jueves, 12 de enero de 2012

A parte 29

13 de Diciembre, 9529 A.C.

—¿Qué estás haciendo?
Acheron abrió los ojos para encontrar a Artemisa parada en el balcón a unos metros de él. A pesar de que estaba helando, estaba sentado en la barandilla, apoyado contra una columna mientras escuchaba al turbulento mar debajo de él.
—Estaba tomando algo de aire fresco. ¿Qué estás haciendo tú?
—Estaba aburrida —dijo con un puchero en los labios.
Eso lo divirtió.
—¿Cómo puede un dios aburrirse?
Ella se encogió de hombros.
—No hay mucho que pueda hacer realmente. Mi hermano esta fuera con tu hermana. Zeus dirige un concilio y nunca me deja participar. Hades esta con Perséfone. Mis koris están bañándose y retozando las unas con las otras e ignorándome. Estoy aburrida. Pensé que tal vez tú tendrías alguna idea de algo que pudiéramos hacer juntos.
Acheron soltó un largo y cansado suspiro. Sabía a donde llevaba todo esto y aún así se sintió motivado a preguntar retóricamente.
—¿Puedo por lo menos ir dentro donde se está más caliente antes de quitarme la ropa?
Ella frunció el ceño.
—¿Es eso lo que los humanos hacen cuando están aburridos?
—Es lo que hacen conmigo.
—¿Y disfrutas con ello?
—No realmente —contestó con honestidad.
—Oh —hizo una pausa de un segundo antes de continuar—. Bueno, entonces ¿Que es lo que haces para divertirte?
—Voy al teatro.
Cruzando los brazos, se acercó a él.
—Eso son historias inventadas donde la gente se hace pasar por otra gente, ¿verdad?
El asintió.
Por su cara podía decir que ella no entendía por qué él encontraba eso entretenido.
—¿Y te gusta eso más que estar desnudo?
Realmente nunca había pensado en ello, pero…
—Si. Por un rato me hace olvidar quien soy.
Ella lucía aun más confundida.
—¿Te gusta olvidarte de ti?
—Si.
—¿Pero eso no te confunde?
Ni la mitad de lo que le confundía esta conversación
—No.
Artemisa le tocó el brazo con los dedos.
—Creo que si no fuera un dios tampoco me gustaría recordar quién soy. Puedo entender porque la gente se siente de esa manera. Entonces, ¿hay alguna obra a la cual podamos ir?
—En el pueblo hay una cada tarde.
—Entonces debemos ir —dijo firmemente.
Acheron resopló, deseando que todo fuera tan fácil como ella parecía pensar.
—No puedo irme.
—¿Por qué no?
Él miró hacia las puertas del dormitorio cerradas a cal y canto con un golpe desde la última vez que le habían lanzado aquí y abandonado para que se pudriera. Oh espera, eso había sido ayer.
—Mis anteriores guardias fueron decapitados por dejar que me marchara. Los nuevos son más cautelosos. Si intento hablarles, sacan las espadas, me empujan y cierran las puertas.
Ella se encogió de hombros.
—Ellos no son ningún problema para mí. Puedo llevarte al pueblo.
Con un balanceo de piernas, Acheron se bajó de la barandilla mientras la esperanza crecía dentro de él. Odiaba estar atrapado como un animal rabioso. Siempre lo había hecho. Todo lo que había hecho durante los dos últimos días era soñar con estar fuera durante un breve momento. Pero sólo había dos formas de salir de su habitación, a través de las puertas tras Artemisa o saltando por encima de la barandilla de piedra para caer trescientos metros sobre las rocas que había abajo.
—¿De verdad?
Ella asintió.
—Si deseas ir, claro.
Sintió como si algo dentro del pecho se liberara con sus palabras. Podría besarla por eso.
—Iré por mi capa.
Artemisa siguió a su nuevo amigo hacia la habitación y miró como sacaba una capa que había debajo del colchón de paja.
—¿Por qué la guardas bajo la cama?
—Tengo que ocultar mi capa o las criadas la quemarían —contestó mientras la sacudía.
—¿Por qué?
La dirigió una mirada en blanco.
—Te dije que supuestamente no me puedo ir de aquí.
Ella no entendía eso. ¿Por qué lo mantendrían encerrado dentro de esta pequeña habitación?
—¿Has hecho algo malo para que te mantengan prisionero?
—Mi único crimen fue haber nacido de padres que no quieren saber nada de mí. Mi padre no quiere que nadie sepa que su hijo mayor es deforme, así que, debo permanecer aquí hasta que muera de viejo.
Un extraño dolor flotó en el estómago de Artemisa mientras se sentía triste por él. Había ocasiones en las que también se sentía prisionera, sin embargo nadie nunca la había hecho sentir excluida de alguna manera.
Bajo la mirada hacia las piernas musculosas.
—¿Es por eso que tienes tus pies desnudos?
Él asintió mientras envolvía la capa alrededor de su cuerpo y se colocaba la capucha sobre la cabeza.
—Estoy listo.
—¿Y tus zapatos?
La miró perplejo por su pregunta.
—No tengo. Ya te dije. No me permiten marcharme.
Ahora que lo pensaba, se dio cuenta que él tampoco llevaba zapatos en su templo.
—¿No tendrás frío en los pies?
—Estoy acostumbrado.
Ella encogió los dedos del pie dentro de sus zapatos cuando pensó como sería el caminar descalza sobre las frías piedras en invierno. Sería una sensación miserable que ningún humano debería soportar. Sacudiendo la cabeza, hizo que se manifestaran un par de zapatos de cuero caliente sobre los pies.
—Así, está mucho mejor.
Acheron miró asombrado los zapatos de color marrón oscuro forrados de piel. Los sentía extraños contra la piel. Pero eran increíblemente cálidos y suaves.
—Gracias.
Ella le sonrió como si los zapatos la complacieran tanto como a él.
—De nada.
Lo siguiente que supo, es que se encontraban en el centro del pueblo. Acheron observó boquiabierto que estaban parados junto a un pozo. Nadie en la ocupada multitud parecía percatarse del hecho de que ellos habían aparecido realmente de la nada. Inmediatamente comprobó que la capucha cubría totalmente su cara para asegurarse de mantenerse oculto de todos aquellos que estaban a su alrededor.
—¿Qué haces? —Preguntó Artemisa.
—No quiero que nadie me vea.
—Oh, esa es una buena idea. —Un momento después, llevaba una capa lujosamente tejida que colocó de idéntica manera a la de Acheron—. ¿Cómo me veo?
Antes de que pudiera evitarlo, una sonrisa curvó los labios de Acheron ante su inocente pregunta. Rápidamente la quitó. Sabía mejor que nadie lo que una sonrisa podía acarrear. Siempre lo ponía en problemas.
—Estas hermosa.
—¿Por qué decirme eso te incomoda?
Acheron apretó los dientes ante la simple verdad que lo había perseguido toda su vida.
—La gente destruye la belleza cuando la encuentra.
Ella ladeó la cabeza.
—¿Cómo puede ser?
—Por naturaleza la gente es mezquina y celosa. Envidian lo que les falta y debido a que no saben cómo adquirirlo, tratan de destruir a cualquiera que lo tiene. La belleza es una de esas cosas que más odian en los demás.
—¿En serio crees eso?
—He sido atacado bastantes veces por ese motivo. Cualquier cosa que ellos no puedan poseer, tratan de arruinarlo.
Artemisa estaba estupefacta ante su cinismo. Había oído comentarios similares de alguno de los dioses. Su padre, Zeus, siempre estaba haciendo declaraciones parecidas. Pero para un humano tan joven...
Acheron era extrañamente astuto en ocasiones. Si no estuviera segura, casi podría creer en su declaración de divinidad. Él era un poco más perceptivo que la mayoría de los humanos.
—¿A dónde vamos? —Preguntó, cambiando de tema.
—La puerta común es por acá.
La dirigió hacia una pequeña puerta donde un grupo de sucios y mugrientos humanos se reunían.
Curvando los labios con repugnancia, lo paró de un tirón.
—¿Debemos entrar a través de la puerta común con la gente común?
—Cuesta entrar a través de las otras.
¿Cómo podría ser un problema? Pensó ella.
—¿No tienes dinero?
—No —la dijo con el ceño fruncido.
Con un suspiro, ella hizo aparecer un pequeño bolso y se lo entregó a él.
—Aquí tienes. Consíguenos asientos decentes. Soy una diosa. No me siento con la gente común.
Vaciló antes de obedecerla. Vaciló. Nadie jamás lo había hecho. Aún parecía olvidar el hecho de que era una divinidad. Por una parte que pudiera ser tan arrogante lo sentía como un insultó pero por otra la cautivaba. Le gustó el sentimiento de ser nada más que una mujer para un hombre.
Especialmente por uno tan increíblemente guapo.
Pero el necesitaba respetar su estatus de diosa. Era, después de todo, la hija de Zeus. Podría matarlo si quisiera.
¿Entonces porque no lo hiciste? Su reto hizo eco en la cabeza mientras lo recordaba tan orgulloso y desafiante en su templo. Definitivamente era un humano extraño.
Y en ese preciso momento le gustó sólo por su belleza.
Artemisa permaneció a su lado mientras compraba las entradas y la conducía a una zona apartada de los campesinos. Los asientos aquí estaban menos atestados y llenos con nobles y las familias de los senadores. Acheron pagó más dinero para comprarle una almohada rellena que colocó sobre la piedra para su comodidad.
—¿No compras una para ti? —Le preguntó mientras tomaba asiento sobre el cojín.
—No necesito una.
La devolvió el monedero.
Arrugando la nariz, ella miró fijamente la dura piedra donde él se sentó haciendo caso omiso del frío.
—¿No estás incomodo?
—No. Estoy acostumbrado.
Estaba acostumbrado a muchas cosas que no eran naturales. Un sentimiento extraño la traspasó. De hecho, la molestó que él estuviera abusando de sí mismo. El no debía carecer de cosas y definitivamente no mientras estuviera con ella. Chasqueando los dedos, ella materializó una almohada bajo él.
La miró con una expresión tan perpleja que era casi cómica.
—No deberías sentarte sobre la fría piedra, Acheron.
Acheron tocó el cojín acolchado de color azul que tenía debajo con incredulidad. Sólo Ryssa se había preocupado alguna vez por su comodidad. Bueno y en ocasiones Catera. Pero el cuidado de Catera provenía del deseo de hacer más dinero a costa de él. Artemisa no tenía razones para preocuparse de si estaba golpeado o tenía frío. No era nada para ella y aún así había hecho algo realmente amable por él. Le hizo desear sonreír, pero aún no confiaba plenamente en ella. Había sido engañado demasiadas veces por la aparente bondad de la gente que había sido motivada sólo por su egoísmo.
Su pecho se contrajo con los recuerdos de hacía tiempo cuando se quedó sin hogar después de que su padre lo había echado de la casa de Estes.
—Te daré trabajo, muchacho...
Apretó los ojos en un esfuerzo por borrar el horror que había seguido a su confianza ciega. Realmente odiaba a las personas. Eran crueles y usaban a otros.
Todos fueron crueles con él.
—¿Vino para mi señor y señora?
A Acheron le tomó un momento percatarse de que el viejo vendedor le estaba hablando a él. Atónito por la muestra de respeto, no fue capaz de formular una respuesta.
—Si —dijo Artemisa imperiosamente. Le dio una moneda a cambio de las dos copas de vino.
—Gracias, mi señora. Mi señor, espero que disfruten del espectáculo —dijo el vendedor mientras se inclinaba ante ellos.
Acheron no podía hablar mientras tomaba la copa de la mano de Artemisa. Nadie lo había tratado con tanto respeto desde el tiempo que había pasado con Ryssa y Maia en el palacio de verano. Y nunca nadie se había inclinado ante él.
Nadie.
Su garganta se apretó, con lentitud tomó el vino.
Artemisa se detuvo para estudiarlo.
—¿Hay algún problema?
Acheron negó con la cabeza, incapaz de creer que estaba sentado junto a una diosa. En público. Usando ropa. Qué vueltas extrañas daba la vida.
Artemisa agachó la cabeza, tratando de encontrar su mirada.
Por hábito, Acheron apartó los ojos.
—¿Por qué no me miras? —Preguntó Artemisa.
—Te estoy mirando.
—No, no lo haces, siempre bajas la mirada cuando alguien se te acerca.
—Puedo verte a pesar de eso. Hace mucho tiempo aprendí como ver sin mirar directamente a las cosas.
—No entiendo.
Acheron suspiró mientras giraba la copa en las manos.
—Mis ojos hacen que la gente se incomode, por eso los mantengo ocultos lo mejor que puedo. Así evito que la gente se enoje conmigo.
—¿La gente se enoja contigo por mirarles?
Acheron asintió.
—¿Cómo se siente eso?
El tragó ante los recuerdos que lo cortaban hasta el alma.
—Duele.
—Entonces debes decirles que no lo hagan.
Como si fuera así de fácil.
—No soy un Dios, Artemisa. Nadie me escucha cuando hablo.
—Yo lo hago.
Así parecía, y eso significaba mucho para él.
—Eres única.
—Cierto. Tal vez deberías pasar más tiempo alrededor de los Dioses.
El resopló ante la idea.
—Odio a los dioses ¿Recuerdas?
—A mí no me odias, ¿verdad?
—No
Artemisa sonrió. Sus palabras la aliviaron y no estaba segura de por qué. Intrigada por él, se levantó para tocar su espalda. En el momento que lo hizo, él inhaló y exhaló rápidamente entre dientes.
—¿Cuál es el problema?
—Mi espalda todavía se resiente.
—¿Se resiente de qué?
De alguna manera logró transmitirla una mirada burlonamente insolente sin mirarla directamente.
—Te dije que tenía prohibido abandonar mi habitación. Mi viaje a tu templo me costó.
—¿Qué te costó?
Él suspiró mientras el espectáculo daba comienzo.
—Vamos a ver la obra, por favor.
Girando la atención hacia los actores, ella escucho mientras contaban una historia insípida que no la motivaba ningún interés. El humano a su lado... esa era otra cosa. La cautivaba enormemente.
En el momento que ella se acercaba a un humano de cualquier clase, él o ella se arrastraban y pedían su aprobación. Incluso la realeza. O ellos la miraban fijamente como si fuera sublime, cosa que por supuesto era. Pero éste humano no hacía nada de eso. Parecía olvidar el hecho de que podía matarlo con una mirada. Incluso ahora, la ignoraba totalmente.
Qué extraño.
—¿Por qué continua cantando ese grupo?
—Es el coro —susurró él. Su atención estaba centrada sobre los actores bajo ellos.
—Están mal afinados.
El frunció el ceño.
—¿Mal afinados?
—Su entonación... no es correcta.
—Desafinados —la corrigió mientras se giraba de nuevo hacia el escenario—. No, no lo están. Suenan bien.
Ella arqueó una ceja ante su tono molesto.
—¿Estas discutiendo conmigo?
—No estoy tratando discutir contigo, diosa. Estoy tratando de escuchar lo que están diciendo los actores. Shh.
¡No… no el realmente no la había mandado callar! El coraje la invadió.
—¿Disculpa? ¿Acheron? ¿Shh?
Por una vez, él encontró su mirada y no hubo confusión en la agitación de esos remolinantes ojos plateados.
— No es momento de hablar, Artemisa —se giró de nuevo hacia el escenario.
Agraviada, le arrebató la capucha de la cabeza para conseguir su completa atención. Al instante se dio cuenta que había cometido un error. Todas las personas de alrededor quedaron fascinadas con Acheron cuyo rostro había perdido todo el color.
Sin una palabra hacia ella, se cubrió de nuevo y se apresuró hacia la salida. Varias de las personas alrededor de ella le siguieron después.
Curiosa, subió la escalera del estadio para encontrar a Acheron rodeado de gente. Él parecía aterrado mientras intentaba apartar de su camino a las personas que querían dirigirse a él.
Uno de los hombres lo agarró rudamente de un brazo.
—Déjame ir —gruñó, empujando al extraño.
El hombre apretó el agarre tanto que Acheron se estremeció por ello.
Enfurecida por el abuso sobre su amigo. Artemisa hundió las uñas en la mano del hombre quien hizo una mueca de dolor. En el momento que soltó a Acheron, ella lo tomó de la mano y se teletransportaron de vuelta a la habitación.
Ella esperaba gratitud.
El no le dio nada de eso. En su lugar. Se giró hacia ella con furia emanando de todo su ser.
—¡Como te atreves a hacerme eso!
—Te salvé.
Su intolerante mirada fue tan acusadora como su tono incluso mientras se mantenía a sus pies.
—¡Me expusiste!
No entendía por qué él la culpaba de algo de lo que no era culpable.
—Me estabas ignorando.
—Estaba tratando ver la obra. Es por eso por lo que fuimos, ¿no?
—No. Fuimos a tratar de evitar que me aburriera. ¿Recuerdas? Me estaba aburriendo de nuevo.
Eso no lo calmó en lo más mínimo. Si acaso. Parecía que lo había hecho enojar aún más.
—Entonces puedes seguir aburrida en otro sitio.
Artemisa estaba horrorizada.
—¿Me estas echando de la habitación?
—Sí.
La rabia nubló su visión. Nadie jamás la había tratado de esta manera.
—¿Quién te crees que eres?
—Aquel a quien casi atacan porque eres una desconsiderada.
—No soy desconsiderada.
El gesticuló hacia la puerta detrás de ella.
—Márchate. No me gusta estar alrededor de la gente. Prefiero estar solo.
Ella le frunció el ceño.
—Estas real y verdaderamente enojado conmigo, ¿cierto?
Él puso los ojos en blanco como si estuviera exasperado con ella.
Atónita. Artemisa jadeó hacia él.
—Los seres humanos no se enojan conmigo.
—Este lo hace. Ahora por favor, vete.
Debería hacerlo y, sin embargo, no era capaz. Este hombre la daba órdenes y debería estar enfurecida y a pesar de todo no estaba realmente enfadada. Hasta una parte de ella estaba tentada a pedirle perdón. Pero las diosas no hacían eso a los humanos.
—¿Por qué la gente te rodeó así? —preguntó, queriendo entender su hostilidad injustificada hacia ella.
—Eres la diosa. Dímelo tú.
—Las personas normalmente no hace eso a otras personas sin una razón. ¿Estas maldecido?
El rió amargamente.
—Obviamente.
—¿Que hiciste?
—Nací. Al parecer esto es todo lo que necesitan los dioses para arruinar a alguien. —Se quitó los zapatos y se los entregó a ella—. Toma tus zapatos antes de irte.
—Te los di a ti.
—No quiero tu regalo.
—¿Por qué no?
Su mirada estaba en el suelo, pero no había perdido la furia y el desprecio.
—Porque me harás pagar por ellos y estoy cansado de pagar por las cosas. —Dejo los zapatos en el suelo y se encamino al balcón.
Ignorando los zapatos. Artemisa lo siguió.
—Estábamos divirtiéndonos. Me gustó hasta que me hiciste enfadar.
El dejó caer su mirada hacia el piso al mismo tiempo que todo el enojo se evaporaba de su rostro.
—Discúlpeme mi señora. No quería ofenderla.
Se dejó caer sobre sus rodillas frente a ella.
—¿Qué haces?
—Su voluntad es la mía, akra.
Artemisa dio un tirón a su capa. Él ni se inmutó ni se movió. Él simplemente se quedó allí como un estúpido suplicante.
—¿Por qué te comportas así?
Él mantuvo la mirada sobre el suelo.
—Es lo que quiere, ¿no? ¿Un sirviente que la entretenga?
Sí, pero no quería eso de él.
—Tengo sirvientes. Pensé que éramos amigos.
—Yo no sé cómo ser amigo. Sólo sé cómo ser un esclavo o un amante.
Artemisa abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera, la puerta de la habitación se abrió con un golpe. Al instante se hizo invisible escondiéndose en las sombras.
Dos guardias entraron.
En cuanto Acheron los vio, se puso de pie y se mantuvo en el balcón mientras se dirigían a él. Su cara era fría y estoica.
Sin una palabra, lo agarraron y lo arrastraron hacia el pasillo. Intrigada sobre los motivos, los siguió, asegurándose de mantenerse oculta.
Acheron fue conducido al salón del trono donde ella había estado con él hacía tres días. Los guardias le obligaron a arrodillarse ante los tronos que estaban ocupados por un humano mayor y un joven idéntico en belleza a Acheron. Sólo que no tenía los ojos plateados de Acheron, y carecía de esa naturaleza irresistible. Era como cualquier otro humano y ella le tomó una aversión inmediata.
—Como usted ordenó, Señor, el no ha dejado la habitación —dijo firmemente el guardia a la izquierda de Acheron—. Nos hemos asegurado de eso.
Los ojos azules del rey eran penetrantes.
—¿No estabas en la plaza hace un rato, teritos?
Los ojos de Artemisa se abrieron ante la palabra que significaba babosa.
Acheron miró desafiantemente al rey.
—¿Por qué habría de estar en la plaza, Padre?
El rey curvó su labio.
—Treinta y seis latigazos por su insolencia, después enciérrenlo en sus habitaciones.
Acheron cerró los ojos cuando los guardias lo agarraron por el pelo y lo arrastraron hacia unas puertas batientes  que daban a un pequeño patio.
Con el ceño fruncido Artemisa miró como lo desnudaban y luego lo ataban a un poste. La perfectamente formada espalda estaba cubierta de contusiones oscuras, ribetes rojos y cortes. No era de extrañar que hubiese retrocedido cuando ella le tocó. Tenía que doler una barbaridad.
Incapaz de detectar su presencia, el guardia más joven caminó a su lado y sacó un látigo del cinto antes de dirigirse a Acheron.
Acheron se endureció y se abrazó contra el poste como si supiera lo que pasaría a continuación.
El látigo silbó por el aire, antes de contactar con la magullada espalda.
Con un jadeo, Acheron agarró el poste con tanta fuerza que sus brazos y piernas se perfilaron y tensaron. Era como si estuviera tratando de fusionarse con el mástil.
Hipnotizada por la visión, observó como llovía latigazo tras latigazo sobre la espalda. Ni una sola vez grito o imploró misericordia, lo más que hacia era respirar entrecortadamente y maldecirlos a ellos y a toda su familia.
Cuando se terminó, los guardias le soltaron. Con cara cenicienta, Acheron recogió su ropa del suelo donde los guardias la habían dejado caer, pero no tuvo tiempo para vestirse antes de que ellos lo arrastraran hacia su habitación y lo lanzaran dentro.
La puerta tembló cuando los guardias la cerraron con un portazo que hizo eco.
Artemisa caminó a través de la puerta cerrada para encontrarse a Acheron acostado en el suelo, donde lo habían soltado. Su sangriento pelo rubio estaba enredado y echado hacia atrás mientras las heridas de la espalda seguían sangrando. Él no hizo ningún movimiento para cubrirse o quejarse. Simplemente miraba fijamente al vacío.
—¿Acheron?
No la contestó.
Se materializó delante de él, arrodillándose a su lado.
—¿Por qué te golpearon?
El dejó salir un suspiro entrecortado mientras apretaba el puño en la ropa que sostenía en un montón.
—No me hagas preguntas, no me siento con ganas de responder
Su corazón se aceleró, tocó uno de los verdugones sangrantes de su hombro derecho. Él siseó ante su tacto. Retirando la mano, ella frunció el ceño. Su sangre caliente, pegajosa cubría las yemas de los dedos. Retrocedió, mirando fijamente su cuerpo desnudo. Por primera vez, ella sintió una ola de culpabilidad atravesándola el pecho.
Le habían castigado por su culpa. Si no le hubiera sacado de la habitación, ellos no le habrían hecho esto. Una parte de ella estaba enfadada porque él había sido herido.
—No me gusta lo que te han hecho —le susurró.
—Por favor, solamente déjame solo.
Pero ella no podía. Quería hacer algo por él, colocando la mano sobre su hombro cerró los ojos antes de sanarlo.
Acheron jadeó debido al terrible dolor que recorría su cuerpo. Un segundo más tarde, todo ese dolor se había ido. Se tensó, esperando que volviera.
Pero no lo hizo.
—¿Estas mejor?
La miró fijamente con incredulidad.
—¿Qué hiciste?
—Soy una diosa de la sanación, entonces te sané.
Girando sobre la espalda, se sorprendió de que el dolor no regresara. Durante los últimos tres días había sido golpeado en varias ocasiones porque había osado acompañar a Ryssa al templo. Francamente, había comenzado a temer que su piel nunca se curaría completamente.
Pero Artemisa le había ayudado.
—Gracias
La diosa sonrió mientras le apartaba el cabello de la cara.
—No quise que ellos te lastimaran.
Acheron cubrió su mano con la suya antes de besar su palma que sabía a rosas y miel. Para su completo asombro, sintió a su cuerpo excitarse. Sólo por eso, esperaba que Artemisa saltara sobre él.
En cambio ella observaba como su pene se endurecía.
—¿Siempre hace eso?
—No. —Raramente se ponía duro a menos que se le obligara o estuviera drogado.
Su frente se arrugó mientras ella le tocó el pecho. Estaba acostumbrado a que la gente sintiera curiosidad por él. Desde que asumían que era hijo de un dios, todos querían tocarlo, explorar su cuerpo.
Sin embargo, ella dudaba. Su mano se movía contra su abdomen ligeramente, como si estuviera temerosa de tocar la parte de él que estaba mirando fijamente.
—No te haré nada que no quieras —dijo en voz baja.
Los ojos de Artemisa destellaron.
—Desde luego que no. Te mataría si lo hicieras.
Nadie había sido tan directo antes, pero la amenaza siempre había colgado sobre su cabeza. Después de salir de la Atlántida muchos de sus clientes le amenazaron por muchas razones. La mayoría políticos o posesivos. Tenían miedo de que pudiera hablar sobre lo que querían hacer a su Príncipe Styxx o no querían compartirle con nadie más.
En tres ocasiones casi lo habían matado.
No sabía por qué la gente reaccionaba ante él de la forma en que lo hacían. Jamás lo entendió. Artemisa, incluso con su divinidad, no parecía diferente de cualquier otra persona.
Excepto que su toque lo incendiaba.
Acheron cerró los ojos cuando su mano rozó ligeramente la punta de la polla. La necesidad dentro de él fue inesperada y sorprendente. Debería sentirse enojado por lo que ella le había hecho y, sin embargo, no podía encontrar ninguna ira dentro de él en este momento. Sólo un deseo por ella que no comprendía.
Un ruido sonó en el pasillo.
Artemisa se retiro con un agudo suspiro.
—Nos pueden ver.
Lo siguiente que supo fue que él estaba dentro de una brillante habitación de mármol blanco. Acheron giró sobre sus pies lentamente, tratando de entender donde se encontraba.
Había una cama increíblemente grande contra una pared. Las sábanas y cortinas eran tan blancas como todo lo que había allí. Él único color que destacaba era el del oro puro.
—¿Dónde estoy?
—En el Monte Olimpo.
Se le aflojó la mandíbula.
—¿Cómo?
—Te he traído a mi templo. No te preocupes. Nadie entra en mis aposentos. Son sagrados.
Artemisa se aproximó a él con una sonrisa en el rostro. Frotó la mejilla contra la suya y un instante después un ropaje rojo apareció sobre su cuerpo.
—Aquí nadie nos molestara.
Acheron no podía formar un pensamiento coherente mientras miraba el esplendor que lo rodeaba. El techo sobre su cabeza era de oro sólido y tallado con brillantes escenas de paisajes forestales.
¿Cómo podía ser esto? ¿Cómo podía una puta estar en la habitación de una diosa conocida por su virginidad? El puro pensamiento era risible.
Aun así ahí se encontraba...
Artemisa lo tomó de la mano y le condujo hacia el balcón que daba a un jardín repleto de resplandecientes flores. El despliegue de colores era casi tan hermoso como la diosa a su lado.
—¿Qué piensas? —preguntó Artemisa.
—Que esto es maravilloso.
—Pensé que esto te gustaría —dijo con una sonrisa.
Acheron la miró con el ceño fruncido.
—¿Cómo puedes aburrirte aquí?
Ella miró a la distancia y tragó. Una profunda tristeza oscureció sus ojos verdes.
—Aquí me siento sola. Son pocas las ocasiones en que alguien quiere dirigirse a mí. A veces camino por el bosque y un ciervo se me acerca, pero ellos realmente no tienen mucho que decir.
El soltó un suspiro sobrecogido ante la increíble escena.
—Podría ser feliz perdido en estos bosques y sin hablar con un alma otra vez mientras viva.
—Pero sólo vivirías unos pocos años. No tienes ni idea lo que es la eternidad. El tiempo no tiene ningún significado. Sólo se alarga y se detiene siempre en lo mismo.
—No sé. Pienso que me gustaría siempre… si pudiera vivir bajo mis propias condiciones.
Ella le sonrió.
—Puedo verte como eres ahora mil años en el futuro —sus ojos se encendieron—. Oh, espera, hay algo que tengo que compartir contigo.
Acheron inclinó la cabeza con curiosidad mientras ella chasqueaba los dedos y un peculiar paquete marrón aparecía en la palma de su mano. Para a continuación ofréceselo.
—¿Qué es esto?
—Chocolate —contestó con un jadeo— Hershey’s. Debes probarlo.
Él lo cogió y lo sostuvo delante de la nariz. Olía dulce, pero no estaba seguro acerca del sabor. Cuando él intentó llevárselo a la boca, Artemisa se lo quitó de la mano.
—Tienes que desenvolverlo primero tontuelo. —Mientras reía, rasgó el papel marrón y un extraño material de plata que lo envolvía, cortó un trozo y se lo dio.
Con cautela, Acheron le dio un mordisco. En el instante que se derritió sobre la lengua, se sintió en el cielo.
—Esto es delicioso.
Ella le alcanzó la barra de nuevo.
—Lo sé. Viene del futuro, se supone que no podemos ir allí, pero no lo puedo remediar. Hay algunas cosas por las que no puedo esperar y el chocolate es una de ellas.
Él se lamió los restos de la yema de los dedos.
—¿Podrías llevarme al futuro?
Ella negó rápidamente con la cabeza.
—Mi padre me mataría si llevara a un mortal allí.
—Un dios no puede matar a otro.
—Sí, pueden. Créeme. Se supone que esta prohibido, pero esto no siempre les detiene.
Acheron tomó otro bocado mientras consideraba sus palabras. Desearía abandonar este tiempo. Ir a un lugar donde nadie conociera ni a él ni a su hermano. Donde no tuviera pasado y pudiera llevar una vida normal, donde nadie le intentara poseer. Sería la perfección. Pero había aprendido por el camino difícil que tal lugar no existía.
Artemisa le quitó la barra y dio un pequeño mordisco. Un trocito se deshizo sobre su barbilla.
Acheron alargo la mano para quitárselo.
—¿Como haces eso? —preguntó ella.
—¿El qué?
—¿Tocarme sin miedo? Todos los humanos tiemblan ante los dioses, pero tú no. ¿Por qué?
—Probablemente porque no tengo miedo a morir —dijo encogiéndose de hombros.
—¿No?
—No. Tengo miedo de revivir mi pasado. Por lo menos con la muerte, se quedaría atrás. Creo que sería un alivio.
—Eres un hombre extraño, Acheron —dijo ella sacudiendo la cabeza—. Diferente a cualquiera de los que he conocido.
Caminando hacia atrás, lo tomó de la mano y lo dirigió hacia el dormitorio.
Acheron fue voluntariamente.
Artemisa no pronunció una palabra mientras se arrodillaba sobre la cama, y se giraba hacia él. Le atrajo a los brazos para darle un beso increíblemente caliente.
Acheron cerró los ojos cuando sintió su lengua sobre la suya. Que extraño… cuando estaba con ella no se sentía como una puta. Nadie le estaba obligando. Ninguno de ellos quería nada excepto acabar con la soledad.
Siempre se había preguntado. ¿Qué se sentiría siendo normal?
Artemisa se separó para míralo fijamente.
—Prométeme que nunca me traicionaras, Acheron.
—Nunca haré nada para lastimarte.
Su sonrisa le cegó antes de que le empujara sobre el colchón y cayera de espaldas. Ella se sentó a horcajadas sobre las caderas mientras le retiraba el cabello del cuello.
—Eres tan guapo —susurró.
Acheron no hizo ningún comentario. Lo hipnotizó cuando le miró con esos ojos verdes y su piel tan lisa y suave lo atormentaba. Al menos hasta que el vio un destello de colmillos.
Un instante después un dolor cegador le traspasó el cuello. Intentó moverse, pero no podía. Ni siquiera un músculo.
El corazón aporreaba dolorosamente pero cedió ante un placer inimaginable. Sólo cuando el placer sustituyó al dolor pudo moverse. Ahuecó su cabeza en el cuello mientras ella seguía absorbiendo y chupando hasta que su cuerpo explotó en el orgasmo más intenso que alguna vez había tenido.
Pronto notó como los párpados se cerraban como si fueran de plomo. Trató de luchar contra la oscuridad, pero no pudo.
Artemisa se retiró y lamió la sangre de sus labios mientras sentía que Acheron se desmayaba, ella nunca había tomado sangre humana antes... era increíble. No era de extrañar que su hermano lo hiciera tan frecuentemente. Había una vitalidad de la que carecían los inmortales. Era tan intoxicante que le tomó toda su fuerza no beber más. Eso lo mataría.
Era lo último que ella deseaba. Acheron la fascinaba. No se estremecía o adulaba. A pesar de que era un mortal, la consideraba como una igual.
Encantada con su nueva mascota, se recostó de lado y se acurruco contra él.
Este era definitivamente el comienzo de una gran amistad...

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