jueves, 12 de enero de 2012

A parte 2

10 de Abril, 9526 AC
Monte Olimpo

Acheron no sabía por qué había acordado encontrarse con Artemisa. El sólo pensamiento de verla en ese momento era suficiente para ponerlo físicamente enfermo… si él pudiera enfermarse. Durante casi un año había estado limpiando el caos de Apolo. Había infinidad de Apolitas convirtiéndose en Daimons chupa almas a diario.
No es que los culpara realmente. Había sido un grupo pequeño de hombres los que la reina Atlante había enviado para asesinar a su hermana y su sobrino. Celosa por el hecho que Apolo ya no regresara a su cama, la reina Atlante vertió todo su veneno sobre Ryssa. En medio de la noche, los hombres de la reina habían entrado al dormitorio de Ryssa, asesinándola mientras estaba alimentando a Apollodorus.
Después que Apolo terminara de matar a Acheron, el dios se volvió sobre la misma raza que había creado. Como los asesinos habían hecho parecer como si un animal hubiera desgarrado a Ryssa y Apollodorus, Apolo los maldijo a alimentarse unos de otros. Sólo la sangre Apolita podía sostenerlos ¿Qué es lo que había entre Apolo, Artemisa y la sangre?
Como si no fuera suficiente con la maldición, Apolo los había desterrado del sol, así no podría verlos nunca más ni recordar su traición. Y para no quedarse atrás, había condenado a la raza entera a morir lenta y dolorosamente en su cumpleaños veintisiete, la misma edad que Ryssa había tenido.
Dada la severidad con que los castigó, Acheron podría haber pensado que el dios amó a su hermana Ryssa. Él lo sabía mejor. Apolo no era capaz de amar más de lo que Artemisa lo hacía. No era más que una demostración de poder. Una advertencia a quienes pensaran volverse contra él, decía que había destruido la Atlántida para vengarse de los Apolitas.
Estúpido bastardo. Y estúpida la gente por creer en sus mentiras.
Acheron guardó silencio, no para proteger al dios, sino porque la patética arrogancia de Apolo lo divertía.
Por su propia estupidez el dios iba a ser deshecho. Incluso ahora la madre de Acheron estaba sentada en su prisión planeando la muerte del dios… junto con la de Artemisa. Apenas había Apolo condenado a su pueblo, Apollymi había ido con Strykerius, el condenado hijo de Apolo, y le había mostrado cómo eludir la muerte tomando las almas humanas dentro de los cuerpos Apolitas y así prolongar la vida.
Con razón Savitar había rehusado decir el nombre de la diosa contra la que Acheron debería luchar.
Su propia madre. Ella era la que dirigía el ejército Daimon que se estableció para su propia venganza. Debió haberlo sabido.
Pero entonces su revancha había sido más directa. Él cazó a todos quienes habían asesinado a su hermana y sobrino, aquellos que habían sobrevivido el ataque de su madre, y los había hecho desear nunca haber nacido con terminaciones nerviosas.
Ahora estaba en guerra con su madre.
Acheron suspiró pesadamente.
—Un día, voy a matar a esos condenados Destinos.
Pero no sería hoy. Hoy se iba a encontrar con Artemisa para ver por qué había estado chillando y amenazando con matarlo todos estos pasados meses. Entre ella y su madre lo abrumaban, esta era la primera vez desde que había muerto que su cabeza estaba libre de su incesante acoso.
Sintió la ondulación de poder bajar por su columna lo que anunciaba su llegada. Se tensó ante la expectación de escuchar su malhumorada voz. Cuando ella no empezó a gritarle, giró su cabeza para encontrarla vacilante.
—¿Por qué estás nerviosa, Artemisa?
—Estás muy diferente ahora.
