con una manada de Daimons, y ha asesinado a todos los Hunters que han podido
encontrar. Ha eliminado a tres aquí y a otros cuatro en Arizona y Oklahoma.
A Jess le llevó un minuto digerir eso.
—¿Cómo lo sabes?
—Tawny se enteró por su madre y se puso en contacto conmigo.
Ahora, a la mayoría, esto le sonaría raro. Pero al igual que Andy, Tawny era un Escudero
multigeneracional. Unos pocos miles de años atrás, la red de Escuderos había sido establecida para
proporcionar una tapadera de “normalidad” a la nocturnidad de los Dark-Hunters durante el día
cuando dormían. Los Escuderos les ayudaban a pasar por humanos, y sobre todo, ocultaban su
existencia al resto del mundo, encargándose de las necesidades cotidianas para que pudieran
centrarse en el trabajo: Matar Daimons y liberar las almas humanas que habían robado antes de
que murieran y se perdieran para siempre.
Pero lo mejor sobre los Escuderos era que un cierto número de ellos eran Oráculos que
podían hablar directamente con los dioses y obtener información que los Dark-Hunters podrían
usar para rastrear y matar a los Daimons.
La madre de Tawny venía a ser uno de los Oráculos.
Sin embargo, descifrar lo que los dioses decían era otra cuestión.
Jess se apoyó en el mostrador de la cocina y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Dime exactamente lo que dijo su madre.
—Dijo que se acercan malos vientos y que debes proteger tu espalda. Lionel no consiguió
llegar a su casa antes del amanecer. Fue asesinado y el asesino, un humano que dirige una guardia
de Daimons, va a la caza de más de tu clase.
Lionel era otro Dark-Hunter que había sido asignado a Las Vegas. Murió hacía tres noches,
después de que no pudo llegar al refugio antes de la salida del sol, por lo menos era lo que habían
dicho. La inmortalidad tenía su precio, y aunque las cosas que podrían matarlos eran pocas, esas
pocas eran una manera horrible de morir.
Jess se frotó el pulgar contra la frente.
—¿Y los dioses le dijeron eso explícitamente?
Andy contestó con evasivas.
—Bueno... no exactamente. Ya sabes cómo son.
Sí, siempre hablaban con acertijos que eran más difíciles de entender que una cobra con dos
cabezas.
—Entonces, ¿cómo…?
—Le llevará días descifrarlo, pero jura que está en lo cierto y que tienes que vigilar tu
espalda.
Eso es lo que había estado haciendo desde el día en que la diosa Artemisa le resucitó. Bart le
había enseñado bien a proteger todos los ángulos del cuerpo y mantenerse alerta, sin importar de
qué o de quién. Jess no volvería a ser jamás una víctima.
—Andy…
—No me digas Andy. La creo. Es una de las mejores Oráculos que tenemos.
Tenía razón. Pero...
—Todos cometemos errores. —Y Jess había cometido más que una parte considerable.
Un tic empezó en la mandíbula de Andy. Era obvio que quería estrangular a Jess, pero sabía
que no debía intentarlo.
—Bien —dijo finalmente cediendo en el asunto—. Lo que sea. Eres al que buscan, así que no
es asunto mío. Hay un montón de Dark-Hunters para los que trabajar. Probablemente sean mucho
menos irritantes, también. —Luego cambió de tema por completo—. Reparé tu rastreador y el
teléfono —le extendió a Jess el iPhone—. Trata de no mojarlo esta noche.
—No es culpa mía que el Daimon que trataba de cazar decidiera atravesar corriendo una
fuente de agua.
La parte más maldita de vivir en las Vegas es que había enormes fuentes por todas partes, y
por alguna razón, los Daimons parecían pensar que los Dark-Hunters eran alérgicos al agua. O tal
vez era su manera de cabrearles mucho antes de perder la vida.
Andy ignoró el comentario.
—Mamá te envió algunas galletas de avena. Están en el tarro cerca del fregadero —señaló el
recipiente que parecía un vagón Conestoga, lo que realmente estaba fuera de lugar en la cocina de
diseño equipada para alimentar a un gran ejército.
La idea de las galletas le animó mucho. Cecilia hacía las mejores del mundo. Era lo que más
echaba de menos de cuando el padre de Andy trabajaba para él. C solía tener una hornada recién
hecha enfriándose en la cocina todas las tardes cuando subía las escaleras a por el café.
Andy continuó el informe.
—He recogido la ropa de la lavandería y la he colgado en el armario del pasillo. He hablado
con la compañía, y tus caballos serán transportados desde el rancho hasta aquí la próxima semana,
así que puedes dejar de hacer pucheros cada vez que pasas cerca de las sillas de montar.
Vaya, no tenía idea de que lo hubiera hecho. Eh... tendría que tener cuidado con las
expresiones. Odiaba ser tan obvio para cualquiera.
