jueves, 12 de enero de 2012

A parte 28

14 de Diciembre, 9529 A.C.

Acheron despertó con un dolor punzante en la cabeza. Abriendo los ojos, se encontró desnudo sobre la cama. No fue hasta que se movió y no sintió dolor alguno que recordó todo lo que había pasado el día anterior.
Todo.
Conteniendo el aliento, se tocó el cuello para encontrar un pequeño rastro de sangre seca donde Artemisa lo había mordido. Pero esa era la única marca en su cuerpo. Todos los signos de la paliza habían desaparecido.
¿Qué era una pequeña mordida comparada con eso?
Echó un vistazo alrededor de su habitación. ¿Cómo regresé aquí? No podía recordar esa parte. La última cosa en su memoria era a Artemisa mordiéndolo en su cama y un sentido de cansancio que lo sobrepasaba.
Alguien golpeó la puerta antes de abrirla. Sabía quién era antes de ver a la pequeña mujer rubia que era Ryssa. Nadie más anunciaba su llegada.
Rápidamente se limpió la sangre y cubrió el cuello con el cabello antes de que se acercara lo suficiente para notarlo.
Sus mejillas estaban sonrojadas e iba vestida con un conjunto morado. Era la primera vez que la veía desde que Apolo la había reclamado.
Antes de que pudiera hablar, ella se lanzó a sus brazos y lloró.
Acheron la abrazó mientras la mecía.
—¿Qué pasó? ¿Te lastimó?
—Fue gentil —dijo entre sollozos—. Pero me asustó y me lastimó en algunas ocasiones.
Apretó su abrazo.
—¿Cómo lo soportas?
Hubo muchas veces que él se había hecho la misma pregunta a sí mismo.
—Todo se arreglará, Ryssa.
—¿Se arreglará?
Ella se alejó para mirarlo fijamente mientras trataba de ver si le debería creer o no.
Acheron cogió su rostro entre las manos.
—Te endurecerás y sobrevivirás.
Ryssa apretó los dientes ante las palabras de las que era consciente que Acheron conocía tan bien.
—No quiero regresar a él. Me sentí tan desnuda y expuesta a pesar de que él no fue particularmente malo o poco gentil. Pero tenías razón. A él no le importó lo que yo pensaba o sentía. Todo lo que le importaba era su placer. —Negó con la cabeza mientras obtenía un nuevo entendimiento sobre su hermano que nunca había tenido antes.
Su vergüenza era sólo un ejemplo. Acheron tenía muchos. Era horrible estar a merced de alguien más. No poder decir nada sobre lo que hacían con tu cuerpo. Se sentía tan usada...
—Quiero huir de esto.
El tomó su mano entre las suyas.
—Lo sé. Pero estarás bien. De verdad. Te acostumbrarás.
No se sentía de esa manera. Estaba terriblemente dolorida y todavía sangraba por la intrusión de Apolo en su cuerpo. El había tenido cuidado con ella y sin embargo también había sido cruel. Lo último que ella querría era estar a su merced nuevamente.
—¡Ryssa!
Ella brincó ante el grito de su padre.
Acheron se tensó.
—Debes irte.
Ella no quería pero también tenía miedo de meter a Acheron en problemas. Sorbiendo las lágrimas, se retiró y vio una cruda simpatía en los remolinantes ojos plateados.
—Te quiero, Acheron.
Acheron apreció esas palabras. Ryssa era la única persona que lo había querido alguna vez. En ocasiones el odiaba ese cariño porque le obligaba a hacer cosas que lo herían, pero a diferencia de los demás, sabía que sus acciones eran motivadas por la bondad.
Ella se escabulló de la cama y atravesó corriendo la habitación, hacia el pasillo.
Escuchó la enojada maldición de su padre a través de las paredes.
—¿Qué estabas haciendo ahí?
Acheron se estremeció. Por lo menos Ryssa no tenía que temer ser golpeada. No tenía conocimiento de que su padre alguna vez la hubiera golpeado.
—Ahora eres la amante de un dios. No debes estar en compañía de gente como él de nuevo. ¿Entiendes? ¿Qué pensaría Apolo? Te repudiaría y escupiría sobre ti.
No pudo escuchar la suave respuesta de Ryssa.
Pero las palabras de su padre lo desgarraron. Así que no era lo suficientemente digno para estar en compañía de Ryssa, pero podía seguir acompañando a Artemisa. Se preguntaba como lidiaría su padre con ese conocimiento. Si eso haría que su padre lo mirara con algo más que escarnio en los ojos.
Lo más probable era que no.
Sus puertas se abrieron tan bruscamente que se escuchó un estruendo. El rey cruzó la habitación a largas zancadas con furia. Acheron miró a lo lejos y se esforzó porque toda la emoción abandonara su rostro.
Que se joda. Si su padre quería odiarlo, que lo odiara. Ya estaba cansado de esconderse y encogerse. Golpes e insultos los podía soportar.
Con las ventanas de la nariz abiertas, Acheron encontró la mirada enoja de su padre sin estremecerse.
—Buenos días Padre.
Lo abofeteó tan fuerte, que Acheron probó la sangre mientras el dolor estallaba dentro del cráneo. Jadeó, sacudiendo la cabeza para aclararse. Entonces encontró la furiosa mirada fulminante del Rey.
—No soy tu padre.
Acheron se limpió la sangre con la parte posterior de la mano.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
—Por favor padre. —Rogó Ryssa cruzando la habitación. Tomó del brazo antes de que pudiera avanzar sobre Acheron nuevamente.
—Vine a él a mi llegada. Acheron no hizo nada malo. Es mi culpa no la suya.
El rey elevó un dedo huesudo como gesto de condena ante Acheron.
—Permanece lejos de mi hija. ¿Me has entendido? Si te encuentro cerca de ella nuevamente. Te haré desear no haber nacido.
Acheron rió amargamente.
—¿Y cómo sería eso diferente de un día normal?
Ryssa se puso a sí misma frente a su padre cuando se abalanzaba sobre Acheron.
—Detente padre. Por favor. Tenías preguntas sobre Apolo. ¿No deberíamos enfocarnos en eso?
Él lanzó una mirada superior y condenatoria a Acheron.
—No mereces que te dedique mi tiempo.
Con eso, el arrastró a Ryssa fuera de la habitación.
—Sella esta puerta y mantenla cerrada. El día de hoy él puede pasar sin comida.
Acheron se apoyó contra la pared y negó con la cabeza. Si su padre pretendía controlarlo con la comida, debería haber pasado más tiempo con Estes. Ese bastardo había sabido cómo mantener la comida sobre él.
Sus entrañas se apretaron ante el recuerdo de sus ruegos a Estes incluso por una gota de agua para menguar su sed.
—No te has ganado nada y nada es lo que tienes... Ahora, colócate de rodillas y compláceme, entonces veremos si vales la sal.
Apretando los ojos para mantenerlos cerrados hizo que las imágenes se desvanecieran. Odiaba rogar y arrodillarse. Pero la única cosa que podía hacerlas desaparecer completamente era el recuerdo de una diosa que lo había reclamado.
—¿Artemisa? —Susurró su nombre con miedo de que alguien pudiera de hecho oírle llamándola. Honestamente esperaba que lo ignorara como lo hacían todos.
No lo hizo.
Apareció ante él. La mandíbula de Acheron se abrió ligeramente por la sorpresa. Su largo cabello rojo parecía brillar ante la tenue luz. Sus ojos estaban vibrantes y cálidos con bienvenida. No había nada en su conducta que lo condenara o se burlara de él.
—¿Cómo te sientes? —Preguntó ella.
—Mejor contigo a mi lado.
Una pequeña sonrisa jugó con los bordes de sus labios.
—¿En serio?
El asintió.
Su sonrisa se hizo más amplia mientras se acercaba a la cama y gateaba sobre él.
Acheron cerró los ojos mientras el dulce aroma de su piel llenaba su cabeza. Quería enterrar el rostro en su cabello y sólo inhalarla. Dibujando sus labios, ella retiró su cabello del cuello antes de tocar la piel que había mordido.
—Eres bastante fuerte para ser humano.
