domingo, 22 de enero de 2012

DragonSwan cap 1

Richmond, Virginia
–Sé amable con los dragones, por que son crocantes cuando los asas y saben bien con ketchup.
La Dra. Channon MacRae hizo un alto en sus anotaciones y arqueó una ceja ante ese comentario tan peculiar. Había estado ante el famoso Tapiz del Dragón por horas, tratando de descifrar los antiguos simbolismos ingleses, y en todo ese tiempo nadie la había  molestado.
No hasta ahora.
Con su mirada más irritada, apartó su lapicera del cuaderno de notas y se dio vuelta.
Y entonces quedó con la boca abierta.
No era ningún niño molesto o irrespetuoso. Él era alto, un dios sexy de los que te vuelan la cabeza, que dominaba la sala del pequeño museo con una presencia tan poderosa que ella se cuestionaba cómo demonios había entrado en el edificio sin sacudir los cimientos.
Nunca en su vida había contemplado algo como él, o la sonrisa seductora que le dirigió. Por Dios, ella no podía sacarle los ojos de encima.
Erguido medía al menos dos metros, sobrepasando su altura media. Su largo pelo negro estaba peinado en una cola tirante, vestía un carísimo traje negro hecho a medida y un sobretodo que no concordaba con su pelo poco ortodoxo, pero se adaptaba adecuadamente a su aura real.
Pero la cosa más peculiar de todas era el tatuaje que cubría la mitad izquierda de su cara. De un pálido verde oscuro, una espiral se curvaba desde el nacimiento de su pelo hasta la barbilla como un símbolo antiguo.
En cualquier otro esa marca sería extravagante o extraña, pero este hombre la llevaba con tal dignidad y presencia como una orgullosa marca de nacimiento.
Pero fueron sus ojos los que más la cautivaron. De un profundo verde dorado, estaban colmados de una cálida inteligencia y vitalidad que la dejo completamente sin aliento.
Su amplia sonrisa era tanto juvenil como arrogante y le marcaban unos hoyuelos que la encantaron.
–Te dejé sin habla, ¿eh?
Ella amó el sonido de su voz, que tenía un acento que no pudo reconocer. Parecía una mezcla única entre griego y británico. Sin mencionar, profunda y provocativa.
–No del todo sin habla –dijo ella, resistiendo su deseo de sonreírle–. Me pregunto por que dirías algo así.
Él encogió sus anchos hombros despreocupadamente mientras su dorada mirada descendía a sus labios, haciendo que ella quisiera humedecerlos. Peor, su mirada prolongada produjo una ráfaga de deseo a través de ella.
De repente, estaba tan extremadamente caluroso en la pequeña sala que ella temió que se empañaran los vidrios de la galería.
Él se llevó las manos a la espalda despreocupadamente, pero se lo veía listo para la acción, como si estuviera preparado y alerta para enfrentarse con cualquiera que quisiera amenazarlo.
Que imagen extraña….
Cuando él habló otra vez, su profunda voz fue aún más seductora y atrayente de lo que había sido antes, casi como si estuviera tejiendo un hechizo mágico a su alrededor.
–Tenías el ceño fruncido mientras mirabas fijamente el tapiz, lo que hizo preguntarme como te verías con una sonrisa.
¡Oh!, El hombre era un seductor. Y demasiado seguro de su apariencia, a juzgar por su arrogante postura. No había duda que él podía tener cualquier mujer que le llamara la atención.
Channon tragó ante ese pensamiento y echo una mirada a su jumper de cordero tostado y sus caderas, que no eran tan estrechas como dictaba la moda. Ella nunca sería el tipo de mujer en la que un hombre como él se fijaría. Tendría suerte si su corriente apariencia lograba una segunda mirada. 
El Señor “Házmeloahora” debería haber perdido una apuesta o algo así. ¿Porqué otra cosa le estaría hablando?
Aun más, había un aire de peligro, intriga, y poder sobre él. Pero no de hipocresía. Parecía honesto y de forma extraña, suficientemente interesado en ella. ¿Cómo podría ser?
–Sí, bueno. –Dijo ella dando un paso a la izquierda y acercándose a su anotador para deslizar su lapicera en el espiral–, no es mi hábito conversar con extraños, por lo que si me disculpa….
–Sebastian.
Sorprendida con su respuesta, se detuvo y levantó la mirada,
–¿Qué?
–Mi nombre es Sebastian –le extendió su mano– Sebastian Kattalakis. ¿Y tú eres?.
Completamente aturdida y asombrada de que me estés hablando.
Ella apartó su pensamiento.
–Channon –dijo antes de poder frenarse– Shanon con C.
Su mirada la quemó mientras una pequeña sonrisa revoloteaba los bordes de esos labios bien formados y marcaba un diminuto hoyuelo. Había una indescriptible aura masculina a su alrededor que parecía decir que él debería estar lejos en casa en alguna ancestral batalla más que encerrado en este museo.
Él tomó su mano fría en su gran y cálida mano.
–Entonces muy encantado de conocerte Shannon con C.
Besó sus nudillos como un gallardo caballero de antaño. Su corazón latía al sentir su aliento en su piel, sus calidos labios en su carne. Era todo lo que podía hacer para no gemir de placer.
Ningún hombre la había tratado de esta forma, como una apreciada lady.
Ella se sintió curiosamente hermosa a su lado. Deseable.
–Dime, Channon –dijo él, liberando su mano y mirando de ella al tapiz–.  ¿Por que estás tan interesada en esto?.
Channon volvió la mirada al tapiz y al intrincado bordado que cubría el lino amarillento. Honestamente ella no lo sabía. Desde la primera vez que lo vio siendo una niña, se había enamorado de esta antigua obra maestra. Había pasado años estudiando detalladamente la fabula del dragón, que empezó con el nacimiento de un niño y un dragón y siguió adelante a través de tres metros de tejido.
Escolares habían escrito incontables papeles con sus teorías respecto a su origen. Ella, misma, había hecho una disertación de ello, tratando de relacionarlo con los cuentos del Rey Arturo o las tradiciones celtas.
Nadie sabía de donde había venido el tapiz o que historia tenía. En todo caso nadie sabía quien había ganado la pelea entre el dragón y el guerrero.
Eso era lo que más la intrigaba.
–Lamento no saber como terminó.
Él movió la mandíbula.
–La historia no ha terminado. La batalla entre el dragón y el hombre existe hasta ahora.
Ella frunció el ceño. Él parecía serio.
–¿Piensas eso?.
–¿Qué? –preguntó de buena manera–.¿Tu no me crees?.
–Sólo digamos que tengo una fuerte dosis de duda.
Él se acercó un paso, y otra vez su fiera presencia masculina la abrumó y envió un sacudón de deseo a través de ella.
–Hmmm, una fuerte dosis de duda, –dijo él, su voz apenas mayor que un bajo y profundo gruñido–. Me gustaría saber que puedo hacer para que me creas.
Ella debería dar un paso atrás, lo sabía. Pero sus pies no cooperaron. Su limpia y especiada esencia invadió su cabeza y debilitó sus rodillas.
¿Qué tenía este hombre que hacia que ella quisiera estar parada ahí hablando con él?
Oh, al demonio con eso. Lo que ella realmente quería era saltar a sus deliciosos huesos. Ahuecar esa apuesta cara en sus manos y besar sus labios hasta que estuviera borracha con su sabor.
Había algo realmente mal acá.
Maidai.Maidai.[1]
–¿Por qué estas aquí? –preguntó ella, tratando de mantener sus lujuriosos pensamientos a raya–. Tu difícilmente pareces ser el tipo que estudia reliquias medievales.
Un malvado brillo apareció en su mirada.
–Estoy aquí para robarlo.
Ella se burló de la idea, aunque algo a dentro de ella dijo que no hacia falta mucho para aceptar esa explicación.
–¿Realmente?.
–Por supuesto. ¿Por qué otra cosa estaría acá?
–¿Por qué otra cosa, ciertamente?
Sebastian no sabia que había en esta mujer que lo atraía tan poderosamente. Él estaba metido en grandes problemas y requerían su total atención, pero por su vida, no podía sacarle la mirada de encima.
Ella tenía su pelo color marrón miel apenas cepillado, por lo que caía como una alborotada cascada desde un clip de plata con un viejo diseño galés. Varias hebras que estaban libres del clip colgaban sin orden alrededor de su cara como si tuvieran vida propia.
Como desearía él soltar ese pelo y sentirlo deslizarse entre sus dedos y cepillarlo contra su pecho desnudo.
Él dejó caer su mirada sobre su exuberante cuerpo y reprimió  una sonrisa. Su camisa azul oscuro no estaba abotonada apropiadamente y sus medias no combinaban.
Aun así, lo volvía loco de deseo.
Ella no era el tipo de mujer que normalmente provocaba su interés, y a pesar de eso….
Estaba seducido por ella y su cristalina mirada azul que brillaba con cálida curiosidad e inteligencia. Deseaba probar sus labios húmedos, enterrar su cara en el hueco de su garganta donde podría beber su esencia.
Dioses, cómo la anhelaba. Era un deseo nacido de tal desesperación que se preguntaba qué lo retenía de tomarla a ella en sus brazos en este momento y satisfacer su curiosidad.
Nunca había sido la clase de hombre que se negara placeres carnales, especialmente cuando la bestia en él se agitaba. Y esta mujer agitaba esa mortífera parte de él a un nivel peligroso.
Sebastian solo había venido al museo para saber donde estaba el tapiz y estar listo para la noche. No estaba buscando una mujer con quien pasar la solitaria noche, hasta que él pudiera volver a casa donde estaría…bien, solo otra vez.
Sin embargo, todavía tenía horas antes de poder partir. Horas que preferiría pasar mirando esos ojos que esperando en su habitación del hotel.
–¿Te gustaría acompañarme con una bebida? –le preguntó.
Ella pareció sorprendida con su pregunta. Pero parecía ser el efecto que él tenía en ella. Estaba nerviosa, un poco asustada, y él quería hacerla sentir a gusto.
–No salgo con gente que no conozco.
–Como podrás llegar a conocerme a menos que…
–Realmente Sr. Kat…
–Sebastian.
Ella sacudió su cabeza.
–Eres persistente, No?
Ella no tenía idea.
Reprimiendo al depredador dentro de él, Sebastian puso sus manos en los bolsillos para evitar tomarla y asustarla.
–Siento que es algo arraigado en mi. Cuando veo algo que quiero, voy tras ello.
Ella arqueó una ceja, y lo miró suspicazmente.
–¿Por que diablos querrías hablar conmigo?
Él estaba consternado por su pregunta.
–Milady, ¿no tienes un espejo?
–Sí, pero no es uno encantado. –Ella se volvió y comenzó a irse.
Moviéndose con la increíble velocidad de su especie, tiró de ella para detenerla.
–Mira Channon, –dijo cortésmente–. Temo que he echado a perder esto. Yo solo… –se detuvo y trató de pensar la mejor forma de estar con ella un tiempo más.
Ella miró a su mano, que todavía aferraba su codo. De mala gana la soltó, aun cuando toda su alma le gritaba que la mantuviera a su lado sin tener en cuenta las consecuencias. Ella era una mujer con una mente propia.  Y la primera ley de su gente pasó por su cabeza: Nada de lo que una mujer concede vale la pena a menos que lo conceda por su propia voluntad.
Era la única ley que nunca había roto.
–¿Tú qué? –preguntó ella suavemente.
Sebastian respiró profundamente mientras peleaba con el animal que tenía adentro, que la deseaba independientemente de la razón y las leyes, la parte de él que gruñía con una necesidad tan feroz que lo asustó.
Forzó una sonrisa encantadora.
–Tú pareces ser una excelente persona, y hay tan pocos como tú en este mundo que a mí me gustaría pasar algunos pocos minutos contigo. Tal vez un poco de ello podría desaparecer.
Channon se rió a pesar de sí misma.
–¡Ah! –bromeó él–, entonces puedes sonreír.
–Puedo sonreír.
–¿Vendrías conmigo? –le preguntó–. Hay un restaurante en la esquina. Podemos caminar hasta allá a la vista de todo el mundo. Te prometo no morderte a menos que tú me lo pidas.
Channon frunció el entrecejo, a él y a su raro sentido del humor. ¿Qué es lo que lo hacía tan irresistible? No era natural.
–No sé si puedo...
–Mira, te juro que no soy un psicótico. Excéntrico e idiosincrásico pero no psicótico.
Ella aun no estaba completamente segura respecto a eso.
–Apuesto que las prisiones están llenas de hombres que les dijeron eso a las mujeres.
–Yo nunca lastimaría a una mujer, menos a ti.
Había tanta sinceridad en su voz, que ella le creyó. Más que convencida, ella no sentía ninguna advertencia interior, ninguna vocecita en su cabeza diciéndole que corriera.
En cambio sentía una peculiar serenidad en su presencia, como si ella debiera estar con él.
–¿Por esta calle?.
–Sí. –Él le ofreció su brazo–. Vamos, prometo que voy a mantener mis colmillos escondidos, y el control mental para mí mismo.
Channon nunca había hecho algo así en su vida. Ella era una mujer que debía conocer a un hombre por un largo tiempo antes de considerar una salida.
Pero se encontró colocándose el saco y apoyando su mano en su brazo, donde sintió un músculo tan tenso y bien formado que envió una descarga a través de ella.
Por la sensación de ese brazo, ella podía decir que su elegante traje y sobretodo escondían un cuerpo increíble.