Andy hizo un gesto hacia la puerta.
—Las botas que encargaste están en la caja en la mesa del vestíbulo, así como los cuchillos
para lanzar que Kell envió para sustituir los que rompiste la otra noche. No conseguí limpiar el
Stetson negro, así que he pedido uno nuevo. La moto tiene el tanque lleno y Sin ha ofrecido gratis
el parking del casino mientras cazas. Hará que el personal deje la moto aparcada enfrente para que
puedas cogerla e irte cuando estés listo para volver a casa, y si te quedas atrapado en la ciudad y
no puedes regresar aquí antes del amanecer, podrás ocultarte en una de sus habitaciones, le dejará
una llave con tu nombre al conserje. ¿Necesitas algo más?
Esa era la mejor parte de Andy. Como su padre, era tan eficiente como el encargado de la
recepción del diablo.
—No. No se me ocurre nada.
—Está bien. Llevo el móvil por si necesitas algo. —El muchacho siempre decía lo mismo.
Jess se acercó a las galletas.
—Buenas noches.
Andy asintió con la cabeza antes de dirigirse hacia la puerta. Hizo una pausa, como si
quisiera decir algo más, entonces, salió rápidamente dirigiéndose hacia el apartamento sobre el
garaje. Por alguna razón, cuando el muchacho salió, Jess tuvo una imagen de Andy de pequeño
siguiendo a su padre. Aún podía ver los mofletes, los ojos grandes y la cara llena de pecas. Oírle
preguntar en ese tono juvenil, si Jess le iba a enseñar a montar; y luego recogerle del suelo la
primera vez que Andy fue lanzado por el pony Shetland que Jess le había comprado. El pequeño
mocoso se había recompuesto, se sacudió el polvo y luego se subió a la silla como un veterano.
Ahora ese niño era un extraño que pensaba que era mayor que Jess.
Esa era la parte más difícil de ser inmortal. Ver a la gente que te importaba ser niños,
envejecer y morir, mientras que él nunca cambiaba. Y al igual que con Andy, había conocido al
padre del niño desde el momento en que Ed nació. Sus Escuderos habían pertenecido a la familia
Taylor desde el comienzo de su vida como Dark-Hunter.
Aun así, había mantenido un muro entre él y ellos. Nunca les dejaba acercarse demasiado.
Por lo menos no hasta Andy. No sabía cómo, pero ese mierdecilla había traspasado las mejores
defensas de Jess. En muchos sentidos, Andy era como un hijo.
Sólo hubo otra persona en la larga vida de Jess con la que se había sentido así.
Hizo una mueca ante el recuerdo que le gustaría poder purgar.
Sufriendo por el remordimiento y la pena, Jess sacó el reloj de bolsillo para comprobar la
hora. En el momento en que lo abrió, se detuvo para mirar la cara de Matilda en la gastada
fotografía en sepia que había mantenido dentro del reloj desde el día en que volvió a nacer. No
importa cuántos años pasaran, todavía sufría por la pérdida.
Había sido la única cosa que realmente odió del renacimiento. El saber que estaba viva y no
poder verla. A los Dark-Hunters se les prohibía tener una familia, y que nunca permitieran que
alguien de su pasado supiera que habían regresado. Era parte de lo que juraron cuando Artemisa
los creó.
De todos modos, había estado pendiente de ella mientras vivió y se aseguró que nunca
careciera de nada. Se había casado y tuvo seis hijos.
Sin él.
Hasta el día de su muerte, nunca supo quien era su benefactor. Los Escuderos le dijeron que
era un fondo fiduciario creado por un tío lejano que había muerto y se lo dejó a ella. No supo que
el dinero provenía de un pacto que él había hecho con una diosa para saldar las cuentas que
ninguna cantidad de violencia podría equiparar.
A veces muerto no era lo bastante muerto.
Con un nudo en la garganta, cerró el reloj. No tenía sentido pensar en lo que debería haber
sido. Hizo lo que había tenido que hacer. Probablemente Matilda había estado mejor sin él, de
todos modos. Tarde o temprano, su pasado les habría alcanzado y el resultado habría sido el
mismo.
Al menos esa fue la mentira que se dijo para hacerlo soportable. Pero por dentro, sabía la
verdad. Nadie podría haberla amado más que él.
Más de lo que la amaba hasta el día de hoy.
—Te echo de menos, Tilly. —Siempre lo haría. Nadie volvería a hacerle sentir jamás lo que
ella.
Digno.
Maldiciendo, frunció los labios ante los melancólicos pensamientos.
—Me estoy volviendo una ancianita. Bien podría empezar a tejer y a refunfuñar de las
telenovelas, los precios del gas, y los conductores maleducados.
Eso no era típico de Sundown Brady.
No. Estaba desperdiciando el tiempo, y esta noche estaba de humor para bañarse en sangre.

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