30 de Junio, 9527 AC
Atenas, Grecia
Acheron estaba desesperado por encontrar comida para Simi. Él se había despertado esa mañana después que ella le mordiera la mano. Afortunadamente, la había detenido antes que hiciera otra cosa que perforarle la piel.
—Se supone que no tienes que morder a tu padre, Simi —le dijo amable, pero firmemente.
—Pero la Simi estaba hambrienta y akri estaba acostado ahí, quieto y con aspecto apetitoso.
Y pensó que lo peor que podía pasar era verse apetitoso para los excitados humanos…
Pero ahora, mientras recorrían las calles de lo que una vez fue una gran ciudad, se dio cuenta del enorme daño que su madre había hecho en el breve tiempo que estuvo suelta. El mundo que él conocía se había ido. Caminos y edificios habían sido arrasados. La gente yacía muerta por toda Grecia…
Apollymia Katastrafia Megola.
Apollymi la Gran Destructora. Mientras una pequeña parte se sentía complacida por su amor, la otra se horrorizaba por lo que había hecho. Tantas vidas perdidas. El mundo entero disperso en ruinas. Toda la Atlántida estaba ahora perdida. La humanidad había retrocedido a la Edad de Piedra. Toda su tecnología y herramientas perdidas.
Los sobrevivientes lloraban en las calles que los dioses los habían abandonado, cuando la verdad era, que hubiera sido mejor si así hubiera sido. Todos ellos habían sido desafortunadas víctimas de una guerra que ni siquiera sabían que se había peleado.
Agarró la mano de Simi mientras caminaban por los alrededores, buscando un mercado. En forma humana, ella se veía muy similar a él. Ambos tenían largo cabello negro y mientras su ojos eran del mismo plateado cambiante, los de ella eran de un azul claro. Parecía una pequeña niña de paseo con su papá.
—Hey Simi. Te encontré algo para que comas.
Acheron se volvió de pronto hacia la profunda voz masculina que los llamaba. Había un hombre alto, de cabello oscuro con barba espesa. Su piel era oscura como la de un Sumerio, aunque hablaba un griego impecable. Acheron mantuvo a Simi tras de él para evitar que corriera hacia él.
—¿Quién eres tú?
El hombre avanzó alrededor de una columna caída para arrodillarse frente a Simi. Puso una canasta a sus pies, descubriendo tajadas de pan, pescado y queso.
—Sé que estás hambrienta, dulzura. Tómalo.
Simi soltó un chillido de placer antes de saltar sobre la comida con saña.
El hombre se puso de pie y ofreció su brazo a Acheron.
—Mi nombre es Savitar.
Acheron frunció el ceño ante el tatuaje de un ave que marcaba su antebrazo antes que lo sacudiera.
—¿Cómo conoces a Simi?
Una esquina de su boca se levantó.
—Conozco muchas cosas, Acheron. He venido a ayudarte a que aprendas tus poderes y que comprendas a tu demonio Simi. Ella es aún demasiado joven para ser dejada a un insensible cuidado y lo último que quisiera ver es a uno de los dos herido por eso.
—Nunca la lastimaría.
—Lo sé, pero los Carontes tienen necesidades especiales que debes entender. De otra manera, ella podría morir… al igual que tú.
Acheron sintió erizarse los vellos de la nuca y no supo porqué. Había algo acerca de ese ser que chocaba con su divinidad y lo hacía cauteloso.
—¿Me estás amenazando?
Savitar rió.
—Yo nunca amenazo. Simplemente mato a los que me molestan. Relájate, Atlante. Estoy aquí como tú amigo.
Una vez que Simi hubo devorado hasta la última miga, Savitar la tomó en sus brazos para cargarla mientras caminaban entre las derrumbadas calles.
—Ella es impresionante, ¿no?
—¿Mi madre o Simi?
Savitar rió.
—Ambas, pero yo estaba hablando de tu madre.
Acheron miró alrededor y suspiró ante la destrucción que su madre había causado.
—Sí, lo es —Y mientras caminaban Acheron se dio cuenta de algo—. No puedo escuchar tus pensamientos.
—No, no puedes. Y nunca lo harás. Encontrarás que algunos de los altos seres del universo serán silenciosos para ti. Algunos dioses, demonios y otras criaturas especiales. Todos tenemos secretos, pero será reconfortante para ti saber que la mayoría tampoco serán capaces de escuchar los tuyos.
Eso era reconfortante.
—¿Tú puedes escucharlos?
—La respuesta que buscas es no, pero la verdad es, que te escucho, Acheron, y sí, sé todo sobre tu pasado.
Él maldijo ante lo que no quería enterarse.
—¿Qué hay de los otros? ¿Ellos conocerán mi pasado?
—Algunos lo harán —Savitar cambió a Simi de brazo, luego hizo una pausa para mirarlo—. A mí no me interesa tu pasado, Acheron. Es tu futuro lo que me importa de ti. Quiero estar seguro que tienes uno y que comprendes cuán importante eres para el balance de poder.
—¿Balance de poder? No entiendo.
—Apolo maldijo a sus Apolitas.
—Y mi madre los asesinó a todos.
Savitar sacudió su cabeza.
—Muchos murieron con la Atlántida, pero hay miles de ellos que están desperdigados por el Mediterráneo y que viven en otros países ahora, entre ellos el propio hijo de Apolo, Strykerius. Todos ellos han sido malditos para morir en su vigésimo séptimo cumpleaños. Todos ellos.
—Entonces, ¿cómo es que tienen un problema? Si ellos morirán en algunos años, estarán extintos.
Savitar acarició la cabeza de Simi antes de reanudar la caminata.
—No van a morir, Acheron. Vivirán y procrearán muchas veces.
—¿Cómo?
Savitar suspiró antes de responder.
—Una diosa los guiará y les enseñará cómo cazar las almas humanas para eludir la maldición de Apolo.
Acheron estaba impactado.
—No entiendo. ¿Por qué alguien haría tal cosa?
—Porque el universo es complicado y hay un delicado balance en todas las cosas que debe ser mantenido.
—Sí, pero si tú sabes que esas personas morirán, ¿no puedes detener a la diosa que los enseñará?
—Podría. Pero eso podría deshilar la esencia misma del universo.
La frustración corrió a través de Acheron. No entendía. ¿Cómo alguien fallaría en ayudar a otro si tenía el poder para hacerlo?
Savitar tomó una piedra del suelo y la sostuvo en su mano.
—Dime, ¿qué sucedería si yo arrojo esto con todo mi poder?
Acheron frunció el ceño hasta que vio la imagen en su cabeza. Era la piedra viajando a través del aire… aceleró hasta que golpeó a un hombre en el hombro, hiriéndolo. No, no cualquier hombre. Un soldado. Su brazo ahora inservible, la herida hecha por la piedra lo forzó a empezar a rogar…
Ocho personas murieron porque el soldado ya no pudo protegerlos en batallas que ni siquiera se pelearían en años venideros. Pero fueron esas personas quienes murieron…
—Y esto continúa sin cesar —dijo Savitar—. Una pequeña decisión: ¿arrojo la piedra o la suelto? Y miles de vidas cambian por una inocua decisión. —Él dejó que la roca cayera al suelo.
Era ahora inofensiva otra vez y la historia se escribió como se suponía que debía ser.
Savitar sonrió a Simi quien se había quedado dormida en sus brazos.
—Tú y yo estamos malditos en comprender cómo la más pequeña de las decisiones hechas por cada ser puede afectar al resto del universo. Yo sé que lo que debería suceder… necesita suceder. Y si yo detengo algo tan simple como arrojar una piedra, eso podría arrastrar fatales consecuencias. Sin embargo, a diferencia de ti, no veo el futuro hasta después que actúo. En el momento en que hago algo, entonces veo todo desplegado desde ese punto. Eres afortunado. Tú ves al futuro antes de actuar.
—Pero no vi la muerte de mi hermana.
—No. Los Destinos Griegos, cuando te maldijeron, te cegaron al futuro de los más cercanos a ti. Cualquiera que te importe será tú punto ciego.
—Eso no está bien.
—Bueno, muchacho, refuérzate. Esto es aún peor. Tampoco serás capaz de ver tu propio futuro o el futuro de alguien que impacte seriamente el tuyo.
Acheron apretó los dientes ante esa injusticia.
—¿Tú puedes verlo?
—Es por lo que estoy aquí.
—Entonces dime lo que ves.
Savitar negó con la cabeza.
—Sólo porque puedas, no significa que debas. Si supieras lo que hay en tu porvenir, evitarías hacer las mismas cosas que debes hacer a fin de que todo se desarrolle apropiadamente. Una pequeña e inocua decisión y tu destino se verá alterado para siempre.
—Pero tú puedes ver tu futuro.
—Sólo después de haberlo puesto en acción y no puedo cambiarlo.
Acheron sacudió su cabeza mientras deliberaba quien estaba más maldito. El que estaba ciego o el que veía pero no tenía poder de detenerlo.
Savitar lo palmeó en la espalda.
—Sé cuán confuso debe ser para ti tener todo este poder y conocimiento y no saber cómo canalizarlo. O desaparecerlo.
Acheron asintió.
—Es difícil.
Savitar sonrió.
—Es por eso que la primera cosa que voy a enseñarte es cómo pelear.
—¿Por qué pelear?
Savitar se reía mientras caminaban.
—Porque vas a necesitarlo. Una guerra se aproxima, Acheron, y debes estar preparado.
—¿Una guerra? ¿Qué clase de guerra?
Savitar se rehusó a contestar. En vez de eso, sacudió a Simi para despertarla.
—Pequeña, necesito que regreses con tu akri y estés con él mientras pelea. No te preocupes, es sólo una lucha fingida. No es necesario que salgas a protegerlo.
Simi asintió adormecida antes de obedecer. Ella se encajó en el brazo de Acheron.
—Muévete, Simi —le dijo Savitar—. Ve a su cuello donde no seas golpeada.
Acheron se frunció ante sus órdenes.
—¿Puede sentir un golpe cuando está en mi piel?
—Sí. Y si ella es apuñalada mientras está allí y eso te hiere, la herirá a ella también. Protege a tu demonio, chico.
Lo siguiente que Acheron supo, es que estaban en una playa.
—¡Takeshi!— gritó.
Un humo negro se arremolinó en la tierra.
Acheron dio un paso atrás cuando el humo se aclaró revelando a un hombre en armadura como nunca había visto antes. Rojo sangre, estaba hecha en brillante metal. Escandalosas cuchillas talladas se curvaban sobre sus hombros mientras una pieza del cuello llegaba a cubrir la parte inferior de su cara. Todo lo que podía verse eran sus ojos y un rojo tatuaje ornamental que estaba dibujado a través de su frente.
Su cabello negro tenía puntas teñidas de rojo. Sus ojos exóticamente inclinados como un gato salvaje, eran profundos, rojo sangre. Pero en el momento en que esos ojos se centraron en Savitar, se iluminaron con amistad. El metal alrededor de su cuello se dobló hacia debajo de su hermoso rostro mostrando a un hombre no mayor de un año o dos que Acheron.
—Savitar-san —lo saludó con una sonrisa torcida—. Ha pasado mucho tiempo.
Savitar inclinó su cabeza hacia él.
—Y llamando por un favor.
Con una mano descansando en la empuñadura de su espada, Takeshi chasqueó mientras observaba alrededor de la playa.
—Sav, tienes que dejar de hacer esto. Me estoy quedando sin sitios para poner los cuerpos.
Savitar rió.
—Nada de eso. —Dio un paso atrás para permitir que los dos se evaluaran—. Takeshi, te presento a Acheron. Acheron, este es Takeshi-sensei. Escúchalo y él te enseñará a luchar en formas que no puedes imaginar.
Takeshi estrechó su mirada sobre Acheron.
—¿Me harías entrenar a un nuevo dios?
Savitar se inclinó y susurró a Takeshi algo que no pudo oír.
Takeshi asintió.
—Como desees, hermano. —Acercándose a Acheron, sonrió y golpeó el bordón de las manos de Acheron. Dejó escapar un suspiro de descontento—. Tengo mucho que enseñarte. Ven y aprende el arte de la guerra del que lo inventó.
Arrogante, Acheron avanzó hacia él, después de todo era un dios, seguramente podía pelear. Al menos eso pensaba hasta que Takeshi lo fijó en la tierra con un movimiento tan rápido que ni siquiera se dio cuenta que el hombre había entrado en acción hasta que no estuvo de cara en la arena.
—Nunca quites los ojos de tu oponente —dijo Takeshi dando un paso atrás para permitir a Acheron levantarse—. Y nunca pienses que no tienes que trabajar por una victoria. Aún ahora, podrías sorprenderme.
Acheron frunció el ceño.
Takeshi puso los ojos en blanco.
—Sorpréndeme Atlante. Ataca. Esto no es un baile de fiesta.
Acheron fue hacia él y otra vez, aterrizó de cara en la arena.
—Sabes, esto no me está dando confianza. De hecho, creo que simplemente me tiraré aquí un rato y tomaré el sol.
Takeshi rió y luego lo palmeó en la espalda.
—Levántate, Acheron. —Miró sobre su hombro a Savitar que estaba ahora sentado en una roca observándolos—.No se enoja fácilmente. Eso es bueno.
Acheron rió amargamente.
—Sí, soy más de un lento cocer hasta que el hervor lo arruina todo, hombre.
Takeshi giró hacia Acheron y le extendió su bordón.
—Sólo recuerda, la ira es siempre tu enemiga. Debes mantener tus emociones bajo control. En el momento en que pierdes el control de ellas, pierdes la lucha siempre.
Acheron dio vueltas a la barra alrededor y lo llevó en un bloqueo defensivo.
Takeshi le chasqueó.
—Siempre sé el atacante. Un defensor nunca gana.
—Los defensores consiguen que les pateen los traseros. —dijo Savitar—. Créeme. Tengo impresiones de la grieta en cada par de zapatos que poseo.
Takeshi le arqueó una ceja.
—¿Quieres enseñarle tú?
—La verdad es que no.
—Entonces cállate o agarra una espada y ven a ayudarme.
El humor escapó de la cara de Savitar.
—¿Eso es un desafío?
—Lo sería, si no fuera porque sé que es un hecho que eres demasiado perezoso para levantar una.
—¿Perezoso? ¿Mesoula?
—Eqou —lo insultó Takeshi.
Savitar se transportó de la roca, a pararse frente a Takeshi con una espada que, Acheron, no había visto nunca. Él arremetió contra la armadura de Takeshi. Lo siguiente que supo es que ambos estaban en guerra.
Takeshi se mofó.
—Ah, peleas como un demonio afeminado.
—¿Demonio afeminado? ¿Habrás visto alguna vez un demonio afeminado?
—Maté tres esta mañana.
Savitar abanicó hacia su garganta. La hoja silbó a través del aire, fallando por poco la nuez del hombre.
Sintiéndose ignorado, pero agradecido de no estar en medio de esa titánica reyerta, Acheron fue a sentarse en la roca que Savitar había dejado vacante.
Savitar empujó a Takeshi hacia atrás.
—Tu madre fue una pastora de cabras.
—Es una honorable profesión.
—Sip, para una cabra.
Takeshi abanicó alrededor y pateó a Savitar. Savitar reaccionó y regresó con un movimiento hacia arriba que apenas falló el destriparlo.
Takeshi negó con la cabeza.
—¿Has estado bebiendo esta mañana? ¿Cómo pudiste fallar? Juro que he luchado con mujeres ancianas con mejores reflejos.
—El hecho que pelees con mujeres ancianas me dice lo oxidado que te has vuelto. ¿Qué? ¿Tu ego necesitaba un empujón y fueron las únicas que pudiste encontrar para golpear?
—Savitar, Savitar, Savitar. Al menos gané. ¿No fuiste tú quien le lloró al consejo que viniera a salvar tu trasero del ataque de uno de cuatro años?
Savitar boqueó con furia fingida.
—Demonio tarranino… de cuatro años. No olvides la parte más importante. Esos bastardos son incubados hasta adultos y no era sólo uno. Era un enjambre de ellos.
—¿Así que admites que tuviste ayuda?
—Oh, se acabó, sensei. Estarás probando la arena…
Acheron sacudió su cabeza ante sus bromas. Mientras se daban duro el uno al otro, había un espíritu de buena naturaleza que le dejaba saber que no decían en serio ninguna palabra. Es como si estuvieran entrenando con palabras de la misma manera con que entrenaban con sus espadas.
Honestamente, lo asombraban. Nunca había tenido un amigo con quien hacer eso. Los envidiaba.
Savitar se zafó de una fea llave de lucha libre.
—Hey, ¿no estamos olvidando algo?
—¿Tu dignidad?
Savitar puso sus ojos en blanco.
—No, me estás confundiendo contigo otra vez. Él apuntó a donde Acheron estaba sentado— ¿No se supone que debes entrenarlo a él?
Takeshi dejó salir un insultante resoplido.
—Así que admites mi superioridad desviando mi atención al neófito…
—No admito una mierda. Simplemente estoy apuntando al hecho que tú y yo ya sabemos cómo pelear y él no. Sería una buena idea que él aprendiera.
—Verdad. —Takeshi puso la espada atravesada sobre sus hombros donde la sostuvo con ambas manos y sonrió a Acheron—. ¿Estás listo para empezar de nuevo?
—Seguro. Mi ego ya ha tenido el tiempo suficiente para recobrar un mínimo de dignidad. Asegurémonos de aplastarlo de nuevo antes que me confunda a mí mismo con un dios.
Takeshi rió.
—Él me gusta, Savitar. Encaja con nosotros.
—Es por eso que te llamé. —Savitar entregó su espada a Acheron—. Buena suerte, muchacho.
—Gracias.
Acheron pasó el resto del día entrenando con Takeshi quien debía ser el peor mandamás que hubiera nacido nunca. Él lo trabajó hasta que Acheron estuvo seguro que caería de puro agotamiento. Para el momento en que el sol se puso y estuvo libre para descansar, su cuerpo entero sufría.
Aún así, se sentía más confiado de sus habilidades de lo que había estado antes.
Savitar le entregó su bordón.
—Ve a Katoteros y empezaremos de nuevo en la mañana.
Aún inseguro de por qué Savitar lo estaba ayudando, deseó al Ser… Mayor… buenas noches y regresó a casa.
Acheron se paró en corto cuando vio a Artemisa en el salón de trono esperando por él.
—¿Qué es lo que quieres?
—No te he visto en días.
—Y qué cosa más hermosa ha sido.
Ella estrechó su mirada.
—Te dije que tenías que alimentarte de mí.
Acheron la miró fríamente.
—Creo que prefiero ser un monstruo sádico… como tú.
Ella le torció el labio.
—Así que eso es todo entonces. Simplemente vas a ser cruel conmigo.
—¿Cruel contigo? ¿Cruel? —repitió furiosamente—. ¡Jódete Artemisa! —Sus palabras fueron marcadas por un viento tan fuerte, que la tiró al suelo de culo. Él se acercó y vio el miedo en sus ojos. Hubo un tiempo en que el miedo podría haber encendido la culpa y la compasión dentro de él. Hoy sólo lo molestaba—. Estaba destrozado en el suelo por tu hermano mientras tú observabas. Entonces, cuando finalmente estaba feliz en algún lugar, los dioses lo prohíban, me engañaste para beber tu sangre para atarme a ti. ¿Y tú piensas que soy cruel? Perra, por favor, tú no has visto aún la crueldad.
Ella cubrió sus oídos con sus manos y se abatió en el suelo.
Que efectivamente logró convertir su ira y aplacarla ya que tenía un poco de lástima por ella y se odió a sí mismo por ello. Ella no se merecía su lástima. Sólo su desprecio.
—Te amo, Acheron.
Él se mofó.
—Si eso que me muestras es amor, preferiría que me odiaras y que terminaras conmigo.
Ella estalló en lágrimas.
Acheron inclinó su cabeza hacia atrás y maldijo el hecho que aquellas lágrimas lo afectaran. ¿Por qué se preocupaba? ¿Qué carajo estaba mal con él que en realidad lo que quería era confortarla?
Soy incluso más defectuoso de lo que ella es.
Él estrelló el bordón contra el piso, haciéndola llorar aún más fuerte.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Artie?
—Quiero a mi amigo de regreso.
—No —dijo él amargamente—. Lo que quieres es a tu mascota de regreso. Nunca fui tu amigo. Los amigos no se avergüenzan unos de otros. No viven con el temor que otras personas los vean juntos.
Ella lo miró con sus ojos verdes nadando en lágrimas.
—Lo siento. Ahí está, lo dije. Desearía volver y reparar todo lo que ha sucedido. Pero no puedo. Desearía poder salvar a nuestro sobrino. Desearía haber sido más decente contigo. Desearía… — ella hizo una pausa, pero fue demasiado tarde. Él lo escuchó alto y claro.
—Que no hubiera sido una puta. Créeme, lo que sientes acerca de eso es una minucia en comparación con mis sentimientos. Tú nunca has sido degradada y usada. Soy yo quien tiene que vivir con el pasado. No tú. Deberías estar agradecida que esas pesadillas no disturben tu sueño.