–Pareces tan diferente –dijo ella mientras salían de la habitación–. Algo de ti es muy del Viejo Mundo.
Él abrió la puerta de vidrio que llevaba al vestíbulo del museo.
Viejo es la palabra clave.
–Y aún así, eres bien moderno.
–Un hombre renacentista atrapado entre culturas.
–¿Eso es lo que eres?
Él le echó una divertida mirada de soslayo.
–¿Honestamente?
–Sí.
–Soy un mata-dragones.
Ella soltó una carcajada.
Él se mofó.
–Otra vez no me crees.
–Desde mi punto de vista, no es extraño que digas que quieres robar el tapiz. Supongo que no debe haber muchos pedidos para asesinar a una bestia mitológica, especialmente en estos días y en esta época.
Aquellos ojos verdes dorados la retaron despiadadamente.
–¿No crees en dragones?.
–No, por supuesto que no.
Él la miró.
–Eres tan escéptica.
–Soy práctica.
Sebastian pasó su lengua sobre sus dientes, mientras una media sonrisa curvaba sus labios. Una práctica mujer que no creía en dragones pero estudiaba tapices de dragones y vestía una camisa desabotonada. Seguramente no había ninguna otra alma como ella en ningún lugar o tiempo. Y ella tenía el más extraño efecto sobre su cuerpo.
Él ya estaba duro por ella, y casi no se tocaban. Su agarre a su brazo era liviano y delicado, como si ella estuviera lista para escaparse de él en cualquier momento.
Eso era lo único que no quería, y eso fue lo que más lo sorprendió.
Él era una persona solitaria, sólo interactuaba con otros cuando sus necesidades físicas superaban sus deseos de soledad. Incluso, esos encuentros eran fugaces y limitados. Tomaba a sus amantes por una noche, asegurándose que ellas quedaran tan saciadas como él, luego regresaba a su mundo solitario.
Nunca perdía el tiempo con conversaciones sin sentido. Nunca se preocupaba en saber de la mujer más que su nombre y la forma en que a ella le gustaba ser tocada.
Pero Channon era diferente. Le gustaba la cadencia de su voz y la forma en que sus ojos brillaban cuando hablaba. Más que nada, le gustaba la forma en que su sonrisa iluminaba su cara cuando lo miraba.
Y el sonido de su risa…dudaba que los ángeles en el paraíso pudieran hacer tan preciosa melodía.
Sebastian abrió la puerta al oscuro restaurante y la sostuvo mientras entraban. Mientras ella pasaba, él dejó que su mirada recorriera la parte de atrás de su cuerpo, se endureció aun más.
Qué no daría por tenerla a ella cálida y desnuda en sus brazos, así podría recorrer con sus manos todas sus curvas, mordisquear la cavidad de su cuello, y sujetarla contra él mientras se deslizaba profundamente dentro de ella hasta que se retorciese por su toque.
Sebastian se obligó a alejar la mirada de Channon y hablarle a la camarera. Le envío una orden mental a la desconocida mujer para que los sentara en una esquina aislada. Quería privacidad con Channon.
Como desearía haberla conocido antes. Había estado en esa ciudad maldita por una semana, esperando la oportunidad para ir a casa, donde, si bien no tenía el confort de la calidez sí tenía el confort de la familiaridad. Había pasado las noches en esta ciudad, solo, rondando las calles impacientemente mientras aguardaba su tiempo.
Al amanecer, tenía que partir. Pero hasta ese momento, intentaría pasar el mayor tiempo posible con Channon, dejando que su compañía aliviara la soledad dentro de él, aliviara el dolor de su corazón que lo había consumido la mayor parte de su vida.
Channon siguió a la camarera a través del restaurante, pero todo el tiempo era conciente de Sebastian detrás suyo, conciente de su caliente, depredadora mirada sobre su cuerpo y la forma en que él parecía querer devorarla.
Pero más increíble era el hecho que ella quisiera devorarlo a él. Ningún hombre la había hecho sentir como una mujer o hacer que quisiera pasar horas explorando su cuerpo con sus manos y boca.
–Estás nerviosa otra vez, –dijo, después que se sentaran en una oscura esquina en la parte trasera del local.
Ella levantó la mirada del menú, para engancharse con esos ojos verdes dorados que le recordaban a un fiero animal.
–Eres increíblemente perceptivo.
Él inclinó su cabeza.
–He sido acusado de cosas peores.
–Apostaría que si –bromeó ella. Por cierto, él tenía la presencia de un delincuente. Peligroso, oscuro, seductor–.¿Eres un ladrón?.
–Define ladrón.
Ella rió aun sin saber si él estaba bromeando o lo decía seriamente.
–Entonces dime –dijo mientras la camarera traía sus bebidas– ¿de qué vives Shannon con C?.
Ella agradeció a la camarera por la Coca Cola, y miró a Sebastian para ver como reaccionaría con su profesión. La mayoría de los hombres eran intimidados por su trabajo, aunque ella nunca pudo figurarse por qué. 
–Soy profesora de historia en la Universidad de Virginia.
–Impresionante –dijo, su cara genuinamente interesada–.  ¿En que culturas y épocas te especializas?.
Estaba sorprendida que él supiera algo de su trabajo.
–Mayormente en la Britania pre-normanda.
–Ah. Hwaet we Gar-Dena in gear-dagum peod-cyninga prym gefrunon, hu da aephelingas ellen fremedon.
Channon estaba abrumada por su inglés antiguo. Lo hablaba como si hubiera nacido haciéndolo. Imagina a un hombre tan apuesto conociendo un tema tan cercano a tu corazón.
Ella le ofreció una traducción.
–Veamos. "Las lanzas danesas se han ido y los reyes que las dominaban tenían coraje y grandeza. Nos hemos enterado de las heroicas campañas de aquellos príncipes.”
Él inclinó su cabeza.
–Conoces a tu Beowulf[2], muy bien.
–Estudié inglés antiguo extensamente, lo cual, dado mi trabajo, tiene sentido. Pero tú no me pareces un historiador.
–No lo soy. Es más. Soy una especie de reivindicador.
Eso explicaba su apariencia. Ahora su presencia en el museo y el caballeroso aire de autoridad tenían sentido para ella.
–Si estudias la edad media, ¿qué te llevó al museo hoy? –le preguntó él.
Ella asintió.
–He estudiado ese tapiz por años. Quiero ser la persona que finalmente resuelva el misterio que hay detrás de él.
¿Qué te gustaría saber?.
¿Quién lo hizo y por qué?, de dónde viene esa historia. Y ya que estamos, me gustaría saber como lo obtuvo el museo. Ellos no tienen archivos de cuando lo adquirieron o a quién se lo compraron.
Su respuesta automática la sorprendió.
–Ellos lo compraron en 1926 a un coleccionista anónimo por cincuenta mil dólares. Y ahora el resto; fue echo por una mujer llamada Antiphone  en el siglo VII. Es la historia de su abuelo y su hermano y su eterna lucha entre el bien y el mal.
Su mirada era tan sincera que ella casi podía creerle. De alguna manera tenía sentido que el tapiz no estuviera terminado.
Pero ella lo sabía bien.
–Antiphone, ¿Humm?
Él asintió.
–No crees nada de lo que te digo, no?.
–Porqué, amable señor, –dijo ella juguetonamente, con un falso acento inglés–. No es que no te crea, pero como historiadora debo guiarme por hechos. ¿Tienes alguna prueba de Antiphone o de la transacción?.
–La tengo, pero de alguna forma dudo que apreciaras que te la mostrara.
¿Y por que sería eso?.
–Te asustarías de muerte.
Channon se cruzó de brazos, no muy segura de como tomar eso. Ella realmente no sabía qué hacer con el hombre sentado frente a ella. La mantuvo en el borde todo el tiempo mientras la atraía hacia el peligro. Atrayéndola contra toda razón.
Ellos se quedaron callados mientras les servían la comida.
Mientras comían, Channon lo estudiaba. La luz de la vela del local danzaba en sus ojos, haciéndolos brillar como los de un gato. Sus manos eran fuertes y callosas, las manos de un hombre que realizaba trabajos duros, pero él tenía un aire de riqueza y privilegio, el aire de un hombre poderoso que hace sus propias reglas.
Él era un enigma total, una andante dicotomía que la hacia sentir tanto segura como amenazada.
–Dime Channon, –él dijo de repente, –¿te gusta enseñar?.
–Algunos días. Pero es la investigación lo que más me gusta. Adoro escarbar viejos manuscritos y tratar de reunir los trozos del pasado.
Él soltó una pequeña carcajada.
–No te ofendas, pero eso suena increíblemente aburrido.
–Imagino que matar dragones está mucho más orientado a la acción.
–Sí, lo es. Cada momento es completamente impredecible.
Ella se limpió la boca mientras lo veía comer con perfectos modales europeos. Él definitivamente era culto, pero parecía curiosamente bárbaro. 
–Y ¿como matas a un dragón?
–Con una espada bien afilada.
Ella sacudió la cabeza.
–Sí, pero ¿tú lo llamás a que salga? ¿Tú vas a él?
–La forma fácil es acercarse furtivamente.
¿Y rezar para que no despierte?
–Bueno, que se despierte lo hace más difícil.
Channon sonrió. Estaba tan atraída por su contagioso ingenio. Especialmente desde que él no parecía notar las mujeres a su alrededor que se lo miraban con avidez mientras comían. Era como si solo la viera a ella.
Por regla general, ella odiaba toda esta cosa de la relación macho-hembra. Su último novio, un corresponsal de D.C., le había enseñado bien sobre todos los defectos personales y físicos que ella tenía. Lo último que buscaba era otra relación en la cual ella no estuviera en igualdad de condiciones con el hombre.
Para su próxima relación romántica, quería a alguien como ella, un historiador medianamente atractivo, cuya vida girara sobre la investigación. Dos guisantes cómodos en la misma vaina.
Ella no buscaba algo caliente, misteriosamente extraño que hiciera que su sangre ardiera de deseo.
Channon, ¿estas escuchando lo que estas diciendo?!Estas demente si no deseas a este hombre!
Tal vez. Pero cosas así nunca le pasaban a ella.
–Tú sabes –le dijo–. Que estoy teniendo el mal presentimiento que después me llevarás a algún lugar y me atarás desnuda, así tus amigos pueden venir y reírse de mí.
Él arqueó una ceja.
¿Eso te sucede a menudo?
–No, nunca; pero esta noche parece un episodio de La Dimensión Desconocida.
–Te prometo que no escucharás la voz de Rod Serling, Estás segura conmigo.
Y por alguna extraña razón que no tenía sentido, ella le creyó.
Channon pasó las siguientes horas cenando y teniendo la conversación de su vida. Hablar con Sebastian era increíblemente fácil. Peor, él ponía en llama a sus hormonas.
Ella miró su reloj y suspiró.
¿Sabías que es casi medianoche?.
Él chequeó su reloj.
–Siento cortar esto –dijo ella, colocando su servilleta en la mesa y deslizando su silla hacia atrás–, pero me tengo que ir o no conseguiré ningún taxi.
Él colocó su mano suavemente en su brazo para mantenerla en la mesa.
¿Por qué no me dejas llevarte a casa?.
Channon comenzó a protestar, pero algo en su interior se rehusó. Después de la noche que habían pasado juntos, ella se sentía rara y a gusto con él. Había un aura en él que era tan reconfortante, abierta y acogedora.
Él era como un viejo amigo.
–Ok –dijo ella relajadamente.
Él pagó la comida. Luego la ayudo a levantarse y colocarse el saco y la guío a través del restaurante.
Channon no habló mientras ellos se dirigían al auto, pero sentía su magnetismo, su presencia masculina con cada célula de su cuerpo.
Si bien no era una mariposa social que llevara la cuenta, ella había tenido varias salidas en su vida. Había tenido varios novios y hasta un prometido, pero ninguno la había hecho sentir como lo hacía este extraño.
Como si él llenara una parte perdida de su alma.
Chica, estas loca.
Debía estarlo.
Channon se frenó cuando estaban cerca de un Lexus deportivo gris.
–Alguien viaja con estilo.
Guiñando un ojo diabólicamente, Sebastian abrió la puerta del auto.
–Bueno, podría convertirme en un dragón y llevarte volando a tu casa, pero algo me dice que protestarías.
–Sin lugar a dudas. Imagino que las escamás irritarían mi piel.
–Verdad. Por no mencionar, que una vez aprendí de la peor forma que realmente atraen a los militares. Tú sabes, los aviones de matador son difíciles de esquivar cuando tienes alas de doce metros.
Él cerró su puerta mientras caminaba al otro lado del auto.
Ella soltó una carcajada otra vez, pero bueno, lo había estado haciendo toda la noche. Por Dios, realmente le gustaba este hombre.
Sebastian ingresó al auto y sintió una sacudida en su cuerpo en el instante en que quedaron los dos encerrados juntos. Su femenina esencia penetró en su cabeza. Ella estaba tan cerca que casi podía saborearla.
Toda la noche había escuchado el dulce sonido de su suave y modulado acento sureño, mirando su lengua y labios moverse mientras se imaginaba que sentiría al tenerlos sobre su cuerpo, imaginándola en sus brazos mientras le hacía el amor hasta que gritara de placer.
Su atracción hacia ella lo aturdía. ¿Porqué tenía que sentir esto ahora, cuando él no podía quedarse en su tiempo y explorarla más?
Malditos Destinos[3]. Como les gustaba entrometerse en las vidas mortales.
Sacando el pensamiento de su mente, la condujo al hotel en el que estaba parando.
¿Vives aquí? –le preguntó mientras estacionaba.
–Solo por el fin de semana mientras estudio el tapiz. –Ella desató su cinturón de seguridad.
Sebastian salió y abrió su puerta, y luego la acompañó hasta su habitación.
Channon vaciló en la puerta mientras lo miraba y veía el fuego en sus cautivadores ojos. El hombre era tan caliente y sexy de la manera más peligrosa.
Ella se preguntaba si alguna vez lo volvería a ver. No le había pedido su número, ni siquiera su e-mail.
Demonios.
–Gracias –dijo ella–. Realmente la pase muy bien esta noche.
–Yo también, gracias por acompañarme.
Bésame. Las palabras atravesaron su mente inexplicablemente. Realmente quería saber como se sentiría ese hombre contra ella.
Para su sorpresa, ella lo descubrió mientras él la empujaba entre sus brazos y cubría sus labios con los de él.
Sebastian gruñó al sentirla mientras tomaba sus manos en un puño en su espalda. La aferró con cada fibra de su cuerpo ardiente y dolorido por poseerla. Su lengua tocó la de él, probándolo, atormentándolo.
Ella acarició con su mano su nuca, enviando escalofríos a través de todo su cuerpo, poniéndolo tan duro por ella que latía dolorosamente. Él cerró sus ojos mientras dejaba que todos sus sentidos la experimentaran. Su boca sabía a miel, sus manos eran suaves y cálidas contra su piel.  Olía a mujer y a flores, y se excitó al sonido de su trabajosa respiración mientras ella respondía a su pasión con la propia.
Tómala. El animal dentro de él se removía con un fiero gruñido. Partía en dos y arañaba su parte humana. Demandando tomar posesión sobre él. El animal la deseaba.
Él estaba casi impotente contra la agresión y sus manos temblaban con la lucha por obligarse a apartarla. Él gruñía por el esfuerzo.
Channon gimió al sentir sus poderosos brazos a su alrededor. Ella estaba atrapada,  tan apretada contra su pecho que podía sentir su corazón latiendo contra su pecho.
Su intensidad la rodeó, la llenó, haciéndola arder con una volcánica necesidad. En lo único que podía pensar era en desnudarlo y mirar si su cuerpo era tan espectacular como se sentía.
Él presionó su espalda contra la puerta, sujetándola mientras profundizaba el beso. Su calidez, su esencia masculina llenaron sus sentidos, la abrumaron.
La besó desde los labios bajando a través de su mejilla, luego enterró sus labios en el cuello.
–Déjame hacerte el amor Channon –le respiró en su oído– quiero sentir tu calor, tu suave cuerpo contra el mío. Sentir tu respiración en mi cuerpo desnudo.
Ella debería haberse ofendido con su sugerencia. Ellos casi no se conocían. Pero no importa cuán duro trató de decírselo, ella no pudo.
En lo más profundo quería lo mismo.
Contra toda razón –toda cordura– ella sufría por él.
Nunca en su vida había hecho algo así. Ni una vez. Pero se encontró abriendo la puerta de su cuarto y dejándolo pasar.
Sebastian respiró profundo, con alivio, mientras recuperaba el control. Nunca había estado tan cerca de usar su poder en una mujer. Estaba prohibido a su especie interferir con la voluntad humana a menos que fuera en defensa de sus vidas o de alguien más. Él se había desviado de esa regla una o dos veces para conseguir sus propósitos.
Esta noche, si ella lo hubiera rechazado, no tenía duda que la hubiera roto.
Pero ella no lo rechazó. Gracias a los dioses por sus pequeños favores.
La miraba mientras ella dejaba la llave tarjeta en el vestidor. Ella vaciló y la sintió nerviosa.
–No te dañaré, Channon.
Ella le ofreció una sonrisa tentativa.
–Lo sé.
Tomó su cara entre sus manos y miró en esos celestiales ojos azules.
–Eres tan bella.
Channon contuvo su respiración mientras la empujaba contra él y capturaba otra vez sus labios. Nada en esta noche tenía sentido para ella. Ninguno de sus sentimientos. Se aferraba a Sebastian mientras buscaba una explicación de porqué lo había dejado entrar a su habitación.
Por qué ella le iba a hacer el amor a él. Un Extraño. Un hombre del cual no sabía nada. Un hombre que seguramente no volvería a ver otra vez.
Pero nada de eso importaba. Todo lo que importaba era este momento en el tiempo, sosteniéndolo cerca de ella y manteniéndolo a él acá en su habitación por el mayor tiempo posible.
Ella sintió sus manos liberándole el cabello, cayendo como una cascada por su espalda. Él deslizó el abrigo de sus hombros, y lo dejó caer al piso. Arrastrando sus manos por sus brazos, la jaló para clavar su mirada con ojos hambrientos. Ningún hombre la había mirado así jamás. Con un feroz deseo de posesión.
Asustada y excitada, lo ayudó a sacarse el sobretodo. Con ojos oscuros de pasión desatada, se quitó su saco y lo dejó un costado sin preocuparse si más tarde estaría arrugado. Y era un impecable traje. La emocionó saber que le interesaba más ella que eso.
Él desató su corbata y la pasó sobre su cabeza.
Sus ojos sostuvieron los de ella mientras le desabotonaba su camisa, capturó su mano derecha en la de él y mordisqueó las puntas de sus dedos, enviando ondas de placer a través de ella, luego guió la mano de ella a sus botones y la miro intensamente.
Caliente y doliente por él, Channon desabotonó los botones de su camisa. Ella seguía con su mirada sus manos, mirando mientras desnudaba su piel centímetro a estudiado y lento centímetro... oh, Dios mío, el hombre tenía un cuerpo que había sido sacado de sus sueños. Sus músculos eran trabajados y perfectos y estaban cubiertos por la más sensual piel tostada que ella hubiera visto jamás. Oscuros pelos se desparramaban por su piel, haciéndolo parecer un depredador, aún más peligroso y viril.
Channon se frenó en los duros abdominales que tenían numerosas cicatrices. Pasó su mano sobre ellas, tanteando los bordes, conteniendo la respiración cuando sus dedos acariciaron la levantada, fina piel.
¿Que sucedió?
–Los dragones tienen garras filosas– susurró –algunas veces no salgo del camino lo suficientemente rápido.
Ella colocó su mano sobre una cicatriz muy fea en la cadera.
–Tal vez deberías pelear con dragones más pequeños.
–Eso no sería muy deportivo de mi parte.
Ella tragó mientras él se sacaba la camisa y pudo ver su pecho sin adornos por primera vez. Él era delicioso. Pasó su mano sobre sus tensos y duros pectorales, deleitándose de cómo se sentían bajo su mano. Recorrió su pecho cruzando su piel hasta su duro hombro, que estaba tatuado con un dragón.
–Te gustan los dragones, ¿no?.
Él rió.
–Sí, me gustan.
Sebastian estaba haciendo lo que podía por ser paciente, para dejarla acostumbrarse a él. Pero era difícil cuando lo único que quería hacer era acostarla en la cama, y calmar el fiero dolor en sus ijadas.
Él mordisqueó su cuello y desabrocho los botones de su jumper y lo dejo caer al suelo. Ella se paró ante él vistiendo solo sus zapatos y su camisa mal abotonada. Era la cosa más excitante que jamás hubiera visto en sus cuatrocientos años de vida.
¿Tu siempre abotonas así tus camisas?.
–¡Oh por Dios! estaba apurada esta mañana y...
Él detuvo sus palabras con un beso,
–No te disculpes –susurró contra sus labios–, me gusta.
–Tú eres un hombre muy extraño.
–Y tú eres una diosa.
Channon sacudió su cabeza mientras la alzaba en sus brazos y se dirigía a la cama. Colocó sus manos sobre sus músculos tensos por el esfuerzo. La sensación de ellos le hizo agua la boca. La acostó galantemente en el colchón, luego bajó sus manos por sus piernas hasta sus pies para sacarle los zapatos y medias y arrojarlos sobre su hombro.
Su corazón golpeaba duramente, Channon lo observaba mientras mordisqueaba el camino de la cadera al estomago. Él movió sus manos hacia su camisa y lentamente empezó a desabotonarla, besando y lamiendo cada segmento de piel que desnudaba.
Ella gemía al sentir y ver su boca sobre ella, la forma en que parecía saborear su cuerpo.
Púas de placer atravesaron su estomago mientras su cuerpo palpitaba y sufría por él hasta llenarla.
Lo quería dentro de ella, tanto, que temía que iba a estallar en llamas por el fuego que desgarraba su cuerpo.
Sebastian sintió su humedad en su piel mientras se deslizaba contra ella. Su cuerpo clamaba por el de ella, pero no quería llegar al final todavía. Quería saborearla, quería perpetrar cada centímetro de su exuberante cuerpo en su memoria.
Lo que sentía por ella lo asombraba. Era diferente a todo lo que alguna vez hubiera experimentado. En algún extraño nivel ella le brindaba paz, refugio. Ella llenaba la soledad de su maltratado corazón.
Enterró su cara en su cuello, mientras sus pezones endurecidos tocaban su pecho y sentía las manos de ella vagar por su espalda.
–Te siento tan bien debajo de mí, –le susurró absorbiendo su esencia.
Channon tomó un profundo y desigual respiro. Sus palabras la deleitaban.
Él acarició con su nariz su cuello, la corta barba irritando su piel mientras su mano rozaba su cuerpo hasta tocar el ardiente dolor entre sus piernas. Ella siseó por el placer de sus dedos jugando con ella y arqueó su espalda hacia él mientras arrastraba su boca desde el cuello a los pechos. Su lengua se movió suavemente por su punta endurecida, provocándole escozor y palpitaciones.
Se mordió el labio cuando una ola de miedo la atravesó.
–Quiero que sepas que normalmente yo no hago estas cosas.
El se sostuvo en sus brazos para mirarla. Presionó su cadera entre sus piernas para que ella sintiera su enorme bulto a través de sus costosos pantalones de lana que irritaban ligeramente sus muslos. La sensación caliente de él ahí fue suficiente para volverla loca de necesidad.
–Si yo pensara eso, milady, no estaría acá contigo –la contempló intensamente dejándola cautivada. –Yo te veo Channon. A ti y a las barreras a tu alrededor que mantienen a todos a distancia.
–Y a pesar de eso tú estas aquí.
–Estoy aquí porque conozco la tristeza dentro de ti. Yo sé lo que se siente al despertar en la mañana solo y dolido por que alguien estuviera aquí contigo.
Su corazón latió fuertemente en tanto él decía lo que era tan parte de ella.
–¿Por qué estas tu solo? No puedo imaginar a alguien tan hermoso sin una línea de deseosas mujeres peleando detrás de él.
–La apariencia no es todo lo que hay en el mundo, milady. Ciertamente no hay protección contra estar solo. Los corazones nunca ven a través de los ojos.
Channon tragó ante sus palabras. ¿Él lo sentiría? ¿O era todo una mentira que le decía para hacerla sentir mejor sobre lo que ella hacía con él?. No lo sabía.
Pero quería creerle. Quería aliviar la tormenta que veía en sus hambrientos ojos.
Él se alejó para sacarse sus zapatos y pantalones. Channon se estremeció cuando finalmente lo vio completamente desnudo. Como una peligrosa, oscura bestia moviéndose sinuosamente en la luz de la luna, él era increíble. Absolutamente despampanante.
Cada centímetro de él era músculo formado cubierto por la más deliciosa piel dorada que ella hubiera contemplado. El único desperfecto en su perfecto cuerpo eran las cicatrices que marcaban su cadera, espalda y piernas. Realmente parecían las garras y mordidas de una feroz bestia.
Cuando se reunió con ella en la cama le desató el pelo, dejando que cayera hacia delante para rodear su cara pecaminosamente hermosa.
–Luces como un jefe bárbaro –dijo ella, mientras su mano recorría la suavidad de su cabello desatado. Trazó las complejas líneas del tatuaje de su cara.
–Mmm –exhaló él, tomando su pecho en su boca.
Channon sostuvo su cabeza contra ella mientras su lengua la saboreaba. Ondas de placer la recorrieron.
Ella acarició sus musculosas costillas, después sus brazos y hombros mientras iba a la deriva en una extraña y confusa niebla de placer. Algo extraño le sucedía. Con cada exhalación que él expulsaba, era como si las caricias de él se intensificaran. Se multiplicaran. En vez de una lengua acariciándola, juraba que podía sentir cientos de ellas. Era como si su piel estuviera viva y fuera friccionada toda a la vez.
Sebastian siseó en tanto sus poderes lo recorrían. El sexo siempre aumentaba las percepciones de su especie. La intensidad del placer físico era altamente buscada por su gente por la elevación que les daba y su magia. La belleza de esto era que la oleada de poder, generalmente duraba un día, y en el caso de un verdaderamente gran sexo, dos días.
Channon estaba definitivamente arriba de dos días.
Él miró sus ojos y vio su mirada desenfocada y salvaje. Sus poderes la estaban afectando, también. La estimulación física a un humano era aun más grandiosa que en los de su especie.
Supo el momento en que ella se perdió en el éxtasis de sus hechiceras caricias. Sus barreras e inhibiciones desaparecieron. Ella lanzó su cabeza atrás y gritó mientras un orgasmo la atravesaba.
–Eso es, –le susurro al oído– No pelees contra ello.
