20 de Enero, 9531 A.C.
Hoy me senté durante horas, mirando a Acheron. Se había despertado temprano como hacía a menudo y caminaba hacia la playa. Hacía tanto frío que temía que se enfermara, pero no quise transgredir su libertad. Había vivido tanto tiempo con reglas que dictaban sus movimientos y sus opiniones que no quería imponerle ninguna limitación.
A veces la salud de la mente era aún más importante que la del cuerpo. Y creía que necesitaba su libertad más de lo que necesitaba ser protegido de una pequeña fiebre.
Me quedé en las sombras, sólo queriendo observarlo. Caminó durante casi una hora en el helado oleaje. No tenía ni idea de cómo resistía la frialdad, aún parecía obtener placer del dolor.
Siempre que uno de los animales marinos era arrojado a la playa, lo cogía con gran cuidado para devolverlo al agua para que siguiera su camino.
Después de un rato, escaló las piedras escarpadas dónde se sentó con las piernas dobladas y la barbilla descansando en sus rodillas. Miró a través del mar como si esperara algo. El viento sopló su hermoso cabello y alrededor de él, su ropa ondeaba por su fuerza, mientras el agua pegaba los ligeros rizos dorados de sus piernas a su piel.
Aún así, no se movió.
Era casi mediodía antes de que volviera. Se reunió conmigo en el comedor para el almuerzo. Mientras nos servían, vi el irregular corte que tenía en la mano izquierda.
—¡OH, Acheron! —jadeé, preocupada por la profunda herida. Tomé su mano en la mía para que pudiera examinarlo—. ¿Qué pasó?
—Me caí contra las rocas.
—¿Por qué estabas sentado allí?
Se apartó, incómodo.
Lo que sólo me preocupó más.
—¿Acheron? ¿Qué pasó?
Tragó y dejó caer su mirada al suelo.
—Creerás que estoy loco si te lo digo.
—No, no lo haré. Nunca creería tal cosa.
Parecía aún más incómodo antes de que hablara en un tono suave.
—A veces oigo voces, Ryssa. Cuando estoy cerca del mar, son más fuertes.
—¿Qué voces?
Cerró sus ojos e intentó apartarse.
Tomé suavemente su brazo y lo mantuve en mi silla.
—Acheron, dime.
Cuando encontró mi mirada, vi el miedo y la angustia en su interior. Era obvio que era algo más que había provocado que lo golpearan en el pasado.
—Son las voces de los dioses Atlantes.
Asustada por la respuesta inesperada, lo miré fijamente.
—Me llaman. Puedo oírlos aún ahora como susurros en mi cabeza.
—¿Qué es lo que dicen?
—Me dicen que regrese a casa, al vestíbulo de los dioses para que puedan darme la bienvenida. Todos menos uno. La suya es más fuerte que la de los otros y me dice que me aparte. Me dice que los otros me quieren muerto y que no debo escuchar sus mentiras. Que vendrá por mí un día y me llevará a casa dónde pertenezco.
Fruncí el entrecejo por sus palabras. Por sus ojos, todos sabíamos que Acheron era el hijo de algún dios. Pero que yo supiera, ningún semidiós había oído las voces de otros dioses alguna vez. Por lo menos así.
—Madre dice que debes ser un hijo de Zeus —le dije—. Dice que debió visitarla una noche, disfrazado como Padre, y que no sabía que había estado en su cama hasta que tú naciste. ¿Así que por qué oirías las voces de los dioses de la Atlántida, cuándo nosotros somos griegos y tu padre es Zeus o cualquier rey griego?
—No lo sé. Idikos me drogaba siempre que las oía hasta que estaba demasiado mareado y aturdido como para notarlo. Dice que es una invención de mi mente. Dice. . . —su rostro se afligió, apartó la mirada.
—¿Qué dice?
—Que los dioses me han maldecido. Es su voluntad que sirva como lo hago. Es la razón por la que nací tan antinaturalmente y por qué todos quieren dormir conmigo. Todos los dioses me odian y quieren castigarme por mi nacimiento.
—Los dioses no te odian, Acheron. ¿Cómo podrían?
Quitó su brazo de mi agarre y me lanzó una mirada tan insolente que me asusté. Nunca había mostrado tal espíritu.
—¿Si no me odian, entonces por qué soy así? ¿Por qué mi padre me ha negado? ¿Por qué incluso mi madre nunca me mira? ¿Por qué he sido mantenido como un animal cuyo único papel en la vida es servir como mi amo me ofrezca? ¿Por qué las personas no pueden mirarme sin atacarme?
Ahuequé su rostro en mis manos, agradecida de que ya no se tensara cuando lo tocaba.
—Eso no tiene nada que ver con los dioses. Sólo con la estupidez de otras personas. ¿Nunca se te ha ocurrido que los dioses me enviaron para que te liberara porque no querían verte sufrir más?
Su mirada se bajó.
—No puedo esperar eso, Ryssa.
—¿Por qué no?
—Porque la esperanza me asusta. ¿Qué pasa si esto es todo lo que soy? Una puta para ser cambiada y vendida. Los dioses hacen a los reyes y ellos hacen a las putas. Es obvio qué papel escogieron para mí.
Hice una mueca de dolor ante sus palabras. Honestamente, prefería las semanas cuando se negaba a mencionar que era una puta. Odié los recuerdos de lo que se le había hecho contra su voluntad, sobre todo esas despreciables esferas en su lengua, que se encendían cada vez que hablaba.
—¡No estás maldito!
—¿Entonces por qué cuándo intenté arrancarme los ojos, no se quedaban fuera?
Paralizada por esas palabras, no pude respirar durante varios segundos.
—¿Qué?
—He intentado arrancarme los ojos tres veces, para que no pudieran ofender a otros, y cada vez que lo hice, volvieron a mi cráneo por sí mismos. Si no estoy maldito, ¿por qué harían eso? —Alzó su mano para mostrarme el corte que ya había comenzado a sanar—. Lesiones que para otros tardan semanas en sanar, curan en días, sino horas, en mí.
Las lágrimas escocían mis ojos por el dolor en su voz profunda. No sabía qué decir a eso.
—Te has enfermado. Lo he visto.
—No por mucho tiempo. No como una persona normal y puedo estar tres semanas sin un solo bocado de comida o una gota de agua y no muero.
El hecho que supiera cuánto tiempo podía estar sin alimento me dijo que se lo habían hecho. Pero aunque pudiera soportar tanto y no morir, sufría el hambre como el resto de nosotros. Sabía eso por estar tanto con él.
Cerré mi mano alrededor de la suya.
—No sé cuál es la voluntad de los dioses, Acheron, nadie lo sabe. Pero me niego a creer que es su voluntad herirte de esta manera. Eres un regalo precioso que fue desdeñado por los que deberían haberlo apreciado. Ésa es una tragedia humana de la que no hay que culpar a los dioses. Los sacerdotes dicen a menudo que los regalos de los dioses a veces son difíciles de aceptar o identificar, pero sé en mi corazón que tú eres especial. Que eres un regalo a la humanidad. Nunca dudes que te pusieron aquí con algún propósito más alto y ese propósito no es malvado o para ser violado.
Contuve las lágrimas antes que besar su mano herida.
—Te quiero, hermanito. Y veo en ti nada más que bondad, inteligencia, compasión y simpatía. Espero que algún día tú también lo veas.
Puso su otra mano en la mía.
—Desearía poder, Ryssa. Pero todo lo que veo es a una puta que está cansada de ser usada.
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