lunes, 9 de enero de 2012

Retribution

PRÓLOGO
William Jessup "Sundown" Brady. Hombre. Mito. Monstruo. 1873.
Escrito por Solace Walters.
Dicen que el camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones. En el caso de
William Jessup Brady, ha sido tallado a mano con un rifle Henry sobre su hombro y una pistola
Smith & Wesson sujeta a la cadera.
En una época en que el mundo está en su momento más violento, él es el más malo de todos.
Indómito, incivilizado. Un perro mestizo engendrado en las entrañas más profundas del infierno,
es la peor lacra que persigue a nuestros pueblos y mata indiscriminadamente. Nadie está a salvo o
es inmune a su furia. Nadie sobrevive a su puntería. Asesino a sueldo, no se achica ante ningún
blanco. Hombre, mujer o niño.
Si tienes el dinero, él tiene la bala. Una bala que impactará en su víctima justo entre los ojos.
Hay quienes quieren hacer de este villano un héroe romántico. Algunos piensan en él como
un Robin Hood, pero Sundown Brady roba a todos y se lo queda para sí mismo.
Es verdaderamente un desalmado.
La recompensa por este hombre es de cincuenta mil dólares -una fortuna, ciertamente- y aun
así la gente se aterroriza incluso de intentar simplemente llevarlo ante la ley. De hecho, las
autoridades continúan encontrando partes del pobre y virtuoso alguacil que cometió el error de
disparar contra él cuando estaba asaltando un banco en Oklahoma. No recibió ni un solo disparo.
¿Acaso existe alguna duda que Brady le vendió su alma a Lucifer a cambio de inmortalidad e
invulnerabilidad?
Aunque Brady no se apiada de nadie, este reportero quiere saber si hay alguien por ahí
afuera lo suficientemente temerario para poner fin a la maldad de Brady. Seguramente alguno de
ustedes, hombres honrados y de buena reputación, deseará la fama y el dinero que obtendría de
librar al mundo del ser más siniestro que alguna vez caminó en él. Rezaré por su coraje, buen
hombre, que tenga buena puntería.
Y por encima de todo, le deseo buena suerte.
—Todo cambiará hoy.
Incapaz de creer que había vivido lo suficiente para ver este sueño inmerecido, Jess Brady
estaba parado en la parte de fuera de la Iglesia con su mejor ropa y la que más le picaba. Este era el
último camino que habría esperado que su miserable vida tomara.
Había robado bancos y mirado fijamente a expertos tiradores sin inmutarse ni sudar la gota
gorda desde los trece años. Sin embargo, aquí, ahora mismo, estaba tan nervioso como un caballo
tuerto en el incendio de un granero. Tenía todos los nervios de punta. Cada parte de él se sentía
plena y llena de vida, y por primera vez desde su nacimiento, tenía esperanzas en el futuro.
Con la mano temblorosa, sacó su viejo y curtido reloj de oro del bolsillo para mirar la hora.
En cinco minutos, dejaría su brutal pasado atrás para siempre, y renacería como un hombre nuevo.
Nunca más sería William Jessup Brady, tramposo, asesino a sueldo, y matón, estaba a punto de
convertirse en William Parker, granjero...
Hombre de familia.
Dentro de las puertas de la iglesia blanca y brillante, estaba la mujer más hermosa del
mundo, y estaba esperando que él entrara y la hiciera suya.
“Los sueños se hacen realidad”. Era lo que su preciosa madre le decía cuando era un niño, pero
su dura vida y un padre borracho consumido por los celos y el odio hacia todo el mundo se los
habían arrancado a patadas, para entonces él tenía doce años y estaba de pie ante la fosa común.
Nada bueno le había sucedido desde el momento que ella enfermó y los años de su sufrimiento le
habían dejado una profunda amargura dentro de él. Nadie tan puro de corazón debería alguna vez
sufrir tanto.
Ninguna otra cosa le había vuelto a dar placer o le había hecho pensar por un segundo que el
mundo fuera otra cosa más que miseria para los desafortunados tontos que habían nacido en él.
No hasta que Matilda Aponi le había sonreído. Sólo ella le había hecho creer que el mundo era un
lugar hermoso donde no todos eran animales crueles que se aprovechaban de quien les rodeaba.
Le había hecho desear ser un hombre mejor. El hombre que su madre le había dicho que podía ser.
Uno libre de odio y rencor.
Escuchó el sonido de un caballo acercándose. Ese sería su padrino de boda, Bart Wilkerson.
La única otra persona en su vida en la que alguna vez había confiado y el único que lo había
acogido en su hogar cuando era un fugitivo de trece años. Bart le había enseñado como sobrevivir
en un mundo frío y hostil que parecía tomarse de mala gana cada vez que él respiraba. Había
saltado tres veces frente a las balas para salvar a Bart y ambos habían pasado por un torbellino de
cosas juntos, más que dos demonios escalando las afiladas paredes del infierno.
Como Jess, Bart vestía un oscuro traje largo, con su pelo canoso recién peinado. Mirándoles
ahora mismo, nadie sería capaz de decir que eran dos reputados forajidos. Se veían respetables,
pero Jess anhelaba más que eso. Él quería ser respetable.
Bart bajó de su caballo y lo ató al lado del carro de Jess, que había comprado especialmente
para este día. Qué diablos, hasta lo había decorado con lirios, la flor favorita de Matilda.
—¿Estás listo, muchacho? —le preguntó Bart solemnemente.
—Sí.
Aún aterrado como estaba, no había nada en el mundo que quisiera más.
Nada.
Él había dado todo su dinero manchado de sangre para que Matilda no se enterara de su
pasado. Por ella, haría lo que fuera.
Incluso, ser honesto.
Jess comenzó a caminar hacia las puertas con Bart un paso por detrás. Acababa de llegar a los
escalones cuando se escuchó un disparo.
Aspiró bruscamente.
El dolor repentino le invadió cada parte del cuerpo, mientras el impacto del disparo le
arrancó el sombrero y lo mandó por los aires. Cayó a unos metros y rodó hasta que se enredó en
un arbusto cercano. Jess trató de dar un paso hacia adelante, pero más balazos siguieron al
primero. Y todos ellos impactaron en diferentes lugares del cuerpo.
Esos tiros le hicieron hacer algo que jamás había hecho antes.
Caer de rodillas en el suelo.
Con la furia creciendo, quiso devolver los disparos, pero Bart sabía que había vendido sus
armas para comprar el anillo de Matilda, había sido su último acto para librarse del viejo Jess
Brady. Estaba completamente desarmado. La única cosa que había jurado que jamás haría.
¿Cómo pude ser tan estúpido? ¿Cómo había podido dejar a alguien a la espalda cuando sabía
que no debía hacerlo?
Quizás esta fuera su penitencia por todos los pecados que había cometido. Quizás esto era
todo lo que un bastardo como él merecía.
Asesinado a tiros en el que debería haber sido el día más feliz de su vida.
Bart lo pateó hacia el suelo.
Jadeando por el peso del dolor y probando su propia sangre, Jess lo miró. El único hombre
por el que había arriesgado su vida infinidad de veces.
—¿Por qué?
Bart se encogió de hombros como a quien no le importa mientras recargaba la pistola.
—Todo es por el dinero, Jess. Lo sabes. Y en este momento, vales una fortuna.
Sí... ¿Cómo podía haberse olvidado de su código? Habiéndolo asesinado, Bart sería el
hombre más rico en Gull Hollow. No es como si ya no lo fuera.
Bart era la persona a la que Jess le había entregado todo su dinero.
Jess tosió sangre y la visión se le nubló. Tenía tanto frío ahora. Más frío del que había tenido
siendo niño mientras trabajaba al principio de la primavera en los campos, sin zapatos o abrigo. Su
padre siempre le había dicho que el terminaría así.
“Eres basura, muchacho. Es todo lo que alguna vez serás, y no vivirás lo suficiente para ser más que
eso. Recuerda mis palabras. Terminarás mal un día de estos”.
Y aquí yacía moribundo a la edad de veintiséis años. Tan malvado, que Dios ni siquiera
quiso que alcanzara las puertas de la iglesia hacia Matilda.
Pero al final, él era Sundown, y Sundown Brady no se iría a la tumba sin chistar.
Ningún maldito hombre me mata y vive para contarlo.
—Volveré a por ti, Bart. Aunque tenga que vender mi alma para hacerlo. Delante de Dios te
lo juro. Te mataré por esto.
Bart se rió.
—Dale mis saludos al diablo.
—¡William! —El grito agonizante de Matilda le dolió más que las balas.
Se giró para verla por última vez, pero antes de que pudiera hacerlo, Bart fríamente terminó
su trabajo y le negó el consuelo de ver su cara antes de morir.
Jess despertó con una maldición. Al menos, creía que estaba despierto. Era difícil darse
cuenta, para ser honesto. Estaba más oscuro aquí que en el rincón más negro del corazón que su
padre había reservado para los sentimientos nobles que el bastardo pudiera tener por él. El silencio
era tan fuerte que le resonaba en los oídos.
Ni siquiera podía escucharse el latir del corazón.
Porque estoy muerto.
Recordó el dolor de los disparos, el tratar de ver a Matilda con su vestido de novia...
Así que esto es el infierno...
Pero para ser sinceros, esperaba llamas y una horrible agonía. Demonios volando hacia él
con tridentes y olores similares a los que había limpiado en los establos cuando era niño.
En lugar de ello, no había nada dentro de esa oscuridad.
—Eso es porque estás en el Olimpo. Al menos tu alma lo está.
Se dio la vuelta mientras una solitaria luz le mostró a la mujer más hermosa que alguna vez
hubiera visto. Alta, delgada y curvilínea, el cabello tan rojo que relucía inclusive en la tenue luz.
Con brillantes ojos verdes, se veía etérea. Más como un ángel que como un demonio,
especialmente por el vestido blanco que abrazaba su cuerpo. Algo acerca de su estilo le recordaba
las blancas estatuas que había visto en algunos de los hoteles más lujosos en los que se había
alojado después de obtener un buen botín a lo largo de los años.
—¿Qué es el Olimpo?
Ella hizo un sonido que le recordó a una potra a punto de tirar al suelo a su jinete por haberla
irritado.
—Me lamento de la poca educación del mal llamado hombre-moderno. ¿Cómo puedes no
saber el nombre del monte donde moran los Dioses Griegos?
Él se rascó la barbilla y se tragó su propia irritación por el insulto. Hasta que no supiera
quién era ella, probablemente era inteligente no enfadarla.
—Bueno, señorita, sin ofender, pero probablemente tenga que ver con el hecho de que no soy
griego. Nací en el Pueblo de Possum, Mississippi, y nunca he ido más al este que eso.
Ella gruñó en su garganta, y luego habló de forma irritada en un lenguaje que no pudo
entender, lo cual probablemente era lo mejor. No había necesidad de que ambos estuvieran
enojados.
Apretando los puños, ella se calmó y lo penetró con una mirada asesina.
—Voy a tratar de hablar de tal forma que me entiendas. Soy la diosa griega Artemisa.
—No creo en Dioses y Diosas.
—Bueno, deberías, porque este es un trato que creo te va a interesar.
Ahora eso hizo que se animara.
—¿Trato, cómo?
Ella acortó la distancia entre ellos para poder susurrarle en el oído.
—Escuché lo que dijiste cuando estabas muriendo a los pies de tu mejor amigo. Tu alma
clamó por venganza tan fuertemente que me trajo aquí para interceptarte antes que llegaras a tu
destino final.
La miró a los ojos.
—¿Puedes enviarme de vuelta para matar a Bart?
—Sí, puedo hacerlo.
La alegría se abrió paso a través de su ser ante la mera perspectiva. Sólo por ello, ella podía
insultarlo todo el día.
—¿A qué precio?
—Tú lo dijiste agonizando.
—Mi alma.
Inclinó la cabeza hacia él antes de palmearlo en la mejilla.
—Ese es el precio de la venganza por aquí. Pero no te inquietes. También hay otras ventajas
por no tener alma. Si aceptas, te daré veinticuatro horas para que hagas lo que te plazca a la
persona que te traicionó. Sin consecuencias para ti.
Eso era una carnada que él podía morder. Su oscura alma nunca le había servido demasiado.
Artemisa sonrió.
—Tendrás inmortalidad y toda la riqueza que puedas imaginar.
—Puedo imaginar mucha.
—Y aun así no llegarás ni la décima parte de lo que tendrás.
Cuando algo suena demasiado bueno para ser verdad...
Se recorrió el labio inferior con el pulgar y la miró sospechosamente.
—¿Cuál es la letra pequeña en el contrato?
Ella se rió malévolamente.
—Eres inteligente después de todo. Bien. Hace que mi trabajo sea más fácil.
—¿Trabajo?
—Umm... servirás en mi ejército de Dark-Hunters.
Él entrecerró los ojos.
—¿Dark... qué?
—Hunters —repitió—. Son guerreros inmortales, seleccionados a pie por mí.
—¿A pie? —¿de qué estaba hablando?
—Cualquiera que sea el término. —Saltó irritada—. Son mis soldados que protegen a los
humanos de los Daimons que los persiguen.
Técnicamente estaban hablando el mismo idioma, pero mierda... era difícil seguir a una
mujer que usaba tantas palabras que nunca había oído antes.
—¿Qué es un Daimon?
Ella se puso las manos en las caderas y caminó de un lado a otro frente a él.
