Jess caminaba de un lado al otro como un puma enjaulado con esteroides. Cada vez que
empezaba a ir tras de Abigail, Ren lo agarraba del brazo y lo detenía.
El muy cabrón estaba a punto de conseguir por momentos que le pateara el culo con una
bota, él eructaría cuero de zapato durante el resto de su vida inmortal.
Jess comenzó a dirigirse hacia la cueva otra vez.
Ren le detuvo.
—No puedes.
—Chorradas. Joder. Lo que no debería es haberla abandonado. ¿No lo entiendes?
Ren sonrió con amargura.
—Sí, lo entiendo mejor de lo que te puedas imaginar. Sé exactamente lo que es querer algo
tan desesperadamente, que puedes saborearlo y tener que ver como se va voluntariamente con
otra persona, desearles lo mejor y tratar de disimular. Probar el sabor amargo de la hiel sentado a
la mesa y tener que sonreír, mientras que por dentro te mueres cada vez que se tocan o
intercambian miradas llenas de amor. No me hables de tormento, Jess. Escribí un jodido libro
sobre ello.
Vaya, eso era algo que Ren nunca había compartido con él antes. No tenía ni idea de que su
amigo había pasado por una experiencia como esa. Ren jamás hablaba de su pasado. Demonios,
Jess ni siquiera sabía por qué Ren era un Dark-Hunter.
Debido a su propio pasado, nunca quiso indagar sobre otras personas. Se imaginó que le
dirían lo que ellos quisieran que supiera, y sí no se lo hacían, entonces probablemente había una
buena razón para ello.
Nada más lejos de él meter la nariz en temas ajenos.
Jess inclinó la cabeza respetuosamente.
—Lo siento, Ren.
Ren tenía una expresión que decía: No tienes ni idea.
Desde lo alto de la colina donde estaba la cueva, sonó un feroz grito de batalla. Que se
parecía al tono de Choo Co La Tah. El corazón de Jess se contrajo cuando un mal presentimiento le
atravesó.
Por favor que esté equivocado.
Tan rápido como pudo, corrió hacia la rojiza colina, mientras Ren se convertía en un cuervo
para volar y Sasha tomaba su forma de lobo.
Para cuando Jess llegó a la cueva particular de Choo Co La Tah, Sasha, aún en forma de lobo,
estaba luchando contra un coyote y Ren no estaba a la vista.
Tampoco lo estaba Abigail.
Lo que no le hacía gracia. ¿Estaba muerta?
Apretó los dientes cuando la agonía lo inundó. Este era el mismo sentimiento doloroso,
único que había tenido la noche que vendió el alma a Artemisa.
Abigail se había ido.
Por favor que no esté muerta.
—¿Jess? —La voz de Choo Co La Tah lo devolvió de nuevo a la situación actual. Estaban en
medio de un ataque y tenía que concentrarse si quería que sobrevivieran. Seis cuerpos de coyotes
yacían cerca como un horripilante recordatorio de todo lo que estaba en juego. La sangre salpicaba
las paredes y se acumulaba en el suelo, debajo de los cuerpos.
Choo Co La Tah dio un paso hacia él, y luego se resbaló y cayó al suelo bañado en sangre.
No tenía donde sujetarse.
Jess corrió hacia el anciano, que estaba de costado en una pequeña grieta. Un rápido vistazo
a sus heridas le dijo que era un milagro que todavía estuviera vivo.
Coyote había estado jugando en serio. Por todo lo que se veía y por el estado de Choo Co La
Tah.
Jess se inclinó para darle suavemente la vuelta y poder ver la gravedad de sus heridas. Y
eran muy extensas. Los coyotes le habían desgarrado de mala manera.
—¿Qué pasó?
Tragó saliva.
—Nos asaltaron.
—¿Nos?
Choo Co La Tah se aclaró la garganta.
