18 de Noviembre, 9532 AC
El palacio de verano estaba completamente vacío en esta época del año. Sólo un pequeño puñado de sirvientes estaban en la residencia. Petra, nuestra cocinera, su hija y su esposo que también era el jardinero. El ama de llaves y el capataz finalizaban el pequeño número.
Por suerte, todos me eran leales y nunca le dirían a mi padre que me alojaba aquí con un invitado que se parecía al heredero. No expliqué la existencia de Acheron y no preguntaron. Solamente lo aceptaron y acomodaron una habitación que estaba solo a dos puertas de la mía.
Acheron vacilaba extremadamente, mientras entraba a la habitación. Por la manera con que miraba alrededor podía decir que estaba pensando en la vieja habitación en la cual tío lo había vendido a otros.
—¿Puedo hablar, Idika?
Odiaba cuando me hablaba así.
—Te he dicho repetidamente que no tienes que preguntarme para hablar Acheron. Di lo que sea que este en tu mente.
Tío lo había golpeado tan frecuentemente por hablar que le era difícil romper el hábito.
—¿Con quién compartiré la habitación?
Mi corazón lloró ante su susurrada pregunta. Todavía le costaba creer que no tenía que usar su cuerpo para pagar por cada gentileza o alimento.
—Es tu habitación Acheron. No lo compartirás con nadie.
El alivio en esos ojos plateados hizo que mi garganta se apretara.
—Gracias, Idika.
No estaba segura de que despreciaba más, su insistencia en llamarme su dueña o que me agradeciera por no venderlo.
Suspirando, le di unas palmaditas gentiles en el brazo.
—Haré que te traigan algunas ropas de Styxx para que uses.
Se giró antes de hablar nuevamente.
—Se enfadará cuando sepa que las he tocado.
—No se enfadará, Acheron. Créeme.
—Como lo desees. Idika.
Me mordí los labios ante su servilismo. Mientras Styxx era detestablemente dominante, a menudo haciendo que la gente rehiciera tareas sólo por sentir el poder que tenía sobre ellos, Acheron aceptaba todo lo que hacían para él sin quejarse.
Deseando que hubiera algo que pudiera hacer para que se sintiera a salvo y más cómodo, lo dejé en su habitación y fui a descansar a la mía. Sólo necesitaba un pequeño descanso del estrés de preocuparme por él. Los sirvientes aquí eran en su mayoría viejos y la única cosa de la que me había percatado era que la gente más vieja parecía más inmune a cualquier cosa que tenía a Acheron poseído. Si no eran inmunes, parecía que tenían menor motivación a actuar.
Sin mencionar que el personal se percataría que era familia y solamente eso los mantendría lejos de él.
Esperaba.
Cansada, fui hacia mi escritorio y escribí una nota rápida para Padre, haciendo de su conocimiento que necesitaba algún tiempo lejos de Didymos. Estaba acostumbrado a mis viajes, ya que frecuentemente visitaba a mi tía viuda en Atenas o venía al palacio de verano para simplemente estar a solas. Como Acheron, valoraba mi soledad. Mientras tuviera a Boraxis conmigo y mantuviera a mi padre informado de mi bienestar y paradero, mi padre era indulgente con mis viajes impulsivos.
El único lugar que me había prohibido visitar era Atlántida. Ahora sabía porque. Y honestamente le creía cuando me decía que estaba muy lejos y era un viaje muy peligroso para una mujer de mi edad sin una escolta apropiada. Poco había sospechado que era para proteger a su hermano y su conducta licenciosa.
Justo había finalizado de escribir la nota diciéndole a mi padre que estaba en Atenas, cuando miré hacia afuera y me detuve. Mi atención fue cautivada por un movimiento fuera de la ventana, en el jardín. Al principio, no podía creer lo que veía.
Era Acheron.
Qué extraño que hiciera algo sin permiso expreso. Apenas se movía a menos que se le mandara que lo hiciera. Tuve que parpadear dos veces sólo para asegurarme que no estaba soñando. Pero no, era definitivamente él...
Incluso, siendo un invierno suave, hacía el suficiente frío para necesitar una capa fuera. Aún así permanecía, con los pies descalzos, caminando por el pasto cercano a la fuente. Tenía la cabeza doblada hacia abajo y parecía estar enredando los dedos de los pies en el pasto. Parecía como si estuviera disfrutando la sensación, pero como nunca sonreía, era difícil de decir.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Cogí la capa y me dirigí hacia el exterior para observarlo.
Tan pronto como me vio aproximarme, se encogió hasta que estuvo contra la lejana pared de piedra. Sin ningún otro lugar al cual ir, se tiró sobre sus rodillas y levantó sus brazos como si fuera a protegerse la cabeza y el rostro.
—Perdóname Idika, por favor, yo nn nno quise ofenderla.
Me arrodillé junto a él y tomé su rostro en mis manos para calmarlo. Se tensó tanto ante mi contacto que era una maravilla que no se quebrara.
—Acheron, está bien. Nadie está enfado contigo. No has hecho nada malo. Shh...
El tragó mientras su miedo se transformaba en confusión. Queridos Dioses ¿Qué le habían hecho que temblaba cuando no había hecho nada para merecerlo?
—Solo tenía curiosidad de porque estabas aquí fuera sin los zapatos puestos. Hace frío y no quiero que cojas una fiebre.
Mi preocupación lo desconcertó tanto como su miedo me desconcertó a mí...
Gesticuló hacia su habitación que tenía una pequeña terraza la cual, como la mía, se abría hacia el jardín. La puerta estaba todavía entreabierta.
—No vi a nadie aquí y entonces pensé que estaba a salvo. Sólo quería sentir el pasto. Nno pensé hacer daño, Idika. Iba a regresar a mi habitación en cuanto finalizara. Lo juro.
—Lo sé.
Dije tomando su rostro antes de soltarlo. Se relajó un poco ahora que no lo tocaba.
—En realidad está bien. No estoy enfadada contigo. Pero no entiendo porque querrías sentir el pasto estando tan frío. Está seco en ésta época del año.
Pasó su mano sobre el pasto.
—¿No siempre es así?
Fruncí el ceño ante su pregunta.
—¿Nunca habías tocado el pasto antes?
—Creo que lo hice cuando era pequeño. Pero no lo recuerdo.
Pasó la mano sobre el pasto nuevamente en un gentil gesto que retorció mi corazón.
—Solo quería tocarlo una vez. No dejare mi habitación nuevamente, Idika. Debería haberle pedido permiso antes. Perdóneme.
Bajó la cabeza.
Quería alcanzarlo y tocarlo de nuevo, pero sabia cuanto odiaba eso.
—No necesitas mi permiso Acheron. Puedes venir aquí cuando lo desees. Eres libre ahora.
Miró hacia la palma marcada que contenía la marca de esclavo, entonces la cerró en un puño.
—Idikos dijo que el rey le hizo prometer que nunca dejaría la casa.
Me quedé con la boca abierta ante su revelación.
—¿Has estado encerrado en tu habitación desde que llegaste a Atlántida?
—No siempre. Cuando Idikos regresa de un viaje, lo saludo en el recibidor. Soy siempre al primero que él desea ver. Entonces algunas veces Idikos me encadena en su oficina de los tobillos o a su cama. Y en la noche voy al salón de cenas y al salón de baile cuando tenemos fiestas.
Y cada noche dormía en la cama de Estes. Ya me había dicho todo eso.
—¿Pero nunca has estado fuera?
Me miró, después apartó la mirada. Eso era lo que Estes le había enseñado a hacer desde que mucha gente se desconcertaba por sus remolinantes ojos plateados.
—Me tienen permitido sentarme en el balcón entre clientes para que mi piel no sea pálida. Meara en ocasiones me permite comer fuera.
Había sabido por él que Meara era la criada que me había escrito y quien le había ayudado a escapar. Había sido la más gentil de sus cuidadores y la única que se había asegurado de que comiera y estuviera cómodo... cuando no estuviera entreteniendo. La otra cosa que supe de él era que Estes utilizaba la comida para controlarlo.
Acheron comía sólo cuando había agradado a otros. La cantidad que le estaba permitida comer dependía de cuantos clientes había visto ese día y que tan felices habían quedado.
El pensamiento me enfermó.
—¿Quieres a Meara, cierto?
—Siempre fue buena conmigo. Incluso cuando soy malo, no me lastima.
Malo. Definido por Estes, era cuando cualquier cliente era rudo con Acheron y que le dejaba una marca en su cuerpo. Acheron debía agradarles de cualquier manera que quisieran aunque quisieran ser rudos y él lo permitía, sino era castigado. Si no les permitía que lo hirieran, no estaban conformes y Estes lo castigaba el doble de fuerte por no haberles dado lo que habían pagado por él. Acheron no podía ganar esa batalla.
Empuñe mis manos para evitar el impulso de levantarlas y tocarlo. Solo quería tomarlo entre mis brazos y abrazarlo hasta que la pesadilla que había sido su vida estuviera completamente borrada de su memoria.
¿Pero cómo? ¿Cómo podría hacerle entender que estaba a salvo ahora? ¿Que nadie lo tocaría nuevamente sin su invitación explícita? ¿Que era libre de tomar sus propias decisiones y que nadie lo golpearía por expresar sus opiniones?
¿O por caminar fuera para sentir el pasto en sus pies?
Tomaría tiempo.
—Regresaré a mi habitación —apunté a la puerta que se abría hacia mi cámara—. Puedes quedarte aquí tanto como quieras. Cuando tengas hambre, díselo a Petra, la mujer alta y vieja que conociste cuando llegamos y te preparará cualquier cosa que desees. Si me necesitas, no dudes en venir a mi habitación. El día es tuyo, hermanito. Todo lo que te pido es que por favor te pongas los zapatos para que no caigas enfermo.
Asintió y no se movió hasta que puse suficiente distancia entre nosotros para que estuviera seguro de que no podría golpearlo. Quería llorar.
Pero no había nada que hacer excepto mostrarle que sentía lo que decía. Su vida ahora era suya.
Retrocediendo, regresé a mi habitación donde lo observé mientras se ponía los zapatos que debía haber estado sosteniendo bajo su capa. Después exploró el pequeño jardín durante horas. Debió de tocar todo lo que había, sintiendo la textura y oliéndolo.
No fue hasta que el sol empezó a ponerse que regresó a su habitación. Esperé unos pocos minutos antes de ir a la cocina e hice que Petra le llevara una bandeja de comida.
—¿Alteza? —Preguntó mientras empezaba a retirarme—. Nuestro invitado... ¿está bien?
—Está bien. Sólo es tímido y callado.
Asintió antes de hacerle la bandeja y llevársela. Su hija, cuyo nombre no podía recordar, me sonrió desde la esquina donde estaba jugando cerca del fuego.
—Su amigo parece perdido, Alteza. Como el perrito que encontré el verano pasado. Al principio estaba temeroso de dejar que alguien se acercara a él, pero continué hablándole y dejándole comida —apunto hacia el perro que estaba dormido a treinta centímetros de ella—. Ahora es el mejor perro del mundo. Nunca deja de estar a mi lado.
—Todos en el mundo necesitan gentileza, niña.
Asintió, antes de volver a jugar.
La miré por un momento mientras surgían viejos recuerdos. Acheron nunca había tenido juguetes incluso antes de que Estes se lo llevara. Por aquel entonces, compartía los míos con él, pero eso era todo lo que había tenido.
La niña tenía razón. Mi hermano estaba tristemente perdido. Sólo esperaba que con el tiempo estuviera tan cómodo aquí como lo estaba el perro. Que aprendiera a sentirse bienvenido en un mundo que tan obviamente lo odiaba.
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