—Me entrenaron para ser resistente.
Ignorando el comentario, ella frunció el ceño.
—Sigues sin mirarme.
—Te miro Artemisa.
Y lo hacía, veía cada línea de su rostro, cada curva de su lujurioso cuerpo.
Ella tomó su rostro con las manos y giró su mandíbula para obligarlo a mirarla de frente. Aún así Acheron mantuvo la mirada sobre las rodillas que asomaban por debajo del vestido.
—Mírame.
Acheron quería correr. Había pasado su vida entera sin mirar directamente hacia nadie excepto en las contadas ocasiones que quería mostrar su desafío. Y por ese momento de atrevimiento, había sido cruelmente golpeado.
—Acheron... Mí-ra-me.
Dándose fuerza a sí mismo esperando su ataque, la obedeció. Su corazón se apretó al igual que todo su cuerpo se tensó, esperando ser herido.
Artemisa se sentó retirándose hacia su ingle con expresión complacida.
—Ahí está. ¿No fue tan difícil o sí?
Más difícil de lo que ella se podría imaginar alguna vez, pero con cada segundo que pasaba y ella no lo golpeaba por mirarla, se relajaba un poco más.
Ella sonrió.
—Me gustan tus ojos, son extraños pero hermosos.
¿Hermosos? ¿Sus ojos? Eran repugnantes. Todos, incluyendo a Ryssa, estaban temerosos de ellos.
—¿No te importa que te mire?
—En lo absoluto. Por lo menos así sé que me estas prestando atención. No me gusta la forma en que tus ojos bailan a través de la habitación como si estuvieras distraído.
Eso era una primicia para él.
—¿Cómo podría distraerme cualquier cosa mientras estas conmigo? Te aseguro que cuando estás cerca, todo lo que veo es a ti.
Ella brillo en satisfacción.
—Ahora ¿Por qué me llamaste?
—No estoy seguro. Honestamente, no pensé que vendrías. Sólo susurré tu nombre, esperando que contestaras.
—Eres un humano tonto ¿Estás nuevamente encerrado?
El asintió.
—No podemos permitirlo. Ven.
Las palabras apenas habían abandonado sus labios cuando ya estaban de regreso en la habitación de ella.
Acheron nuevamente estaba vestido de rojo, lo que era extraño dado que todo lo demás era blando o dorado.
—¿Por qué siempre me vistes de este color?
Ella se mordió el labio mientras caminaba alrededor de él. Deslizando el dedo por su cuerpo.
—Me gusta la manera en la que te ves con él. —Se paró ante él para poder ponerse de puntillas y besarlo.
Acheron le dio lo que quería. Había sido entrenado para dar placer a quien estuviera con él. A no tomar nada para sí mismo. Sus necesidades no habían importado. Era sólo una herramienta para ser usada y olvidada.
Pero con Artemisa no se sentía así. Al igual que Ryssa, ella le hacía sentir que era una persona. Que podía tener sus propios pensamientos y no era malo. Podía mirarla y ella no lo castigaría por eso.
Artemisa suspiró mientras Acheron la acercaba más. Amaba la forma en la que la sostenía. La manera en la que sus músculos se tensaban contra su cuerpo. Era tan guapo y tan fuerte. Tan seductor. Todo lo que quería era estar a solas con él de esta manera. Sentir su corazón latir contra los senos.
Su aliento mezclado con el suyo. Ella podía sentir sus dientes creciendo como si su hambre por él se incrementara incluso más...
Ella se retiró y encontró su mirada para que el pudiera verla tal cual era ahora. Él ni siquiera parpadeo ante sus colmillos, en su lugar inclinó la cabeza y la ofreció lo que más quería. Nadie nunca se había ofrecido así. Normalmente ella se alimentaba de su hermano o de una de sus criadas. Pero no se preocupaban por eso.
El corazón se aceleró, cuando ella rozó el cuello con su mano mientras hundía profundamente los colmillos.
Acheron jadeó entre dientes cuando el dolor se extendió a través de su cuerpo. Pero fue rápidamente remplazado por un placer tan profundo que hizo que su pene se endureciera. Debilitado por eso él se tambaleó. Artemisa lo siguió, sujetándolo incluso más fuerte.