Él rió ante su agudo sentido de percepción. Él era diferente ahora. No más un sumiso esclavo, sino un enojado dios que sólo quería que lo dejaran en paz.
—No me gusta tu cabello negro.
Él le lanzó una cómica mirada.
—Y a mí no me gusta tú cabeza sobre tus hombros. Supongo que no podemos tener lo que queremos, ¿no? —Estrechó su mirada sobre ella—. No tengo tiempo para esta mierda. Si lo que quieres es mirarme tontamente, entonces puedes admirar mi espalda mientras me alejo de ti.
Él dio la vuelta.
—¡Espera!
En contra de su mejor juicio, vaciló.
—¿Para qué?
Ella se acercó a él como si estuviera aterrorizada.
—Por favor no estés furioso conmigo, Acheron.
Él rió amargamente ante sus palabras.
—Oh, furia, ni siquiera empieza a describir cómo estoy contigo. ¿Cómo te atreves a traerme de regreso?
Ella tomó aire mientras sus facciones se tensaban.
—No tuve opción.
—Todos tenemos opciones.
—No, Acheron. Nosotros no.
Como si él lo creyera. Ella siempre había sido egoísta y vana y no dudaba que esa fuera la razón por la que había sido traído de vuelta en vez de haber sido dejado muerto.
—¿Es por esto que me has convocado? ¿Quieres disculparte?
Ella sacudió su cabeza.
—No lamento lo que hice. Lo haría de nuevo una y otra vez en una libra de corazón.
—Latido —gruñó él, corrigiéndola.
Ella despidió la palabra con la mano.
—Quiero que haya paz entre nosotros.
¿Paz? ¿Estaba loca? Era afortunada que no la matara en ese momento. Si no fuera por el temor de lo que podría suceder, ya lo habría hecho.
—Nunca habrá paz entre nosotros. Jamás. Hiciste añicos cualquier esperanza de eso cuando observaste a tu hermano asesinarme y rehusaste a hablar en mi nombre.
—Tuve miedo.
—Y fui masacrado y destripado como un animal en sacrificio. Discúlpame si no siento tu dolor. Estoy demasiado ocupado con el mío. —Giró para dejarla cuando ella lo detuvo de nuevo.
Fue entonces que escuchó el gimotear de un bebé. Frunciendo el ceño, vio con horror cómo sacaba un infante de entre los pliegues del peplo.
—Tengo un bebé para ti, Acheron.
Tiró su brazo lejos de ella mientras la furia quemaba cada parte de él.
—¡Maldita perra! ¿De verdad pensaste que podrías alguna vez reemplazar a mi sobrino a quien dejaste morir? Te odio. Siempre te odiaré. Por una vez en tu vida, haz lo correcto y devuelve eso con su madre.
Entonces ella lo abofeteó con fuerza suficiente como para partirle los labios.
—Ve y púdrete, bastardo sin valor.
Riendo, se limpió la sangre con el dorso de la mano mientras le lanzaba una mirada venenosa.
—Puede que sea un bastardo sin valor, pero mejor que ser una puta frígida que sacrificó al único hombre que alguna vez la amó porque era demasiado egoísta para salvarlo.
La mirada en su cara lo chamuscaba.
—Yo no soy la puta aquí, Acheron. Lo eres tú. Comprado y vendido a cualquiera que pudiera pagar por tu tarifa. Cómo te atreves a pensar por un minuto que alguna vez fueras digno de una diosa.
El dolor de esas palabras abrasó permanentemente un lugar en su corazón y alma.         
—Tienes razón, mi Señora. No soy digno de ti o de alguien más. Sólo soy un pedazo de mierda arrojada desnuda a la calle. Perdóname por haberte ensuciado.
Entonces se desvaneció.
Su relación estaba acabada. No había poder en el universo que lo hiciera volver a hablarle.
Necesitas su sangre.
¿Y qué? Dejar que el mundo muera para lo que a él le importaba. Mejor que todo el mundo pereciera que pasar cinco minutos esclavizado a esa perra. Ya estaba cansado de ser el chivo expiatorio. Por una vez iba a pensar en él y que el resto se jodiera.
—Estoy fuera, Artemisa. Completamente fuera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario