lunes, 9 de enero de 2012

R cap 1

138 años más tarde.
Las Vegas, Nevada.
—¿Cómo estás?
Abigail Yager apenas entendía esas palabras cuando el doctor se detuvo junto a la cama,
inyectándole una sustancia que muy bien podría ser letal. Pero si funcionaba, valdría la pena el
riesgo.
—¿Qué?
—¿Abby? ¿Me escuchas?
Ella parpadeó lentamente y trató de concentrarse en la pregunta de Hannah. Todo estaba
borroso. Aún así, podía ver la forma en que la luz jugaba con el pelo rubio de Hannah. La
preocupación en el hermoso rostro de su hermana.
—Um... sí.
Hannah maldijo.
—Estás matándola. ¡Alto!
El médico no hizo caso.
Hannah se dirigió hacia él, pero antes de que pudiera llegar al otro lado de la cama, su
hermano mayor, Kurt, la interceptó.
—Basta, Hannah.
—No sabemos lo que va a provocarla. ¡Es humana!
Kurt negó con la cabeza.
—Ella lo necesita. Si esto nos da fuerza, debería hacer lo mismo con ella. Además, ya es
demasiado tarde. En este punto, o la ayuda o está muerta. Así de simple.
¿Podría haber menos desinterés en su tono de voz?
Hannah apartó a Kurt de un empujón.
—Estoy avergonzada de ti. Después de todo lo que ha hecho por nosotros, la sigues viendo
como nada más que un ser humano. —Regresó al lado de Abigail, y le tomó la mano—. Quédate
conmigo, Abby. No me dejes sola con un gilipollas insensible como el único miembro de mi
familia.
—¡Yo no soy un gilipollas!
Hannah no le hizo caso.
—Necesito a mi hermana mayor. Vamos, chica. No me dejes.
Abigail no podía seguir el intercambio furioso que se dedicaban. Sinceramente, ahora lo
único que escuchaba era su corazón latir con fuerza en los oídos. Vio las imágenes de su pasado
corriendo por la mente como si se tratara de un DVD. La vieja casa de dos pisos, donde los tres
habían crecido. De ella y de Hannah, cuchicheando en susurros después de acostarse, y a reírse de
sus más recientes célebres enamoramientos.
Muchos recuerdos felices de esa época...
Sus pensamientos se dirigieron a Kurt, a la madre de Hannah y su padre, quienes la
cuidaron después de que los propios padres de Abby hubiesen sido asesinados. También ellos,
habían muerto hacía años como resultado de su maldición, y no había nada que no haría por sus
hermanos adoptivos.
Y justo podrías estar pagando el precio más alto.
—Espere...
¿Había sido la voz del médico?
El zumbido se hizo más fuerte cuando sintió algo destrozándola desde lo profundo del
cuerpo. Arqueando la espalda, gritó mientras cada molécula del cuerpo parecía incendiarse.
—¿Qué la pasa?
—Haga que su hermana salga de aquí.
Abigail escuchó a Hannah protestar cuando Kurt la sacó de la habitación y cerró la puerta
detrás de ellos. Las lágrimas le corrían por las comisuras de los ojos. Ya no podía ver nada, y sin
embargo lo vio todo. No había manera de describirlo. Era como si hubiera un espejo para el
mundo.
—Respira —susurró el doctor—. Sólo respira. No voy a dejar que mueras.
Lo que era más fácil decir que hacer. El dolor le laceraba el cuerpo. Era como si se estuviera
quemando desde el interior.
Incapaz de soportarlo, gritó, hasta que no pudo aguantar más. Eso fue todo. A pesar de lo
que él dijo, se estaba muriendo. Tenía que estarlo. Seguramente nadie podría resistir tanto dolor y
vivir. No había manera de que sobreviviera.
De hecho, sintió que la oscuridad la envolvía. Que estaba tragándola por completo. Trozo a
trozo. Triturándola por completo.
Volvió la cabeza de lado a lado, tratando de respirar. Alguien le había puesto las manos en el
cuello, ahogándola.
¿Era el doctor?
No podía concentrarse. No podía ver.
—¡Alto!
El grito le resonó en los oídos.
A continuación, tan rápido como había venido, el dolor la abandonó, como un pájaro que
sale disparado hacia el cielo sin ninguna razón. Se había ido.
Tenía la garganta completamente seca. Inclinó la cabeza para encontrarse con la mirada del
médico. La preocupación estaba grabada en su frente mientras se bajaba la máscara del rostro.
—¿Cómo te sientes?
No fue sólo el pedacito más pequeño de sus colmillos el que mostró al hablar. Algo más
brilló. La imagen de lo que había sido, se había ido tan rápido, que no pudo distinguirlo.
¿Era importante?
—Necesito agua —gruñó.
—¿No te apetece algo más?
—Sí —suspiró.
—¿Qué?
Abigail se lamió los labios cuando el recuerdo de la muerte de sus padres biológicos quemó a
través de ella. Incluso después de tantos años, el recuerdo estaba perfectamente intacto, como si
hubiera ocurrido ayer.
Apenas con cuatro años y vestida con su pijama rojo de Barrio Sésamo, se había escondido
debajo de la cama, mientras que el hombre que sus padres habían llamado amigo, los asesinaba sin
piedad con una escopeta. Esos sonidos terriblemente violentos le fueron esculpidos para siempre
en el corazón. Desde donde había estado, vio las botas negras de vaquero del hombre, que hacían
que el suelo chirriara mientras buscaba en su cuarto. Aterrada, había visto el rastro de sangre por
toda su alfombra rosa de princesa. Se había llevado su osito de peluche favorito hasta la boca y
poco le faltó para no gritar y traicionar su escondite. Él se detuvo delante de su tocador y en el
espejo había visto su rostro con total claridad. A la perfección.
Y cuando oyó las fuertes pisadas salir de su casa, había jurado una cosa.
Encontraría a ese hombre y lo mataría con la misma brutalidad con la que había asesinado a
sus padres. Hasta hacerle rogar por una piedad que no tenía intención de otorgarle.
La venganza sería suya...
—¿Abigail? —El médico le obligó a mirarle—. ¿Qué más deseas?
—La garganta de Sundown Brady.

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