Su cabeza se hundió mientras todo a su alrededor se volvía afilado y claro. El sintió su aliento sobre la piel, escuchó como la sangre bombeando a través de las venas. Cada parte de él parecía viva. Tan fuerte y a la vez tan débil. Se tambaleó nuevamente, cayendo contra la pared tras él.
—¿Acheron?
El escuchaba su voz, pero no podía responderla.
Artemisa se lamió la sangre de los labios mientras veía el tinte azulado en su piel. Su respiración era tan superficial que ella medio esperaba que muriera.
—¿Acheron?
Sus ojos estaban medio abiertos. Parecía que no había reconocimiento en su mirada fija en ella y no la escuchaba.
Temerosa de haberlo herido, lo trasportó de regreso a su cama y lo recostó gentilmente. Ella tomó su mano entre las suyas y las frotó.
—Acheron, por favor, di algo.
El susurró algo en Atlante, pero ella no pudo entenderlo. Con una última expulsión de aliento, se desmayó. Artemisa saltó hacia atrás cuando su cuerpo entero empezó a cambiar a un vibrante azul mientras sus labios, uñas y cabello se ponían negros. Un instante después, parecía normal.
¿Qué en el Olimpo? Nunca había visto algo así. ¿Habría sido causado por su alimentación?
Tragando, gateó más cerca de él y lo presionó con un dedo. Estaba completamente inconsciente.
Haciendo aparecer una cálida piel, lo cubrió y lo observó mientras respiraba débilmente. Mientras dormía ella trazó la forma de sus labios, la longitud de su nariz. Sus formas eran afiladas y perfectas. Al igual que su cuerpo. No entendía porque la atraía tanto. Temerosa de ser dominada, le había pedido a su padre cuando era una niña que la hiciera inmune al amor y la diera la virginidad eterna. Zeus la había concedido esa petición. Aun así mientras miraba a Acheron descansando, se maravillaba ante las emociones que sentía por él. No eran parecidas a nada que hubiera sentido antes.
Disfrutaba de la forma en la que él hablaba con ella. La forma en que la sostenía y la hacía gritar de placer con sus toques y lamidas. Sobre todo, amaba su sabor cuando se alimentaba de él.
Es sólo una mascota.
Sí, eso era. No tenía ningún sentimiento real por él. Se parecía a los venados que vivían en su bosque. Hermosos para mirar y para tocar. Ellos la lamían y se frotaban contra ella también. Y como ellos ella estaba segura de que él la aburriría con el tiempo. Todo lo hacía.
Pero por el momento tenía la intención de disfrutar de su mascota todo el tiempo que pudiera.

Acheron despertó con mucho apetito. El dolor del hambre era tan fiero que al principio pensó que estaba de nuevo en el oscuro hueco bajo el palacio de su padre. Pero mientras abría los ojos y veía el techo dorado sobre él, recordó que estaba con Artemisa.
Se sentó lentamente para encontrarse a sí mismo solo en la cama. Oía voces fuera. Empezó a levantarse y dirigirse hacia ellas, pero se lo pensó mejor. Artemisa lo había dejado ahí por una razón. Nada bueno vendría si abriera esas puertas.
Entonces se sentó sobre la cama, el estómago le dolía mientras escuchaba palabras entrecortadas y sin sentido. Las voces se atenuaban a través del oro y la piedra. No tenía ni idea de la hora que era o cuanto había dormido.
Parecía que había pasado una eternidad antes de que Artemisa apareciera por fin. Ella se acercó y sonrió.
—Estás despierto.
Él asintió.
—No quise molestarte. Sonabas ocupada.
Ella cerró la distancia entre ellos para tomar su mejilla.
—¿Estas hambriento?
—Famélico.
Ella movió la mano y una mesa cubierta de comida apareció junto a la cama.
Acheron quedó estupefacto ante el festín.
—Si quieres algo más, pídemelo.
—No, esto es maravilloso —se levantó para ir a por una hogaza de pan. Los ojos se abrieron ante su sabor, caliente y cubierto con miel, era lo mejor que había comido.