Ella no lo hizo… En cambio, se volvió hacia él y se aferró febrilmente a su cuerpo. Sebastian gimió en tanto complacía sus ansias.
Ella recorrió cada centímetro de su piel con sus manos y boca. Él rodó y la coloco encima de él, donde ella se sentó a horcajadas sobre su cintura, haciéndolo sentir su humedad en el vacío de su estómago. Sabía que ella estaba más allá y una parte de él lo lamentaba. Ella era todo necesidad. Demandando sexo ardiente.
Sus ojos eran salvajes y hambrientos, ella guió las manos de él a su pecho mientras se deslizaba contra su hinchada lanza. Ella se apoyó hacia delante así su lengua podía arrastrarse desde el borde de su barbilla y mordisquear sus labios.
Lo besó apasionadamente y luego lo empujó.
–¿Que me has hecho? –le preguntó con voz ronca; sus palabras lo sorprendieron.
–No soy exactamente yo –dijo él honestamente–, es algo que no puedo evitar.
Ella gimió y se retorció contra él, haciendo que su cuerpo ardiera aun más.
–Te necesito dentro de mí, Sebastian. Por favor.
Él no perdió tiempo en complacerla. Haciéndola rodar, curvó su cuerpo alrededor de ella quedando su espalda contra su pecho. Movió la pierna de ella sobre su cintura.
Él metió su cabeza bajo su barbilla y la sujetó cerca mientras se introducía profundamente en su suave humedad. Gruñó ante la calidez, sintiendo la humedad de ella en tanto ella recostaba la cabeza en su hombro y gritaba.
Channon nunca había sentido algo así. Ningún hombre le había hecho el amor de esta manera. Su cadera derecha estaba afirmada contra el interior de su muslo mientras él usaba la rodilla izquierda para sostenerle la pierna izquierda levantada y así tener el acceso a su cuerpo desde atrás. No sabía como él lo controlaba, pero sus golpes eran profundos e iguales y la recorrieron con el más intenso placer que ella jamás conoció. Estaba tan duro dentro de ella, tan grueso y caliente.
Y ella quería más de su contacto, más de su poder.
Deslizó sus manos por su estómago y bajo hasta tocarla entre las piernas. Ella siseó y se retorció de placer, sintiendo lágrimas en sus ojos, mientras sus dedos la frotaban al compás de sus penetraciones.
Y aun ahí sentía como si miles de manos la acariciaban, como si estuviera siendo bañada por su contacto, su esencia.
Fuera de sí por el éxtasis, ella respondía a cada golpe lujurioso. Sentía que su cuerpo tenía vida propia como si el placer que ella sentía tuviera su propia entidad. Necesitaba aun más de él.
Sebastian estaba intimidado por la respuesta de ella. Ninguna mujer humana había sido así. Si el no la conociera, juraría que ella era en parte Drakos. Ella hundió sus uñas en los brazos que la rodeaban y cuando se corrió otra vez gritó tan fuerte, que tuvo que colocar rápidamente un hechizo alrededor de ellos para evitar que otras personas la escucharan.
Sus poderes emergieron, y sonrió malvadamente ante esto. Adoraba satisfacer a sus compañeras, y con Channon lo disfrutó mucho más de lo normal.
Ella se volvió ligeramente en sus brazos capturando sus labios en un frenético beso.
Sebastian acunó la cabeza de ella, mientras aumentaba sus embestidas y se enterraba aun más profundo en su cuerpo. Él la sentía tan increíblemente bien. Tan cálida y acogedora. Tan perfecta.
La sostuvo cerca, contra él en tanto su corazón latía enloquecido y su ingle se tensaba aun más. El tacto de ella, su sabor, lo hicieron tambalear, haciéndolo sentir dolorido pero al mismo tiempo aliviándolo.
La bestia en él rugió y estalló de satisfacción mientras el hombre se enterraba profundamente en ella y se sacudía por la fuerza de su orgasmo. Con las dos partes de él saciadas y unidas, fue el momento más increíble de su vida.
Channon gimió mientras sentía la descarga de él dentro de ella. Todavía envuelto a su alrededor la empujó aún más cerca de su pecho. Ella sentía su trabajosa respiración y el corazón latiendo contra su hombro. Su masculino aroma le llenaba la cabeza y su corazón, haciéndole desear quedarse envuelta por su cuerpo para siempre.
Lentamente el palpitante placer se desvaneció y la dejó débil y agotada por la intensidad del acto de amor.
Cuando se retiró de ella, sintió una  tremenda sensación de perdida.
–¿Qué me has hecho? –preguntó ella, poniéndose de espaldas para mirarlo.
Él besó el sendero entre su clavícula y los labios.
–No hice nada, ma petite. Fuiste sólo tú.
–Créeme, yo nunca hice esto antes.
Él sonrió suavemente en su oído.
Ella le sonrió y dejó caer la mirada sobre el pequeño medallón de oro que llevaba alrededor de su cuello. Curioso, no lo había notado antes.
Ella siguió la cadena con los dedos, luego la tomó en su mano. Era obviamente muy vieja. Antigua, griega si no se equivocaba en suponer. El oro tenía el relieve de un dragón envuelto alrededor de un escudo.
–Esto es hermoso –suspiró ella.
Sebastian bajo la mirada a su mano y cubrió sus dedos con los suyos.
–Perteneció a mi madre –le dijo, preguntándose a sí mismo porque le hablaba de esto. Era algo que nunca había compartido con nadie–. Yo casi no la recuerdo, pero mi hermano dijo que ella pidió que me lo diera, así yo sabría cuanto me amaba.
–¿Ella murió?.
Él asintió.
–Yo tenía casi seis cuando… –su voz se desvaneció mientras los recuerdos de aquella noche lo quemaban. En su cabeza todavía podía escuchar los gritos de muerte y oler el fuego. Recordaba el terror y los brazos de su hermano, Theren, empujándolo para ponerlo seguro.
Siempre había vivido con los horrores de esa noche cerca de su corazón. Esta noche, con Channon, no parecía doler tanto.
Ella posó sus manos sobre las marcas de la cara.
–Lo siento –susurró, y dentro de su corazón él podía sentir su sinceridad–. Yo tenía nueve cuando mi madre murió de cáncer. Y está siempre ese pedacito de mí que desea haber podido escuchar el sonido de su voz una vez más.
–¿No tienes familia?.
Ella asintió.
–Me crié con mi tía, que falleció hace dos años.
Él sintió el dolor en su propio corazón y lo sorprendió. Odiaba que ella estuviera sola en el mundo. Como él. Era una forma difícil forma de estar.
Apretando sus brazos dejo que su cuerpo la confortara.
Channon cerró los ojos, mientras la lengua de él la recorría y se introducía en su oreja, enviando escalofríos sobre ella. Se recostó en sus brazos y lo acercó para otro beso abrasador. Una parte de ella quería pedirle que no la dejara en la mañana. Pero se negaba a avergonzarse.
Sabía al iniciar esto que esta noche sería lo único que tendría. Pero el pensamiento de no volverlo a ver la hería profundamente. Literalmente sentía que perderlo sería como perder una parte vital de ella.
Sebastian sabía que tenía que irse ahora mismo, pero algo dentro de él se reveló.
No faltaba mucho para el amanecer. Él todavía tenía que recuperar el tapiz y regresar a casa.
Pero en este momento, todo lo que quería era pasar un poco más de tiempo sosteniendo a esta mujer, manteniéndola en el cálido refugio de sus brazos.
–Duerme Channon, –susurró mientras le enviaba un pequeño hechizo de sueño. Si ella estuviera despierta mirándolo, nunca podría dejarla ir.
Inmediatamente ella se quedó floja en sus brazos.
Sebastian arrastró sus dedos sobre la delicada curva de la mejilla mientras la miraba. Era tan hermosa a su lado.
Asió fuertemente con su mano los sedosos cabellos y aspiró profundamente en su pelo. El aroma floral le recordaban cálidos días de verano compartiendo risas y amistad. Su cadera desnuda estaba cómodamente encajada en su ingle, la espalda contra su estomago. Las suaves piernas estaban entrelazadas con las masculinas. Dioses, como haría para dejarla allí.
Se sintió conmovido otra vez. Sentía la necesidad de tomarla otra vez antes de cumplir con su obligación.
Debes irte.
Por mucho que lo odiara, sabia que no tenía otra opción.
Suspirando apenado, se retiró de la calidez de ella y se alejó lentamente de la cama, aun admirado de la noche que habían compartido. Nunca la olvidaría. Y por primera vez en su vida,  realmente consideraba regresar por un tiempo.
Pero eso era imposible.
Su especie no lo hacía bien en el mundo moderno, donde eran fácilmente encontrados y matados. Él necesitaba espacios abiertos y un mundo simple donde pudiera tener libertad y la vida solitaria que necesitaba.
Apretando con fuerza sus dientes contra el dolor de necesidad, se vistió silenciosamente en la oscuridad.
Sebastian se apartó de la cama, luego se detuvo.
No podía irse así, como si la noche no hubiera significado nada para él.
Sacándose el medallón de su madre del cuello, lo colocó en el de Channon y le besó los labios entreabiertos.
–Duerme, mi pequeña –susurró– que el destino sea amable contigo. Siempre.
Luego, destelló en la habitación y salió a la oscura noche. Solo. Él siempre estaba solo.
Había aceptado ese hecho mucho tiempo atrás. Era como debía ser.
Pero esta noche sentía esa soledad más profundamente de lo que la había sentido antes.
Mientras rodeaba el edificio del hotel y se encaminaba hacia el auto, chocó con una mujer de mediana edad que estaba caminando, que se protegía del frio con una usada chaqueta. Vestía el uniforme de una camarera y los viejos zapatos no eran de calidad pero sí prácticos.
–Hey, –le dijo mientras lo pasaba–.¿Tienes auto? –Ella negó con la cabeza–. Lo tienes ahora. –Le tendió las llaves de su Lexus y se lo señaló–. Encontrarás la matrícula en la guantera. Solo llénala y es tuyo.
Ella parpadeó.
–Sí, claro.
Sebastian le ofreció una sonrisa genuina. Sólo había comprado el auto para usarlo mientas estaba atrapado en este periodo de tiempo. A donde él iba, no lo necesitaría.
–Es en serio –le dijo empujándola hacia el auto–. No hay nada escondido. Acabo de hacer voto de pobreza hace quince minutos, y es todo tuyo.
Ella rió incrédulamente.
–No tengo idea de quien eres, pero gracias.
Sebastian inclinó su cabeza y esperó hasta que la mujer se fuera manejando.
Cautelosamente, entró en un callejón y miró alrededor para estar seguro que no habría testigos.  Evocó los poderes de la Noche para protegerse de cualquier fuerza que estuviera en el lugar, luego se cambio a su forma alternativa. El poder de los Drakos se precipitó en él como fuego mientras los iones en el aire a su alrededor eran cargados con energía eléctrica, energía eléctrica que le permitía despojarse de una forma y cambiarse a otra.
En su caso, su forma alternativa era un dragón.
Desplegando sus alas rojo sangre a su total anchura de doce metros, se lanzó con sus piernas posteriores y voló hacia el cielo, atento a volar debajo del nivel de los radares esta vez.
Sebastian tenía una última cosa que hacer antes de poder regresar a su época. Aún mientras se dirigía al museo, no podía sacudir la imagen de Channon de su mente.
Aun podía verla dormir en la cama, su pelo desparramado alrededor de sus hombros. Aun podía sentir la textura de las hebras color miel en su palma.
Su forma de dragón ardía de necesidad, y él anhelaba regresar con ella.
Pero no podía. Una noche con humanos era todo a lo que podía atreverse. El riesgo de exponerse era demasiado grande.
Sebastian cruzó el pueblo en unos minutos y se  posó en el techo del museo. Convocó el campo eléctrico que le permitía a las moléculas de su cuerpo transformarse de animal a humano y volver otra vez a su forma humana.
Con un toque de su mano, se vistió todo de negro, entonces destelló desde el techo hasta dentro de la habitación que tenía el tapiz.
–Aquí estas, –dijo, mientras veía el trabajo de Antiphone otra vez. Tristeza, culpabilidad, y pena lo embargaban mientras recordaba la cara apacible de su hermanita.
Después que vendió el tapiz, no quiso volver a verlo jamás.
Pero ahora tenía que tenerlo. Era la única forma de salvar la vida de su hermano. No es que a él debiera preocuparle. Él nunca le importó para nada a Damos.
Pero después de todo lo que Damos había hecho para quebrarlo, Sebastian todavía no podía darle la espalda a su hermano y dejarlo morir. No cuando podía ayudarlo.
–Soy un maldito idiota –se dijo asqueado.
Tomó el tapiz del bastidor del museo con sus manos. Luego lo plegó y lo metió cuidadosamente en una bolsa de cuero negro para protegerlo.
Mientras comenzaba a destellar desde la habitación al techo, una extraña quemazón empezó en la palma de su mano izquierda.
–¿Que…?.
Siseando de dolor, soltó la bolsa y se sacó el guante. Sebastian sopló aire fresco sobre su piel caliente y frunció el ceño ante el diseño geométrico que aparecía en su palma.
–No,  –dijo inhalando incrédulo mientras miraba fijo el diseño.
Esto no es posible, pero ahora no podía negar lo que sentía y veía. Peor, había una presencia dentro de él, un cosquilleo en la profundidad de su corazón que lo hizo maldecir fuertemente.
En contra de su voluntad, él estaba emparejado.

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