jueves, 12 de enero de 2012

A parte 52

Noviembre 19, 9532 A.C.

Hoy había dormido hasta tarde sin intención. Era casi mediodía antes de que despertara. Y lo que me había despertado era la cosa más sorprendente de todas. Era el sonido de la risa de un niño.
Me levanté y me puse una capa de lana roja alrededor antes de caminar hacia la ventana para mirar hacia fuera.
Allí en el jardín estaba Acheron con la joven hija del cocinero. Estaban sentados sobre una tela con pan, carne, aceitunas e higos mientras hablaban y jugaban un juego de dados. No podía oír lo que estaban diciéndose, pero la pequeña muchacha chillaba riendo de vez en cuando.
Cuando la muchacha decidió levantarse, extendió la mano y tocó el hombro de Acheron. No se encogió en absoluto. Para mi asombro, realmente la alzó y la puso de pie para que pudiera correr dentro.
Por primera vez desde que lo encontré, estaba relajado. Comía sin miedo y sus rasgos no se arrugaban. Miraba abiertamente y directamente a la cara de la muchacha
La niña volvió con su muñeca y se la dio a Acheron. Él la tomó y pretendió alimentarla con una aceituna. La muchacha chilló con deleite.
Encantada por el juego, me dirigí afuera para unirme a ellos. En cuanto Acheron me vio, la luz se fue de sus ojos. Vi como literalmente se retiró dentro de sí mismo y se puso  temeroso inmediatamente.
—Debes irte, Maia —susurró a la muchacha.
—Pero a mí me gusta jugar contigo, Acheron. Tú no te enfadas conmigo por ser tonta o hacer preguntas.
—Puede quedarse —agregué rápidamente—. No quise molestaros.
Acheron mantuvo la mirada fija en el suelo.
Suspiré antes de observar a la muchacha.
—Maia, ¿podrías traerme una copa de vino de la cocina?
—Sí, Alteza. Volveré en seguida.
En cuanto salió, me volví hacia Acheron, quien estaba retraído y temeroso de nuevo.
—¿Has estado alrededor de muchos niños?
Agitó su cabeza.
—Está prohibido.
—Pero pareces tan a gusto con Maia. ¿Por qué?
Envolvió su capa más firme alrededor suyo antes de hablar.
—No quiere nada de mí más que otro compañero de juegos. Para ella, no soy diferente a cualquier otro adulto. No le molestan mis ojos y no es consciente de que no soy normal.
—No eres diferente, Acheron.
Me miraba  con esos misteriosos ojos.
—Tú sientes atracción hacia mí. Aún no has actuado, pero lo sientes como todos los demás. Tu corazón se acelera cuando me ves moverme. Tu garganta se seca mientras tus ojos se dilatan. Conozco las señales físicas. Las he visto demasiadas veces.
Era verdad y odié el hecho de que pudiera ver tan fácilmente dentro de mí.
—Nunca te tocaría de esa forma.
Un tic empezó en su mandíbula antes de que apartara la mirada.
—Gerikos y otros han dicho eso también. Y cuando ya no pueden resistirlo, me odian y me castigan como si tuviera control sobre esto. Como si les hiciera quererme —en ese momento cuando encontró mi mirada, lo vi. La cólera que lo quemaba en lo más profundo—. Tarde o temprano todos los que están a mí alrededor me joden, Idika. Todos.
Su cólera encendió la mía.
—Y yo nunca te  tocaré así, Acheron.
La duda en esos ojos quemaba a través de mí.  
—¿Qué hay de Meara? —Pregunté, intentando mostrarle que no todos éramos unos animales que tenían la intención de montarlo—. Ella nunca te tocó de ese modo, ahora, ¿o lo hizo?
La mirada que me dio me dijo la respuesta. Mi estómago se encogió.  
—Era más amable que la mayoría.
No era de extrañar que no confiara en mí. ¿Cómo, en el nombre del Olimpo, alguna vez podría convencerlo de que no me gustaba de ese modo cuándo todos los demás lo habían usado? Sí, sentía la atracción antinatural de la que me hablaba. Pero no era un animal incapaz de controlar mis impulsos. Me enfermó que otros tuvieran tan poco control y que lo hubieran usado.
—Me probaré ante ti, Acheron. Puedes confiar en mí. Lo prometo.
Antes de que pudiera responder, Maia volvió con mi vino. Le ofrecí una sonrisa amable antes de tomarlo.
—Vosotros dos id a jugar. Necesito ir a bañarme y vestirme.
Después de ponerme de pie, me dirigí hacia mi cuarto. En la puerta hice una pausa para mirarlos.
Acheron estaba rodando los dados mientras Maia sostenía su muñeca. Tenía razón, tenía algo anormal que convocaba a mi cuerpo. Incluso cuando tenía una apariencia enfermiza, era bello. Irresistible.
Me miró y rápidamente apartó la mirada antes de que entrara en mi cuarto.
—Eres mi hermano, Acheron —susurré—. No te heriré —no sólo era una promesa a él, sino también a mí misma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario