Esto era una pesadilla. Absolutamente, la peor clase de pesadilla.
Estaba mal. Debía estarlo.
Sebastian salió, dejó el museo inmediatamente, todo el tiempo debatiendo cual sería su próximo paso. En el techo del edificio hizo una pausa. Necesitaba llevar el tapiz a la Britania de mil años antes. Lo había jurado. Había destruido el futuro de Antiphone y ahora el destino de su hermano estaba en sus manos.
Pero la marca…
No podía dejar a su compañera aquí mientras iba a casa. Tampoco podía quedarse en este periodo del tiempo en donde el peligro de ser golpeado inadvertidamente por alguna carga eléctrica era muy alto, ese era su talón de Aquiles.
Porque él dependía de los impulsos eléctricos para cambiar de formas, cualquier clase de choque eléctrico podía transformarlo involuntariamente. Era por eso por lo que los de su especie evitaban el tiempo después de Benjamín Franklin, el llamado Satán de su gente.
Pero las leyes Arcadias le obligaban a proteger a su compañera.
A cualquier costo.
Centurias de guerra habían dejado a los Drakos de la rama de los Arcadios prácticamente extinguidos. Y ya que Sebastian persiguió y ejecutó al maligno animal Drakos, ellos se dedicarían a rastrear y asesinar a su compañera, ya que ellos ya sabrían de la existencia de Channon.
Ella estaría muerta y sería toda su culpa.
Si ella muriese, el nunca podría formar otra pareja.
–Pareja, sangriento infierno, –murmuró. Levantó la vista a la brillante luna llena–. Demonios, Destino. Qué estabas pensando?.
Emparejar un humano con un Arcadio era cruel. Solo pasaba muy raramente, tan raramente que él nunca consideró la posibilidad. ¿Entonces por qué tenía que pasar ahora?
Déjala.
Debería. Pero si lo hacía, dejaría atrás su única posibilidad para formar una familia. Diferente al hombre humano él solo tenía una sola oportunidad en esto. Si fallaba al reclamar a Channon, se pasaría el resto de su vida, excepcionalmente larga, solo.
Completamente solo.
Ninguna otra mujer le gustaría.
Estaría condenado al celibato.
¡Oh demonios!, al maldito infierno con eso.
No había elección. Al final de tres semanas, la marca en la mano de ella desaparecería y ella olvidaría que él alguna vez existió. La marca en su mano Arcadia sería eterna. Y él llevaría luto por ella el resto de su vida. Aun si él regresaba después por ella, sería demasiado tarde. Una vez que la marca desapareciera, sus posibilidades se habrían acabado.
Era ahora o nunca.
Sin mencionar el pequeño detalle que durante las tres semanas que ella estuviera marcada por su signo, Channon seria un imán para el Katagaria Draki quien lo quería a él muerto.
Por siglos, él y el animal Katagaria habían jugado mortalmente al gato y al ratón. Rutinariamente el Katagaria enviaba sondeos mentales para él, así como él lo hacía con ellos. Su sonar psíquico fácilmente registraría su marca en el cuerpo de Channon, permitiéndoles ubicarla.
Y si alguno de ellos encontraba a su compañera sola, sin un protector…
El se sobresaltó ante la imagen en su mente.
No, él tenía que protegerla. Aquello era todo lo que tenía que hacer.
Cerrando sus ojos, Sebastian se transformó en un dragón y regresó al hotel de Channon, en donde cambió de forma otra vez y entró a la habitación como un hombre.
Él estaba por quebrar nueve leyes diferentes.
Sonrió amargamente. Y qué era lo nuevo ¿por qué se preocupaba? Su gente lo había desterrado hacia mucho tiempo. Estaba muerto para ellos. ¿Por qué debía cumplir con sus leyes?
Él no se preocupaba por ellos. No se preocupaba por nada. Por nadie.
Pero mientras miraba a Channon durmiendo bajo la luz de la luna, algo excepcional le pasó. Un sentimiento de posesividad creció a través de él. Ella era su compañera. Su única salvación.
Por cualquier retorcida razón, los Destinos los había unido. Dejar a Channon ahí, desprotegida, estaba mal. Ella no tenía idea de la clase de enemigos que harían cualquier cosa para tenerlo a él, enemigos que no vacilarían en lastimarla porque era de él.
Sebastian se acostó a su lado y la atrajo hacia sus brazos. Ella murmuró en sueños, luego se acurrucó contra él.
Su corazón latió con fuerza ante su respiración sobre su cuello.
Miró hacia abajo y vio la palma derecha de ella, que tenía la misma marca que su mano izquierda, yaciendo recta sobre su mejilla. Él había esperado una eternidad por ella.
Después de todos esos siglos de vacía soledad, ¿se atrevía a pensar en tener un hogar? ¿Una familia? ¿Entonces se atrevería?
–¿Channon? –susurró suavemente, tratando de despertarla–. Necesito preguntarte algo.
–¿Hmm? –susurró ella en sueños.
–No puedo trasladarte de tu tiempo a menos que tu estés de acuerdo. Necesito que vengas conmigo. ¿Lo harías?.
Ella parpadeó, abriendo los ojos y lo miró con cara adormecida.
–¿Adónde me llevarías?.
–Quiero llevarte a casa conmigo.
Ella le sonrió como un ángel, y luego suspiró.
–Seguro.
Sebastian tensó sus brazos a su alrededor mientras se volvía a dormir. Ella dijo sí. La alegría lo embargó. Tal vez él había cumplido con su castigo después de todo.
Tal vez, por una vez, podría tener un momento de respiro del pasado.
Sosteniéndola cerca, Sebastian miró por la ventana y esperó los primero rayos del amanecer para así poder impulsarlos fuera del mundo de ella hacia uno más allá de su salvaje imaginación.
Channon sintió un extraño tirón en su estomago que le provocó nauseas. ¿Qué demonios?
Abrió los ojos para ver a Sebastian con la mirada clavada en ella. Vestía una desconcertante máscara de plumas rojas y negras que hacían que el dorado de sus ojos se destacara aun más. Le recordó la máscara del Fantasma de la Opera, ya que solo cubría la frente y el lado izquierdo de su cara en donde estaba su tatuaje.
Ella nunca había considerado sexy a las máscaras, pero en él, mmm, bebé.
Aun más atractivo que eso, vestía una armadura de cuero negro sobre una cota de malla, la armadura negra de cuero estaba cubierta de anillos de plata y botones que se acordonaban al frente. Los cordones estaban desatados, dejando una abertura seductora por donde ella podía ver su tostada piel asomando.
Ummm, hmmm.
Sonriendo, ella empezó a hablar hasta que se dio cuenta que estaba en la parte trasera de un caballo. Un gran, realmente gran caballo.
Aún más extraño, ella estaba vestida con un vestido verde oscuro de mangas anchas que flotaba alrededor de ella como la prenda de una princesa de un cuento de hadas.
–Okay, –ella tomó aire, moviendo su mano por el intrincado bordado de su manga–. Esto es un sueño. Puedo hacer frente a un sueño en donde soy la bella durmiente o algo así.
–No es un sueño –dijo él quedamente.
Channon sonrió nerviosamente mientras se sentaba en su regazo y miraba alrededor. El sol estaba alto, casi como si fuera bien entrada la tarde, y ellos iban viajando por un viejo y sucio camino que corría perpendicularmente a lo que parecía ser un denso bosque prehistórico.
Algo estaba mal. Podía sentirlo en sus huesos, y por la rigidez de él y su cautelosa mirada. Él estaba escondiendo algo.
–¿Dónde estamos?.
–El dónde de esto –dijo él lentamente, evitando mirarla–, no es tan interesante como el cuándo.
–¿Perdón?.
Ella vio las emociones fluctuar en sus ojos, pero la más peculiar fue la fugaz mirada de pánico, como si estuviera nervioso de responder su pregunta.
–¿Te acuerdas anoche cuando te pregunté si podía traerte a casa conmigo y dijiste seguro?
Channon frunció su entrecejo.
–Vagamente, sí.
–Bueno, cariño, estoy en casa.
La cabeza empezó a dolerle. ¿De que estaba hablando él?.
–¿Casa? ¿Dónde?
Él aclaró su garganta aún evitando su mirada. El hombre estaba definitivamente calculando los riesgos. ¿Pero por qué?
–Dijiste que te gustaba la investigación, verdad –le preguntó.
Su estomago se anudó aun más.
–Sí.
–Considera esto como una única aventura de investigación entonces.
–¿Qué estás tratando de decir?
Él movió su mandíbula.
–¿No has deseado alguna vez poder viajar a la Inglaterra Sajona y ver como era realmente antes que los normandos la invadieran?
–Por supuesto.
–Bueno, tu deseo fue concedido. –La miró y le lanzó una sonrisa no muy sincera.
Ok, el tipo no era Robin Williams, y a menos que ella se estuviera olvidando algo muy importante de la noche pasada, ella no lo había invocado de una botella. Si el no era un genio…
Ella rió nerviosamente.
–¿Qué estas diciendo?.
–Estamos en Inglaterra. O mejor dicho estamos en donde algún día estará Inglaterra. En este momento este reino se llama Lindsey.
Channon se quedó completamente callada. Ella sabía todo sobre el reino Sajón medieval, y esto… esto no era posible. No, no había forma de que ella estuviera acá.
–Estas bromeando conmigo otra vez, ¿no?.
Él negó con la cabeza.
Channon frotó su frente, mientras trataba que esto tuviera sentido.
–Ok, me has dado una bebida fuerte. Genial. Cuando esté lo suficientemente sobria, puedes estar seguro que llamaré a la policía.
–Bueno, será novecientos años antes de que haya policías para llamar, alrededor de cientos de años después de que tengas un teléfono. Pero yo estoy deseando esperar si tu lo haces.
Channon cerró con fuerza sus ojos y trato de pensar a pesar del fuerte dolor de cabeza.
–Entonces ¿me estas diciendo que no estoy soñando y que no estoy drogada?.
–Correcto en los dos casos.
–Entonces ¿estoy en la Inglaterra Sajona?
Él asintió.
–¿Y tú eres un matador de dragones?
–Ah, recuerdas esa parte.
–Sí, –dijo ella razonablemente, pero con cada palabra que pronunció después de eso, su voz creció a una moderada histeria–. ¡Lo que no recuerdo es cómo demonios llegué aquí! –gritó, haciendo que varios pájaros salieran volando.
Sebastian se sobresaltó.
Ella lo miró.
–Me dijiste que no habría voces de Rod Sterling, pero acá estoy en el medio de un capítulo de Dimensión Desconocida. ¡Oh déjame adivinar el titulo “La Noche de un Definitivo Estúpido”!
–No es tan malo como eso, –dijo Sebastian, tratando de decidir la mejor forma de explicarle. El no la culpaba por estar enojada. De hecho ella estaba tomando todo esto mejor de lo que él había esperado. –Sé que esto es difícil para ti.
–¿Difícil para mí? Ni siquiera sé por dónde empezar. Hice algo que nunca había hecho en mi vida y luego me despierto y me dices que me has llevado al pasado, y no estoy segura si estoy demente o bajo una ilusión o que. ¿Por qué estoy aquí?.
–Yo… –Sebastian no sabia qué contestar con seguridad.
La verdad era bastante inadmisible. «Channon, prácticamente te rapte porque eres mi compañera y no quiero estar solo por los próximos trescientos o cuatrocientos años de mi vida».
No, definitivamente no era algo que un hombre le podía decir a una mujer en su primera cita. Él tenía que cortejarla. Rápidamente. Y ganarse su deseo de querer quedarse ahí con él.
Preferentemente antes que un dragón se comiera a uno de ellos.
–Mira, porque no piensas que esto es una gran aventura. En vez de leer la historia que enseñas, puedes vivirla por un par de semanas.
–¿Qué eres tu? ¿Disney World? –preguntó ella. –Y yo no puedo quedarme aquí por un par de semanas, tengo una vida el siglo XXI. Seré despedida de mi trabajo. Perderé mi auto y mi departamento. ¿Quién recogerá mi ropa de la lavandería?.
–Si te quedas aquí conmigo, no sería un problema. No tendrías que preocuparte nunca más de esas cosas.
Channon estaba consternada. Oh, Dios, por favor haz que esto sea una extravagante pesadilla. Ella tenía que despertarse. No podía ser real.
–No, –le dijo–, tienes razón. Yo no tendría que preocuparme por nada de eso en Inglaterra Sajona. Sólo tendría que preocuparme por la falta de higiene, la falta de cañerías, invasiones vikingas, ser quemada en la hoguera, la falta de todas las comodidades modernas, y horribles enfermedades sin antibióticos. Santo cielo, ni siquiera podría tener una aspirina. Por no mencionar, ¡que no sabré que pasara la semana que viene en Buffy!.
Sebastian soltó una larga y paciente exhalación y le dirigió una mirada de disculpa que de alguna forma logró mitigar una buena parte de su enojo.
–Mira, –dijo él suavemente–, Haré un trato contigo. Pasa unas pocas semanas aquí conmigo, y si tú realmente no puedes soportarlo, te llevaré a casa tan cerca del tiempo que partimos como me sea posible. ¿Ok?.
A Channon todavía le era difícil comprender todo esto.
–¿Me juras que no estas jugando ningún extraño juego de mente conmigo? ¿Realmente estoy aquí, en la Inglaterra sajona?
–Lo juro por el alma de mi madre. Estas en Sajonia, y puedo regresarte a casa. Y no, no estoy jugando juegos de mente contigo.
Channon aceptó eso, a pesar de que no podía imaginarse porqué. Era solo una sensación que él nunca juraría por el alma de su madre a menos que él quisiera.
–¿Puedes devolverme al preciso momento en que partí?
–Probablemente no al preciso momento, pero puedo probar.
–¿Que quieres decir con probar?.
Por un momento se le formaron los hoyuelos, luego se puso serio.
–Viajar en el tiempo no es una ciencia exacta. Solo puedes viajar en el tiempo en el periodo en que el amanecer encuentra a la noche, y sólo bajo el poder de la luna llena. El problema esta al final de la llegada. Puedes tratar de llegar a un lugar específico, pero solo tienes el noventa y cinco por ciento de probabilidades de tener éxito. Podría llevarte a ése día, pero también podría ser una o dos semanas después.
–¿Y eso es lo mejor que puedes hacer?.
–Hey, sé agradecida que soy viejo. Cuando un Arcadio empieza sus viajes en el tiempo, sólo tenemos un tres por ciento de probabilidad de éxito. Yo terminé una sola vez en Plutón.
Ella se rió a pesar de ella.
–¿De verdad?
Él asintió.
–Ellos no estaban bromeando con que es el planeta más frio.
Channon respiro profundamente mientras asimilaba todo lo que le decía. ¿Era algo de todo esto real?. No lo sabía, tampoco sabía si estaba siendo honesto sobre regresarla en el tiempo. Él aún estaba muy cauteloso.
–Ok, entonces ¿estoy varada aquí hasta la próxima luna llena?.
–Sí.
Oh, cielo santo, no. Si ella fuera la clase de mujer que lloriquea, estaría lloriqueando en este momento. Pero ella siempre era práctica.
–Esta bien. Puedo manejar esto –lo dijo más para ella que para él–. Pretenderé que soy una chica sajona y tu… –su voz se desvaneció mientras recordaba lo que le dijo sobre los viajes en el tiempo–. Entonces, ¿cuantos años tienes?.
–Mi gente no cumple años de la misma forma que los humanos. Desde que podemos viajar en el tiempo, tenemos un reloj biológico más lento.
A ella no le gusto la forma en que dijo humanos y si él mostraba los colmillos ella le clavaría una estaca en el corazón. Pero ella volvería sobre el tema en un minuto. Primero quería entender el tema de las edades.
–¿Entonces tu edad es como la de los perros?.
Sebastian se rió.
–Algo así. Por la edad humana, yo tendría cuatrocientos sesenta y tres años.
Channon estaba sentada mientras miraba sobre su esbelto y firme cuerpo. Aparentaba estar al principio de los treinta no en los tardíos cuatrocientos.
–No estas bromeando, ¿verdad?.
–Ni siquiera un poco. Todo lo que te he dicho desde el momento que nos encontramos ha sido la honesta verdad.
–¡Oh, Dios! –dijo ella, respirando lenta y cuidadosamente para calmar el pánico que comenzaba a asomar. Ella sabia que era verdad, aun si le costaba creerlo. La aturdió saber que la gente podía viajar en el tiempo y que ella podía estar en los Años Oscuros.
Seguramente, no podía ser así de simple.
–Sé que debe haber más de un lado oscuro en todo esto. Y estoy muy segura que ahora es cuando me entero que eres un vampiro o algo así.
–No –respondió él rápidamente–. No soy un vampiro. No tomo sangre, y no hago nada extraño para sobrevivir. Nací de mi madre, así como tú. Siento las mismas emociones. Sangro sangre roja. Y como tú, moriré en alguna fecha desconocida en el futuro. Yo sólo fui dotado con algunos pocos poderes.
–Ya veo. Yo soy un Toyota. Tú eres un Lambourghini, y tu puedes tener sexo realmente impresionante.
Él se rió entre dientes.
–Ese es un buen resumen.
¿Resumen? ¡Demonios! Era increíble. ¿Cómo se había podido mezclar con algo así?
Pero cuando levantó la mirada hacia él, lo supo. Él era imponente. Ese aire mortífero y magnetismo animal, ¿como pensó ella que podía resistirse a él?
Y se preguntaba si habría más hombres como él por ahí. Hombres de poder y magia. Hombres que fueran tan increíblemente sexys que con solo mirarlos te prendías en llamás..
–¿Hay más como tu?.
–Sí.
Ella sonrió malvadamente ante el pensamiento.
–¿Muchos más?
Él frunció el ceño antes de responder.
–Solía haber muchísimos más de nosotros, pero los tiempos cambian.
Channon vio la tristeza en sus ojos, el dolor que él tenía dentro. Se sintió mal por él.
Él bajó la mirada hacia ella.
–El tapiz que tú tanto amas, es la historia de nuestros comienzos.
–¿El nacimiento del hombre y el dragón?.
Él asintió.
–Alrededor de cinco mil años antes que nacieras, mi abuelo, Lycaon, se enamoró de una mujer que él pensó que era una humana. No lo era. Ella había nacido de una raza que había sido maldecida por los dioses griegos. Ella nunca le dijo quien o qué era ella realmente, y con el tiempo le dio dos hijos.
Channon recordó haber visto esa escena del nacimiento bordada en la esquina superior izquierda del tapiz.
–En su cumpleaños veintisiete, –continuó–, ella murió horriblemente de la forma en que todos los miembros de su raza se mueren. Y cuando mi abuelo vio eso, supo que sus hijos estaban destinados a la misma fatalidad. Enojado y apesadumbrado, buscó medios antinaturales para mantenerlos con vida.
Sebastian se tensó al hablar.
–Enloquecido por su pena y miedo, comenzó a capturar tanta gente de mi abuela como pudo y comenzó a experimentar con ellos, combinando la fuerza de ellos con los animales. Él quería crear una criatura híbrida que no estuviera maldita.
–¿Funcionó? –preguntó ella.
–Mejor de lo que esperaba. No sólo su magia les dio la fuerza y poder de los animales, les dio una duración de vida diez veces más larga que la humana.
Ella arqueó una ceja ante eso.
–Entonces ¿me estas diciendo que eres un hombre lobo que vive setecientos u ochocientos años?
–Sí en la edad, pero no soy un Lyko. Soy un Drakos.
–Tú lo dices como si yo tuviera una idea de lo que quieres decir.
–Lycaon usó su magia para la mitad de sus hijos. En vez de dos hijos, él hizo cuatro.
–¿Qué estas diciendo? –preguntó–, ¿él los cortó por la mitad?.
–Si y no. Había un producto derivado de la magia para lo que no creo que mi abuelo estuviera preparado. Cuando él combinó un humano y un animal, esperaba que su magia creara un solo ser. En cambio hizo dos de ellos. Una persona que sostiene el corazón del humano, y una criatura separada cuyo corazón es el del animal. Aquellos que tienen corazones humanos son llamados Arcadios. Nosotros somos capaces de suprimir el lado animal de nuestra naturaleza. Para controlarla. Porque tenemos corazones humanos, tenemos compasión y raciocinio más alto.
–¿Y los de corazones de animales?
–Ellos son llamados Katagaris, quiere decir bribones o truhanes. Porque debido a sus corazones animales, a ellos les falta la compasión humana y están guiados por sus instintos básicos. Como sus hermanos humanos, ellos tienen las mismas habilidades físicas y pueden cambiar de forma, viajar en el tiempo, pero no tienen autocontrol.
Eso no le sonaba bien.
–¿Y la demás gente con la que experimentaron?. ¿Hubo dos de ellos también?.
–Sí. Y creamos las bases de dos sociedades: Arcadios y Katagaris. Como con la naturaleza, con lo que parecíamos, formamos grupos o patrias basadas en nuestros animales. Lobo vive con lobo, halcón con halcón, dragón con dragón. Utilizamos términos griegos para diferenciarnos entre nosotros. Por eso dragón es un drakos, lobo es lykos, etc.
Eso tenía sentido.
–¿Y todo el tiempo los Arcadios permanecen con los Arcadios y los Katagaris con los Katagaris?
–La mayor parte, sí.
–Pero me doy cuenta por tu voz, que ninguno vivió feliz por siempre jamás.
–No. Los Destinos estaban furiosos con Lycaon porque se atrevió a frustrarlos. Para castigarlo, le ordenaron asesinar la criatura base. Él se negó. Entonces los dioses nos maldijeron.
–¿Cómo te maldijeron?
Un tic latió en su barbilla, y ella pudo ver la profunda agonía en sus ojos.
–En primer lugar, no alcanzamos la madurez sexual hasta mediar los veinte. Porque está demorada, cuando nos golpea, nos golpea fuerte. A muchos de los nuestros los lleva a la locura, y si no encontramos la forma de controlarlo y canalizar nuestros poderes podemos convertirnos en asesinos.
–Lo tomo como que no quieres decir un buen matador de vampiros, o la clase de matador de cosas diabólicas.
–No. Estas criaturas están decididas a la destrucción absoluta. Ellos asesinan sin remordimientos y con total barbarismo.
–Que horrible, –ella exhaló.
Él estuvo de acuerdo.
–Hasta la pubertad, nuestros niños son tanto animales como humanos, dependiendo de la forma básica de sus padres.
–¿Forma básica? ¿Qué es eso?.
–Los Arcadios son humanos, entonces su forma básica es humana. Los Katagaris tienen una forma base del animal con los que ellos están relacionados. Un Ursulan será un oso, un Gerakian será un halcón.
–Y un Drakos será un dragón.
Él asintió.
–Un niño no tiene poder, pero con el principio de la pubertad, todos los poderes aparecen. Tratamos de contener los que los atraviesan y les enseñamos cómo manejar sus poderes. La mayoría de las veces tenemos éxito como Arcadios, pero con los Katagaris no es así. Ellos alientan a sus chicos a destruir tanto a humanos como a Arcadios. Porque hemos jurado detenerlos y a sus asesinos, nos odian y han jurado matarnos y también a nuestras familias. Resumiendo, nosotros estamos en guerra con ellos.
Channon se mantuvo silenciosa mientras absorbía la última parte. Entonces esa era la eterna lucha que él mencionó ayer.
–¿Es por eso que tú estas aquí?.
Esta vez la angustia de su mirada era tan profunda que ella hizo una mueca de dolor.
–No, estoy aquí porque hice una promesa.
–¿Sobre qué?.
Él no respondió, pero sintió la rigidez de su cuerpo. Era un hombre que sufría y quería saber por que.
Entonces ella se lo imaginó.
–Los Katagaris destruyeron a tu familia, ¿no?
–Ellos tomaron todo de mí. –La agonía de su voz era tan cruda, tan salvaje.
Nunca en su vida había escuchado algo así.
Channon quería calmarlo de una forma en que ella nunca había deseado calmar a alguien más. Ella deseó poder borrar el pasado y regresarle su familia.
Buscando distraerlo, retornó al tema anterior.
–Si ustedes están en guerra, ¿tienen ejércitos?
Él negó con su cabeza.
–No realmente. Tenemos Centinelas, quienes son mucho más fuertes y rápidos que el resto de nuestra especie. Ellos han sido designados protectores tanto del hombre como de los de su especie.
Alzando la mano, ella tocó la máscara que cubría la mitad del tatuaje de su cara.
–¿Todos los Arcadios tienen tus marcas?.
Sebastian miro a lo lejos.
–No. Solo los centinelas las tienen.
Ella sonrió ante el conocimiento.
–Entonces eres un centinela.
–Yo fui un Centinela.
El acento en el tiempo pasado le dijo mucho.
–¿Que sucedió?.
–Fue hace mucho tiempo, y prefiero no hablar de ello.
Ella podía respetar eso, especialmente cuando realmente le había respondido tanto. Pero su curiosidad era más de lo que podía soportar. Aun así, ella no iba a curiosear.
–Ok, ¿pero puedo preguntarte algo más?.
–Seguro.
–Cuando dices “mucho tiempo”, tengo el presentimiento que tiene un significado totalmente nuevo. Es una década o dos, o…
–Doscientos cincuenta y cuatro años.
Su barbilla cayó.
–¿Has estado solo todo este tiempo?.
Él asintió.
Su pecho se apretó. Doscientos años solo. Ella no podía imaginarlo.
–¿Y no tuviste a nadie?.
Sebastian se quedo callado mientras viejos recuerdos surgían. Hizo su mejor esfuerzo por no recordar su rol como Centinela. Su familia.
Fue criado para mantener el honor cerca de su corazón y por un error fatal, perdió todo por lo que el siempre se había preocupado. Todo lo que una vez había sido.
–Yo fui…desterrado, –dijo, la palabra rasgando su garganta. Nunca, en todo ese tiempo había pronunciado en voz alta esa palabra–. A ningún Arcadio le esta permitido asociarse conmigo.
–¿Por que te desterraron?.
No respondió.
En cambio, apunto enfrente de ellos.
–Mira, Channon. Creo que encontraras ahí algo mucho más interesante que yo.
Dudando seriamente eso, Channon giró la cabeza y boqueó. En una colina a lo lejos había una gran sala de madera rodeada por un grupo de edificios. Aun desde esa distancia, ella podía divisar personas y animales moviéndose.
Ella parpadeó, no pudiendo creer a sus ojos.
–¡Oh mi Dios!, –susurró–. ¡Es una verdadera villa sajona!
–Completa, sin higiene y ni cañerías.
Su corazón martilleaba en tanto se acercaban a la colina a una velocidad lenta y constante.
–¿Podrías hacer mover a esta cosa un poco más rápido? –preguntó ansiosa de tener una visión más cercana.
–Yo puedo, pero ellos lo tomarían como un signo de agresión y podrían decidir dispararnos unas pocas flechas.
–Oh, entonces puedo esperar. No quisiera ser un alfiletero.
Sebastian se mantuvo silencioso y la observó mientras ella se estiraba para ver más del pueblo. Sonrió ante su exuberancia cuando se torció en la silla, sus caderas acomodándose dolorosamente sobre su hinchada ingle.
Después de la noche que habían compartido le sorprendía cuanto deseaba poseerla otra vez, cuán ardiente su cuerpo deseaba el de ella.
Aún no podía creer que le hubiera dicho tanto de su pasado y su familia, pero como su compañera, tenía el derecho de conocer todo sobre él.
Si ella fuera su compañera.
Él aún no podía decidirse sobre eso.
Lo más amable sería regresarla y dejarla ir. Pero el no quería. Extrañaba tener a alguien a quien cuidar y alguien que lo cuidara.
¿Cuantas noches yació despierto por la noche deseando una familia otra vez? ¿Deseando el confort de una caricia tranquilizadora, extrañando el sonido de la risa y la calidez de la amistad?
Por siglos, su soledad, había sido un infierno.
Y esta mujer sentada en su regazo era su única salvación.
Si él se atrevía…
Channon se mordió los labios cuando entraron por el valle y vio gente sajona viva y real, trabajando en la villa. Había hombres colocando piedras, reconstruyendo una parte de la entrada. Mujeres lavando y cocinando, paseando y conversando entre ellas. ¡Y niños! Muchos niños sajones estaban corriendo, riendo y jugando.
Mejor aun había mercaderes y música, acróbatas y juglares.
–¿Hay un festival?.
Él asintió.
–La cosecha ya esta guardada y hay una celebración de una semana para celebrarlo.
Ella se esforzó por entender lo que la multitud alrededor de ellos decía.
Era increíble, ¡ellos hablaban ingles antiguo!
–¡Oh, Sebastián! –exclamó, rodeándolo con sus brazos y acercándolo a ella–.¡Gracias por esto! ¡Gracias!.
Sebastian apretó sus dientes ante la sensación de sus pechos aplastándose contra él. De su respiración cosquillando su cuello.
Su erección fue aún mayor, y le tomo todos sus poderes humanos aplacar la bestia de su interior.
Era algo muy peligroso lo que hizo, pero por el bien de ambos, era una acción necesaria.
Sobre todo por que ambas partes de él deseaban lo mismo; deseaban el Reclamo donde Channon se confiaría a él, la ceremonia que los ataría juntos eternamente. No era algo para tomarlo a la ligera. Ella tendría que renunciar a todo para estar con él. Todo. Y él no estaba seguro si iba a poder pedirle eso.
No sería justo para ella, y definitivamente él no se merecía semejante sacrificio.
Vio la felicidad en los ojos de Channon y le sonrió.
Pero su sonrisa se desvaneció cuando miró alrededor del pueblo y vio la cantidad de vidas inocentes que finalizarían si algo iba mal.
Bracis había mostrado una rara veta de inteligencia cuando estableció el intercambio. Sebastian tenía prohibido por su juramento de Centinela a tomar su forma de dragón o utilizar sus poderes de alguna forma que pudiera traicionar su herencia a los humanos. Para los inocentes, él debía parecer siempre un humano.
Bracis había jurado que los Katagaris vendrían como humanos para hacer el intercambio y se irían pacíficamente. Desdichadamente, Sebastian no tenía ninguna otra elección que confiar en ellos.
Por supuesto, Bracis conocía la extensión de los poderes de Sebastian, y los hombres Katagaris serían absolutamente idiotas de cruzarse con él. Y aunque la bestia podía ser estúpida, Bracis no era tan estúpido.
Tan pronto llegaron al establo, Sebastian ayudo a Channon a bajar, luego desmontó detrás ella. Tiró de su cota de malla para que nadie notara el ardiente deseo que sentía por la mujer atrás de él.
Channon vio como Sebastian sacaba la enorme espada de su montura y la ajustaba a su cintura. Debía admitir que este hombre se veía delicioso, tan masculino y viril.
Las mangas encadenadas caían desde los hombros de la armadura de cuero, tintineando levemente con sus movimientos. Los cordones de la cota de malla estaban sueltos, mostrando un indicio de vello en su pecho, y ella recordaba muy bien las horas recorriendo con sus dedos y boca esa piel lujuriosa.
Y mientras fijaba sus ojos en la pequeña cicatriz de su nuca, se moría por trazarla con su lengua. Este hombre tenía un cuerpo y un aura que debería ser clonado y hacerlo un patrón estándar de equipamiento para todos los hombres. Orgulloso y peligroso, hacía que cada parte de ella se irguiera y jadeara.
¡Detente! Se dijo bruscamente. Estaban en el medio de un pueblo y…
Y ella tenía otra gente para estudiar.
Sí, claro. Como si fueran realmente más interesantes que Sebastian.
Él ajustó la espada, de forma que la empuñadura quedara hacia delante y la hoja siguiera el rastro de su pierna, luego levantó una bolsa de cuero de la montura. Un joven corrió a tomar la montura.
–¿Que día es hoy? –preguntó al niño en inglés antiguo.
–Es martes, sir.
Sebastian le agradeció y le dio dos monedas antes de abandonar su caballo al cuidado del chico.
Se volvió hacia ella.
–¿Estás lista?.
–Absolutamente, he soñado con esto toda mi vida.
Channon contuvo su respiración mientras la guiaba a través de la bulliciosa villa.
Sebastian miró hacia atrás para ver a Channon mientras trataba de ver todo a la vez. Estaba tan feliz de estar ahí.
Tal vez hubiera esperanza para ellos después de todo. Tal vez haberla traído acá no hubiera sido un error.
–Dime, Channon, ¿alguna vez has comido pan sajón?
–¿Es rico?.
–El mejor. –Tomándola de la mano, la llevó a una tienda cruzando el camino de tierra.
Channon inhaló el dulce aroma de pan horneándose mientras entraban en la panadería. Los panes estaban alineados en el mostrador de madera y en canastas sobre las mesas de todo el salón. Una anciana mujer corpulenta estaba parada a un costado tratando de mover un costal a través del piso.
–Acá, –dijo Sebastian, apresurándose a su lado–. Déjeme que yo lo hago.
Enderezándose, ella le sonrió con gratitud.
–Gracias. Lo necesito ahí, al lado de mi mesa de trabajo.
Sebastian levantó el pesado saco sobre su hombro.
Channon observaba, su boca echa agua cuando se le levanto la cota de malla y tuvo una fugaz visión de sus fuertes y bronceados abdominales.
Sus anchos hombros y marcados bíceps se flexionaron por el esfuerzo. Y cuando colocó el saco en el piso al lado de la mesa, ella fue premiada con una agradable vista de su trasero cubierto por los pantalones de cuero negro.
Oh, sí, ella adoraría dar un mordisco a eso.
–¿Ahora, que puedo hacer por ustedes gentiles personas? –preguntó la mujer.
–¿Qué te gustaría Channon?
¿Esa era una pregunta tramposa o qué?
Esforzándose en mirar otra cosa más que a Sebastian, ella intentó encontrar un sustituto para hundir sus dientes.
–¿Que me recomiendas? –preguntó, probando su inglés antiguo. Ella nunca lo había usado antes en una conversación.
Para su asombro la mujer la entendió.
–Si tiene en mente algo dulce, acabo de retirar una barra de pan de miel del horno.
–Eso seria maravilloso –dijo Channon.
La mujer los dejó solos. Sebastian se hizo a un costado mientras ella examinaba los diferentes tipos de pan en la tienda.
–¿Qué hay en la bolsa? –preguntó, señalando la bolsa negra que Sebastian había sacado del caballo.
–Es solo algo que necesito cuidar. Más tarde.
Otra vez evadiéndose.
–¿Es por eso que has regresado acá?.
Él asintió, pero había algo cauteloso en su mirada, que le advertía que el tema estaba absolutamente cerrado.
La mujer regresó con el pan y lo cortó para ellos. Cuando Channon comió la caliente y deliciosa tajada, la mujer preguntó a Sebastian si podía ayudarla a mover algunas cajas de la carreta que estaba afuera hasta la parte de atrás de la tienda.
Él dejó su bolsa con Channon, y la fue a ayudar.
Channon los escuchaba en la otra habitación mientras comía el pan y tomaba la sidra que la mujer también les había traído. Su mirada descendió a la bolsa negra y la curiosidad la pudo. Inclinándose sobre la bolsa, la abrió para ver que contenía. Se quedó sin aire cuando vio el tapiz adentro.
Realmente lo había robado. ¿Pero por qué?
La anciana regresó, limpiando sus manos en su delantal.
–Es un buen hombre el que tiene, mi querida.
Sonrojándose por haber sido atrapada mientras espiaba, Channon se enderezó. Por el momento ella no estaba tan segura.
–¿Esta todavía descargando la carreta?.
La mujer indicó con la mano hacia la parte de atrás, y la llevó a que mirara hacia la puerta. En el pasillo detrás de la tienda, ella vio a Sebastian jugando con dos niños que esgrimían espadas de madera y escudos contra él, pretendiendo ser guerreros peleando contra un dragón. A ella no se le escapó la ironía del juego.
Se tomó un minuto para observarlo reír y verlo bromear con ellos. La escena calentó su corazón.
El Sebastian que ella estaba conociendo era un hombre con muchas facetas. Caritativo, compasivo, y afectuoso de una forma que ella nunca había conocido. Pero había algo salvaje en él, algo que le decía que no era un hombre para tomarlo a la ligera.
Y en tanto lo observaba jugar con los niños, algo extraño le sucedió. Ella se preguntaba cómo luciría jugando con sus propios hijos.
Con los hijos de ellos…
Vio la imagen tan claramente que la asustó.
–¿Por qué llevas una máscara? –le preguntó uno de los niños.
–Porque no soy tan lindo como tu, –bromeó Sebastian.
–No soy lindo –dijo el niño indignado–, soy un chico buen mozo.
–Buen mozo eres, Autrey, –dijo un hombre de mediana edad mientras movía un barril por la puerta del edificio hacia la calle.
El hombre miró a Sebastian.
Se quedó con la boca abierta, luego se limpió la mano en la camisa y movió el brazo de Sebastian hasta sacudirlo.
–Hace mucho tiempo que no veo a uno de ustedes. Es un honor darle la mano, sir.
Los chicos dejaron de jugar.
–¿Quién es él, abuelo?.
–Es un mata dragones, Autrey, como los que yo te cuento por la noche cuando vas a dormir. –El hombre señaló la máscara y la espada–. Yo tenía tu edad cuando vinieron a Lindsey y mataron a Megalos.
Ella quería saber si Sebastian fue uno de los que vinieron ese día.
Como presintiéndola, Sebastian volvió su cabeza y la vio en la puerta.
–Si me disculpan, –dijo al hombre y a los niños, y luego camino hacia ella.
Sebastian podía decir por la cara de Channon que algo la estaba preocupando.
–¿Pasa algo malo?.
–¿Eras uno de los que luchó contra el Megalos?
Él sacudió su cabeza, mientras el dolor lo atravesaba. Si el no hubiera estado desterrado, habría estado allí ese día. A diferencia de otros Centinelas él tenía que luchar contra los Katagaris solo.
–No.
–Oh.
–¿Hay algo más que este mal?. Todavía no se te ve contenta.
Ella encontró su mirada.
–Robaste el tapiz del museo, –lo dijo en inglés moderno así nadie podría entenderla. –Quisiera saber por qué.
–Tuve que regresarlo aquí.
–¿Por qué?.
–Porque es el rescate de otro Centinela. Si no les doy el tapiz el viernes, lo asesinarán.
Channon frunció el ceño.
–¿Por qué quieren el tapiz?
–No tengo idea. Pero como la vida de un hombre esta en riesgo, no me preocupe por preguntar.
De pronto, ella recordó lo que él había dicho la noche pasada sobre el tapiz. “Fue echo por una mujer llamada Antiphone hace 700 años en Britania. Es la historia de su abuelo y su hermano y su eterna lucha entre el bien y el mal.”
–¿Antiphone es tu hermana?.
–Era mi hermana. Ella murió hace mucho tiempo.
Por su mirada se podía decir que el dolor todavía estaba en él.
–¿Por qué estaba el tapiz en el museo?.
–Porque… –tomó aire profundamente para rechazar la agonía dentro de él, agonía tan profunda que todo su ser sufría. Él sentía el tic en su barbilla mientras se forzaba a responder la pregunta–. El tapiz estaba con ella cuando murió. Trate de devolverlo a mi familia, pero ellos no querían saber nada de mí. Yo no soportaba tenerlo conmigo, entonces lo lleve al futuro, donde sabía que alguien lo conservaría y estaba seguro que sería honrado y protegido como ella hubiera hecho.
–¿Tu planeas devolverlo una vez que todo esto se haya solucionado, no?
Frunció el ceño ante su sagacidad.
–¿Cómo lo sabes?.
–Diría que soy psíquica, pero no lo soy. Sólo me figuro que un hombre con un corazón tan grande como el tuyo no robaría algo sin enmendarlo.
–Tu no me conoces tan bien.
–Yo pienso que sí.
Sebastian apretó sus dientes. No, ella no sabía. Él no era un buen hombre. Era un tonto. Si no fuera por él Antiphone habría vivido. Su muerte había sido toda culpa suya. Era la culpa con la que vivía constantemente. Una que nunca cesaría, nunca iba a curarse.
Y en ese momento se dio cuenta de una cosa. Tenía que dejar ir a Channon. No había forma de que él la conservara. No había forma que él compartiera su vida con ella.
Si algo le sucediera a ella...
Sería su culpa, también. Como su compañera, ella sería el primer cebo para los Katagaris, A pesar de estar desterrado, aún era un Centinela, y su trabajo era encontrar y destruir cada Asesino que encontrara.
Solo, él podía combatirlos. Pero sin su gente para proteger a Channon mientras él cumplía con el antiguo juramento, siempre habría una posibilidad de que ella terminara como Antiphone.
Antes prefería pasar el resto de sus días célibe antes de que eso pasara.
¡Célibe! ¡No!
Aplastó el grito rebelde del Drakos interior. Durante las próximas tres semanas, él protegería su vida con la propia, y una vez que su marca desapareciera de ella, la llevaría a casa.
Era lo que tenía que ser hecho.
Después que abandonar la panadería, pasaron la tarde curioseando los puestos y probando comida y bebida.
Channon no podía creer este día, era el mejor de su vida. Y no era porque estaba en la Inglaterra Sajona, era porque estaba con Sebastian. Sus bromas y su fácil manera de ser envolvieron su corazón y la hicieron desear quedarse con él.
–Disculpe, milord.
Ellos se dieron vuelta para ver un hombre parado atrás de ellos, mientras miraban a un acróbata.
–¿Qué? –preguntó Sebastian.
–Fui enviado por Su Majestad, el Rey Henfrith, para preguntarles si podría tener el honor de su compañía esta noche. Él desea extender su total y más cordial hospitalidad a usted y a su lady.
Channon se sintió mareada.
–¿Voy a conocer al rey?.
Sebastian asintió.
–Di a Su Majestad que será para mí un honor encontrarme con él. Estaremos en poco tiempo.
El mensajero partió.
Channon respiró nerviosamente.
–No se sobre esto. ¿Estoy vestida apropiadamente?
–Sí, lo estas. Te lo aseguro, serás la mujer más bella allí. –Luego, su gallardo campeón le ofreció el brazo. Tomándolo, permitió que la guiara a través del pueblo hacia el gran salón.
Como estaban cerca de la puerta del salón, ella podía escuchar la música y las risas de dentro mientras la gente tomaba su cena. Sebastian abrió la puerta y le permitió entrar primero.
Channon vaciló en la entrada mientras miraba pasmada. Era más espléndido de lo que hubiera imaginado.
La mesa del rey estaba apartada de las demás, y había tres mujeres y cuatro hombres sentados en ella. El hombre con la corona asumió que era el Rey, la mujer a su derecha, su reina, y los demás debían ser sus hijas e hijos u otros dignatarios tal vez.
Los sirvientes se apresuraban con la comida mientras los perros rondaban, buscando desechos de los comensales. La música era sublime.
–¿Nerviosa? –le preguntó Sebastian en inglés moderno.
–Un poco. No tengo idea cual es la etiqueta Sajona.
Él levantó su mano hasta sus labios y besó sus dedos, haciendo que un cálido escalofrío la recorriera.
–Sigue mi guía, y te mostraré todo lo que necesites saber para vivir en mi mundo.
Ella elevó una ceja ante sus palabras. Había algo escondido en ellas. Estaba segura.
–Me vas a llevar a casa en la próxima luna llena, ¿verdad?
–Ya os di mi palabra, mi lady. Es la única cosa que nunca he roto, y seguramente no rompería mi juramento a ti.
–Sólo estaba asegurándome.
Un silencio cayó en la multitud mientras ellos cruzaban la sala y se acercaban a la mesa del lord.
Channon tragó nerviosamente. Pero ella estaba allí con el hombre más apuesto del reino. Vestido con su máscara y la negra armadura, Sebastian era espectacularmente masculino. El hombre tenía una regia presencia que prometía fuerza, velocidad y mortal precisión.
El se paró frente a la mesa y bajó la cabeza levemente de forma cortés. Channon hizo lo que pensó era una aceptable reverencia.
–Saludos, Su majestad. –Dijo Sebastian, enderezándose–. Soy Sebastian Kattalakis, Príncipe de Arcadia.
La mandíbula de Channon se aflojó ante esa declaración. ¿Un príncipe? ¿Lo era realmente o era otra broma?
El se volvió hacia ella, sus facciones precavidas.
–Mi lady, Channon.
El rey se paró y les hizo una reverencia a ellos.
–Su alteza, ha pasado muchísimo tiempo desde que tuve el privilegio de tener la compañía de un mata-dragones. Le debo a su casa más de lo que puedo compensar. Por favor, venga y siéntese con honor. Usted y su señora esposa son bienvenidos por todo el tiempo que deseen estar.
Sebastian guió a Channon a la mesa y la sentó a su derecha, junto a un hombre que se presentó como el yerno del rey.
–¿Eres de verdad un príncipe? –le susurró a Sebastian.
–El más desheredado, pero sí. Mi abuelo, Lycaon fue el Rey de Arcadia.
–Oh, mi Dios, –dijo Channon mientras unía las piezas de la historia en su mente–. ¿El Rey maldecido por Zeus?
–Y los Destinos.
Licántropo, la palabra griega para hombres lobos, vampiros y los que cambiaban de forma, derivaba de Lycaon, el Rey de Arcadia. Aturdida, ella se preguntaba qué otros llamados “mitos y leyendas” eran reales.
–Sabes, eres mejor que la piedra Rosetta para un historiador.
Sebastian se rió.
–Encantado de saber que tengo algún uso para ti.
Más de lo que creía, y no era sólo por el conocimiento que él tenía. Hoy era el único día que ella podía recordar en un excepcionalmente largo tiempo, que no había estado sola. Ni una sola vez. Ella había disfrutado cada minuto de este día y no quería que terminara.
Esperaba con ansias pasar las próximas semanas con Sebastian en su mundo. Y muy adentro de ella, donde mejor no investigaba, había una parte de ella que se preguntaba, si cuando llegara el momento de regresar, ella podría dejarlo.
¿Cómo una mujer podría dejar ir a un hombre que la hiciera sentir en la forma en que Sebastian lo hacia cada vez que la miraba?
Ella no estaba segura de que fuera posible.
Sebastian cortó y le sirvió algo asado que no pudo identificar. Pensando que era mejor no preguntar, tomó un bocado y descubrió que estaba bastante bueno.
Comieron en silencio mientras los demás finalizaban sus comidas y comenzaban a bailar.
Después de un tiempo, Channon miró a Sebastian y notó que sus ojos parecían preocupados.
–¿Estas bien? – le preguntó.
Sebastian paso su mano por la parte de su cara que estaba al descubierto. Él se sentía enfermo internamente. La armonía entre sus dos partes había sido desestabilizada por su lucha interior sobre Channon, y el dolor que tenía era más de lo que podía soportar.
El Drakos la quería a pesar de todo, pero el hombre en él se negaba a ponerla en peligro.
La lucha entre sus dos lados era tan severa que él quería saber como iba a hacer en las próximas tres semanas para no lastimar a ninguna de sus mitades.
Era la clase de lucha interna que provocaba la locura en los más jóvenes de su especie. Y si él no recuperaba el equilibrio pronto, sus poderes serian permanentemente destruidos.
Forzando al dragón a claudicar, no le habló a Channon mientras comían. Le brindó tiempo para experimentar la vida y la belleza de esta época sin entrometerse con ella.
Dios, como ansiaba hacer que se quedara. Podría tomarla en este momento y ligarla a él por el resto de su vida. Estaba totalmente dentro de su derecho.
Pero no le podía hacer eso a ella. El hombre en él se negaba a reclamarla sin su consentimiento. Debía ser su elección. El no aceptaría nada menos que eso.
Channon frunció el ceño ante la seriedad que vio en los ojos de Sebastian.
–¿Estas seguro que estas bien?.
–Estoy bien; en serio.
Ella todavía no le creía. Los músicos se detuvieron mientras la multitud los aplaudía. Mientras aplaudía a los músicos y bailarines, Channon se dio cuenta de algo en su mano. Frunciendo el ceño ella estudio su palma.
–¿Qué demonios es esto...?
Sebastian tragó saliva. Hasta ahora él había utilizado su poder para escudar su marca, pero sus poderes se estaban debilitando...
Ella trató de frotarlo.
–¿Qué es esto?.
Él empezó a decirle la verdad, pero se le quedó atragantada. Ella no necesitaba saber eso. No ahora. Él no quería destruir su alegría lanzando un tema tan serio.
–Es por el viaje en el tiempo –le mintió–. Nada importante.
–Oh –dijo Channon, bajando la mano–. Ok.
Los músicos comenzaron otra vez. Sebastian se excusó.
Channon frunció el ceño otra vez. Algo en su conducta tenía que ver con ella.
Él caminaba demasiado deliberadamente con su espalda rígida y sus hombros hacia atrás.
Siguiéndolo, ella vio que dejaba el salón y se iba afuera. Rodeó un lado del salón y caminó hacia un pequeño pozo.
Channon se quedo atrás mientras sacaba agua del pozo, luego removía la máscara y se salpicaba agua sobre el rostro.
–¿Sebastian? –preguntó suavemente, colocándose a su lado–. Dime que te pasa.
Sebastian pasó sus manos enguantadas por su pelo, humedeciéndolo.
–Estoy bien, de verdad.
–Tu sigues diciendo eso, pero...
Ella colocó su mano en su brazo. La sensación de su contacto lo sacudió tan ferozmente que quería gruñir. Su cuerpo reaccionó viciosamente mientas el deseo lo inundaba.
El dragón gruñía y daba vueltas, demandando por ella. Tómala. Tómala. Tómala.
¡No!. Él no le haría perder su vida. El no la comprometería.
–Yo no debería haberte traído aquí, Channon –dijo mientras enviaba sus poderes a su interior para calmar al Drakos–. Lo siento.
Ella le sonrió.
–No lo sientas. No es tan malo. Es realmente agradable aquí.
Él cerró los ojos y se alejó. Él debía. La bestia en su interior estaba gruñendo otra vez. Salivando.
Reclámala.
Quería posesión total.
Y también lo quería el hombre.
Su erección era cada vez mayor, y se preguntaba cuanto tiempo más podría contener esa parte de él.
Channon vio la feroz mirada en sus ojos en tanto pasaba su voraz mirada sobre ella. Su cuerpo reaccionó con un deseo tan poderoso que la aturdió y la asustó. Ella deseaba que él la mirara así. Por siempre.
Su respiración se agitó, él ahuecó su cara en sus manos y la acercó para un beso feroz. Channon gimió ante la cruda pasión que estaba saboreando mientras apoyaba su peso contra él.
Envolvió su cuello con sus brazos y sintió sus músculos tensos. Imágenes de la noche pasada la invadieron. Otra vez podía ver su cuerpo desnudo moviéndose bajo la luz de la luna y sentirlo profundo y duro dentro de ella.
Sebastian gimió ante el sabor de ella, al sentir su lengua deslizarse contra él. Perdido en la pasión del momento, la apretó contra la pared de la entrada.
La deseaba no importaba las consecuencias, no importaba el tiempo o el lugar.
Channon sintió su erección mientras la sostenía entre él y la pared. Como imantadas, sus caderas se frotaron contra él. Quería sentirlo dentro de ella otra vez. No deseaba nada más entre ellos que piel desnuda.
–¿Qué estás haciéndome? –susurró ella.
Sebastian la empujó mientras sus palabras penetraban la niebla de su mente. Aún así, todo lo que podía oler era a Channon. Su aroma giraba en su cabeza, mareándolo. Se zambulló en sus labios, apenas pudiendo contenerse.
Siseando, se obligo a liberarla. Si la besaba otra vez, la tomaría ahí, en el patio, como un animal, sin tomar en cuenta su naturaleza humana, sin ningún respeto por su decisión.
El reclamo era un momento especial, y se negaba a mancillarlo como un Katagari. No, no podía tomarla a ella así. No aquí afuera en donde cualquiera podía verlos. No permitiría que el Drakos ganara.
–Channon –susurró–, Por favor regresa adentro.
Channon comenzó a negarse, pero por la rigidez de su cuerpo se contuvo.
–Ok –dijo.
Se paró en la esquina del salón y se volvió a mirarlo. Estaba ahora inclinado sobre el pozo con su cabeza colgando. Ella no sabía que estaba mal, pero estaba segura que no era nada bueno.
–¡Ha, toma eso!.
Channon se volvió al sonido de un niño riendo. Ella vio a dos niños con espadas de madera que habían estado peleando con Sebastian más temprano. Ellos corrieron a través del patio.
–Te mataré, sucio dragón –gritó uno de los niños mientras corrían hacia una fragua donde el herrero que maldecía y perseguía no los podía alcanzar, diciéndole al más alto que debían estar en casa comiendo. Ella sacudió su cabeza. Algunas cosas nunca cambiaban, no importa el periodo de tiempo. Curiosa de saber que más le recordaba a casa, cruzó el patio.
Sebastian respiró profundamente, tratando de convocar sus poderes otra vez. Si se quedaba junto a Channon, para cuando llegara el viernes, no podría enfrentar al trío de Katagaris.
Tenía que recuperar su poder, intacto y fuerte, lo que significaba que tendría que reclamarla o encontrar algún lugar seguro para que ella se quedara, así él podría tomar distancia de ella.
Porque si no lo hacia, ambos morirían.
–¿Bas?
Sebastian miró alrededor del patio, tratando de encontrar la fuente de ese susurro llamándolo. Era un apodo que nadie había utilizado en siglos.
Oro relampagueó a su derecha. Para su sorpresa, Damos apareció, luego se desplomó en la tierra. Como un animal herido, su hermano se sostuvo en cuatro patas con su cabeza colgando.
Incapaz de creer a sus ojos, Sebastian fue hacia él.
–¿Damos?.
Damos levantó la cabeza para mirarlo. En vez del odio y disgusto que esperaba ver, Sebastian vio sólo dolor y culpa.
–¿Conseguiste el tapiz?.
Sebastian no podía responder mientras miraba la cara de su hermano otra vez. Los dos eran casi idénticos en constitución y apariencia. La única diferencia era el color de pelo. El de Sebastian era negro, mientras que el de Damos era castaño rojizo oscuro.
Y en tanto Sebastian miraba en esos ojos que eran de su mismo color, el pasado relampagueó en su mente.
–Tu no eres más que un cobarde traidor. Tú nunca has servido para nada. Deseo que hubieras sido tú a quien mataran. Si hubiera alguna justicia, serias tú el que debería estar yaciendo en la tierra y no Antiphone –. Las crueles palabras hicieron eco en su cabeza y aun ahora podía sentir la mordida del látigo cuando le dieron los doscientos latigazos en su espalda.
Maltratado y sangrando, Sebastian fue abandonado en un pozo negro y lo dejaron ahí para morir o sobrevivir como pudiera.
El se arrastró por el hoyo y de alguna manera encontró su camino entre los árboles, donde yació por días flotando en la inconciencia. Hasta estos días, él no estaba seguro como había sobrevivido.
–¡Bas! –Damos estalló, haciendo una mueca de dolor por el esfuerzo de pararse lentamente. Se tambaleó y en contra de su voluntad, Sebastian se encontró así mismo ayudando a su hermano a llegar al pozo en donde lo sostuvo.
El largo pelo castaño rojizo estaba lacio y enredado con coágulos de sangre. Su cara golpeada y su ropa desgarrada.
–Te ves como el infierno.
–Si, es difícil verse bien cuando te han torturado.
Sebastian sabía eso de primera mano.
–¿Escapaste?.
Él asintió.
–¿Dónde esta el tapiz?.
–Está seguro.
Damos clavó la mirada en él.
–¿Realmente ibas a negociarlo por mí?
–Lo traje aquí, ¿no?
Lagrimas se acumularon en los ojos de Damos mientras lo miraba.
–Siento tanto lo que te hice.
Sebastian estaba aturdido. Entonces Damos sabía lo que era una disculpa.
–El Katagaris me dijo lo que pasó aquel día, como te engañaron. –Damos posó su mano sobre la cicatriz en el cuello de Sebastian, la que había recibido cuando trataba de salvar la vida de Antiphone–. No puedo creer que los hayas sobrevivido. Y no puedo creer que hicieras esto por mí.
–No parecía que tuviera algo mejor que hacer.
Damos siseó y colocó sus manos en sus ojos.
–Esos malditos rastreadores. Están tratando de encontrarme.
Sebastian se heló. Sin sus poderes, el no podía sentir a los rastreadores, pero si estaban buscando a Damos, entonces encontrarían a...
–Channon
Con su corazón martillando, corrió por el patio.
Encantada, ella caminaba ociosamente a lo largo de los establos y las barracas, mirando adentro para ver familias comiendo y pasando su tiempo juntos.
–Pareces perdida.
Ella se volvió hacia la voz detrás de ella. Había tres hombres allí, bien parecidos y bastante altos.
–Perdida, no. Solo salí a tomar un poco aire fresco.
El hombre rubio parecía ser el líder del pequeño grupo
–Sabes..., eso puede ser un poco peligroso para una mujer sola.
Channon frunció el ceño mientras una ola de pánico la recorría.
–¿Perdón?.
–Dime, Acmenes –el rubio habló al moreno a su lado–.¿Por que crees que un Arcadio traería a una mujer humana a través del tiempo?.
El pánico se fue, reemplazándolo el terror, especialmente por que el hombre estaba hablando en ingles moderno.
Ella trató de volver con Sebastian pero el tercer hombre la agarró. Tomó fuertemente su mano derecha y se la mostró a sus amigos.
–Porque ella es su compañera.
El hombre llamado Acmenes rió.
–No –dijo el moreno–, es mejor. Un solitario Centinela con una humana.
Ellos rieron cruelmente.
Channon lo fulminó con la mirada. Podía parecer inofensiva, pero había estado sola por mucho tiempo y como una mujer sola, había aprendido algunas cosas.
Tae Kwon Do era una. Golpeó al hombre que la sostenía con su codo y se retorció para soltarse. Antes que los otros la alcanzaran corrió hacia el salón.
Lamentablemente, el Katagari se movió mucho más rápido que ella y la agarraron antes de que pudiera llegar.
–Déjala ir –la voz de Sebastian cruzó el patio como un peligroso trueno mientras desenvainaba su espada.
–¡Oh, no!, –dijo Acmenes sarcásticamente.
–Esto es lo mejor de todo. Un Centinela que ha perdido sus poderes.
Channon cerró los puños con fuerza ante esas palabras.
Sebastian sonrió malvadamente.
–No necesito mis poderes para derrotarte.
Antes que ella pudiera pestañear, el Katagari atacó a Sebastian.
–Corre Channon –dijo Sebastian mientras asestaba un asombroso golpe al primer hombre que lo alcanzó.
Channon no fue muy lejos. No podía dejarlo solo para pelear. No es que él pareciera necesitar alguna ayuda. Vio como lo atacaban a la misma vez y él hábilmente los hacia retroceder.
–Hum Acmenes –dijo el joven Katagari mientras se levantaba del piso y jadeaba. –Él esta pateando nuestros traseros.
Acmenes rió.
–Solo en la forma humana.
En un relámpago brillante, Acmenes se transformo en un dragón. La multitud que miraba desde el comienzo de la lucha chilló y corrió caóticamente al refugio.
Channon trastabilló.
Midiendo parado al menos veinte pies de alto, Acmenes era una vista terrorífica. Sus escamas verdes y naranjas brillaban en la mortecina luz del día mientras sus alas azules aleteaban. Arrojó su cola con púas pero Sebastian se salió de su camino.
Los otros dos relampaguearon tomando la forma de dragón.
Sebastian sostuvo su espada firme en sus manos mientras los enfrentaba. Aún si tuviera sus poderes intactos, no podría transformarse. No mientras estuviera en medio de una villa humana. Estaba prohibido.
Maldición, Destinos.
–¿Cuál es el problema, Kattalakis? –preguntó Acmenes–.¿No romperás tu juramento para proteger a tus humanos?.
Bracis rió.
–Él no puede hermano, sus poderes están muy fragmentados. No tiene el poder para detenernos.
Acmenes sacudió su grande y escamosa cabeza y suspiró.
–Esto es tan desilusionante. Todos estos años nos has perseguido, y ahora... –él chasqueó–. Para confortarte mientras mueres, Sebastian, sabe que tu dragonswan será también usada por todos nosotros como lo fue tu hermana.
Una cruda agonía desgarró a Sebastian.
Una y otra vez, vio la cara de su hermana y sintió la sangre en su piel mientras sostenía su cuerpo sin vida entre sus brazos y lloraba.
–Mátalo –dijo Acmenes. Luego giró hacia Channon.
El bestial dragón dentro de Sebastian gruñó con necesidad de venganza. No fue capaz de salvar a Antiphone pero nunca dejaría que Channon muriera. No de esa forma.
Dejando a su humanidad, perdió sus defensas. El cambio fue tan rápido que casi ni lo sintió. Todo lo que sentía era el amor en su corazón por su compañera, la animal desesperación de mantenerla a salvo sin importar la ley o el sentido.
Channon se congeló ante la vista de la forma de dragón de Sebastian. De la misma altura que Acmenes, sus escamás eran rojo sangre y negras. Él parecía una fiera y terrorífica amenaza, y ella buscó algo que le hiciera recordar al hombre que había sido hacia dos segundos.
Ella no encontró nada de él.
Lo que la aterrorizó.
Acmenes se balanceó para ver a Sebastian atacar salvajemente a los otros dos dragones. Disparó fuego a través de la villa al pelear como las bestias primitivas que eran.
Luego para su horror vio a Sebastian matar al dragón de su izquierda con un afilado mordisco. El que estaba a su derecha se alejó de él herido de dolor, y remontó vuelo.
Acmenes se dirigió hacia ella, pero Sebastian lo enfrentó. La fuerza de ambos al golpearse hizo temblar la tierra. Pelearon como hombres, pegándose uno al otro, y después como dragones, mientras sus colas se movían y removían tratando de picar al otro.
Ella se encogió mientras los dos dragones quedaban heridos incontables veces por su pelea, pero ninguno desistía. Ella nunca vio algo así. Ellos estaban trabados en una contienda sangrienta.
Acmenes levantó su cuerpo y arrojó a Sebastian sobre su cabeza, luego rodó sobre sus monstruosos pies. Tropezó mientras trataba de alcanzar el cielo, pero antes que pudiera saltar Sebastian lo cogió a través del corazón con su cola.
–¡Dragón!
Ahora armados y preparados, los hombres de la villa venían corriendo para lastimar a las criaturas que los estaban invadiendo.
Al principio Channon pensó que venían a ayudar a Sebastian, hasta que se dio cuenta que intentaban atacarlo.
Sin pensarlo, fue hacia él.
–Corre Sebastian –dijo ella.
Él no lo hizo. Se volvió hacia ella con ojos espantosos, y en ese momento se dio cuenta de que el hombre que conocía no estaba en ese cuerpo.
El dragón le gruñó a ella mientras la multitud lo atacaba. Tirando su cabeza hacia atrás, chilló.
Para su consternación, no ataco a la gente.
En cambio, la agarro en sus macizas garras y levantó vuelo.
Channon gritó mientras veía como se alejaba del suelo. Ella no tenía idea donde la llevaba, pero no le gustaba. Ni siquiera un poco.
–¿Sebastian?.
Sebastian escucho la voz de Channon. Pero venía de la distancia. Él apenas podía recordarla.
Recordaba vagamente...
Él chilló mientras algo volaba sobre su cabeza. Mirando hacia atrás, vio a Bracis que los seguía.
Y ante la visión, sus recuerdos humanos lo inundaron.
–Sebastian, ayúdanos. Estamos atrapados por los matadores
–No puedo, Percy. No puedo dejar a Antiphone.
–Ella esta segura en la colina. Estamos en la puerta, desprotegidos. Por favor Sebastian. Soy muy joven para morir. Por favor no dejes que me asesinen. Sé que puedes golpearlos. Por favor, por favor, ayúdame.
Y entonces él había prestado atención a la angustiosa llamada mental y fue a proteger a su joven primo y hermano, sin saber que la llamada de Percy por ayuda había sido un truco, sin saber que Percy lo había convocado deliberadamente desde la cueva.
Encontró a su primo apenas vivo y supo demasiado tarde que ellos lo habían forzado a llamarlo.
Para cuando regresó a la cueva donde había dejado a su hermana escondida, los asesinos ya se habían ido.
Y también la vida de su hermana.
Devastado a un nivel que el nunca supo que existía, se negó a hablar en su propia defensa cuando su gente lo desterró.
No ofreció ningún argumento en contra de todos los insultos de Damos.
Nunca debió dejar a Antiphone desprotegida.
Ahora él miró a la mujer que tenía acunada en su palma.
Channon.
Los Destinos le habían confiado esta mujer, así como su hermano le había confiado a Antiphone.
No dejaría que Bracis la tuviera. Esta vez, él la vería a salvo. No importa cuanto le costara, ella viviría.
Sebastian enfiló hacia el bosque.
Channon retuvo la respiración mientras descendían en un claro en la tierra.
–Escóndete –las palabras parecían sisear de la boca del dragón de Sebastian.
Ella se fue sin preguntar, corriendo entre los árboles y la maleza, buscando un lugar seguro.
El bosque era tan espeso que ella se perdió rápidamente de la vista de los dragones. Pero podía escucharlos mientras peleaban. Podía sentir la tierra sacudirse bajo ella.
Agradecida por el vestido verde, encontró un grupo de arbustos y gateando entró y se escondió para esperar y rezar.
Sebastian giró alrededor de Bracis, disfrutando el momento, disfrutando la sensación de la sangre del dragón corriendo a través de sus venas. Por doscientos cincuenta años él había soñado con este momento. Había soñado bebiendo de esta fuente de venganza.
Ahora el momento había llegado.
Bracis era el último Asesino que quedaba de aquel día. Uno por uno, Sebastian los había cazado. Los había cazado a través del tiempo y el espacio mismo.
–¿Estas listo para morir? –le preguntó Sebastian a su oponente.
Bracis atacó. Sebastian lo agarró con sus dientes y se sujetó con fuerza del hombro del Katagari. Saboreó la sangre de la bestia en tanto Bracis destrozaba su espalda con un zarpazo de su garra.
Sebastian apenas lo sintió. Pero sí sintió el miedo dentro de Bracis. Hinchándose con un olor tan apestoso que hizo sonreír a Sebastian.
–Puede que me mates –Bracis boqueó–. Pero te llevaré conmigo.
Algo punzó el hombro de Sebastian. Gruñendo, irguió su cabeza y la giró para ver la daga saliendo de su espalda. Pero no era el acero lo que le punzaba, era el veneno que recubría la hoja de la daga. Veneno de dragón.
Rugiendo de dolor, se dio la vuelta para terminar completamente con Bracis, quebrando el largo y escamoso cuello.
Se quedó de pie ante el cuerpo de su enemigo, con la mirada en blanco. Después de todo este tiempo, él hubiera querido más de la matanza. Había esperado que liberara la agonía en su corazón, que aliviara su culpa.
Eso no sucedió.
No sintió nada excepto desilusión. Engaño.
No. En doscientos cincuenta años sólo una cosa le había dado un momento de paz.
De pronto, un grito rasgó la arboleda.
Channon.
Sebastian se irguió en sus seis metros de altura, buscándola a través de los árboles con su visión y percepción de dragón.
No escuchó nada más. Con su corazón acelerado, corrió por la arboleda donde ella había desaparecido. Con cada paso que acortaba la distancia entre ellos, todos sus sentimientos se precipitaban dentro de él. Revivió cada momento de la muerte de Antiphone.
La culpa, el miedo, la cruda agonía en carne viva.
Bajo la embestida de sus sentimientos humanos, el dragón dentro de él retrocedió otra vez, dejando sólo al hombre. El hombre que había sido vencido ese día. El hombre que había jurado ante la tumba de su hermana nunca dejar entrar en su corazón a otra persona.
El mismo hombre que se había mirado en un par de ojos azul cristalino durante una cena, una noche y había visto un futuro en ellos que quería vivir. Un futuro con risas y amor. Uno con tranquila serenidad con una mujer parada junto a él, manteniéndolo fuerte y anclado a la tierra.
Hojas y zarzas desgarraban su carne, pero el no prestaba atención.
Como Antiphone, dejó sola a Channon para hacerle frente a una pesadilla incalculable.
Dejándola a ella enfrentar…
Se detuvo en cuanto la vio.
Frunciendo el ceño, Sebastian lucho por respirar. Su visión era tan borrosa por el veneno que no estaba seguro en creerla.
Parpadeó y parpadeo otra vez. Y aún eso estaba ante sus ojos. Channon parada con una espada en su mano, apuntando la garganta de Damos.
–Bas, ¿podrías decirle que no soy un Katagari?
Channon echo una mirada sobre su hombro y vio a Sebastian parado desnudo entre los árboles. Humano una vez más, estaba pálido y cubierto de sudor.
–Déjalo ir.
Por el sonido de la voz de Sebastian, supo que el hombre que ella apuntaba no le había mentido. Era uno de los chicos buenos.
En el instante que vio tropezar a Sebastian, soltó la espada que había tomado del extraño.
Corrió a su lado.
–¿Sebastian?.
Él estaba temblando en sus brazos. Juntos cayeron al suelo y ella sostuvo su cabeza en su regazo.
–Pensé que estabas muerta –murmuró, pasando sus manos sobre sus brazos–. Te escuché gritar.
El hombre que ella había acorralado se arrodilló junto a ellos.
–La asusté. Estaba tratando de ayudarte con Bracis. Envié un tanteo a tu esencia y me llevó a ella. No me habías dicho que estabas emparejado.
Channon ignoró al hombre en tanto la temperatura del cuerpo de Sebastian aumentaba alarmantemente. ¿Por que estaba Sebastian temblando?. Sus heridas no parecían tan severas.
–Sebastian, ¿que te está pasando?
–El veneno de dragón.
Channon frunció el ceño ante la maldición del hombre. ¿Que era veneno de dragón?
–Sebastian, –dijo él enérgicamente, tomando la cara de Sebastian en sus manos y forzándolo a mirarlo–. No te atrevas a morirte. Demonios, lucha.
–Yo de todas formás estoy muerto para ti, Damos. – Su voz se debilitaba mientras se alejaba de él– Me dijiste que muriera dolorosamente.
Sebastian cerró los ojos.
Channon vio el dolor en los ojos de Damos y sintió que se desgarraba. Esto no podía estar pasando. Ella quería despertar.
Pero esto no era una pesadilla, era real.
Damos la miro, sus ojos verdes dorados quemándola con poder y emoción.
–Él va a morir a menos que lo ayudes.
–¿Que puedo hacer?
–Dale una razón para vivir.
Empezó a sentir un hormigueo en la mano en la que tenía el tatuaje. Channon frunció el ceño en cuanto empezó a desvanecerse.
–¿Que esta…?
–Lo estamos perdiendo. Cuando él muera, tu marca se irá, también.
La realidad del momento la golpeó ferozmente. ¿Sebastian iba a morir?
No, no podía ser.
–¿Sebastian? –dijo sacudiéndolo–.¿Puedes oírme?
Él se movía ligeramente en sus brazos.
Ella no lo dejaría ir así. Ella no podía. A pesar de que se habían conocido hacia un día, sentía como si hubieran estado juntos una eternidad. El pensamiento de perderlo la paralizaba.
–Sebastian, ¿recuerdas lo que me dijiste en la habitación del hotel? Dijiste, “estoy aquí porque conozco la soledad en tu interior. Sé lo que se siente despertar en la mañana, perdido y solo y dolido por que alguien estuviera a mi lado.” –Ella presionó sus labios en su mejilla y sollozó–. No quiero volver a estar sola nunca más, Sebastian. Quiero despertar contigo como hicimos esta mañana. Quiero sentir tus brazos a mi alrededor, tu mano en mi pelo.
Él quedó laxo en sus brazos.
–¡No! –gritó Channon, sosteniéndolo cerca de su corazón–. No me hagas esto Sebastian Kattalakis. No me hagas creer en caballeros de brillante armadura, en hombres que son buenos y decentes, para luego dejarme sola otra vez. Demonios, Sebastian. Me prometiste llevarme a casa. Prometiste no dejarme.
La marca se desvaneció de su palma.
Channon lloró mientras su corazón se destrozaba. Hasta ese momento, no se había dado cuenta que contra toda probabilidad, contra toda conocida razón, ella lo amaba.
Y ella no lo quería perder.
Presionó su húmeda mejilla contra sus labios.
–Te amo, Sebastian. Yo solo deseo que hubieras vivido lo suficiente para ver que podría haber pasado con nosotros.
De repente, ella sintió otro escozor en su palma. Que creció hasta arderle. Fue seguido por una lenta, pequeña agitación de aire contra su mejilla.
Damos exhalo profundamente.
–Eso es, pequeño hermano. Pelea por tu compañera. Pelea por tu dragonswan.
Channon levanto la vista en tanto Damos se quitaba la capa, y la colocaba alrededor del cuerpo de Sebastian.
–¿Va a vivir?
–No lo sé, pero esta tratando. Si es la voluntad de los Destinos, lo hará.
[3] Dragonswan: intraducible. Sería: “Dragoncisne”.... Dragonswan: palabra que denomina a las compañeras de los WereHunter–Drakos.
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