viernes, 6 de enero de 2012

BRM cap 8

Fang sintió nauseas en cuanto la realidad se le vino encima, aplastándolo. La estúpida pelea le había costado a su hermana la vida de su pareja y se la llevaría de su lado tan pronto como nacieran las crías.
¿Cómo pudo ser tan idiota?
—Fang, no puedes culparte.
Escuchó las palabras de Aimee, pero sabía la verdad.
—Ellos ni siquiera habrían sabido que estábamos aquí si yo no los hubiera atacado. —Por ti. No dijo eso último en voz alta, pero quemaba en su mente como un carbón abrasador.
¿Qué he hecho?
—Fang…
Él la empujó fuera de su alcance.
—Por favor vete. Cada vez que te acercas a mí, algo malo sucede.
Aimee retrocedió como si la hubiera abofeteado. Y esas palabras le escocieron como un golpe. Ella trató de decirse que era su propio dolor lo que lo hacía estallar de ira. Pero no importaba. De todos modos, le hacía daño.
—Me iré, pero si necesitas un…
La mirada que le dedicó era cruel, penetrante y condenatoria.
—No necesito una mierda de ti ni de cualquier otro. —La garganta se le secó instantáneamente. Asintiendo, ella se fue a casa, de regreso a su cama donde se sentó asombrada por el rechazo. No debería dolerle.
Sólo es un estúpido lobo enfadado.
Era la verdad, y necesitaba dejarlo atrás. Necesitaba dejarlo a él atrás. No había nada que pudiera hacer por él. Necesitaba centrarse en su propio futuro y encontrar una pareja que fuera apropiada para su clase. Alguien que su familia no sólo aceptara, sino que estuvieran orgullosos de introducirlo en sus filas. Era su obligación con aquellos a los que amaba.
Mañana se encontraría un oso y no pensaría más en Fang o en cualquier otro lobo.

Fang se sentía como una mierda. No debería haberle gritado a Aimee y lo sabía. No era culpa suya. Había sido él quien había saltado dentro de la pelea sin pensar. Culparla a ella no tenía sentido. Era su enfado consigo mismo con lo que no podía enfrentarse. Culparla era más fácil que culparse a sí mismo.
Pero a fin de cuentas, él sabía la verdad.
Él era la única razón por la que Anya moriría. Su temperamento y su necesidad de pelear eran la causa de todo esto. El lobo que había en él quería venganza por eso. Quería bañarse en la sangre de sus enemigos. Hacer desaparecer su enfado y la culpa con sus muertes.
Si fuera tan fácil.
Pero su parte humana sabía que un montón de violencia no desharía lo que había hecho. Anya moriría y sería su culpa por tratar de salvar a un oso, del cual ni siquiera debería preocuparse.
Entonces, ¿por qué lo hacía?
Incapaz de enfrentarse a todo esto, volvió a la forma de lobo para tumbarse en el húmedo suelo mientras pensamientos se perseguían entre ellos dentro de su cabeza.
Al final, todo le llevaba a una simple realidad, ¿cómo podía el único encuentro con una persona en una maldita tarde alterar tanto toda su vida? ¿Cómo era posible que un oso se hubiera, de alguna manera, colado en su corazón y le hubiera arruinado la vida?

Eli caminó por su oscuro e inmaculado estudio pensando en despellejar a su propio hijo. Sí, el muchacho era todavía joven, ¿pero cómo podía ser tan imbécil? Tan imprudente…
Ahora los lobos Katagaria sabían que ellos sabían de su existencia y los cazarían. El elemento sorpresa se había perdido.
Maldito seas, Stone.
—¿Me has convocado?
Eli se paró para encontrar a Varyk frente al sobrecargado escritorio de madera negra, mirándolo. El pelo de la nuca se le erizó. Ese hombre tenía la escalofriante habilidad de viajar sin ser detectado jamás. Nunca había visto a nadie tan competente en esconder su olor o presencia.
—Tenemos otro desastre.
Varyk tomó las noticias con un completo estoicismo. De nuevo se lo tomaba todo de esa forma.
—¿Stone?
Eli se estremeció.
—Por supuesto. —No era necesario negar lo que Varyk podría verificar fácilmente—. La tesela de Stone fue tras una patrulla Katagaria y mataron a algunos de sus miembros. Estoy seguro de que ahora vendrán tras nosotros.
Para sorpresa de Varyk, no puso ninguna cara o dio señal alguna de emoción.
—¿Deseas que limpie todo esto?
—Quiero tu opinión sobre la mejor forma de proceder.
Varyk cruzó los brazos sobre el pecho y le dirigió una fría mirada.
—Yo empezaría matando a mi hijo y a su equipo de idiotas antes de que su estupidez se expanda sobre alguien más y los infecte. —Había, incluso, menos emoción en su tono que en su lenguaje corporal.
Eli agarró el brandy de la pequeña mesa de mármol frente a él y tomó un sorbo antes de responder.
—Hablando como un hombre que no tiene hijos. No puedo hacer eso. No soy un animal.
—Yo sí.
Eli arqueó una ceja ante eso. Había momentos en que Varyk parecía más Katagaria que Arcadiann, pero él lo conocía mejor. Era más duro que el infierno, Varyk era Arcadiann.
Sí, apenas.
Varyk deslizó su mirada sobre el fuego que estaba flameando en la ornada chimenea Victoriana.
—Pediste mi opinión y yo te la di. Por supuesto debes recordar que si yo hubiera estado en la isla de Gilligan, el hubiera muerto a los diez minutos del primer episodio. De donde vengo, incompetencia y estupidez son razones para homicidio justificado.
Eli resopló.
—Bien, debería idear un plan que no desembocara en la muerte de mi heredero.
—¿Una buena mutilación sería considerado excesivo?
Eli sacudió la cabeza. Varyk era siempre persistente.
—Mi ciudad está siendo invadida por animales. Antes de que el Santuario introduzca alguno más, quiero que los detengas. A todos ellos.
—Estoy trabajando en ello, pero debes estar prevenido de que destruir el Santuario no es algo que se haga de la noche a la mañana. Quema el edificio. Ellos lo reconstruirán y Savitar tomará venganza contra los autores.
—¿Piensas que no lo sé?—Eli se frenó en el momento en que arrojó esas palabras. Se calmó antes de volver a hablar—. Si fuera tan fácil, los hubiese sacado de allí hace décadas. Lo que quiero para esos osos es que sean asesinados.
Varyk arqueó una sola ceja ante el tono y comportamiento del hombre. Había algo malicioso. Un odio tan crudo, había más en esto de lo que Eli le había dicho. No había duda alguna de que valía la pena investigarlo…
—¿Por qué tanto veneno, Blakemore? ¿Qué te han hecho los Peltier?
—Eso no es de tu incumbencia. —gruñó—. Ahora vete. —Señaló hacia la puerta con su copa de brandy—. Haz lo que tengas que hacer para terminar con ese montón de perros y después acaba con los osos.
Varyk le realizó una reverencia mofándose, antes de girarse sobre sí mismo y desaparecerse fuera de la habitación de regreso a su hogar en el Garden District. Era una elegante reliquia prebélica que mantenía la adecuada cantidad de frío en el aire. Con unos 1219.20 metros cuadrados, la casa no era en ningún caso pequeña, pero no era tampoco una mansión.
Era, de todos modos, un recordatorio de su solitaria existencia. Y, sin embargo, él había vivido su vida de esta manera durante tanto tiempo, que vagamente podía recordar otra vida…
Se congeló en el vestíbulo en cuanto sintió una presencia que no había sentido durante siglos. Dando una vuelta alrededor, usó sus poderes para inmovilizar al bastardo contra la pared.
—Déjame ir.
Varyk apretó su sujeción invisible.
—¿Por qué debería?
—Porque somos hermanos.
—No. Éramos hermanos.
Constantine tosió luchando por respirar. Mátalo. La urgente voz dentro de la cabeza de Varyk era difícil de ignorar. Era lo que él debería hacer. Era definitivamente lo que le debía.
Pero la curiosidad ganó. Al menos por unos pocos minutos.
Varyk lo liberó.
Constantine cayó al suelo donde jadeó sobre sus manos y rodillas. Alto y bien proporcionado, tenía pelo negro carbón y rasgos angulosos. Era fácil ver el chacal en él. Tal como era fácil de ver el lobo en Varyk. Nadie jamás los hubiera reconocido como hermanos, lo cual estaba bien para él.
—¿Por qué estás aquí?—gruñó Varyk.
Constantine lo miró levantando la cabeza.
—Estoy siendo cazado.
—Y a mi me debería importar un demonio, ¿por qué?
Frunciendo los labios, Constantine se obligó a ponerse de pie.
—Ya que ellos han confundido tu esencia con la mía, pensé que lo menos que podía hacer era advertirte.
Varyk frunció el ceño ante sus palabras.
—¿De qué estás hablando?
—¿Cómo piensas que te encontré aquí? Un grupo de chacales vinieron al Santuario buscándome. Ya que yo no estaba allí, sabía que solamente había otra persona que podía oler lo suficientemente parecido a mi como para conducir a mis enemigos a el… tú.
Le dirigió a Constantine una divertida mirada fija.
—Wow, lo resolviste por ti sólo. Estoy impresionado. Ni siquiera necesitaste poner un cuarto de dólar en la máquina de Zoltan. Verdaderamente asombroso.
—Acaba ya con el sarcasmo.
Varyk redujo la distancia entre ambos.
—Preferiría acabar contigo.
Constantine se puso tenso, pero para suerte suya, no atacó. Únicamente se quedó allí, insultándolo con su presencia.
—Créeme, lo sé. ¿Piensas que es fácil para mí el venir aquí después de lo que pasó?
Varyk lo agarró de las solapas y lo sacudió fuertemente.
—¿Realmente crees que me importa?
—¿Ni siquiera quieres saber por qué estoy siendo cazado?
—A mí, verdaderamente, me importa una mierda. Es más, espero que te atrapen.
Constantine se soltó y retrocedió.
—Bien, hermano. Te dejare con tu soledad.
—Quieres decir exilio.
Constantine se estremeció, luego se detuvo. Miró a Varyk por encima de su hombro.
—Mamá murió la primavera pasada. Simplemente pensé que deberías saberlo.
Varyk quería ser frío e insensible. Sin sentimientos. Quería que esas noticias no le hicieran daño. Maldita sea, ¿cómo podía hacerle tanto daño después de todo lo que ellos le hicieron?
Sin embargo lo hacía. Odiaba no haber tenido una oportunidad de ver a su madre por última vez.
Ella solo te abofeteó la cara, lo que tú intentaste.
Y bien, se odiaba más a sí mismo por esa debilidad suya que lo que los odiaba a ellos.
—Antes de que me vaya, no obstante, tengo que hacerte una pregunta.
—¿Qué es?
—¿Cómo terminó un híbrido lobo-chacal infundido con los poderes de una diosa egipcia de perro faldero de un hombre como Eli Blakemore?
Varyk le dirigió a su “hermano” una sonrisa sarcástica.
—Bien, supongo que no es sin razón el que nos llamen traicioneros.

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