—En pocas palabras, el desquiciado de mi hermano, Apolo. Siglos atrás creó una raza a la
que llamó Apolitas. —Hizo una pausa para mirar a Jess—. ¿Arrogante, no? Él pensó que el hombre
era débil y que lo podía hacer mejor. —Luego continuó caminando de un lado a otro—. De
cualquier forma, los liberó entre la humanidad y los Apolitas se volvieron en su contra matando a
su amante favorita y a mi sobrino. No fue algo realmente inteligente. El porqué ellos pensaron que
Apolo no se daría cuenta quien los mató, me supera. ¿Tremenda mejoría para la humanidad, no?
Ella puso los ojos en blanco.
—Apolitas... ridículos. En cualquier caso, ahora están malditos por él, y la única forma en
que pueden vivir más de veintisiete años es matando a los humanos y tomando sus almas, puedes
agradecerle eso a una zorra Diosa Atlante... —Agitó su mano en un gesto de suprema irritación—.
Mejor ni empezar con las ganas que tengo de matarla.
Artemisa bajó la mano y lo enfrentó.
—De todas formas, ahí es donde tú entras en escena, si estuviste prestando atención. Me
vendes tu alma, y luego pasarás la eternidad buscando y destruyendo Daimons, es el nombre que
se le dio a los Apolitas que se hacen un banquete con la humanidad. ¿Te desinteresa?
—Quieres decir, ¿qué si me interesa?
—Como sea, sí.
Jess lo consideró. La última vez que había hecho un trato con alguien había sido con Bart.
No había funcionado muy bien al final.
—No sé, déjame pensarlo.
Artemisa desplegó la mano e hizo un movimiento hacia su derecha. Una luz brillante
destelló hasta que algunas imágenes aparecieron. Jess se quedó sin aliento ante la vista. Era
increíble. Vio todo como si estuviera mirando a través del cristal de una ventana… tan real que
sintió que podía estirar la mano y tocarlo.
Las imágenes mostraban a Bart pateándolo en el suelo y dándole el tiro de gracia que fue
directo al cráneo.
Esta vez, no sólo vio a Bart matándolo a distancia, sino que también lo vio pasar por encima
de su cuerpo. La furia se incrementó cuando Jess lo vio matar al padre de Matilda y al cura, y
luego llevarse a su novia a un cuarto trasero.
—¡Suficiente! —gritó, sin poder contenerse más. Siempre había sabido que Bart era un
animal, pero esto era la prueba. Cómo se había atrevido a profanar a Matilda de esa forma...
Hijo de...
Con la furia consumiéndolo, miró a Artemisa mientras literalmente temblaba por el ansia de
querer bañarse en la sangre de Bart.
—Estoy dentro.
—Hay algunos otros detalles que deberías saber, como...
—No me interesa. —Le gritó, cortando sus palabras—. Mientras que empiece destripando a
ese bastardo, haré cualquier cosa. Y realmente quiero decir cualquier cosa.
—Está bien. —Un brillante y dorado medallón apareció en su palma. Ella le cogió el brazo y
presionó el medallón sobre él.
Un dolor punzante le atravesó mientras jadeaba agónicamente. Aun así, ella mantuvo el
medallón sobre el bíceps, haciendo caso omiso del olor a carne quemada, el cual era tan terrible,
que hizo que el estómago se le revolviera. Cuando finalmente lo separó de la piel, se sintió
completamente drenado y débil. Y tenía una extraña marca de un doble arco y flecha en el brazo,
donde había presionado el medallón.
Justo cuando estaba por preguntarle cómo podría pelear con alguien en ese estado, una
nueva calidez se le extendió por el cuerpo desde los dedos del pie hasta la cabeza. De repente se
sintió más fuerte de lo que alguna vez se había sentido. Más alerta. Era capaz de escuchar cosas
que no tenían sentido. Cosas como el latir del corazón de Artemisa y el susurro de voces distantes.
Tenía más conocimientos de los que alguna vez le hubieran enseñado.
Era como ser un Dios, y aun así sabía, que con todo su nuevo poder, no era nada comparado
con el que tenía Artemisa.
Ahuecando el medallón en sus manos, ella se alejó de él.
—Tienes veinticuatro horas, vaquero, para matar a quien te traicionó de la forma que quieras
y para tomar tu venganza. Haz que cuenten. Oh, y recuerda que no debes dejar que la luz del día
te toque. Si lo haces... bueno, no quieres morir sin tu alma. No es algo para nada placentero. En
algún momento en los próximos días, un hombre llamado Acheron Parthenopaeus te encontrará y
te enseñará todo lo que necesites saber acerca de ser un Dark-Hunter. Si eres listo, lo escucharás. —
Le dedicó una sonrisa malévola mientras daba un paso hacia atrás y alzaba sus brazos—.
Bienvenido a la locura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario