jueves, 12 de enero de 2012

A parte 27

12 de Enero, 9528 A.C.

Acheron se sentó en la baranda de su balcón, extrañando a Artemisa. Estaba fuera atendiendo un festival que se daba en su honor y quería espiar a la gente en persona. Era rara y le gustaba ver como el pueblo la adoraba mientras fingía ser una mortal.
Lo encontraba extrañamente encantador y tenía que admitir que estas últimas semanas habían sido las mejores de su vida.
Artemisa era la única persona que le permitía ser él mismo. Si no le gustaba algo, podía decírselo y ella le prometía que no sucedería de nuevo.
Nunca había roto su palabra. Eso más que cualquier cosa era un sueño hecho realidad. Y como pasaban tanto tiempo juntos y Acheron no causaba problemas o se escapaba de sus guardias, su padre lo dejaba tranquilo. No podía recordar un momento, excepto por los meses con Ryssa, en que hubiera pasado tanto tiempo sin que lo golpearan o abatieran.
El indulto era divino.
Repentinamente las puertas de su cuarto se abrieron.
Las entrañas se le tensaron. Temeroso de que fuera su padre viniendo por él, agarró la piedra que tenía debajo.
No era él. Ryssa avanzó con pasos largos dentro de la habitación con la sonrisa más brillante que había visto en su rostro.
—Buenos días, hermanito.
—Buenos días —saludó vacilante, admirándose de su humor y del hecho de que hubiera dejado las puertas abiertas—. ¿Sucede algo malo?
Tal vez su padre finalmente había muerto. Era lo mejor que podía esperar. Deteniéndose frente a él, sacó un pequeño bolso que traía tras su espalda y se lo entregó.
—Eres libre.
Su padre debía estar muerto.
Acheron balanceó las piernas hacia abajo.
—¿Qué quieres decir?
—He descubierto uno de los beneficios de dormir con Apolo. Padre ahora me escucha. Tus guardias se han ido y tendrás un estipendio mensual para que lo gastes como desees —puso el bolso en sus manos—. También procuré reservarte un espacio en el estadio para cualquier obra. Nadie si no tú tendrá permitido sentarse allí. Jamás.
No podía creer lo que estaba escuchando.
—¿Cuáles son las condiciones?
Su sonrisa se desvaneció mientras mostraba los dientes con irritación.
—Típico comentario de Padre. No te está permitido avergonzarlo a él o a la familia. No se explicarlo, pero mientras no te inmiscuyas con nadie creo que estarás bien.
Acheron se mofó ante la idea.
—No tengo intenciones de inmiscuirme con nadie.
Al menos no públicamente. Se había cansado de eso hacía mucho tiempo. No le gustaba ser un espectáculo.
Ella se acercó.
—¿Te gustaría ir a una obra conmigo?
—¿Qué hay de Apolo?
—Está fuera con su hermana. Tengo casi todo el día para mí —le extendió la mano—. ¿Qué dices, hermanito? ¿Celebramos tu libertad?
Acheron le ofreció una sonrisa real, algo que nunca hacía.
—Gracias, Ryssa. No sabes lo que esto significa para mí.
—Creo que tengo una idea.
Acheron fue a recoger su manto de debajo del colchón… y los zapatos que Artemisa le había dado. Sostuvo los zapatos por un momento, extrañando a la diosa aún más que antes.
Cómo desearía celebrarlo con ella, pero tendría que esperar.
Después de vestirse rápidamente, siguió a Ryssa fuera de la habitación. En el pasillo, vaciló mientras miraba alrededor de las brillantes paredes. Con excepción del día del ofrecimiento de Ryssa a Apolo, jamás había dejado su habitación saliendo por las puertas sin haber tenido que sobornar a los guardias con sexo.
El grado en que su vida había cambiado lo golpeó con fuerza. Ya no era un esclavo. Ya no era un prisionero. Era libre ahora.
Acheron levantó la cabeza orgullosamente con el conocimiento de que tenía dinero y no había tenido que joder con nadie para conseguirlo. Más que eso, tenía una amiga y amante que lo trataba como si importara.
Por primera vez en su vida, se sintió como un ser humano y no como una posesión o un objeto. Era un sentimiento condenadamente bueno y no quería que se acabara.
Ryssa tomó su mano entre las suyas y lo llevó a través de los pasillos hacia fuera por la puerta de enfrente, como si no estuviera avergonzada en lo más mínimo de que la vieran en su compañía. Pero a medida que se movían entre la gente, Acheron se dio cuenta que una cosa no había cambiado.
Las reacciones de las otras personas hacia su belleza. Tiró la capucha sobre la cara y mantuvo los ojos en el suelo a los pies de Ryssa. Había pasado tanto tiempo con Artemisa últimamente que se había olvidado de ellos y de la gran repulsión que le causaban.
Mientras caminaban cruzando la plaza del pueblo, hizo una pausa. Había un grupo de niños con un maestro detenidos en frente del templo. Un niño de alrededor de siete años estaba leyendo el texto que estaba escrito a los pies del dios.
—En todas las cosas moderación. La clave del futuro es entender el pasado.
—¿Acheron?
Pestañeó ante la voz de Ryssa y giró para mirarla, observándola con el ceño fruncido.
—¿Todos los niños saben leer?
Echó un vistazo a los estudiantes.
—No todos. Son hijos de senadores. Vienen aquí para aprender acerca del panteón y ver cómo los sacerdotes sirven a los dioses mientras sus padres elaboran las leyes que gobiernan al pueblo.
Acheron se fijó en las palabras que no tenían ningún significado para él. Estaba demasiado avergonzado de admitir ante Ryssa que no recordaba casi nada de sus lecciones con Maia.
—Todos los nobles pueden leer, ¿no es verdad?
Ella tiró de su mano sin contestarle.
—Vamos a llegar tarde a la obra.
Acheron dio la vuelta y la siguió.
—¿Has sabido algo de Maia?
Ryssa sonrió.
—Se casó el año pasado y está esperando a su primer hijo.
Las noticias lo impactaron. No le gustaba la idea de un hombre lastimando a la niña a la que había tenido tanto cariño. Esperaba que quienquiera que se hubiera casado con ella la tratara con el respeto que se merecía.
—¿No es demasiado joven para eso?
—No realmente. La gran mayoría de las niñas se casan a esa edad. Yo fui una rara excepción, pero Padre rechazó a todos los pretendientes que pidieron mi mano.
—¿Por qué?
—Honestamente, no lo sé. Nunca me lo explicaría. Supongo que debo estar agradecida con Apolo. Si no fuera por él, estoy segura que estaría viviendo mi vida como una solterona.
Podría pensar en algunas cosas peores que esa. Pero su hermana se estaba permitiendo sus ilusiones supuso.
—¿Te hace Apolo feliz ahora?
—Es gentil la mayor parte del tiempo.
Había una tristeza en sus azules ojos que desmentía sus palabras.
—¿Pero?
Tocó su cuello con un nervioso gesto que lo hizo fruncir el ceño con indulgencia.
—No me permiten hablar de lo que hacemos cuando estamos juntos.
Así que Apolo se alimentaba de ella de la misma manera en que Artemisa bebía de él. Le hizo preguntarse si todos los dioses hacían eso o era algo único entre Artemisa y Apolo.
—Mereces ser feliz, Ryssa. Más que nadie que conozco.
Le sonrió.
—No es verdad. Eres tú quien merece felicidad. Podría estrangular a Padre por su ceguera.
—Ya no me importa mucho —dijo honestamente—. Prefiero ser ignorado que maltratado.
Ella sacudió la cabeza antes de evitar la multitud para mostrarle donde el propietario había hecho una entrada especial para los asientos reales reservados para ellos.
Acheron vaciló. Estaban separados de la multitud por un cordón y cada uno de los diez  asientos estaba cubierto con un cojín. Pero lo que no le gustó era el hecho de que el área se destacaba y los otros seguían echándoles un vistazo. Odiaba que la gente enfocara su atención en él.
Pero no quería insultar el regalo de Ryssa. Tirando de su manto, la siguió hasta los asientos.
Ninguno habló mientras los actores salían a actuar. Acheron los observaba y pensaba en los niños que había visto en su camino hasta ahí. Quería leer de la manera en que ellos lo hacían. Artemisa merecía un consorte que fuera educado.
Tal vez si pudiera leer, no tendría que esconder su amistad…

Artemisa sintió la presencia de su hermano como un toque físico. Como gemelos, ambos compartían un lazo especial.
Y un odio especial.
No sabía cuando se habían convertido en enemigos amistosos, pero era un hecho real. Aunque no había nada que no hicieran el uno por el otro, apenas podían soportarse estando en la misma habitación.
Dejando el odio a un lado, no podía negar que Apolo era uno de los dioses más hermosos. Su brillante cabello rubio era corto y las delgadas líneas de su rostro hacían destacar su pequeña barba. Sus ojos azules exhalaban un inteligente poder y una huella de crueldad.
Le arqueó una ceja.
—Estoy sorprendido de verte por aquí.
—Podría decir lo mismo de ti. Ya era hora de que salieras de la cama de tu mascota humana. Estaba empezando a pensar que era ella la que te controlaba a ti.
Su mirada se volvió ártica.
—¿Y qué es lo que te ha mantenido a ti ocupada? Padre dijo que no has estado en los salones Olímpicos en semanas.
Se encogió los hombros.
—Es aburrido.
—Eso nunca te detuvo antes.
Le puso los ojos en blanco.
—¿Te importa? Estoy tratando de ver cómo me adoran los humanos.
Antes de que pudiera alejarse, Apolo la agarró del brazo y la acercó a él para así susurrarle al oído.
—No has venido a alimentarte en algún tiempo. ¿De quién has estado tomando tu sustento?
—¿Qué te importa?
Él aferró su cuello mientras sus dientes caninos se alargaban.
—Es sólo por un tiempo que puedes alimentarte de un humano antes de que sientas hambre de algo un poco más sustancial.
Bajó la cabeza hacia su cuello.
Artemisa se alejó de él.
—No estoy interesada.
Los ojos de Apolo flamearon de rojo.
—¿Recuerdas lo que le sucedió al último hombre con el que retozaste?
Se abatió ante el recordatorio. Orión. Artemisa había tomado en consideración al hombre pero antes que pudiera aproximarse a él, Apolo la había engañado celosamente para que lo matara con una de sus flechas. Después su hermano había puesto su imagen en las estrellas para que siempre recordara que Apolo era el único hombre del que se podía alimentar.
—No retocé con Orión.
La forzó a enfrentarlo.
—Necesitas alimentarte.
Sí, pero no quería hacerlo de su hermano. Quería a Acheron.
Apolo la arrastró hacia las sombras del templo mientras los humanos se reunían fuera para rendirle tributo. No quería seguirlo. Pero si no lo hacía, sabría que estaba con alguien y que Zeus ayudara a Acheron entonces. Su hermano lo destrozaría.
Su corazón sufrió, trató de no abatirse mientras su hermano la atraía y le ofrecía el cuello. Ella lo tomó y en su mente pretendió que era Acheron. Aún así, pudo saborear la diferencia entre los dos. La sangre de Apolo carecía de espíritu. No había una carrera desbocada dentro de ella mientras lo probaba. Ningún fuego que la hiciera querer sostenerlo.
Esto era sólo sangre.
Cuando tomó lo suficiente para aplacarlo, se retiró y se lamió los labios.
Entonces Apolo la atacó. Sus dientes rasgaron a través de los tendones de su cuello, dejándolo palpitando. Quería abofetearlo y muchas veces en el pasado lo había hecho. Condenada Hera por su maldición. La perra celosa había querido asesinarlos a ambos durante su nacimiento y porque Artemisa había ayudado a su madre a dar a luz a Apolo, ese había sido su castigo. No había nada peor que tener que alimentar a tu propia especie. Era una lección que ella y Apolo conocerían por el resto de sus vidas.
Su cabeza se aligeró, trató de pensar claramente. Apolo estaba tomando demasiada sangre. Era algo que siempre hacía cuando estaba enfadado con ella.
Apretando los dientes, le dio un rodillazo en la ingle. Apolo la soltó con una maldición, rasgándole el cuello. Su maldición se unió a la de él mientas cubría la profunda herida con la mano.
—¡Eres un bastardo!
Él aferró su antebrazo, quemándola con su agarre.
—Recuerda lo que te he dicho. Te encuentro con un hombre mortal y lo mataré.
Artemisa le arrebató su brazo.
—Ve a jugar con tus humanos y déjame en paz.
Con su dicha por el festival completamente magullada, se transportó de regreso a su templo. Pero estaba todo tan solitario. Sus koris se habían ido por el día.
Miró hacia su cama e imaginó la sombra de Acheron ahí, su sonrisa calentándola mientras la complacía con sus besos y gentiles caricias.
Necesitándolo desesperadamente, se transportó a su habitación. En el instante en que lo vio sentado con las piernas cruzadas en el piso con su espalda hacia ella, su corazón se iluminó. Sin ningún pensamiento o vacilación, corrió hacia él y lo abrazó.
Acheron se asustó cuando Artemisa se tiró sobre su espalda y lo envolvió con sus brazos fuertemente. Aún así, su aroma lo llenó.
—Te extrañé hoy —susurró en su oído, enviándole escalofríos por todo el cuerpo.
—También te extrañé.
Su abrazo se apretó antes de soltarlo y posar su barbilla en su hombro.
—¿Qué estás haciendo?
Acheron cogió el pergamino del piso y lo dobló para que no pudiera ver qué era.
—Nada.
—Estabas haciendo algo… — tomó el pergamino antes que pudiera detenerla y lo abrió. Frunció el ceño ante sus infantiles marcas—. ¿Qué es esto?
Sintió el calor que hizo arder su rostro por haber sido atrapado.
—Estaba tratando de enseñarme a escribir.
—¿Por qué?
—Porque no sé cómo y deseo aprender.
Bajó el pergamino y lo miró con incredulidad.
—¿No sabes leer?
Acheron dejó caer la cabeza mientras la vergüenza lo atravesaba.
—No.
Artemisa levantó su barbilla con una gentil caricia para enlazar su mirada con la suya.
—Ahora ya puedes.
Acheron jadeó cuando un dolor insignificante lo recorrió. Le entregó el pergamino.
—Escribe tu nombre.
Asombrado por lo que acababa de pasarle, Acheron tomó la pluma y supo cómo escribir las letras. Escribió su nombre sin fallas.
—No entiendo.
—Soy una diosa, Acheron. Y no quiero que bajes la cabeza con vergüenza. ¿Te complace?
—Más que nada.
Su sonrisa lo deslumbró.
—Ven conmigo. Estoy de humor para cazar.
—No sé cómo cazar.
—Lo sabrás.
Fiel a sus palabras, tan pronto estuvieron en el bosque, le entregó un arco y una flecha y tal como con la escritura, supo exactamente qué hacer.
Qué maravilloso ser capaz de hacer algo sin todos los años de aprendizaje. Pero en realidad, había algo que deseaba más que saber escribir o cazar.
—¿Puedes enseñarme a pelear?
Artemisa se volteó hacia él con una expresión atontada.
—¿Qué?
—Quiero saber cómo luchar.
Frunció el ceño, entonces preguntó lo único que no fallaba en pronunciar.
—¿Por qué?
—Estoy cansado de ser golpeado. Quiero saber cómo defenderme.
Artemisa estaba asombrada por su petición. Una imagen de Apolo golpeándolo atravesó su cabeza tan bruscamente que se estremeció. Como la mayoría de los hombres, sabía que Apolo era un bastardo controlador. La última cosa que quería era mostrarse vulnerable ante Acheron. Enseñarle a un hombre a pelear no podía conducir a nada bueno.
—No lo creo. No dejaré que nadie te lastime, Acheron. Soy toda la protección que necesitas.
—¿Qué tal si te aburres de mí?
Ahuecó su mejilla en su mano.
—¿Cómo podría alguna vez aburrirme de ti?
Acheron le ofreció una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Realmente desearía que me enseñaras.
Su insistencia hizo estallar su temperamento.
—Ya te he dicho que no —le espetó.
Acheron se detuvo ante la hostilidad de su tono. Conocía la ira y de dónde se derivaba.
—¿Quién te golpeó?
Artemisa levantó su arco.
—Creo que hay un venado por este camino.
—Artie… —la cogió para detenerla—. Conozco el sonido en tu voz. Lo he tenido demasiado en la mía como para no reconocer lo que significa. ¿Quién te lastimó?
Vaciló por tanto tiempo que dudó que le contestara, pero cuando lo hizo su tono era tan bajo que apenas pudo escucharla.
—Otros dioses.
Le impactó la confesión.
—¿Por qué?
—¿Por qué se golpea a alguien? —Sus ojos estaban furiosos de nuevo—. Hace que se sientan más poderosos. No dejaré que me golpees. Jamás.
—Nunca lo haría —dijo, con la voz llena de convicción—. No podría hacer a otro más de lo que me han hecho a mí para cortar mi corazón. Sólo deseo protegerme.
—Y ya te lo dije. Te protegeré.
Acarició su brazo antes de dejar caer la mano y dar un paso atrás.
—Entonces deberé confiar en ti, Artie. Pero quiero que sepas que no confío fácilmente. Por favor no seas como todos los demás y rompas tu palabra. Detesto que me mientan.
Lo besó suavemente en la mejilla.
—Vamos a cazar.
Acheron asintió antes de tomar una nueva flecha y aplacar a la única amigar real que había tenido. Ella no lo eludía y él no trataba de ocultarse. Lo que lo atemorizaba, sin embargo, eran los sentimientos que lo embargaban cuando no estaba cerca.
Estaba enamorado de una diosa y sabía lo estúpido que era. Dejando de lado de todas las cosas que podía ser, nunca había sido un tonto.
Hasta ahora.
Lo hacía sentir completo. Feliz. Y no quería que esa sensación se fuera.
Apartando lejos ese pensamiento, tomó aire ante la presa. Mientras suspiraba, ella corrió hacia él y le hizo cosquillas. La flecha voló fuera de su marca, clavándose en un árbol perturbando a una ardilla que de verdad le arrojó una nuez.
Acheron se rió antes de estrechar su mirada en ella. Arrojó su arco a un lado y la acechó.
—Has arruinado mi tiro perfecto. Vas a pagar por ello.
Artemisa soltó su arco antes de escaparse.
Corrió tras ella mientras trataba de desaparecer entre los árboles. Su risa lo divirtió haciéndolo reír más. La atrapó por la derecha cuando alcanzaba el riachuelo.
Envolviéndola con sus brazos en su cintura, la balanceó alrededor.
Artemisa no pudo respirar cuando el peso de él la impactó. La visión de su sonrisa, la luz en esos mágicos ojos…
La hizo querer gritar de éxtasis.
La hizo girar mientras los pájaros cantaban una melodía especial para ellos. Estaba perdida en ese espacio y tiempo con él. Esto era lo que siempre había querido. Lo que siempre había necesitado.
A Acheron no le importaban sus caprichos o su mal humor. Tampoco el estremecimiento de que se alimentara de él. La aceptaba como era y lo sobrellevaba a pesar de todo.
Quiso perderse en ese momento y con él para toda la eternidad.
—Hazme el amor, Acheron.
Acheron se congeló con sus palabras mientras su rostro palidecía.
—¿Qué? —La dejó de nuevo en el suelo.
Apartó el hermoso cabello de su cara.
—Quiero conocerte como una mujer. Quiero sentirte dentro de mí.
La soltó y dio un paso atrás, su expresión era reservada.
—No lo creo.
—¿Por qué no?
Tragó y vio el miedo en esos plateados ojos.
—No quiero que nada cambie entre nosotros. Me gustar ser tu amigo, Artie.
—Pero ya me has tocado en lugares como nadie ha hecho. ¿Por qué no querrías estar dentro de mí?
—Eres virgen.
—Sólo un pequeño tecnicismo. Por favor, Acheron. Quiero compartirme contigo.
Acheron miró lejos mientras las emociones ardían en su interior. Lo que le ofrecía era inimaginable. Sin embargo, había tenido numerosas princesas y nobles que habían llegado a él para que preparara sus cuerpos con gentileza para la cópula con otros hombres.
Parthenopaeus… el que perfora la doncellez. Así era como Estes y Catera habían ofrecido sus servicios a sus clientes femeninas. La reputación de Acheron por su suavidad había sido legendaria. El hecho de que estuviera extremadamente bien dotado y aún así fuera cuidadoso no lo había dañado tampoco.
Ahora una diosa se le ofrecía. Cualquier otro hombre saltaría ante la oportunidad. Para lo que importaba, cualquier otro hombre ya estaría desnudo.
Pero a diferencia del resto, entendía las complejidades físicas de la intimidad. Aún cuando habían pedido y pagado por ello, había mujeres que lloraban por la pérdida de su inocencia. Otras la maldecían y a ellas mismas. Algunas se tornaban violentas ante la pérdida. Y un pequeño puñado se regocijaba.
El problema era que no sabía de cuales era Artemisa.
—No quiero lastimarte.
Caminó hasta sus brazos.
—Por favor, Acheron. Quiero sentirte dentro de mí cuando me alimente de ti.
—Realmente no creo que debas.
Sus ojos cayeron con furia sobre él.
—Bien. Vete entonces. Fuera de mi vista.
—Artie…
Era demasiado tarde. Estaba de vuelta en su habitación. Sólo.
—Lo siento —susurró, con la esperanza que lo escuchara.
Si lo oyó, no le dio ninguna pista de ello.
Debiste haberte acostado con ella. ¿Era realmente importante? Se había acostado con todos los demás. Pero los otros habían sido sólo cuerpos para que él los complaciera. Artemisa era diferente.
La amaba.
No, no era tan simple como eso. Lo que sentía por ella…. desafiaba al amor. La necesitaba de una forma que no creía posible y ahora la había enojado.
Con su corazón apesadumbrado, sólo esperaba encontrar una forma de reconquistarla y hacer que lo perdonara. 

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