—Se llevaron a Abigail antes de que pudiera completar el ritual. Tenemos que hacer la
ofrenda al amanecer… o de lo contrario…
El infierno caería sobre ellos en proporciones bíblicas. ¡Ay! sus estirados semejantes estarían
jodidos. De todos modos, no es que le gustaran en su mejor día. No es que le importaran.
—¿Sabes dónde se la llevaron?
Choo Co La Tah se frotó la frente ensangrentada, mientras que Jess trataba de atender la
herida.
—Es muy probable que a la guarida de Coyote… y no debe morir allí, Jess. Tenemos que
traerla hasta aquí al Valle.
Jess miró los alrededores para ver a Sasha derrotando a su compañero de juegos.
—¿Dónde está Ren?
—Fue detrás de Coyote y Abigail. Tienes que encontrarles, Jess. Tráelos de vuelta.
—No te preocupes. No fallaré.
Esperaba.
Abigail luchaba duramente contra las cuerdas que la ataban las manos y los pies juntos,
pero no conseguía nada. Como diría Jess, estaba atada y enfundada como un pavo para navidad.
Y en la absoluta oscuridad. Si supiera dónde estaba.
Entonces escuchó una profunda voz al otro lado de donde estaba.
—Trataré con él más tarde —gruñó un hombre con una voz que le era familiar, pero no
podía identificar.
Un segundo después, la puerta se abrió y el alivio la atravesó ante la vista de una cara
amigable. Y creía que aquí estaba en peligro.
Gracias a Dios.
Ella sonrió.
—Ren. Que bueno es verte. No vas a creer lo que ha pasado.
Él frunció los labios hacia ella, silenciando el radiante saludo.
—¿Me parezco a ese pedazo de mierda?
Bueno… obviamente él se equiparaba a Ren con algo malo. Lo cual era extraño, ya que eran
prácticamente idénticos. Mismo pelo negro, ojos oscuros. Características refinadas. Pero ahora que
lo mencionaba, había una diferencia.
Ren no estaba loco. Este hombre lo estaba.
¿Tenía trastorno de personalidad múltiple?
—¿Eres un Were? —hizo otro intento.
—¿Eres estúpida? Por supuesto que lo soy.
Actuaba como si ella le conociese, y sin embargo decía que no era Ren. ¿Qué pretendía?
—¿Estamos jugando a un juego?
Él la empujó más cerca.
—Yo no juego. Jamás.
Era un lunático. Cogería a los de esa categoría y huiría de ellos.
Y un latido más tarde se volvió más extraño, cuando se inclinó sobre ella y le pasó la mano
por el pelo. Le cogió un mechón y se lo llevó a la nariz para olerlo.
—Tan hermoso.
Ugh… ¿Dónde se ha ido mi perversión? Si hubiese sabido que estaría cara a cara con él, habría
traído refuerzos.
Él le rozó la frente con los labios. En el momento en que la tocó, una brillante imagen le
apareció en la mente.
Vio a Butterfly de nuevo, y esta vez estaba hablando con…
¿Ren?
—No puedo casarme contigo, Coyote.
Ese nombre se estrelló contra ella como un camión. Durante un minuto, no pudo respirar.
¿Coyote era una contraparte idéntica de Ren? ¿Pero Qué Coño? ¿Por qué Ren no había
mencionado este hecho? ¿No era un poco importante algo así?
Especialmente desde que estaban en guerra.
Ese pensamiento le heló la sangre cuando otro surgió. ¿Era Ren un espía de Coyote?
Tenía mucho sentido. No le extrañaba que Coyote consiguiera encontrarlos y que Ren
desapareciera.
Probablemente se iba directamente con su hermano cada vez que se esfumaba.
Ella era la única que lo sabía. Además, no puedo morir hasta que avise a los demás.
Y las imágenes del pasado todavía le seguían jugando en la mente…
El hermoso rostro de Coyote era una mezcla de horror y dolor a partes iguales por el rechazo
de Butterfly. Con la respiración entrecortada, negó con la cabeza.
—No lo entiendo. Más que nada, te amo. ¿Por qué me rechazas?
La culpa le pesaba en el corazón. Lo último que quería era hacerle daño.
—Amo a alguien más.
Coyote se levantó para enfrentarla.
—No. No es posible.
Por supuesto que era posible. Ya había sucedido. Ella empezó a llorar.
—Lo siento mucho, Cy. Nunca quise que esto sucediera. Deseaba casarme contigo, pero
luego nos conocimos y… y… no he sido la misma. Por favor alégrate por nosotros. —Su sonrisa se
tornó soñadora a través de las lágrimas—. Él me entiende de una manera que nadie ha logrado.
Me siento tan viva y todo lo que tengo que hacer es pensar en él.
La cara de Coyote se volvió rojo remolacha por la furia, y durante un segundo, ella pensó
que en realidad podría golpearla.
Chica, sal de ahí. Esta era la parte donde Freddy Krueger o algún otro demonio saltaba y
mataba a la indefensa victima.
¿Por qué no se defendía Butterfly?
Coyote se mofó en su cara.
—¿Nunca quisiste que esto sucediera? —Se burló con su tono de voz—. ¿Es la mentira que te
dices, puta? ¿Dónde le conociste? ¿Fue antes o después de que fui torturado durante más de un
año por protegerte?
La culpabilidad la destrozaba. Él tenía razón. Había sufrido mucho por ella.
Simplemente se equivocó al lanzárselo a la cara, y ella lo sabía.
—Lo siento. No quise hacerte daño. Por favor entiéndelo. Sé que con el tiempo lo harás.
Ella se giró y caminó hacia la puerta.
—¡Te reconquistaré, Betturfly! —gritó tras ella—. Mírame. Ya lo verás. Eres mía. Ahora y
siempre.
Que idiota…
—Shhh —susurró Coyote mientras le frotaba la frente y los sueños se disipaban. Le trazó una
línea en la frente. Algo que le puso la piel de gallina.
—¿Qué quieres de mí? —le preguntó ella.
—Pues que cumplas con tu promesa.
Abigail abrió mucho los ojos.
—No prometí nada.
Él le ofreció una sonrisa maligna.
—Siempre has tenido problemas para recordar tus promesas. Cumplirás con tu palabra. Pero
no ahora. Me lo debes. Y tengo la intención de cobrar.
Sí, ella tenía algo con lo que pagarle. Pero podría muy bien apostar a que no le gustaría.
Definitivamente, no lo disfrutaría.
Alejándose de ella, ladeó la cabeza como si escuchara algo. La empujó de nuevo hacia la
oscuridad y se retiró, luego cerró la puerta.
Así es. Corre, Coyote, corre. No importa lo que Choo Co La Tah o Coyote pensaran, ella no era
Butterfly. Era Abigail Yager. Y no se daría por vencida o cedería.
Sí, había pasado su infancia en una sumisión temerosa a sus padres Apolitas. Pero eso se
había terminado cuando ellos murieron. A partir de ese día, había vuelto a nacer como una mujer
enérgica que se negaba a acobardarse ante nadie.
«¿Abby?»
Abandonó su diatriba cuando escuchó la voz más maravillosa del mundo en la cabeza.
«¿Sundown?»
«Sí. ¿Te encuentras bien, cariño?»
Definitivamente ahora lo estaba.
«¿No te dije que te mantuvieras fuera de mis pensamientos?»
«Puedes golpearme más tarde. Simplemente hazlo desnuda».
A pesar del peligro y de estar atada, se rió con su humor.
Hasta que recordó que Ren podría estar con él.
«Jess, escucha. Tenemos un espía entre nosotros».
«¿Qué?»
«Es cierto. ¿Sabías que Coyote es el hermano de Ren?»
«No. De ninguna manera. No es posible».
«Es definitivamente posible y extremadamente espeluznante. Mantén vigilado a Ren. Hagas lo que
hagas, no le des la espalda».
«De acuerdo. ¿Estás en algún lugar seguro?»
Miró los alrededores de su prisión de un color negro azabache.
«Realmente no puedo responder a eso. Estoy atada dentro de una especie de pequeña habitación sin
ninguna luz».
«Está bien. Tengo a Sasha rastreándote. Me quedaré dentro de tu cabeza hasta que lleguemos allí… si
esto te parece bien. No quiero entrometerme».
Esas palabras la hicieron sonreír a pesar del peligro.
«Gracias, Jess».
«No hay razón para darme las gracias, Abby. Llama y siempre acudiré a ti. No importa lo que pase».
Esa promesa la asfixió y le provocó lágrimas en los ojos. Nunca en su vida había tenido ese
tipo de seguridad.
Ni siquiera con Kurt o Hannah. Como la mayor de los tres, les había permitido que se
apoyaran en ella. No al revés.
Lo más parecido que había tenido, había sido con Jonah. Pero incluso él no había sido
confiable.
Te amo, Jess.
Como deseaba poder decírselo. Pero sabía que no podía. Siempre sería un Dark-Hunter y no
podían casarse.
«¿Todavía conmigo, Abby?»
«Estoy aquí. ¿Cuántas horas faltan para el amanecer?»
«Al menos dos».
Ouch. Se les estaba acabando el tiempo. Choo Co La Tah necesitaba finalizar su ceremonia y
hacer una ofrenda de sangre a la Madre Tierra.
«¿Dónde estáis ahora?» preguntó.
«No lo suficientemente cerca para mí».
«¿Qué de cerca sería eso?»
«A tu lado».
«Sigue diciéndome esas cosas, vaquero, y podrías tener suerte esta noche».
«Ya he tenido suerte esta noche».
«Mmm, así que eres chico-de-un-solo-disparo-por-noche, ¿eh?»
Él se echó a reír en su cabeza.
«Ah, esta vez, dulzura, yo no he dicho eso. Al semental nunca le preocupa que un paseo dure toda la
noche, especialmente cuando se trata de uno salvaje».
«¿Semental? Ese es el ego que tienes».
«No es ego cuando es verdad».
Un escalofrío le recorrió la espalda con esa frase. Fue la misma que utilizó Buffalo con
Butterfly.
¿Podría ser verdad?
Antes de que pudiera seguir con ese pensamiento, escuchó un ruido extraño fuera de la
puerta. ¿Había regresado Coyote?
Algo grande golpeó la puerta una fracción de segundo antes de que fuera arrancada. Con
una reacción puramente instintiva, ella cargó contra el recién llegado coceándole con todas las
fuerzas con la esperanza de que fuera suficiente para dominarlo.
Él cayó directamente al suelo, donde rodó hacia atrás y adelante sobre los hombros con una
absoluta agonía. Un gemido le llenó los oídos. Dirigió otra vez una patada a su ingle.
—¡Abigail! —espetó, levantando el brazo para evitar que le aplastará tristemente las
pelotas—. ¡Alto!
Insegura sobre con quién trataba, estrecho la mirada sobre el hombre.
—¿Eres Ren o Coyote?
El destelló en el cuerpo del cuervo. Pero no duró mucho. Un latido más tarde, volvió a su
forma masculina.
Concedido, él estaba todavía blanco como el papel… y encogido sobre sí mismo. Pero era
Ren de nuevo. Y estaba gimiendo.
—Oh, vamos, muchachote. No te golpee tan duro.
—Estoy totalmente en desacuerdo. Te gusta patear como una maldita mula, y te juro que
tengo mis dos testículos alojados en la garganta. —Dejó escapar un largo suspiro mientras se
apretaba la mano en la ingle. Luego, lentamente se puso de pie. Mordiéndose los labios, dejó
escapar varios sonidos de un dolor intenso antes de que se alzara y la mirara con enojo.
Ella se mantuvo, insegura sobre sus intenciones. ¿La mataría por su hermano?
—¿Qué te pasa?
Abigail vaciló.
—Estoy perfecta. ¿Qué te pasa a ti?
—Me has dado una patada en los cojones.
Era eso. Y luego estaba el otro asunto.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Estaba tratando de rescatarte, pero estoy pensando que fue una mala idea. Y maldita sea,
todavía estas atada. No me gustaría ver lo que puedes hacer sin restricciones.
Historia probable. ¿Quién hubiera dudado alguna vez que vendría para salvarla? Pero no era
estúpida.
—¿Cómo sabías dónde estaba?
—Seguí a uno de los coyotes hasta aquí. —Sacó un cuchillo del bolsillo y dio un paso hacia
ella.
Abigail aguantó con temor.
—Prefiero esperar hasta que Jess llegue aquí.
No le hizo caso. En su lugar, cortó las cuerdas y las dejó caer al suelo.
—No tenemos tiempo de esperar… ¿Seguro que estás bien? Estás más nerviosa que un gato
en un criadero de Dobermans.
Ella dudó. ¿La llevaría a casa?
¿O a algún otro lugar más siniestro?
—¿Abigail?
—No quiero ir contigo.
Retrocedió como si le hubiera abofeteado.
—No tienes que preocuparte por tu privacidad. No voy a traicionarte.
—Eso no es lo que me preocupa.
—¿Qué, entonces?
—Tu lealtad. ¿Quieres hablar conmigo sobre Coyote y explicarme por qué se parece a ti?
Él se descompuso. Estaba escrito en su rostro. Casi podía ver los engranajes girar en su
cabeza.
—Sí —le acusó—. Eso es lo que pensaba.
Él negó con la cabeza.
—No. No es lo que piensas.
—Creo que estás compinchado con tu hermano y nos has hundido hasta el cuello de mierda.
Las patadas son un extra.
—No lo hice. ¿Recuerdas la historia que te conté sobre el guerrero y el Portal?
—¿Sí?
—Yo era el guerrero.
La mente le daba vueltas ante ese conocimiento.
—No.
Él asintió con la cabeza.
—Mi hermano me odia desde ese día, y no le culpo. Yo estaba fuera de control.
—¿Pero por qué?
—Te conté el porqué. Los celos. Me pasé toda la vida a la sombra de Coyote. Los demás se
dirigían a él. Y en su mayor parte, me parecía bien.
Ren apretó los dientes.
—Hasta el día que te trajo a casa. —Hizo una mueca como si el dolor fuera demasiado de
soportar—. Nunca había visto a una mujer más hermosa. Para nuestro pueblo, la mariposa es un
símbolo de esperanza. Se dice que si capturas una con las manos y le susurras tus sueños, los
llevará hasta el cielo para que el deseo sea concedido.
Aplausos sarcásticos sonaron a sus espaldas.
Ren se volvió para encontrarse a Coyote allí.
—Muy bonito, hermano. Todavía estás tratando de meterte en su cama, ¿eh?
Abigail se percató del dolor en la expresión de Ren.
219
—Dejé todo de lado, Coyote. Es hora de que hagas lo mismo.
Coyote sacudió la cabeza.
—No. Butterfly me pertenece. La capturé. La domestiqué. Sobre todo, la protegí.
—Ella no es una posesión.
Sonrió maliciosamente.
—Sí, lo es. Es la más preciada de las posesiones.
A Abigail le daba vueltas la cabeza mientras las palabras que estaban diciendo le provocaran
que la mente retrocediera a una época y a un lugar que todavía no podía identificar.
Vio a Ren y a Coyote en un prado, donde se peleaban al igual que ahora. Incluso el tema era
el mismo.
Coyote se mostró despectivo con Ren.
—Es todo culpa tuya. Tú y tus mezquinos celos. ¿Por qué no pudiste ser feliz por mí? Sólo
una vez. ¿Por qué? Se nos hubieras dejado en paz, nada de esto habría ocurrido nunca. Jamás
habría existido un Espíritu Gris. Ninguna necesidad de Guardianes y él… —Coyote gesticuló hacia
el suelo con un cuchillo— nunca habría venido aquí.
Ren no respondió. Su mirada fijada en las enrojecidas manos de Coyote. De allí la dirigió
hacia el suelo, donde…
Buffalo yacía muerto en un charco de sangre.
Ren hizo una mueca.
—¿Cómo pudiste hacerlo? Era un Guardián. —Y mi mejor amigo en todo el mundo. La única
persona que había estado junto a él sin cuestionarle.
Incluso cuando el mal había reclamado la posesión de su cuerpo y le había servido de buena
gana, Buffalo se había quedado junto a él. Protegiéndole.
Ahora yacía muerto por el propio hermano de Ren.
Mi crueldad lo volvió loco…
Coyote escupió encima de Buffalo.
—Era un hijo de puta, y me robó su corazón.
Ren negó con la cabeza lentamente, mientras la culpa y el dolor le destrozaban.
—Los corazones jamás pueden ser robados, Cy. Sólo pueden ser entregados.
Coyote le menospreció.
—¡Estás equivocado! Hablas por celos.
Pero no era así. Ren había aprendido a desterrarlos.
Ahora ya era demasiado tarde. Él había destruido todo lo que era bueno en su vida.
Todo.
Con el estómago revuelto, se dirigió hacia Buffalo y se arrodilló junto a él para recitar en voz
baja una pequeña oración sobre su cuerpo.
Resonó un agudo grito. Mirando hacia arriba, Ren vio a Butterfly, mientras corría hacia
Buffalo. Sollozaba histéricamente, abalanzándose sobre él.
—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me heriste tanto?
Coyote frunció los labios.
—Me rompiste el corazón.
—Y tú mataste al mío. —Ella se colocó sobre Buffalo y lloró.
Ren se puso de pie y la dejó allí para que llorara mientra se enfrentaba a su hermano.
Ese fue su error. No pensó en que pasaría si Butterfly lloraba su sufrimiento a los dioses y
espíritus. Gemir y gritar por su Buffalo perdido.
Pero ya era demasiado tarde. El viento trajo un aullido a través de los bosques, danzando
alrededor de la piel de ante que cubría su cuerpo. Estos vientos se unieron para formar dos
tromperos que hicieron sonar los cuernos para anunciar a la criatura más temida de todas.
El Espíritu Vengador. Algo que podía ser convocado sólo por los gritos de una mujer
agraviada que quería vengarse de aquellos que le habían hecho daño.
Su imprecisa forma, estaba bañaba completamente de blanco. Su cabello, la piel translucida
que cubría su esquelético rostro. Sus plumas y piel de ante. La única ruptura de color era el azul
oscuro de los abalorios del cuello.
—¿Por qué me convocaste? —exigió.
Butterfly levantó la mirada. Su hermoso rostro contorsionado por el dolor, se la veía
envejecida y demacrada ahora. Su pelo volaba alrededor de su cuerpo mientras su mirada fija los
perforaba con su furia.
—Coyote mató a mi corazón. Así que quiero el suyo como pago por el que él tomó.
El Espíritu Vengador se inclinó ante ella. Luego se volvió hacia los hombres. Su rostro
cambió de un anciano enjuto con el pelo grasiento a la cara del mal supremo. Abrió la boca y la
dejó caer al suelo, contorsionando y alargando el rostro. Abigail se estremeció de terror.
De la boca voló un águila gigante, con un guerrero solitario fantasmal a la espalda. El
guerrero levantó la lanza.
Ren dio un paso atrás para dar espacio al guerrero.
Con un grito discordante de venganza que hizo temblar el mismo velo de la Madre Tierra,
lanzó la lanza contra el corazón de Coyote.
En un momento Ren estaba fuera del camino. En el siguiente, estaba cruzado en el camino
donde Coyote había estado un latido previo. Antes de que pudiera pensar o moverse, la lanza le
traspasó el centro del pecho, atravesándole el corazón. La fuerza lo levantó sobre los pies y lo
inmovilizó contra un árbol.
El dolor estalló por el cuerpo mientras jadeaba para recuperar el aliento. El sabor de la
sangre le llenó la boca. Su vista disminuyó.
Se estaba muriendo.
El guerrero hizo girar al águila y voló de regreso a la boca del Espíritu Vengador. Tan
rápidamente como habían llegado, se habían ido.
Con dificultad para respirar, Ren miró a su hermano.
—Habría dado la vida por ti si me lo hubieras pedido.
—Me enseñaste a coger lo que quiero. —Coyote cerró la distancia entre ellos y arrebató el
collar de hueso del cuello de Ren que contenía su sello de Guardián. Desató la bolsa del cinturón
de Ren donde guardaba su mejor magia—. Y quiero tu Tutela.
—No fuiste elegido.
—Y tú tampoco. —Coyote agarró la lanza y la clavó aún más profundo. Se echó a reír en
señal de triunfo, mientras Ren se ahogaba en su propia sangre.
Con un último suspiro, se quedó en silencio.
El orgullo en el rostro de Coyote era repugnante mientras volvía su atención a Butterfly.
—Soy un Guardián ahora. Podrás amarme de nuevo.
Ella frunció el labio con repugnancia.
—Jamás podré amarte después de lo que has hecho. Eres un monstruo.
La cogió por el brazo.
—Eres mía y nunca te compartiré. Prepárate para nuestra boda.
—No.
La dio una bofetada en la cara.
—No discutas conmigo, mujer. Obedece.
La soltó tan rápido que cayó sobre el cuerpo de Buffalo, donde lloró hasta que no le
quedaron más lágrimas.
Todavía estaba allí cuando las sirvientas llegaron y la vistieron para Coyote.
Al atardecer, regresó a por ella. Pero antes de poder empezar la ceremonia que los uniría, el
Guardián apareció en mitad del prado. Sus oscuros ojos irradiaban furia.
—Estoy aquí para reclamar la vida del responsable del asesinato de dos Guardianes.
Coyote se quedó sin aliento por el terror. Su mente giraba mientras trataba de pensar en un
ardid para salvar su vida. Y aunque la magia de su hermano era poderosa, no era suficiente.
El Guardián cruzó el espacio con paso decidido que prometía venganza. De su cinturón, sacó
la Daga de la Justicia y sin vacilar, la hundió directamente en el corazón de aquel que había
causado tanta agitación y miseria.
Butterfly se tambaleó hacia atrás mientras la sangre rezumaba de su vestido y corría a través
de sus trenzas. En lugar de mostrar dolor, suspiró de alivio. La sangre fluía de sus labios cuando se
volvió hacia Coyote.
—Ahora estaré con mi amor. Siempre entre sus brazos. —Cayó al suelo, donde murió con la
más feliz de las miradas en su rostro.
Coyote balbuceó.
—No lo entiendo.
El Guardián se encogió de hombros.
—Tú fuiste la herramienta. Butterfly fue la causa. Si no hubiera nacido, no habría pasado.
—No, no, no, no. Esto no está bien. No era así como se suponía que acabaría. —Pasándose las
manos por el pelo, se dirigió hacia su único y verdadero amor y la acunó entre los brazos por
última vez. Era tan pequeña y ligera. Su sangre le manchaba su vestido de novia, y lloró por la
pérdida de ella.
Y la había perdido.
Ella no le esperaría al otro lado. Ahora no. El dolor de ese conocimiento le destrozó. Ella
recibiría a Buffalo.
Echando la cabeza hacia atrás, gritó con indignación. No, no terminaría así. Había sido un
buen hombre. Decente. Y uno por uno, todos ellos habían acabado con él. Su hermano, Buffalo y
Butterfly.
Le habían arruinado la vida. De ninguna manera permitiría que vivieran felices en la
eternidad. No después de la forma en que le habían torturado. Metió la mano en la bolsa y
convocó a los elementos más fuertes.
—Yo te maldigo, Buffalo. Vivirás mil vidas y no serás feliz en ninguna de ellas. Tendrás que
recorrer esta tierra solo, traicionado por todos lo que te conozcan. No habrá lugar al que llamaras
hogar. No en cualquier vida humana. Y jamás tendrás a mi Butterfly. —Sopló la magia de la mano
hacia el aire para que pudiera ser llevada a los espíritus que la realizarían.
Luego miró la serena belleza de Butterfly. Tan suave. Tan dulce. La idea de maldecirla le
picaba en lo más profundo.
Pero ella le había despreciado.
—Por lo que me hiciste, nunca te casarás con la persona que amas. Siempre morirá en su
camino para unirse a ti, y tú pasarás la vida lamentándolo una y otra vez. No tendrás paz. No
hasta que me aceptes. Y si te casas con otro, nunca confiará en ti. Nunca serás feliz en ningún
matrimonio. No mientras tengas sangre humana en tu interior. —Metió la mano en la bolsa, sacó la
última magia, y luego la envió al viento.
—¿Sabes lo que has hecho?
Coyote vio acercarse a Choo Co La Tah.
—Ajustar cuentas.
Choo Co La Tah se echó a reír.
—Esta magia siempre vuelve a quien la ejerce.
—¿Cómo?
Hizo un gesto hacia el cielo y a los árboles.
—Tú conoces la ley. No hacer el mal y sin embargo hoy has hecho mucho daño aquí.
—Ellos me hicieron daño primero.
Choo Co La Tah suspiró.
—Y tú has sembrado las semillas de tu muerte final. Cuando maldices a dos personas
unidas, tienen la capacidad de romper la maldición y matarte.
—No sabes de que estás hablando.
—Arrogancia. La principal causa de muerte tanto entre campesinos como entre reyes. Ten
cuidado con su afilada hoja. La mayoría de las veces sobre todo hiere a quien la empuña.
Coyote desestimó las palabras del Guardián. No tenía ningún interés en ellas. Él nunca
sufriría.
Pero se había asegurado de que ellos lo hicieran.
Abigail salió del trance con una plena comprensión de todo lo que la rodeaba.
Ren y Coyote se encontraban ahora combatiendo y se dedicaban a ello como nadie. Se
turnaban golpeándose el uno al otro a través de los túneles de la guarida de Coyote. Ella nunca
había visto una lucha sangrienta, que dado la cantidad de peleas en las que había participado a lo
largo de los años, decía un montón.
Mirando a su alrededor, buscó un arma que pudiera utilizar o que pudiera ayudarles.
Lamentablemente, no la había. Pero si la beligerante arrogancia podría acabar con un
oponente…
No podría decir quien ganaría. Lo cual definitivamente se acercaba. Pero ella sabía de qué
lado se pondría.
Animadora de los Red Sox.
«¿Abigail?»
«Estoy aquí, Jess».
«También nosotros».
Ahora, era la mejor noticia que había oído en días. Dejando a Ren y a Coyote con sus
ataques, se fue hacia la entrada. Por lo menos esperaba que fuera a donde se dirigía.
Sabía que iba en la dirección correcta cuando resonó una explosión y trozos de roca se
lanzaron por todas partes.
Sí, sus chicos habían llegado. Permitió que hicieran una gran entrada.
Corrió para lanzarse contra Jess.
Jess sonrió al sentir sus suaves curvas apretadas contra el duro cuerpo. Y cuando ella lo besó,
la aferró fuertemente. Hasta que sintió algo que no debería estar aquí.
Tirando hacia atrás, ladeó la cabeza para escuchar.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Hay Daimons aquí.
Ella frunció el ceño.
—No. ¿Por qué estarían aquí?
—No lo sé. Pero los siento. Es como si un nido de ellos estuviera cerca.
Pero eso no tenía ningún sentido. ¿Por qué los Daimons estarían aquí con Coyote?
A menos que…
—Coyote es un pícaro.
Jess maldijo cuando llegó a la misma conclusión que ella. ¿Cómo podían haber sido alguna
vez tan cándidamente estúpidos?
Esto era una trampa, y ellos acababan de arrojarse directamente en ella.
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