Artemisa le acercó una copa de vino.
—Por dios, estás hambriento.
El tomó la copa agradecido para tomar un profundo trago de su rico sabor.
—Gracias, Artie.
Ella arqueó una ceja ante su inesperado apodo.
—¿Artie?
Acheron se estremeció mientras se daba cuenta de su metedura de pata.
—Artemisa, quise decir Artemisa.
Ella lo acarició con la nariz.
—Pienso que me gusta Artie. Nunca nadie me había llamado así antes.
Acheron bajó la cabeza para besar su mano.
Artemisa no podía respirar mientras que ese simple toque la electrificaba. ¿Qué había en este hombre que encendía su ser entero? Deseaba sostenerlo y protegerlo. Más que eso, deseaba devorar cada centímetro de su exuberante cuerpo.
Cerrando los ojos, se reclinó contra él e inhaló la esencia intoxicante que era todo masculino y todo suyo.
—Come, Acheron —susurró—. No quiero que estés hambriento.
Él se alejó y ella sintió el repentino frío que dejaba la ausencia de su calor como un golpe contra su estómago. Lo miró mientras él humedecía el pan en un pequeño plato de miel antes de darle un mordisco y sonreír, una sonrisa tan hermosa que hizo que su corazón se estremeciera.
Volvió a mojar otro trozo, entonces se giró hacia ella.
—¿Quieres un poco?
Asintió, él lo sostuvo ante ella para que diera un mordisco. Artemisa abrió la boca. Mientras colocaba el pan en su lengua, ella lamió sus dedos que eran deliciosos. Dulces y salados, le abrieron el apetito por más.
Sus ojos se oscurecieron, causando que una ola de deseo se iniciara profundamente dentro de ella. Él hundió el dedo en la miel, para dibujar sus labios antes de acercarla y besarla. El sabor de él combinado con la miel era más de lo que podía soportar.
Guiándolo hacia la cama, se recostó sobre el colchón y tiró de su mano hasta que él estuvo sobre ella.
Acheron gruñó ante la visión de Artemisa bajo él.
—Eres increíblemente hermosa.
Artemisa no podía articular palabra. Estaba completamente cautiva por la mirada de ternura en su rostro. Nadie nunca la había mirado de esa manera. Y cuando colocó sus labios contra la garganta, todo pensamiento racional se perdió en el fuego dentro de ella.
Ella nunca había estado completamente desnuda con nadie. Pero mientras él la despojaba de su traje no protestó. Con una exasperante lentitud el deslizó la ropa por su cuerpo hasta que estuvo desnuda ante él. Él no hizo movimiento alguno para quitarse su propia ropa.
En lugar de eso, el levantó su pie para mordisquear su empeine. Mordiéndose el labio ante la exquisita tortura, lo observó mientras ascendía lentamente por su pierna.
El se detuvo para lamer gentilmente la parte interna de su pantorrilla.
—¿Quieres que me detenga?
Artemisa negó con la cabeza.
—Me gusta como me tocas.
Su mirada la abraso mientras que con un ligero codazo separara un poco más sus muslos para tocar la parte de ella que más le necesitaba. Ella hundió los dedos en su cabello y los cerró en puños.
Acheron se retiró con un siseo como si lo hubiera lastimado.
Ella frunció el ceño.
—¿Hay algo mal?
—Por favor no tomes ni tires de mis cabellos. Odio cuando la gente hace eso.
—¿Por qué?
—Me hace sentir como basura.
No había error en el profundo dolor de su voz.
—No lo entiendo.
—La gente me cogía del cabello para controlarme o para mantenerme a sus pies. Ellos me tiraban del pelo mientras me violaban y me humillaban. No me gusta.
Artemisa acarició su mejilla, tratando de consolarlo.
—Lo siento Acheron. No lo sabía. ¿Hay algo más que no te guste?
Acheron se congeló ante la pregunta. Ningún amante antes le había preguntado eso. No podía creer aún que la hubiera dicho que no le gustaba que le tocaran el pelo. No era algo que normalmente hiciera, pero como ella había preguntado se sentía animado a informarla.
—No me gusta que nadie respire en la parte posterior de mi cuello. Me recuerda ser un esclavo sin voluntad y hace que mi piel se estremezca.
—Entonces nunca te haré eso.
Esas palabras lo tocaron tan adentro que trajeron lágrimas a los ojos. Tragó el bulto de la garganta antes de que lo ahogara. No había nada que él no hiciera para complacer a su diosa. Artemisa era toda amabilidad. No podía imaginar porque ella querría ser amiga de alguien tan bajo como un ex-esclavo, pero estaba agradecido de estar con ella.
Deseando complacerla, no porque tuviera que hacerlo sino sólo porque lo deseaba, se tomó su tiempo para provocar su cuerpo hasta que ella gritó su nombre. Fiel a su palabra no le cogió del cabello mientras se corría. Simplemente hundió sus uñas en los hombros.
Agradecido de que hubiera mantenido su palabra, el gateó sobre su cuerpo y la atrajo contra sus brazos.
Artemisa suspiró mientras descansaba contra él. Acheron todavía estaba totalmente vestido.
—¿Por qué no tomas nada para ti mismo?
—Realmente no encuentro placer en el sexo.
Ella frunció el ceño.
—¿Cómo es posible que no lo disfrutes?
No podía siquiera empezar a explicarle que nada acerca del sexo lo hacía sentir bien. Le gustaba tocarla, pero no tenía la misma reacción hacia su toque que ella tenía hacia el suyo. Los orgasmos eran placenteros, sin duda. Sólo que no le importaban si tenía o no uno.
—Lo disfruto.
Mintió él. La haría bien escuchar eso. Mantendría la verdad dentro de él. Honestamente amaba estar con ella. Cuando estaban juntos se sentía como un hombre sin pasado. Se veía a sí mismo como su amigo y si le gustaba a una diosa, no podría ser tan repugnante como su hermano y su padre le hacían creer.
Ella se frotó contra su cuerpo.
Acheron cerró los ojos y saboreó la sensación de su cálido cuerpo contra el suyo.
—Desearía poderme quedar aquí para siempre.
—Si fueras mujer podrías, pero sólo mi hermano tiene permitido entrar en mi templo. Ningún otro hombre.
—Pero estoy aquí ahora.
—Lo sé, y es nuestro secreto. No puedes decírselo a nadie.
—No lo haré.
Ella se elevó para dirigirle una mirada de advertencia.
—En serio Acheron. Ni siquiera en tus sueños podrás susurrar una palabra acerca de mí.
—Créeme Artie, mantener secretos es una de las cosas que aprendí rápidamente en mi vida. Sé cuando mantener mi boca cerrada. Además nadie realmente me habla de todas maneras.
—Bien, ahora es tiempo de que regreses a tu casa.
En un minuto estaba en su templo junto a ella, al siguiente estaba en su cama desnudo de nuevo. Se percató demasiado tarde que no había comido nada realmente. Demonios, estaba oscuro afuera. Había perdido la mayor parte del día. Mientras que su padre no hubiera mandado guardias para golpearlo nadie sabría de su visita al Olimpo.
Suspirando Acheron colocó un brazo sobre los ojos. Tal vez pudiera dormir hasta que Artemisa viniera por él de nuevo.
Pero incluso mientras el pensamiento aparecía en su cabeza supo que no podría durar. Una puta no podría ser amiga de una diosa. Era imposible. Tarde o temprano Artemisa seria como cualquier otro.
Aun así profundamente en su corazón había un poco de esperanza de que tal vez, sólo tal vez, Artemisa debido a su status de dios fuera diferente.
—Vendería mi alma para mantenerte y protegerte Artie —susurró, preguntándose si podría escucharlo. Si tan solo el también hubiera nacido de los dioses.
El negó con la cabeza ante la dura realidad que conocía demasiado bien.
—Y si los deseos fuesen caballos, podría haber huido en la niñez.
No, esto era todo lo que podría tener. Todo lo que podía hacer era asegurarse de que nadie supiera la verdad. Que los dioses le ayudaran si alguien alguna vez lo hacía.

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