—Yo tengo mis propias pesadillas, gracias.
Tal vez sí. Después de todo, ella fue la desgraciada niña que tuvo que soportar a Apolo.
Ella lo miró.
—La comida ya no te puede sostener más, Acheron. Ni siquiera tienes que comer comida humana. Pero sí tienes que alimentarte de mí o revertirás la Profecía del Destructor. No tendrás ninguna compasión por el mundo y lo destruirás.
Un músculo se tensó en su mandíbula. Quería llamarla mentirosa, pero él conocía la verdad. Ya sentía las violentas urgencias en su interior. Y la odió por su “regalo”.
Maldiciendo, le extendió su mano.
Ella la tomó y él tiró de ella para ponerla de pie y atraerla a sus brazos. Entonces, justo cuando empezaba a devastar su garganta, retrocedió y la mordió con gentileza.
Al final del día, él no era un monstruo. No podría brutalizarla aún cuando lo mereciera.
Él le había hecho una promesa, y aunque haya sido un ladrón y una puta, no era un mentiroso. No se serviría de ella, como ella se había servido de él. Siempre sería mejor que eso.
Artemisa jadeó cuando sintió los poderes de Acheron surgir a su alrededor. Su piel veteada de azul mientras bebía de ella. El calor de su aliento en su piel encendió su deseo, pero cuando trató de quitarle la ropa, él la detuvo.
No estoy de humor para jugar con la comida, Artemisa.
Ella cerró sus ojos mientras escuchaba su voz en su cabeza.
Cuando tomó lo que debía para llenarse, dio un paso atrás alejándose de ella. Sus ojos eran de un brillante rojo mientras se limpiaba la sangre de los labios.
—Necesito un tiempo lejos de ti.
Esas palabras se deslizaron a través de ella.
—¿Qué estás diciendo?
—Envíame una kori con tu sangre.
—No.
Esta vez, él se volvió hacia ella con todos sus poderes encendidos.
Artemisa se encogió ante la visión de su verdadera forma de dios. Era colosal y aterrador.
—Harás como yo lo ordeno —gruñó de entre sus colmillos—. Me trajiste de vuelta contra mi voluntad y no me dirás como vivir esta nueva vida. ¿Entendiste?
Ella asintió lentamente mientras su corazón se rompía otra vez ante lo que había perdido.
—Mientras me estás diciendo lo que debo hacer, deberías saber que cuando te traje de regreso, Styxx volvió contigo. Y él está lleno, incluso con más furia y odio que tú.
Acheron maldijo ante la mención de su gemelo.
—¿Dónde está él?
—Está en la Isla Desvanecida bajo el cuidado de un dios que me debe un favor. No puede lastimar a nadie donde está y es un buen lugar con todos sus deseos cumplidos.
—Entonces déjalo ahí. No tengo deseos de volver a ver su cara.
—Más bien difícil, ¿no?
Él torció sus labios ante el recordatorio.
—No me presiones, Artie. Estoy a un paso del borde y no me costaría mucho atravesarlo. Créeme, no me quieres ahí. Ahora vete fuera de mi vista. No quiero nunca volver a verte aquí en mis dominios.
Sus lágrimas empezaron a caer de nuevo, pero esta vez no le afectaron. Se rehusó a permitir eso. Ella lo había cambiado del hombre que había sido.
La puta había muerto y el dios de la destrucción había nacido. Maldito. Odiado. Poderoso. Letal.
Su odio por el mundo estaba tallado en su corazón. Su pasado era un peso que cargaba en su espalda y su futuro era incierto.
Tenía enemigos en abundancia que lo querían muerto, una madre enojada que quería escapar para destruir al mundo, un bebé demonio que tenía que alimentar cada pocas horas, dos lunáticos que lo entrenaban para una guerra que ni siquiera podía explicar y una diosa excitada que lo quería encadenado al poste de su cama.
Sip… era “bueno” estar de vuelta en el reino mortal. No podía esperar para ver lo que el mañana traería. Era muy malo que no tuviera una advertencia de su lugar en él.
Condenados Destinos… sus hermanas que lo traicionaron y condenaron a esta existencia.
Un día, les haría pagar en retribución a esas perras.
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